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«Comedia del saco de Roma» de Juan de la Cueva: la defensa del orgullo nacional y los materiales historiográficos de Paolo Giovio

Ana Vian Herrero


Universidad Complutense
Instituto Universitario «Seminario Menéndez-Pidal»



La Comedia del saco de Roma de Juan de la Cueva (1579), escrita medio siglo después de los acontecimientos, no pretende la reconstrucción arqueológica de ese pasado ominoso, como ocurre en los otros dramas de tema nacional. El autor modifica en buena medida los hechos, los templa en su aspecto horrorífico y no desea aprovecharlos en todo su alcance trágico, como en cambio otros hicieron1. En efecto, este drama de Cueva no puede considerarse literatura noticiera sobre el asalto romano. Y esa es precisamente una de las razones de su interés, considerando que la aportación al drama histórico es quizás la mayor innovación de la obra teatral de Cueva2 y teniendo presente el valor ideológico que los sucesos mismos tenían para la sociedad del Antiguo Régimen. Se centra el dramaturgo en aspectos muy conocidos, o en otros menores; la ficción corrige a la historia y lanza guiños de distinta intensidad y alcance al espectador; el poeta actualiza el pasado de manera nueva y distinta, y lo hace para lograr determinados objetivos. Esta comedia es todavía uno de los textos menos estudiados de Juan de la Cueva, pese a que asistimos felizmente, al menos desde la década de 1970, a una nueva etapa y a un nuevo enfoque en los estudios sobre las obras de este autor3.

La acción se sitúa en el campo imperial, primero a las puertas de Roma [mayo de 1527], luego en el interior de la ciudad santa durante su profanación y saqueo (jornadas II y III), y -en la habitual forma episódica de Cueva-, sin transición, en Bolonia (jornada IV), adonde supuestamente se desplaza el ejército para la coronación imperial [febrero 1530]. La ruptura de las unidades, y el número de actos, cuatro, quiebran el esquematismo del teatro anterior de obediencia aristotélica4. Otras características habituales de su producción dramática están también presentes: la polimetría5; el argumento general en prosa al comienzo de la obra y al inicio de cada jornada, con el elenco de caracteres pero sin acotaciones a los representantes ni indicaciones de entrada y salida de personajes, signo de deuda a la tradición humanística6; la mezcla de situaciones y personajes históricos con situaciones y personajes imaginados, que corrigen o recrean la historia y contienden entre sí, para lograr un fin que se debe determinar. Coincide con una mayoría de dramaturgos del periodo que, más interesados en la utilidad didáctica de la historia que en su verdad factual, usan el pasado como documentación para la teoría política coetánea, la historia como maestra para la acción política7. Se cumple también esa técnica que Froldi llama «cinematográfica, ya que los distintos episodios se ligan sin una calculada linealidad racional, técnica que, por otra parte, contiene una clara función espectacular»8. Además, sorprende el sensible rebajamiento del umbral del llamado «horror» practicado por acuerdo unánime en el muy unitario lenguaje teatral de Cueva9, ya que, para la conciencia colectiva, la historia viva del saqueo ofrecía uno de los ejemplos de pesadilla más espeluznantes, y hubiera permitido (como lo permitió en casi todos los géneros y obras sobre el tema) desarrollar hasta el infinito este elemento trágico como forma catártica de purgar el tormento mismo. Apoya esa dulcificación, quizás, el que nos hallemos ante una «comedia» y no una «tragedia», si bien es común opinión entre los especialistas la adiaforía del término para Cueva, a excepción del final, feliz o desdichado, de cada pieza, la mezcla de lo trágico y lo cómico o la confusión de géneros que quiebra los límites de la tradición aristotélica10. Esta comedia es una buena representante de ese periodo de experimentación, lleno de contradicciones y abierto a nuevas sugerencias que exigen planteamientos complejos, por la convivencia de movimientos y prácticas distintas11.

La línea diegética de la comedia y el tratamiento de personajes merecen análisis detenido12; la condición de drama histórico, por su parte, obliga de modo inexcusable a comparar con los sucesos aludidos, ya que es la única manera de calibrar cómo ha decidido el autor dramatizar la historia, qué ha seleccionado y qué ha eludido, qué ha sugerido -a veces susurrado entre líneas- y qué ha inventado13. En la acción destacan personajes históricos citados por su nombre (Borbón, Don Fernando Gonzaga, Capitán Morón, Filiberto [de Chalón, Príncipe de Orange], [el cardenal] Salviati y el Emperador Carlos V), junto a otros anónimos pero con sus puntas de historicidad (guarda, mensajero de Roma, alemán, italiano, atambor) y a un tercer grupo de figuras inventadas pero con función representativa (otro capitán -Sarmiento-, tres soldados -Avendaño, Escalona y Farias-, tres matronas -Camila, Cornelia y Julia).

A la vista de la línea argumental establecida por Cueva no es necesario suponer unas fuentes de información recónditas:

«Borbón, de nación francesa, capitán general de nuestro invito Emperador Carlos Quinto, movido de su libre determinación, movió el campo contra la ciudad de Roma, para quererla saquear, y prosiguiendo en su horrible pensamiento, fue entrada la ciudad y puesta a saco. Muriendo Borbón en el primer recuentro, sin perdonar los luteranos (que era el mayor número del exército) cosa profana ni divina en que no pusiesen sus violentas manos, acabando de hartar su furia, dexando casi destruida a Roma, endereçaron su camino a Bolonia, adonde le fue después de algunos días dada a nuestro César la corona imperial»14.



Si bien las inexactitudes comienzan en este mismo argumento general, los hechos se evocan sólo en sus líneas más conocidas: cerco de las tropas a la ciudad santa, muerte de Borbón en el asalto, saqueo de la ciudad, retirada del ejército, coronación imperial de Carlos V en Bolonia. Cueva fue, como se sabe, muy proclive al uso de romances y crónicas en la composición de sus obras15. Para estos recuerdos tan genéricos -y más en ámbito ilustrado, como es el de Cueva-, basta sencillamente con la memoria colectiva oral y, en todo caso, algunas de las obras noticieras de éxito indiscutible desde el mismo año de 1527 y sucesivos circulan en su momento de forma natural: así, el romance «Triste estaba el Padre Santo» (que aún sobrevive en la tradición oral hasta hoy)16 y sus dos glosas, el Paternoster paródico, el Triunfo de Vasco Díaz de Fregenal, el Democrates Secundus de Sepúlveda, que se leyó ampliamente en manuscrito, y algunas crónicas, quizás una en particular por su éxito fulminante: la muy polémica de Paolo Giovio17, que contaba con dos traducciones castellanas recientes18 y pudo hacer reaccionar a Cueva, como lo hizo a Jiménez de Quesada19. Otra cosa serán los hechos particulares y la cronología, que en muchos casos se tejen ya en la malla de la ficción dramática y no vienen sugeridos por fuentes identificables, ni las precisan.

Es muy evidente que el propósito del autor no es dar una versión objetiva, sino ofrecer una «verdad moral»: lo que «hubiera podido ocurrir». En este intento (y, en lo que atañe a esta comedia, sólo en él) coincide con otro senequista al que es difícil decir si leyó20, pero no es imposible que así fuera. Me refiero a Gianbattista Giraldi Cinzio, recordado por la tragedia y por su discurso sobre el arte teatral, quien construyó asimismo una ficción moral en torno al saqueo de Roma, Gli Hecatommithi, comenzados en 1528 y publicados en 156521. Bien es cierto, sin embargo, que si Cueva leyó los Hecatommithi (y parecen existir ecos de dos novelas en su Bernardo del Carpio)22, no explotó el alto umbral del horror colectivo e individual, como sí hizo Giraldi.

Sin entrar ahora en el cotejo minucioso con la historia real y el análisis del sentido de las modificaciones de Cueva, voy a limitarme a confrontar el drama, sobre todo, con el referente potencial de Jovio. Sin embargo -quede constancia desde el principio-, Cueva tiene que tener otras fuentes de información, además de Jovio23. Al menos para varios episodios, como son la resistencia de Morón al ataque (I jornada), el episodio de las matronas romanas de la casa Colonna (I y II jornadas), la caracterización de Ferrante Gonzaga a lo largo de todo el drama, una de las más interesantes, y, si no es de su propia musa, la coronación imperial de manos de Salviati, no por Clemente VII (IV jornada)24.

Para los sucesos básicos, que sólo recoge en sus elementos imprescindibles, le podía bastar, y en buena medida sobrar, con la traducción española de las Historiae de Giovio. En la versión de Antonio de Villafranca, el traductor incluye una epístola a D. Carlos, nieto del Emperador, en la que ofrece su texto «para que el real ánimo de V. A., siguiendo sus pasos [los de Carlos V] en sus gloriosos y bienaventurados días, haga tales hazañas que pasen, o a lo menos igualen, a las del invencible Emperador, como todos sus vasallos esperamos»25.

Más interés tiene aún la justificación que hace Villafranca del resumen de los libros de Jovio perdidos en el asalto de Roma: «Epitome de Paulo Jovio. Antonius Ion. Villafranca beneuolo ac candido lectori, S.», donde comienza explicando los muchos ataques y saqueos padecidos por Roma:

«[...] y últimamente españoles, entrando por fuerça de armas en ella la saquearon, destruyeron y robaron en nuestros tiempos, haziendo esto los capitanes imperiales más por sus antojos y intereses y apetito que por mandado del Emperador. El cual como lo supo, según Su Magestad era religiosísimo, mostró gran sentimiento. Y como sintiese esto en grande estremo, envió cartas a todos los reyes cristianos diziendo en ellas que aquel desastre que sus exércitos habían hecho en Italia lo habían hecho contra su voluntad, y así lo mostró por experiencia, mandando soltar al Papa que estaba preso y volverlo en su libertad. Con el cual tomó tanta amistad que de sus manos lo coronó en Boloña. En esta presa de Roma, saqueando los españoles la ciudad, los romanos pusieron las cosas más preciadas en las iglesias, pensando tenerlas allí seguras, aunque la furia de los soldados no perdonó a cosa ninguna. Saqueando, pues, la iglesia de la Minerva, saquearon a la revuelta unas arcas donde estaban las escripturas y libros de las Historias que hasta entonces había escripto Paulo Iovio varón doctísimo. Vinieron estas escrituras en manos de soldados, rompieron y hizieron pedaços algunas dellas. De modo que, apaciguadas las cosas con mandamientos del Papa, con ruegos y dineros del Iovio, volvieron los libros en su poder, aunque en algunas partes faltos y rasgados. Continuando él su historia, fue tanta la importunación, y ruegos de sus amigos, que la hubo de imprimir. Y no queriendo dejar imperfectos del todo los años que faltaban, hizo una suma o recopilación de cada libro, pensando, si la muerte no le atajaba, confiando en su memoria, volver de nuevo a poner complimiento en la obra. Y quiso la suerte que faltasen aquellos libros donde los españoles más habían mostrado su esfuerço y valentía. De modo que los lectores habrán de tener paciencia de leer en suma unos cuantos libros, pues los otros enmiendan la falta de los primeros juntamente con la brevedad dellos. Y la causa por que he començado la traductión destos libros y no he tomado de más arriba, es porque todo lo que Iovio escribe en los otros libros está ya escrito en nuestro vulgar romance castellano, como es Galeacio Capella traduzido, y en el compendio de los turcos, y en la vida del Marqués de Pescara y del Gran Capitán, en la historia de las dos presas de Nápoles. Y parescíame cosa superflua hazer leer dos veces una misma cosa, porque traduciendo los libros antes déste era no hazer otro sino mudar los vestidos y entrar el mismo personaje en la comedia, y por esto comencé déstos.

Vale»26.



Esta justificación, que consagra en sus rasgos esenciales la explicación oficial del periodo filipino sobre los sucesos de 1527, muy distinta de la de medio siglo antes, puede ayudar a entender algunos aspectos de la Comedia; por ejemplo, lo escueto de las noticias sobre Roma que dramatiza Cueva, en contraste con las relaciones de sucesos específicas compuestas al calor de los hechos, infinitamente más concretas, demoradas y explicativas, como caracterizadas por su noticierismo primario. Aclara también que a partir de la crítica joviana a los «antojos y intereses y apetito» de los capitanes imperiales, se manifiesten en la obra sevillana algunas puntas de censura, oblicua a veces, irónica otras, a los altos representantes del ejército imperial (Duque de Borbón, Fernando Gonzaga y Filiberto de Orange). La exculpación tajante de la responsabilidad del Emperador en los sucesos, tan problemática a la altura de 1527, explica aquí las reticencias introducidas a través del personaje histórico del Capitán Morón27, aunque Cueva atribuya a Morone lo que en la realidad fue posición del Marqués del Vasto28. La promesa del botín de Florencia y Roma para entretener a los soldados sin paga, argumento central en varios pasajes de la comedia, es también un leitmotiv entre corresponsales imperiales, historiadores y cronistas cercanos a los sucesos29; el soldado Avendaño no inventa nada, lo dramatiza, pero Cueva parece deseoso de dejar a los espectadores este aspecto muy claro: de no cumplirse las expectativas de los soldados peligra la vida de los dirigentes30. Lo importante es, pues, que Cueva prescinde de la alta política para destacar el conflicto fundamental: los motivos de la indisciplina del ejército, responsabilidad más de los mandos y sus promesas que de los soldados.

Otras informaciones contenidas sirven en cambio para descubrir los écarts del dramaturgo: las negras tintas con las que Jovio describía el papel de los soldados españoles perviven, por esta vez, en esta pieza preliminar de Villafranca, y no cabe duda que han hecho reaccionar a Cueva, como lo hicieron también a Jiménez de Quesada y otros coetáneos, pues si hay algo que el dramaturgo quiere dejar a salvo en los hechos de la presa de Roma es una inexactitud de bulto: el comportamiento ejemplar de los soldados españoles, frente al de los luteranos, vistos sólo en contextos negativos31. Otra transformación elocuente de Cueva atañe a la coronación imperial, no realizada en Bolonia «de las manos» del Emperador, como Jovio y todos los testimonios dicen, sino por las de su legatus a latere, el cardenal Salviati.

Cuando se acerca el relato de los sucesos concretos, en especial desde la entrevista de Charles de Lannoy con Borbón para comunicarle las paces firmadas entre el Virrey y el Papa, vuelven las coincidencias y las separaciones significativas entre Jovio y Cueva:

«Encontróse, pues, Lanoya con Borbón, el cual por las montañas de Arezo pasaba el Apenino. Pero siendo desbaratado el razonamiento de los gritos de los soldados, los cuales no querían paz, Borbón prosiguió de tal manera su viage que con sola presteza esperó de poder fácilmente apretar al Papa que había fuera de tiempo despedido su gente y estaba desarmado y desposeído de guarnición. Favoresció la fortuna a sus malas intenciones y a su maldito engaño, así como aquella que ya mucho antes era enemiga a Roma y al Papa. Porque marchando cuanto más podía todo el exército de Borbón llegó a Roma a seis de Mayo falto de bastimentos y sin artillería. Y prestamente habiendo puesto las escalas vinieron contra la gente del pueblo de Roma armada con ruines armas. Y viendo los soldados que entraban y sabiendo que el Papa estaba tan espantado, no sabiendo lo que le había acontecido ni dónde huir, haciendo poca o ninguna resistencia, dieron lugar a los españoles y tudescos que entrasen dentro. Y cuando fueron dentro, cruelmente mataron una gran multitud de gente que humilmente echando las armas pedían misericordia y la vida. Y derramando mucha sangre ensuziaron todos los altares y saquearon el sagrado templo de Sanct Pedro, digno de ser tenido en gran reverencia de todas las gentes y naciones del mundo. Habiéndose salvado y retraído el Papa en el castillo de Santangel, saqueado el Burgo en el espacio de media hora, pasando los soldados el muro gastado por la antigüedad, entre la puerta Aurelia y Septimiana, entraron en Roma y usaron contra los desdichados ciudadanos de todos los exemplos de crueldad y avaricia. Cercaron el castillo y lo cerraron tirando alderredor sus fosos por que el Papa no pudiese huir por lugar alguno. Mi ánimo se espanta en querer contar los daños y tormentos que los bárbaros hicieron en el pueblo antiguamente vencedor de todas las naciones, porque estas cosas no se pueden contar ni oír sin muchas lágrimas. De modo que aquella sanctísima ciudad pudo muy bien conocer cómo nuestro Señor Dios la quería castigar, si los sanctos abogados y patrones de la ciudad, queriendo hacer vengança, permitiéndolo Dios, no hubieran hecho sacrificio (aunque con poco provechosa consolación) de aquel traidor y cruelísimo ladrón en el entrar de la ciudad. Porque Borbón murió entretanto que con su maldita mano ponía y acercaba la escala al muro, siendo traspasado el lado y el muslo derecho de un arcabuzazo, a causa que habiendo alcançado aquella su maldita victoria no se alegrase de un tan grande sacrilegio»32.



Este pasaje ha podido dar a Cueva materia para desarrollar, como lo hace, la indisciplina del ejército y su deseo de ataque en la I jornada, modificando en cambio el papel de Borbón, al que convierte en un personaje mucho más conflictivo, complejo e impotente, menos negativo de lo que lo presenta el texto de Jovio, y ello pese a que el Condestable estaba excomulgado desde 1562. El fragmento da pie a desarrollar, pero sólo en términos muy generales, las crueldades y sacrilegios de los soldados; sin embargo, Cueva no menciona en toda la obra al Papa, ni ninguna de las vicisitudes por él experimentadas, lo que sólo puede ser intencional. El sevillano enuncia la sempiterna y generalizada explicación del asalto como castigo de Dios, pero no culpa a Borbón del saqueo, como hace indiscutiblemente Jovio en este pasaje33. Más adelante, el historiador vuelve a insistir en que Carlos de Borbón se mostró «del todo ageno de cualquier condición de paz»34, y cuando evoca la entrada triunfal de Carlos V en Roma, ya en 1535 y después de la victoria de La Goleta, no desperdicia la ocasión para un recuerdo truculento de los soldados saqueadores:

«Fue recebido con triunfal pompa de todos los órdenes de los sacerdotes y de los ciudadanos romanos. Había traído consigo por guarda una región de soldados viejos españoles y 700 hombres de armas. Fue con menos alegría recebido del pueblo porque reconoscían los terribles rostros de los soldados, los cuales renovaban en ellos la memoria del saco recién pasado y de todos los daños que habían recebido y padecido...»35.



De acuerdo con los testigos de primera línea, la desobediencia del ejército fue un factor importante, pero no el único que intervino en el asalto36. La solución ideológica adoptada por Cueva coincide más con el punto de vista de Jiménez de Quesada, quien también insiste, mientras refuta a Jovio, en el factor del descontrol de las tropas, en términos muy próximos a lo que dramatiza la Comedia del saco de Roma:

«Y que Borbón, prosiguiendo su propósito y pasando el Apenino por las montañas de Arezzo, encontró al virrey allí con él, y que la paz que traía concertada para que Borbón la aceptase, y la plática de ella, fue interrumpida con grita y voces de los soldados que no quisieron aceptarla, y que así Borbón, viendo esto, llevó adelante su camino, porque deseaba oprimir al Papa. [...] envió [...] aquel César Ferramosca [...] a Borbón, a notificarle el acuerdo, y halló al ejército alojado en Castil de San Juan, donde él ni Borbón, su superior, fueron de parecer de tomar la paz que les era propuesta, aunque algunos dicen que el Carlos Borbón aceptara aquellas treguas, sino que vio atreguados a los soldados y desatinados por ir a su demanda, y así no pudo, por excusar mayor mal, sino hacer lo que hizo en ir en su compañía. Que si es así o no, yo sé un día en que creo yo que lo sabremos, y hasta aquel entonces no se juzguen intenciones. [...]»37.



Si cuando más adelante, en Toscana, volvieron a tratar sobre ello el virrey y Borbón, «el Borbón no quiso aceptar aquellas treguas y sobreseimiento de guerra», ello no obsta para afirmar que a su juicio «no hubo quebrantamiento ninguno de treguas» porque el Papa las había quebrado primero: «Pues todos los derechos dan licencia que, al quebrantador de una fe y palabra, se le puede quebrar a él también la que se le diere»38.

Existe un interés de Cueva en conceder a la indisciplina un papel dominante en la intriga, y la justificación del asalto que Borbón da al capitán Morón es, precisamente, la recuperación de los territorios hostigados por el Papa. Si Cueva y Jiménez de Quesada coinciden en la interpretación ideológica del conflicto es porque, medio siglo más tarde, una de las explicaciones, la que acaba por consagrar el Emperador después de varias cábalas, se ha convertido en definitivamente oficial, y ya es Historia.

Las rápidas amistades recompuestas entre el Papa y el Emperador, implícitas en el final feliz de la coronación de Cueva, ha podido encontrarlas en la aclaración realizada por Jovio. Es la rebelión de Florencia la que vuelve a echar a Clemente VII en brazos del Emperador

«[...] el cual [el Papa] echado de la esperanza de volver a su patria olvidándose de la grandísima injuria que había recebido, con no esperado e increíble mudamiento de su dañado ánimo se volvió al Emperador, para que llamado el Emperador en Italia, se vengase de la fe rompida de sus ingratos ciudadanos»39.



Es bien conocido que las tropas saqueadoras, de cualquier nación, no se andaban con remilgos, pues se sentían amparadas por el derecho de guerra que les permitía la sociedad del Antiguo Régimen, en este hecho de armas como en cualquier otro40. Lo significativo de éste es que el Emperador había mantenido preso por diez meses al dirigente de la Cristiandad, y esa era la mayor piedra de escándalo para políticos, intelectuales y fieles de 1527: Carlos V trataba en la práctica al Papa como príncipe temporal, lo que indiscutiblemente también era, pero con su actitud política el Emperador parecía estar reduciendo al Pontífice a esa función. Si a ello se une la violación de templos, monasterios, sacerdotes y monjas, y el robo, venta y reventa de veneradas reliquias -en una de las transferencias de riqueza a manos populares de mayores proporciones en la historia de la Cristiandad-, se comprende que el significado ideológico de este hecho de armas adquiera una relevancia ajena a otros. Cuando después del saqueo de Roma, el ejército pontificio de la Liga, dirigido por Lautrec, asalta Pavía, insiste Jovio en que

«[...] toda la saquearon con tan maldita crueldad de los vencedores, que no se perdonó a los monesterios, ni donde estaban las monjas, ni a las iglesias. Aunque Lautrec tuvo mucho cuidado de defender la honra de las mugeres»41.



Quizás esta última preocupación que se atribuye a Lautrec es la que Cueva transfiere, con toda intención, a los soldados españoles, protectores caballerosos de las damas Colonna, dignos personajes de una posterior comedia de capa y espada.

Las diferencias de comportamientos de los soldados por naciones, que con tanta intensidad explota Juan de la Cueva, están más difuminadas en el relato de Jovio:

«Entre todos, sólo los tudescos con su nunca domada fiereza, aún no hartos con los despojos de la ciudad, como tenían por sospechosas las promesas de los mercaderes las desecharon con soberbia, y amenazaban al Papa y a todos los que estaban en el castillo con crueles tormentos si no les daban presto la moneda»42.



El papel atribuido a Morone en la Comedia, al que se confronta con Borbón y con Gonzaga para sustentar la ilicitud del asalto, sugiere una fuente de información italiana, ya que los relatores de sucesos españoles apenas si se ocupan de mencionar a este personaje histórico por su nombre43, y además el único alto mando imperial de quien se documenta disidencia en este punto es del Marqués del Vasto, en unas y otras fuentes. Es, por tanto, posible, que Cueva introduzca este nombre histórico no sólo para no manchar la hoja de servicios del Marqués del Vasto, sino como consecuencia del papel que Morone tiene en las negociaciones para la liberación del Papa, lo que ha podido conocer por Jovio:

«[...] para componer la libertad del Papa, en gran manera trabajando en ello Pompeio Columna y Hierónimo Morón, los cuales habiéndolos reconciliado el Papa, trabajaron mucho en el negocio habiéndoles hecho muy grandes y liberales promesas el Papa, y habiéndolos ablandado con piadosos ruegos, y con esto reduzido a su parte, que en gran manera y con razón favorecían a la determinación del Emperador que había traído Fray Angelo fraile francisco»44.



Las razones de la coronación en Bolonia coinciden en parte con las que da toda la historiografía antigua y moderna: la pobreza y ruina de Roma, las tareas políticas imperiales en Alemania y Hungría45. Desde el abandono de Roma hasta la coronación imperial de 1530 aún sucedieron muchas cosas: la enfermedad del Papa, el Tratado de Barcelona de junio 1529 que permite a los Médicis recuperar Florencia, la Paz de Cambrai por la que el rey de Francia abandonaba sus aspiraciones (agosto de 1529). Sólo a fines de ese mismo año Carlos V reunía a los príncipes italianos en Bolonia, adonde se había desplazado en el verano de 1529. Pero la cronología y la veracidad de los hechos ha importado poco a Cueva, frente al teatro. El ejército imperial, que él traslada inmediatamente de Roma a Bolonia, acude en realidad a Nápoles y luego a Florencia, a sendas campañas militares. Con motivo de la investidura imperial sí va a Bolonia, un año y medio después, pero no viene de Roma: los del Marqués del Vasto y el Príncipe de Orange vienen desde el Arno y la Toscana46.

La coronación imperial está muy detalladamente descrita en Jovio47, aunque los testimonios sobre la ceremonia, gráficos y artísticos, son muy abundantes48. Cueva ahorra muchos detalles de la posible fuente49 para centrarse sólo en la investidura estricta (pp. 98-99). El ceremonial se realiza miméticamente con respecto al decorado romano:

«Eran todas las cosas aparejadas a la forma de la iglesia de San Pedro y nuevos nombres puestos a las capillas, para que cada cosa por sí correspondiese a la antigua costumbre de los libros del Papa...»50.



Salviati caminaba a la derecha del Emperador, y hubo gran cuidado en todos los elementos de ritual: espada, cetro, globo y diadema, que colocaban al mismo nivel de sacralidad al Papa y al Emperador. La coronación en San Petronio, la explicación de las tres coronas que poseen los emperadores -que Cueva conoce- y el resto de rituales de aquellos días, sí pueden proceder, muy resumidamente, de los detalles de Jovio51. Quizás Cueva ha seleccionado también, de entre todas las presentes, la figura de Salviati, aparte por otros motivos importantes que no puedo tratar aquí, por su papel destacado en la toma de juramento a Carlos V, después de que éste ha sido nombrado por los cardenales de San Pedro canónigo de su colegio:

«El Cardenal Salviato, según las palabras escritas en los libros de los Papas, así que de su voluntad sumariamente jurase haber de defender la dignidad del Papa perpetuamente, de este altar nombrado de las dos torres. Dos cardenales diáconos, el mismo Salviato y Rodolpho, hijos de hermanos de padre del Papa y sus sobrinos, le llevaron al umbral de la Iglesia»52.



Tras esos ritos, la misa solemne y la investidura por el Papa:

«En fin la suma de todo fue que al Emperador se le diesen los señales del Imperio de mano de Su Santidad. Así que habiendo el Papa hecho una solemne oración y rezándola continuamente, dio al Emperador que estaba arrodillado el cetro de oro [...] con el cual mandase piadosamente a todas las gentes, y también la espada desnuda, con la cual persiguiese los enemigos del nombre cristiano, y el pomo de oro, mostrando por él como a toda la redondez de la tierra rigiese con señalada piedad, constancia y virtud; y finalmente la mitra, antes que corona, con dos puntas alçadas y con muchos diamantes vistosa y señalada, la puso en su cabeza. El emperador piadosamente habiendo puesto su rodilla en el suelo y estando baxo, besó el pie al Papa y le adoró»53.



A continuación Carlos V recibe el nombre de emperador romano y suena con gran estruendo la artillería; luego confiesa y comulga. Los gestos de humildad del investido conmueven a la concurrencia. El cortejo recorre Bolonia y más tarde se celebra el muy conocido banquete imperial.

La ceremonia de coronación que Cueva describe reúne por tanto sólo los elementos rituales conocidos y bien descritos por muchos testigos presenciales, y Carlos V ratifica el juramento que se le propone; pero se modifica algo sustancial: quien corona es Salviati, no Clemente VII; a éste se reserva sólo la unción, aludida pero no realizada en escena54. Queda para otro momento el intentar entender los motivos. A todo observador del periodo conmovió profundamente que, a tenor de la volubilidad de los tiempos, el mismo que había sido prisionero y deshonrado por su armada sólo treinta y dos meses antes, coronara con sus propias manos a su agresor. Qué duda cabe que si éste es el momento en que los monarcas resultan divinizados, como hace Lasso de la Vega, y luego Lope, aquí se ha mermado la divinización a Carlos V.

Cueva hace desaparecer otros comentarios de Jovio. En el cap. XXXI de la traducción italiana, Domenichi, siguiendo el original (lo que no hace Villafranca) celebra a Clemente VII porque, gracias a él

«[...] gli spagnuoli furono talmente mandad e menati fuora [...] Per questo atto [...] i popoli quasi di tutta l'Italia, et specialmente di Lombardia, con lodi grandissima celebravano la prudentia del Papa, la giustizia dell'Imperatore, e'l giudizio e Popera della Signoria di Vinegia, che sendo per loro incomparabil benificio liberati da rapacissimi e crudelissimi soldati, pure allhora cominciassero a sperar bene della libertà, della vita et delle faculta loro»55.



Y en la etopeya incluida a la muerte de Clemente VII en 26 de Septiembre de 1534, vuelve a repetir que «liberò gran parte de l'Italia della dolorosa stranezza de soldati spagnuoli»56.

Dado el nacionalismo militante de Cueva, podemos suponer también una reacción en ese punto al antiespañolismo de Jovio y la defensa insistente e ideologizada del comportamiento español en los sucesos de Roma, conducta desmentida abundantemente por la documentación histórica57. Es muy significativo que en la Comedia de Cueva el comportamiento de los mandos sea turbio y problemático, diste de ser ejemplar -en especial el de Gonzaga-, en contraste con el de los soldados, y que a la vez ninguno de los dirigentes militares sea español.

Al reducir y simplificar los hechos históricos, Cueva ha introducido en el público algunos puntos de reflexión nucleares: la impotencia del capitán general es el principal resorte dramático, unido al ardor guerrero de los soldados españoles y alemanes y a la codicia de algunos mandos. A medida que la obra avanza, hay un aumento de la invención dramática frente a la historia: el episodio del espía, el hallazgo y sepultura del cadáver del Condestable, el cautiverio y liberación de las damas romanas, la pelea entre un soldado español, Farias, y un luterano (sintomáticamente un «sin-nombre», sólo mencionado por su condición de «alemán»), y la muerte del lansquenete raptor de monjas, con su tratamiento ideológico y su intención derivada, son de la musa de Cueva, aunque puedan tomar pie en situaciones reales. Se afianza también la visión nacionalista española (no imperial) del hecho de armas, y muy en especial el comportamiento honorable y caballeroso de los soldados españoles, en contraste con los lansquenetes. Aparecen como modelo de conducta personal y militar, uniendo por tanto honor nacional y honor individual, en lo que ha de considerarse una figura retórica de repetición, destinada a persuadir al lector de un asunto fundamental en el que no quiere que quepan equívocos58. La marcha del campo para Bolonia, enteramente ficticia, supone una elipsis temporal que permite ahorrar a la memoria colectiva y a los espectadores de la huerta de Doña Elvira la reviviscencia de los largos horrores del saco, resumidos sólo por el mensajero de manera piadosa para con los vencedores, sobre todo si son españoles. Las dos escenas principales de la jornada IV, la que reúne a Gonzaga y al capitán Sarmiento, destinada a revisar el problema del enriquecimiento de la milicia -entreverado con lo risueño insólito, el relato de la borrachera del correo de Barcelona que informa del saco-, y la de la coronación del Emperador, persiguen más el efecto dramático e ideológico que el rigor histórico. Se subraya, en fin, el conflicto entre personajes, una de las características de sus dramas nacionales59. Junto a los momentos de alcance lírico -otros cómico y otros épico-, se unen formas de ironía y de reflexión para el espectador. Parece que Cueva ha querido encarnar la Historia grande en las historias pequeñas e individuales; recurso, por cierto, muy eficaz desde el punto de vista dramático y argumento de comunión imbatible hacia sus espectadores, en un momento en que el teatro quiere conectar con un público de corral más abierto, o más amplio60. Para Cueva la moral seguiría siendo superior a la política, lo que cabe esperar de un discípulo de Mal Lara. Y así lo había sentenciado en el célebre pasaje de su Epístola dedicatoria a Momo:

«[...] la comedia es imitación de la vida humana, espejo de las costumbres, retrato de la verdad, en que se nos presentan las cosas que debemos huir o las que nos conviene elegir, con claros y evidentes exemplos...»61



El drama histórico tiene una responsabilidad reformadora de los comportamientos, debe poner en guardia contra algunos modos de gobierno y, en este caso, contra maneras de hacer la guerra.






Referencias bibliográficas

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