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[179]

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La hermosa Elena

(7)
I
 
                                             Junto al Genil que recorre
el exterior de Granada,
medio en pie, medio arruinada,
se eleva una antigua torre,
de las Infantas llamada. 5       
     Sus salas están desiertas,
desierto también su hogar;
sus ventanas y sus puertas
de continuo están abiertas,
y abiertas de par en par. 10
     Cerca de doscientos años
que nadie en la torre aquella
reside; tan solo en ella [180]
de pastores y rebaños
vese marcada la huella. 15
     Y aquel sitio fue un pensil
do vivió la hermosa Elena,
doncella la más gentil
que viose en la orilla amena
del cristalino Genil. 20
 
II
 
                                        El paje Ruiz de Alarcón
sale a respirar el aura
flor la vega que circuye
la ciudad como guirnalda.
Jamás se viera mancebo 25
de tanta hermosura y gracia:
los ojos lleva tras sí
de cuantos mirarle alcanzan.
Diez y ocho abriles tendría,
edad bienaventurada, 30
en que en el rostro se pintan
las ilusiones del alma;
ensortijadas guedejas
caen sobre sus espaldas,
y flotan graciosamente 35
al leve impulso del aura;
su izquierda apoya en el puño [181]
de una damasquina espada;
lleva en la diestra un azor
con pihuelas en las garras; 40
de repente un estornino
salió de espesa enramada,
y el paje soltó el azor,
y el azor tendió sus alas,
y fue con rápido vuelo 45
en pos del ave cuitada,
y al fin azor y estornino
entraron en una estancia
de la torre tan famosa
llamada de las Infantas. 50
Atento Ruiz de Alarcón
espera al azor que salga,
y espera en vano, y al fin
de tanto esperar se cansa...
Y el paje Ruiz de Alarcón 55
dijo entre si estas palabras:
 
           ALARCÓN
     Pues mi señora Isabel
en tanto estima su halcón,
no ha de ser Ruiz de Alarcón
quien se presente sin él: 60
 
Voy a llamar.-Acercóse [182]
y llamó a la puerta.... Nada.
Volvió a llamar: solo el eco
le respondía en las salas;
llamó una vez y otra vez, 65
-Mi negra suerte mal haya,-
exclamó Ruiz de Alarcón
perdiendo ya la esperanza;
 
Mas aplicó sus oídos,
y se dibujó en su cara 70
una indecible alegría:
sonaron dentro pisadas.
 
III
 
     Una graciosa doncella,
entreabriendo una ventana,
al paje Ruiz de Alarcón 75
le dirigió estas palabras:
 
           ELENA
�Qué queréis?
 
        ALARCÓN
                       El cielo os guarde.
Perdonad mi indiscreción,
Señora, solté esta tarde 80 [183]
a un estornino mi halcón,
y entraronse ambos a dos
en vuestra feliz morada.
Una gracia señalada
quisiera alcanzar de vos. 85
 
           ELENA
�Qué queréis? Hablad, mancebo,
que en ello placer me dais.
 
        ALARCÓN
Pues os ruego que me abráis
esta puerta.
 
           ELENA
                   �Oh! no me atrevo. 90
 
        ALARCÓN
Es bien que mi estado advierta,
Señora, vuestra porfía.
 
           ELENA
No; que me dijo mi tía:
A nadie abrirás la puerta.
 
        ALARCÓN
Pero mis ruegos quizás... 95 [184]
 
           ELENA
En vano son, no transijo,
mi tía al salir me dijo:
La puerta a nadie abrirás,
mas que todo es tu recato;
y aunque sea a mi pesar, 100
yo no puedo quebrantar
de aquella anciana el mandato.
 
        ALARCÓN
Quien tanto encanto atesora
como vos, no puede, no,
permitir que vuelva yo 105
sin halcón a mi señora.
Hermosa joven, ceded.
 
           ELENA
Es justo que os abra, sí:
 
        ALARCÓN
Otorgadme esta merced.
 
           ELENA
Pero �mi tía? �Ay de mí! 110 [185]
 
IV
 
                                        Cerró Elena la ventana,
abrió la puerta, y el paje
silencioso traspasó
del palacio los umbrales.
Y la graciosa doncella 115
dijo con voz vacilante:
 
           ELENA
Me dijo mi tía: cuenta,
la puerta cerrada esté;
su mandato quebranté,
�quiera Dios no me arrepienta!- 120
     Era la hora tranquila,
era el caer de la tarde,
cuando es más dulce el susurro
de la brisa entre los árboles,
cuando olas dulces parecen 125
los gorjeos de las aves;
cuando es más dulce el murmullo
del arroyo deleitable:
empero a Ruiz de Alarcón
pareció que le agitase 130
un extraño pensamiento,
mientras con gentil talante [186]
fue y hablóle a la doncella,
que estaba junto a un estanque.
 
        ALARCÓN
Niña, si por tu hermosura 135
cautivo está el corazón,
debo al halcón mi ventura:
�Bien haya, bien, el halcón!
Pues estamos sin testigo,
yo con acento sincero, 140
como un amigo a un amigo
mi amor revelarte quiero.
 
           ELENA
�Qué es amor?
 
        ALARCÓN
                        �Lo ignoráis?
 
           ELENA
                                               Sí. 145
 
        ALARCÓN
Qué, �no sabes todavía
lo que es amor, vida mía?
 
           ELENA
Jamás tal palabra oí. [187]
 
        ALARCÓN
Amor es una pasión
que las almas encadena: 150
transforma en un corazón
dos corazones, Elena.
 
           ELENA
�Dos corazones en uno?
paréceme cosa extraña...
 
        ALARCÓN
Y si el destino importuno 155
descarga con ruda saña
contra uno, �vive Dios!
si es mucho su amor, advierte
que sufren ambos a dos
los rigores de la suerte. 160
Y no en balde lo sospecho:
dicha sin amor no existe.
 
           ELENA
�Ah! decidme: �en qué consiste
que late agitado el pecho?
�Cielos! un golpe ha sonado. 165
Mi tía... salid. [188]
 
        ALARCÓN
                      �Por qué?
 
           ELENA
Su mandato he quebrantado.
 
        ALARCÓN
Pronto a verte volveré.
 
           ELENA
�Qué hacéis? 170
 
        ALARCÓN
                      Elena, perdón,
si tanta fue mi osadía.
 
           ELENA
�Ay! vuelve a llamar mi tía...
 
        ALARCÓN
Adiós: �bien haya el halcón!
 
V
 
           LA TÍA
�Niña! �por qué tan inquieta 175
te miro? Contesta, di.- [188]
     Elena no contestaba,
mas en su rostro gentil
pintóse horrible zozobra.
 
           LA TÍA
�Qué ha sido? Contesta, di. 180
 
           ELENA
�Ay tía! no os cause enojos.
 
           LA TÍA
Contesta a lo que pregunto.
 
           ELENA
-Lo que hoy han visto mis ojos
voy a narraros al punto:
Tía, en aquel corredor 185
buscando refugio vino
un inocente estornino
contra carnívoro azor.
Oculta en aquel madero
el ave tierna y sencilla, 190
con acento lastimero
piaba �pobre avecilla!
Cuando sobre ella �ay de mi!
cayó el azor �triste suerte! [190]
Yo en las garras de la muerte 195
al pobre estornino vi.
 
           LA TÍA
Comprendo tu agitación,
y es justa, es laudable, Elena;
mas tu semblante sereno,
da sosiego al corazón. 200
 
VI
 
                                        A la soberbia mansión
do vivía la doncella,
dos veces vino Alarcón,
afectando una pasión
que no sentía por ella. 205
Le adoraba con locura
la niña, cada vez más.
�Ay! sus días de ventura
volaron, cosa es segura,
para no volver jamás. 210
Por un tiempo se la vio
el rostro descolorido,
vagando sola y errante
y exhalar a cada instante
un doloroso gemido. 215 [191]
Y de sus ojos brotaba
copioso llanto también
que su mejilla abrasaba.
�Por qué la infeliz lloraba?
Por un ingrato desdén. 220
Holló Alarcón, aquel paje
tan sencillo al parecer,
leyes de amor y deber:
vengó en Elena el ultraje
que le hiciera otra mujer. 225 [195]




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El desafío del moro

I
 
                                          Junto al puerto de San Juan
cerrado por su rastrillo,
hay un soberbio castillo
que construyó el musulmán.
     Ni un soldado, ni un espía 5       
ha quedado en sus almenas,
que las tropas agarenas
salieron antes del día.
     Retó un conde castellano
a Abenzil, valiente moro, 10
y este con fiero decoro,
dijo al heraldo cristiano:
     -Contestadle al caballero
que apenas mañana el sol
alumbre el suelo español, 15 [196]
en la llanura le espero.
     Y decidle (aunque en sí fía)
que escoja su mejor lanza,
que si es mucha su pujanza,
mucha es la pujanza mía. 20
     Alá os guarde...-
                                El mensajero
salió a galope; después,
sobre un potro cordobés,
salió Abenzil de guerrero. 25
     Tras él iba inmenso cuento
de jinetes y peones,
cien banderas, cien pendones
flotaban libres al viento.
     De la luna el tibio disco 30
brilló en lejano horizonte,
y cruzó el espeso monte
el ejército morisco,
     y al llegar a la llanura,
la luna lució siniestra 35
sobre Abenzil, cuya diestra
hizo sonar la armadura.
 
           ABENZIL
     Orgulloso fue par diez
el buen castellano. [197]
 
         UN MORO
                               Cierto. 40
 
           ABENZIL
A mis pies veréisle muerto.
 
         UN MORO
(Dijera mejor tal vez.)
 
II
 
                                        Fija se ve en las almenas
una mora muy gallarda:
tristeza indican sus ojos, 45
tristeza su frente pálida.
Ved �oh! ved cómo dirige
su vacilante mirada
desde la inmensa llanura,
hasta el pie de la montaña; 50
vedla sentada, y cuál corren
por sus mejillas las lágrimas:
un augurio harto fatal
es de su llanto la causa.
Mientras las olas se estrellan 55
contra la vecina playa,
mientras la gaviota altiva [198]
desde los aires se lanza
con la rapidez del rayo
sobre la mar agitada, 60
mientras el ábrego zumba
allá en la inmensa hondonada,
la joven árabe entona
estas sentidas estancias:
 
                                        -Ningún rumor el aire inmenso puebla 65       
          es mi hora ya.
El monte opreso está bajo la niebla,
mi mente opresa so el dolor está.
     No acrecentéis �oh rocas! mi tormento
          con vuestra voz; 70
que el dolor, el afán que en mi alma siento,
el alma despedazada, es harto atroz.
     Abenzil, Abenzil, moro querido,
          dime por qué
no despreciaste al Conde fementido, 75
de orgullo lleno y de mentida fe.
     Tu sangre quiere cual la Inmunda hiena
          solo beber.
Lloro, Abenzil, porque es fatal mi pena
lloro, Abenzil, porque nací mujer.- 80
 
             Cesa en su canto la mora
        al decir estas palabras, [199]
        y la niebla lentamente
        desciende de la montaña,
        y envuelve todo el castillo 85
        con tales sombras que espantan.
 
III
 
     �Cuyo será el rumor que lejos suena,
que se prolonga cual mortal gemido,
cual expresión de inextinguible pena?
               �Cuyo será? 90
     Traspasa el bosque hasta do está la mora,
y esta gozosa a sus esclavas llama.
-�Es Abenzil el que mi pecho adora!
               Mi amante es ya.
     Pensaba yo que el Conde castellano 95
vencer debía a mi Abenzil �oh necia!
que Abenzil castigó con propia mano
               al descortés.
     Hélo que viene por la umbrosa selva,
�Ah! cuán dulce será, Fátima hermosa, 100
cuando del duelo victorioso vuelva,
               verle a mis pies.
     El monte por do cruza el vencedor,
codiciosa la niebla nos encubre.
�Qué importa, si los ojos de mi amor 105
               le ven asaz? [200]
     Cual la nube ante el sol se desvanece,
desvanecióse en mi siniestra idea,
ya renace en mi pecho, y crece, y crece
               la dulce paz. 110
     �Feliz eres, o Zaida, cual ninguna!-
Y entonces suena lúgubre lamento...
�Ah Zaida, te engañaste: es la fortuna
más veleidosa aun que el mismo viento!
 
IV
 
                                                Por los estrechos senderos, 115
        que al castillo moro guían,
        con lento paso venían,
        muchos jeques caballeros.
             Su faz lívida, turbada,
        bien parece demostrar 120
        que interno agudo pesar,
        les trae el alma agitada.
             -�Profeta! -dice un anciano,
        pues la edad sobre mí pesa,
        �por qué, no me hundió en la huesa 125
        ese feroz castellano?-
             Y dióle la rienda al lloro
        y mientras lloraba el viejo,
        entró el fúnebre cortejo
        en el castillo del moro. 130 [201]
             De Zaida corrió al instante
        por los labios la sonrisa:
        mira, y... �tiembla!.. No divisa
        a Abenzil. -�Do está mi amante?
             �Do está el premio que le dio 135
        la suerte contra el cristiano?
        Contéstame, buen anciano,
        �Lo ruego, lo mando yo!
             -Sería �oh Zaida! mejor
        fueras presa de la muerte: 140
        un cuerpo exánime, inerte,
        es objeto de tu amor.
             Mira a Abenzil, miralo:
        �Esto tu pasión alcanza!...
        El Conde le traspaso 145
        con su ponderosa lanza. [205]




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Los dos comendadores

                                                                                               On his cold eye
their growth but glanced unheeded by,
or noticed with a smother'd sigh.
But never tear his cheew descended.
And never smile his brow unbended;
and o'er that fair broad brow were wrought
the intersectea lines of thought.


Real sitio del Buen Retiro

El CONDE DE CABRA, DON LOPE.

 
DON LOPE            �Casado vos! �Qué extrañeza!
Como un sueño lo reputo.
CONDE Con ser tanta mi altiveza,
a su virtud y belleza
tuve que rendir tributo. 5       
�Qué queréis?... La suerte amiga. [206]
DON LOPE �Y las protestas?
CONDE                              Lo sé,
nadie el porvenir prevé:
mal haya el hombre que diga 10
De esta agua no beberé.
Vos el primero.
DON LOPE                           Soy ducho.
CONDE (Sonriendo.)
No os servirá, vive Dios.
DON LOPE Con gran placer os escucho; 15
�Y ella, Conde... os ama mucho?
CONDE Don Lope, �dudáislo vos?
DON LOPE �Y vos la amáis? [207]
CONDE                             Con locura.
Rotos del mundo los lazos 20
obtuve, cosa es segura,
la más sublime ventura
entre sus amantes brazos.
Trocóse mi indiferencia
en ardiente frenesí; 25
solo amarga hoy mi existencia
el acíbar de la ausencia.
Nunca tan sensible fuí.
En Córdoba se consume
ella... y yo... 30
DON LOPE                     Conde, por gracia,
ningún pesar os abrume.
�Notáis qué grato perfume
está exhalando esa acacia?
Sentaos. 35
CONDE               Enhorabuena.
DON LOPE Distraído andáis. [208]
                           No es cosa.
Pensando estaba en mi esposa,
querida imagen, que llena 40
la mente, el alma impetuosa.
DON LOPE Bien dicen que una pasión
a las fieras rinde y doma.
�Os ofendéis?
CONDE                        No es razón. 45
DON LOPE Eso dijo Calderón.
En nombrando al rey de Roma,
venga un refrán en mi ayuda:
ved a Calderón allí.
CONDE Cortés a entrambos saluda. 50
DON LOPE Irá a la corte sin duda. [209]
CONDE Don Lope, opino que sí.
DON LOPE Y a propósito, �habéis visto
(ni a costa de mil desvelos
buena memoria conquisto) 55
de Calderón... voto a Cristo,
El mayor monstruo los celos?
Su postrera producción,
espantosa sin segundo.
CONDE Sí. 60
DON LOPE       �Qué bella relación
Cuando dice: �celos son
el mayor monstruo del mundo!
 
Ambos amigos siguieron
hablando con faz tranquila 65
de los celos de Olivares,
mas que celos, de su envidia,
y del Rey, y de la corte, [210]
y de sus viles intrigas;
y convinieron entrambos: 70
que es necio el hombre que cifra
en este mundo, tan solo
en la privanza, su dicha.
 
Se separaron, y el Conde
teniendo la diestra asida 75
de Don Lope, estas palabras
lleno de fe, profería.
CONDE Si queréis felicidad,
casaos.
DON LOPE             Bien: corresponde 80
pensarlo con frialdad.
CONDE Hasta mañana.
DON LOPE                        Sí, Conde,
id con Dios.
CONDE                     Con él quedad. 85
 
Decid al Conde que es vana
su ilusión... una quimera. [211]
�Maldita miseria humana!
Él no sabe que mañana
pensará de otra manera. 90


Gabinete en casa del conde de Cabra

El CONDE, un ESCLAVO.

                                    
ESCLAVO Señor, un hombre ha venido:
de mi memoria su rostro
     no se aparta.
Daréisle al Conde esta carta,
dijo, mirando al soslayo, 5       
y al punto el desconocido
despareció como el rayo.
CONDE Esta carta �qué contiene?
Mi inquietud tan repentina
     �a qué viene? 10
�de dónde nace, de dónde?
No es justo me martirice.
Leamos; el sobre dice:
�En propias manos del Conde.�
Despeja.- 15 [212]
 
                 El negro al mandato
salió, y el Conde en mal hora
intentó rasgar el sello
de la carta misteriosa.
Lee la carta temblando, 20
presa de mortal zozobra;
vuelve a leerla, y colérico
sobre la mesa la arroja.
En tanto un sudor de hielo
baña su frente ardorosa. 25
Palabras entrecortadas
pronuncia, triste solloza,
y abrumado y sin aliento,
del cielo el favor implora.
De repente, como un tigre 30
a quien voraz hambre acosa,
se levanta enfurecido,
secas las fauces, la boca;
la palidez del semblante
es tanta, tanta que asombra. 35
Sus negros ojos parece
que se saltan de sus órbitas.
Airado al cielo dirige
una mirada espantosa,
y de sus labios profanos 40
horribles blasfemias brotan.
Mas esta carta �qué dice? [213]
�de dónde viene traidora?
�Quién la escribe? Es un criado.
�De dónde viene? De Córdoba. 45
�Cómo dice? De esta suerte:
�Mal su pensamiento emboza!
 
�Señor, cumple a mi conciencia
�deciros lo que aquí pasa:
�es sin duda en esta casa 50
�forzosa vuestra presencia.
�Vuestra clara inteligencia
�comprenderá mi dolor;
�perdón os pido, señor,
�mas no me muestro indeciso, 55
�porque en el mundo, es preciso
�antes que todo el honor.� [214]


Córdoba. -Jardín en al palacio del conde de Cabra

Va entrando la noche.

PRIMER COMENDADOR, SEGUNDO COMENDADOR, la ESPOSA del CONDE DE CABRA, su HERMANA.

                                   Entre el ramaje escondida
una dichosa pareja,
libre de todo recelo,
a sus pasiones se entrega.
Él es un Comendador: 5       
mas la tradición no cuenta;
empero de ella asegura
que es de Cabra la Condesa.
Sus corazones palpitan
con increíble violencia, 10
sus mentes arrebatadas
abandonaron la tierra,
y en los campos del vacío
con loca esperanza vuelan.
PRIMER

COMENDADOR

�Ángel de amor! 15 [215]
CONDESA                           �Mi ventura!
PRIMER �Mi Dios, mi vida, mi dueño!
COMENDADOR Y Calderón �qué locura!
Dice que la vida es sueño:
�Tú lo crees? 20
CONDESA                       Un error.
En creencias soy escasa,
tan solo creo en tu amor,
y en el amor que me abrasa.
PRIMER

COMENDADOR

Del mundo entero me río. 25
�No nos bastamos los dos?
CONDESA Dame un abrazo,
COMENDADOR                           �Ángel mío,
mi bien, mi vida, mi Dios!
 
A corta distancia acaso 30 [216]
en medio de las tinieblas,
entre el ramaje confuso
se distingue otra pareja.
Él es un comendador,
mas la tradición no cuenta; 35
ella es una linda joven,
hermana de la Condesa.
SEGUNDO

COMENDADOR

�A qué tal zozobra?
LA JOVEN                                  Deja.
SEGUNDO

COMENDADOR

Que calles no lo consiento. 40
LA JOVEN Al alma tenaz aqueja
un triste presentimiento.
Oí la noche postrera
un ave nocturna.
SEGUNDO

COMENDADOR

                            Advierte... 45
LA JOVEN Dicen que es ave agorera, [217]
que nos anuncia la muerte.
SEGUNDO No seas supersticiosa.
COMENDADOR En ello piensa.
LA JOVEN                          Despacio; 50
ha tres noches que se posa
encima de este palacio.
SEGUNDO Huyan por siempre del pecho
COMENDADOR tan infundados enojos.
�Con cuanto placer te estrecho, 55
bien mío!
LA JOVEN                 �Luz de mis ojos!
Estos crédulos amantes,
con sobrada inexperiencia,
han olvidado sin duda 60
que su morada es la tierra.
�Vanas imaginaciones!
Hablan de ventura excelsa
los cuatro, los cuatro creen
estar despiertos, y sueñan, 65 [218]
mientras en éxtasis viven
absortos en una idea,
hacia Córdoba camina
un hombre de faz siniestra...
 
A cada instante que pasa 70
más la distancia se abrevia.
 
(Es de noche.)
Su claridad sobre Córdoba
la bella luna derrama,
las doce y media el reloj
de Santa Marina marca. 75
 
Los moradores de Córdoba
de sus fatigas descansan,
ni centellea una luz
en sus árabes ventanas:
nadie transita. Allí reina 80
la más imponente calma.
 
De la vigilancia símbolo
un gallo atrevido canta,
y los mastines, que fieles
a su señor se consagran, 85
con obstinada impaciencia
furiosos gruñen y ladran. [219]
 
Dos hombres con paso firme
por una calle adelantan:
de sus labios no se escucha 90
la más ligera palabra.
Caminan hasta la puerta
de casa el conde de Cabra.
Hasta la puerta (aun existe)
que sirve al jardín de entrada. 95
Al punto en él se introducen
con astuta, leve planta.
Y la luna que hasta entonces
sobre la tierra alumbrara,
detrás de Sierra-Morena 100
esconde su frente pálida.
 
La oscuridad se acrecienta,
los personajes avanzan,
y delante del palacio
pronuncian estas palabras: 105
CONDE Me mata ponzoña interna,
�y el corazón dolorido
soñaba en ventura eterna!
Dime... esclavo, �has encendido
ya la luz de la linterna? 110 [220]
ESCLAVO Si, señor, ved.
CONDE                        Nada veo.
Es mi pesar tan agudo,
que ni sé lo que deseo:
hasta de mí mismo dudo, 115
aquí estoy... y no lo creo.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
 
El noble conde de Cabra,
seguido de su criado,
entra cautelosamente
en su soberbio palacio. 120
Cruza salas, corredores,
aprieta a veces el paso,
a veces quédase inmóvil
como una estatua de mármol.
Detrás, siguiendo sus huellas 125
con la linterna en la mano,
confuso va y con zozobra
y con pavor el esclavo.
Junto a la pared caminan,
y sus sombras entre tanto 130
se dibujan gigantescas
en el opuesto costado. [221]
Sobre los ricos tapices,
sobre costosos damascos
se van misteriosamente 135
las dos sombras deslizando.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Llegan por fin a una puerta,
y allí se quedan clavados:
dentro está del noble Conde
el suntuoso, triste tálamo. 140
Quiere entrar... vacila empero,
quiere y teme el desdichado.
 
De súbito, poseído
de irresistible arrebato,
penetra dentro la estancia 145
con el puñal en la mano.
 
Ella yacía en su lecho
del amante entre los brazos;
palabras de amor pronuncia,
en sueños, su impuro labio. 150
CONDE (Pasar del sueño a la muerte
es breve, muy breve tránsito.)
 
Hecho un furioso se arroja, [222]
y su puñal acerado
siete veces lo sepulta 155
en el corazón de entrambos.
CONDE El infierno es quien me alienta.
COMENDADOR �Ay!
CONDESA        �Mi esposo!
CONDE                           Al cielo plugo. 160
Perecéis bajo mi yugo,
con sangre lavo mi afrenta:
ayer víctima, hoy verdugo.
 
Arranca el nupcial anillo
a su esposa de la mano 165
y sale loco, frenético
con el hierro ensangrentado,
y corre, inmola cien víctimas
con la rapidez del rayo.
Su hermana, el Comendador, 170
las criadas, los criados: [223]
esos también perecieron
a su furor insensato.
Pasaba con planta rápida
ser diabólico fantástico, 175
dejando por donde quiera
impreso de sangre un rastro.
No era un hombre, era una hiena
que recorría el palacio.
 
Una candorosa joven, 180
con angustia y sobresalto,
oyendo el ruido, salía
con una luz en la mano
a llamar: dio con el Conde
en un corredor escaso, 185
y traspasada cayó,
de sangre en medio de un lago.
CONDE No quieras ya más placeres,
Conde, que el de la venganza;
para nadie haya esperanza 190
cuando de vergüenza mueres.
�La compasión no te alcanza! [224]



Jardín

El CONDE DE CABRA, el ESCLAVO.

                                   Está en el jardín el Conde
tras de la horrible matanza
sobre su pecho agitado
cae su cabeza lánguida.
La cabeza al débil cuello 5       
es insoportable carga,
del corazón los latidos
sobre el vestido se marcan.
Los brazos cruza, y soberbio
quiere reprimir sus ansias; 10
empero un �ay! doloroso
su pecho angustiado exhala...
�Amaba tanto a su esposa!
�Y él mismo sacrificarla!
�Cuánta sangre en una noche 15
para borrar una mancha!
Hasta el criado fue víctima
que escribiera aquella carta.
Imposible que viviese
viviendo el conde de Cabra. 20
Temblando el negro, contempla [225]
a su señor, mira y calla.
Alza la cabeza el Conde,
y con sonrisa satánica,
en el esclavo medroso 25
fija su torva mirada.
CONDE �Qué te parece? �Qué tal?
ESCLAVO (Tembloroso.)
Debéis quedar satisfecho.
Bien... lo hemos hecho... cabal.
CONDE �Qué dices, negro bozal, 30
dices: muy bien lo hemos hecho?
�Necio estúpido, sin duda
para vengar yo mi ultraje
tuve que implorar tu ayuda!
ESCLAVO Mi buen deseo me escudo. 35
CONDE Vil, estúpido salvaje.
�Muere! - [226]
                Cuando en este sitio
entró la justicia humana,
el cadáver de un esclavo 40
yacía junto a la tapia,
no muy lejos de la puerta
que sirve al jardín de entrada.


Palacio en el Buen Retiro

El REY, DON LOPE.

                                    
EL REY Vos sabéis algo, decid:
con tanta amistad no cabe
el silencio ni el ardid.
�Salió el conde de Madrid?
DON LOPE De fijo nadie lo sabe. 5       
EL REY Es singular lo que pasa...
Inútilmente me afano
en penetrar este arcano.
DON LOPE Ayer estuve en su casa: [227]
cuanto pregunté fue en vano. 10
EL REY Siete días: es forzoso
averiguar lo que sea.
DON LOPE No turbe vuestro reposo,
que el Conde es muy caprichoso
en concibiendo una idea. 15
 
Así discurriendo estaban,
cuando de polvo cubierto
con el traje de camino
rápido entró un caballero.
Parece el desventurado 20
una visión, un espectro.
En derredor de sus ojos
se extiende en forma de cerco
negra sombra que revela
horribles padecimientos. 25
Hondas arrugas se marcan
en su semblante siniestro.
 
Nadie tanto en este mundo
sufrió en tan escaso tiempo.
En una noche tan solo [228] 30
encaneció su cabello.
Sobre su traje se pintan
manchas de color incierto,
y en su diestra y en su rostro
y en el pomo de su acero. 35
EL REY �Sois vos el conde de Cabra?
Es mentira lo que veo.
DON LOPE �Conde, es posible?
CONDE                                   Es posible.
EL REY Aclarad este misterio. 40
CONDE Gracia, señor.
EL REY                        La otorgué.
CONDE Mi delito no os espante,
ella quebrantó mi fe. [229]
EL REY Proseguid. 45
CONDE                   Señor: no sé
si tengo fuerza bastante.
Ella �su hermana, Dios mío!
Mi veneranda mansión,
perdonad si desvarío, 50
trocóse en lugar impío
de torpe prostitución.
EL REY Mayor desdicha no cabe.
CONDE Tarde el rumor a mi oído
llegó de injuria tan grave; 55
que es siempre �ay Dios! el marido
el último que lo sabe.
EL REY De mí no hicisteis confianza.
CONDE Obré por mi propia cuenta. [230]
Quise, al partir, sin tardanza, 60
que antes que saber mi afrenta
supierais ya mi venganza
(Volviéndose a DON LOPE.)
Ha, Don Lope, una semana
que al ver que estabais perplejo,
os quise dar un consejo... 65
�Qué vale la ciencia humana?
Miráos en este espejo...


Conclusión

                                   Después de tales escenas
días y más días pasan;
del Conde empero no pudo
cicatrizarse la llaga.
Con la cabeza caída 5       
taciturno caminaba,
con los brazos sobre el pecho
por vías intransitadas.
No sanará: no hay remedio
para dolores del alma. 10
El Rey intentó casarle
con una joven preciada,
creyendo que de esta suerte [231]
olvidaría sus ansias.
El Conde era buen vasallo: 15
venciendo su repugnancia
preparóse a obedecer
la voluntad del Monarca.
Ya estaba todo dispuesto;
el triste Conde de Cabra 20
con severo continente,
en rica fuente de plata,
presentó el nupcial anillo
a la joven desposada,
y junto a este don precioso 25
sangriento el puñal estaba,
que vibró con fuerte brazo
la noche de su venganza.
Desmayóse la doncella:
bien se comprende la causa. 30
 
En un claustro al otro día
su vida a Dios consagraba:
el Conde siguió arrastrando
una existencia precaria,
nunca sanó. -No hay remedio 35
para dolencias del alma.

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