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ArribaAbajoDe «Sebastián de Benalcázar»

(Tomo I, cap. XI)



ArribaAbajoEl nacer de un Estado

(Quito, del 6 de diciembre de 1534 al 22 de mayo de 1538)


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Cuando en 1534 las huestes castellanas hollaron, por vez primera, la Sierra del Ecuador, no hacía ni un siglo desde que Pachaentea o Inca Yupanqui, según sea la cronología que se adopte, llegó a las más australes tierras de nuestra Patria, con ejércitos cuzqueños, que más que en son de conquista, vinieron a verificar pasajeras correrías13.

Fue Túpac Yupanqui el primer Inca que emprendió la conquista de lo que hoy es Ecuador; y trajo sus armas victoriosas hasta el lindero meridional de los Caranquis; lo que parece probable que debió ocurrir entre 1455 y 1465. Las actuales provincias de Imbabura y Carchi sólo   —214→   fueron anexadas al Imperio por Huaina-Cápac, entre 1480 y 149714.

Estas fechas indican la época inicial, para las diversas secciones del Ecuador interandino, del influjo de la cultura incaica, pero no el de la sumisión total de todas las tribus, pues las Incas principiaban por ocupar los puntos estratégicos y obtener la sumisión -más o menos real- de los principales jefes aborígenes, para luego guarnecer las vías de comunicación con el Cuzco y las provincias sólidamente incorporadas al Imperio, con un complicado y perfecto sistema de pucaraes, de construcción ligera, emplazados en las alturas, dispuestos alrededor de otras fortalezas de mayor importancia, conectadas con los tambos, entre los cuales había algunos que, por su magnitud, eran verdaderas ciudades; en éstas había grandes colonias de mitimaes, menores en los de segundo orden, pequeñas junto a los pucaraes. Entonces la vida incaica, con toda su organización, iba absorbiendo, rápidamente a la masa conquistada y se emprendía en la sujeción de las parcialidades periféricas, las que, en los valles apartados, conservaban su autonomía, mucho después de que en aquellos por los que atravesaban los caminos reales, había palacios y templos hechos por los Incas15.

En la costa ecuatoriana el dominio incaico fue, puede decirse, nulo, si se exceptúa la hoya del Guayas y la Isla de la Puná en donde ha de calificarse de nominal.

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Así, en 1534 había en el Ecuador varias naciones con usos, costumbres, instituciones y lenguas diversas, más o menos influidas por los Incas; quienes habían logrado hacer suyas a las castas dominantes, a la nobleza aborigen, no sin haber sido a su vez, los cuzqueños, hasta cierto punto, incorporados por los pueblos vencidos; y núcleos extraños, los mitimaes, que pertenecían a diversos pueblos, pero que habían adoptado totalmente la civilización incaica.

Sólo en la Sierra había: Paitas, Cañaris, Puruhaes, Panzaleos, Caranquis y Pastos, que seguían siéndolo tal como lo fueron sus progenitores, antes de la llegada de los Cuzqueños; otros un tanto adaptados por la cultura incaica; una nobleza ya cuzqueña por sus usos; otra que era tan aborigen como incaica por la sangre; todo ella junto a ejércitos de Orejones, que la larga ausencia de la Metrópoli había hecho que mirasen como su hogar el país donde residían y núcleos de mitimaes, oriundos de distintos parajes, que, en veces conservaban su propia lengua y religión, pero que eran dóciles instrumentos de la política imperial.

Huaina-Cápac había nacido en Tomebamba, y tan cañari era de corazón -por lo menos- que fundó el ayllo de Tomebamba, y en su tiempo estuvo la fortaleza del Cuzco guarnecida por Cañaris. De seguro, de no haber sobrevenido la conquista española cuando se verificó, sino treinta o más años después, habría habido un ayllo imperial Caranqui, y se habrían olvidado las guerras de Huáscar y Atahualpa y la progenie quilago o imbabureña, del último.

Montesinos cuenta cómo Huaina-Cápac «tuvo noticia cómo la gente de la otra banda del río. Pisque16 se había rebelado, y cómo gobernaba la gente una Señora   —216→   llamada Quilago. Huaina-Cápac... partió a aquella parte con su ejército y llegó a la vista de los contrarios... hubo muchas escaramuzas, quiebras de puentes y muertos de ambas partes... Prendió a la señora Quilago, hízole muchos agasajos; diole ricas presas; solicitola a su gusto, ella le entretuvo con algunos achaques, nacidos de la voluntad»17.

Esta Quilago o sea princesa o doncella noble que tal es el significado de esta palabra en lengua caranqui fue quizás la madre de Atahualpa, que parece que las tolas de Cochasqui, que queda al otro lado, yendo de Quito, del río Pisque fueron palacio de este Inca o de algún otro gran señor su coetáneo, que como él tuviese la sangre imperial de los Cápac, mezclada con la de algún Ango o Señor Caranqui, pues Atahualpa no era oriundo del Cuzco «sino de la provincia del Quito y Cayangui o Carangui donde era» su «naturaleza y asiento»18. Una noble aborigen fue probablemente madre de Rumiñahui, hijo también de Huaina-Cápac, que al igual de otros de los grandes jefes indios, fue hijo del Inca o de alguno de los miembros de la familia Imperial, en mujeres pertenecientes a las dinastías de los principales caciques aborígenes.

De este modo habíase, para la época de la llegada de los blancos, hecho la quiteñización del incario, la fusión de conquistadores y conquistados, en un nuevo pueblo, que ganó el Cuzco para su jefe y supo resistir a los españoles, cuando Manco II y la nobleza cuzqueña obraban como sumisos aliados de Pizarro.

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Con las guerras de Huáscar y Atahualpa fracciónase en dos mitades lo que es ahora Ecuador: el sur, del Nudo del Azuay en adelante, con Tomebamba por capital, sigue el partido de Huáscar, mientras que el Norte, de que es centro Quito, obedeciendo al impulso de los Huambracunas o imbabureños, abraza la causa de Atahualpa. Esta división, perdura en los primeros años de Coloniaje.

A lo largo del callejón Interandino son centros desde donde se ejerce el gobierno incaico, en los que se produce la amalgama quiteño-cuzqueña, principiando por el N: Gualmatán; la fortaleza edificada cerca de La Paz en el Carchi; Tuza; Caranqui donde había templo del Sol, convento de acllas y guarniciones militares; Otavalo; Cochasquí; Guayllabamba; Quito la capital septentrional del Imperio, lugar fuerte por excelencia; Panzaleo; Mulaló donde existían grandes depósitos; los «grandes aposentos llamados de la Tacunga, que eran tan principales como los de Quito... donde también esta cantidad de vírgenes dedicadas para el servicio del templo;... en este pueblo tenían los señores Ingas puesto Mayordomo Mayor, que tenía cargo de coger los tributos de las provincias comarcanas y recogerlos allí, adonde asimismo había gran cantidad de Mitimaes». Seguían al sur los tambos de Muliambato; los de Ambato; los «sumptuosos aposentos de Mocha»; «los grandes... de Riobamba» los de Cayambi; los de Tiocajas; los «aposentos principales que llaman Tiquicamanbi» y los de Chanchán. Desde este lugar hasta Tomebamba, que era «casi veinte leguas..., está todo repartido de aposentos y depósitos, que estaban hechos a dos, tres y cuatro leguas, entre los cuales están dos principales, llamado el uno Cañaribamba19 y el Hatuncañari». Tomebamba era ciudad incaica, rival casi del Cuzco   —218→   en grandeza, aun cuando de construcción ligera. Saliendo de Tomebamba se llegaba a los aposentos de Cañaribamba, luego a los de Las Piedras y a Tambo-Blanco20.

Estos tambos y plazas fuertes, que acabamos de mencionar, estaban dispuestos a lo largo del camino imperial, que por la Sierra, y atravesando el Cuzco, iba del límite Norte al meridional de Tihuantinsuyo.

Saliendo de Quito hacia Caranqui, sí deben haber existido varios senderos, uno de los cuales aprovechó Benalcázar para traer a Quito al Virrey, antes de la batalla de Iñaquito, parece que existía una sola vía que formaba parte de la red troncal del Imperio; no así en la dirección contraria, hacia el Sur, donde existían dos caminos, el uno que seguía las faldas de la Cordillera Occidental, y el otro que tomando primero las alturas de Puengasí, se inclinaba al Oriente y por Limpiopongo y el Rumiñahui. para dirigirse por las estribaciones de la Cordillera Oriental21.

A más de estas rutas principales había otras, dotadas de sus posadas y depósitos, que no pretendemos enumerar pero de las que citaremos, como ejemplos; la en que, por Píntag y el Inca iba a Quixos22; la quede Cotocollao conducía al territorio de los Yumbos23 ; la que de Quito, por Cumbayá , iba a Puembo y Pifo24.

Junto a los tambos o aposentos incaicos, de que nos hemos venido ocupando, existían los núcleos de población   —219→   más o menos importantes, a los que podía aplicarse ya el nombre de aldeas, ya el de ciudades: mas eran creación de los Incas, pues la verdadera población aborigen, vivía repartida en pequeños grupos, por los campos de cultivo, como hoy los indios de pura raza, en las haciendas de la serranía. Un Templo o huaca, -esto es un lugar sagrado, quizás desprovisto de construcciones-, la casa del cacique y la fortaleza, eran los centros de reunión de estas comunidades dispersas, y a ellos podía darse el nombre de pueblos, ya que en ellos, en ciertas ocasiones, se reunía la comunidad.

La situación en la Costa era diversa: en el interior de las montañas, la población estaba repartida más o menos, como ahora en la Amazonía; a la orilla del mar existían, verdaderas ciudades, como Atacames, Coaque y Manta.

Concorde con esta distribución de las poblaciones era la de la tierra, en cuanto fuente de producción.

Junto a los centros incaicos debemos suponer existía el reparto de los terrenos de acuerdo con los cánones imperiales: propiedades cultivadas en comunidad unas en beneficio del Sol y los demás santuarios, otras del Inca y las múltiples necesidades del Estado; y parcelas de las que eran usufructuarias las familias, que las trabajaban; con la cooperación de las vecinas25. Donde la población aborigen conservaba sus usos, las cosas debieron tener otro aspecto.

En la región Caranqui existía la propiedad inmueble individual; las chacras eran de quien las cultivaba y se transmitían por herencia; cacique, o jefe de la parcialidad, era el más valiente, el que mejor labranza hacía y tenía más recursos para dar de comer y beber a sus   —220→   paisanos26; los curacas poseían, además, tierras cuyo fruto servía para subvenir a los gastos de la comunidad.

Entre los Panzaleos parece que también existió la propiedad privada27.

Estos campos cultivados, ya poseídos por un individuo, ya por una parcialidad, ya por el Estado, debemos suponerlos emplazados en los lugares más fértiles y donde, de acuerdo con los métodos de que disponían los indios, el cultivo era más fácil y provechoso; esto es donde había la humedad suficiente, o era hacedero el regadío, debiendo tenerse en cuenta que en muchos parajes, los aborígenes construyeron atrevidos canales. Así, aun suponiendo que la población fuese en el Callejón, Interandino, tan numerosa en el siglo XVI como ahora, la ocupación de la tierra no puede haber sido tan extensa como lo es actualmente, en que quedan grandes extensiones, por una u otra razón, incultas.

El indio no era ganadero, y por grandes que supongamos hayan sido sus rebaños de llamas, del terreno apropiado hoy, habrá que descontar toda la superficie destinada a dehesas, así como la que se ocupa en el cultivo de la caña de azúcar; y, aun admitiendo que los cultivos de maíz, patatas, quinua y demás plantas alimenticias conocidas por los indios, hayan igualado en extensión a los que en la era presente se destinan a ellos y a los del trigo, cebada y más plantas de origen español, forzoso será el admitir que la mayor parte de las tierras cultivables del Callejón Interandino, estaban, para la época de la llegada de los Castellanos, incultas.

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La Sociedad aborigen era de débil contextura política; el Ecuador recientemente incorporado al Incario, no formaba una unidad étnica; ya hemos recordado la rivalidad que para el tiempo de la Conquista española, existía entre Tomebamba y Quito; entonces aún se usaban diversas lenguas, a las que correspondían culturas y tradiciones distintas. Hasta dentro de las que podemos llamar nacionalidades faltaba la organización de un Estado: cada Cacique era soberano en su colectividad, las que a menudo traían guerras con las vecinas, de resulta de las cuales se formaban temporalmente Señoríos más o menos extensos28.

Un ejemplo típico nos cuenta Cieza: «Son muy enemigos los de Carangue de los de Otávalo: porque cuentan los más dellos, que como se divulgasse por toda la comarca de Quito... de la entrada de los españoles... estaban aguardando su venida... Y en este tiempo dicen, que el mayordomo o señor de Caranque, tenía gran cantidad de thesoro en sus aposentos. Y OTAVALO... llamó a los más de sus indios y principales, entre los quales escogió y señaló los que le parescieron más dispuestos y ligeros, y a estos mandó que se vistiesen de sus camisetas y mantas largas; y que tomando varas delgadas y cumplidas, subiesen en los mayores de sus carneros y se pusiessen por los altos y collados, de manera que pudiessen ser vistos por los de Carangue; y el con el mayor número de indios y algunas mugeres, fingiendo gran miedo y mostrando ir temerosos allegaron al pueblo de Carangue, diziendo como venían huyendo de la furia de los Españoles... Puso, según se dice grande espanto esta nueva... y sin tiento querer hazer lo mismo, se quedó en la recaga con su gente, y dio la buelta a los aposentos destos   —222→   Indios de Carangue, y robó todo el thesoro que halló»29.

En todo el Imperio de los Incas, oficialmente el culto dominante era el del Sol, con su serie de Raimies o fiestas mensuales, pero junto a él, en el mismo corazón de Tihuantinsuyo, había infinidad de otras adoraciones más vivas, eficaces y sentidas que la heliaca. En los territorios recientemente incorporados al Incario, eran estos cultos locales los que tenían raigambre en el alma colectiva.

El Indio ecuatoriano no poseía una religión que diese unidad a las colectividades que formaban el conglomerado étnico del Reino de Quito.

En 1534 la vida aborigen, sacudida en el curso del siglo anterior por la conquista incaica, fue bruscamente interrumpida por la llegada de los castellanos.

Una nueva sociedad iba a formarse, que ni sería la copia fiel de la organización europea, como las que más tarde se crearon en las Colonias Inglesas de Norte América, ni una continuación de las antiguas comunidades indígenas.

La nueva sociedad estaba basada en dos fundamentos esenciales: el uno, el dominio de la raza cobriza por la blanca, como consecuencia de la Conquista y en virtud de la cual el castellano usufructúa del esfuerzo y trabajo indígena, se apodera del gobierno y se adueña, -como de botín de guerra- de todo cuanto le es útil para su vida; el otro es la adopción por parte del conquistador del conquistado, como miembro de la misma comunidad espiritual -la de los redimidos por Cristo- en virtud de lo que procura incorporarlo a la Iglesia Católica su madre, reconociendo en él a un prójimo.

Las dos columnas fundamentales de la fundación de los países indo-hispanos son: la conquista, hecho de fuerza,   —223→   epopeya dolorosa, cruel y sanguinaria con su secuela de opresión y despojo de un pueblo por otro; y la evangelización, proceso de amor y caridad, todo poesía, silencioso, humilde, callado y tesonero.

El conquistador va siempre acompañado de los misioneros, y él lo es un tanto, aun cuando no sea fraile ni sacerdote; éstos son también, hasta cierto punto, conquistadores; de allí que la conquista se dulcifique y la evangelización no sea el poema divino de las andanzas de Francisco Javier por el Asia.

Predicación de Jesucristo y obediencia al Rey de España requieren que se organice la sociedad española, se transforme el medio castellanizándolo, y se indianice el castellano; esto es, que se verifique el connubio de dos razas.

El hecho de la conquista ha sido narrado en los capítulos anteriores; ahora vamos a estudiar, en cuanto los documentos lo permiten, la transformación de la sociedad india que hemos bosquejado someramente en los párrafos precedentes, en la comunidad castellana del Reino de Quito.

La piedra angular de la organización castellana, es la creación del Cabildo, Justicia y Regimiento, en la población, núcleo del futuro Estado.

El Municipio, junto con el Gobernador o su Teniente, representan la autoridad Real, que gobierna, administra justicia y provee a las cosas concernientes al bien de la comunidad.

El Cabildo de Santiago del Quito, como recordará el lector, constó de dos alcaldes y ocho regidores, que fueron designados por Almagro, y sin que sepamos la causa,   —224→   dos de los regidores, para el 28 de agosto de 1534, pasan a ser Alcaldes30.

Los ocho Regidores y los dos Alcaldes de San Francisco del Quito fueron también elegidos por Almagro como Teniente General y de Gobernador en el Quito, por delegación de Pizarro; esto es, recibieron la autoridad que iban a ejercer, no de la soberanía que los filósofos y políticos escolásticos reconocían en el pueblo31 y del que éste usa en los Cabildos Abiertos, sino mediante mandato de la Corona, transmitido por el órgano legítimo del Gobernador nombrado por el Rey y del Teniente escogido por el Gobernador.

Los primeros Alcaldes fueron, como queda consignado, Juan de Ampudia y Diego de Tapia32. Cuando el primero se ausentó al Cauca, fue reemplazado por Juan Díaz Hidalgo33; en vez de Tapia, por estar él ausente primero y por haber pasado a ser Teniente después, fueron Alcaldes: Alfonso Hernández y Juan de Padilla34.

En 1536 fueron Alcaldes: Juan Díaz Hidalgo y Rodrigo Núñez de Bonilla35; en 1537: Gonzalo Díaz de Pineda y Juan de Padilla36; cuando el primero fue preso por orden de Benalcázar, los Cabildantes escogieron   —225→   a Hernando Sarmiento para que momentáneamente le sustituyese37.

En 1538 los elegidos para Alcaldes fueron: Alonso Hernández de Jamaica y Juan del Río38, cuando éste renunció la vara por ir con Benalcázar a Popayán, fue elegido en su lugar Martín de la Calle39.

Respecto a la designación de Alcaldes encontramos que por estos años no existe la distinción de Primero y de Segundo voto, que más tarde se observa en el Ayuntamiento Quiteño, y que se hace con procedimientos que no son uniformes. Al fundarse la ciudad, es el Teniente quien por sí y ante sí los nombra en las elecciones ordinarias de 1536 a 38 los cabildantes eligen cuatro candidatos «cada uno por sí,... para que, de las personas... dichas el.... Señor Capitán escoja para Alcaldes... las personas que le parescieren más abiles e suficientes»40. Mientras los capitulares votan, el Teniente está fuera del lugar en que se encuentran reunidos, y luego designa a los agraciados que, posteriormente, en otra sesión del Cabildo, juran desempeñar fiel y lealmente su cargo, del que toman posesión. Cuando Hernández sustituye a Tapia (15 de febrero de 1535) es el Alcalde el que escoge su sustituto41, y al ser el mismo Tapia reemplazado por Padilla (11 de junio de 1535), no se sabe si es el Alcalde o el Teniente, ya que ambos cargos se encontraban en una misma persona, el que elige el reemplazo42. Preso Gonzalo Díaz de Pineda, Sarmiento fue elegido directamente por los Capitulares, elección con la que se   —226→   conformó Benalcázar, si bien el Regidor Diego de Torres opinó que era a éste a quien tocaba hacerla. Al ausentarse Juan del Río, volvieron a elegir Alcalde directamente los miembros del Cabildo, pero esta vez el Teniente -Benalcázar- votó como si él también fuese un capitular.

Con ocho regidores, cuyos nombres consignamos oportunamente se fundaron los Cabildos de Santiago y San Francisco del Quito.

En el período de 1534 a 1535 ocurrieron los siguientes cambios de Regidores: en lugar de Pedro de Puelles y Melchor Valdez fueron elegidos el 22 de diciembre de 1534, Martín Alonso de Angulo y Hernán Sánchez Morillo; en vez de Juan de Esuinosa, el 26 del mismo mes, Juan Díaz Hidalgo; a cambio de Diego Martín de Utrera, el 15 de febrero de 1535, Fernando de Gamarra; en reemplazo de Añasco, Sánchez Morillo y Utrera, Francisco García de Tobar, Isidoro de Tapia y Juan Díaz de las Cumbres, el 11 de junio de 1535.

En 1536 fueron elegidos Regidores: Francisco de Londoño, Diego de Torres, Martín de la Calle, Jorge Gutiérrez, Juan Gutiérrez, de Pernia, García de Balmaceda, Fernando de Gamarra y Juan del Río.

Pizarro, en virtud de una Real Cédula, de Toledo, de 4 de mayo de 1534 nombró, en San Miguel de Piura, 12 de marzo de 1536, Regidores Perpetuos; a Rodrigo de Ocampo, Hernando Sarmiento y Melchor de Valdez, posesionándose los dos primeros el 28 de mayo. Entonces, debió hacerse un reajuste en el Cabildo, que venía a tener once regidores; dejan de figurar como tales   —227→   Londoño, Torres, de la Calle, Gutiérrez y Gutiérrez de Pernia, y aparece Alonso Hernández como Regidor, desde el 17 de Junio.

En 1537 Pedro de Puelles, aduciendo una Real Cédula, redujo a seis el número de los Regidores; tres perpetuos y tres cañaderos; fueron escogidos para dicho periodo: Francisco de Londoño, Sancho de la Carrera y Diego de Torres.

Rodrigo de Ocampo, el 4 de abril de 1537, renunció su Regimiento perpetuo en favor de Martín de la Calle, que fue recibido como tal el 18 de Junio. El 8 de agosto Diego de Sandoval, presentó ante el Cabildo una provisión de Pizarro, expedida en Lima el 2 de mayo, en la que se le daba el Regimiento que había sido de Ocampo; el Cabildo, para no dejar de obedecer a Pizarro y no descontentar a Martín de la Calle, aumentó el número de Regidores, haciendo que ambos lo fuesen a la vez.

Rodrigo de Ocampo, vuelto de Pasto el 18 de setiembre, pidió «le admitan e buelvan el dicho cargo de Regidor perpetuo» por no haber consentido el Gobernador Pizarro en el traspaso que él voluntariamente hizo, [...] cosa con la que no convino el Ayuntamiento.

Así, a fines de 1537 había cuatro Regidores perpetuos; Benalcázar olvidando la reducción hecha por Puelles eligió seis que fueron: Rodrigo de Ocampo, Juan de Padilla, Juan Gutiérrez de Pernia, Juan Marques, Alonso de Miguel y Juan Lobato, para el año siguiente, diciendo que «señalava dos regidores más de lo que es costumbre, en esta villa, porque unas personas regidores van a la guerra, e otras a sus grangerías».

Rodrigo de Ocampo no quería aceptar la elección, por temor de que hiciese caducar sus pretensiones al Regimiento perpetuo, pero al fin, dejando éste a salvo, se conformó a servir el cargo.

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Elegido Alcalde Martín de la Calle, el 7 de febrero de 1538, fue nombrado Regidor Antonio de Rojas.

La elección anual de Regidores se hacía en la misma forma, y simultáneamente, que la de Alcaldes, a mediados o fines de diciembre, para que se posesionaran del cargo en el año nuevo, sólo para 1535 no hubo elección, de modo que los designados por Almagro el 28 de agosto de 1534 terminaron su período el 31 de diciembre de 1535.

En los casos de vacancia, durante el año, de que hemos hecho mención, el reemplazo hacíase guardando la misma formalidad que para la elección principal, esto es votando por dos candidatos, para cada regimiento, de los que escogía el Teniente el de su agrado.

En los Regimientos perpetuos, el propietario designa su sustituto en un caso, si bien el Gobernador hace caso omiso de la cesión; en otro el Cabildo y el Teniente, de consuno, hacen la elección directa.

Además del Teniente y el Cabildo compuesto de Alcaldes y Regidores, la reciente Colonia necesitaba de otros funcionarios.

Lope Ortiz fue nombrado Procurador de la Ciudad de Santiago de Quito el 17 de agosto de 1534 y Pedro Solano de Quiñónez de la Villa de San Francisco el 25 de enero de 1535; habiéndose éste ausentado se designó, en su lugar, el 2 de mayo a Alonso Fernández de Jamaica. El año de 1536 fue Procurador Juan Gutiérrez de Pernia, en el siguiente Juan Lobato y en el del 38 Juan Gutiérrez de Medina.

Todas estas elecciones fueron directamente hechas por el Cabildo, salvo la de 1537 que hízola por sí y ante sí el Teniente Pedro de Puelles, la que fue declarada nula por el Ayuntamiento, si bien eligió a la misma persona que la escogida por el Teniente.

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En 1538 los Capitulares tuvieron a bien reunir en una sola persona el cargo de Procurador y el de Mayordomo de la Ciudad o administrador de sus rentas o propios; antes lo habían sido, en Santiago de Quito Antonio Redondo en San Francisco en 1536 primero Pedro de la Mota y luego, por ausencia de éste, Juan del Río, Juan Gutiérrez de Medina en 1536 y Juan Bretón en 1537.

El 25 de enero de 1535 nombró el Cabildo de Quito al primer Fiel Ejecutor, esto es, a la autoridad encargada de vigilar a los carniceros, panaderos, taberneros, fruteros y otros vivanderos, y el agraciado con este cargo fue Pedro de Frutos; sucediole en el oficio Juan del Río, el 20 de octubre de 1536; Pedro Cortez, en 3 de enero de 1537, y Francisco Ballesteros, el 10 de enero de 1538.

En Quito, eran por entonces obligaciones del Fiel Ejecutor, además de las ya mentadas; «aferir las medidas de pan, vino o azeite e otras semillas que se hayan de medir; e afinar los pesos; y acer medir los solares y estancias y tierras de pan sembrar; y amojonar las dichas estancias»... poner «taca en los precios de todas las cosas, que a esa Villa se vengan á vender».

Ayudante del Fiel Ejecutor, en algunos de sus trabajos era el Alarife, Arquitecto o Maestro de Obras, que debía resolver las dudas que sobre las construcciones sobreviniesen, visitar los conductos de las fuentes y los edificios públicos. El Almotacén -mayordomo de la hacienda Real- y Alarife del Cabildo Quiteño tenía a cargo: «medir los solares y estancias que se han proveydo o proveyeren... a los vezinos»; hacer.


«thener limpias todas las calles...
a cada vezino su pertenencia».



El primer Alarife de Quito, de quien tengamos noticia, es Joan de Lara que ejercía el cargo por julio de 1535, luego reelegido; el 37 fue Almotacén y Alarife Juan Anríquez o Enríquez, Portero del Ayuntamiento y Pregonero   —230→   público, después de Pedro de Navarro, que lo era el 18 de marzo de 1535.

En todas las poblaciones de españoles, en que no había Caja Real, al principio de cada año, el Cabildo debía designar a uno de los Alcaldes y a un Regidor, para que en asocio del escribano de Cabildo fuesen los Tenedores de Bienes de Difuntos.

Pedro de Puelles había sido el tenedor de dichos bienes en el ejército de Alvarado, así el Cabildo de Santiago del Quito, el 28 de agosto de 1534, le ordenó rendir cuenta de ellos.

El 11 de junio de 1535 los capitulares de la Villa de San Francisco dijeron «que por cuanto a su noticia es venydo, que por mandado del Señor Capitán Benalcázar, fue tomada quenta a Pedro Solano de Quiñones, de ciertas scripturas tocantes e pertenecientes a los byenes de defuntos abyntestato, pocos días a; las quales dichas scripturas abyan quedad en esta dicha villa, e no ay la orden que conviene a Su Magestad manda que se guarde; para que los tales bienes estén a buen recabdo, por no aver como no hay caja ny cerraduras e llaves... y entre tanto para que aya el recabdo que convyene... señalaban e elegían e proveían por tenedor general en esta villa e provincias de Quito, de todos los byenes... de defuntos avyntestato a Alonso Fernández».

En 1538, el 3 de enero, el Cabildo nombró Tenedores, al mismo Fernández de Jamaica, que era Alcalde, y a Martín de la Calle Regidor, habiendo éste pasado a ser Alcalde, el 28 de marzo, ocupó el puesto que había tenido Fernández y fue reemplazado por el Regidor Juan de Padilla.

El Escribano de Cabildo, era uno de los Tenedores de Bienes de Difuntos; así conviene hablar ahora de los que ocuparon este cargo.

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En la escritura de venta de la armada de Alvarado, celebrada en Santiago del Quito, el 26 de agosto de 1534, actúa como escribano Domingo de la Presa, pero en las actas del Cabildo de esa ciudad y en las del de la Villa de San Francisco el notario es Gonzalo Díaz de Pineda, hasta el 17 de junio de 1536 por lo menos, siendo probable que dejase de ser escribano cuando fue en 1537 elegido Alcalde; recordará el lector que fue preso por Benalcázar, saliendo entonces de Quito, a donde sólo volvió cuando fue nombrado Teniente por Pizarro.

El 15 de enero de 1535 fue nombrado Escribano Público y del Concejo Juan de Argüello. Desde el 17 de junio de 1536 hasta el 26 de marzo de 1537 escribe las actas del Cabildo Cristóbal Rodríguez, a quien sustituye el Escribano Gómez Mosquera. El 28 de octubre de 1937 presentó Pedro de Valverde «una carta Real... de escribano de su Majestad» en virtud de la cual ordenó el Ayuntamiento que Mosquera le entregue «las escrituras públicas, e procesos, e abtos judiciales; e las cosas tocantes a este dicho Cabildo; e hincha, e firme todas las escrituras e otros abtos, que ante él han pasado, como escribano, e las entregue todas».

Los cargos de que hasta aquí hemos hecho mención, fueron creados o conferidos por el Cabildo, para la buena organización del gobierno civil en la naciente Colonia; tócanos ahora hablar de aquellos que eran de un origen distinto, puesto que eran nombrados por el representante del poder Real, no por el Ayuntamiento, en nombre de la comunidad.

Tenientes fueron en el Reino de Quito: Diego de Almagro, Sebastián de Benalcázar, Diego de Tapia, Juan Díaz Hidalgo, Pedro Puelles, Pedro de Añasco y Diego de Torres, hasta el 22 de mayo de 1538, en que fue recibido por tal, Gonzalo Díaz de Pineda, como quedó consignado en los capítulos anteriores.

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Un cargo que existió poco tiempo es el de Alcalde Mayor de las Provincias de Quito; que lo ejerció, el 28 de agosto del 1534, Juan de Espinosa.

En efecto, en el acta del Cabildo de Santiago, de esa fecha, se lee: «el dicho Juan de Espinosa; Alcalde Mayor pidió a los dichos señores le resciban por vezino desta dicha cibdad; los quales rescibieron por tal vezino, al dicho Juan de Espinosa, Alcalde Mayor»; y en la de fundación de la Villa de San Francisco firma; por Almagro, «Juan de Espinosa, Ecribano de Su Magestad, e Alcalde Mayor en estas provincias de Quito, por Su Magestad». Este sujeto, que fue nombrado Regidor de la nueva villa, en la misma acta, se volvió al sur con Almagro, para quien era persona de mucha confianza.

Llamábanse, en Nueva España, Alcaldes Mayores, a los que en el Perú se titulaba Corregidores, esto es, a los Gobernadores que había «en todas las ciudades y lugares que eran cabecera de provincia». Cuando el distrito de su jurisdicción era muy dilatado, dice Solórzano y Pereira, tienen estos Alcaldes Mayores «títulos de Gobernadores, como son el de Cartagena, Popayán» etc.

Aun cuando sólo con fines honorarios -si es que no tuvo otros- haya dado Almagro este nombramiento a Espinosa, de todos modos, significó una preterición del verdadero descubridor y conquistador de Quito, de Sebastián de Benalcázar.

El Alguacil Mayor era el encargado de hacer ejecutar las ordenanzas de la ciudad, de cumplir mandatos de la autoridad y de reducir a prisión a los delincuentes.

El primer Alguacil Mayor que hubo en Quito fue Pedro de Añasco, quien recibió su nombramiento de manos de Almagro, esto es antes del 28 de agosto de 1534, cargo en que fue confirmado por Pizarro, el 14 de enero de 1535; antes de recibir esta provisión, Añasco, partió al descubrimiento del Cauca, y sin renunciar a su derecho,   —233→   pidió que Benalcázar designe su sustituto «hasta que él vuelva» lo que el Teniente hizo en la persona de Alonso de Mendoza el 29 de marzo de 1535. Diego de Sandoval era Alguacil Mayor en mayo de 1536.

Mientras tanto, Pizarro, disgustado con Benalcázar y los que con él partieron al Cauca, olvidó la provisión dada a Añasco, o quiso revocarla, expidiendo otra a favor de Melchor Valdez, el 17 de marzo de 1536, quien ya usaba del título de Alguacil-Mayor, el 17 de Junio, pero que sólo tomó posesión solemne del cargo el 8 de Agosto.

Valdez se ausentó y entonces el Cabildo nombró Alguacil Mayor a Francisco Paniagua, el 23 de marzo de 1537.

En esto aconteció la vuelta de Benalcázar, reconciliado con Pizarro y protegido por la Corona, y Añasco presentó su provisión dada por Pizarro y fue recibido como Alguacil Mayor, o mejor dicho se reconoció que no había dejado de serlo -al igual que Dn. Sebastián, Teniente- con lo que terminó Paniagua su Alguacilato el 15 de Junio. De regreso Valdez a Quito, quiso usar de su derecho, pero el Cabildo se lo negó, suscitándose pleito con Añasco; pendiente la litis, éste renunció a sus pretensiones en favor de Valdez, que entró en posesión del cargo el 19 de setiembre de 1537, ejerciéndolo hasta el 20 de febrero de 1538, en que, estando de viaje, dejó la vara, que se entregó a Alonso López, que «presentó una provisión de Alguacil Mayor».

Valdez nombró Alguacil Menor a Juan Galíndez, el 8 de agosto de 1536, Añasco a Alonso Miguel, el 15 de Junio, de 1537, quien sólo debió serlo hasta el 19 de setiembre, en que volvió a ocupar tal puesto Galíndez, ya que por su ausencia nombró el Cabildo a Pedro de Frutos, el 10 de enero de 1538, nombramiento nulo, y que fue sustituido con el que Valdez hizo en la persona de Miguel Roca, el 23 del mismo mes.

  —234→  

El Alguacil Menor, a más de ayudante del Mayor y su Teniente, debió ser el carcelero, por lo que, en Quito, tenía obligación de vivir en las Casas del Cabildo.

El 22 de marzo de 1538, por cuanto había muchos yanaconas e indios de repartimientos huidos, el Cabildo nombró Alguacil del Campo a Hernando Ortiz.

El primer nombramiento referente a la Administración de la Real Hacienda, de que hay constancia en las actas Capitulares, es el Receptor de Penas de Cámara, que se hizo el 8 de febrero de 1535; en la persona de Rodrigo Núñez de Bonilla.

El 9 de abril de ese mismo año se da ya a Núñez de Bonilla y a Diego de Tapia los títulos de Tesorero y Veedor, y el 31 de Mayo, «por ciertas provysiones que mostraron pidieron que los resciban» al primero en el cargo de Teniente de Tesorero y el Contador Tapia en el de Veedor.

Los Contadores, como su nombre lo indica, son los que llevaban las cuentas del tesoro; los Veedores tenían por obligación «el mirar por la hazienda real, y encaminar el mayor beneficio della, que se pudiera, en su distribución conservación y buen cobro».

De los tres cargos esenciales, dos estaban provistos, faltaba por proveerse el de Factor, esto es el funcionario encargado de hacer las compras que fuesen necesarias; para la buena marcha del Estado, puesto para el cual, el Cabildo eligió el 12 de marzo de 1537, a Juan Díaz Hidalgo, si bien ya para entonces había muerto el Contador Tapia.

En fin, el 9 de julio de 1537 el Ayuntamiento designó a Gregorio Ponce Alcalde de Minas.

Tal es la historia de la organización del poder civil, en los cuatro primeros años de la vida de la naciente Colonia.

  —235→  

Lo que sucedía en Quito, en menor escala, con mutación de nombres y de fechas, habrá ocurrido en Portoviejo, pues Guayaquil puede decirse que aún no estaba fundado, y Tomebamba no tenía título de población española, por más que haya razón suficiente, para creer que algunos castellanos residían en ella.

Ocupémonos, ahora, de la vida eclesiástica; esta significa el elemento civilizador, como el poder civil es el que expresa la dominación y la fuerza.

El Cabildo de Jauja dijo terminantemente, de modo que no quedara lugar a duda: «Quando el Gobernador vino Despaña a estos Reynos, Vuestra Magestad le mandó traer seis Padres, frayres de la Orden de Santo Domingo..., e de todos ellos no quedó más que uno, porque los dos dellos murieron, e los tres se volvieron, de manera que quedó sólo Fray Vicente de Valverde».

En la lista del reparto del rescate de Atahualpa, no figura otro clérigo, que el Padre Juan de Sosa, Vicario del Ejército.

En el acta en que constan los nombres de los primeros pobladores del Cuzco -23 de marzo de 1534- no figura el de ningún presbítero; y en la repartición de solares, de 29 de Octubre, no se encuentra otra asignación para sacerdote o templo, que la Iglesia Mayor, en la que, sin duda, debía oficiar Fray Vicente Valverde. Todo lo cual nos confirma en la idea de que, hasta terminar el año de 1534, no había otros presbíteros, en el ejército de Pizarro que Sosa y el futuro Obispo del Cuzco, y nos hace creer que Naharro, al asegurar que con Pizarro fueron de España Fray Juan de Vargas, Fray Miguel de Orenes, Fray Sebastián de Trujillo y Castañeda, Fray Martín de Vitoria y Fray Diego Martínez, de la Orden de la Merced, es una de tantas afirmaciones desprovistas de verdad, con que, antiguamente, los historiadores monásticos pretendían volver más remoto el origen   —236→   de sus conventos; todo hace suponer que los primeros mercedarios que se establecieron en el Perú -no en el Reino de Quito- no lo hicieron antes de 1535.

Seguramente, es también falso que, cuando Benalcázar se juntó con Pizarro, fuesen con él, los Mercedarios Fray Francisco Bobadilla, Fray Juan de las Varillas y Fray Jerónimo de Pontevedra.

Se recordará que Benalcázar salió de San Miguel llevando consigo los refuerzos que habían llegado a ese puerto después que Pizarro partió de Cajamarca, y que Almagro recogió, en el mismo lugar, la mayor parte de la gente, con que vino al Quito a vigilar a Benalcázar y detener a Alvarado.

Con el uno, con el otro, o con ambos, vinieron algunos sacerdotes; así entre los vecinos de Santiago del Quito figuran, el 17 de agosto de 1534, «el Reberendo Padre García» y «Juan Rodríguez Clérigo Presbítero»; siendo probable que, para entonces, hubiese en el campamento de Almagro más de un sacerdote, además de los nombrados; así sabemos que Bartolomé Segovia, de 35 años de edad, poco más o menos, clérigo «por mandado del... Señor Mariscal fue al Real del.... Adelantado para hablar con él dos veces».

Es además, muy probable, que con Almagro y Benalcázar, estuvo en Riobamba el Mercenario Fray Hernando de Granada, que en julio de 1537 dijo, bajo juramento: «Que vido venir al... Tesorero Rodrigo Núñez, con el Mariscal, a estas partes de Quito, e sabe que redundó mucho bien de la venida del Mariscal, por la venida de Don Pedro de Alvarado, que estuvo en muy poco para llegar en rompimiento, y que vido en la plaza de Riobamba al dicho Tesorero con sus armas e caballo, e le vido estar en favor de su capitán».

Y decimos, muy probable, por cuanto aun cuando el sentido más natural de las palabras citadas, es el que   —237→   Fray Hernando estaba entre los compañeros de Almagro, bien pudo ver, lo que dice vio, desde las filas de Alvarado.

Si con Almagro y Benalcázar; en agosto de 1534, se encontraban, por lo menos, tres sacerdotes, y probablemente un religioso de la Merced, a Alvarado dice le acompañaban: «de la orden de San Francisco, aprovados, personas de toda religión, buena vida y exemplo, tales, con que la conciencia Real de Vuestra Magestad descargue; que llevo otros dos de la Redención, de no menos estima; y por cumplir en todo el servicio de Dios y Vuestro, teniendo noticia del Bachiller Pedro Bravo y de sus letras, y buena vida, trabajé cuanto pude para le llevar, y por servir a Vuestra Magestad, pospuestas su casa y reposo, azetó la jornada de verdad. Llevó, ansí mesmo, otros cinco sacerdotes, buenas personas, porque el culto... se celebrase en muchas partes y nuestras consciencias se reformen, con tales religiosos y eclesiásticos».

Según esto salieron con el Adelantado, unos seis religiosos y seis presbíteros; no todos habrán llegado a Santiago del Quito, pues es posible haya alguno muerto en el camino. El Bachiller Pedro Bravo fue de los que con Almagro se volvieron al Sur, otros de los clérigos debieron hacer otro tanto, ya que sólo parecen haberse quedado en el Quito el P. Francisco Jiménez, uno de los primeros vecinos de la villa de San Francisco, y el P. Ocaña.

No hay ningún documento, que conozcamos, que fije de un modo exacto el número de los franciscanos, ni que dé los nombres de los dos mercedarios, de allí que vacilemos al interpretar las afirmaciones transcritas de Fray Hernando de Granada, ya que nos parece extraordinario, que si hubiese habido en los dos campamentos rivales, miembros de una misma orden, no hubiesen estos sido, elementos principalísimos en el avenimiento entre Almagro y Alvarado.

  —238→  

Sabemos si el nombre de uno de los franciscanos y es éste de los más famosos en la historia de América, Fray Marcos de Niza.

Así en Santiago del Quito, en agosto de 1534, había representantes de las dos Órdenes Religiosas más antiguas en el Ecuador, Fray Hernando de Granada y Fray Marcos de Niza.

Ocupémonos de este último; natural de la ciudad cuyo nombre usó como apellido, perteneció a las gloriosas falanges franciscanas, cuyo teatro de acción fue México; según Torquemada partió de Europa para la Nueva España por 1531, y llegó a la Isla de Santo Domingo o la Española, de donde, contrariamente a lo que afirman todos sus biógrafos, no fue al Perú, sino a Nicaragua o Guatemala, embarcándose con Pedro de Alvarado, de quien fue Capellán, y con el cual se volvió a Centro América. Su permanencia en Sudamérica fue brevísima; su acción espiritual en Quito, muy pasajera...

Vetancourt dice expresamente que Niza al volverse del Perú dejó «a los religiosos que llevó consigo». ¿Quiénes eran éstos? ¿serían acaso Fray Jodoco Ricki, Fray Pedro Gosseal y Fray Pedro Rodeñas, esto es los fundadores del Convento de San Francisco en Quito? Sospechamos que sí.

Es sabido que el Monasterio de San Francisco en Lima no se estableció antes de 1536, y que la residencia franciscana en Pachacamac, anterior a la fundación de la Ciudad de los Reyes, de que habla Córdova y Salinas, no existió sino en las pías leyendas recogidas por el curioso cronista; luego, mal pueden haber los compañeros de Niza ido a establecerse en la actual república del Perú; en cambio, sí hemos de creer a los historiadores franciscanos que, señalan el 25 de enero de 1535, como la fecha de la erección del convento de Quito, tenemos que se vuelve muy probable el que Fray Jodoco, y los   —239→   dos frailes que con él se establecieron, se hayan incorporado en Riobamba a las huestes de Benalcázar; que llegaron al sitio escogido para la creación castellana de la villa de San Francisco, el 6 de Diciembre; así no habría pasado sino cerca de mes y medio desde la instalación del Cabildo, hasta la erección del convento.

Para probar que Fray Jodoco se encontraba por entonces en el Quito, se ha aducido a Castellanos, que cita su testimonio al tratar de la muerte de Chamba, pero no nos parece que se deduzca, de las palabras del cronista versificador, el que haya estado presente cuando se ajustició al Cacique felón.

Según Córdova y Salinas -que se basa en Sedulio- Fray Jodoco entró al Ecuador por Portoviejo; ahora bien, el camino directo de Quito a Manabí, no fue por entonces una vía expedita; pero por Portoviejo se internó Alvarado, a quien acompañaba Niza, cuando vino a dar en Riobamba.

Contra estas hipótesis, contra la constante tradición sanfranciscana, cabe aducir que las primeras menciones que las actas capitulares de Quito hacen de la orden Seráfica, son: la de 5 de enero de 1536 que dice: «dende una cruz questá de aquel cabo del Señor San Francisco ques de la cofradía, hasta abajar al camino real» y, la de 12 de setiembre cuyo tenor es: «en el sitio arriba de San Francisco, por do viene el agua».

Y hay que advertir que ambas se encuentran en el «Expedientillo de Señalamiento de Tierras» en el que las diversas anotaciones no guardan orden cronológico, lo que demuestra que fueron hechas, desordenadamente, y sólo en 1537, con no poco descuido, especialmente en materia de fechas.

Fray Jodoco Ricki el 31 de abril de 1537 envió al Cabildo la siguiente solicitud:

  —240→  

«Muy nobles señores:

»Fray Jodoco, franciscano, parezco ante vuestras mercedes y digo, que me hagan merced de unas tierras, que son pasando el río, a las espaldas desde monasterio de San Francisco, desdel depósito que solía ser, hasta adelante, para que los yndios que sirven o servirán a la casa puedan, sembrar sus papales y mayz, y en esto harán servicio a Dios y a mí, y a la casa muy gran limosna -Jodoco Rijcgz-francisco».



Petición en la que recayó el decreto que a continuación transcribimos: «En treynta en un días del mes de abril lo presentó al Cabildo, e los Señores le proveyeron e como lo pide, sin perjuyzio -Gomez Mosquera- Serivano Público y del Concejo».

De este documento se desprende, con claridad meridiana, que ya para entonces existía el convento, aún cuando sólo el 18 de junio del mismo año, se adjudicasen legalmente «los solares de la casa de Señor San Francisco».

Fray Jodoco Ricki, nacido en Gante, por 1494, hijo de Jodoco Ricke y Juana Marzelair, pasó a Nueva España, con permiso del general de la Orden por 1532 en compañía del P. Fray Juan de Granada Comisario General de la isla Española, quien le envió a Panamá y Nicaragua, desde donde, si no estamos equivocados, pasó al Ecuador, en compañía de Alvarado, embarcándose en el Puerto de la Posesión, junto con Fray Marcos de Niza, siendo él uno de los cuatro religiosos que según Gonzaga pasaron al Perú a establecer conventos de su orden, fundador del Colegio de San Andrés; vivió largos años en Quito y falleció en Popayán, a los ochenta años de edad.

Pero como queda dicho, si la tradición franciscana, señala el año de 1535, como el de la fundación del convento de Quito, la primera mención que de él se hace en   —241→   las actas capitulares es de 1536 y la adjudicación oficial de los solares, en que se alza el monasterio, de 1537.

Veamos si hay algún documento que comprueba lo afirmado por los historiadores de la Orden Seráfica. Existe en primer lugar una carta de Fray Jodoco, de 12 de enero de 1556, dirigida desde Quito al Guardián de Gante, en la que se lee «Nocat tua reverentia, me resedisse in civitate divi Patris nostri Francisci de Quito viginti duobus annis, in his partibus messis magna et messores non habentur, cum tamen omnes fiden sitiant».

Hay además una declaración jurada de Fray Jodoco, en la que el 17 de abril de 1553, afirma «ha residido en la casa e monasterio, del Señor Sant Francisco, de esta ciudad, desde diez años a esta parte, que se había comenzado a fundar».

Según el primero de los textos, Fray Jodoco residía en Quito desde 1534, al tenor del segundo el Convento Franciscano se había fundado en 1535, todo lo que concuerda, admirablemente, con lo afirmado por los historiadores de la Orden Seráfica.

Córdova y Salinas señala el 15 de enero de 1535, día en que la Iglesia celebra la Conversión del Apóstol de las Gentes, -fundándose en una relación suscrita por el Provincial, Guardián y cuatro frailes graves sus coetáneos- como la fecha de la fundación del Convento de San Pablo. Es posible que, en efecto, algún acto canónico se haya hecho entonces, pero Fray Jodoco y sus compañeros estaban, casi seguramente, en Quito desde el 6 de Diciembre, no porque para entonces hayan podido principiarse las grandiosas obras arquitectónicas del monasterio, ya que en 1573 se decía «el monasterio del Señor San Francisco tiene un dormitorio, demás de su buena iglesia, aunque no es muy grandes».

Cuenta Córdova y Salinas: «A los tres años de la fundación del Convento... el Padre Fray Jodoco Rique   —242→   juntó los frailes de su Orden, que se hallaban en aquellas tierras...; y abiendo hecho reconocer la Bula del Santo Padre Adriano VI, que comienza, Exponi nobis fecisti, su data en Zaragoza a 10 de mayo de 1522, en que se da facultad a los religiosos mendicantes... para que en las Indias puedan juntarse en congregación, y elegir de entre sí mesmos Prelado que los gobierne si no le tuvieren. En virtud della, el año de 1538, celebraron congregación en el dicho Convento de San Pablo, y salió electo en Custodio el mesmo Fray Jodoco... y el primer Guardián fue Fray Pedro Gocial».

La acción espiritual y civilizadora que, desde su convento, ejerció Fray Jodoco, fue, a no dudarlo, en esos primeros años, la gigantesca labor que caracterizó su vida entera, y que hizo de él, el educador por antonomasia del indio quiteño, y no podía ser de otro modo, en varón tan ilustre, que había aprendido el oficio de Misionero y apóstol, en los gloriosos conventos franciscanos de México.

En el Espejo de Verdades se lee de él «Enseñó (a los indios) a arar con bueyes, hacer yugos, arados y carretas... la manera de contar en cifras de guarismos y castellano... a leer y escribir... y tañer los instrumentos de música, tecla y cuerdas, salabuches y cheermías, flautas y trompetas y cornetas, y el canto de órgano y llano;... enseñó a los indios todos los géneros de oficios».

De la obra evangelizadora de los franciscanos, en el período que nos hemos propuesto estudiar, las actas capitulares conservan el recuerdo de una cofradía, que desgraciadamente no se dice cuál era, y, el cuidado para que los indios que servían al Convento, tuviesen donde hacer sus sementeras.

El Convento de La Merced es tan antiguo como el de San Francisco, siendo improcedente la polémica sobre cuál de los dos fue fundado antes, ya que ambos tienen   —243→   la misma edad, habiendo nacido al mismo tiempo que la Villa de San Francisco del Quito.

La primera mención que en las actas capitulares hay del Convento de La Merced es de 28 de junio de 1535, esto es anterior con casi medio año a la referente al de San Francisco, pero que como ésta, supone ya la existencia del Monasterio; dice así: «por el camino que viene el agua a la Merced».

El 26 de enero de 1537 la orden Mercedaria tenía ya tierras en el regadío de Pomasqui, y no sólo la comunidad sino también Fray Hernando de Granada.

El 3 de abril adquirían los mercedarios otras «dos fanegas de tierra en sembradura en la halda del cerro (el Pichincha), questá frontero de las casas que heran de pazer de Guaynacava (el Placer o Normal Juan Montalvo), lynde con Pedro (Martin Monttanero) e con Juan del Río»; que, como se ve son la que hoy forma la recolección del Tejar y la Hacienda de Tiotío-uco.

Esta asignación fue confirmada al día siguiente, 4 de abril de 1537 en que los cabildantes dijeron, además «que señalavan... para Nuestra Señora de La Merced, cuatro solares (una manzana), en el sitio questá arriba del solar de Juan Lobato, como deciende el agua y va la calle sobre man derecha, lynde con unos edificios antiguos, donde estaban unas casas de placer del Señor Natural».

La adjudicación de los solares en que se erigió el Convento, como se ve, fue con más de dos años posterior a la existencia de él mismo.

Las propiedades territoriales de los Mercedarios se extendían rápidamente: el 25 de junio del mismo año el Cabildo, a pedimento del Padre Fray Hernando de Granada, frayle de la Merced, le proveyó de una estancia para sembrar y otra para puercos «ques en el sitio camino   —244→   de Pinta, en llegando al río de Chillo, sobre la barranca a mano yzquierda del camino». (Hoy La Merced de Dn. Luis Robalino Dávila Dávila, y varias de las haciendas del contorno, en la Parroquia de Sangolquí).

Como vimos, parece probable, que Fray Hernando de Granada no haya venido a Quito con Alvarado, sino con Benalcázar, corrobora esta hipótesis, aun cuando no demuestra, el que el Padre afirme haber visto a Pedro Martín Montanero «alistarse bajo la bandera de Benalcázar».

Se ha dicho que el P. Granada fue con Dn. Sebastián al Cauca en 1536, pero las adjudicaciones de solares y tierras, que acabamos de recordar hacen evidente la falsedad de tal afirmación, en cambio, es seguro que Fray Hernando partió con el fundador de Quito en 1538, y con él fue a España por Bogotá y Cartagena.

¿Si este religioso vino con Benalcázar, quiénes fueron sus compañeros o viajaba solo? ¿Cómo se llamaban los dos mercedarios que trajo Alvarado?

Salmerón nombra como el fundador del convento de Quito al P. Fray Martín de Victoria, en lo que coincide con Vargas. El P. Monroy sospecha que en 1534 y 1535 estuvieron además en Quito los Padres Antonio de Solís, Gonzalo Vera y Hernando de Talavera. Puras suposiciones las últimas, tradición constante, mercedaria, la recogida por los cronistas citados. Fundándose en la carta del Licenciado La Gama sólo puede afirmarse que, en Santiago de Quito; en agosto de 1534, hubo un mercedario y sabemos que allí se encontró Fray Hernando de Granada; pero el haber venido dos religiosos de la Merced con Alvarado y la fundación del Convento, demuestran que Fray Hernando no estaba solo.

Si fuéramos a creer a ciertos cronistas de las Órdenes Religiosas, no sólo la Franciscana y la Mercedaria se establecieron en Quito al mismo tiempo que se fundó la ciudad, sino también la Dominicana.

  —245→  

Fray Alonso Fernández enumera a Alonso de Montenegro, entre los religiosos dominicanos que en número de siete pasaron al Perú, y entre los que se contaba el P. Valverde; igual cosa hace Meléndez, si bien reduce en uno el número de los compañeros del futuro Obispo del Cuzco. Historiador contemporáneo y muy bien documentado no cita al Padre Montenegro entre los primeros dominicos que vinieron al Imperio de los Incas.

De los seis religiosos, que por orden del Emperador debían acompañar al Conquistador del Perú, dos murieron y tres se regresaron, quedando sólo el P. Valverde.

El mismo Meléndez afirma que con Benalcázar salió de Piura el P. Montenegro en lo que concuerda con Montalvo, -quien cita, con falsía, en su apoyo a Herrera al que hace decir lo que ni pensó en afirmar el Real Cronista-, igual es el sentido del P. Quesada.

Mas la pretendida presencia del Padre Montenegro, en Quito, por 1534 y 1535, queda relegada al terreno de la leyenda, en virtud de un documento concluyente: el 10 de junio de 1541 Fray Gregorio de Zarazo pidió al Cabildo sitio para hacer el Monasterio de la Orden de Predicadores. Hemos visto, cómo semejantes peticiones, no implican la no existencia anterior del convento, pero el tenor de la hecha por el P. Zarazo es muy diverso. En primer lugar, si el Padre se presenta en el Cabildo, interviene también un apoderado de la Orden, Rodrigo Núñez de Bonilla; además se dice expresamente que se va a fundar el convento «por la falta que hay en esta tierra, e a avido, de la palabra de Dios»; añadiéndose para mayor claridad «no aver avido hasta aora monasterio», de dominicanos debe entenderse, y por último, el Cabildo, lejos de despachar inmediatamente la solicitud, como se habría hecho si se hubiese tratado de legalizar una situación ya existente, deja la resolución para cuando vuelvan a juntarse los capitulares, para entonces «aya memoria   —246→   donde pide el dicho sytio e solares, y que siendo sin perjuyzio, se le provea».

Según Díaz de la Calle fue el Padre Zarazo el fundador del Convento de Santo Domingo el 10 de julio de 1541.

Dos Órdenes religiosas, gobernada la una por varón tan ilustre como Fray Jodoco, cuya acción civilizadora culminó en obras memorables semejantes a las que sus hermanos de hábito realizaban en México; la otra encarnada en la persona del activo y emprendedor Fray Hernando de Granada, se ocupaban de la evangelización del Reino de Quito entre 1534 y 1538. Parécenos, -quizás simple ilusión nuestra-, que mientras el P. Granada se ocupaba de obtener estancias y de servir a los castellanos, Fray Jodoco empleaba su celo en la conversión de los aborígenes.

Pero el clero regular no era el único que había en Quito por esa época, que con él se encontraba el secular al cual sabemos pertenecían: el P. Ocaña, compañero de Alvarado y que quizás partió al Cauca con Añasco y Ampudia, o por lo menos con Benalcázar en su primer viaje y del que nos ocuparemos luego; Juan Rodríguez vecino de Santiago y San Francisco del Quito desde el primer día Francisco Jiménez clérigo, posiblemente venido con los de Guatemala, uno de los primeros pobladores de San Francisco, y posteriormente Diego Riquelme.

El P. Juan Rodríguez en el período que estamos estudiando adquirió el 22 de julio de 1535 una estancia en Pomasqui de la que se confirmó la donación el 26 de enero de 1537, fecha en que se le dio otra suerte en el mismo lugar; el 22 de abril del mismo año le concedió el Cabildo «asiento para sus caciques que tras San Francisco» y tenía además, otro de indios, junto al de los caciques Juan Gutiérrez de Pernia, que estaba a las espaldas de la Vera Cruz.

  —247→  

Poseía también un solar, pegado a la Iglesia parroquial, para ensanchar la cual, el Cabildo lo compró a los herederos de Rodríguez, el 29 de julio de 1541.

El P. Francisco Jiménez, tuvo entre 1534 y 1538 encomienda de indios en el Valle de Chillo, justo a lo que fue hacienda de los Mercedarios y estancia en Pomasqui.

Diego de Riquelme parece haberse establecido en Quito sólo a fines 1537.

La primera vez que el Cabildo, usando del Patronazgo Real, interviene en asuntos eclesiásticos fue el 36 de setiembre de 1535, en el acta de este día se lee: «Los dichos Señores Justicia e Regidores, con acuerdo e parescer del Reverendo Padre Juan Rodríguez, cura de esta Santa Iglesia desta villa, al cual dixeron que señalavan e señalaron en nombre de Su Majestad, por tal cura, atento que en él concurren las calydades requeridas, e que se a hallado en el descubrimiento e conquista destas provincias, e le encargaron la concencia, para que en todo lo al dicho officio, tocante e dependyente, lo haga byen fiel e delygentemente, como buen sacerdote es obligado; el cual dixo que lo acebtava e se encargava dello. E con su parecer señalaron por Mayordomo de la dicha Santa Iglesya, a Rodrigo Moryel, vezino desta dicha villa, para que tenga cargo de todo lo tocante al dicho officio de Mayordomo, rescibyendo a cargo, los propios de la dicha Iglesia e otras cosas».

La lectura de las frases anteriores demuestra que, aun cuando el nombramiento oficial de Párroco, sea diez meses posterior al establecimiento en San Francisco de Quito de los castellanos, el P. Rodríguez había sido ya el jefe espiritual de la nueva colectividad, desde mucho antes, por eso su mismo nombramiento se hace previo su propio acuerdo y parecer.

Para el 12 de Noviembre, esto es cuando Benalcázar se encontraba empeñado en preparar su definitiva expedición   —248→   al Norte, el Padre Rodríguez se había ausentado, por lo cual Don Sebastián, estando reunido el Cabildo, hizo el nombramiento de Cura de Quito «hasta en tanto que su Majestad e el Obispo destas... provincias provean otra cosa» en la persona de Diego Riquelme.

El 7 de enero del año siguiente los Capitulares debieron saber la probable vuelta del P. Rodríguez, con quien debían estar disgustados pues «acordaron de escrevir una carta al Obispo, para que no enbie a esta villa a Juan Rodríguez, e escribió otra carta, para Juan Rodríguez, para que no venga a esta villa por cura, porque no le han de rescebir».

El domingo 28 de abril, después o antes de oída misa en la pajiza iglesia parroquial, los capitulares se reunieron «para ver cierta provysyón que el P. Juan Rodríguez traya del Sen Obispo» Fray Vicente Valverde, en desobedecimiento de la cual, el 6 de Mayo, ordenaron al Mayordomo de la Iglesia no dar ornamentos sagrados para dezir mysas al Padre Juan Rodríguez clérigo. El Estado Sacristán había nacido entre nosotros al mismo tiempo que la primera parroquia, y los buenos de los Capitulares suspendían arbitraria y sacrílegamente a su pastor.

Ya vimos como fue nombrado Rodrigo Moriel Mayordomo de la Iglesia; para el año de 1537 fue escogido para tal cargo Alonso Villanueva, a quien reeligió el Cabildo en el siguiente.

El 23 de agosto de 1536 el Cabildo, intervino nuevamente en asuntos eclesiásticos, señalando lo que había de pagarse, en oro, por el diezmo de los potros, ordenando que para los demás productos el diezmo se pagase en especie, en el lugar de la producción, a donde iría a recogerlo a diezmero.

Antes de terminar la reseña de lo ocurrido de 1534 a 1538 en la organización de la Iglesia en San Francisco   —249→   de Quito, réstanos tan sólo tratar de cuál fue el primer templo que existió en nuestra ciudad..

El Ilustrísimo González Suárez, haciéndose eco de la tradición, dice terminantemente que fue la actual iglesia de El Belén y aduce en favor de su afirmación: la inscripción que allí hizo poner en el Presidente Villalengua; el informe que acerca las obras públicas hechas por éste elevó al Rey el Cabildo de Quito; el que dicho Presidente escribió para su sucesor, y una cédula Real citada por Ascaray.

La lápida colocada por Villalengua y Marfil no prueba más que, en su tiempo, se juzgaba que ese templo había sido el primero que se erigió en Quito; pero 1787 dista mucho de 1534, para que esa opinión constituya prueba. En el Informe del Cabildo sólo se dice que el Presidente se interesó «con el más prolijo afán en la reedificación de la Capilla titulada de la Vera-Cruz, en memoria de la Gloriosa Conquista de Quito».

Villalengua en su Relación escribe que, la Capilla de la Vera-Cruz era el «primer templo en que, según constante tradición, se dio culto al verdadero Dios».

El cuarto testimonio en que fundamenta González Suárez su afirmación es el siguiente: «Por tradición se sabe que» el Virrey Blasco Núñez de Vela «fue enterrado en la Capilla de la Santa Vera Cruz.... por cuya razón, y la de que se conserve la memoria de haberse celebrado en dicha Capilla la primera misa en la conquista, mandó S. M., por Real Cédula del año de 1648... se refaccione la expresada Capilla».

Aun si la referencia de Azcaray, a una Real Cédula de 1648, fuese perfectamente fundada, tendríamos un documento posterior con más de cien años a la fundación de Quito, y por tanto, de dudosa autoridad.

Fue el P. Fray Valentín Iglesias quien, por vez primera, expresó la duda de que el Belén, o la Vera Cruz,   —250→   hubiese sido la primera Iglesia de Quito, aduciendo lo absurdo que era el admitir que los castellanos, cuyo real se encontraba en lo que hoy es el centro de la ciudad histórica, esto es entre los Conventos de San Francisco, la Merced, Santo Domingo y San Agustín, hubiesen hecho el primer templo en paraje que, cincuenta años después de fundada la ciudad, estaba aún fuera de poblado.

En la Relación de Lope de Atienza de 1583, se mencionan como existentes en Quito las siguientes iglesias: la Catedral, San Sebastián, San Blas, Santa Bartola, La Concepción, San Francisco, La Merced, San Agustín y «una ermita en el humilladero que llaman Añaquito, donde los tiranos, en la batalla, mataron a vuestro Visorrey Blasco Núñez de Vela».

Rodríguez de Aguayo cuenta que la iglesia de San Francisco era «buena» y de piedra; las de Santo Domingo y la Merced pobres; «la Iglesia Mayor es de cantería, grande, buena torre, la Capilla Mayor de bóbeda, buen maderamiento de cedro y artesones, a partes y a partes de otra labor».

En la Descripción de 1573 no se nombra tampoco a la capilla de la Vera Cruz, y sí sólo a los templos que ya hemos mencionado, de los que se dan curiosos detalles.

Si la Vera Cruz hubiese sido la primera iglesia edificada en Quito, estos documentos no habrían dejado de mencionarla.

La población de la Villa de San Francisco estaba dentro las cavas o fortalezas, y El Belén fuera de ellas y a considerable distancia, mal podía, pues, haber sido la primera Iglesia de Quito.

La Capilla del Humilladero de La Vera Cruz, debió, no obstante no ser primera iglesia de Quito, existir como una ermita, como un lugar de romería, situado fuera de   —251→   la población, en paraje destinado para asiento de caciques, desde los primeros a ños de la ocupación española, así, el 26 de marzo de 1537, se proveyó a Juan Gutiérrez de Pernia «un pedazo de tierra, para asiento de sus caciques, ques a las espaldas de la Vera Cruz».

Narrado queda como se organizó, en San Francisco de Quito, el poder civil y la Iglesia; tócanos historiar cuál era la base de sustentación económica de la nueva sociedad indo-hispana.

Esta reposa, en primer término, en la explotación de la energía personal del aborigen, en beneficio del conquistador, sea en la forma de «encomienda», «mita» o, «servicio personal», y en el dominio de la tierra y las principales fuentes de producción, por el blanco.

La encomienda es la feudalidad trasladada a América. El conquistador, si plebeyo aspiraba a ser noble; si noble no quería dejar de serlo; apetecía riquezas, pero ante todo quería señorío; las tierras le interesaban en segundo término, lo que le importaba es un feudo perpetuo, para sí y para sus herederos.

Los conquistadores formaban una compañía, a la que desde el jefe hasta el último soldado aportaban algo, y de cuyos provechos todos esperaban mucho -ilusiones colmadas o defraudadas- no así los aportes, que, por lo menos, eran de riesgos y fatigas para los más menesterosos; de caballos y armas que valían una fortuna para los de mediana condición; de naves, víveres y buenos pesos de oro para los más ricos. Y en esta compañía había un socio invisible, celoso y avaro, que nada arriesgaba si no eran unas cuantas cuartillas de papel, que gozaba de gran veneración, con lo que se ganaban inmensos reinos y que cobraba por lo pronto el quinto de todas las ganancias: este socio era el Rey.

La conquista del reino de Quito había terminado virtualmente dejando, más en los labios de los soldados de   —252→   Benalcázar la sed de oro, que en sus bolsas áureos tejuelos, cuando a petición del Regidor Alonso Fernández dejó, el Cabildo, el 25 de junio de 1535, disuelta, en parte, la Compañía de la Conquista, resolviéndose que el oro y plata, que en adelante se encuentre, «se distribuya entre los dichos vezinos e moradores desta dicha villa e no entre otra persona alguna, pues ellos no gozan, ni an de gozar, de lo que ganen o ganaren de aquy adelante los que an ido a hazer» «la conquista e población de Quillacinga» y «la población de Tunybamba».

Es en virtud de esta Compañía, que el Cabildo, como representante de la Comunidad, da en usufructo tierras y solares, para con el transcurso del tiempo y con la intervención del Teniente o el Gobernador, delegado de la autoridad del Rey, adjudicarlas en propiedad, dándolas por servidas. Así, cuando ausente Benalcázar, le compró sus casas Puelles, lo que el fundador de Quito enajena es el edificio, el terreno lo concede el Cabildo.

Pero vasallos, esto es indios, sólo los otorga el Teniente o el Gobernador, sin intervención del Cabildo.

Después de verificada una Conquista, lo primero que los castellanos hacían es repartir la tierra, esto es, dar encomiendas a los conquistadores, lo que ejecutó Benalcázar con anterioridad al 2 de junio de 1535, fecha aproximada de su partida para San Miguel de Piura, y Santiago de Guayaquil.

Este primer repartimiento lo hizo a título provisional, Don Sebastián, y fue aprobado luego por Pizarro.

Poco es lo que se sabe de él. El 28 de junio de 1535, el Teniente Diego de Tapia, dijo que: «señalava, e señaló, por térmynos, juredisción desta dicha villa de San Francisco, todos los pueblos e provincias quel Señor Capitán Benalcázar, señaló en depósito e repartimyento, a los vezinos desta dicha villa», por lo cual venimos a saber   —253→   que el repartimiento comprendió desde el límite de la provincia del Chimborazo con la de Cañar, y el pueblo de Chilintomo en la de los Ríos, hasta el río Mayo; desde el principio de la llanura de la Costa, hasta Hatunquijos.

Como en todas las Indias, en Quito, los encomenderos tenían obligación de tener armas y caballos para la defensa de las nuevas poblaciones, así el 31 de mayo de 1535, el «Señor Capitán» Benalcázar y los «alcaldes e regidores, dixeron; que a su noticia es venido que algunos de los vezinos desta villa de San Francisco, abiéndoles dado su repartimiento de yndios, an vendido e venden, cada día, los caballos que tienen, e se saca afuera desta villa, lo qual no convyene, porque dello podrya redundar daños e desociego e atrebymyento en los yndios nuevamente conquistados, para cometer alzamyento, e otras cosas. Por tanto que, mandavan e mandaron, apregonar públicamente, que de aquy adelante nyngún venda su caballo o yegua, que tiene e tenya al tiempo que se le dio repartymyento de yndios, e si después acá lo ha bendido... lo torne asy, e tenga como de antes, para ayudar a sustentar esta dicha villa,... e más con apercebymyento de los indios que le obyeren deposytado e dado en repartymyento, se darán a otra persona, que en su defecto ayude a sustentar; con sus armas a caballo, esta dicha villa».

En 10 de noviembre de 1537, el Cabildo, prohibió a los encomenderos ir a los repartimientos sin permiso del Teniente.

Antes el 22 de mayo de 1535 había resuelto que «para aclarar las dudas... entre los vezinos,... que tienen repartmyento... conforme al huso que hasta agora se a usado e acostumbrado en las otras governaciones, asy de la Nueva Castilla, como de las provincias de Nycaragua, e otras partes, hizieron y establecieron,   —254→   en ordenanza, para que de hoy más se huse e guarde, en todos e qualesquier yndios e yndias, que al tiempo que el Señor Capitán y españoles llegaron a la provincia de Riobamba, donde es la entrada destas provincias, bibían, que no embargante que agora e de aquy adelante, resyden en otras partes, sean e los ayan por naturales del pueblo e pueblos donde a la dicha sazón, que el dicho Señor Capitán llegó a Riobamba, vevían e resydian, e que por esta dicha ordenanza se juzgue e declare e sean mandados bolber a donde a la dicha sazón estaban, e se ayan por naturales della».

Casi puede asegurarse que todos los vecinos de Santiago y de San Francisco del Quito recibieron indios en encomienda, pero desgraciadamente no existe el acta del repartimiento...

Más completos son los datos que podemos ofrecer a los estudiosos sobre el aprovechamiento y ocupación de la tierra, como base del establecimiento de la propiedad territorial, en la ganadería y agricultura, estilo europeo. El 30 de abril de 1537, se suscitó una curiosa discusión entre el Cabildo de Quito y el Teniente de Gobernador, Pedro de Puelles, quien pidió a los Alcaldes y Regidores que en «adelante no se entrometan en proveher tierras, cavallerías, solares, ny peonerías a los vezinos desta villa, porque le compete e competia, el proveymyento de lo susodicho, como Teniente del... Señor Gobernador, a quyen su Magestad tiene hecho merced de ello». Aducía al efecto de demostrar su tesis, una Real Cédula de Toledo su fecha 21 de mayo de 1534, en la que se daba en realidad a Pizarro la facultad de dar propiedades territoriales, a los que hubiesen residido cinco años.

El Cabildo adujo que se le hacía «notorio agravyo», pues desde la fundación había gozado de la facultad de conceder propiedades, por lo que suplico de la Cédula,   —255→   ante el Rey y el Concejo de Indias, siguiéronse luego las protestas y requerimientos de estilo, que terminaron con las adjudicaciones de un solar y una estancia, por el Ayuntamiento, en el mismo día del incidente, a Francisco Londoño y Diego de Sandoval.

Dos teorías habían en aquel día entrado en coalición; la una según la cual las tierras, por el hecho de la Conquista, venían a ser propiedad del Rey, quien las adjudicaba a sus servidores; la otra, de acuerdo con la cual, por lo menos en lo que al dominio del suelo se refería, daba el derecho de disponer del botín de la Conquista, a la comunidad -la compañía de conquistadores- representada por el Cabildo.

Estas dos doctrinas son las que, en el fondo, defienden, por una parte, La Gasca, por la otra Gonzalo Pizarro, y en Quito, en el Cabildo, venció la derrota en Jaquijahuana.

Las estancias, así como los solares, se adjudicaban primero, en algo como usufructo, de tal modo que al ausentarse el poseedor o al morir, volvía la nuda propiedad del suelo a la Comunidad, que disponía nuevamente de ella por medio del Ayuntamiento, transcurrido cierto tiempo los usufructuarios adquirían el pleno dominio.

El 31 de mayo de 1535 es un día en la historia del Ecuador, tan memorable como el de la fundación castellana de la villa de San Francisco del Quito, pues en él nació, en esta porción de América, la propiedad privada del suelo agrícola, en la sociedad castellana, pues ya vimos que en ciertas comunidades indígenas existía con anterioridad a la Conquista. En efecto ese día se hicieron las primeras adjudicaciones de estancias en las personas de Juan de Ampudia y Juan Díaz Hidalgo, lo que no implica el que antes los españoles no hayan cultivado la tierra, pues sabemos, de positivo, que ya de antemano tenía sementeras Diego de Tapia.

  —256→  

El día en que el dominio de la tierra pasó del usufructo a la propiedad plena, fue el 4 de abril de 1537. El 25 de enero de 1535 el Cabildo acordó dar «por lymytes de qualquier estancia que se pidiere y se diere a cualquier vezino desta villa para tierra de puercos y ovejas e otros ganados, que la tal estancia se le de e goze de media legua, que sea después de puesto el asiento della, que se myda en torno e quadra, fasta un quarto de legua a cada parte»; esto es aproximadamente 75 1/2 de hectáreas.

Esta resolución fue modificada el 11 de abril de 1538 en el sentido de «que las estancias para vacas e ganados que se proveyeren, en esta villa, por el Cabildo della, que se provean una legua de estancia», poco más o menos 151 hectáreas.

En el acta del 25 de enero de 1535 se lee además: «Y ten que todas las tierras que se dieren a cada un vezino, a la redonda desta villa, sean cantidad en que puedan sembrar ocho hanegas de sementera. A la qual se diere y donde abaxo se de menos cantidad a la persona a quyen se diere, e questo quede a la determynación de los dichos Señores Justicia e Regimiento».

En cuanto a lo que llaman las actas capitulares «el regadío desta villa» que es el valle de Pomasqui, indicando así que allí estaban los únicos terrenos regados de las inmediaciones de Quito, estuyeron el 25 de junio de 1538: «se a de repartir por suertes, para que cada uno syembre el, tenga mayz para en el tiempo de mayor necesidad. Mandavan e mandaron, que la mayor suerte que en él se señaláre, sea de cuatro hanegas y dende abaxo conforme a la que los dichos Señores justicia e Regidores les paresciere».

Nacía pues la propiedad territorial de bien ponderadas dimensiones, ni latifundio, ni microparcela: la destinada   —257→   a la ganadería tenía un máximo de 151 hectáreas o 14 caballerías; la de pan sembrar de un poco más de cinco hectáreas, algo así como media caballería.

No por ser las estancias relativamente pequeñas y grande el territorio recién ganado a la Corona de Castilla, faltan las disputas por apeo y deslinde; ejemplo es la que el Cabildo resolvió el 27 de enero de 1537, en la que el Escribano Cristóbal Rodríguez, reclamaba una suerte en el Regadío, dada anteriormente a Martín de Mondragón.

Estas discusiones debieron ser frecuentes en Pomasqui, por lo cual, por el deseo de despojar de sus propiedades a Benalcázar y a los que con él fueron al Cauca, el 19 de enero de 1537: «aviendo platicado en el... Cabildo, dijeron que acordavan o acordaron, que por quanta las suertes que se dieron e señalaron a personas, vezinos desta villa, los Cabildos pasados, en el valle de Pomasque, del Regadío, no se an amojonado hasta agora y segund paresce, en el dicho valle hay suertes para poderse dar y repartir, entre todos los vezinos desta villa, acudiendo más cantidad en cada una suerte, de lo que se señaló por los dichos cabildos. Por tanto, que no perjudicando, ny deshazyendo lo suso dicho, más antes añadiendo, que para anadyr y hazer amojonar todas las tales suertes, para que cada un vezino sepa lo que le cabe e de que a de gozar, e no tengan unos vezinos con otros pleytos e diferencias, como lo an tenido fasta aquy y por otras cabsas, que dixeron que les paresce ser convinceytes, que señalavan e señalaron y encargaban y encargaron, a Juan Díaz Alcalde, e a Sancho de la Carrera Regidor... para que vayan al dicho barrio de Pomasque, e lleven consygo al alarifel Juan Anriquez, al qual hagan medir e amojonar, todas las suertes que oviere, en el dicho valle de Pomasque, acrescentando y haziendo aserca dello, todo lo que les paresciere ser más convinyente».

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Algo semejante se ordenó para Cumbayá, aun cuando con menos solemnidad y dando menores poderes al Fiel Ejecutor, el 30 de abril de 1537.

Los indígenas de acuerdo con las leyes de la Corona, debían conservar sus propiedades, y las que se dieran a los castellanos ser sin perjuicio de los aborígenes; del respeto a estas órdenes se encuentran en las actas del cabildo las siguientes huellas:

Al dar a Juan Lobato una estancia se dice «con tanto que no sean tierras de Panzaleo» -20-XII-36.

«Al Cacique Collazos, porque solía thener allí sus bohios, se le señaló, antes de la suerte del dicho Juan del Río, un pedazo ques donde están unas paredes viejas».



Las encomiendas desaparecieron hace ya siglos, pero las bases y fundamentos de la actual propiedad territorial fueron puestos en el período que estudiamos...

Pero si muchos de los primeros pobladores de Quito no adquirieron propiedades, hay otros que las tuvieron y no se encontraron presentes a la fundación de la ciudad pero sí antes de la vuelta de Benalcázar de regreso de la fundación de Guayaquil (28 de diciembre de 1535) en este caso se encuentran: Martín de la Calle, Antón Díaz, Vasco Fernández, Pedro González, Jorge González, Juan Gutiérrez de Pernia, Juan de Lara, Francisco Paniagua, Juan Prado, Bernaldino de Santamaría e Isidoro de Tapia; de estos algunos son quizás compañeros de primera hora del Conquistador de Quito que no creyeron convenirles el tomar vecindad en Santiago ni en San Francisco, otros probablemente vinieron al Ecuador con posterioridad al 6 de diciembre de 1534.

Vinieron a Quito con Benalcázar cuando volvió de Piura y Guayaquil o antes de la Tenencia de Pedro de Puelles: Pedro Cortez y Rodrigo de Ocampo: en el período   —259→   en que gobernó Puelles; Sancho de la Carrera, Castrillón, Martín Gallego, Pedro Gutiérrez, Francisco López, Diego Ponce, Cristóbal Rodríguez, Hernando de Sarmiento, Tordesillas y Melchor Váldez; después de la vuelta de Benalcázar del Cauca Pedro Valverde.

En el corto espacio de tiempo que abarca nuestra reseña algunas propiedades cambiaron de dueño ya sea por haberse ausentado el anterior poseedor, como acontece con una de Benalcázar, que se adjudicó a Puelles, con las de García de Tobar quien debió partir al Cauca con Ampudia o Añasco; pues de sus bienes se dispone el 7 de enero de 1536, antes de la primera salida de Don Sebastián para el Norte; en otras ocasiones estos cambios son causados por el fallecimiento del anterior terrateniente, como pasa con las haciendas de Diego de Tapia, o sencillamente porque el poseedor no ha cumplido con los requisitos legales, de lo que es ejemplo una estancia de Pedro Frutos.

Como dijimos las propiedades territoriales entre 1534 y 1538, eran pequeñas; de los 93 propietarios 17 poseían menos de dos hectáreas; 20 entre dos y 20 (menos de dos caballerías); dos entre cuarenta y cincuenta; veintiséis entre 70 y 80 (de seis a ocho caballerías); dos, más de noventa y menos de ciento; seis, entre 150 y 170; siete entre doscientos veinte y doscientos sesenta; tres, trescientas; uno trescientas veinte, otro trescientas cuarenta: sólo de los conquistadores, en ese tiempo, Diego de Torres, podía llamarse latifundista, poseía unas 600 hectáreas, o sea cincuenta y pico de caballerías. Después de él los más ricos en tierras eran: Rodrigo Núñez de Bonilla (cerca de quinientas hectáreas) Alonso de Miguel Juan del Río, Alonso Fernández, Juan Lobato, Juan Márquez.

En 1573 los vecinos más ricos eran «Rodrigo de Salazar y Francisco Ruiz que valdrán sus haciendas de casas, estancias y ganados a cincuenta mil pesos... Martín   —260→   de Mondragón tiene sesenta y dos años... valdrán sus estancias, casas, ganados y contrataciones veinticinco mil pesos. Lorenzo de Cepeda... vale su hacienda treinta y cinco mil pesos... Los demás vecinos tienen de diez mil pesos para abajo y algunos están adeudados.

»Demás de los moradores arriba dichos, habrá otros cincuenta hombres que viven de mercaderías y tratos de ropa de España y de la tierra. Los caudalosos son: Pedro de Ortega Guillén; valdrá su hacienda veinte mil pesos; Juan de Ortega, valdrá su hacienda veinte mil pesos; Diego de Castro, vale su hacienda veinte mil pesos; Álvaro Rodríguez; valdrá su hacienda quince mil pesos para arriba; Alonso de Troya, valdrá su hacienda veinte mil pesos; Pedro de la Plaza, valdrá su hacienda diez y ocho mil pesos».

El reparto de estancias se hizo casi todo a mediados de 1535, al iniciarse la época del verano, en la que se cosechan las sementeras, pero en gran parte debió tener el carácter de formalidad legal, destinada a amparar una posesión anterior, así se explica el que se diese en julio tierras a Ampudia y a Añasco que de cierto estaban a muchas leguas de Quito.

Los Conquistadores, por los repartos que hicieron, se ve que en primer lugar estimaron el valle de Pomasqui, luego el de Cumbayá o Tumbaco, y el de Chillo. Sólo andando el año de 1538, las propiedades castellanas se extendieron a lugares que hoy quedan fuera de la provincia de Pichincha.

No eran las estancias la única clase de propiedad territorial poseída por la raza blanca, que además de estos dominios individuales, trasplantó a América los de comunidad o ejidos, más conformes con las prácticas indígenas. El 25 de enero de 1535 se señaló para ejido de la villa «dende los Arquillos que están en salyendo desta   —261→   villa hasya Cotocollao (más o menos donde está el monumento a Bolívar), hasta la postrera laguna (El Totoral); e que leguen los dichos ejidos desde el cerro de man derecha, hasta el camyno de man yzquierda», reservando «desde el dicho camyno, azia mano izquierda, hasta la halda de la Sierra Grande» (Pichincha).

Los ejidos del Sur, o de Turubamba, creados, por resolución del Cabildo del 18 de junio de 1585 comprendían «desde el camino real que va sobre man hizquierda o Panzaleo, hasta el otro camino real que va sobre man derecha, por las aldas de la Sierra Grande, todo lo que ay de camyno a camyno, hasta el Pueblo del Monte (Uyumbicho), que se entiende hasta la bajada que hazen yendo al camyno del Monte, donde están los arroyuelos, y está allí una ciénega, de la una parte y de la otra del camyno, que es a donde durmió el Señor Capitán Benalcázar cuando vinimos a poblar esta dicha villa, la segunda vez que a ella vyno».

Esta inmensa riqueza territorial la conservó casi íntegra el Ayuntamiento de Quito, hasta que de ella dispuso el Libertador Simón Bolívar, no porque faltasen desde los primeros años quienes quisieran convertir los ejidos en estancias, sino, por cuanto el Cabildo la defendió con tesón; así, en 5 de junio de 1537 Martín Gallego, Gonzalo Martín, Juan Bretón y Juan Márquez fueron notificados, «so pena de cien pesos de oro para la Cámara de Su Majestad», no tuviesen ganados ni edificasen en sus estancias situadas en Iñaquito «por quanto es perjuyzio del ejido».

En los ejidos los vecinos podían tener sueltas sus yeguas y otras bestias «y questo sea de día, e que de noche tengan atadas las tales bestias, donde no, que si algún riesgo corriere sea a culpa e cargo de la persona que lo contrario hisyeren y no al de la compaña» de los conquistadores.

  —262→  

El 18 de junio de 1535 se dio, a más de las disposiciones referentes al ejido sur, otra cuyo tenor es el siguiente: «Yten, señalaron para pastos del (conquistador o conquistadores) oblygado e oblygados, que obyere, para dar carne en la carnecerya desta villa, el termyno que está, desde la pasada la segunda laguna, que es el fin del... ejido, yendo hazia Cotocollao e hasya Caranque, todas las tierras que no fueren de sementeras».

Disposición amplísima, por la cual, todo cuanto no estaba sembrado, quedaba a disposición de los castellanos, para tener sus ganados.

Los españoles al radicarse en las tierras recientemente descubiertas, al adquirir estancias, no era para seguir viviendo la vida indígena, sino para transformar los países nuevamente conquistados, en cuanto el medio lo permitiera, en nuevas Castillas, Andalucía o Galicias, esto es, en parajes en que, aprovechándose del sudor del aborigen, de la riqueza del suelo americano, pudiesen ellos, llevando hasta cierto punto vida española, adquirir fama y riqueza, comodidades y gloria, que algunos atesoraban para volver después -dorados con las hazañas y los pesos de Indias- a figurar en la Corte, pero que los más querían para transmitirlas a sus herederos, junto con un vínculo, una capellanía o una encomienda, radicadas en el reino, que ellos con su brazo habían creado, y que mediante esta adopción, por paternidad, conquistaba a sus conquistadores.

Había que vivir, en lo posible, vida española en las tierras americanas, aprovechando del trabajo aborigen, y así se producía una doble transformación: el conquistador, muchos de cuyos hijos eran mestizos, tomaba no poco de la cultura india, y su casa -si se exceptuaba lo religioso- era la de un cacique; en su mesa los manjares precolombinos predominaban, mientras los campos del Nuevo Mundo se iban poblando de plantas y   —263→   animales desconocidos antes, y en las ciudades y aldeas nacían talleres, en que se continuaban las tradiciones artísticas e industriales, que la Europa del quinientos había heredado, perfeccionándolas, de los milenios precedentes.

En ningún campo la transformación tenía que ser más completa como en la ganadería. Si se exceptúa a algunos pueblos de Sudamérica Andina, especialmente los Atacameños, en el Nuevo Mundo no se conoció el pastoreo, y el de la llama no pudo tener jamás la trascendencia económica que el de las bestias domesticadas por los pueblos de Asia y de África.

Para el castellano, el primero de todos los animales fue el caballo; su compañero en las batallas; su fortaleza viviente; su principal aliado para desbaratar las huestes aborígenes, que huían despavoridas a la vista de los para ellas, nunca conocidos, tenebrosos monstruos.

Las primeras yeguas y caballos llegaron al Ecuador con los ejércitos de Pizarro, Benalcázar, Almagro y Alvarado.

Ya vimos como el 25 de enero de 1535, a los cincuenta días de arribados los castellanos por segunda vez a Quito, se daban disposiciones, no sólo para conservar los traídos para el servicio, sino con fines de procreación.

El 23 de agosto de 1536, dada la importancia no sólo comercial, sino política, de la posesión de caballos, se hizo que respecto a los potros no rigiesen las disposiciones generales para el pago del diezmo, que eran que: «se llebe de diez uno, e que sea obligado la persona que quisiere desmar a requerir al desmero, que vaya a rescebir el dicho diezmo donde lo obiere de desmar» ; disponiéndose, que ese año, «se lleve de diezmo, de cada potro y potranca... diez pesos de oro».

Un año después, se estimaba el precio de un caballo en cien pesos de oro de minas.

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Cuenta Cobo que en los primeros tiempos, esto es antes de terminada la Conquista «solíase vender un caballo... por tres y cuatro mil pesos de oro... Uno de los primeros conquistadores del Perú... el Capitán Diego de Agüero, yendo desde el Cuzco a la conquista de la provincia de Quito, habiéndosele cansado su caballo en el camino, lo trocó por otro que estaba holgado, y dio, encima, mil pesos de oro».

El mismo autor dice, que en su tiempo -cien años después de la Conquista- en Lima, valía «un buen rocín de carga» «de seis a doce pesos, y si es de camino, cuando muy extremado , apenas llega a cuarenta pesos; un caballo regalado de carrera, ya hecho, suele valer de doscientos a trescientos pesos».

En Oviedo se lee: «En esta Isla Española, ni en parte alguna destas no avía caballos, e de España se truxeron los primeros e primeras yeguas, e hay tantos que ninguna nescessidad hay de los buscar ni traer de otra parte: antes en esta isla se han fecho, é hay tantos hatos de yeguas, e se han multiplicado en tanta manera, que desde aquesta isla los han llevado a las otras islas que están pobladas de chrispstianos donde los hay assi mismo en mucho número e abundancia; e a la Tierra Fierme, e a la Nueva España, e a la Nueva Castilla se han llevado desde aquesta isla, e de la casta de los de aquí se han fecho en todas las otras partes de las Indias donde los hay. E ha llegado a valer un potro o yegua domada, en esta isla tres, o cuatro o cinco castellanos, o pesos de oro, e menos».

No sabemos cuándo ni quién trajo al reino de Quito los primeros asnos, de los que dice Acosta que en las Indias, «no hay tanta copia, ni tanto uso; y para trabajo es muy poco lo que se sirven de ellos»; que lleváronse de «España a la Isla Española los primeros, y al reino del Perú los trajo de la isla de Jamayca, el Capitán Diego Maldonado, uno de los primeros conquistadores».

  —265→  

En Lima, a mediados del siglo XVII, valía un jumento quince pesos, una mula de carga de treinta a cuarenta «y una de caballería, de sesenta a ciento, y una muy escogida y aventajada, llega a valer de doscientos a trescientos pesos»; pero en 1549, para las recuas que se necesitaban para conducir la plata de Potosí al Puerto de Arequipa, estimaba La Gasca, que las mulas valen «a ciento y a ducientos y a trescientos pesos».

No hay seguridad acerca de la fecha en que se introdujo el ganado vacuno al Ecuador. El 16 y el 28 de julio de 1535 se proveyeron estancias para ganado, sin especificar de qué clase, a Antón Díaz y Juan del Río, iguales provisiones se hicieron en marzo y mayo de 1537.

El 26 de marzo de 1536 pidió en el valle de Chillo una «estancia para vacas» el Tesorero Rodrigo Núñez de Bonilla, y es la primera dada claramente para tal objeto. La cría de reses, debió, por otra parte, desarrollarse con gran rapidez, ya que el 11 de abril de 1538, nada menos de nueve españoles adquirieron haciendas para vacas, en diversos y alejados parajes, tales como Chillo, Añaquito y Riobamba; estos primeros ganaderos fueron Alonso Fernández, Juan de Padilla, Martín de la Calle, Diego de Torres, Juan Lobato, Juan Gutiérrez de Pernia, Alonso Miguel, Pedro de Valverde y Juan Márquez.

González Suárez, apoyándose en la Información de Méritos y Servicios de Hernández de Jamaica, afirma que fue éste el que trajo las primeras vacas de la isla cuyo nombre usaba como complemento de su apellido.

Según Oviedo y Valdés las primeras vacas se llevaron de Castilla a la Isla Española, donde se multiplicaron tanto, que no sólo se propagaron desde allí a las otras partes de la América Española, sino que para 1535 ya había tan grandes hatos, en lo que hoy es Haití, que «vale una rez un peso de oro; y muchos las han muerto   —266→   e alanceado perdiendo la carne de muchas dellas, para vender los cueros y embiarlos a España».

En cuanto al Perú, cuenta el bien informado Cobo: las primeras reses «se trujeron... a esta ciudad de Lima tres o cuatro años después de su fundación. Porque el año de 1539, a 20 de junio, presentó una petición ante el Cabildo y Teniente desta ciudad Fernán Gutiérrez, regidor, pidiendo en ella que, atento a que había traído vacas para que se perpetuasen en la tierra, le diesen un sitio para una estancia en la Sierra de Arena... en el mismo año pidieron otras personas asientos para vacas».

Fue Benalcázar quien trajo los primeros cerdos al Ecuador, habiendo siempre tenido especial interés en la cría de estos animales.

La primera referencia que sobre esta clase de ganado se encuentra en las actas capitulares, es la de 9 de abril de 1535, fecha en la cual el Ayuntamiento dispuso «se apregone, públicamente que todos los criadores de ganado porcino traya cada uno su pastor con el dicho ganado, fuera desta dicha villa, e que de noche los tenga encerrados, por manera que no anden desmanados, con apercebymyento, e so pena, que sy andando fuera de la orden susodicha, que sy les mataren alguno o algunos de los dichos ganados, sea a culpa e cargo del dueño dellos y no de la persona que lo hisyere».

El 7 de julio de 1537 ocupose, nuevamente, el Cabildo de la cría de puercos, ordenando que «ningún vezino, estante, ni abitante en esta villa, sea osado de teneo hato, ni cría de puercos, en esta villa ni un cuarto de legua a la redonda, so pena de diez pesos de oro, aplicados la tercia parte para obras públicas y las dos partes para juez y acusador; si no fuere seys cabezas para su comida».

A estos, a los destinados para el gasto en las casas castellanas, ya que suponemos que las disposiciones del   —267→   Ayuntamiento no eran letra muerta, debe referirse lo resuelto el 10 de noviembre del mismo año, «que los puercos no anden para las calles».

Nuevamente el 7 de enero de 1538 el Cabildo resolvió «que ninguna persona traiga puercos ni puercas por esta villa, desde la cruz que va el camyno de Caranque (el humilladero de la Vera Cruz o sea el Belén, o la Sábana Santa -entre el Teatro Sucre y la Iglesia de San Blas- sin que quede del todo excluida la posibilidad de que sea la hermita de Chaupi-Cruz), en las plazas de San Francisco e de Diego de Torres (la de Santo Domingo), so pena de perdidos los puercos que por allí trajeren, so pena que la manada que hallare, que llegare a diez cabezas, lleve de pena el pregonero una cabeza de ellas, la que le fuere dada, e el dicho pregonero quysiere tomar, e si no llegare la manada a diez cabezas, paguen un peso, de pena, e fasta que le sea pagada la dicha pena, del dicho peso, pueda llevar a su casa una cabeza de puerco, hasta que se lo paguen».

Los marranos debían propagarse rápidamente, por lo que vemos que más o menos en 1538, su precio era el de un peso, habiéndose establecido para la cría porcina en 1535 por lo menos dos estancias; seis en 1536, nueve en 1537.

No sólo fue Benalcázar el introductor de los puercos al Reino de Quito, sino al de la Nueva Granada, así Castellanos canta, si canto es el suyo:


«cantidad de jamones bien curados,
porque tenían ya buenas manadas
de puercos desde que vino Benalcázar,
que trajo los primeros de la tierra.
Hubo también capones y gallinas,
que se multiplicaron desque vino
Nicolao Fedriman de Venezuela,
que al Nuevo Reino trajo las primeras».



  —268→  

Cieza de León cuenta que cuando los indios de Buga mataron a Cristóbal de Ayala «se vendieron sus bienes en almoneda, a precios muy excesivos, porque se vendió una puerca en mill y seyscientos pesos, con otro cochino: y se vendían cochinos pequeños a quinientos... y los mill y seiscientos pesos de la puerca y del cochino cobró el Adelantado don Sebastián de Benalcázar de los bienes del Mariscal Dn. Jorge de Robledo, que fue el que lo mercó: y aun vi que la misma puerca se comió un día que se hizo un banquete, luego que llegamos a la ciudad de Cali con Vadillo. Y Juan Pacheco... mercó un cochino en doszientos y veynte y cinco pesos...».

El bien informado Cobo refiere «Son estos animales los primeros que llevan los españoles a los descubrimientos que hacen de provincias y tierras nuevas, no sólo para perpetuallos en ellas, sino también para mantenerse dellos en las tales jornadas, si se viesen necesitados de bastimentos; que por ser ganado tan fecundo da muy en breve copioso fruto. Y así los trujeron consigo los primeros españoles que entraron en este reino del Perú con su conquistador el Marqués D. Francisco Pizarro, el año de 1531; y crecieron e multiplicaron tan en breve, que la primera carne de Castilla que se pesó en la carnicería desta ciudad de Lima, luego que se fundó fue la de puerco. Porque habiéndose fundado esta ciudad en 1535, el siguiente de 36, a 14 días del mes de agosto, mandó el Cabildo que se matare cada día un puerco, y se pesase a veinte reales la arroba, sin que se matase por algunos años carne de otros ganados de los de España»..

En 1549 valía en Lima, «cada cabeza de puerco, hecho de maíz, para matar en la carnicería a once y a doce pesos, con haber, según me dicen en los términos catorce mil cabezas».

A mediados del siglo XVII valía en Lima «un cebón de ocho a diez pesos».

  —269→  

En las actas capitulares de Quito, se habla, el 31 de mayo de 1535, de las ovejas de Juan de Ampudia; el 18 de junio; de las de Sebastián de Benalcázar, y el 2 de mayo de 1537 se concede a Alonso de Villanueva una estancia para la cría de estos animales, que, por lo demás, no estamos seguros si eran de los de Castilla, o de los de la tierra; o llamas.

Según Cobo las primeras ovejas las llevó al Perú el Capitán Salamanca «dentro de cuatro o seis años que se conquistó este reino» y las primeras cabras en 1536.

Al juzgar por las disposiciones dadas por el Ayuntamiento de la Ciudad de los Reyes, en 1539 y 1541, la ganadería estaba más adelantada en Quito, que en el valle del Rímac, quizás por obra de los compañeros de Alvarado.

Marcas para ganado, cuando ya fueron importantes los hatos, concedió el Cabildo a: Pedro de Puelles; Francisco Londoño; Gonzalo Díaz; Cristóbal Rodríguez; Diego de Torres; Diego de Sandoval; Antonio de Rojas; Juan Lobato; Pedro de Valverde, y Martín de la Calle.

En materia de vegetales necesarios para la vida, pueden señalarse como los más importantes, entre los traídos de Europa, a la altiplanicie ecuatoriana; al trigo; la cebada y casi todos aquellos que se designan con el nombre genérico de hortalizas.

Fray Jodoco Ricki fue el introductor del primer trigo al Ecuador, trájolo, según tradición constante, en un jarro de loza de fabricación alemana, que se conservó en el Convento de San Francisco, en esta ciudad de Quito, hasta entrado el siglo XIX, época en la cual, un Provincial obsequiolo, como joya preciosa, al General Juan José Flores, que era entonces Presidente de la República, perdiéndose luego en los azares de la persecución, de que fue víctima este mandatario y su familia, después de   —270→   1845. El primer trigal lo sembró Fray Jodoco en la plaza que queda delante de su convento. La inscripción puesta en 1785 en la portería del monasterio franciscano, afirma que se cogió el primer trigo en 1534, pero en ello debe haber un error; siendo sólo probable que esa sea la fecha en que se lo sembró, pues si fue traído directamente por el P. Ricki de Europa, probablemente de Flandes, su tierra -el jarro era de fabricación tudesca- la siembra la habrá hecho a poco de su llegada a Quito, días después del 6 de diciembre de 1534.

El trigo diose bien en los Andes Ecuatoriales, y si no puede decirse con certeza que los terrenos «para sementera de pan» dados a Alonso Miguel el 27 de febrero de 1536, hayan sido para el cultivo de este grano, es sí seguro que el 20 de mayo de 1538, había suficiente trigo para que se creyese oportuno el establecimiento de siete molinos; con catorce moleduras.

Son estos: el que pretendía fundar Juan Lobato «en el desaguadero de la alaguna de Añequyto (riachuelo de "El Batán"), en un camyno que por allí passa, de una parte e de otra»; para el cual le dio el Ayuntamiento «un sitio en que quepa la cassa del molino, con dos moliendas, e que para esto tome el agua del dicho desaguadero, el la deje yr libre para que si otro adelante quysiere moler, muela».

El que solicitó Alonso Fernández «en el camino que va desta villa, por detrás del serro, en la primer agua, por la calle que va desta villa, de casa del Tenyente Torres». Este molino, por lo que entendemos, quedaba en la hoy cegada quebrada de Jerusalén, por la calle Morales, y el camino de que se habla es el que iba por detrás del Panecillo, los valles de La Magdalena y Chillozallo, al Cuzco.

El que pidió Diego de Torres «de dos moliendas, en la junta de los dos ríos questán junto a esta villa, (la   —271→   ya mentada quebrada de Jerusalén o Santa Rosa y el río Machángara) camyno de Panzaleo». Hasta hoy existe en ese paraje un molino, el de «El Censo».

«Asy mysmo Juan de Padilla... pidió... le fagan merced de otro asiento, como el suso dicho, luego abajo del molino de Alonso Fernández».

«Juan Marquez... pidió... le fagan merced de la dar otro assiento para un molino, con dos moliendas, junto al molino de Lobato, abajo dél, en el dicho dessaguadero».

Juan Gutiérrez de Peruya, pidió «otro asiento para molino... por abajo del Tenyente Torres, junto a la estancia de Frutos».

Y por último, Pedro de Valverde obtuvo otro asiento, más abajo del de Juan Márquez.

En Lima, la introductora de trigo, fue la ilustre dama Dña. Inés Muñoz, esposa, en primeras nupcias, de Francisco Martín de Alcántara, quien murió en defensa de su hermano Francisco Pizarro, cuando éste fue asesinado por los Almagristas, había esta señora sido «la primera mujer española que entró» al Perú; y viuda de su primer esposo, contrajo matrimonio con Antonio de Rivera. Había, en la época del dominio de Almagro el Mozo, conocido las penalidades de la prisión y el destierro, volviendo desde Manta a Piura a juntarse con Vaca de Castro. Fue una de las personas más ricas de su tiempo, dueña de obrajes, estancias y encomiendas. Y cuando por segunda vez quedó viuda, fundó, dotándole espléndidamente, el Monasterio de la Concepción, en 1573, del que fue monja y donde murió a la edad de ciento diez años, en 1594.

Esta singular mujer fue además «la que hizo el primer obraje de lanas de Castilla, en su repartimiento y encomienda de indios del valle de Jauja, dando traza   —272→   como las lanas, que hasta entonces se perdían, se aprovechasen...; hizo traer de España los más de los árboles y plantas que ahora goza esta tierra; y ella, finalmente, fue la que dio el trigo a este reino del Perú».

Según Cobo, en 1535, llegó a Martín de Alcántara un barril de Arroz, y Dña. Inés Muñoz preparaba un guiso para Dn. Francisco Pizarro, cuando advirtió que, entreverados con los de arroz, había unos granos de trigo, recogiolos cuidadosamente y sembrolos en una maseta, la que dio tan buen fruto, que, poco a poco, se propagó el trigo, hasta que en 1539 se hicieron los primeros molinos.

Cuenta las cosas de modo diferente Mendiburú, pues atribuye la importación del trigo a otra mujer. Dña. María Escobar, esposa de Diego de Chávez, la que había traído de España medio almud de trigo, probablemente en 1540. «Se repartió dando 20 a 40 granos a los agricultores de Lima y de diferentes lugares. El primero que se cogió fue en Cañete».

Nada sabemos acerca de la introducción de la cebada al Reino de Quito, que, en cuanto al cultivo de hortalizas, lo que podemos decir es que, el 18 de setiembre de 1536 se dio a Sancho de la Carrera sitio «para que haga una huerta» y el 12 de octubre del mismo año «el... Señor Capitán Pedro de Puelles, e los... Señores Justicia e Regidores, dijeron que porque Diego Rodríguez, ortelano, pidió en este Cabildo para hazer huerta para hortaliza, un sytio questá serca del Monasterio de Señor San Francisco, e se le dió el dicho sytio, como le está señalado por el dicho Señor Capitán, y no se le ha señalado la parte de agua que a de aver, que viene a esta villa por el dicho monasterio, y si se le obiesen de dar toda, sería en juicio del dicho monasterio, e de Gonzalo Díaz, bezino desta villa, porque a muchos días que hizieron traer la dicha agua y es razón que gozen della, por tanto,   —273→   que señalaban e señalaron, al dicho hortelano, e le daban licencia para que tome la dicha agua, para regar su huerta, tres días de cada semana y no más, y estos salteados un día sy y otro no, y ni los dichos tres días arreo; y lo demás días que resta no se entremeta a tomar la dicha agua, so pena que si averiguare quel dicho ortelano tomare la dicha agua, si no fuere en los dichos días, que ansy se le señalan, que pierda la dicha guerta e lo en ella edificado, e desde agora se aplica para propios desta villa...; e mandaron se le notefique e que no edifique de otra manera en la dicha guerta».

El 30 de julio de 1535 ante el Cabildo, y por orden de éste, compareció «Juan de Lara, Fiel desta villa, con una medyda de almude, que trajo a este Cabyldo, la selle con una C, que a de ser nueve señales, a los lados e juntos, e en lo llano del, e que por allí vendan e reciban, o por otro como el dicho almud, sellado ahertado por él, e del dicho fiel, so pena que pyerda todo el mahyz e otra que vendyere, qualquiera persona, la mytad para el que lo acusare y la otra mytad para obras públicas desta villa. E que aya de derecho el dicho Fiel, por la señal, medio peso de oro, por cada medyda, ora sea hanega, o media hanega, o medio almud, e que le eche las señales que de suso se contienen».

El 8 de noviembre del mismo año se señaló «para sytio de carnicería desta villa, el sitio que está a las espaldas del solar del Padre Juan Rodríguez (parte de lo que ahora es La Catedral, la casa del Cabildo Eclesiástico, la Capilla Mayor y la Casa Cural) hazia la caba, todo lo que obyere por dar, desde como va la calle a man derecha» . Quedaba pues la primera carnicería, en la porción sur de la manzana circunscrita por las carreras Venezuela, Sucre, García Moreno y Plaza de la Independencia.

El 20 de mayo de 1535, Benalcázar «dio Lycencia a todos los españoles, que están e resyden en esta dicha   —274→   villa, o de aquy adelante estuvieren, para que puedan rescatar... con los yndios del tianguez (mercado) délla, todo el oro, e plata, e piedras e perlas, que los dichos yndios les quysyeren dar, por su voluntad, con tanto que todo lo que asy resgataren, con los dichos yndios, lo lleven juntamente con los dichos yndios, les qysyeren dar, por su voluntad, con tanto que todo lo que asy resgataren, con los dichos yndios, lo lleven juntmente con los dichos yndios, a lo resgatar en presencia del... Señor Beedor Diego de Tapia, para que bea como es de los dichos yndios, e con su voluntad se resgata, e se tenga quenta e razón del quynto e derechos reales a Su Magestad pertenezcan, e se sepa qual es de campaña, e qual de personas particulares».

Un mes y un día después, se derogó esta licencia prohibiendo a los conquistadores «yr al tiangues... so pena de doze pesos de oro, por cada vez que fuere tomado, e a cada negro o negra de cien azotes, y la dicha pena sea aplycada en la manera suso dicha la de la pecunya». Nuevamente el Cabildo se ocupó del asunto el 26 de julio, resolviendo «que atento que los yndyos padecen necesidad, en no tener qué comer, e que dizque tienen oro par aresgatar, e por que el quinto de tal oro aya Su Magestad es que alzaba el alzó el pregón e mandó... que se hizo sobre que nynguna persona resgate oro ny plata, e que dava e dyo licencia para que en esta villa, qualquier español resgate con los yndios desta provincia, según e conforme e con las condiciones quel Señor Capitán Benalcázar dyo licencia para resgatar».

A más de una reflexión se presta esta orden. ¿Padecían los indios necesidad de comida? Si esto era así, habrá sido efecto de la guerra de conquista, de los profundos trastornos que en el régimen económico se causaron con la llegada de los blancos, pero si tal hubiese sido la verdadera situación, éstos no habrían estado mejor   —275→   parados. Puede suponerse que los Conquistadores disponían de los graneros incaicos, pero si así hubiera sido todo se remediaba dándole su verdadero destino, el de servir a la colectividad.

Así, en el fondo, y leyendo entre líneas, se ve un afán castellano, el de obtener de los aborígenes los preciados metales, sometiéndoles, quizás, a un tormento colectivo, ya que los aplicados a los jefes no daban resultados, el del hambre, para obligarles, a los indios, a entregar imaginarios tesoros, o simplemente una excusa para justificar el permiso.

Sea lo uno o lo otro, encontramos aquí uno de tantos ejemplos de la humanidad, tan decantada, de las Leyes de Indias, máscara hipócrita y astuta, destinación a encubrir la codicia, la hambrienta necesidad de oro de la Corte, o sus celos ante el nacimiento de una nobleza criolla, sea: cuando destruye las encomiendas perpetuas; regula la mita; u organiza el sistema de repartimientos de mercaderías, para volver productivas las Cédulas con que se nombran Corregidores.

El oro de los primeros tiempos de la Conquista, era el que las viejas civilizaciones americanas habían arrancado al suelo, para devolverlo a él, junto con los cadáveres de los curacas; para quintar el recogido como botín se resolvió establecer casa de fundición.

Así en el acta de 31 de mayo de 1538 se lee:

«Los dichos Señores, Alcaldes e Regydores, estando presente el dicho Señor Capitán» Dn. Sebastián de Benalcázar «dijeron.... por sy y en nombre de esta villa, que ya Su Merced del dicho Señor Capitán, sabe y le consta como la ciudad de Santiago, que se fundó en Riobamba está despoblada... y al presente no ay otro pueblo fundado más desta dicha villa, e que la yntención del Señor Gobernador Don Francisco Pizarro, e de los Oficiales Reales que en estas partes residen, es que en   —276→   estas provincias se haga casa de fundición, e todo lo necesaryo para fundición de oro, segund por los poderes que dello le abyan enbyado, al dicho Señor Capitán le consta; por ende, que pues esta villa al presente está poblada y en el comedio e concurso de la tierra, le pedían e pidyeron mande que agora, e de aquy adelante se funda en esta dicha villa, e marque e quilate todo el oro o plata que sea abydo e abyere e señale casa de fundición para ello». Oído lo cual Benalcázar resolvió, en virtud de los poderes de que estaba investido, «que en esta dicha villa se haga fundición de todo el oro e plata, que se obyere e a abydo, e que señalava e señaló para Casa Real de Fundición, el donde al presente tienen su casa de morada Alonso de García, e Juan López de Guevara, e que la dicha fundición se haga en cada un año, que escomyenza, desde el primero día de marzo próximo venidero».

La primera mención acerca del trabajo de minas, se hace en la reunión del Cabildo de 22 de marzo de 1537; en el que «por quanto Dios Nuestro Señor a sydo servido que en esta villa se ayan descubierto minas ricas... e las an descubierto Martín de la Calle e Francisco Gómez, e Ginez de Medina... mandaron se apregone, que qualquyera persona que descubriere mynas de oro..., trayendo e presentando las muestras de las tales mynas en este Cabildo, e haziendo las diligencias, conforme a lo que Su Magestad manda, que le señalaban e señalaron, cient pesos de oro, de prometido, de más de los otros cient pesos que los oficiales de Su Magestad, que en esta villa residen están prometidos, los quales cient pesos se pagaran a tales personas, por todos los vecinos desta villa dentro del término que se suele e acostumbra pagar».

Los cronistas nos enseñan, como en tiempos prehistóricos, el comercio a base del trueque de sal, estaba muy desarrollado, y bien sabido es como el cambio de   —277→   la presentación de este artículo fue para los soldados de Jiménez de Quesada, el anuncio de su aproximación a Bogotá. Este comercio, quizás, no cesó con la Conquista, pero las salinas de importancia, entre 1534 y 1538 parecen haber sido las de Tomabela, pues habiendo el Procurador Joan Lobato denunciado que Pedro Martín Montaner «defiende el agua de las salinas de Tomabela, para que nynguno haga sal, salbo quyen el quisiere, como cosa suya propia», resolvieron los Cabildantes el 26 setiembre de 1537 que fuesen «realengas todas las aguas e salynas de cualquyer manera en que se pueda hazer sal, questan descubiertas, oy dicho día, e de aquí adelante se descubrieren».

Los indios sudamericanos no conocieron el empleo de morteros para unir los bloques de piedras de sus construcciones, pues el simple barro, que sólo sirve para llenar intersticios, pero no se incorpora a los materiales líticos, no puede ser tenido por tal; a los indios la cal sólo les servía como sustancia básica, para mezclada con la saliva extraer los alcaloides de las hojas de la coca, mas los castellanos necesitaban cal para sus construcciones, así el 20 de diciembre de 1536 se habla del «cerro de la calera» y el 22 de marzo del año siguiente del horno de cal.

Ya dijimos que, en un principio, los solares los tenían los conquistadores en usufructo, siendo dueños solamente de las construcciones. Las hechas por Benalcázar para su morada, y en las que se reunía el Cabildo, antes de adquirir casa propia, situadas en la parte suroeste de la manzana rodeada por las calles Olmedo, Pichincha, Manabí y García Moreno, las vendió su apoderado Juan Díaz Hidalgo a Puelles, como ya se dijo, el 6 de marzo de 1537, en doscientos pesos oro.

Por tres ocasiones, en los años que vamos historiando, el Cabildo estipuló lo que unos vecinos debían pagar por la demasía en sus solares.

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El 12 de abril de 1538 estableció que Bartolomé de Zamora pagase «para propios, tres manos de papel, e cincuenta clavos de un jeme» por la demasía «que está cabe sus solares, fasta la calle del puente, que sale de la casa de Rodrigo Docampo, dejando la calle real esenta». El 15 del mismo mes, Alonso Fernández pidió «le fagan merced de ciertas demasías, que hay por la calle real, questa de la plaza, al tianguez biejo, pasando el solar de Alonso de Villanueva, quiedando la calle en medio, desde allá fasta la cava, e corre hacia el puente, dos solares de largor». Accedió el Ayuntamiento al pedido, con tal «que se igualen las calles, e que dé para el Cabildo dos manos de papel».

El 29 el mismo Fernández alegó que había hecho mal negocio, y pidió que «pudiese passar la cava, que le cumplan un solar de anchor, e dos solares de largo, corriendo la calle abajo»; en cambio, se le obligó, esta vez, a allanar «ambas calles, en la cava, que puede pasar por la dicha cava, un cavallo corriendo, sin peligro».

Otra demasía se dio en esa fecha al Escribano Pedro de Valverde, para que la pague con lo que el Cabildo debía a su antecesor Mosquera.

Antes se habían dado demasías de solares a Rodrigo de Ocampo y Alonso López.

Los conquistadores trajeron al Reino de Quito negros esclavos; Alvarado los menciona expresamente en sus cartas a la Corte y en el padrón de los vecinos de Santiago del Quito figura Antón, de color negro, que es también de los fundadores de la Villa de San Francisco.

A los negros o negras que fueran al mercado de los indios, se condenó en junio de 1535, en cien azotes.

El 26 de marzo de 1538, se resolvió «que qualquier negro, que se fuera de poder de su amo e estuviere huydo   —279→   seys días, caya e incurra en pena que le sea cortado su myembro, con sus compañones, e por la segunda vez que se fuere e estuviere el dicho tiempo huydo, yncurra en la pena de muerte corporal».

El 9 del mes siguiente se pregonó «que nyngun negro, horro ny esclavo, sea osado de traer nyngunas armas, ofensyvas ny defensivas, sy no fuere con su amo a alguna parte, o estubiere con él, quando saliere del pueblo, syno fuere un machete, so pena de las armas, perdidas, aplicadas, la mytad dellas para el español, que se las tomare, e la otra mytad para las obras póblicas».

«Otro sy mandaron, que qualquier negro que se tomare a palabras con español, e alzare mano con armas o sin ellas, para el tal español, que el dicho español le pueda matar al dicho negro o negros, syn que en ello yncurra en pena nynguna, lo qual mandaron porque la tierra este pacífyca e no se alze, e el tal español, que matare al tal negro... ha de dar información... e el que le matare syn culpa, lo pague a su amo, e yncurra en las penas sobre ello en derecho establecidas».

En muchas de las colonias, los negros cimarrones, o sea los que abandonando a sus amos se iban a buscar libertad -de ordinario bravamente defendida- en los campos, habían constituido una seria amenaza para el dominio español. Los negros, más audaces que los indios, dotados de mayor espíritu guerrero y dominador; poseedores de más elementos culturales, propios de sus civilizaciones africanas, ya tomados de la cultura de sus amos, convertíanse a poco que en libertad y animados de odio, para con los españoles, entraban en contacto con las poblaciones aborígenes, en capataces y guías de éstas, que contentas admitían la coyunda negra, con tal de libertarse de la blanca.

La preocupación de este peligro palpita en las atroces prescripciones Capitulares transcritas, mientras el impedir   —280→   la procreación entre africanos e indios parece inspirar la primera.

Se quiso, sin duda, impedir que en las vecindades de Quito aconteciese lo que poco después ocurría en Esmeraldas.

Pero la sociedad colonial, por aquel entonces, no sólo conocía la esclavitud negra sino también la indígena, perseguida y vista de mal ojo por la Corona, pero que se imponía a los americanos que no se doblegaban ante el señorío castellano.

De esta clase de esclavos, es de los que hablaba el Cabildo, cuando dando instrucciones a su apoderado ante Pizarro, al tiempo del alzamiento de Manco II, decía: «Otrosy que porque los españoles, vasallos de Su Magestad, vezinos e abitantes desta villa, están muy probes y adeudados, y porque los caciques e yndios... tengan themor de se rebelar, que su Señoría nos haga merced de embiar el hierro, que de Su Magestad para herrar esclavos tiene, y juntamente la orden que se ha de tener en herrar a los tales esclavos».

El sueldo del escribano de Cabildo se fijó el 4 de abril de 1537 en cien pesos de oro anuales, tomaderos de «penas públicas y propios y que entre tanto, que no ovyere penas ny propios, no se le paguen». El del pregonero y portero del Cabildo, fijado el 26 de marzo de 1537, era de cincuenta pesos de oro «los quales los aya e cobre de las condenaciones que se hizieren, para obras públicas».

[...]

En 1537 el Cabildo no tenía propios ni rentas de ninguna clase; el 20 de mayo de 1535, habiendo mandado Benalcázar que se haga una arca para guardar los papeles del Ayuntamiento los «regydores dijeron: que al presente   —281→   no hay tablas, ny madera de que se pueda hazer, ny esta villa no tiene propios para la poder fazer, e que en aviendo algunos propios o penas, están prontos a lo hazer»; 24 de enero del año siguiente se hacía constar, que hasta entonces «no abya podido aver lybro, ny papel para lo hazer, en que se asentasen las cosas que les convenya probeer, tocantes al buen regymiento desta villa». El 16 de marzo de 1537 no había papel en que se pudieran escribir aranceles, y se esperaba tenerlo, en un mes, poco más o menos.

Las más insignificantes cosas de Castilla eran principesco lujo en aquellos días, y por muchos años después, de las que el pródigo conquistador quería disfrutar, más que todo por ostentación; el culto de lo suntuario, de lo importado, tomaba así carta de naturaleza en la psicología indo-hispana, y el frugal labriego de la Península se trocaba en el derrochador criollo, mientras la necesidad, con sus imperativos y duros mandatos indianizaba la vida del castellano, que sólo con lo regnícola, que por serlo, aun siendo oro, casi carecía de valor, podía satisfacer los requerimientos vitales. De la parca, pero portentosa parsimonia hispana, y de la adusta, pero imprevisiva frugalidad del andino, iba a nacer una raza derrochadora, a la vez que avara, lujosa y tacaña.

El centro donde el nuevo Estado se formaba entre 1534 y 1538, en la porción septentrional del Imperio de los Incas, llamado Reino de Quito, era la actual capital de la República del Ecuador; Guayaquil no había logrado echar sólidas raíces; Cuenca no había nacido como villa; Portoviejo llevaba lánguida existencia.

La villa de San Francisco del Quito, como su primogénita, la ciudad muerta apenas nacida de Santiago, iba a formarse sobre una población india, aprovechando tanto de sus moradores, como edificaciones. Sólo que los aposentos incaicos del «pueblo que en lengua de yndios,   —282→   aora se llama Quito» eran mucho más importantes que los de Riobamba, tanto que, por cuanto «allose una fuerza allí de cercas, echas a mano de los naturales, para defensa de los indios de guerra, y así por esto como por aver muchos tambos y casas... y muchas pallas y yndias ofrecidas al sol», resolviose hacer allí la población definitiva, abandonando la de Santiago.

Iba, pues, la ciudad a ser un mestizaje.

Pero el Quito de entonces no tenía la topografía del de ahora; dinero y perseverantes esfuerzos se han gastado, durante cuatro siglos, en rellenar abismos y aplanar colinas; el Quito que conoció Tupac Yupanqui, era un riñón de cordillera y pedazo bravío del Ande; una rugosidad de la sierra entre dos valles risueños y en el principio de una sima.

Era un rincón, bueno para nido de cóndores y halcones, por eso hizo en él el Inca su fortaleza.

Por el norte graciosas y suaves colinas, de gentiles declives, formaban el antepecho de la fortaleza de Quito; que tenía ante sí el llano de Iñaquito, en donde habían de antaño existido caseríos aborígenes, que no hay que confundir con la ciudad incaica.

Venían luego, avanzando hacia el centro de la ciudad, terrenos ondulados, buenos para la agricultura, que cubrían el espacio comprendido entre el Itschimbía y la toma de San Juan, en donde en tiempo incaico, debió existir una numerosa población de gentes de servicio, como lo demuestran los hallazgos hechos en las vecindades del Hospital Eugenio Espejo.

Las profundas quebradas de Itschimbía, de San Juan y la que sigue aproximadamente el curso de la Carrera Olmedo, formaban el primer baluarte de la plaza fuerte del Quito, que en los abismos, de lo que, antiguamente   —283→   se llamó «Sala de Armas» -nombre que debe haber obedecido a algún recuerdo histórico- y que hoy cegados forman la «Plazuela Marín», ofrecía admirable emplazamiento para una fortaleza.

Pasadas estas profundidades, bordeadas por abruptas barrancas de fácil defensa, había una como inexpugnable península, que se unía a las faldas del Pichincha en las asperezas que rodean las quebradas de «El Tejar» y que tenía por vértice la unión de las llamadas de «Manosalvas» e «Itschimbía»; esta era el área de las principales construcciones, el corazón de la ciudad de Tupac Yupanqui y de Benalcázar, donde estaban las casas de placer de Huaina-Capac, los palacios fronteros a lo que muchos años después fue Convento de San Agustín; las aguas de «La Merced» servían a esta zona de la ciudad.

Otra península semejante estaba limitada por las quebradas de Manosalvas y Jerusalén, la que antes de reunirse con la anterior se junta con el río Machángara. En el promontorio que domina la unión de estos torrentes, había una atalaya o pucará avanzado. En esta zona existían también construcciones importantes, de las que hace algunos años encontramos vestigios en el Barrio de San Roque.

Por el sur cerraban el área de la plaza fuerte del Quito, las ásperas pendientes del Panecillo o Yavirá, rodeadas de profundos torrentes.

Las fortificaciones incaicas eran de dos especies: cumbres de montes rodeadas de dos o más fosas de circunvalación, o grandes cuarteles colocados en parajes de difícil acceso, protegidos con varias series de murallas de líneas quebradas. La primera clase era de construcción ligera y empleadas para el emplazamiento de pequeñas guarniciones, especialmente en los países recientemente conquistados, la segunda se usaba en aquellos parajes   —284→   que eran tenidos como las llaves del Imperio. A esta segunda pertenecían las hechas en Quito por Tupac-Yupanqui y Huaina-Capac, que los compañeros de Benalcázar llamaron cavas.

Los castellanos quisieron que la Villa de San Francisco fuese un recinto fortificado por lo cual el Cabildo, el 21 de junio de 1535, resolvió:

«Que porque conforme a los repartimyentos quel Señor Capitán Benalcázar hizo, e la cantidad de vecinos que ay en esta villa, ay sitios e lugar para podelles señalar solares dentro de las cabas; e porque la dicha villa esté más a recabdo y los vecinos más cercanos, que mandavan e mandaron, de un acuerdo, que de aquy adelante, no se señalen solares nyngunos fuera de las dichas cavas, e que rebocavan e davan por nyngunos qualquier o qualesquier mercedes, o señalamyentos, que por los tales solares ayan fecho, e que se apregone que las personas que moran fuera de las dichas cavas, pidan dentro dellos con apercebymyento, e so pena, de que lo que hedificaren se derrocará e deshará a su costa».



Cada solar debía tener «ciento e cincuenta pies en quadra» o sea 41,77 mtrs. de lado (1743 mt. 2) o sea «en cada cuadra cuatro solares».

Los que se avecindaron en San Francisco del Quito fueron doscientos cinco castellanos, por lo que, si tenemos en cuenta los solares de Pizarro, Almagro etc., tendremos que la villa debió constar, nominalmente, de unas cincuenta y pico de manzanas, que son las que figuran en el plano que acompaña a la descripción de «La cibdad de Sant Francisco del Quito - 1573» esto es, más o menos, el área circunscrita hoy por las carreras Guayaquil, Galápagos, Cotopaxi, Imbabura y Rocafuerte.

Por lo que se sabe del movimiento demográfico en esos años, y lo que aparece de resoluciones posteriores   —285→   del Cabildo, se viene en conocimiento de que muchos de estos solares permanecieron largo tiempo abandonados. El 3 de enero de 1537 el Ayuntamiento dispuso: «que por quanto los Cabildos de los años pasados, después que se fundó esta villa, a pedimento de muchas personas, se an dado, e señalado, zolares, e mucha parte dellos no se an poblado, y es muy conviniente e necesario que las personas a quyen se dieron los serquen y hagan dentro sus casas, e igualen e allanen las calles, cada uno su pertenencia, porque mejor esta villa se ennoblesca e tenga en policía; que mandaban e mandaron; que las tales personas, cada uno dellos, dentro de seys meses conplidos, primeros siguyentes, serquen, cada uno dellos, un solar, de pared de adobes o piedra y dentro haga su casa, en que biva; y bohio para cozinar; el cual haga de las paredes de estado y medio de altor, para defensa del fuego; e que la pertenencia de su solar, de las calles reales yguales e allanen, so pena de veynte pesos de oro, la mytad para obras públicas desta villa; y mas quel tal solar e solares queden bacos, para los poder proveher a otras personas, vecinos desta villa; e que si algunas de las tales personas no pudieren, en el dicho térmyno, conplir lo suso dicho, por algund enpedimyento, que paresca ante nos el Teniente, los Alcaldes y Regidores en este dicho Cabildo, para que visto probeamos lo que convenga».

No seis, más de once meses habían transcurrido, y en gran parte lo ordenado era letra muerta, así, el 10 de noviembre se resolvió en Cabildo «que todos los solares dentro del tiempo que se han de poblar se pueblen; e que nadie no los venda, syn que los señores del Cabildo lo vean y la cabsa es que muchos se avezindan por vendellos e dexallos, syn ser conquystadores».

En la misma fecha en que se dictaban las providencias transcritas acerca de los bohíos destinados para   —286→   cocinas, que como se ve debían ser distintos de las casas de morada, se disponía «que nynguno haga ni consienta hazer a sus anaconas, en su solar ningund rrancho ny bohio, si no fuera de pared de adobes, o enbarrado o derredor un estad, salvo se haga lumbre, so pena de veynte pesos de oro... más que a su costa se mandará deshacer el tal buhio o rrancho».

Era el temor de incendios, como el provocado por Rumiñahui, el que hacía dictar estas providencias, y las ya tomadas anteriormente, el 2 de enero de 1535, en las que se persiguió además el alejar a los indígenas -de sospechosa fidelidad- del área de la villa cristiana. En esta ocasión los «señores Justicia e Rregydores dixeron, que: por que los vezinos desta villa tienen en sus solares, dentro desta villa, sus naturales en ranchos, e por cabsa de los muchos rranchos que ay de los tales yndios, podya redundar mucho daño de fuego, e de otras cosas, por tanto, que por lo suso dicho, e por otras cabsas, que a ello dijeron que les mobya, mandavan e mandaron apregonar, que dentro de ocho días primeros syguientes, cada un vezino desta villa, haga deshazer e deshaga, todos los rranchos que anzy, asta agora tubyeren hechos sus yndios e naturales, por manera que en su solar no aya nyngún rrancho ny rranchos de yndias, so pena quel que lo contrario hisiere yncurra en pena de perdimyento de la mejor natural que tubyeren, por cada vez, para quel dicho señor Capitán la encomyende a quyen le paresciere».

«La forma y traza con que se comenzó a edificar y trazar el pueblo -se escribe en 1573- fue, que repartidos los solares, a cada uno según su calidad, con indios que le vinieron de paz, hicieron unas casas pequeñas, de bahareque cubiertas de paja. Agora hay casas de buen edificio, porque habiendo sacado los cimientos dos y tres palmos encima de la tierra, hacen sus paredes de   —287→   adobes, con rafas de ladrillo, a trechos, para mayor fortaleza. Todas comunmente tienen sus portadas de piedra y las cubiertas de teja... El pueblo tendrá trecientas casas, pocas más o menos. Los edificios se van cada día acrecentando, y se haría esto mucho mejor, si tuviesen los moradores indios mitayos que, pagándoselo, lo quisiesen hacer...

»Las mejores casas y edificios que en la ciudad hay, son unas que labró Juan de Larrea, que se entiende le costaron más de nueve mil pesos, las cuales vendió por cinco o seis mill para el Rey... El Arcediano de Quito -Pedro Rodríguez Aguayo- labró más casas cumpliodas y curiosas, costarleían de cinco hasta seis mil pesos. Las demás casas de vecinos encomenderos tienen labrados comunmente dos cuartos, con su patio, huerta y corral; valdrán a tres y a cuatro mill pesos poco más o menos:

»Los materiales y peltrechos que hay en la tierra para edificar es piedra, cal, ladrillo, y teja, adobes, madera; todo esto se hace a la redonda de la ciudad, lo más lejos a tres leguas. Una viga gorda para cadena vale cuatro o cinco pesos; una alfaxia seis tomines; una tabla seis tomines. La piedra se trae cerca de la ciudad en rastras y con bueyes y en carros. Un millar de ladrillo vale cinco pesos; y otro de teja cinco. Un albañir o carpintero su jornal ordinario son dos pesos».

Desde la fundación, aun cuando no concurriese al Ayuntamiento Sebastián de Benalcázar, éste se reunía en las casas de morada de dicho Capitán, hasta el 10 de julio de 1536 en que se juntó, por vez primera «en las casas de Cabildo que agora nuevamente se señalaron» y que desde entonces son la sede del Municipio quiteño, si bien, este conserva ahora, sólo una parte de su antiguo solar, habiendo de la mayor parte de él dispuesto el Libertador Bolívar.

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«Las casas del Ayuntamiento y cárcel -dice la descripción de 1573- eran de un vecino; están en la plaza; tienen poco edificio y malo, porque se labraron al principio que se pobló la tierra, donde no había la comodidad de oficiales que hay hoy».



Las casas de Cabildo; la de la Fundición, que quedaba contigua al solar que fue de Rodrigo Núñez de Bonilla y pasó luego a ser propiedad d e Rodrigo de Ocampo, y los pajisos templos de San Francisco, La Merced, la Iglesia Parroquial y la Hermita de la Vera Cruz, eran los únicos edificios públicos de la naciente ciudad.

El 22 de junio de 1536 los Cabildantes crearon el cargo de Almotacén y Alarifel entre otras cosas «para que haga tener limpias todas las calles desta villa, a cada vezino su pertenencia»; ordenándole que «riquiera e diga a qualquier vezino e morador desta dicha villa, que ninguna calle della, ny serca a su solar, no consienta echar estiércol ni basura alguna; e si después le fallare cantidad de una espuerta, poco mas o menos, pueda entrar en la casa más sercana, do hallare la dicha vasura, e sacar al dueño della una prenda, de la qual aya dos tomines de oro cada bez».

Este asunto volvió a preocupar al Ayuntamiento, el primero de agosto de 1537. «En este dicho día, se señaló por límites a donde se eche el estiércol, que se sacaron de las casas e solares desta villa: la barranca questa a las espaldas de las casas de Hernando Sarmiento, como va de luengo, desde arriba hasta avaxo; y ansí mismo dende los solares de Nuestra Señora de la Merced hazia arriba; y la otra barranca questá saliendo desta villa hazia Cotocollao; toda la cava como va de luengo; y en la otra plaza de San Francisco que; ansi mismo a los vecinos que en ella moran e moraren, se les señala la otra barranca, hazia el rrío. Y que si el estiércol se hallare estar cercano a qualquier solar, quel dueño de tal solar   —289→   de quien lo echó, que page de pena, por cada vez, medió peso de oro, la tercia parte para el acusador y las otras dos para obras públicas e gastos de justicia desta villa. Y que si el Almotacén viere que alguna persona, o sus anaconas o yndios, echare el tal estiércol dentro desta villa, fuera de las partes señaladas, que quite al tal yndio o india la manta que llevare, o si no la llevare lo trayga ante uno de los Alcaldes para que lo castigue, y désele poder para que pueda sacar una prenda al vezino que yncurra en lo suso dicho, que valga la tal prenda la dicha contía, e algo más».

En ese tiempo de olfatos encallecidos, de escasa población, en que la higiene enseñaba en muchos puntos doctrinas diametralmente opuestas a las que hoy predica, el alejamiento de las basuras no era el ponderoso problema que hoy pesa sobre el Municipio Quiteño; pero los usos, hace cuatrocientos años adquiridos, en virtud de mandato legal, no han desaparecido enteramente, por anacrónicos y absurdos que ellos sean.

Los solares de Hernando de Sarmiento fueron los adjudicados a tiempo de hacerse la traza de la Villa al Mariscal Dn. Diego de Almagro y a Jorge Gutiérrez, colindaban con los de Pizarro y Juan Gutiérrez de Medina, y quedaban fronteros a los de Alfonso Hernández y del P. Rodríguez; esto es en lo que actualmente ocupa la Universidad Central. La barranca, de que habla el texto citado, es la de Manosalvas; la otra, la situada sobre los solares de la Merced, la del Tejar; la que queda hacia el camino de Cotocollao, la que va por las vecindades de la carrera Olmedo; el río, la Quebrada de Jerusalén.

Más difícil es precisar el emplazamiento de «la caba»; de las muchas referencias que de ella hacen las actas capitulares, parece desprenderse que, era un sistema de trincheras, que circundaba la ciudad incaica; así puede precisarse que pasaba sobre el actual Convento de La   —290→   Merced por la calle que iba de la Plaza mayor al Tiangues viejo, por cerca de las casas de Hernando Sarmiento y el P. Rodríguez.

En otra ocasión, el 7 de enero de 1538, el Cabildo ordenó «que cada vezino trayga para el viernes e sábado que viene diez yndios, cada vezino que tenga rrepartimyento, para que desierve la plaza, so pena que el que no lo traxere pague de pena tress pesos de oro para obras públicas».

«Tres plazas que en la dicha ciudad hay son cuadradas, la una delante de la iglesia mayor, donde está el comercio y trato del pueblo, y la otra delante del monasterio de San Francisco y la otra delante del monasterio de Santo Domingo», ésta por los años de 1534 a 1538, se conocía con el nombre de «Plaza de Diego de Torres».

No sólo exigía el Ayuntamiento la limpieza de las calles, sino también la de los solares y sus pertenencias; así en el acta del 21 de junio de 1535 se lee: los «Señores Justicia e Rregidores mandaron que se apregone: que cada un vezino e morador desta villa tenga lympia las pertenencias de sus solares, so pena, quel que ordinariamente no la tuvyere lympia, yncurra e caya en pena de seys pesos de oro, la tercia parte para el que denunciare y las otras dos partes para las obras públicas desta villa, en la qual pena dixeron que davan por condenado e condenados a los que lo contrario hizieren e dárseles termyno de aquy a día de San Juan, e que de ay adelante de continuo lo tenga lympio».

El 25 de marzo de 1538 vuelve a disponer el Ayuntamiento: «que todos los vezinos... que tyenen comprados que no los tyenen poblados ny edeyficados en ellos, que dentro de quatro meses primeros sigyentes, los pueblen e edeyfiquen, so pena que sy pasado el dicho termyno no lo fizieren, pierdan los dichos solares; para que los dichos señores de Cabildo puedan fazer dellos lo que quysieren».

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Para terminar esta materia, así como ya recordamos el precio de la demasía de ciertos solares, bien será hacer memoria de disposiciones relativas a la defensa de la propiedad comunal. El 6 de mayo de 1538 «en este dicho Cabildo, los dichos señores dél, mandaron a my el dicho serivano, que notefyque a Martyn de Mondragón, que desaga medio solar que tiene cercado, porque en la traza ay en cada cuadra cuatro solares, e tiene él, uno e medio, e pierdese la calle rreal; mandaron, que por estar en perjuyzio merque otro medio solar, fasta llegar fasta la calle real, porque vaya la calle donde está la traza».

Si esta disposición, en la jerga municipal quiteña, designaríase con el título de «señalamiento de línea de fábrica» volvamos, a las relativas a higiene; que el ocuparnos de solares nos hizo momentáneamente olvidar. El 28 de enero de 1535 «mandaron a pregonar los dichos, Señores Justicia e Rregidores que nyngun vezino ny estante en esta villa, no traygan sueltas yeguas ny otras bestias, sino fuere en el exido desta villa, y questo sea de dia, e que de noche tengan atadas las tales bestias».

Higiene sin agua es imposible, y aun cuando de bacterias y otras minucias infinitamente diminutas, que tanto influyen en la vida humana, como para demostrar la verdad del adagio de que no hay enemigo chico, e inclinar al hombre a la humildad, probándole que él, rey de la creación, es impotente ante la invasión de ciertos seres unicelulares, no supiesen nada los indios precolombinos, desde los viejos tiempos de la floración de la cultura de Tiahuanaco, se preocuparon de dar agua, para menesteres domésticos a sus poblaciones, construyendo canalizaciones, que muchas de nuestras villas de segundo orden, podrían aun hoy envidiar; los Incas conservaron la tradición de sus predecesores, y es más bien en tiempo hispano que se descuidó la provisión de agua potable, a los núcleos habitados.

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Así, el Quito de Tupac Yupanqui y Huaina Capac, tuvo dos fuentes de agua; la una, la que captada sobre «La Cantera», bajaba por entre las Quebradas de «Jerusalén» y «Manosalvas» y surtía al barrio donde se edificó San Francisco; y la otra, aquella que servía al centro más importante de población, el situado entre las Quebradas de Manosalvas y San Juan.

Restos de canalizaciones incaicas vimos nosotros, por 1912, en la parroquia urbana de San Roque, por lo que estamos convencidos que a un mero arreglo o limpieza del canal, se refieren las actas capitulares, cuando pomposamente dicen que «a muchos días que hizieron traer la dicha agua» la de San Francisco «y es razón que gozen della», el «dicho Monasterio e... Gonzalo Díaz, bezino desta villa».

Respecto de las aguas resolvió el Cabildo el 8 de junio de 1537: «que por quanto a su noticia es venydo, y les consta, que algunos vezynos desta villa y sus yndios, por su mandado, quitan el agua que a esta villa byene, ansí por la parte que biene a Sant Francisco, como por la que viene a Nuestra Señora de la Merced, no mirando ny habiendo rrespeto al perjuyzyo que se sigue, ese puede seguir a esta dicha villa, y es convinyente y muy necesario que la dicha agua, ordinariamente, venga a esta dicha villa, para el noblecimiento de ella, e para las otras cosas de su servicio, y es justo que nadie tenga osadía de quitar la dicha agua. Por tanto, que mandavan y mandaron se apregone públicamente que: nynguna persona, vezyno ny abitante en esta villa, no sea osado, de aquí adelante, a quitar ni desviar la dicha agua, ni mandallo a sus criados ni yndios que lo quiten, por manera que venga libremente, hasta pasar de los solares de Nuestra Señora de la Merced, y ansi mysmo hagan a la otra agua, que viene al Monasterio de Señor San Francisco, hasta que entre en el dicho Monasterio, so pena a cada un español, de los que lo contrario hizieren, de treynta   —293→   pesos de oro; la tercia parte la cámara y fisco de Su Magestad, e la otra tercia parte para obras públicas desta villa, e la otra tercia parte, para el que lo denunciare, en la qual dicha pena, dixeron que davan e dieron por condenado a la persona o personas que lo contrario hicieren, por cada una vez y qualquyera yndio e yndios que estorbaren que dicha agua no venga libremente, como dicho es yncurra en pena de cortadas las narizes, porque no tengan osadía de quitar la dicha agua, como dicho es viene a esta villa».

Pero el Cabildo de Quito, no era sólo el núcleo alrededor del cual se fundaba una ciudad, era el centro del crecimiento de un nuevo Estado; así junto a disposiciones de carácter urbano, encontramos en las viejas actas capitulares, disposiciones de naturaleza nacional.

El 3 de enero de 1537 se dispuso: «que nynguna persona sea osado de cerrar ny hazer fosa en nynguno de los camynos rreales, ny guaridas desta villa». El 17 de julio del mismo año «se acordó que por que el camino real, desta villa hasta pasado el pueblo de Panzaleo, está derrumbado en algunas partes y en otras de cienega y deshecho en muchas partes, por manera que no se puede caminar por él libremente y conviene que se aderece, y atento que los yndios de Panzaleo, y el Pueblo del Monte y Chillo, y Pinta, están cercanos al dicho camino y solían tener cargo dél, y que lo pueden mejor que otros aderezar y por otras causas que en ello dyxeron que les movían que mandaban y mandaron; que los yndios de Panzaleo y del Pueblo de Ynyubichu (Uyumbicho) hagan y aderecen el camino rreal desde el dicho pueblo de Panzaleo, hasta pasado el pueblo de Panzaleo, hasta pasado el pueblo del Monte, viniendo para esta villa, hasta la subida de la cuesta questá pasado el dicho pueblo del Monte y que en los arroyos y partes donde fuere menester hagan puentes de madera, que sean turables, y los otros pasos y cienegas que tovieren nescesidad de   —294→   adobos, los aderecen muy bien, y que queden turables, por manera que libremente a pie y a caballo se ande por el dicho camino. Y desde la subida de la dicha questa, poco más acá del dicho pueblo del Monte, hasta la fortalezilla: do se recibió al Señor Capitán Sevastián de Benalcázar, questa frontero de la estancia de Diego de Torres Rregidor, hagan y adoben y aderecen el dicho camino los yndios de Pinta y Chillo, adobando los pasos y a los puentes y hagan los acequies, de la una parte del camino y de la otra, donde fuere menester, de manera que las lagunas no desaguen en el Camino Real». Esta misma resolución, se volvió a notificar a los encomenderos de dichos indios el primero de agosto.

El 7 de julio del año en referencia se «mandó pregonar... que todos los vezinos... que tobieren yndios en los caminos rreales, tengan poblados los tambos que les pertenescen y adobados todos los caminos que les pertenescen»; resolución que fue ratificada el 10 de noviembre, añadiéndose: «que todas las puentes, que cada vezino tuviere, cabe su pueblo e pertenencia, las adoben e fagan como pueden pasar cavallos».

Juego de azar era la Conquista, en la que se aventuraba paz, salud y vida, por un resultado incierto, y el conquistador que se jugaba el sol a media noche, cual aconteció en el Cuzco -con el aditamento de que el astro e rael áurea placa del Inti venerado en Caricancha- tenía invencible inclinación a desafiar la fortuna con los dados, como la desafiaba en los campos de batalla, con la espada.

En el Cabildo del miércoles 23 de enero de 1538, «Melchor de Valdéz, Alguacil Mayor, nombró e señaló por Alguazil Menor desta villa, a Myguel Rroca, al cual el dicho Cabildo lo mandó llamar a él, del qual tomaron e recibieron juramento, en forma debida de derecho, so cargo del quál prometió de usar bien e fielmente del dicho   —295→   oficio... e así mysmo en lo tocante a los juegos sy supiere que alguno juega lo venga a denunciar so cargo del dicho juramento, e para ello pueda tomar juramento a qualquier persona sobre el dicho juego, para que declaren lo que pierden, e sino quysieren jurar los lleve a la carcel».

Ya el Emperador Carlos V, por una cédula de 24 de agosto de 1529, había prohibido en las Indias el juego de dados, o el tenerlos, así como el jugar con naipes u otros juegos más de diez pesos de oro por cada veinticuatro horas.

El 20 de mayo de 1535, se apregonó, como medida de buen gobierno, «que nynguna persona salga fuera desta villa syn licencia e mandado del Señor Capitán, so pena de cincuenta pesos de oro para las obras públicas desta dicha villa». Era la época en que se preparaban las expediciones, que con Ampudia iría al Norte y la que bajo el mando de Benalcázar saldría al Sur, siendo preciso organizarlas, y, quizás, el impedir que ciertas noticias fueran hasta donde Pizarro.

Una disposición curiosa es la dictada el primero de enero de 1538 cuando los capitulares «mandaron que se apregone públicamente, que qualqyer persona, vezino de esta villa, las pascuas del año sean obrigados a residir en esta dicha villa, estando dentro del término della, sy no saliere con licencia del Tenyente desta dicha villa, so pena que, sy lo contrario hizieren, paguen de pena diez pesos de oro, aplicados el tercio para la cámara de su majestad, e el tercio para la obra de la Yglesia, e la tercia parte para obras públicas desta villa».

El benemérito descifrados del Libro primero de Cabildos de Quito, Dn. José Rumazo González, ha puesto aquí una nota atribuyendo la disposición a la «ausencia de algunos regidores en el nuevo Cabildo del año»; pero a ello se opone el que el 10 de enero no es pascua, y   —296→   que en el texto habla de éstas en plural, lo que así, como el destino del un tercio de la multa, está demostrando que el Ayuntamiento quiso, que los vecinos de la nueva ciudad reconfortasen su espíritu español y cristiano, participando en las ceremonias con que la Iglesia celebra las Pascuas, la de Navidad y la de Resurrección, y hasta quizás la de Pentecostés, y alejándose de los repartimientos, en que se indianizaban, en usos, costumbres y afectos.

Cuando con la vuelta de Benalcázar, andaban en Quito los ánimos revueltos, el Cabildo recordó la obligación de no salir a la calle después del toque de queda; así en el acta del 10 de agosto de 1537 se lee: «En este dicho día, y en este dicho Cabildo, acordaron el dicho señor Capitán e los dichos Justicia e Regidores, que se apregone: que ningún español, vezino, ny estante, ny abitante, en esta villa, no sea osado, ny sean osados, de andar por las calles desta villa, dentro de la cava, ny fuera della; después del toque de la campana de queda, so pena que fuere hallado con armas ofensivas e defensivas, las pierda y sean de la justicia que las tomare, o alguazil mayor o menor que lo hallare, y el que fuere tomado, sin las tales armas, que esté en el cepo de pies por tres días, por la primera vez, y por la segunda, pena doblada, e por la tercera sea desterrado desta villa, por tiempo de quatro meses; lo cual dijeron que proveyan por evitar hurtos y otros daños, que se podían seguir, como se ha visto por esperiencia».

El 20 de noviembre de 1536, en Valladolid, expidió Carlos V, una cédula, prohibiendo que ningún español, salvo el caso de requerirlo una notoria enfermedad, se haga llevar en andas o hamaca, por indios. Esta disposición de la Corona la hizo suya el Cabildo el 8 de marzo de 1538, pero reduciendo la pena, de cien a diez pesos.

Tal providencia es una de las muchas, real o ficticiamente inspiradas en el bien de los indios, dictadas por   —297→   la Corte, por esos tiempos; ecos de ellas a medidas impuestas por los abusos que los conquistadores cometían, encontramos en las actas capitulares de 1534 a 1538, las siguientes relativas al buen trato de los naturales.

En la del 9 de julio de 1537 se lee: «En este dicho día, y en este dicho Cabildo, el dicho Señor Theniente y los dichos Señores, acordaron y mandaron que por quanto algunas personas que van y vienen a esta villa, ansí para la gerra como para otras partes, los quales no temiendo sus conciencias, llevan muchos yndios de los naturales desta provincia, y los llevan en cadenas y cepos, donde por esos caminos, y fuera de sus naturalezas, se mueren, de que Dios Nuestro Señor es deservido, mandaron pregonar que: de aquí adelante, ninguna persona sea osado de llevar ningún yndio natural destas provincias, nimitimas, aún que sean sus anaconas, fuera desta villa, para sacallos fuera de su natural, sino fuere alguna pieza, al que diere licencia el dicho Señor Theniente e Justicia, so pena que al que se tomare que lleva piezas para sacar fuera desta villa, ni en cepos ni cadenas; so pena de por cada pieza yncurra en pena de diez pesos de oro, aplicados la meytad para obras públicas, e la meytad para Juez que lo sentenciare e para el acuzador, y si fuera persona que no tuviere de que pagar, e de menos calidad, que le sean dados cient azotes».

Cabe sospechar que esta resolución, que no es más que un eco de repetidos mandatos de la Corona, se haya dictado en son de censura, a la actitud de Puelles, cuando organizó la fundación de Pasto, o a la de Benalcázar en su primer viaje al Cauca, o a los preparativos de éste para su vuelta al Norte. Esta última es seguramente la explicación de la dictada el 8 de marzo de 1538.

«Que nynguna persona tenga cepos en sus casas, ny anden con ellos por esta villa, ny por los pueblos della, so pena de diez pesos de oro, la tercia parte para la cámara   —298→   de su Magestad, e la otra tercia para obras públicas, e la otra tercia parte para el que denunciare.

»Así mysmo, que ningún carpintero que esté en esta villa, ny en los términos della, no haga nyngún cepo en nynguna manera, so pena de diez pesos de oro... por quanto reciben los naturales mucho perjuicio.

»Así mysmo, que nynguna persona que vaya por los camynos desta villa, no sea osado de atar yndio ny yndia, nynguno libre, ny persona que esté en esta villa, so pena que la persona que fuere de calidad, e cometyere lo susodicho, caya e incurra en pena de cient pesos de oro...; e el que no fuere persona de calidad, caya e yncurra en pena de cien azotes, que le sean executados en su persona».



Cuál era el trato que recibían, por aquel entonces, los aborígenes, no obstante éstas -al parecer- humanitarias disposiciones, nos lo dicen, con elocuencia sangrante, los dos textos que vamos a transcribir.

«Alonso Fernández, Regidor, que por sy y en boz y en nombre de todos los vezinos y moradores desta villa de San Francisco, que al presente en ella rresyden, e la ayudan a sustentar, dijo e rrazonó por palabra...»: que «se prendieron los prencipales señores destas provincias, que se presumya por cierto que sabyan del oro, plata que se desya en ellas abya, que son Oromynaby, e Zoeocopagua e Quingalumba, e Rasorraso, e Syna, e otros sus alyados y amygos, con los quales se hizyeron todas las diligencyas posybles, e se travajó mucho con ellos en los velar e guardar, como en yr con ellos a muchas partes, quellos desyan, no enbargante lo qual, no quisyeron ellos, ny alguno dellos, dezyr cosa alguna, por rrazón de lo qual, e de los delytos que cometieron, se a fecho justicia dellos».

«Y agora sintiendo los naturales destas provincias, que el dicho Capitán Pedro de Puelles es ido fuera dellas   —299→   y ansi mismo el dicho Capitán Sevastián Sevastián de Benalcázar anda de camino, para hacer lo mismo, y viendo las novedades y poco asiento de los españoles y los malos tratamientos que reciben, en sacallos fuera de la tierra, y desnaturallos, de cada día matan los españoles por los caminos, y los negros y criadas de los españoles, y se dice que rrecojen comida».

Por el delito de defender su libertad, por el crimen o de no tener o no entregar supuestos tesoros, fueron ajusticiados los Jefes indios; los que como la masa anónima, que sucumbió en holocausto al predominio del blanco, arrastrando golleras y caderas por las cuestas del Ande, para llevar vituallas con que hacer factible la esclavitud de sus hermanos, son el elemento negativo de la conquista. Los hombres que perecen para con su sangre fecundar el seno del conjunto humano, en que ha de engendrarse un nuevo ser social, una nueva cultura, un flamante Estado.

Mientras estas lastimeras víctimas cumplen con su fatal destino, la nueva sociedad se forma.

La población aborigen adquiere medios de vida y elementos de cultura, antes no conocidos; pero sobre todo por obra del misionero, recibe un concepto de la vida, que elevándole inmensamente sobre su nivel nativo, le hace participante de la moral cristiana, libertándole del atroz salvajismo de los sacrificios humanos y otras mil mostruosidades paganas.

Pero al mismo tiempo, el castellano se indianiza, ya son los manjares que se sirven en su mesa fruto de la agricultura y cocina americana, ya es la casa que construye en la encomienda una adaptación del plano de los templos y palacios incaicos, ya las telas de que viste las que dan testimonio de su adaptación al medio, cuando no el color de la piel de sus hijos, que de la madre india han heredado la sangre americana.

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Antes de terminar esta reseña del nacimiento del Estado indo-hispano del Quito, debemos recordar como alrededor de la villa de San Francisco fueron naciendo otras, con las que se completaba la ocupación del territorio.

Ya en páginas anteriores hemos hablado de las fundaciones de Portoviejo y Guayaquil, de la conquista del Cauca y el establecimiento de las ciudades de Popayán y Cali, de la de Villa Viciosa de la Concepción de Pasto, obra de Pedro de Puelles realizada por mayo o junio de 1537, ahora queremos mencionar otras expediciones, menos conocidas e importantes.

El 25 de junio de 1535 Alonso Fernández afirmaba «quel dicho Señor Capitán» Diego de Tapia, «bien sabe como... muchos españoles... al presente son ydos a la conquista e población de Quyllacinga e otros an ydo a la población de Tunybamba».

El 22 de diciembre de 1536, Rodrigo Núñez de Bonilla que era ese año Alcalde, estaba «de partida para yr por mandado del Señor Capitán Pedro de Puelles a la provincia de Tomebamba» a donde había ido ya para el primero de enero «por cabdillo de ciertos españoles».

Como veremos en su lugar, cuando tratemos del viaje a Popayán de Lorenzo de Aldana, Tomebamba estaba poblado por castellanos, mucho antes que Gil Ramírez Dávila fundase la ciudad de Cuenca.

Por enero de 1537 se hizo también una entrada a los Yumbos, o sea a las selvas de las faldas occidentales de la Cordillera, en la que tomó parte Sancho de la Carrera.

La sublevación de Manco II, el cerco del Cuzco y Lima ocurrieron durante la Tenencia en Quito de Pedro de Puelles.

Con motivo de estos trastornos el Cabildo el 9 de octubre de 1536 dio poder cumplido al Veedor Alonso Hernández   —301→   y a Melchor Valdés, Alguacil Mayor, los dos vecinos y regidores de la Villa de San Francisco del Quito «ambos a dos juntamente, e cada uno, e cualquier de ellos por si, ynsolydun» para que en nombre del Cabildo y «de los demás vecinos e moradores» de la Villa comparezcan «antel Ylustre e Muy Magnífico señor Adelantado Don Francisco Pizarro, Gobernador, en esta dicha villa e Rreynos de la Nueva Castilla, por su Magestad; e después de bezar las magníficas manos de Su Señoría, ynformarle e hazerle cierta y verdadera rrelación del estado al presente desta villa e provincias, e le pedir e suplicar nos haga merced de enviar a esta villa, o dar orden como se puedan traer a ella, con brevedad, cincuenta españoles, treynta da caballo e los veynte peones; por que creemos que Su Señoría, estará en necesidad de españoles e caballos, a causa del desmán e alçamynto del Cuzco, nos conceda licencia, para poder enviar por los dichos españoles y caballos y traellos a esta villa, e ansy mesmo armas y bastimentos, y que mande a los Thenientes, que por Su Señoría rresiden en los pueblos desta costa, que no lo ynpidan, antes nos den fabor e ayuda, pues ynporta y conviene... al buen recaudo de sostynymyento desta dicha villa».

«Otro sy, para que Su Señoría nos haga merced, so graves penas, que nynguno, ny alguno de los españoles que al presente en estas provincias rresiden, no salgan dellas sin su licencia del Capitán Pedro de Puelles... ny menos saquel caballos».

«Otro sy, que porque los españoles vasallos, de su magestad, vezinos e abitantes en esta villa estan muy probes, e adudados y por que los caciques e yndios que en estas provincias han dado la obediencia a Su Magestad, mejor permanezcan en ella y tengan themor de se rebelar, que Su Señoría, nos haga merced de embiar el hierro que su magestad para herrar esclavos tiene, y   —302→   juntamente la horden que se a de tener en el herrar los tales esclabos».

«Otro sy, entregar a Su Señoría la ynformación y respuesta que llevays, tocante al cumplymyento del mandamyento que su Señoría mandó dar a Diego de Sandoval, para sacar yndios destas provincias, e ynformarles del mucho daño e descinciones que por ello se podrían recrecer en esta villa e provincias...».

«Otro sy, ynformarys a Su Señoría quan buen fruto se ha seguydo a esta dicha villa de la benyda del Capitán Pedro de Puelles, su Thenyente, por que con su venyda se rreformó esta dicha villa trayendo a ella españoles y volviendo otros que se iban a la Culata (Guayaquil), y como por aber fecho justicia a los naturales manparándolos, que no los decipasen los españoles ny anaconas, como asta entonces avian fecho, haciendo justicia en los Yngas hizo hazer, los naturales destas probyncyas temen y tienen en mucho al dicho Thenyente».

Si la rebelión de Manco II pasó casi inadvertida en el Ecuador, fue, según cuenta González Suárez, por que Dña. Isabel Yaruc-palla, viuda de Atahualpa y manceba de Diego Lobato, supo que los indios se preparaban para ponerse en armas contra los castellanos, de lo que dio aviso, a Puelles, quien entonces «invadió de sorpresa la casa del curaca de Otavalo, donde estaban reunidos todos los Jefes indios, tratando de la manera de poner por obra su propósito; y, reduciéndolos a prisión a todos ellos logró desbaratar, a tiempo, el plan de la intentada conjuración».

No sólo presos fueron los incas culpables del proyectado alzamiento, sino que Puelles hizo matanza de ellos y justicia, seguramente dura e implacable, de los caciques sospechosos.

Cuando el levantamiento de Manco, estando Almagro ausente del Perú, puso en duro aprieto a Pizarro, éste se   —303→   dirigió a todos sus tenientes, ordenándoles acudiesen en su defensa, y como se recordará aún, escribió a lugares distantes, como lo hizo con Dn. Pedro de Alvarado, en demanda de socorro.

Benalcázar no respondió a este llamamiento, pues se encontraba en el Cauca; Puelles, al decir de González Suárez, quien se equivoca al afirmar que ejercía la tenencia por voluntad de don Sebastián, se negó a acudir en ayuda de su jefe, lo que tampoco es exacto.

Consta que «el Capitán Pedro de Puelles, Teniente de Gobernador» en Quito «envió a la cibdad de los Reyes» al Capitán Diego de Sandoval «a estar en ella con Dn. Francisco Pizarro, que estaba cercada de naturales della, por estar rebelados contra los españoles; con mucho peligro» entró Sandoval; «y estando con el dicho Dn. Francisco Pizarro, viendo la fuerza de los indios que sobre la dicha cibdad estaban», le «mandó» fuese «a ver la fuerza y peñol que los dichos indios tenían hecha en un cerro que cae sobre la dicha cibdad», y contra la voluntad de los enemigos subió «hasta mas de la mitad del dicho peñol, de donde» se retiró solo, y le «hirieron el caballo; después de haber reconoscido la fuerza de los enemigos y dado cuenta al dicho Gobernador, capitanes y gente que con él estaba» atacó el peñol al cual subió «y siendo sentido por los enemigos se huyeron». Ocho días permaneció Sandoval en ese fuerte «después de lo cual, teniendo el dicho Marqués, noticia de como toda la tierra estaba alzada, y entendiendo el gran riesgo que esperaba... mandó» al dicho Sandoval «que con toda diligencia» fuese «a las provincias del Quito... a recoger todos los indios amigos» que pudiese «porque de españoles había ya muy pocos; y con gran riesgo y aventura de su persona» llegó «a la dicha cibdad».

Es entonces cuando se hizo «la ynformación y respuesta» de que habla el poder dado por el Cabildo de Quito   —304→   a sus procuradores ante Pizarro, y que Puelles se negó a permitir se sacasen del Quito auxiliares indios, no a enviar «la mas gente de tropa que pudiera» como afirma González Suárez; y que despechado Sandoval de la negativa del Teniente «se partió a la provincia del Azuay» y recogiendo de su repartimiento «hasta quinientos indios» fue con ellos «allanando y pacificando mucha parte de los naturales, y recogiendo a otros hasta» Lima «y entendiendo por los dichos naturales el dicho socorro, se vinieron muchos dellos de paz, alzando el dicho cerco, y quedando la dicha ciudad libre y poblada, de donde por orden del dicho marqués» fue «con los dichos quinientos indios cañares... al hacer guerra y traer de paz los indios de Mala y Canta, y los» conquistó y trajo de paz.