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Sección tercera

Leyendas

[93]

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Traición por amor

I

 
                                          Mientras lento el sol declina
a más lejano horizonte
envuelto en sutil neblina,
suena de Bulke en el monte,
el rumor de una bocina. 5       
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
 
                                       De pronto el galope de muchos caballos      
sonará en las selvas, y con frenesí
de Bulke salieron sabuesos, vasallos,
tras de colmilludo, negro jabalí.
 
     En contra se lanza con ímpetu fiero 10
cual leve fantasma que empuja aquilón,
el rey de Inglaterra, gentil caballero,
que va cabalgando en fiero bridón. [94]
 
     Blandiendo la lanza clamó de esta suerte:
�Monteros, monteros, aparte, que a m 15
�me toca, por Cristo, el darle la muerte.�
Y al punto a sus plantas cayó el jabalí.
 
     En tanto que el bruto luchaba, la lanza
el Rey en la nuca metióle sagaz;
y si de los suyos aplausos alcanza, 20
en nada se altera su tétrica faz.
 
     Decían los pajes: -�A haceros justicia
(y aquesto decían los nobles también),
jamás en la tierra se vio tal pericia.�
Y el Rey sonreía con frío desdén. 25
 
                                         Y luego con vivo afán       
y con el duro acicate,
el Rey los ijares bate
de su brioso alazán.
     Y de su tropa es de ver 30
cómo marcha a la cabeza,
solo, sí, con su tristeza
que le persigue do quier.
     Hasta que un joven gallardo
a aquel sitio sobrevino, 35
y acercóse junto a Edgardo
que seguía su camino. [95]
     �Por qué a ese recién llegado
así te acata la grey?
Porque es del Rey el privado; 40
y el privado, ese es el rey.
     -Señor, le dice al Monarca,
pues mis cuidados lo exigen,
decid �de do toma origen
el dolor que en vos se marca? 45
     Pálida está vuestra faz:
vuestra dicha me interesa;
por tanto, señor, me pesa
de ese silencio tenaz.
     De la caza el frenesí, 50
el ejercicio violento
os daban contentamiento.
�Por qué no sucede así?
     Y pues a solas los dos
estamos, de esa inquietud 55
revelad la causa vos:
bien conocéis a Ethelwood (5).
     -Siempre me fuiste leal,
mas que conozcas es bien,
que ignoro, Enrique, también 60
el origen de mi mal. [96]
     Siento por todo un fastidio
que no alcanzo a remediallo:
la suerte, Enrique, le envidio
al mas ínfimo vasallo. 65
     -Tal vez podría el amor...
(permitidme que os lo indique)...
-�Y tú lo crees, Enrique?
-Es muy posible, señor...
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
     -Si Elfrida de Devonshire 70
es cual la fama pregona,
mi tálamo y mi corona
con ella quiero partir.
     -Tal es ya mi voluntad:
partirás.-Hélo entendido, 75
y os estoy agradecido.
-Confío en tu lealtad.
 
II
 
                                        En una feraz llanura,
y a las márgenes de un lago,
se eleva con sus almenas 80
de Devonshire el palacio,
morada del noble Duque,
señor de muchos vasallos.
     En un salón del castillo
verse al Duque mano a mano 85 [97]
conversar con un mancebo
muy discreto y muy gallardo:
ese es Enrique Ethelwood
ese es del Rey el privado.
 
     -Señor Duque, no os asombre, 90
si yo las gracias os doy
del rey Edgardo en el nombre,
pues que su intérprete soy.
     -Al Rey le podéis decir
que su plan secundaré, 95
que está empeñada mi fe
y me llamo Devonshire.
     -Gracias, gracias, está bien;
pero dejando este punto,
quiero hablaros de otro asunto 100
de grande interés también.
     �Ah! �Duque, loco de amor
estoy por una doncella,
la más gentil, la más bella!...
�Es un ángel de candor! 105
     Sin ella, �ay Dios! para mi
carga insufrible es la vida.
-�Y sabéis su nombre? -Sí.
-Decidme: �cuál es? -Elfrida.
     -�Será mi Elfrida quizá? 110
-Ella fue quien de improviso... [98]
-Pues lograsteis mi permiso,
Contadla por vuestra ya.
 
III
 
                                        Solo se encuentra Ethelwood
de Devonshire en el parque, 115
harto se ve que devoran
su pecho crudos pesares:
su mirar parece inquieto,
angustioso el pecho late:
tan pronto alza la cabeza 120
en actitud suplicante,
y mira al cielo; tan pronto,
con violentos ademanes,
parece que a sí se culpa
de débil y de cobarde. 125
Al fin siéntase al abrigo,
y al pie de robusto sauce;
y su lánguida cabeza
encima su pecho cae:
abrumado en reflexiones, 130
ni aun percibe el viento suave
que agita con manso ruido
el sonoroso ramaje.
     -�Terrible fatalidad!
Me dijo al partir el Rey, 135 [99]
Tal es ya mi voluntad...
�Y su voluntad es ley!
     Mas; yo he de vencer mi estrella;
siéntese en el solio Elfrida...
�Ah! no, no, que me es sin ella 140
insoportable la vida.
 
     La duda vese pintada
de Ethelwood en el semblante.
Y en su pecho dos pasiones
luchan con feroz embate. 145
     -Cese mi temeridad.
El Monarca me decía:
�Confío en tu lealtad!...
Pues el Rey en mí confía,
     vileza en mi no se encierra; 150
a costa de mi sufrir
reina será de Inglaterra
Elfrida de Devonshire.
     Cumpliré con la misión
que me cupo... �Cruel suplicio! 155
es debido el sacrificio.
�Silencio pues, corazón!
 

IV

 
                                        Al castillo se adelanta
          Ethelwood, [100]
y oye a su Elfrida que canta 160
al dulce son del laúd.
     Fija Enrique una mirada
          en derredor,
y oye atento la balada:
es una queja de amor. 165
 
     Con voz fuerte y decidida
          exclamó
de pronto el mancebo: -�A Elfrida
ver con mi rival?... �No, no!
 
     �Amor tiene en mí un derecho 170
          y una ley,
que puede más en mi pecho
que lo que debo a mi Rey!
 
      Pese a mi suerte villana,
           tú serás 175
mi esposa, Elfrida, �mañana!
del rey Edgardo �jamás!
 
V
 
                                        A la mañana siguiente
Ethelwood y el rey Edgardo
conversaban muy a solas 180 [101]
en un salón del palacio.
     En meditadas razones,
y la verdad disfrazando,
habló de Elfrida Ethelwood,
y condenó como falso, 185
lo que la fama decía
de sus hechizos y encantos.
     La narración escuchaba
muy atento el rey Edgardo,
y una sospecha cruzó 190
por su mente como un rayo.
Mas... desechóla. -Creía
en la fe de su privado.
     Si el Rey hubiera atendido
de Ethelwood al rostro pálido, 200
si más que todo, en sus ojos
su vista hubiese fijado,
hubiera el Rey comprendido
que puede mentir el labio,
y que es posible en el mundo 205
ser víctima de un engaño,
del que de nuestra confianza
es solo depositarlo.
     Ethelwood ante su Rey
sentía un dolor amargo, 210
en su agitación febril
los ojos se le nublaron, [102]
y parecióle encontrarse
a otra esfera trasportado.
Un infierno era su pecho. 215
Era su cabeza un caos;
quiso revelarle al Rey
del corazón los arcanos,
mas una fuerza terrible
sellaba tenaz sus labios... 220
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
     Por una mujer hermosa
quebrantó lo más sagrado.
Corresponderá su amor
�sabría la dama acaso?
     Es muy común en el mundo 225
el suceder lo contrario:
es común en las mujeres
pagar amor con agravios.
 
VI
 
                                        Aunque estaba ya casado
Ethelwood creyó preciso 230
pedirle la venia al Rey,
pues se decía a sí mismo:
-Es fuerza que llegue un día
mi boda del Rey a oídos;
y entonces, �cuál es mi suerte? 235 [103]
Cuando sepa que he vendido
la confianza que en mi puso,
tal vez me espere un suplicio.-
 
     Así tras muchos rodeos
pidióle al Rey su permiso 240
para contraer enlace
con Elfrida. -Luego dijo,
que aunque Elfrida carecía
de belleza y atractivos,
sucesora era de un duque, 245
señor de vastos dominios.
Enlace de conveniencia,
y no de amor, es el mío.-
     A estas palabras, Edgardo
alzó la cabeza altivo, 250
y en su rostro se pintaron
sentimientos muy distintos:
-�Ay! me ha engañado, -decía,
de su pecho en lo mas íntimo.
     La idea de que Ethelwood 255
faltaba a lo prometido,
encendió la ira en su pecho...
-Castigar quiero al inicuo.-
Y al deseo de venganza
dio en su corazón abrigo. 260 [104]
 
     Miróle Enrique Ethelwood,
y sintióse arrepentido
de haber osado pedirle
para su enlace permiso.
Mas volver atrás no pudo: 265
aunque al fin de este camino
vio con asombroso espanto
un profundo precipicio
volver atrás no podía;
el seguir era preciso. 270
 
     -�No contestáis? dijo al Rey
con dulce acento, sumiso.
-Bien me parece el enlace,
alcanzaste mi permiso.
     El Rey dio su asentimiento, 275
mas en su rostro marchito
y en su mirar descubría
un furor mal reprimido.
 
VII
 
                                        Era una tarde... ya apenas
del sol el pálido brillo 280
ilumina de un castillo
las elevadas almenas...
Débil luz las cumbres dora:
es del silencio la hora. [105]
 
     Cuando más dulce es la brisa, 285
cuando allá en el firmamento
alguna estrella indecisa
vislúmbrase en un momento,
cuando del ronco Océano
suena el eco más lejano. 290
 
     Cuando con rara porfía,
de algún árbol en la copa,
de pájaros una tropa
el morir canta del día;
cuando el sol las cumbres dora... 295
Del silencio esta es la hora.
 
     En el castillo una dama,
de doncellas circuida,
con voz triste y dolorida
de aquesta manera exclama: 300
-Es horrible esta inquietud.
�Aun no ha venido Ethelwood?-
 
     Y una doncella: �Aun es hora,
vendrá aun vuestro consorte:
algún negocio en la corte 305
ocuparále, señora.
Cese pues vuestra impaciencia.
-�Ay, yo no vivo en su ausencia! [106]
 
     Además, pálido, inquieto,
de cada día le miro; 310
a veces lanza un suspiro,
signo de pesar secreto...
si le interrogo, contesta:
-Es una historia funesta.
 
VIII
 
                                        En aquel instante 315
rechina la puerta:
ha entrado Ethelwood
marchito el semblante,
su boca está yerta:
jamás tal se vio... 320
Parece salido
de negro ataúd.
 
     Abraza a su Elfrida:
-Hablar me es preciso
a solas con vos. 325
-�Qué queréis, mi vida?
-(�El hado lo quiso!...
es bien que me explique.)
-Ya a solas, Enrique,
estamos los dos. 330
 
     -Sentémonos lo primero. [107]
Permitid que haga memoria...
Es una funesta historia
la que referiros quiero.
 
     -�Tiene esta historia con vos 335
relación? -Sabréislo luego.
En tanto, Elfrida, por Dios,
no interrumpáis, os lo ruego.
 
     Mandó un rey a su vasallo
a ver una hermosa dama, 340
sobre al cual ya la fama
diera favorable fallo.
 
     El Rey dijo al paje: �Ve;
si es cual la fama pregona,
mi tálamo y mi corona 345
con ella repartiré.-
 
     Llegó el paje a la mansión
do vivía la doncella.
Y el paje el corazón
gimió cautivo por ella. 350
 
     Del paje en el pecho insano
luchó amor con el deber.
-Y �cuál venció? -La mujer [108]
pudo más que el soberano.
 
     -�Al fin casáronse? di. 355
-Y adversa suerte les cupo.
-�El Rey acaso lo supo?
-Elfrida, creo que sí.
 
     Que una tarde deliciosa,
cual esta, díjole el Rey: 360
�Quiero conocer tu esposa.�
Su voluntad era ley.
 
     Fue el paje... y a su mujer
le habló... cual yo os hablo ahora:
�El Rey os ama, señora; 365
gran prudencia es menester.�
 
     �Recordad que en mi dolor,
que más que a todos me alcanza.
Sois vos mi única esperanza,
que amor solo pide amor.� 370
 
     �Recordad que para mí
vuestra voluntad fue ley.�
-�Qué decís, Enrique? -Sí.
Abrióse una puerta. [109]
 
              UN UJIER
                                 El Rey. 375
 
IX
 
                                        -Señor, soy vuestro vasallo.
-Este, Enrique, es un Edén:
envidia causa mirallo.
�Esa es tu esposa? Está bien.
 
     Inmensa felicidad 380
logras aquí. Te es debida.
�Y vos sois feliz, Elfrida?
-�Señor! -Lo sois en verdad.
 
     Que en la tierra el bien mayo
en los tronos no se encierra. 385
El bien mayor en la tierra
es verse amado. -�Señor!
 
     Fijó el Rey en Ethelwood
una mirada siniestra,
y luego volvió sus ojos, 390
miró a Elfrida con cautela,
y Elfrida medio asombrada
bajó los suyos a tierra, [110]
mientras el Rey proseguía
hablando de esta manera: 400
 
     -Dulces los halagos son
de amor... Más si está sereno,
y a remordimiento ajeno,
del amante el corazón.
 
     Bien lo sabes, Ethelwood, 405
tú en quien son tan poderosos
los sentimientos honrosos
de amor y de gratitud.
 
     Fié en tu rara lealtad;
más que en ninguno, por eso 410
te he colmado con exceso
de favores. -Es verdad.
 
     -De ello no me pesa, Elfrida.
Añadió el Rey con desdén,
pues lo agradece harto bien. 415
-Es vuestra, señor, mi vida.
 
     -Mi vida es vuestra, señor.-
Levantóse el soberano:
-�Sí! �tu vida está en mi mano!
�Mía es tu sangre, traidor! 420 [111]
 
X
 
                                  En lo hondo del valle y allá en las colinas.
Al ímpetu crujen del fiero huracán
los robles robustos y añosas encinas,
que ya de su pompa desnudas están.
 
     Las hojas se elevan formando coluna 425
en nube de polvo. �Fugaz ilusión!
Separanse luego. No queda ni una
sin ser el juguete del fiero aquilón.
 
     Negruzcas las nubes ocultan el cielo
que el rayo ilumina con su claridad; 430
dos águilas cruzan con rápido vuelo,
huyendo azoradas de la tempestad.
     Del bosque en lo espeso con marcha segura
ya trota, ya vuela fogoso corcel;
y un hombre cubierto de negra armadura 435
con raro abandono montado va en él.
 
     �Con frente serena tal vez desafía
de las tempestades el crudo rigor?
�Quién es ese joven de tanta osadía?
Enrique se llama, del Rey servidor. 440 [112]
 
     El Rey te ha mandado con cargo secreto
al Norte, al condado de Northumberland;
y clava la espuela el joven inquieto,
y suelta las riendas al fiero alazán.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
 
           Cual virgen tras de una reja, 445
      la melancólica luna
      ya entre nubes se bosqueja,
      y en las aguas se refleja
      de la tranquila laguna.
 
     Enrique camina por lóbrega senda, 450
fatídica idea le agita quizá;
cayó de su mano de pronto la rienda,
de nada se cura su potro do va.
 
XI
 
                                    -�Villanos, villanos! -Doliente gemido
del pecho de Enrique confuso salió; 455
del potro en que iba, en sangre teñido,
                    Al suelo cayó.
 
     En torno se miran algunos jinetes
cubiertos sus rostros de negro antifaz
de malla vestidos, con férreos almetes 460
                    que brillan asaz. [113]
 
     Empuñan sus diestras puñales desnudos;
mas �ay! que no brillan: jamás brillarán;
que en sangre de un hombre sus filos agudos
                    teñidos están. 465
 
     Contemplan a Enrique, que yace tendido;
en tanto que exhala su aliento postrer
exclama: -Comprendo, �oh Rey fementido!...
                    �Maldita mujer!
 
XII
 
                                              Al salir el nuevo día 470
      de Ethelwood el cuerpo inerte
      hallóse en la selva umbría:
      su rostro que heló la muerte
      de escarcha resplandecía.
 
           Enrique Ethelwood reposa 475
      en el sitio do muriera:
      nunca jamás de su esposa
      ni una lágrima siquiera
      bañó benigna la losa.
 
           Así termina la historia: 480
      �Elfrida llegó a perder
      �con su extrañeza notoria [114]
      �de su esposo la memoria.
      �Es tan frágil la mujer!
 
           �Poco después de morir 485
      �Ethelwood, viose subir
      �Al trono de la Inglaterra
      �(con asombro de la tierra
      �a Elfrida de Devonshire.� [117]





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Margarita

I
 
                                           Hay una extensa, irregular llanura,
que tapizada de fragantes flores,
goce a los ojos sin cesar procura
con sus variados, vívidos colores.
Nunca jamás mostró naturaleza,

5

      
mejor conjunto de mayor belleza.
 
     Dulce, suave ambiente perfumado,
circuye el valle que la vista encanta:
�Ay del que entró! �Ay del que habiendo entrado
allí detuvo su indiscreta planta!

10

Aunque resista con tenaz empeño,
le embarga al punto deleitoso sueño. [118]
 
     Se desvanece con el dulce aroma,
ve entonce el mal que de su acción resulta;
pretende huir... Mas ni un partido toma;

15

que allí una mano le encadena oculta.
�Ciego mortal! si el albedrío te resta,
Evita, evita esta mansión funesta.
 
     Aire infestado orea estos pensiles;
entre las flores, con susurro blando,

20

a millares se arrastran los reptiles,
veneno de su boca destilando.
Allí la sierpe está de odioso nombre
que muerte trajo y perdición al hombre.
 
     �Cuál es, decís, esta mansión impura?

25

Que es de los vicios la mansión, respondo.
A cada paso se abre en la llanura
hórrido abismo que no tiene fondo,
y el hombre iluso, absorto en sus errores
sobre el abismo no ve más que flores.

30

 
     Lindando con el valle maldecido,
se eleva una montaña, en cuya altura
un majestuoso templo está erigido,
de bella, peregrina arquitectura.
Vivos destellos arden en la cumbre,

35

de pura, excelsa, inextinguible lumbre. [119]
 
     Mas �ay! muy triste y áspero y penoso
es el sendero que a la cumbre toca:
�siempre a su pie el abismo pavoroso!
�Siempre siguiendo la escarpada roca,

40

que ni una flor entre sus grietas cría!
-Y este sendero a las virtudes guía.-
 
II
 
                                        Entre el odioso valle y la montaña
hay un camino.-Virginal doncella,
cuyo candor ni un pensamiento empaña,

45

imprime en él su limitada huella
con lento paso, mientras con fe mucha
la voz de un ángel extasiada escucha.
 
     Siguen:-de pronto del inicuo valle
un hombre surge de expresión siniestra:

50

sin que el temor sus ímpetus acalle,
coge a la joven con su impura diestra.
-No más el ángel tu atención absorba;
dijo, y lanzóle una mirada torva.
 
     Detuvo el paso la doncella pía;

55

estremecióse, insólito recelo
su mente perturbó, mientras sentía
dañado el cuerpo en un sudor de hielo, [120]
-Ese estupor sacude: amor te invita...-
Y exclamó el ángel bueno: -�Margarita!

60

 
     Piensa en el Dios que al réprobo castiga,
y al justo premia con la eterna palma.-
Piensa que al mundo un vínculo te liga.
En tu alma piensas. -�Quién creyó en el alma,-
ni en su futura misteriosa suerte?

65

No hay nada, �hermosa! mas allá de muerte.
 
     Tu corazón en éxtasis palpita:
�Viva inquietud no te domina acaso?
En este valle, que al placer incita,
entremos... ven: yo guiaré tu paso.

70

Goza el presente, ya que un velo oscuro
a tu mirada oculta lo futuro.
 
     Disipa el goce estériles enojos;
ven -añadió el espíritu nefando;
y el ángel bueno se cubrió los ojos,

75

y un suspiro benéfico exhalando:
-A la mansión del mal te precipita,
exclamó, �Margarita! Margarita!-
 
     Y la doncella, con violento impulso,
corrió hacia el ángel y evitó su daño;

80

y el vil astuto réprobo, convulso [121]
mordióse el labio con furor extraño.
-Nada alcancé... No importa: otra asechanza.-
Y hacia su objeto codiciado avanza.
 
     Hacia la joven que con rostro ufano

85

vía del monte la escabrosa falda,
mientras el guía celestial su mano
ledo apoyaba en su gentil espalda.
-�La eternidad! Ante ella �qué es, pregunto,
la vida? Nada: un despreciable punto.

90

 
     Y el ángel vengativo del averno,
tras de la joven arrastróse astuto,
disimulando su rencor interno.
�Oh que aspiraba a inapreciable fruto!
Así exclamó, doblando humildemente

95

hacia la tierra su villana frente:
 
     -�Ah, Margarita! tu semblante adusto
truéquese ya; feliz si lo consigo:
es ofensivo tu recelo, injusto;
si no tuviste más leal amigo
nunca, �por qué tu juicio está perplejo?

100

�Por qué, por qué no acoges mi consejo?
 
     Y la reina serás de los placeres,
de boca en boca volará tu nombre; [122]
envidiada de todas las mujeres,
un ídolo en la tierra para el hombre:

105

al valle ven... (obtuve la victoria.)
Di: me deslumbra tan excelsa gloria.
 
     Dilo -seguía con ferviente anhelo,
el ángel malo, inquieto ya y confuso.
-No: sobre el valle nunca brilla el cielo,

110

la pura joven con valor repuso,
huye, infernal espíritu malvado:
mi corazón a Dios está entregado.-
 
     El ángel malo se quedó suspenso:
-�Se aleja al fin la que mi orgullo agravia!-

115

Y un alarido interminable, inmenso,
lanzó cual signo de impotente rabia,
mientra escupía del mezquino seno
por boca y ojos destructor veneno.

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