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ArribaAbajoII. Recepción de la narrativa hispanoamericana en Italia

Giuseppe Bellini



Universidad de Milán


El pasado americanista

Hace unos cincuenta años la literatura hispanoamericana era casi del todo desconocida en Italia. La atención con la que nuestra cultura había seguido el Descubrimiento, el éxito traductorio casi inmediato de las primeras crónicas de Indias, a partir de las Cartas de Cortés, sobre todo a través de la editoría veneciana8 y la imponente obra de Ramusio, Navigazioni et Viaggi, la actividad de los jesuitas, expulsados de América en 1767 por efecto del decreto de Carlos III y establecidos en las tierras de Romaña, que había dado obras como la Rusticatio Mexicana del padre Rafael Landívar y la Storia antica del Messico de Xavier Clavijero9, el interés en el siglo XIX por las crónicas americanas de denuncia, en función antiaustríaca durante nuestras guerras de independencia, difundidas en traducción italiana, como la Relazione del conquisto del Perù e della Provicia del Cuzco, de Francisco de Xeres, se había del todo agotado, y eso a pesar de la atención hacia América de Leopardi y la presencia de autores nuestros en todo el mundo hispanoamericano, de la Argentina a México10.

En la primera mitad del siglo XX lo que más se sabía de la creación literaria americana era la existencia de un poema gauchesco, el Martín Fierro, que un italiano, Folco Testena, había traducido. Tampoco extraordinario era, por otra parte, el conocimiento de la literatura española, si excluimos a Cervantes, los grandes dramaturgos del Siglo de Oro, come Lope, Tirso y Calderón, pensadores como Unamuno y Ortega, novelistas cuales Pérez Galdós, Palacio Valdés, Pereda, Baroja, y sobre todo Blasco Ibáñez, completamente traducido.

La segunda posguerra, además, con la caída del fascismo, debía de cerrar casi del todo las fronteras culturales con el mundo hispánico, y solamente gozó de una fama, hoy todavía inagotada, la poesía de García Lorca, poeta símbolo, pues en él se veía al mártir del franquismo11. A su nombre se fueron añadieron poco a poco los de otros líricos prestigiosos, como Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado, Pedro Salinas, Jorge Guillén, Aleixandre, Cernuda, etc.




La época moderna

El comienzo de un estudio sistemático de la literatura hispanoamericana en Italia y de su difusión se debe situar hacia el final de los años cincuenta: es en 1959, en efecto, cuando se inaugura, en la Facultad de Lenguas y Literaturas Extranjeras de la Universidad Bocconi, de Milán, la primera enseñanza universitaria de Literatura Hispanoamericana12. Fuera del ámbito académico era más o menos el desierto.

Si consideramos lo que se edita hoy en Italia y a qué altura y prestigio ha llegado el hispanismo italiano, resulta aún más impresionante el vacío que caracteriza, por lo que se refiere a Hispanoamérica, la primera mitad del siglo XX. En los años que anteceden al segundo conflicto mundial es casi total el desconocimiento de la narrativa, por no hablar de la poesía, con la excepción del mencionado poema de Hernández, que por otra parte pocos debieron de conocer, porque Folco Testena publicó su traducción en Buenos Aires, en 191913, y la obra debió de circular sólo entre los inmigrados italianos cultos, que no debían de ser muchos.

Noticias fragmentarias llegaban acerca de la narrativa rioplatense, debido a que hacia esa nación se dirigía preferentemente nuestra migración y por ende funcionarios consulares y culturales que a veces prestaban atención a la literatura de los países en los que ejercían su función diplomática, favoreciendo algún conocimiento de ella en Italia. Los traductores son, generalmente, italianos que vivieron en la Argentina o el Uruguay, como Ugo E. Imperatori, quien traduce en 1933 Miércoles Santo, de Manuel Gálvez14. Pero hay también italianos peninsulares, como Carlo Bo, el cual en 1940 traduce Don Segundo Sombra, de Güiraldes15, mientras pocos años después, en 1944, Attilio Dabini, edita la versión italiana de Anaconda, de Horacio Quiroga16, y al año siguiente la de La carreta, de Enrique Amorim17.

A los títulos mencionados debían añadirse otros más terminada la segunda guerra mundial. En 1946 aparece la traducción de Doña Bárbara, de Rómulo Gallegos18, realizada por Carlo Bo, miembro del grupo florentino de La Voce, italianista, francesista, hispanista y pionero en el ámbito del hispanoamericanismo que espacia en la narrativa de varios países americanos: en 1949 traduce la novela Cholos, del ecuatoriano Jorge Icaza19. En 1948 Enzo Giachino había publicado la traducción de El luto humano, del mexicano José Revueltas20, y en el mismo año Ettore De Zuani la traducción de El resplandor, del igualmente mexicano Mauricio Magdaleno21.

La difusión de estos autores en Italia representaba, sustancialmente, los gustos del momento y de sus traductores. Respondía, sin duda, más a una curiosidad hacia argumentos inéditos para la cultura italiana, dentro de los cuales la novela de protesta social tenía parte importante. Yo mismo, joven hispanista en la época, fui el traductor, en 1961, de Huasipungo, del ecuatoriano Jorge Icaza22, y en 1962 de Los perros hambrientos, del peruano Ciro Alegría23. Lo que respondía a un curso universitario mío dedicado a la protesta en la novela hispanoamericana del siglo XX, para el cual existían ya una serie de novelas traducidas, que podían servir como lectura directa a mis estudiantes. Además de los títulos mencionados, era posible encontrar: de Ciro Alegría la traducción de El mundo es ancho y ajeno (1962), presentada, hay que decirlo, con un título absurdo de I peruviani24; de Mariano Azuela la versión de Los de abajo, que remontaba a 194525; de Rómulo Gallegos, además de la traducción de Doña Bárbara, la de Canaima, realizada en 196026. ¿Cuántos leerían estas novelas? Muy pocos por cierto, si buena copia de ellas era posible encontrarla, a poca distancia de tiempo, en tenderetes de libros de segunda mano. No mejor suerte le debía tocar a un escritor como Alejo Carpentier, cuyas novelas fueron traducidas con grandes intervalos de tiempo: Los pasos perdidos en 195327, El reino de este mundo en 195928, El acoso, Guerra del tiempo, El camino de Santiago, Viaje a la semilla, Semejante a la noche, reunidos en un único tomo, en 196229. y, en el mismo año, El siglo de las luces30. Sólo el éxito improviso de la novela hispanoamericana entre los años 60-70 llamó de nuevo la atención editorial sobre la narrativa del gran escritor cubano, del que se volvieron a editar las obras anteriormente citadas, a las que en 1976 se añadió la traducción de El recurso del método31. Tampoco en esta ocasión se verificó un éxito extraordinario; sin embargo, en años sucesivos vieron la luz traducciones de otras obras de Carpentier: El arpa y la sombra en 198132 y Concierto barroco en 198533.




Fortuna italiana de Borges y Bioy Casares

Un autor que gozó siempre de gran renombre en Italia fue Jorge Luis Borges. Su obra no ha dejado todavía de entusiasmar a lectores de opuestas tendencias ideológicas, llegando a ser objeto de culto hasta para la intelectualidad más de izquierda, a pesar de las provocatorias declaraciones del escritor en favor de la Junta militar argentina y de Pinochet.

La difusión de la obra borgesiana empieza con la traducción en 1955 de Ficciones, continúa con la de algunos cuentos incluidos en antologías de narrativa y, en 1959, con la traducción de El Aleph; en 1961 aparece la traducción de Historia universal de la infamia, seguida en 1962 por Historia de la eternidad y en 1963 por Otras inquisiciones y El Hacedor; en 1965 aparece la Antología personal, nuevamente traducida en 1967, en 1970 Evaristo Carriego y un año después Elogio de la sombra, tomo que incluye también un intento de autobiografía del escritor, realizada por N. Th. De Giovanni; en el mismo año 1971 se traduce El informe de Brodie, en 1973 Discusión y en 1974 El oro de los tigres, una Nueva Antología personal en 1976, El libro de arena en 197734, y luego los libros en colaboración con Bioy Casares, Margarita Guerrero35 y María Esther Vázquez36.

En la huella de su amigo Borges se ha impuesto en una época el nombre de Adolfo Bioy Casares, de quien se han traducido La invención de Morel en 1966, El sueño de los héroes en 1968, Diario de la guerra del cerdo en 1971; Plan de evasión en 1974, Dormir al sol en 197937, y las obras realizadas con el mismo Borges: Seis problemas para don Isidro Parodi, en 1971, el Libro del cielo y del infierno y Un modelo para la muerte, en 1972, las Crónicas de Bustos Domecq, en 1975, además de varios cuentos38.

Lo que más interesaba al lector en la obra de Bioy Casares era la atmósfera de misterio, la casualidad, el desarrollo dramático. De Borges lo conquistaba el mensaje filosófico profundo, la meditación acerca del azar de vivir, la fatalidad, la muerte, el recuerdo póstumo, la irrealidad del mundo, la teoría del eterno retorno.




Los años 60-70

Podemos afirmar que entre los años 60 y 70 el interés italiano por la narrativa hispanoamericana fue cambiando radicalmente: de secundario llegó a ser primario. En 1968 Enrico Cicogna había traducido para la editorial Feltrinelli Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, y fue un éxito rotundo, tras el cual vino todo lo demás.

Cicogna fue un inteligente consejero de la editorial mencionada y a él se debe gran parte de la fortuna de la narrativa hispanoamericana en mi país; fue el difusor, además de la obra de García Márquez, de la de los más importantes escritores del famoso boom. Ya en 1967 había publicado la traducción de La ciudad y los perros, de Mario Vargas Llosa, en 1970 publicaba la de La casa verde y en 1971 de Conversación en la Catedral39. A estas novelas seguirían, por obra de otro traductor, estudioso y difusor de la literatura hispanoamericana, Angelo Morino, en 1975 Pantaleón y las visitadoras, en 1978 Los cachorros y Los jefes y en 1979 La tía Julia y el escribidor40.

A Cicogna se deben muchas cosas más: la traducción en 1973 de Los relámpagos de agosto, de Jorge Ibargüengoitia (cuya sucesiva novela Las muertas, traduciría en 1979 Morino); la difusión de la obra de Juan Carlos Onetti, cuya novela Juntacadáveres tradujo en 1969, seguida en 1971 por La vida breve, en 1972 por El Astillero, en 1974 por Para esta noche41; títulos a los que en 1979 se añadió la novela Los adioses, traducida por Dario Puccini.

Morino es el traductor de las demás novelas de Vargas Llosa, así como lo ha sido de las de Manuel Puig y de Gabriel García Márquez, después de que Cicogna diera a luz sus traducciones de El coronel no tiene quien le escriba, en 1969, La mala hora en 1970, La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada en 1973, El otoño del Patriarca en 197542.

Como puede verse, ya no eran los tiempos de la primera posguerra, cuando el cambio político todavía reciente hacía apreciar, descontados sus méritos artísticos, la denuncia que de la dictadura hacía Miguel Ángel Asturias en El Señor Presidente, novela que en Italia se tradujo, en 1958, con el título de L'uomo della Provvidenza, alusión clara a Mussolini, que durante tanto tiempo la Iglesia así había calificado, en cuanto había solucionado la «Cuestión romana»43, con la firma de los Pactos Lateranenses.

El éxito de las obras de Asturias en Italia fue ciertamente bastante notable; su presencia en el país durante el exilio difundió su fama, así como sus cursillos, realizados en varias universidades italianas, dieron a conocer la obra de varios narradores americanos que el gran personaje generosamente difundía.

Varias fueron las novelas de Asturias traducidas al italiano, aunque tuvieron que pasar varios años desde la aparición de L'uomo della Provvidenza: sólo en 1964 se publicó la versión italiana de Week-end en Guatemala, seguida en 1965 por la de Viento fuerte y en 1966 por la de El Alhajadito44. Premio Nobel en 1967, fue en este año para los editores una competición la edición de las demás novelas: en el mismo año 1967 apareció la traducción de Mulata de tal45 y al año siguiente las de Los ojos de los enterrados, Hombres de maíz46 y, en 1969, Maladrón47.

Desde entonces, sin embargo, la narrativa del gran escritor guatemalteco quedó como sepultada, igual que su poesía. Ninguna de sus novelas sucesivas encontró editores. Habían cambiado los gustos: dominaba la narrativa de García Márquez y de los demás escritores del boom, con los cuales Asturias tenía poco que ver. Ni siquiera con la ocasión de su muerte se volvieron a editar en Italia sus libros. La fama y la permanencia del gran escritor guatemalteco fueron cultivadas por quien escribe, en el ámbito universitario, e internacionalmente por Amos Segala desde la presidencia de la Asociación Archivos.

Hay que tener en cuenta, por otra parte, que no todas las creaciones artísticas tienen el mismo éxito en los distintos países. Un caso revelador es el de Neruda: cuando en Italia ya habíamos editado, con gran éxito, casi toda su obra, en un país como Francia, que tanta parte tenía en la formación del chileno, en su poesía y en su frecuentación, sólo se habían editado tres o cuatro títulos.




García Márquez y los escritores del boom

Con la aparición de García Márquez cambiaba toda una época para los lectores italianos. Hay que considerar también que en el transcurso de los años varios acontecimientos políticos se habían ido verificando en América, llamando con insistencia la atención del público sobre varios de sus países: después de la guerra civil en Guatemala, que termina con la caída de Árbenz en 1954; la caída del dictador Pérez Jiménez en Venezuela y el triunfo de Fidel Castro en Cuba, en 1959; la caída de Perón en la Argentina y el advenimiento de la dictadura militar en 1966; los golpes militares en Perú, en 1968 y en 1975; el asesinato del Che en Bolivia, en 1967; la toma del poder en Argentina por una Junta militar, en 1976; entre 1968 y 1972 la guerrilla de los Tupamaros en Uruguay; la dictadura militar en Brasil en 1968, etc.

No es el caso de ir repasando toda la dramática e inquietante historia de Hispanoamérica; sólo hay que subrayar que todos estos acontecimientos despertaron poderosamente el interés italiano hacia el continente americano, en particular debido a las fechorías de las largas dictaduras militares en la Argentina, Uruguay y Chile, lo que contribuyó a que en Italia, cuya juventud había pasado por la experiencia del 68, se acentuara el interés no solamente hacia una literatura de carácter político, sino hacia la narrativa y la poesía de los países mencionados. También en la poesía, el auge de Neruda en Italia, y en medida menor de Vallejo, Cardenal, Pablo Antonio Cuadra, se debe en buena parte a ello, como se le debe, en medida mayor, el incremento en la difusión de la narrativa hispanoamericana.

Remotísimas ya, y en general ignoradas, quedaban las dificultades de los primeros tiempos, cuando un entonces oscuro editor modenés, pronto parmense, Ugo Guanda -a quien se debe el conocimiento de la poesía internacional a través de su colección La Fenice, donde aparecieron, a partir de García Lorca, tantos poetas españoles e hispanoamericanos, de Neruda a Nicolás Guillén-, inventaba un concurso para conquistar lectores para sus ediciones de narrativa, en las que empezaba a ocupar espacio la americana. A raíz de publicar una novela de Mar Mell, Barbara Naderer, y otra de Güiraldes, Don Segundo Sombra, proponía dos premios de mil liras, que se asignarían entre el 30 de junio y el 31 de octubre de 1940 a quienes expresaran los mejores juicios acerca de dichos textos, y dos de doscientas liras para los dos libreros que hubieran vendido los libros a los que hubiesen ganado el concurso.




Se amplían los conocimientos

La situación, al final de los años 70 había cambiado radicalmente, en los años 80 teníamos ya en traducción italiana todas las obras más importantes de la narrativa hispanoamericana contemporánea. En mi Bibliografia dell'ispanoamericanismo italiano se encontraban ya todos los grandes nombres de la novela: de Aguilera Malta a Arlt y Arreola, de Asturias a Azuela, de Barrios a Borges, de Bryce Echenique a Carpentier, a Donoso, Fuentes, Galeano, de Monterroso a Ocampo y Onetti, de Puig a Quiroga y Revueltas, de Ribeyro a Roa Bastos, Rojas y Rulfo, de Sábato a Scorza, de Skármeta a Uslar Pietri, a Vargas Llosa. Y acerca de todos estos autores existía una serie consistente de ensayos, que fue enriqueciéndose de manera constante, mientras en el ámbito universitario aumentaban las cátedras de literatura hispanoamericana.

Curiosamente la única narradora presente en nuestra editoría de los años citados fue Silvina Ocampo, introducida en Italia por R. J. Wilcock, y en la poesía sólo Gabriela Mistral, ya cónsul honorario en mi país. Había que esperar a los años 90 para que empezara la difusión de las grandes novelistas de España y de Hispanoamérica48. Primero fueron las españolas Rosa Montero, Carmen Martín Gaite, Esther Tusquets, Mercé Rodoreda, más tarde Almudena Grandes, y poco a poco las hispanoamericanas: después de Silvina Ocampo, Cristina Peri Rossi, pero sobre todo Isabel Allende, la cual con su apellido, que evocaba al protagonista del trágico desarrollo de la experiencia socialista en Chile, fue la que poderosamente, con su éxito, favoreció la difusión también de otras narradoras.

Todos los libros de Isabel Allende fueron traducidos al italiano y hasta se verificó, en una época, un extraordinario entusiasmo feminista por la escritora, que en parte todavía dura. Gran interés despertó La casa de los espíritus, en la que se detectaban ecos del mundo fantástico de García Márquez; pero todas las sucesivas novelas de la escritora chilena tuvieron éxito extraordinario, especialmente El plan infinito, Paula, Hijos de la fortuna, y hasta los textos «potterianos» sucesivos49.

El momento fue propicio para que más tarde se conocieran también otras escritoras chilenas, en especial Marcela Serrano, narradoras del caribe, como Mayra Montero, Rosario Ferré, Zoé Valdés, y caribeño-norteamericanas, como Cristina García y Esmeralda Santiago, centroamericanas como Gioconda Belli, difundidísima en mi país, o mexicanas, entre las cuales sobre todo Ángeles Mastretta, Rosario Castellanos, Elena Poniatowska y Laura Esquivel.

Una presencia consistente de la narrativa hispanoamericana en Italia, a la que ha ido dando válido empuje desde hace tiempo también el novelista chileno Luis Sepúlveda desde la editorial Guanda, con sus novelas y dentro de una colección ya prestigiosa que comprende varios narradores, en particular chilenos y argentinos. A los nombres de Alone, Coloane, Skármeta, Rivera Letelier se suman los de Cortázar, Giardinelli, Díaz Martínez, los de Taibo I y II, Padura Fuentes, recuperaciones mexicanas como Gamboa, etc. Hoy es difícil no encontrar traducido al italiano un narrador hispanoamericano importante y numerosos son los escritores jóvenes que van apareciendo, entre ellos uno de los más relevantes el guatemalteco Dante Liano.

Importantes para la afirmación de la narrativa hispanoamericana en Italia han sido también algunos premios literarios, especialmente el Grinzane-Cavour, que ha distinguido, dentro de su sección internacional, a escritores como Carlos Fuentes y Mario Vargas Llosa, pero no ha dejado de seguir señalando y premiando entre los finalistas a otros narradores americanos numerosos. Últimamente han sido creados también dos premios promocionales para jóvenes escritores: el Grinzane-Cuba y el Grinzane-Montevideo para el cono sur del continente.




Una presencia definitiva

¿Qué decir como conclusión de esta rápida exposición? La que he ido presentando es una trayectoria que de lo desordenado y confuso ha llegado a una consistente y ordenada presencia de la narrativa hispanoamericana en Italia. Naturalmente habría que destacar los méritos de una serie de oscuros propositores y consejeros. Los editores, sobre todo en los primeros decenios, poquísimo o nada conocían de literatura iberoamericana. En Italia la atención estaba constantemente dirigida hacia la editoría parisiense, pero escasamente al sector mencionado, así que todo lo que se hizo en Italia se debió a sugerencias de entusiastas aislados, como el mencionado Cicogna entre otros. Editar a un autor hispanoamericano fue por mucho tiempo considerado un riesgo, en un medio lector que prefería apellidos ingleses, norteamericanos, franceses o alemanes. En el curso de las últimas décadas todo ha cambiado radicalmente y el fruto ha sido extraordinario para el enriquecimiento de nuestra cultura.