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ArribaAbajoCapítulo XII

Sigue la fundación de 1835


1.- El nuevo gobernador don José María del Canto; se facilita el proyecto de traslación; traslación de varios pueblos arruinados (nota), sesión de 27 de abril; comisiones receptoras de votos de los vecinos. 2.- Alemparte viene a la ciudad y trabaja con empeño; se trata con don Domingo Amunátegui el suelo para la futura ciudad; Amunátegui era vasco, pero podía ser aragonés, según lo probó en dos sesiones municipales a que concurrió. 3.- ¿Quiénes eran más: los que deseaban quedarse o los que pretendían irse?; los fundos de la beneficencia favorecen la traslación; renuncia del gobernador Prieto; el municipal don Bernardino Torres (nota). 3.- Prosigue en Santiago el arreglo del asunto traslación: ésta es declarada «de utilidad pública»; Amunátegui vende su terreno directamente al gobierno en Santiago. 5.- Decreto de 5 de noviembre de 1835, sobre traslación de Chillán. 6.- Se trabaja activamente en el nuevo sitio; el ingeniero don Carlos Ambrosio Lozier raya la ciudad; proyecto de llevar la ciudad a orillas del Ñuble, de don Ramón Lantaño. 7.- Lo que se siguió haciendo: don Eugenio José Morales entrega los sitios a los nuevos pobladores; canal de agua, los proponentes Solar y Vildósola. 8.- La colecta de dineros para los damnificados, y reparto de los 6.000 pesos que tocaron a Chillán. 9.- Nuevo gobernador, en julio de 1836, don Bernardo Letelier; Alemparte asiste a las últimas sesiones sobre traslación; limosnas a damnificados; edificios públicos; iglesia, escuela, hospital, etc., situación de intranquilidad por robos y salteos en el distrito. 10.- Sesión municipal en que se terminan los arreglos de traslación, homenaje al gobernador Del Canto; un sueldo aumentado en 2 ½ pesos; un proyecto hermoso que, por desgracia, no se realizó. 11.- Homenaje a don Joaquín Prieto, cuarto fundador de Chillán. 12.- Un recuerdo de los cuatro fundadores, y una idea con el objeto de honrar su memoria en la ciudad.


1.- La licencia que pidió el gobernador don Manuel Prieto se cambió en renuncia de hecho. En junio renunció; pero entonces estaba todavía con licencia; y, si volvió momentáneamente al gobierno, fue para recibir otra repulsa y para entregar el puesto al sucesor.

El nuevo gobernador, comandante y municipal don José María del Canto, gobernó, como suplente y después como interino, durante todo el tiempo que podremos llamar de la traslación y fundación. Era partidario de la traslación, y le fue fácil prestar su concurso a una idea que era la de las autoridades superiores, de las autoridades locales y de buen número de vecinos acaudalados. Su actuación fue atinada y eficaz: así lo reconoció el público, que, como lo diremos más adelante, premió de manera honrosa la labor y los sacrificios de del Canto. Sigamos nuestro relato98.

A la dicha sesión municipal de 27 de abril, concurrieron Canto, Muñoz, Contreras, Lantaño, Ojeda, Pino y Gatica. Se leyó el decreto del intendente, y se dijo que esa era sesión extraordinaria, destinada únicamente a estudiar la traslación de la ciudad; con lo cual se deja ver que ese asunto era cosa implícitamente resuelta en sentido favorable al cambio de sitio para la reedificación de Chillán, y así lo dejan ver claramente los acuerdos tomados.

Se acordó nombrar cuatro comisiones, una para cada barrio, o subdelegación urbana, compuestas de dos vecinos y un municipal «para que tomen votación acerca del proyecto de traslación». Los comisionados darán las razones favorables al proyecto, y «desharán las dificultades de las personas que no vean o no estén a sus alcances»; harán entender a los habitantes «que trasladándose no perderán en ningún caso»; que digan a los votantes que el presidente de la república «es muy gustoso de la traslación de los pueblos arruinados y estaba dispuesto a ayudar a la obra, y que se estaban haciendo colectas en el país para ayudar a la reedificación». Las comisiones debían proceder sin demora y dar cuenta del resultado a la brevedad posible.

«En consecuencia -dice el acta de la sesión-, la corporación para llenar un asunto de tanta atención, tuvo a bien que por votación se eligiesen los ciudadanos de más conocimiento, para que en compañía de un Municipal den el lleno a todo lo acordado, y así fue que evacuado este requisito resultaron electos para la primera manzana, los ciudadanos don Manuel Jiménez, el Subdelegado de la misma don Juan José Marchena, acompañados con el Municipal don Pedro Juan Ojeda. Para la 2.ª al subdelegado de ella don José María Solar, ciudadanos don Guillermo de la Cruz y el Municipal don Francisco Gatica. Para la tercera a los ciudadanos don Victorino Sepúlveda, don Bernardino Torres y al municipal don José Antonio Riquelme. Y para la cuarta manzana, al subdelegado de ella, don Salvador Bustos; ciudadano, don Gonzalo Gazmuri, y al municipal, don Domingo del Pino».



Por enfermedad de los vecinos Sepúlveda y Gazmuri, entraron poco después como reemplazantes don Juan Nepomuceno Venegas y don Juan de D. Jiménez.

En siete de mayo se reunió la Municipalidad para seguir entendiendo en la traslación de la ciudad. Aunque las comisiones electoras de votos aún no daban cuenta de su cometido, ya era conocido el resultado de su labor. Los municipales, por unanimidad de los ocho asistentes, acordaron:

«Que por cuanto está de manifiesto la voluntad del vecindario para la traslación del pueblo, por serles dificilísima la reedificación del arruinado, tanto por carecer de recursos para quitar y sacar los escombros, como para mejora de local que presente las comodidades que son consiguientes a la sociedad, y de unánime consentimiento acordaron los Srs. que para satisfacer los deseos justos de este vecindario, se nombrase una comisión compuesta de dos municipales y tres Ciudadanos de probidad y luces, que presidida del señor Gobernador, y citación del Administrador de fondos públicos, proceda en el día de mañana a buscar un terreno (si es posible, a las inmediaciones, por el beneficio que resultará a los vecinos para la conducción de materiales), y, hallado que sea cual se desea, proceder a su reconocimiento con aquella escrupulosidad que requiere el caso, y en efecto se nombra para componer la comisión a los Municipales don José Antonio Lantaño y a D. Domingo Contreras, y a los vecinos D. Gregorio Dañin, D. Salvador Bustos y D. Juan de D. Jiménez. Asimismo se acordó que la expresada comisión, caso de hallar local aparente, acto continuo pasen a reconocer el río que riega la ciudad arruinada y de conocer si tiene local aparente para extraer las aguas necesarias que puedan regar el local reconocido; y evacuadas ambas diligencias, informarán a este Cuerpo el resultado, para de todo ello dar cuenta a la Superioridad del Intendente».



2.- El día 27 de mayo presidía el intendente Alemparte una sesión extraordinaria de la Municipalidad, que concurrió íntegra. Del acta de la sesión consta lo que sigue:

Se felicitó el intendente de la uniformidad de pareceres del vecindario, para trasladarse al nuevo local, según se ve en las listas pasadas por las cuatro comisiones nombradas para recibir los votos de los habitantes. Dice que ya visitó el local y su distribución, y tomó nota de los estudios hechos para el saque de agua para la futura ciudad. Hizo cargos a la comisión, de la cual dice que ha procedido con descuido, «pues es indispensable conocer el valor del terreno elegido, bien sea conviniéndolo con su dueño, permutándolo por otro, o tasándolo en la forma y método que dictan las leyes para semejantes casos. Que aún no se ha medido ni nivelado el terreno; que falta saber cuánto es el recorrido del futuro canal, su plano, compuertas, tajamares, ancho y cálculo aproximado de su costo». Agradecieron los municipales las atinadas observaciones del intendente, y tuvo lugar a continuación la siguiente escena:

«El Intendente, con acuerdo de la Corporación, hizo comparecer a don Domingo Amunátegui, dueño de las cuatrocientas cuadras de terreno, y siendo presente, se le manifestó el objeto de su comparecencia, a que contestó después de diferentes observaciones, que vendería sus terrenos por veinte pesos cada cuadra; se le observó por el Presidente que, según los conocimientos que había tomado de Peritos, el terreno que continuaba del suyo, denominado Monte de Urra, era semejante, o de mejor calidad que el suyo, y que pasando la población a situarse en él, indisputablemente tomaría doble valor por la cercanía; y que si convencido como se manifestó, de estas ventajas, querría cambiar por igual número de cuadras; a que contestó obstinadamente que no enajenaba su propiedad de otro modo que en venta como había propuesto. Se le manifestó por el Intendente que el Gobierno y la Corporación deseaban convenir, si era posible, a su agrado, sin que desconociesen la facultad que da la Ley para tomar la propiedad particular, cuando la necesita el público; pero que el excesivo precio pedido y su negativa de recibir otro terreno mejor, los obligaría a adoptar un temperamento que pugnaba con sus deseos, y que sería tanto más reprensible en un antiguo vecino de Chillán, contestó: 'que ya él había pedido y que el cuerpo podía ofrecerle'».



Oída la respuesta de Amunátegui se acordó citar para el día siguiente a don Juan de Dios Jiménez, y a don Ramón Lantaño, para que, como conocedores de terrenos, dieran su opinión y se resolviera en la sesión lo que se contestaría a Amunátegui.

A sesión plena asistieron al día siguiente el Intendente, el gobernador suplente del Canto, todos los municipales, Amunátegui y tres de los cuatro peritos tasadores designados el día anterior.

Don Ramón Lantaño habló el primero y dijo que, a su juicio, los terrenos de Amunátegui valía tres pesos cuadra.

Don Lorenzo Peña opinó como Lantaño; «pero -agregó- como los vecinos con que lindaban eran interesados a su compra, creía que podrían dársele hasta cuatro pesos y medio por cuadra».

Don Manuel Jiménez declaró que «por los perjuicios que le vendrían a su fundo, si otros comprasen, él tasaba en seis pesos la cuadra, sin tomar en cuenta el verdadero valor del suelo».

Los municipales «después de algunas alteraciones» resolvieron ofrecerle a Amunátegui, cambio por Monte Urra «y negado redondamente a admitir este partido», se le propuso darle $6 por cuadra «a que también se negó, por más convencimientos y reflexiones que se le hicieron; y últimamente invitado a que nombrase un perito de su satisfacción para que acompañado de otros por parte del público, y un tercero en discordia que nombrasen éstos, se conviniese el verdadero valor del terreno, se negó obstinadamente, manifestando que no cedía su terreno de otro modo que del que había ofrecido. Se le hicieron multitud de reflexiones, se le manifestó la disposición de la Ley; pero a todo se negó. En estas circunstancias se dispuso por el Cuerpo llamar al Administrador de fondos públicos para que, con presencia del Expediente formado sobre traslación, acuerdos del caso, y demás incidentes, solicitase judicialmente y por los términos legales la adquisición y allanamiento del sitio, hasta dejarlo dispuesto para verificar la traslación de la ciudad».

3.- El intendente Alemparte siguió por algunos días en Chillán, trabajando empeñosamente en resolver el asunto reedificación con seriedad y honradez. En sesión municipal de 4 de junio llamó la atención sobre que hay notable diferencia entre las listas de firmantes o votantes presentadas por las dos comisiones nombradas para el caso. Se le contestó que Prieto fue hasta la población del bajo y a las rancherías, y no así la comisión municipal; y «que hay certidumbre de que los que tienen casas de murallas, desean la traslación», y lo mismo los que van viniendo de las propiedades rurales, que también dan su nombre en este sentido. Podemos aquí adelantar que esas casas de muralla eran 356.

Con la negativa de Amunátegui, cabía la suposición de que este señor no vendiera al fin sus terrenos para la población; en vista de lo cual Alemparte declaró que debía seguirse trabajando en la traslación, en buscar el local para hacerla y en arreglar lo necesario para dotar de agua a la población. Entretanto él autorizaba el empleo de los fondos del hospital y casa de huérfanos en los gastos de traslación, con cargo de reintegro o de que la corporación atendiera a esas fundaciones de beneficencia.

Los cabildantes, a su vez, aseguraron a Alemparte que, si el Gobierno daba el local y el canal de agua, la traslación era cosa que no ofrecía tropiezo. El gobierno no necesitaba entregar dinero efectivo, sino autorizar la venta de los fundos de la beneficencia que eran: Monte de Urra, Reloca, Coihueco, Niblinto y Ranquinlahue.

En vista de lo tratado, se acordó elevar al Supremo Gobierno el expediente sobre traslación de la ciudad, a fin de que en Santiago se resuelva lo que pueda concederse en pro de la solución de tan importante asunto.

Creemos que antes de volver a Concepción aceptó Alemparte la renuncia que de su cargo de Gobernador le presentó el coronel don Manuel Prieto el día 4 de junio. Siguió de gobernador don José María del Canto, que, de suplente, pasó a gobernador interino. El Gobierno confirmó la elección de del Canto y en septiembre lo dejó de propietario.

La actuación de del Canto venía mereciendo la más amplia aprobación del vecindario. Su labor desde marzo había sido atinada y perseverante, y tal siguió hasta que, como lo veremos más adelante, dejó voluntariamente el cargo y recibió las más honrosas manifestaciones de alabanza y agradecimiento de parte de la ciudad99.

4.- Con el envío a Santiago del expediente de traslación, entraban en receso en Chillán las actividades de los cabildantes, y debían buscarse en la capital los medios de conseguir pronta solución a los proyectos del vecindario. Por otra parte, el tiempo no era favorable para trabajos de ningún género; porque el tiempo era riguroso y a la fecha en que llevamos este relato, fines de julio, no había ánimos en los habitantes sino para defenderse del frío en sus miserables chozas. No nos aparece, sí, honrado pasar en silencio una de las obras realizadas por el cabildo. En 8 de agosto ordenó que se arreglara una sala para escuela de niños y que, una vez terminada «se la entregara al preceptor para que abra las clases». En un mes y días quedó instalada la escuela y dotada de los útiles más indispensables. En todo se había invertido la respetable suma de veinticuatro pesos, cuatro reales y un cuartillo; gasto que fue aprobado sin reparo alguno por la municipalidad. Y para cubrir ese gasto y asegurar la renta del director y la subsistencia de la escuela, se acordó «disminuir un vigilante», con cuya renta bastaba para atender tamañas exigencias100.

Queda dicho que el 4 de junio se acordó enviar a Santiago el expediente de traslación, para pedir al gobierno la solución de varios puntos importantes. El 4 de septiembre el ministro del Interior, don Joaquín Tocornal, comunica a Alemparte que luego pasará la Congreso un mensaje, pidiéndole que declare de utilidad pública los terrenos de Amunátegui junto a Chillán. A fin de que no se retardara en las Cámaras el despacho de dicho mensaje, los municipales solicitaron de sus representantes en el Congreso que atendieran el asunto con solicitud y le alcanzaran solución favorable. Aprovecharon además el viaje a la capital, de los cabildantes Torres y Pino, y les dieron su representación, con amplias facultades, para que se empeñaran también en obtener pronto que se decretara la traslación «que el pueblo deseaba con ansias».

Concedió el Congreso lo que solicitaba el Gobierno; con esa autorización el Presidente de la República, en decreto de 23 de octubre «declara de utilidad pública la traslación de la ciudad de Chillán», y manda «que se pague la indemnización del terreno indicado», de Amunátegui.

No se había descuidado entre tanto don Domingo Amunátegui. Viendo que le habían salidos fallidos sus cálculos de hacer de sus terrenos una venta a todas luces usuraria, y temiendo quedarse con solo la ilusión de un pingüe negocio, dio comisión a uno de sus hijos, don José Domingo, para que procurara entenderse directamente con el Gobierno y venderle los terrenos.

Con el decreto que acabamos de citar, el traspaso del suelo dependía de las autoridades; y su valor no era ahora de los cálculos y deseos de Amunátegui, sino de lo que se estimara de justicia: su tasación, se confiaría a una comisión que, tal vez en su totalidad habían de componerla vecinos del mismo Chillán: y ya sabemos cuál era la opinión de los entendidos en materia de suelos. Presentó, entonces, don José Domingo una solicitud al Gobierno, en que ofrece vender doscientas cuadras de suelo por un valor muy conveniente para su dueño. Las gestiones de don José Domingo tuvieron éxito favorable y logró realizar un negocio, que fue una gran ganancia101.

5.- No era sólo la cuestión terreno lo que el gobierno arregló; siguió adelante, y, atendiendo a las reiteradas súplicas que le llegaban de esta ciudad, decretó la traslación de la ciudad destruida al local que hoy ocupa. Este decreto del presidente don J. Joaquín Prieto y de su ministro don Joaquín Tocornal, es la cuarta partida de nacimiento de esta errante ciudad. Merece puesto honroso en estas páginas, y se lo damos.

«Santiago, noviembre 5 de 1835.

Deseando el Gobierno segundar los votos de los habitantes de Chillán, de sus autoridades municipales y del Intendente de Concepción para que aquella ciudad sea trasladada a la llanura inmediata, perteneciente en su mayor parte a don Domingo Amunátegui, y habiendo ya convenido con este propietario la compra del terreno necesario, viene en acordar y decreta:

Art. 1.º -Los edificios públicos, los templos y la residencia de las autoridades de Chillán se trasladarán al sitio inmediato que propone aquella municipalidad.

Art. 2.º -Los vecinos que voluntariamente quieran fijar su residencia en este nuevo local tendrán derecho para exigir igual extensión de terreno y en igual situación que la que poseían en la antigua ciudad.

Art. 3.º -Debiendo la municipalidad hacer grandes desembolsos, así para cubrir el valor de las doscientas cuadras de tierra que se han comprado con el fin de ubicar la nueva población, como para formar los cauces necesarios con que surtirla de aguas, los pobladores serán obligados a pagar al contado, y por una sola vez, la cantidad de ocho pesos por cada octavo de cuadra en la primera manzana inmediata a la plaza principal, e igual suma por el agua, seis pesos en la segunda por cada uno de dichos objetos, cuatro en la tercera y dos en la cuarta.

Art. 4.º -Los vecinos que cedieren a beneficio de la nueva población los sitios que poseen en la antigua ciudad, recibirán gratuitamente el terreno que les corresponda en aquella, debiendo solo satisfacer el valor del agua.

Art. 5.º -Para hacer la petición de que habla el Artículo segundo tendrán los vecinos el término de dos meses contados desde la promulgación de esta ordenanza, que al efecto se publicará por bando.

Art. 6.º -A fin de que por negligencia de los vecinos pobladores no se embarace el progreso de la nueva población, se fija el término de cuatro años para que edifiquen sus sitios, y expirando este plazo sin que lo hayan así verificado perderán todos sus derechos, pudiendo por consiguiente la municipalidad adjudicar los sitios a otros pobladores, restituyendo las sumas que los primeros hubiesen satisfecho.

Art. 7.º -La población se situará en una área de doscientas cuadras comunes y será dividida en manzanas de a ciento setenta varas en cuadro, dejando en cada una un claro de diez varas por cada costado para que las calles públicas tengan veinte de anchura.

Art. 8.º -Los terrenos que quedaren sobrantes después de verificada esta operación serán vendidos por sitios o manzanas en subasta pública a favor del mejor postor, bajo las condiciones que crea más convenientes la municipalidad, dando cuenta al Intendente de la Provincia.

Art. 9.º -En el punto central de la población se dejará una manzana para plaza pública, debiendo situarse en sus diferentes costados las casas consistoriales, la iglesia parroquial y la cárcel.

Art. 10.º -Los demás templos que hubieren de construirse se colocarán a distancias proporcionadas de la plaza para que en todos los barrios de la población puedan los vecinos concurrir a ellos con comodidad. Se dejará también al frente de cada uno una plaza igual a la de que habla el Artículo anterior.

Art. 11.º -El Intendente de la Provincia queda encargado, así de la ejecución de esta ordenanza, como de proponer al Gobierno cuantas medidas creyere oportunas para facilitar la traslación y consultar el interés de aquellos habitantes, pudiendo resolver por sí en las dudas de poca importancia que se presenten, dando cuenta para su aprobación.

Joaquín Prieto. -Joaquín Tocornal».



Al transcribir el precedente decreto decía el intendente de Concepción al gobernador del Canto que:

«Desde el día en que se hiciere su promulgación, no será permitido poner trabajo alguno en los templos y casas públicas, para construir en la antigua ciudad edificios permanentes, que solo podrán levantarse en el nuevo local».



Oficialmente quedaba fundada la nueva ciudad de Chillán; y tanto el gobierno nacional, como la autoridad provincial, encargaban a la municipalidad que prestara especial empeño a la edificación del nuevo pueblo.

6.- El 21 de noviembre llegaron a conocimiento del vecindario los tres supremos decretos que fijaban la suerte y destino de sus habitantes, y cerraban la puerta a las pretensiones de los que trabajaban por reedificar la antigua ciudad. Sin pérdida de tiempo la corporación municipal pidió al intendente que designara una persona «que se reciba del terreno de Amunátegui», y «que venga el ingeniero don Carlos Francisco Ambrosio Lozier o alguno de los individuos de la junta científica de esa capital», para mensurar el suelo y rayar la ciudad.

El 4 de diciembre estaba Lozier en Chillán, a las órdenes de las autoridades locales. La corporación municipal acudió a hacer las indicaciones oportunas en el campo mismo de operaciones, y no fue escaso el número de vecinos que acudieron llevados de la novedad de ver trabajar a un «científico», y no pocos de la buena voluntad de prestar sus servicios en una obra que tanto interesaba a todos.

Allí se indicó a Lozier que trazara las calles rectas de norte a sur magnético; que la ciudad fuese un cuadrado geométrico perfectamente regular, y las calles paralelas a los lados del gran cuadrado que debía formarse con las 200 cuadras compradas para la ciudad.

El 15 de enero de 1836 terminó Lozier la mensura, amojonamiento y rayado de la planta de Chillán. Porque no pudo trazarse el gran cuadrilátero en terrenos llamados Huadun de Amunátegui; cedió parte del suelo de su propiedad doña Isidora Olate, en su fundo Tejar; algunas varas de suelo se tomaron también a la posesión de Huambalí.

Según el «acta» que de su trabajo levantó Lozier, el lado oriente del cuadrado mide dos mil ciento veintiuna varas y tercia de longitud, comienza, desde el sur, en un lindero que divide Huadun de Huambalí, y atraviesa los esteros de Talquipen y de las Tocas; la otra línea del cuadrilátero, paralela a la anterior, atraviesa también el Talquipen y las Toscas102.

Agradará al lector chillanejo conocer un proyecto que acariciaron algunas personas, de establecer la ciudad un poco más al norte, a orillas del Ñuble.

Trabajaba Lozier en la mensura de las tierras de Huadun, cuando en la sesión del 26 de diciembre se presentó a la municipalidad una solicitud de don Ramón Lantaño, que significaba cambio de sitio para la ciudad. Ofrecía este vecino dar 200 cuadras de suelo, en terrenos de su propiedad, para que en ellas se edificara la ciudad a orillas del río Ñuble, en el camino del norte (por donde pasa hoy la línea férrea). Exigía Lantaño que, en compensación, se le dieran del canal de la población cinco tejas de agua (una teja es como un regador, con pequeña diferencia), y todo el sobrante de agua que quedara en el canal después de servida la población: con esas aguas regaría el dadivoso vecino el resto de su fundo, que era de secano. No duró mucho la discusión de la obsequiosa solicitud de Lantaño, y por unanimidad de los votos de los municipales asistentes, Muñoz, Riquelme, Lantaño, Pino, Torres y Ojeda, se acordó no aceptar el ofrecimiento de don Ramón Lantaño. Los principales fundamentos de la negativa fueron: que ya el Gobierno decretó la fundación en Huadun; que se están vendiendo sitios en el terreno escogido; que es demasiado tarde para hacer el cambio, pues se retarda demasiado la fundación de la ciudad; que es difícil regar el terreno ofrecido; que no se compensa el costo de los trabajos que había que hacer para la traslación de la ciudad al norte con el obsequio que hace Lantaño.

Para completar el relato de lo que a la edificación se refiere, nos atenemos al orden de las sesiones municipales, y un resumen de ellas será el remate de este trabajo.

7.- En sesión de 8 de enero de 1836 se establecían los servicios de mensura y entrega de sitios a los vecinos y a las instituciones públicas que debían construir en la ciudad, según la ley de fundación. Don Eugenio José Morales fue designado para atender esos servicios llevaría Morales un libro:

«Para asentar, según reza el acta municipal, la partida de entrega de los sitios que hace; expresando el número de varas, nombre del dueño, local, y últimamente la cantidad que entregó en la Administración de Fondos Públicos».



El Administrador de Fondos Públicos, don José Antonio Contreras, dará los títulos de los sitios asignados a los vecinos por Morales, y recibió comisión de recibirse en forma legal de los terrenos comprados a Amunátegui.

En sesión de 8 de febrero presentó don José María Solar a la municipalidad una propuesta para construir el canal de agua para la nueva población. Pedía Solar tres mil pesos por el trabajo; se comprometía a terminarlo en octubre venidero y exigía que se le entregara desde luego mil quinientos pesos para iniciar la obra. La propuesta no fue aceptada, tal vez pareció exagerada la cantidad que exigía el proponente, y resolvieron los cabildantes hacer un nuevo estudio del negocio y al efecto nombraron una comisión que lo ejecutara. Don Salvador Bustos, don Nicolás Muñoz y Juan de Ojeda, comisionados, presentaron al municipio un proyecto, según el cual, el trabajo podría hacerse con $2.100. Según parece, no hubo postores por esta cantidad, pues en remate público de 27 de abril, don Francisco Vildósola remató la obra de la acequia por la cantidad de $2.499.

En la misma sesión de 8 de febrero requerían los cabildantes «a los prelados de los conventos de Santo Domingo, de San Francisco de la Merced y al síndico de San Juan de Dios para que a la mayor brevedad pasen a recibir del comisionado Dn. Eugenio José Morales el local que a cada uno corresponde en el lugar designado para la nueva población».

8.- Se dijo más atrás que en el país se hicieron colectas de dinero para auxiliar a los damnificados del terremoto. La promesa de ese auxilio sirvió en repetidas ocasiones a los partidarios de la traslación para alentar a sus amigos y hacerles simpático el proyecto. En junio de este año 1836 el intendente Alemparte enviaba a Chillán seis mil pesos, de la cantidad que a él le remitieron de Santiago para socorro de los damnificados de la provincia. Daba a los municipales, encargados del reparto del dinero, instrucciones para una acertada distribución y les encargaba que, en asunto de tanta trascendencia y tan delicado, se gastara la escrupulosidad y delicadeza posibles.

La corporación municipal comisionó a los 4 subdelegados de la ciudad, para que formaran listas completas de las personas más necesitadas y acreedoras, por lo tanto, a un auxilio pecuniario.

En sesión de 25 de junio se examinaron las listas pasadas por los subdelegados. No quedó satisfecha la corporación con el trabajo ejecutado; y:

«Por no estar las listas con el arreglo que es necesario, se nombró una comisión compuesta de los cabildantes Lantaño, Pino, Contreras y Gatica, para que, conjuntamente con los subdelegados rectifiquen la noticia de las casas arruinadas por el temblor. El día 27 se reunirán todos esos nombrados con el gobernador, que presidirá, y los siguientes ciudadanos: señores José Antonio Contreras, Ramón Lantaño, Miguel Dupré, Clemente Lantaño, Salvador Bustos, Juan Ojeda, Juan de D. Jiménez y Manuel Acuña. Entre todos procederán a examinar la rectificación de las listas y evacuarán informe, que servirá para proceder al reparto del dinero».



9.- A fines del mes llegaba Alemparte a Chillán: había serios asuntos que resolver, y, a pesar de lo desfavorable de la estación, quiso arreglarlos personalmente.

Fue primer acto en ella la instalación y reconocimiento de un nuevo gobernador. Por conveniencias particulares hacía algún tiempo que tenía hecha renuncia el gobernador don José María del Canto. No le fue aceptada hasta tanto no se proveía la sucesión por el gobierno central. Ahora estaba ya designado como reemplazante el coronel don Bernardo Letelier: este asistía a la sesión y allí fue presentado por Alemparte y aceptado y reconocido por la corporación municipal.

Se pasó a estudiar las listas de damnificados y casas destruidas. En el trabajo de las comisiones aparecían 356 «casas de muralla» y nueve edificios públicos, destruidos por el terremoto. Las casas fueron divididas en tres categorías que fijaban el grado de necesidad de sus dueños y familias y el correlativo derecho a un socorro de dinero: 98 casas eran acreedoras a un auxilio caritativo.

No quedó satisfecho Alemparte con las listas e informes, a pesar de que eran muy prolijos. Dijo que convenía completarlas, tomando en cuenta varios reclamos que él había recibido, y oyendo todavía a las personas que lo solicitaran. Que el día siguiente, con mejores datos, se tomaría acuerdo definitivo.

Se acordó comenzar la construcción de los edificios públicos, y que para el hospital se dedique una manzana de suelo más aparente; y:

«Que lo mismo se haga para la iglesia parroquial, procediendo de acuerdo el gobernador con el cura, y las demás personas que aquel tenga por conveniente, procurando que la iglesia se haga lo más decente posible del tamaño de 50 varas con el ancho correspondiente; y aún cuando se hayan de invertir mil, o más pesos; pues aunque los fondos de ella se encuentren escasos, se pueden tomar en clase de empréstito, y para irlos devolviendo cuando sea posible con las entradas de dicha Iglesia, para lo cual se autoriza al Gobernador, y se le encarga especialmente de cuenta, y solicite de la Intendencia todo lo necesario para el lleno de este encargo, sin olvidar la discusión que sobre la materia ha tenido con dicho párroco103.

Que sería conveniente que el municipio se arregle con el cura y los superiores de las órdenes religiosas para que se trasladen cuanto antes a la nueva población, y que se trabaje en ese sentido en el pueblo porque solo a una cooperación activa y vigorosa puede deberse el allanamiento de las dificultades que presenta la funesta desgracia en que se halla envuelta la población104.

Que la escuela podría instalarse provisionalmente en un galpón que se arreglaría al fondo del sitio destinado para iglesia, frente a la plaza.

Que se hagan regularmente las visitas de cárcel, según la ley, y que se atiendan la justicia y causas criminales que con asombroso escándalo se han llevado con más morosidad que las civiles, por cuya razón se ven repetidos los delitos, y el Departamento en un estado asombroso de robos».



10.- El intendente, don José Antonio Alemparte; el gobernador, don Bernardo Letelier; todos los municipales residentes en la ciudad, señores José María del Canto, Nicolás Muñoz, José Antonio Riquelme, Juan de Ojeda, Domingo Contreras, José Antonio Lantaño, Francisco Gatica y Domingo Pino y el secretario don José Liborio Ruiz, asistieron a la sesión de 4 de julio de 1836, en que se terminó lo que podríamos llamar «el asunto traslación y establecimiento del nuevo pueblo de Chillán».

Se dio cuenta de que se consultó a los damnificados sobre la forma de hacer el reparto de los seis mil pesos destinados a auxilio de pobres. Fue general la idea «de que ese dinero se emplee por de pronto en el saque de agua para la población; pero que el municipio lo devuelva a los agraciados dándoles sitios con agua en la nueva población, y entregándoles en dinero lo que pudiera sobrar». Se acordó destinar algunas manzanas de suelo en la nueva población y dividir los sitios para repartir entre los agraciados en octavos de manzanas.

Se tributó en la sesión un homenaje de reconocimiento y de gratitud al ex-gobernador don José María del Canto. Nos obliga dejar aquí noticia de ello, para que no caiga en el olvido el mérito de un buen servidor, que contribuyó con sus esfuerzos y celo a aliviar una situación tan dura como la producida por el terremoto en la ciudad de Chillán. La recompensa que se dio al gobernador, no debe aquí apreciarse por el valor intrínseco de la dádiva; sino por la significación moral que encierra: en un obsequio materialmente insignificante iban toda la gratitud y los agradecimientos de un pueblo entero:

«Se hizo moción para que, atendidas las circunstancias del ex-gobernador, Municipal don José María del Canto, se le agraciase con un sitio de los que pertenecían al fisco; y, aunque no residen facultades en la Corporación para esta clase de erogaciones, se acordó que, comprendiéndolo en los que puede ofrecer el producto del agua, se le mande dar un obsequio de su constante empeño en los trabajos análogos».



La moción no tuvo oposición de ningún género.

Se honró la corporación con otro acto de justicia: se aumentó en dos pesos y medio la renta mensual de diez pesos que ganaba el secretario.

Y terminó la sesión con un acuerdo interesante, que, a haberse llevado a la práctica habría influido poderosamente en el embellecimiento de la ciudad y sus contornos, y habría creado una fuente abundante de vida para sus habitantes. Se acordó medir los terrenos llamados Monte de Urra -pertenecientes a la beneficencia y que podían venderse para ayudar a la traslación-, y repartirlos en quintas que no pasaran de 25 cuadras y en muchas pequeñas «para que haya mayor número de compradores y se valorice más la tierra». Entre porciones de a 25 cuadras se dejarán calles de 20 varas de ancho para separación y fácil acceso a ellas.

Y aquí ponemos término a la fundación de Chillán nuevo. Las autoridades han proveído lo necesario para que la vida de la futura ciudad se desarrolle con vigor; y falta sólo que los habitantes desplieguen sus energías, para secundar los propósitos y trabajos de los gobernantes.

Se fijaron cuatro años, a contar desde noviembre de 1835, para que los vecinos edifiquen sus habitaciones en los solares que se les han asignado por permuta de los que tenían en la antigua ciudad, o por concesión graciosa. Los particulares que han comprado sus solares, no tienen otro plazo para trabajar sino el que les fije su interés por el progreso general y su amor a la ciudad.

El progreso de Chillán fue lento, y es de lamentar que buena parte del vecindario se mantuvo por largo tiempo en Chillán Viejo, sin querer venirse al nuevo.

No nos toca a nosotros estudiar todas las incidencias de la traslación: tocará eso a quién escriba una historia de la ciudad. Nuestro deber era narrar, a grandes rasgos, las destrucciones y las reconstrucciones de Chillán, y, a la medida de nuestras fuerzas, lo hemos hecho.

11.- No nos es lícito cerrar estas páginas sin dejar aquí recuerdo del mandatario que decretó la fundación de Chillán Nuevo y que facilitó su formación, el presidente de la república, general don Joaquín Prieto.

La persona moral de Prieto es una de las más culminantes de la historia nacional: ninguna de los padres de la patria tiene una hoja más variada y más llena que Prieto:

«El nombre de don Joaquín Prieto -dice don Diego Barros Arana, en la biografía del general- es el de uno de los hombres que han hecho un papel más importante en la historia chilena en los últimos años de la guerra de la emancipación y en los primeros de la república. Buen soldado del ejército insurgente durante la guerra de independencia, más tarde su jefe, el presidente del estado, después, el General Prieto ha vinculado su nombre a los más grandes triunfos del pabellón nacional, y a los más gloriosos pasos de la República»105.



Muchas de las más brillantes acciones de guerra que se realizaron en esta provincia, deben a Prieto sus favorables resultados. Se batió en 1813 y 1814 en San Carlos, en el sitio de Chillán; en la batalla del Roble, junto al Itata:

«En donde -como dice Barros Arana- fue uno de los jefes que apoyaron con más valor y energía al denodado O'Higgins; en Concepción, en Talcahuano, en el Quilo y Quechereguas. Después de la batalla de Rancagua emigró a Mendoza, desde donde vino a pelear en Chacabuco. Fue uno de los organizadores del ejército desbandado en Cancha Rayada y se batió en Maipo, el 5 de abril de 1818.

En suelos de esta provincia, acompañado de varios oficiales chillanejos, sello la suerte de la independencia nacional, labrando la desgracia del tristemente célebre montonero Vicente Benavides. Defendió a Chillán en 1820 de las invasiones de los montoneros de este caudillo, e impidió que fuera tomada e incendiada, como lo deseaban; hasta que en 10 de octubre de 1821 lo derrotó en el encuentro de Vegas de Saldias.

Gobernó por varios años esta provincia, hasta que, llamado por los amantes del orden, encabezó el movimiento que tuvo su desenlace en la batalla de Lircay, el 17 de abril de 1830, en donde derrotó al general Freire y acabó con el espíritu de revuelta y de caos político, que imperaba desde algunos años en el país. Fue entonces, dice el historiador Barros Arana, aludiendo a la época que tuvo su término en Lircay, fue entonces, cabalmente, cuando un partido conservador en sus tendencias comenzaba a protestar contra el orden de cosas entonces existente, y se proponía cimentar la tranquilidad pública con leyes adecuadas a la situación del país, dar respeto a esas leyes, introducir la moralidad en la administración y echar las bases de una política más moderada y sensata que la que habían seguido los gobiernos anteriores»106.



Prieto hizo todo lo que se contiene en la cita anterior. Llamado a la presidencia de la república, en diez años y meses, secundado por hombres honrados y patriotas, especialmente por don Diego Portales, realizó los ideales de sus partidarios y labró la felicidad de la nación. Dictó sabias leyes, reorganizó el ejército, creó las finanzas nacionales, dio respetabilidad a los cuerpos legislativos y coronó su obra dando a Chile la constitución de 1833, la más sabia entre las que rigen las naciones hispano-americanas.

A Prieto debe esta patria chilena el espíritu de orden, que la ha colocado a la cabeza de las naciones sudamericanas, y le ha permitido labrarse una prosperidad que es presagio de que estamos llamados a más altos destinos.

La persona moral y física de Prieto, estaba dotada de relevantes cualidades, que le granjearon el cariño de sus soldados y de sus súbditos, y la estimación y el respeto de todos los que lo conocieron y trataron con él. Sobresalían entre sus dotes morales un alto espíritu de justicia, una consumada prudencia y una nunca desmentida modestia.

12.- Con razón podemos decir que el fundador del Chillán de 1836 es digno compañero del fundador de 1580, don Martín Ruiz de Gamboa; del fundador de 1664, don Ángel de Peredo, y del fundador de 1751, don Domingo Ortiz de Rozas. Todos ellos ocupan honroso puesto entre los supremos magistrados que tuvieron en sus manos los destinos de esta patria chilena; y ésta debe a todos, grandes e importantes servicios, y guarda en sus anales, con reconocimiento y gratitud, sus esclarecidos nombres. Pero, Chillán tiene para con ellos una razón especialísima de reconocimiento; y nos ha parecido oportuno preguntar aquí, antes de cerrar estas páginas, si la ciudad ha cumplido su deber para con ellos. Y si confesara que aún le carga sobre la conciencia esa deuda de honor, de nobleza y de justicia cívicas, tiempo es aún de echar de sí esa pesada carga: un error o un olvido se corrigen cuando se advierten, y una deuda reconocida se paga cuando presenta su título el acreedor reclamando lo que le pertenece.

Y ya que nos hemos impuesto la tarea de recordar las buenas acciones de los progenitores de esta generosa y altiva ciudad, seános permitido adelantar algunas ideas acerca del modo de despertar el recuerdo de sus olvidadas memorias, y poner sus nombres a la vista de todos, para honra de la verdad y práctica constante de la justicia, virtud que engrandece a los pueblos y mantiene la vitalidad moral de sus hijos.

¿No sería posible erigir algún monumento público, aunque sencillo y modesto, a la memoria de los fundadores? Una columna o alguna pirámide artística, colocada frente a la estación del ferrocarril, o en la plaza de la Victoria, o en otra de las existentes, no carecería de significación. Cuatro planchas con sendos nombres de fundadores y una breve leyenda de cada uno, explicaría la razón histórica del monumento. Cualquiera de esos sitios, erigida ya la obra escultórica, podría ser bautizado con el nombre de «plaza de los fundadores».

No carecería de significación, si no fuera posible lo anterior, dar el nombre de un fundador a cada una de las cuatro plazas equidistantes de la principal o a cada una de las calles que dan acceso a la plaza central. Hoy está ya terminado y asentado en esa plaza, el monumento que perpetuará la gloria y los merecimientos del «primer soldado de Chile» e «hijo predilecto de Chillán», don Bernardo O'Higgins: ¿no sería significativo que sirvieran como de base histórica o como de guardia cívica las plazas o las calles de los fundadores, de los que prepararon con sus trabajos la ciudad que fue la cuna y la plaza que guardará la estatua del fundador de la grandeza republicana de Chillán?

Esa unión de nombres (en un monumento, o en calles, o en plazas), de personajes de la primera fundación de esta ciudad, o sea, de época de la Conquista; con los del tiempo de la segunda y tercera fundación, o sea, de la Colonia; y con los del tiempo de nuestra emancipación política, o sea, la Independencia; y con los de la cuarta fundación, o sea, de la República, será para los habitantes todos, una lección objetiva de gran potencia educadora: contribuirá ella a mantener vivo el recuerdo de acontecimientos tan trascendentales en la vida de Chillán y que hoy se ignoran.

Al tiempo de dedicar cualquier recuerdo público a la memoria de los fundadores de la ciudad, no carecería de interés el que la Corporación Municipal o la Comisión encargada de la realización de la idea, pusiera a disposición del público, dándolo o vendiéndolo a precio cómodo, un sencillo trabajo histórico, que contuviera noticias biográficas de los personajes recordados: conociéndolos, el pueblo los honraría con cariño.

Entregamos a la iniciativa de los chillanejos estas ideas: su patriotismo les hará encontrar el medio más apropiado para honrar a personajes históricos ya, y que tienen derecho a ser considerados como parte del hogar y de la sociabilidad de Chillán.

Ponemos fin a estas páginas, rogando a los hijos de esta ciudad que no busquen en ellas el mérito literario e histórico, de que carecen casi en absoluto, sino que las reciban y tengan como una prueba del respeto y la gratitud que el autor debe a esta culta sociedad.

A. M. G. D.






ArribaAbajoApéndice I

Acta de la Sesión de la Junta de Misiones, en que se fundó provisionalmente el Colegio


DE CACIQUES DE CHILLÁN EL AÑO 1699

«En la ciudad de Santiago de Chile, en 5 días del mes de septiembre de 1699 años, en prosecución del cumplimiento de la real cédula de S. M., se juntaron en junta destinada para dicho efecto los jefes don Tomás Marín de Poveda, caballero del orden de Santiago, del Consejo de S. M. en el supremo de guerra, gobernador y capitán general en este reino de Chile y presidente de su real Audiencia; el Illmo. y Rmo. señor don Francisco de la Puebla, obispo de esta ciudad de Santiago de Chile, del consejo de S. M.; los Licenciados D. Lucas Francisco de Bilbao la Vieja, del consejo de S. M., su oidor más antiguo y alcalde de Corte de dicha real Audiencia; D. Gonzalo Ramírez de Baquedano, caballero del orden de Santiago y fiscal de S. M. en ella; el Dr. Dn. Pedro Pizarro Cajal, deán de esta santa iglesia catedral, provisor y vicario general de su obispado; a que asimismo concurrieron los capitanes D. Juan de Morales Negrete y Diego de Contreras Cabezas, contador y tesorero, jueces, oficiales de las reales cajas de este obispado, y el visitador D. José de Rivera, cura propietario de la iglesia parroquial de San Bartolomé de Chillán y misionero apostólico de las reducciones de indios infieles de la tierra adentro.

Y en dicha junta propuso dicho Sr. Presidente el que se tratase sobre la fundación del colegio de los hijos de caciques como lo manda S. M. por el capítulo séptimo de su real cédula; y habiéndose conferido largamente sobre la parte y lugar donde sería más conveniente su fundación, y sobre la congrua que se podría señalar para el vestuario y alimentos de cada uno de los colegiales y de tres PP. de la Compañía de Jesús que han de asistir para su educación y crianza, fueron de parecer todos los dichos Señores, y unánimes y conformes, que el dicho colegio se fundase en la ciudad de San Bartolomé de Chillán, por la cercanía que hay a las tierras de los indios y caciques, cuyos hijos se han de criar y asistir en dicho colegio; y no pareció conveniente que el dicho colegio se fundase en ninguno de los fuertes ni plazas de armas que están dentro de las tierras de los indios, porque en ellos no hay más que soldados, cuyas costumbres y modo de vivir no pudieran ser de buen ejemplo para la buena educación de los colegiales, y porque con cualquier movimiento de los indios pudieran con facilidad sacar los caciques sus hijos de dicho colegio y llevárselos consigo, por cualquier alboroto que intentasen; y estando apartados en la dicha ciudad de Chillán podrán servir de rehenes, y serán el mayor freno que podrán tener los dichos indios para contenerlos de alguna sublevación a que les mueva su facilidad.

Asimismo se consideró conveniente la dicha fundación en la dicha ciudad de San Bartolomé de Chillán, porque en ella no hay colegio de la Compañía de Jesús, donde es muy necesario y se desea por los habitadores para la paz y quietud espiritual de todos y enseñanza de la juventud, y asimismo de un pueblo de indios, llamados Guambalíes, sacados de la tierra adentro por el Sr. D. Juan Henríquez, gobernador que fue de este reino, los cuales necesitan de doctrina y enseñanza, que podrán tener en dicho colegio, de los cuales se podrá valer el dicho colegio para su servicio, pagándoseles enteramente el salario que se les paga en otra parte por su trabajo.

Y habiendo la Junta resuelto lo referido, propuso el dicho visitador D. José González de Rivera, que para la mayor facilidad de la fundación de dicho colegio, por hacer servicio a Dios y al Rey nuestro Señor, y excusar el gasto del arrendamiento de casa para el dicho colegio, que tenía en dicha ciudad una casa labrada y fabricada en sitio de dos Solares de tierra del largo de una cuadra y media de rancho y edificio capaz para poder entrar los dichos PP. de la Compañía de Jesús a comenzar la dicha fundación, y que desde luego hacía donación de ella a S. M. para el dicho colegio; y en caso de no subsistir el dicho colegio por accidentes que se puedan ofrecer, quedase la dicha casa para los PP. de la Compañía de Jesús para efecto de fundar colegio de la Compañía, teniendo licencia de S. M., y para ello con la calidad de que dicho colegio de hijos de caciques se haya de intitular Nuestra Señora del Carmen; y la dicha Junta, en nombre de S. M., admitió la donación, de que ofreció otorgar escritura en forma el dicho visitador D. José González de Rivera.

Asimismo determinaron dichos Señores que a cada uno de los colegiales que hubieren de entrar, en dicho colegio se les acuda con 120 pesos en cada un año para su vestuario y alimento, y a cada uno de los tres PP. de la Compañía duplicada la misma cantidad, como lo manda S. M; y 60 pesos más al Superior de dichos PP. para los agasajos que le pareciesen precisos para los padres, hermanos y parientes de los colegiales cuando los vengan a visitar, de cuyas cantidades se ha de pagar el jornal de los indios que sirvieren el colegio.

También determinaron los dichos Señores que para que con mayor brevedad se consiga una obra tan del servicio de ambas Majestades, se dé por una vez a los PP. de la Compañía de Jesús, para la dicha fundación, 1.000 pesos de a 8 rs. para poder reducir a clausura la dicha casa, distribuyendo su vivienda y habitación y hacer las oficinas necesarias; y asimismo se les dé 500 pesos por una vez para ornamento de la capilla, camas, bancos, mesas y adherentes de cocina y demás necesario para el uso de los colegiales.

Y habiéndoles propuesto todo lo referido a los Prelados de la Compañía de Jesús de esta ciudad, convinieron en ello y lo aceptaron.

Y porque S. M. manda por dicha real cédula que la fundación se haga y costee del caudal del real Situado, el cual ha más de cinco años que no viene; y considerando que lo que produce la real Hacienda y entra en las reales cajas de la Concepción se regula y es caudal tocante a dicho Situado; determinaron los dichos Señores de la Junta que porque no se retarde el cumplimiento de la voluntad de S. M. en la fundación de dicho colegio, se paguen los dichos 1.500 pesos de las dichas reales cajas, enviándose por esta Junta las órdenes necesarias a los oficiales reales de aquel obispado, para que del caudal más pronto que hubiere en dichas cajas paguen los dichos 1.500 pesos; y que ejecutado lo referido y puesta la dicha casa en perfección, se solicite el que reciban colegiales, cuyos alimentos y de los tres PP. de la Compañía de Jesús que ha de haber se paguen también del mismo efecto, en la forma y con los recaudos que se prevendrán en las ordenanzas y constituciones que se han de hacer para el dicho colegio, en conformidad de lo mandado por S. M. en dicha real cédula.

Con lo que por ahora se cerró la dicha junta para proseguirla después; y lo firmaron los dichos Señores».




ArribaAbajoApéndice II

Acta de la «Junta de Misiones» en que se fundó definitivamente el Colegio de Caciques


DE CHILLÁN EN 1714

«En la ciudad de Santiago de Chile, en 1.º del mes de marzo de 1714 años, en conformidad de la real cédula de misiones ya citada, se juntaron los Sres. D. Juan Andrés de Urtaris, caballero de la orden de Santiago, del Consejo de S. M. gobernador y capitán general de este reino de Chile y presidente de su real Audiencia; el Illmo. y Rmo. Dr. Fr. Luis Francisco Romero, del Consejo de S. M. obispo de esta ciudad y su obispado, y los Licenc. D. Ignacio Antonio del Castillo, del Consejo de S. M. y su oidor y alcalde de Corte más antiguo en esta real Audiencia, y D. Baltasar José de Lerma y Salamanca, del Consejo de S. M. y su fiscal de dicha real Audiencia, y los capitanes D. José Ventura de Morales y D. Francisco de Madariaga, contador y tesorero, y oficiales reales de esta dicha ciudad y su obispado.

Y estando así juntos los dichos señores, se leyeron varios memoriales y pedimentos del P. Procurador general de la Compañía de Jesús, sobre los cuales acordaron y determinaron lo siguiente:

En cuanto al primero, en que representa el P. Procurador general que por los capítulos trece y catorce de la real cédula de misiones se sirvió S. M. (Q. D. G.) ordenar se erigiese un colegio seminario de los hijos de los caciques, el cual estuviese a cargo de la Religión, y que antes de proceder a la utilidad que resultaba de esta disposición, y que se alquilase una casa en que se pudiera doctrinar veinte hijos de dichos caciques y que se había ejecutado en la ciudad de Chillán, en la que donó el Licenc. D. José González de Rivera, canónigo de esta iglesia, y que en espacio de más de catorce años se habían experimentado favorabilísimos efectos, como constaba de los instrumentos presentados e informes hechos a S. M. por la real Audiencia, y del Cabildo, Justicia y Regimiento de la ciudad de Chillán, de que esperaba favorable resolución del católico celo de S. M; y que para que no se demorase la fundación formal del dicho colegio con la fábrica material luego que llegase el dicho despacho, concluyó pidiendo casa para fabricar el dicho colegio con iglesia, y que para ello se aplicasen los medios que S. M. ordena, con calidad de demoler el dicho colegio en caso de que S. M. se diese por deservido.

Y por el primer otro sí de dicho pedimento, pidió el dicho Procurador que se le diese licencia para poder edificar el dicho colegio en otro sitio más cómodo que graciosamente ofrecía su Religión, atento a hallarse fabricadas las casas de la donación del Licenc. D. José González de Rivera en parte húmeda y expuesta a inundaciones; y que asimismo se le permitiese poder vender las dichas casas, para que con su procedido se procediese con menos gravamen a S. M. a la reedificación del dicho colegio en el sitio nuevo ofrecido.

Y por el segundo otro sí representó que por la Junta celebrada en 5 de septiembre del año pasado de 1699, estaba resuelto que los indios del pueblo de Guambalí del contorno de la dicha ciudad de Chillán estuviesen a la dirección de los PP. de dicho colegio, así para su enseñanza como para que asistiesen a la fábrica, pagándoles su trabajo personal, y que se pusiese en ejecución la dicha deliberación, notificándose al corregidor y demás justicia de dicha ciudad no se sirviesen de ellos por sí ni por interpuestas personas, dejándolas a la dirección de dichos PP. y por último concluyendo diciendo que por la Junta citada estaba mandado que los oficiales reales de las cajas de esta ciudad de la Concepción, de cualquier ramo o producto pagasen al Rector de dicho colegio 120 pesos en cada un año por cada hijo de cacique, que estaban destinados para su vestuario, y que a cada uno de los tres PP. que debían acudir fuese el salario duplicado, con más de 60 pesos al Superior, que los había de aplicar en agasajos de caciques cuando los viniesen a visitar, y que los dichos oficiales reales no habían dado cumplimiento a lo acordado en dicha Junta, y que así se les mandase que de cualquier ramo de Hacienda real hiciesen la satisfacción según lo que constare estarles debiendo por la veeduría o por los libros reales de dichas cajas.

Y vista la dicha representación, los dichos Señores acordaron por votos unánimes y conformes se le concediese licencia al dicho Procurador general, y en su nombre al Superior que es o fuere del dicho colegio, para poder edificar casa y habitación en dicha ciudad de Chillán, donde puedan ser doctrinados y enseñados los dichos veinte hijos de caciques, según está ordenado por la Junta citada, entendiéndose dicho edificio en cuanto a lo material de la fábrica, y denegaron la licencia al dicho Procurador general para poder edificar colegio con capilla, campanas y puerta a la calle, y que solo la podrán tener interiormente por vía de oratorio, y con la calidad de demoler la dicha fundación en cuanto a su aplicación dándose S. M. por deservido de la referida licencia, que entonces los dichos PP. podrán aplicar la dicha obra y edificios en usos profanos, para cuyo efecto y edificación del dicho colegio se le admite al dicho P. Procurador la donación que hace graciosamente del otro sitio en parte más cómoda, seca y preeminente, y se le concede la licencia que pide para poder vender las casas que dona para este efecto el dicho Licenc. D. José González de Rivera, canónigo de esta santa iglesia, con calidad de que su procedido se haya de convertir en la fábrica material del colegio que se ha de levantar en el nuevo sitio que dona el dicho P. Procurador general en nombre de su Religión.

Y en cuanto a la aplicación de los indios del pueblo de Guambalí, se les comete la doctrina, educación y enseñanza de ellos en los misterios de nuestra fe, ley natural y policía cristiana por término de ocho años, dentro de los cuales podrán servirse de ellos para la fábrica de dicho colegio, pagándoles su trabajo y servicio personal según la práctica y costumbre de la dicha ciudad de Chillán; y pasados los dichos ocho años han de volver los dichos indios del pueblo de Guambalí a quedar a la dirección y gobierno del corregidor de dicha ciudad para cuanto fuere del servicio de S. M. como incorporados en la real Corona.

Y en cuanto a que los oficiales reales de la ciudad de la Concepción cumplan con lo acordado sobre la paga de los salarios y sínodos señalados a los PP. del dicho colegio y a los hijos de los caciques, mandaron que en cuanto a los sínodos atrasados justifique el dicho P. Procurador general los hijos de los caciques que han doctrinado, vestido y alimentado en el dicho colegio desde el día 5 de septiembre del año pasado de 1699 hasta el presente, y que en adelante asimismo comprueben ante los oficiales reales de la dicha ciudad de la Concepción los PP. que asistieron en el dicho colegio, como no excedan del número de tres, y los hijos de caciques que mantuvieren y doctrinaren; y que hecha esta justificación, los dichos oficiales reales de los ramos de Hacienda real de dichas cajas pertenecientes al real Situado, les paguen los 120 pesos por cada uno de los dichos veinte hijos de caciques, y este sínodo duplicado a cada P. con más los 60 pesos de agasajos que les están señalados por la dicha Junta de Misiones».




ArribaAbajoApéndice III

El terremoto de 20 de febrero de 1835. -Nota del Intendente de Concepción


«En Concepción, en medio de ruinas y escombros, a las 6 ½ de la tarde del día 20 de febrero de 1835.

A las 11 ½ del día un terremoto tremendo ha concluido con esta población. No hay templo, una casa pública, una particular, un solo cuarto; todo ha concluido: la ruina es completa. El horror ha sido espantoso, no hay esperanzas de Concepción; no hay expresiones que puedan pintar el suceso: parecerán exageradas, pero son ineficaces. Las familias andan errantes y fugitivas; no hay albergue seguro que las esconda: todo, todo ha concluido: nuestro siglo no ha visto una ruina tan excesiva y tan completa.

Sírvase Uds. pues, poner en noticia de S. S. el señor Presidente esta ocurrencia desagradable anunciándole que aún no sabemos todo su resultado.

Dios guarde a Uds. -Ramón Boza.

Señor ministro del Estado en el departamento del Interior».

*  *  *

«Intendencia de Concepción, marzo de 1835.

Adjunto a Uds. copia de los avisos dados a esta intendencia por los gobernadores departamentales, anunciando la ruina de las ciudades, villas y poblaciones de la provincia, causada por el espantoso terremoto acaecido en esta ciudad el día 20 de febrero próximo anterior como a las once y cuarto de la mañana, y cuyo suceso he puesto en conocimiento de Uds. con esa misma fecha. Hasta hoy siguen los movimientos de la tierra con más o menos tiempo de interrupción, pero no con la fuerza que en aquel fatal día en que el espanto que produjo en los habitantes el segundo sacudimiento, hizo huir la mayor parte al cerro del Caracol, distante de la plaza pública poco más de cuatro cuadras, y aún a otros montes separados de esta población. Muchos permanecieron dos o tres días sobre su cima y entre las quebradas inmediatas, reuniéndose en lugares tan desamparados que no tenían reparo alguno para defenderse de un sol abrasador que entonces más que nunca hizo sentir su fuerza. Las montañas parecían coronadas por las noches de grandes fogatas que alejando la oscuridad y las tinieblas, servía su luz de consuelo a la desesperación.

Se buscaban entre tanto mutuamente los individuos de cada familia a quiénes el instinto de conservación obligó a tomar la dirección que ofrecía más fácil medio para salvar su existencia. ¡Cuán afligente era ver correr a los padres y madres de familia venciendo los escombros que cerraban las calles en medio del inmenso polvo que oscurecía la atmósfera para salvar cada cual al hijo o al hermano ya en los colegios o en otros puntos de la población! Este espectáculo se veía repetido en todas direcciones, y las calles que llegaban a despejarse por momentos del polvo que causaba la demolición de los edificios, ofrecían a la vista un inmenso gentío que en los instantes en que parecía calmar la tierra su violento sacudimiento, cortaba los aires con votos piadosos y lastimeros ayes interrogando por las personas que hace pertenecer la naturaleza o la amistad.

No es posible detallar las particularidades acontecidas durante el terremoto que con estrepitoso movimiento duró el resto del día 20 y en todas las noches, ni pueden referirse en toda su extensión los males que ha causado en esta ciudad. Reducidos a escombros todos los templos, los edificios del cabildo, tesorería, intendencia, cuarteles, instituto, hospital, almacén de pólvora y casi todas las casas de la población, ha quedado solamente una que otra sin demolerse aunque en estado de ruinas y algunas paredes en igual forma; notándose con generalidad que los edificios cuyos lados estaban colocados de sudoeste a nordeste, que es la dirección que tiene esta ciudad a lo largo, han ofrecido más resistencia al terremoto.

Pero a pesar de tan extraordinario estrago sólo han perecido entre las ruinas 51 personas de ambos sexos diferentes edades; 78 gravemente heridos por el peso de los escombros, que probablemente morirán, sin comprender en este número los que han recibido contusiones que no tendrán este resultado, y entre los muertos las gentes del campo que hubieren perecido en su tránsito por las calles de la ciudad. La razón que acompaño a Uds. sobre este particular, que por más escrupulosidad y empeño que se ha puesto en su formación, nunca puede tocar el término de una verdadera exactitud en los momentos en que se ha preparado; pues que gran parte de los habitantes de esta ciudad se han ausentado a las haciendas de campo o fijado su habitación en las chozas que han salvado de la ruina en los extramuros, cuya circunstancia ha impedido saber exactamente la mortalidad causada por el terremoto.

Pasados los primeros momentos del espanto que sus efectos produjeron en los ánimos, la Intendencia consagró su atención a la necesidad de custodiar las propiedades e intereses abandonados por el terror, evitar los incendios que principiaban por el fuego de las casas demolidas, y preparar los auxilios que eran precisos para sacar de entre los escombros a los que aún respiraban sin perder la vida. La tropa de la guarnición se mandó dividir en destacamentos por varios puntos de la ciudad como se conserva todavía, y los agentes de policía de día y de noche velaban en patrullas para atender a aquellos objetos. El despacho de la Intendencia y el de las demás oficinas, lo mismo que los cuarteles para la tropa, se han fijado en la plaza pública bajo de covachas formadas de tablas y de las maderas de los edificios del Estado salvados de entre sus ruinas.

Aún no se había preparado ni este reparo contra el sol abrasador que se hizo notar en los primeros días cuando una copiosa lluvia que duró muchas horas del quinto día con una pequeña suspensión para continuar parte de la noche, vino a consumar la ruina que causó el terremoto. Las familias se hallaban todavía dentro del recinto de la ciudad, reunidas unas en los patios vacíos, otras en las huertas que ofrecían más extensión, y algunas sobre los cerros vecinos: pero sobrecogidos aún del espanto que les produjo aquel acontecimiento extraordinario que se repetía con cortos intervalos, no habían tenido tiempo de salvar los restos de su fortuna de entre los escombros que los ocultaban. No es calculable la pérdida padecida: baste decir que a los males que traía una lluvia en circunstancias semejantes inutilizando lo que habían respetado las ruinas de los edificios, era consiguiente el abandono de las casas reducidas a escombros para buscar un asilo en las rancherías de los extramuros, y a favor de este mismo abandono se ejecutaron algunos daños en los intereses, que no pudo evitar la vigilancia de los agentes de policía y la de los destacamentos de tropa de línea.

¿Y cuáles no serán los perjuicios causados por consecuencia de este mismo acontecimiento en las campañas en un tiempo en que las cosechas de granos, principal producción de esta provincia, aún no se habían conservado en depósitos que las preservasen de las aguas? Pero sí algo salvó de este elemento, la ruina de aquellos mismos depósitos destruyó las esperanzas de los que se habían anticipado a recoger y conservar sus frutos, según algunos avisos oficiales que he recibido. Muy fácil es conocer la extensión y efecto de este mal, que con el resultado de la miseria se hará sentir durante el invierno; a esta causa de escasez, se agregará la dificultad del tránsito de los caminos que hacen intransitable la estación y que ha inutilizado ahora el terremoto. Cada día recibo aviso de este resultado producido por el derrumbe de los cerros y montes por donde están formados en la mayor parte de esta provincia; y en las actuales circunstancias no es fácil poner un pronto remedio al mal cuyos efectos se sentían aún antes de ahora.

Pero en medio de la calamidad que señaló el día infausto para Concepción, oprimía además mi espíritu una sola consideración, que ocupaba igualmente al vecindario en desgracia. Se concibió la fatalidad de que toda la República habría sido convertida en ruinas al impulso del mismo terremoto que acabábamos de sufrir, fundados en la extraordinaria violencia con que se dejaron notar los primeros sacudimientos que redujeron a escombros los edificios de esta ciudad y en el raro movimiento de la tierra que, acompañada de un bramido espantoso, parecía hacerla marchar en forma de olas hacia nosotros, desde la parte del sur de donde traía su origen y se advertía muy distintamente que a todos los estremecimientos del terreno precedía un estampido al parecer por la explosión de algún volcán fijado en aquella dirección. La fuerza de mis temores se aumentaba con las diarias noticias recibidas de la ruina de las ciudades y villas de la provincia, y de iguales efectos en las de Maule y Talca; pero son inexplicables el enajenamiento que produjo en mi ánimo y el júbilo universal manifestado por los vecinos de esta población, cuando se recibió por cartas particulares, conducidas por el correo, la noticia de que a esa capital no había alcanzado la violencia del terremoto. Aquella sola excepción de la desgracia que se creía universal, hizo renacer en su espíritu el consuelo y aligerar el peso de la fatalidad que les oprimía por la ruina de sus intereses y fortuna.

No contiene esta exposición el cuadro de ruinas y desgracias parciales que se han sufrido por los vecinos de esta población y de toda la provincia. Apenas formará una imperfecta reseña de los efectos producidos por tan espantosa causa; y aún esto es dado al tiempo que consagro con este objeto, en circunstancias que sucesos del momento que demandan prontísima providencia cuya postergación causaría por otra parte males irreparables en el estado presente, me embarazan aun llenar aquel objeto. Sírvase Uds. expresarlo así a S. E. al elevar esta comunicación a su conocimiento.

Dios guarde a Uds. -Ramón Boza. -Al ministro de Estado en el departamento del Interior».




ArribaAbajoApéndice IV

Mensura del terreno por Lozier


En el año de mil ochocientos treinta y cinco, el siete del mes de diciembre y días siguientes, don Carlos Francisco Ambrosio Lozier, agrimensor y testigo, visto el Decreto del Supremo Gobierno, fecha cinco de noviembre último pasado, que ordena la traslación de la Ciudad de Chillán en los terrenos de don Domingo Amunátegui, al norte de dicha Ciudad, la autorización del Sr. Dn. Nicolás Muñoz, Juez de primera instancia, para la mensura de las doscientas cuadras de terreno, en que se debe ubicar la nueva Ciudad, y la citación legal de los vecinos colindantes acompañados de los S. S. Gobernador de Chillán, y de todos los que componen el Cabildo, hemos ido a reconocer el terreno citado Huadun, a donde Dn. Domingo Amunátegui nos ha exhibido la escritura de dicho terreno cuyos linderos han sido reconocidos contradictoriamente sin reclamación alguna; pero como los agrimensores sólo indican el rumbo que siguen sin trazar sobre el terreno las líneas divisorias, al efectuar esta operación al sur de Huadun, la línea de demarcación sobre los dos mojones esquineros, a pasado alternativamente sobre los terrenos, gozados por Huadun y Huambalí, dejando más en favor de este último que lo que se le tomó; con todo un solo habitante de Guambalí reclamó entonces, y se justificó que efectivamente se le ha tomado algunas varas de terreno que pertenecía y pertenece a Huadun, se le podrán reponer de los pocos sobrantes que quedaron en favor de Guambalí, y que gozaba Don Domingo Amunátegui, y si sobrasen algunas varas serán de la pertenencia general de Guambalí, sin que se pudiese pretender, que son válidos: por otra parte son tan pocos que no merecen consideración.

Esta operación terminada, hemos procedido al reconocimiento interior del terreno con respecto a su cualidad para edificar, y después de haber levantado el plano de la parte mejor, y sometido en varias ocasiones a las autoridades de Chillán las ventajas, e inconvenientes que presenta este terreno, vinieron en convenir unánimemente que la nueva Ciudad fuese cuadrada, las calles paralelas al lado del cuadrado, y tomada sobre la parte del terreno estacado, reconocido por mejor, pero como les faltaba un poco de terreno bueno para el cuadro, lo consiguieron de Doña Isidora Olate, y reparando la dirección de los vientos, de los cuales creen tener bastante experiencia, la Municipalidad determinó en su sesión extraordinaria del diez y siete de diciembre, que las calles fuesen en la dirección magnética; esta última resolución me fue comunicada por el Sr. Gobernador interino Dn. Nicolás Muñoz, y fijó definitivamente situación local del terreno destinado para la nueva Ciudad que es como sigue, a saber:

Estando sobre el lindero de Huadun y Guambalí, un poco al Este de la Choza de Bernardo Díaz, hice poner un mojón, designado sobre el plan lineal adjunto por la letra A, de aquí dirigí una línea según el Norte de la brújula, y atravesando los arroyos de las Toscas y Talquipen, se terminó con dos mil ciento veinte y una varas y tercia de longitud en el punto B, en los terrenos de Dn. Domingo Amunátegui hacia los linderos de Dn. Manuel Jiménez, en su hacienda de los «Montes de Badillo». Volviendo al punto A dirigí otra al Oeste formando con la primera un ángulo recto; al medirla encontramos a mil seiscientos setenta y una varas, y cinco sectos, los linderos del Tejar formados por una línea recta que se dirige desde el esquinero de Guambalí, Huadun y el Tejar, a un mojón de piedra que separa el Tejar de Huadun y que está a la orilla izquierda del arroyo de Talquipen, siguiendo en los terrenos del Tejar cuatrocientas cuarenta y nueve varas y media, se puso un mojón D, para indicar la esquina S. O. de la nueva Ciudad. Allí se midió un ángulo recto y atravesando los arroyos de las Toscas se encontró el de Talquipen, que separa los terrenos de Huadun de los del Tejar a una distancia de cuatrocientas treinta y seis varas; y siguiendo la misma dirección se pasó al Norte de la piedra grande que hay en Huadun, como una vara adentro, y llegando a dos mil ciento veinte y una varas y tercio distante del punto D, se fijó el mojón esquinero a noventa y ocho varas al norte de dicha piedra. Este punto C, unido con el punto D, por una recta, terminó al norte los linderos.

Haré notar aquí para facilitar la verificación que se quisiera hacer de la presente mensura que en la línea A, D, antes de llegar al punto E, encuentro de dicha línea con el lindero de Tejar, y a una distancia de ocho varas y media, si se tira una perpendicular al mojón F, tendrá trescientas cuarenta y siete varas, y si once varas y media más allá de dicho punto E, se tira otra al punto G, tendrá de largo cuatrocientas noventa y siete varas. También se debe tener presente que el cuadrado de dos mil ciento veinte y una varas y tercio, no da exactamente doscientas cuadras; pero que la diferencia que existe, pende de una fracción inapreciable en la práctica de la mensura.

Estas operaciones terminadas hemos procedido a la mensura del terreno tomado al Tejar, de la pertenencia de Doña Isidora Olate, que hemos hallado de siete cuadras y tres octavos. Pero como esta cantidad está comprendida en el cuadrado de las doscientas cuadras destinadas para la nueva Ciudad, y que el Decreto supremo del cinco de noviembre al principio dice, que se deben tomar doscientas cuadras al terreno de Dn. Domingo Amunátegui; consultamos las autoridades de Chillán para saber a donde debíamos tomar dicha cantidad; y habiendo designado los que lindan con el Tejar, detrás de la población de Silvestre Marinahuel, medimos sobre los linderos de la Ciudad, al salir del punto E, una distancia E, H, de trescientas setenta y siete varas, y tirando desde este último punto una perpendicular H, I, al lindero de Guambalí, encerramos en el cuadrilátero E, H, I, de diez cuadras cuadradas y tres cuartos, comprendidos entre la nueva Ciudad y Guambalí.

No habiendo habido otra reclamación por la nueva cita de los colindantes, hecha el siete de enero de 1836, hemos terminado y cerrado el presente proceso verbal de mensura que D. Vicente Contreras, Don José María Castillo, D. Manuel Fermín Jiménez, D. Lucas Quintana, testigos firmaron con nosotros; haciendo dos de un tenor para que uno sirva en el archivo de la Ciudad; y el otro a D. Domingo Amunátegui para su inteligencia.

En la Hacienda de los Montes de Badillo, el nueve del mes de enero de mil ochocientos treinta y seis: José María Castillo. -Vicente Contreras. -Manuel J. Jiménez. -Lucas Quintana. -Por mí y ante mí: Ambrosio Lozier.




ArribaApéndice V

Los jesuitas en Chillán en el siglo XVIII


Trabajo leído por su autor en la apertura de una casa y colegio de jesuitas en Chillán el presente año 1920

Es de corazones nobles y bien nacidos presentar anticipado y afectuoso saludo al recién venido, que toma asiento al lado nuestro, constituyéndose nuestro vecino y nuestro conciudadano. La sociedad de Chillán, noble y bien nacida como pocas en esta tierra chilena, ha venido cumpliendo poco a poco ese deber, manifestando en privado a los hijos de Ignacio de Loyola que los recibe en su seno, que les dispensa su franca y cordial amistad, y le ofrece carta de vecindad a título firme y perdurable. Hoy nos congregamos aquí para hacer la instalación solemne de los religiosos de la Compañía de Jesús, y dar testimonio público de lo que ya hemos hecho en el sagrado de nuestros corazones. Esta reunión resulta, por lo tanto, honrosa para los hijos de esta ciudad, como lo es para los nuevos huéspedes que fijan morada en esta santa casa.

Pero, señores, en estos tiempos de las cosas precisas y claras, me ha parecido conveniente fijar el valor y alcance efectivos de esta ceremonia, en que el pueblo de Chillán da y otorga algo y el Jesuita recibe y acepta la dádiva.

Por el conocimiento que he adquirido de las personas y cosas de esta tierra desde que soy chillanejo, he podido formarme concepto claro de que la casi totalidad de los hijos de esta ciudad consideran a los jesuitas como a quien pisa por primera vez esta tierra, y les participan de su estimación y brindan su amistad como a quien se cobija por primera vez bajo el hospitalario techo del chillanejo leal y generoso. Para nuestro pueblo el Jesuita llega hoy como llegó ayer la benemérita corporación de religiosos carmelitas, antes desconocida para todos y desconociendo ella misma el suelo que pisaba.

Esta creencia es, sin embargo, perfectamente infundada. Sólo he podido explicármela, aplicando al caso una atenta observación del gran sabio español Marcelino Menéndez Pelayo. Dice este escritor que en Chile se escriben muchas historias; pero que los chilenos carecen de memoria colectiva y que, o no toman conocimiento de los hechos culminantes de su historia, o que, una vez conocidos, pronto los olvidan.

Los jesuitas eran hijos de la familia chillaneja: un acontecimiento enteramente fortuito y absolutamente imprevisto los obligó a abandonar el hogar paterno, muy en contra de su voluntad y sin que la sociedad, que los veía partir, acertara a explicarse la causa de su violenta separación. Pasaron los años y pasó también el recuerdo de los viejos jesuitas; pero hoy es oportuno acordarse de ellos.

¿Cuándo y cómo se hizo chillanejo el Jesuita? ¿Y cómo se ganó su carta de ciudadanía? Es cosa larga de contar, y me contentaré en esta ocasión con recordar uno que otro hecho que pondrá en claro lo que vengo afirmando.

LA CARIDAD.- En los últimos meses de 1654 y principios de 1655, pasó Chillán por una tremenda prueba, que constituye uno de los episodios más duros y tristes que registra la historia nacional. Los indios sublevados pusieron cerco a la ciudad, con tanta porfía que, después de varios meses de batallar, redujeron a tristísima condición a los sitiados. Se acababan en la ciudad los víveres para la población española y para los indios de servicio; se agotaron las municiones y elementos de guerra; en repetidas ocasiones se hizo imposible traer del río vecino el agua necesaria para los habitantes y para las bestias de servicio; los sitiadores servían de comedido correo, para llevar a los sitiados las más estupendas mentiras acerca de la tristísima suerte que, según ellos decían, había cabido a los pobladores de las ciudades del sur y de las haciendas de los alrededores. A tanta tristeza se agregó otra mayor: la peste viruela prendió en la ciudad y los sitiados perecían a centenares. La labor del párroco, Cristóbal Lagos, y de los religiosos de la Merced, de San Francisco y de Santo Domingo, se hizo carga imposible de llevar e hizo un héroe de cada eclesiástico. Murieron varios sacerdotes de hambre y de la peste, y ya los más esforzados militares creyeron que era llegado el último momento de la ciudad, y que, en lo humano, no quedaba otro remedio que rendirse al enemigo, o intentar un golpe audaz y salir en dirección a Penco o a Santiago.

Revolviéndose estaba la suerte de los sitiados, cuando llegó a la ciudad, burlando la vigilancia de los sitiadores, un religioso de la Compañía de Jesús. Fue recibido con indecible gozo el auxilio de un sacerdote que llegaba de refresco a compañeros ya debilitados y enfermos. Se puso el recién venido a las órdenes del Párroco. Tomó a su cargo el cuidado de los apestados, y les dedicó tan paternales atenciones que pronto se atrajo las bendiciones de sanos y de enfermos.

Se acordó el abandono de la ciudad y se dispusieron las cosas en la forma más práctica posible en aquella situación tan desesperada, en que apenas sí había tiempo para los cálculos de los prudentes.

Se concentraron todos en la plaza del pueblo; se dividieron los habitantes en tres porciones: a vanguardia y retaguardia y a los costados de un gran cuadrilátero iban los pocos militares útiles que quedaban; al centro fueron colocadas las señoras, los niños y las gentes inhábiles para guerrear, y los bagajes. En aquellos habitantes extenuados de hambre y de fatiga y de temor, no se había debilitado el fuego de la caridad cristiana: fue opinión general que debían ir también los apestados, sin exceptuar a los pobres indios atacados del triste flagelo. Y fue también unánime la resolución de colocarlos en el centro de la emigración, como lugar más seguro y en el cual podrían recibir las atenciones de todos.

Estaba todo listo para emprender la marcha: los jefes daban sus últimas órdenes; los sacerdotes fueron convenientemente distribuidos en los diversos grupos, pues era casi seguro que los indios atacarían a los emigrados, y sería necesario auxiliar a los heridos en sus últimos momentos. Desde sus respectivas posiciones los sacerdotes arengaban a los fugitivos, alentándolos a emprender la marcha confiados en la protección del cielo, recordándoles la salida de Egipto por los israelitas, y haciéndoles entender que aquella peregrinación era el único medio de salvar la vida.

Faltaba la voz de partida y ésta la dio un gran Peregrino que, en su infinita dignación, quiso acompañar a aquellos abatidos habitantes y servirles de prenda de seguridad y protección durante el éxodo. El Jesuita fue nombrado asistente del gran Peregrino, y recibió gustoso la honra de prestarle continuo vasallaje. Entró el Jesuita a la iglesia parroquial y sacó del tabernáculo al gran Peregrino, Nuestro Señor Sacramento, y colocándolo en una bolsa limpísima de lino, pendiente del cuello, fue con Él a colocarse en medio de los apestados. Un clamor general y una oración salida de lo más profundo del corazón de aquellos angustiados habitantes, se elevaron hacia Jesús Sacramentado, en señal de reconocida gratitud y en demanda de socorro en tan crítica situación.

Dio la orden de marcha el jefe de la plaza y comenzó aquel éxodo, que tan tristes consecuencias iba a tener para los hijos de Chillán.

Cincuenta días, amargos como la tribulación como los sufrimientos y como la muerte, duró aquella peregrinación, que se detuvo en la orilla norte del Río Maule. Cuenta un cronista que esos cincuenta días los pasó el Jesuita en atender al gran Peregrino y en dispensar a sus apestados el más solícito cariño, y con tal prescindencia de su persona que, durante ese tiempo, no se preocupó demasiado de la comida y no durmió una sola noche.

A orillas del Maule termino su misión el Jesuita: allí se separó de los chillanejos, dejando entre ellos una memoria imperecedera y en el corazón de todos perdurable gratitud. Este fue el primer contacto de los hijos de Ignacio de Loyola con la ciudad de Chillán: lo realizó un religioso extraordinario, a quien los peregrinos de 1655 dieron el calificativo de santo, y a quien los historiadores de la época vaticinaron de honor de los altares; es el apostólico misionero, padre Nicolás Mascardi.

LA MISERICORDIA.- Ocho años pasaron los infelices desterrados a la orilla del Maule, diseminados en las casas de los fundos riberanos, en pequeñas tolderías y ranchos trabajados por la mano de caballeros y damas que no aprendieron en su juventud a manejar ni la barreta ni el martillo. Las autoridades de Santiago prohibieron a los chillanejos acercarse al norte de temor a que se propagara la peste a los habitantes de la capital.

Buena parte de los emigrantes chillanejos murió en los tres primeros inviernos que pasaron en condiciones más tristes que los israelitas a través de los desiertos de Arabia. La Compañía de Jesús prestó a los confinados del Maule un servicio que, por lo oportuno, fue intensamente agradecido. El provincial Jesuita, P. Diego de Rosales, según creemos, estableció una residencia de sus religiosos cerca de la que es hoy estación del Maule, del Ferrocarril Central, y dedicó a sus religiosos al exclusivo servicio de los pobres y de los apestados. La Compañía de Jesús entraba más hondamente en el corazón de los hijos de Chillán.

LA EDUCACIÓN.- Hace 220 años justos, en 1700, se celebraba en esta ciudad un acto muy semejante al que nos congrega bajo este techo. Los jesuitas Nicolás Deodati, Domingo Javier Hurtado y Gonzalo Covarrubias, establecían solemnemente un colegio para los vecinos acomodados de esta ciudad que podían dar algo por la educación de sus hijos; una escuela gratuita para los hijos del pueblo; y un colegio para educar a los niños nobles araucanos, como se llamó entonces a los hijos de los caciques indígenas. Un venerable cura de esta ciudad, don José González de la Rivera y Moncada, entregaba su propia casa a los jesuitas para que se establecieran aquí y se dedicaran a la enseñanza de la juventud, ramo entonces desconocido, en lo que hace a estudios de humanidades.

El colegio de nobles araucanos fue genial creación del cura González de la Rivera. Conocedor González de las costumbres araucanas, creyó que la educación de los futuros jefes de la tierra araucana, influiría poderosa y eficazmente en la conversión y civilización de una raza tan vigorosa, tan guerrera y tan patriota. Era a la verdad hermosa la concepción del cura de Chillán: ¡La Araucanía civilizada y cristiana por la obra de sus propios príncipes! Quería González a los jesuitas en Chillán para que ayudaran a las ínclitas órdenes mercedaria, dominicana y franciscana, que deseaban ardientemente contar con nuevos cooperadores en las ya pesadas tareas en el ministerio sacerdotal. Elegía a los jesuitas para confiarles el «Real Seminario de nobles araucanos», entre otras razones, porque «entre esos religiosos hay, decía él, muy escogidos lenguaraces y porque, estando dedicados sus escolares a las misiones, se dedican ya en sus estudios a aprender la lengua araucana».

Para González de la Rivera era de gran provecho que los profesores del colegio hablaran correctamente el idioma indígena, y, si podemos decirlo así, que hablaran el araucano clásico «porque, decía él, los indígenas se precian de elocuentes en su idioma, de que hacen grande estimación, y celebran y veneran a los que más elegantes son en hablar».

Los dos colegios de los jesuitas se mantuvieron siempre llenos de alumnos, en buen pie los estudios y a satisfacción de los habitantes de Chillán, que los favorecieron con largueza y con cariño.

Éste fue el arraigo definitivo de los jesuitas en Chillán.

LABOR MINISTERIAL.- A la labor del educacionista, agregaron la de los variados ministerios que ejercieron en la ciudad y en los campos.

A cuánto llegaba la labor de los religiosos lo comprueba un hecho, insignificante en sí, pero que pone de manifiesto la alta estimación que se habían ganado en la sociedad, sin distinción de personas ni de colectividades. En 1713 el provincial Antonio Covarrubias, en visita canónica, ordenó al rector del colegio, padre Antonio Hevia «la traslación del convento y colegio al alto de la loma vecina porque el sitio en que estaban edificados era muy húmedo y contra la salud de los dichos padres». El padre Hevia, sin más auto ni traslado, se dio prisa en cumplir lo ordenado por su provincial, y en el verano siguiente comenzó a abrir cimientos para los nuevos edificios, en una cuadra de suelo que para el efecto compró el padre provincial. La nueva de los trabajos tomó de sorpresa al vecindario de Chillán, y sus autoridades se creyeron en el caso de intervenir en el asunto. El corregidor, justicia mayor, y teniente de gobernador, don José de Puga y Novoa, citó a las autoridades y vecinos a un cabildo abierto, que tuvo lugar el 30 de abril de 1714. Asistieron el corregidor, los alcaldes Alonso Arias y Gabriel Riquel de la Barrera, el alguacil mayor, Francisco Simón de Fonseca; el porta estandarte real, Juan Gallegos; el regidor Manuel San Martín; el cura párroco, Juan Ángel de Echeandía; el prior de Santo Domingo, Fray Martín Fernández; el guardián de San Francisco, Fray Agustín Quintana; el comendador de la Merced, Fray Jerónimo de Vera; y buen número de vecinos respetables. Expuso el corregidor Puga y Novoa el objeto de la asamblea, que era dictaminar y resolver sobre la traslación del «Colegio Real Seminario» al alto de la Horca, e hizo largas consideraciones sobre el particular. Dijo que «el colegio funcionaba desde 13 años dentro de los muros que fueron de la antigua ciudad: que tienen suficiente con el local que ocupa, de media cuadra de frente, que basta por la cortedad del lugar; que el proyectado edificio queda fuera de los muros a siete cuadras de la plaza, fuera del recinto militar, expuesto a los asaltos de los enemigos y sin defensa correspondiente; que hay un zanjón de por medio de la ciudad, que en el invierno suele perder vado y que aún en el verano lleva agua; que pierde el vecindario el servicio de tan buenos operarios espirituales como son los jesuitas...; y los perderán absolutamente por la noche; que el local actual es de lo mejor de la ciudad; que conviene respetar la voluntad del antiguo cura González de la Rivera; y que hay que prevenirse por si la ciudad es asaltada de los indígenas, ya que lo ha sido a pesar de estar amurallada».

Hubo seria y viva discusión sobre lo dicho y fue general la opinión contraria al proyecto de traslación. Sólo un voto favoreció al rector Hevia y fue del procurador de ciudad, capitán don Manuel Salamanca.

La réplica de los primeros opinantes fue unánime contra Salamanca, y aseguraron «que eran ningunos ni suficientes los motivos que se proponían para poder desvanecer los que todos tenían presentados».

Como resultado final de la asamblea se acordó mandar copia de los antecedentes y del acta final al Gobernador de la Nación, pidiéndole que resolviera lo que estimara conveniente.

El provincial Covarrubias ganó el «quien vive» a los de Chillán, y, cuando llegaron a Santiago las conclusiones del «cabildo abierto», ya el Gobierno había autorizado la proyectada traslación del colegio al alto de la loma.

Las mismas autoridades que en el Cabildo intentaron estorbar las nuevas construcciones, ayudaron después a los jesuitas con entusiasmo en los trabajos del nuevo colegio, de la iglesia pública y de la casa de ejercicios. Pláceme citar aquí un brevísimo curioso decreto del corregidor Puga y Novoa. Por disposición del Supremo Gobierno los jesuitas podían ocupar en los trabajos a los indios guambalíes, vecinos a la ciudad. El rector Hevia tropezó con el inconveniente de que los indios no salían al trabajo porque todos ellos estaban sirviendo en las casas de los particulares. Reclamó Hevia al corregidor, y este, apoyando la solicitud del rector, dio este lacónico ukase: «Hágase como pide el R. P. Rector, por ser ello voluntad del Presidente de la nación y también la mía»: así se mandaba, con tanta precisión y claridad, en julio de 1714.

LOS COLEGIOS.- Los Jesuitas fueron en Chillán lo que entonces eran en todo Chile, un gran factor de progreso intelectual.

El colegio de indígenas se cerró en 1723, a causa de la gran sublevación de los araucanos: éstos reclamaron a sus principitos, y no volvió a abrir sus clases el «Real Seminario de Nobles Araucanos». Para conocimiento de los que se interesan por el simpático colegio, diremos que produjo muy benéficos resultados, y que tal vez habrían llegado a conseguirse los patrióticos propósitos del cura González de la Rivera. Como dato ilustrativo agregaremos que fueron rectores los padres Nicolás Deodati, Antonio Hevia, Juan Lazo de la Vega, Bernardo Bel, Francisco Romero y Francisco Javier Gómez, que fue el último.

En el colegio de vecinos, los estudios alcanzaron gran prosperidad, y produjeron abundantes y sazonados frutos. Muchos jóvenes chillanejos, alumnos del colegio, llegaron a ocupar honrosos puestos en la milicia, en la abogacía, en el sacerdocio y en las diversas religiones; y muchos ocuparon con honor puestos públicos de responsabilidad, y no faltaron algunos que contribuyeron a enaltecer en el extranjero el nombre de esta tierra de Chillán.

Como dato ilustrativo, que puede utilizar algún escritor de la Compañía, doy los nombres de algunos de los rectores del colegio de segunda enseñanza, después que se cerró el de indígenas: Francisco Javier Gómez, hasta 1730; Francisco Barrientos, en 1730; Nicolás de Toro, en 1735; Pedro de Irarrázabal, en 1744 y 1749; Hilario José Pietas, 1750; Alonso Barriga, 1751 - 1756; Juan Lazo de la Vega, 1759; Gabriel Urea, 1761; Miguel de Olivares, 1761 - 1765; Hilario J. Pietas, 1767.

ESPÍRITU PUBLICO.- Chillán, el antiguo, según lo recuerdan la tradición y la historia, experimentó repetidas calamidades, de fatales consecuencias, todas, y algunas de ellas que causaron la ruina y traslación de la ciudad. Una de las más tristes fue la que experimentó el año 1751. La provincia entera sufrió los efectos de un espantoso terremoto, que asoló todos los pueblos y haciendas. De esta ciudad no quedó una sola casa, porque lo que respetaron los sacudimientos del suelo enfurecido, lo derribaron las aguas del río Chillán, que se echaron sobre la ciudad, y, como si hubieran sido vivas e inteligentes, se ensañaron contra los edificios que iban escapando del terremoto. Huyó la gente al alto vecino, para escapar de la inundación, y allí, en la ya conocida loma de la Horca, se celebró un «cabildo abierto» para decidir de la ubicación de la ciudad. Hubo quiénes concibieron el proyecto de abandonar el sitio invadido por las aguas y arrasado por el terremoto, y de trasladar las habitaciones al alto de loma, y otros, que deseaban reedificar la vieja ciudad. El cura párroco, don Simón de Mandiola, hombre previsor y práctico, y el superior Jesuita, Alonso Barriga, hombre juicioso y observador, entendieron que debía efectuarse la traslación de la ciudad, y en favor de su opinión movieron los ánimos en la asamblea y atrajeron las voluntades en favor de su proyecto. De este comicio nació a la vida Chillán Viejo actual.

En este cabildo los opinantes dieron su voto por escrito y lo autorizaron con su firma: asó lo exigió el Gobernador de la Nación. Es interesante leer estos curiosísimos votos, que reflejan fielmente el estado de ánimo de los concurrentes; y son una perfecta fotografía moral de la gran variedad de caracteres y tipos sociales que componían entonces la ciudad. El voto que dio el padre Alonso Barriga es muy singular: se reveló su autor como un hombre de ciencia, que se funda en ella para dar solución al negocio práctico que en el comicio se ventilaba. Se construyó la ciudad en el local en que la halló el terremoto de 1835, pero en donde no la tocaron ya las aguas del río: el cura y el superior Jesuita hacían en Chillán lo que en Penco estaban haciendo los jesuitas y los eclesiásticos, es decir: procurando llevar la antigua Concepción destruida también por el terremoto y las olas del mar, al local en que hoy la conocemos.

PROGRESO AGRÍCOLA E INDUSTRIAL.- Otro punto tocaremos y muy rápidamente: y os lo digo porque también es larga esta molestia que os voy dando. Tuvieron los jesuitas otro fundamento de arraigo en la ciudad. A más de los beneficios de la enseñanza y ministerio sacerdotal ya indicados, prestaron otros de gran trascendencia, y que dio a Chillán gran preponderancia sobre las demás ciudades de la Nación. Chillán fue una ciudad con industrias de hilandería y de tejidos muy desarrolladas y productivas. Un historiador nacional toma nota de que a fines del coloniaje, esta ciudad, con su región, producían, en su agricultura e industrias, las telas de lana y frutos del suelo que necesitaban sus habitantes, y que tenía sobrante hasta para enviar al extranjero. Exportaba Chillán considerables cantidades de tejidos al Perú y a Quito, trayendo de esas naciones los productos que aquí no se producían. Los historiadores han notado el efecto; pero no han atinado con la causa de esta riqueza industrial. Pues señores, esta causa fueron los jesuitas: las maquinarias que ellos dejaron al abandonar la ciudad, y las lecciones prácticas que ellos dieron, fueron los elementos de progreso que siguieron aprovechando los chillanejos, que continuaron trabajando como aprovechados discípulos. El fiscal de la Real Audiencia de Santiago, dictaminando en el expediente de fundación de Chillán en 1751, aseguró que esta ciudad y su región eran el abastecedor de todo el ejército y vivientes del Maule al sur. Y acabamos de decir que años más tarde esta ciudad abastecía también al Perú y a Quito.

EXPULSIÓN.- Juzgad si los hechos apuntados, que son pocos y tomados de acá y de allá en la historia de la ciudad, prueban o no que los jesuitas estaban arraigados en Chillán, que formaban parte de la familia chillaneja y que eran hijos que la honraban. ¿Y por qué se rompió el lazo que ligaba tan estrechamente a la Compañía de Jesús con esta ciudad? No fueron ellos responsables, ni este vecindario tuvo en ello culpa de ningún género. Cuando el hecho se realizó, los vínculos de unión eran más apretados que antes, y fue necesario que la cuchilla que los cortó se forjara en los antros de maquinaciones tenebrosas, y que el golpe se diera a traición y cuando las tinieblas ocupaban la dormida ciudad.

El 26 de agosto de 1767, antes del amanecer y sin que hubiera precedido notificación de ningún género, los religiosos jesuitas de Chillán eran violentamente arrancados de su Convento y, en calidad de presos y con aparatosa custodia militar, eran llevados a la casa misional de la Mochita, situada en el hoy elegante y pintoresco barrio del Agua de las Niñas o de Pedro de Valdivia, junto a Concepción. Allí, en compañía de otros religiosos de los conventos de la diócesis, permanecieron corto tiempo, al fin del cual, amontonados en una mala embarcación, atravesaron el océano y fueron a buscar en el destierro el albergue y el pan que les arrebataran la injusticia y la iniquidad.

LAZOS DE FAMILIA.- Entre los expulsados iban muy distinguidos miembros de familias de esta región. Terminaré pagando un homenaje a unos pocos de ellos, por lo especial de sus relaciones con esta ciudad, y porque serán el último argumento del arraigo aquí de los antiguos jesuitas.

Entre los desterrados iba el jesuita Miguel de Olivares, hijo de un prestigioso vecino de la ciudad. Olivares tomó parte activa en las primeras fundaciones de la Compañía de Chillán; prestó grande atención al Colegio de Nobles Araucanos, regentó el Colegio de segunda enseñanza varios años; fue un insigne misionero, que en su labor apostólica recorrió la diócesis de Concepción hasta en sus últimos rincones. En sus correrías recogió interesantes datos sobre la labor de sus hermanos en religión, acerca de las costumbres indígenas y acerca de la obra de los españoles en lo civil y en lo militar; con esos datos escribió dos interesantes obras históricas, que comenzó en Chile y fue a terminar en Italia, país de su confinamiento. Murió en Imola, bendiciendo a Chile y enviando una especial bendición a Chillán, cargado de virtudes y de méritos, a los ciento trece años de edad.

Junto con Olivares iban al destierro cuatro jesuitas, hijos de uno de los más famosos mandatarios que tuvo la ciudad, don Jerónimo Pietas y Garcés, que era alcalde cuando los jesuitas tenían su colegio en el alto de la Horca en 1719. Era un diestro militar: excursionó por todo el territorio indígena, hasta por la Pampa Argentina, en donde estudió las costumbres de todas las tribus que visitó. Era juicioso observador de lo que veía y hombre de letras; lo cual le dio facilidad para escribir una interesante Relación sobre las cosas de Chile, que le ganó renombre y fue recibida con aplauso en la Corte del Soberano español. Para ayudar a la civilización de los indígenas, dio cinco de sus hijos al clero. Uno de ellos, Raimundo José, fue clérigo secular; sirvió varias parroquias, siendo la última esta de Chillán, de la cual salió para ir a Concepción, a regentar el Seminario Diocesano, que dejaban los jesuitas, expulsados también de Concepción.

Los otros cuatro jóvenes Pietas y Garcés, Hilario José, Francisco Javier, Ignacio y Jerónimo, ingresaron en la Compañía de Jesús, y por sus méritos y relevantes cualidades fueron destinados en ella a muy honrosos puestos. Todos fueron Superiores de Convento de su orden, y dos de ellos lo eran a la fecha de la expulsión, tocándole a Hilario José la satisfacción, algo triste sí, de ser el último Superior del Convento y Colegio de Chillán. Olivares, José Dupré, Ignacio Fuentes, Esteban Fuentes y los Pietas Garcés y otros de los jesuitas chillanejos que marcharon al destierro, murieron en el extranjero después de haber llevado una conducta ejemplarísima, realzada con la vida de pobreza que les obligó a llevar el confinamiento estrechísimo en que se les obligó a vivir.

CONCLUSIÓN.- Termino, y creo que puede afirmarse que los jesuitas tenían carta de arraigo entre vuestros antepasados, y muy bien ganada. Es cierto que aparentemente la dejaron abandonada; pero también lo es que a ello los obligó fuerza mayor, y que sus dueños jamás han declarado que renuncian a su derecho.

Yo sé que los jesuitas que hoy llegan son viajeros que regresan de un largo viaje, al fin del cual encuentran aquí a sus hermanos de trabajo y de sufrimientos: los mercedarios, los franciscanos y los dominicos, con los cuales trabajaron gloriosamente en tiempos pasados; y yo les aseguro que los hallan animados de los mismos nobles sentimientos que entonces. Lo nuevo que aquí encuentren son las creaciones o fundaciones que el tiempo ha hecho necesarias; pero también ellas están dominadas de idénticas nobles aspiraciones.

Y yo agrego de mi parte, a la sociedad en general, que los jesuitas no han sido durante su ausencia hijos pródigos que hayan dilapidado su opulenta fortuna de virtud y de ciencia en pasatiempos inútiles o pecaminosos, sino que, haciendo honor a su vigorosa constitución, han mantenido con honor la gloria de otros tiempos; y que con los jesuitas que hoy llegan comienza una serie de obras que engarzan justamente en la cadena de las pasadas glorias de los jesuitas del antiguo convento de Chillán.

REINALDO MUÑOZ OLAVE

Gobernador Eclesiástico de Chillán.



 
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