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Carta del emperador Trajano a su maestro Plutarcho, en la cual se toca que al hombre bueno puédenle desterrar, mas no deshonrar. Intérprete, don Antonio de Guevara


Coceyo Trajano, emperador romano, a ti, el filósofo Plutarcho, maestro que fuiste mío: salud y consolación en los dioses consoladores. Aquí, en Agripina, me dieron una letra tuya, la cual venía tan castigada en las palabras y tan sólida en las sentencias, que, en abriéndola, conoscí ser escripta de tu mano y notada de tu prudencia. Miréla y tornéla a mirar, leíla y tornéla a leer, porque me parescía en el estilo que traía y en las cosas que decía que te veía escrebir y te veía hablar. Fué para mí tan grata tu letra, que a la hora la hice leer a mi mesa y la mandé fixar a la cabecera de mi cama, para que viesen todos cuánto tú me quieres y cuánto yo te debo. El cónsul Rutilo vino acá, y después que me saludó de parte del Senado, luego de tu parte me dió el parabién del imperio, y tengo por tan buen agüero el darme tú el parabién del imperio, que pienso por tus méritos ser buen emperador.

Dícesme en tu carta que no puedes creer haber yo procurado ni menos comprado el imperio, a lo cual yo te respondo y juro que es verdad que como hombre algunas veces le deseé, mas ni por eso jamás le procuré, porque nunca vi en Roma a nadie procurar mucho la honra que de aquella honra no se le siguiese después alguna notable infamia. El buen viejo de Menánder, amigo mío y vecino tuyo que fué, tú y yo lo sabemos bien, que de haber con tanta ansia y solicitud procurado el consulado, vino a ser desterrado y a morir desesperado. El gran Cayo César, y Thiberio, y Calígula, y Claudio, y Nero, y Galba, y Octo, y Vitello, y Domiciano, porque los unos dellos tiranizaron el imperio, otros le compraron y otros le procuraron, permitieron en ellos los justos dioses, que no sólo perdiesen la vida y la honra, y la hacienda, mas aun que ninguno dellos muriese en la cama.

Oyendo tu doctrina y leyendo tú en tu academia, te oí decir muchas veces que la honra hemos de trabajar de merescerla, mas no ser osados de procurarla, y a la verdad tú decías muy gran verdad, porque si el alcançarla es honra, el procurarla tengo yo por infamia. Lo que siento en este caso es que no tengo por lícito lo que se alcançó con medios ilícitos. El que está desacreditado, ha de procurar crédito, y el que está deshonrado, ha de procurar honra; el hombre de honesta vida jamás caresce de nobleça, ni nadie le puede quitar la honra.

Bien sabes tú, Plutarcho, que este año pasado hicieron cónsul a Torcato y eligieron en dictador a Fabricio, los cuales fueron tan virtuosos y tan poco ambiciosos que, no sólo no lo aceptaron, mas aun por no lo ser se absentaron, de lo cual se les siguió que si con los oficios fueran en Roma tenidos, agora sin ellos son tenidos y amados y honrados. A Quinto Cincinato y a Scipión Africano, y al buen Marco Porcio, más envidia les tengo del menosprescio que hicieron de los oficios, que a las victorias que hubieron de sus enemigos, porque el vencer consiste en fortuna, mas el menospresciar la honra, no sino en cordura. Bien sabes tú que cuando mi tío Nerva estaba desterrado en Capua, muy más visitado y servido era que cuando estaba en Roma; de lo cual podemos colligir que a un hombre virtuoso puédenle desterrar, mas no deshonrar.

El emperador Domiciano hartos partidos te hizo a ti y hartas promesas me hizo a mí: a ti, para tenerte en su casa, y a mí, para enviarme a Germania; mas ni tú lo amaste oír, ni yo consentir, porque tuvimos por más honra ser con Nerva desterrados que con Domiciano privados. A los immortales dioses juro que cuando el buen viejo de Nerva me envió la insignia del imperio, yo estaba dél bien descuidado, y aun desconfiado, porque tenía aviso del senado que Fulvio lo solicitaba y Pánfilo lo compraba, y también sabía que el cónsul Dolobela se quería alçar con él y con la república. Pues los dioses lo quisieron, Nerva mi tío lo manda, el Senado lo aprueba y la república lo quiere, a todos place y tú me lo aconsejas que sea yo emperador, y gobierne el imperio, tengo muy grande esperança que serán los dioses conmigo y la fortuna no contra mí.

A lo que dices que tomaste inmenso placer por haberme criado y por verme agora en el imperio, créeme tú, maestro, que el mismo placer yo tengo en haber sido tu discípulo y en acordarme que soy de tus manos doctrinado, que pues tú no quieres ya llamarme sino señor, nunca yo te llamaré sino padre. Después que vine a la cumbre del imperio, muchos amigos me han visitado, muchos sabios me han hablado y muchos muchas cosas me han aconsejado; mas al fin a ti, entre todos, y aún más que a todos, tengo de creer, porque el intento de ellos es atraer el mi querer a su querer, mas tú no me escribes por atraerme a ti, sino por mejorarme a mí. Hablando tú con Maxencio, secretario que fué de Domiciano, te oí decirle que los que se atrevían a dar a los príncipes sus paresceres habían de tener de afectiones y pasiones muy libertadas sus voluntades, porque al tiempo de dar el consejo a do más la voluntad se inclina, allí el ingenio es más poderoso. Ser el príncipe en todas las cosas exorrupto y absoluto, no lo alabo, y tomar de cada uno el voto y parescer, tampoco lo apruebo; lo que en tal caso se debería hacer es que todas las cosas haga con consejo, mas que primero mire qué tal es el consejo, porque el consejo no se ha de tomar del que yo quiero bien, sino del que me quiere a mí bien.

Ya sabes tú, Plutarcho, cuántas veces platicábamos tú y yo en la corte de Domiciano de cómo los príncipes aborrescemos muchas veces a los innocentes y tomamos por privados a los hombres simples, de lo cual se sigue en la república grande escándalo y a nosotros mucho daño, porque si tienen habilidad para servirnos, son muy torpes para aconsejarnos.

Todo esto te escribo, maestro, para que de aquí adelante no te quiero para que me hables ni me visites, ni me escribas, ni me sirvas, ni me sigas, sino para que me aconsejes en lo que tengo de hacer, y me avises de lo en que puedo tropeçar, porque si Roma me tiene a mí por defensor de su república, yo tengo de tener a ti por veedor de mi vida. Si te paresciera que alguna vez mostrare desabrimiento por lo que me avisares y retractares, yo te ruego, maestro, que no tomes pena de mi pena, porque en semejante caso no tomaré el enojo por lo que tú me habrás dicho, sino por la vergüença de lo que yo habré hecho. Criarme en tu casa, oír en tu academia, seguir tu doctrina y vivir so tu disciplina, gran parte fué para ser yo emperador de Roma. Digo esto, maestro, porque sería muy grande inhumanidad no me ayudases a llevar lo que me ayudaste a ganar. El emperador Titho, hijo que fué de Vespasiano y hermano de Domiciano, aunque él de su natural condición era bueno, muy gran provecho le hiço tener siempre cabe sí al filósofo Apolonio, porque en un príncipe, por mayor felicidad le han de contar haber topado con un buen privado, que haber ganado un gran reino.

En lo que más me ocupo agora es en buscar hombres sabios para la república, y hombres esforçados para la guerra, y hombres cuerdos para mi casa, y sé te decir, maestro, que para matar y guerrear me sobran, y para consejos me faltan, porque el dar consejo es un oficio de que usan muchos y le saben hacer muy pocos.

Dícesme, Plutarcho, que te contentarías con que no fuese de aquí adelante mejor con tal que no me tornase peor, y a este propósito te digo que el emperador Nero fué los cinco años primeros muy bueno, y los otros nueve muy malo, por manera que cresció más en maldad que en dignidad. Si piensas que lo que fué de Nero ha de ser de Trajano, a los immortales dioses ruego quieran quitarme la vida antes que dexarme imperar en Roma, porque los tiranos son los que procuran las dignidades para se regalar, que los buenos no sino para aprovechar. Los que de antes eran buenos y después que alcançaron estados se arrojaron a ser malos, a los tales más les es de tener mancilla que envidia, porque no los sublima la fortuna para más los honrar, sino para de allí los derrocar. Créeme, tú, maestro, que pues hasta aquí he estado en reputación de bueno, no tengo intención de empeorarme a ser malo, porque todas las cosas desta vida çufren baxa, si no es la virtud, de la cual no puede el hombre descender, sino caer.




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Carta del emperador Trajano al senado de Roma, en la cual se toca que la honra hase de merescer, mas no procurar. Intérprete, don Antonio de Guevara


Coceyo Trajano, emperador romano, semper augusto, al nuestro sacro Senado: salud y consolación en los dioses consoladores. La muerte del buen emperador Nerva, vuestro señor y nuestro predecesor, supimos aquí, en Agripina, y bien tenemos creído que lo sentistes como lo sentimos, y lo llorastes como lo lloramos, porque vosotros perdistes en Nerva un príncipe muy justo y yo un padre muy piadoso. Cuando los hijos pierden buen padre y los plebeyos pierden buen príncipe, o se habían con ellos de morir, o a poder de lágrimas resuscitar, porque tan raros son los buenos príncipes en la república, como el ave fénix en Arabia. Nerva, mi señor, me truxo de Hespaña, me llevó a Roma, me crió en la puericia, me puso a las ciencia, me doctrinó en la juventud y me prohijó en la vejez, los cuales beneficios y mercedes ni son para olvidar, ni dexar de agradescer, porque el hombre ingrato, a los dioses incita a que le castiguen, y a los hombres despierta a que le aborreszan. Fué Nerva en la criança, mi señor; en la obediencia, mi príncipe; en el amor, mi padre, y en el deudo, mi tío, y para decir la verdad, yo le reverenciaba más por la virtud que en él había, que no por el parentesco que comigo tenía, porque a los deudos cumplimos con amarlos, mas a los virtuosos tenemos obligación de servirlos. Fué mi tío Nerva generoso en la sangre, claro de juicio, dispuesto en el cuerpo, cuerdo en los consejos, cauto en los peligros, magnánimo en el dar, recatado en el rescebir honesto en la vida y muy celoso de la república, y lo que más es de todo, que fué un émulo de vicios y gran padre de virtuosos. La muerte de cualquiera hombre bueno, a todos ha de entristecer, y todos la han de sentir; mas la muerte del buen príncipe no abasta sentirla, sino llorarla, porque en morir un plebeyo, no muere sino uno; más cuando muere un buen príncipe, muere con él todo un reino. Si los dioses quisiesen tornarnos a vender las vidas de los buenos príncipes que se murieron, dígoos de verdad que sería poco prescio pesarlos a sangre y comprarlos a lágrimas. ¿Qué oro ni plata hay hoy en el mundo que abaste para comprar la vida de un virtuoso? No tiene cuenta lo que dieran los asirios por la vida de Bello, los persas por Atraxerges, los troyanos por Héctor, los griegos por Alexandro, los lacedemones por Ligurguio, los romanos por Augusto, los carthaginenses por Hanníbal; mas, como vosotros sabéis, a todas las cosas los dioses hicieron mortales, y para sí solos guardaron la immortalidad.

De cuánta preheminencia sea la virtud, y cuán previlegiados sean los hombres virtuosos, puédese bien conoscer en que más reverenciamos los sepulcros de los que fueron buenos que no los palacios de los que agora son malos. Al hombre bueno, sin haberle visto le amamos, sin interese le servimos y a do quiera por él tornarnos, y lo contrario nos acontesce con el malo, al cual ni podemos creer lo que nos dice, ni aun agradescer lo que por nosotros hace. Hay, pues, tanto que decir de la buena vida que Nerva, mi tío, hizo, y de la lástima que de su muerte tengo, que será más sano consejo pasarlas so silencio, que cometerlas a la pluma, pues las cosas graves y lastimosas, mucho más se encarescen callándolas que pregonándolas. Cosas hay que suceden a los hombres tan graves, y de su condición tan enojosas, que son para sentir y no para decir, porque si sobran al coraçón dolores, fáltanle a la lengua palabras.

La elección de mi imperio fué por Nerva hecha, fué por el pueblo aclamada, fué por vosotros aprobada y fué por mi aceptada; plega a los immortales dioses sea a ellos acepta y por ellos confirmada, porque los principados y imperios muy poco aprovecha que los hombres los elijan si los dioses no los confirman. En esto se conoscerá el que es eligido por los hombres o escogido de Dios: en que si los hombres le eligieron, él cayrá, y si los dioses le escogieron, ellos le sustentarán. Todo lo que los mortales en esta vida levantan, sin que nadie le toque, cae; mas lo que los dioses plantan, de todos vientos sedefiende, y si al tal las grandes adversidades le hicieren inclinar, no le verán a lo menos caer.

Vosotros sabéis muy bien que nunca a Nerva, mi señor, yo le pedí el imperio, aunque era yo su criado y su amigo, y aun su sobrino, porque de Plutarcho, mi maestro, deprendí que la honra, para ser honra, hase de merescer, mas nunca procurar. No quiero negar que no me alegré cuando Nerva, mi señor, me envió esta tan alta dignidad; mas también quiero confesar que después que comencé a gustar los immensos trabajos que trae consigo el imperio, no me haya mil veces arrepiso, porque es de tal calidad el imperio, que si es honra tenerle, es muy gran trabajo gobernarle. ¡Oh, a cuánto se obliga el que a gobernar a otros se obliga, porque si es justo, llámanle cruel; si piadoso, menospréscianle; si liberal, tiénenle por pródigo; si guarda, por avaro; si pacífico, por cobarde; si animoso, por inquieto; si grave, por soberbio; si afable, por liviano; si recogido, por hipócrita, y si alegre, por disoluto. Con todos se usa de misericordia, si no es con el que gobierna alguna república, porque al tal le cuentan los bocados, le miden los pasos, le notan las palabras, le miran las compañías, le acechan las obras, le juzgan los pasatiempos y aun le adevinan los pensamientos.

Considerados los trabajos que hay en el gobernar y la envidia que tienen al que gobierna, osaríamos decir que no hay estado más seguro en esta vida que el que no tiene de que le tengan envidia. ¿No puede un hombre apoderarse con la muger que eligió, con los hijos que engendró, con las hijas que crió, ni con los moços que tomó, teniéndolos a todos dentro de su casa, y piensa de supeditar a toda una república? ¿Qué hará ni de quién se fiará un triste de un príncipe, pues las más veces aquello que mejor tracta ponen en él más cruelmente la lengua? Los que son a los príncipes más aceptos, a las veces andan más amohinados que otros, porque no resciben ellos en cuenta el amor particular que les muestra, sino las mercedes que les hace, y el día que cesa de les dar alguna cosa, comiençan ellos a murmurar de su vida. Los príncipes y señores de altos Estados, ni pueden comer sin guarda, ni dormir sin guarda, ni hablar sin guarda, ni caminar sin guarda, de lo cual se les sigue que siendo ellos señores de todos, andan hechos prisioneros de los suyos. Si profundamente se mira a la servidumbre de los príncipes y la libertad de los siervos, podemos con verdad afirmar que contra el que más actión tiene el reino, contra aquél tiene más derecho la servidumbre, porque la libertad tienen auctoridad los príncipes de darla, mas no para sí de tomarla. Si el que gobierna tiene a los suyos por émulos, de creer es que tendrá a los otros por enemigos, porque jamás hasta hoy hombre se encargó de república, en quien unos o otros no pusiesen la lengua. Criáronnos los dioses tan libres y desea cada uno tener tan libre a su libertad, que por amigo ni pariente que sea uno nuestro, todavía le querríamos más tener por vasallo, que no por señor. Manda uno a todos, y paréscele poco, y ¿maravillámonos que resciban pena muchos de obedescer a uno? Querémonos tanto y amámonos tanto, y tenémonos en tanto, que hasta hoy por ver tengo a nadie que de su voluntad se tomase siervo, ni contra su voluntad le hiciesen señor, porque las guerras y debates que traen entre sí los hombres, no es sobre el obedescer, sino sobre el mandar. En el comer, beber, tener, vestir, hablar y amar, todos los hombres son varios y diferentes, excepto en el procurar la libertad, que son todos conformes, porque el corazón no libertado, en ninguna cosa toma gusto.

Todo esto he dicho, padres conscriptos, por ocasión de mi imperio, el cual yo acepté de grado, y de haberle aceptado estoy muy arrepiso, porque el imperio y la mar son dos cosas muy apacibles de mirar y muy peligrosas para gustar. Pues fué la voluntad de los dioses que yo fuese vuestro señor, y vosotros mis comilitones, yo os ruego mucho en lo que fuere justo me obedezcáis como a señor, y en lo que no fuere tal, me aviséis como a padre. El cónsul Raptelio me habló de vuestra parte largo y me saludó en nombre de todo el pueblo; él mismo hablará de mi parte a todos vosotros y saludará a todos los plebeyos. Los allobros y los renos tienen entre sí algunos debates y pleitos sobre el partir de los términos; a causa que lo han puesto en mi mano, me habré de detener acá algún tiempo. Esta letra se leerá en el Senado; después, en todo el pueblo. Los dioses sean siempre en vuestra guarda.




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Carta del emperador Trajano al senado de Roma, en la cual se toca que los gobernadores de las repúblicas han de ser amigos de negociar y enemigos de athesorar. Intérprete, don Antonio de Guevara.


Coceyo Trajano, emperador romano, al nuestro sacro Senado: salud y consolación en los dioses consoladores. Son tantos y tan graves los negocios que nos vienen de cada parte a consultar, que apenas nos queda lugar para comer y dormir, porque los príncipes romanos siempre andamos alcançados de tiempo y pobres de dinero. Los que tienen cargo de repúblicas, para ser buenos repúblicos, han de ser amigos de negociar y enemigos de athesorar. Son tantas las necesidades que tienen los príncipes con que cumplir y son tantos los que les vienen a pedir, que al tal no lo diremos si algo guarda que lo atesora, sino que lo hurta, porque los bienes del príncipe por eso se llaman bienes de república, para que se gasten en provecho de la república. A los immortales dioses juro, padres conscriptos, que antes que fuese emperador, gastaba más y tenía menos; mas agora que soy príncipe, acordándome que gasto los bienes de la república, como por peso y bebo por medida. Cualquiera hacienda, es malo y muy malo tomarla; mas ya que me determinase yo de tomar algo, antes tomaría lo de los templos que no lo de los pueblos, porque lo uno es de los immortales dioses y lo otro es de los plebeyos pobres.

Esto os digo, padres conscriptos, para encomendaros y juntamente avisaros miréis con mucha atención los bienes de la república cómo se gastan, cómo se cobran y cómo se guardan, cómo se emplean y cómo se aprovechan, porque habéis de saber que los bienes de la república no os los confían para que los gocéis, sino para que los procuréis. Acá hemos sabido que los muros se caen, las torres se desmoronan, los aguductos se rompen, las plaças se desempiedran, y aun los templos se arruinan, de lo cual tenemos acá mucha pena, y es razón también que tengáis allá mucha vergüença, porque los daños de la república, o se han de remediar, o los hemos de llorar.

Escrebisme por vuestra letra si será bueno que los censores y pretores, y ediles, sean anuales, y no perpetuos, como hasta aquí lo eran, mayormente que el dictador, que es la mayor y mejor dignidad de Roma, no es aún anual, sino semestre. A esto os respondemos que nos paresce bien y muy bien, atento que nuestros mayores no immérito echaron a los primeros reyes de Roma, y ordenaron que los cónsules fuesen anuales en la república, porque pocas veces escapa de ser soberbio el que tiene perpetuo el señorío. En ser los oficiales del senado anuales o bienales no hay peligro, y de ser perpetuos se puede seguir mucho daño, porque si son buenos, puédense continuar, y si son malos, puédense quitar. Mucho mira lo que hace y mucho se atienta en lo que dice cuando el oficial del Senado piensa en sí, que al cabo del año le pueden quitar y le han de visitar.

El buen Marco Porcio fué el primero que ordenó en Roma que todos los oficiales fuesen visitados y de sus culpas advertidos, que antes dél, como pensaban que nadie los podía visitar ni acusar, ninguno se podía con ellos valer. Esta guerra de Germania se alarga, porque el rey Decébalo ha alçado la obediencia y levantado, consigo el reino de Dacia y de Polonia, y pues van tan a la larga las cosas de la guerra, serános forçado de proveer algunas cosas allá en Roma, porque en los buenos príncipes, menos mal es descuidarse en las cosas de la guerra, que no en la gobernación de la república.

Ha de pensar el príncipe que no le eligieron para pelear, sino para gobernar; no para matar enemigos, sino para extirpar vicios; no para que se vaya a la guerra, sino para que residan en la república; no para saquear a nadie la hacienda, sino para mantener a todos en justicia; porque el príncipe no puede, en la guerra, pelear más de por uno, y en la república hace falta por muchos. Bien estó yo con que de capitanes suban a ser emperadores; mas no me paresce bien que de emperadores desciendan a ser capitanes, porque jamás estará ningún reino asosegado si su príncipe presume de belicoso.

Todo esto digo, padres consulares, para que tengáis creído de mí que si esta guerra no me tomara acá en Germania, por ventura yo no viniere a ella, porque mi principal intento es presciarme antes de buen repúblico que de gran guerrero. Lo que os queremos encomendar es la veneración de los templos y el culto de los dioses, porque jamás pueden vivir los reyes ni los reinos seguros, si los dioses no se honran y los templos no se acatan. Las postreras palabras que Nerva, mi señor, me escribió, fueron estas: «Honra a los templos, teme a los dioses, ten en justicia a los pueblos y defiende a los pobres, porque haciendo esto, ni te derrocarán los enemigos, ni te olvidarán los amigos». Mucho os encomiendo que os améis como hermanos y os tractéis como amigos, porque en las grandes repúblicas más daño hacen las competencias que tienen entre sí los vecinos, que no las guerras de los enemigos. Si parientes con parientes y vecinos con vecinos no se batieran y combatieran, nunca Demetrio asolara a Rodas, ni Alexandro a Tiro, ni Marcello a Siracusa, ni Scipión a Numancia, ni aun Augusto a Cantabria.

Mucho os encomiendo socorráis a los pobres, améis a los huérfanos, desagraviéis a las viudas y proveáis en las querellas, porque los dioses nunca hacen crueles castigos sino en los que maltractan a los pequeños. Muchas veces oí decir a Nerva, mi señor, que nunca los dioses eran crueles sino contra los hombres que no eran piadosos. Mucho os encomiendo sea cada uno de vosotros manso en la condición, modesto en el hablar, paciente en el çufrir y cauto en el vivir; porque es muy gran falta, y aun no poca vergüença, que halle el gobernador que loar en todos y todos hallen que reprehender en él. Los que tienen cargo de repúblicas, más confiança han de tener en sus obras que no en sus palabras, porque la gente plebeya y común, más inclinados son a seguir lo que veen, que no a creer lo que oyen.

Mucho os encomiendo que en los negocios de vuestro senado no conozcan de vosotros que sois ambiciosos, maliciosos, sediciosos ni envidiosos; porque los hombres generosos y de rostros vergonçosos no han de contender sobre quién en la república ha más de mandar, sino sobre quien la puede más aprovechar. El imperio de los griegos y el imperio de los romanos siempre fueron muy contrarios: es a saber, en las armas, en las regiones, en las leyes y en las opiniones, porque ellos ponían toda su felicidad en bien hablar y nosotros en bien obrar.

Digo esto, padres conscriptos, para avisaros y exortaros que después de juntos en el senado no gastéis el tiempo en disputar, altercar, competir y porfiar sobre proveer una cosa, o otra, porque si os despojáis de pasión y afection, a la hora cairéis en la raçón. Al senador que quiere en el Senado hacer bien o hacer mal, luego se le paresce, por más que lo disimule, porque si quiere el bien común, concluye luego y si el suyo particular, embaráçalo todo. Ni porque los hombres sean agudos y reagudos, no por eso son mejores para gobernar pueblos, porque la buena gobernación no depende de la sagacidad, sino de la bondad. Oyendo yo de Apolonio Thianeo, le oí decir que los senadores y emperadores no habían de ser muy sabios, sino dexarse gobernar de sabios, y a la verdad él tenía razón, porque el buen gobernador, de todos ha de tener crédito y de su parescer ha de estar sospechoso.

Encomiéndoos mucho que los censores que han de juzgar, y los tribunos que han de procurar las cosas de la república, que sean sabios en las leyes, expertos en las costumbres, astutos en los que han de juzgar y muy cautos en su vivir, porque el juez más se ha de atar a lo que la verdad le obliga, que no a lo que la ley le manda. La forma que con las leyes habéis de tener es que en pleitos ceviles las guardéis y en cosas criminales las templéis, porque las leyes graves, crueles y rigurosas, más se hicieron para espantar que no para guardar: En el sentenciar de los delictos debéis de considerar la edad del delincuente, adónde, cuándo, cómo, por qué, con quién, delante quién, cuánto tiempo y en qué tiempo, porque cada una desas cosas puede al culpado aliviar o condenar. En el castigo de los malos, hémonos de haber con ellos como se han con nosotros los dioses, los cuales nos dan más que les servimos y nos castigan menos que merescemos. Han de pensar los jueces que todos los delincuentes más ofenden a los dioses que no ofenden a los hombres y que pues ellos perdonan sus ofensas proprias, muy justo es que perdonemos nosotros las agenas.

Encomiéndoos mucho que nuestros confederados y amigos no sean en el tractamiento afrentados, ni en los tributos agraviados, porque los reinos nuevos y los amigos antiguos, mejor se conservan halagándolos que no amenazándolos. Encomiéndoos mucho que los caudillos que desde ella enviáredes a la guerra sean recios en las personas, animosos en los coraçones, cautos en los peligros, expertos en los trabajos y conformes en los consejos, porque la final perdición de la república es cuando todos quieren ser iguales en la paz, y hay discordia entre ellos en tiempo de guerra.

Encomiéndoos mucho que si daños y injurias rescibiéredes de los enemigos, que no mováis luego guerra contra ellos, porque muchas injurias se hacen en el mundo que sería más sano consejo disimularlas que no vengarlas. Encomiéndoos mucho que los oficios del pueblo y senado no los deis a personas ambiciosas y cobdiciosas, porque no hay en el mundo, animal tan pernicioso para la república como es el hombre que tiene ambición de mandar y cobdicia de allegar.

No queremos al presente encomendaros otras cosas hasta ver cómo se cumplen éstas. Leerse ha esta mi letra primero en el senado y después se mostrará al pueblo, para que vean todos lo que yo mando y lo que vosotros hacéis. Los dioses sean en vuestra guarda, a los cuales ruego guarden a nuestra madre Roma y den buen fin a esta guerra.




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Letra del senado romano al emperador Trajano, en la cual se toca que Hespaña solía dar a Roma oro de las minas, y después le dió emperadores que gobernasen sus repúblicas. Intérprete, don Antonio de Guevara


El sacro romano Senado, a ti, el gran Trajano Coceyo, nuevo emperador augusto: salud en los tuyos y nuestros dioses. Vimos y leímos tus letras, con las cuales tomarnos alegría y salimos de sospecha, porque pensábamos que en tu salud hubiese algún peligro, o fuese muerto nuestro tabelario. A los immortales dioses damos immortales gracias, pues nos rescibes con la salud que te escribimos, porque sin salud ninguna cosa apacible aplace y con ella todo trabajo se çufre. Ya te escribimos la muerte de Nerva Coceyo, señor que fué nuestro y predecesor tuyo, varón por cierto honesto en la vida, sano en la doctrina, amigo de sus repúblicas y celador de su justicia, por manera que cuanto lloraba Roma porque vivía el cruel de Domiciano, tanto ha llorado agora por la muerte de Nerva, tu tío. Con la edad estaba muy quebrantado, y con las enfermedades parescía estar muy consumido, y con todas estas condiciones deseábamos su vida, y amábamos su doctrina, porque más valían los consejos que nos daba desde la cama, que las obras que otros hacían en la república. Allende del sentimiento ordinario que se suele hacer en Roma por el príncipe muerto, hémonos raído las barbas, abstenido de la caça, vestido de negro, comido en el suelo, quebrantado pendones; aun cerrado los templos, porque sepan los dioses cómo sentimos la muerte de los buenos. Más y allende desto, los niños no mamaron un día, las puertas de la ciudad se cerraron tres días, el Senado paró por ocho días, no se tocó instrumento por espacio de un mes; finalmente, no se ha tomado placer en Roma después que murió el emperador Nerva. Murió en su casa y enterrámosle en el campo Marcio; murió de noche, y enterrámosle de día; murió pobre y dímosle sepultura; murió adeudado, y pagamos sus deudas; murió llamando a los dioses, y computámosle entre uno dellos, y lo que más de notar es que murió encomendándonos la república, y la república toda encomendándose a él. Estando todo este sacro Senado y otros muchos del pueblo en torno de su cama, a la hora postrimera dixo: «A vosotros encomiendo la república, y a los dioses me encomiendo yo, a los cuales doy immensas gracias, porque me quitaron los hijos que me heredasen y me dieron a Trajano que me sucediese».

Acuérdate, soberano señor, que el buen emperador Nerva tenía otros que le sucediesen, en amistad más amigos, en parentesco más conjunctos, en servicios más obligados, en compañía más antiguos y aun en hazañas más aprobados que no tú, y entre tantos y tan buenos, en ti sólo puso los ojos, con certinidad que tenía de ti que resuscitarías las prohezas del buen Augusto y sepultarías las indoslencias de Domiciano. Cuando Nerva entró en el imperio, halló el herario robado, el Senado diviso, el pueblo alterado, la justicia quebrada y la república perdida; lo cual tú no hallas ansí, sino todo pacífico, todo rico, todo asosegado y aun todo reformado. Asaz seremos contentos con que conserves la república en el estado que te la dexó tu tío Nerva, porque los nuevos príncipes, so color de introducir costumbres nuevas, echan a perder las repúblicas. Trece príncipes que te han precedido en el imperio, y todos han sido naturales de Roma, y tú eres el primer príncipe estrangero que vienes al imperio romano; plega a los immortales dioses que pues hubieron fin nuestros antiguos césares, vengan contigo los buenos hados, porque todo el bien de la república consiste en que le sean los dioses propicios y que sean los príncipes bien fortunados.

De tu tierra Hespaña solían presentar a los romanos oro, plata, acero, plomo, cobre y estaño, de sus minas; mas ya no quieren darnos sino emperadores para las repúblicas. Óxala, Trajano, apruebes tú también en la gobernación de la república como aprobaron los hespañoles de tu nación en la guerra que Hanníbal tuvo con Roma, Scipión tuvo con África, Emilio tuvo en Germania y Escauro tuvo en la Galia. Pues eres de buena nación, que es Hespaña, de buena provincia, que es Vandalia; de buena tierra, que es Cáliz; de buen linage, que son los Coceyos, y de buen hado, pues subiste al imperio, no es de creer que serás malo, sino bueno, porque los dioses immortales, muchas veces privan a los hombres de las gracias cuando les son ingratos dellas.

En lo demás, serenísimo príncipe, pues nos escribes las cosas que hemos de hacer, razón es que te escribamos las que tú has de proveer, que pues tú nos quieres enseñar a obedescer, justa cosa es que sepas lo que nos has de mandar. Muy más difícil cosa es el saber gobernar que no el aprender a obedescer, porque el vasallo cumple con hacer lo que le mandan; mas el que gobierna ha de saber lo que manda. Como tú naciste en Hespaña, y ha grande tiempos que andas distraído en la guerra, podría ser que no sabiendo las leyes que juramos y las costumbres que tenemos, hicieses algunas cosas en daño nuestro y infamia tuya, y es razón que de todo estés advertido y en todo prevenido, porque los príncipes en muchas cosas se descuidan, no porque no las querrían proveer, sino porque no hay quien se las ose avisar.

Lo que te rogamos, serenísimo príncipe, es que uses siempre de tu cordura y prudencia, porque los coraçones de los romanos muy mejor se atraen por maña que no se llevan por fuerça. Las cosas de la justicia abasta traértelas a la memoria, que, como decía tu tío Nerva, por magnánimo, y valeroso, y venturoso, que sea un príncipe, si con todos estos dones no es justiciero, de ninguna cosa meresce ser loado. También te suplicamos, soberano señor, que en los negocios que de allá mandares Y en los que de acá proveyéremos, mandes que se tenga constancia y firmeza, porque el bien de la ley no consiste en ordenarla, sino en executarla. Tienes también necesidad de mucha paciencia para çufrir a los importunos y para disimular con los descomedidos, porque al buen príncipe pertenesce castigar las injurias de la república, y perdonar las de su persona.

Díscenos en tu carta que no quieres venir a Roma hasta que concluyas esa guerra de Germania, y hanos parescido tu determinación de hombre virtuoso y de emperador animoso, porque los buenos príncipes como tú no han de elegir los lugares a do más se huelguen, sino a do más aprovechen. Dices que nos encomiendas la veneración de los templos, y el servicio de los dioses, y de verdad es justo que tú lo mandes, y muy justo que tú lo hagas, porque poco aprovecharía que los sirviésemos nosotros si los desagradases tú. Dices que nos amemos unos a otros, el cual consejo es de hombre sancto y príncipe pacífico; mas has de saber que nosotros no lo podemos cumplir si tú no determinas de a todos igualmente amar y tractar, porque de amar y regalar el príncipe a unos más que a otros se suelen levantar escándalos en los pueblos.

Dices que nos encomiendas a los pobres que poco tienen, y a las viudas que poco pueden; paréscenos en este caso deberías mandar a los cogedores de tus tributos que no los despechasen en el coger de los derechos, porque a los pobres mezquinos más culpa es robarlos que mérito socorrerlos. Dices que seamos en la condición mansos, en el hablar cautos y en el negociar çufridos; consejos son éstos por cierto no sólo de príncipe justo, mas aun de padre muy piadoso; mas si en esto fuéremos algo descuidados y remisos, has de pensar, Trajano, que tropeçaremos como flacos y que no cairemos como maliciosos. Dices que no seamos en el Senado unos con otros porfiados, ni en el dar de los votos apasionados; esto se hará como lo mandas, y se acepta como lo dices, mas junto con esto has de pensar que en los grandes y muy graves negocios, cuanto las cosas son más y más altercadas, entonces son muy mejor proveídas. Dices que miremos mucho en que los censores y tribunos sean honestos en la vida y rectos en la justicia; a esto te respondemos que nosotros los avisaremos de lo que han de hacer; mas también es menester que tú mires los que para aquellos oficios has de señalar, porque si tú aciertas en eligirlos, no habrá necesidad de castigarlos. Dices que miremos mucho por nuestros hijos, para que no hagan por los pueblos escándalos; el parescer del Senado en este caso es que los sacases desta tierra y los llevases a la guerra de Germania, que, como tú sabes, Trajano, el día que la república caresce de enemigos, luego se hinche de mancebos viciosos. Cuando a Roma le cae lexos la guerra, cosa es para ella muy provechosa, porque no hay cosa que de malos alimpie a las repúblicas si no son las guerras en tierras estrañas.

Todas las otras cosas que nos escribes, soberano señor, no hay necesidad de repetirlas, sino de guardarlas, porque parescen leyes del dios Apolo, que no consejos de hombre humano. Los dioses sean en tu guarda y te saquen con prosperidades de esa guerra.




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Letra para un amigo secreto dél auctor, en la cual le reprehende a él y a todos los que llaman «perros», «moros», «judíos», «marranos», a los que se han convertido a la fee de Christo


Magnífico señor y no recatado amigo:

Antes que saliesen los hijos de Israel de Egipto, tenían rey, mas no tenían ley; y después que salieron por espacio de muchos tiempos, tuvieron ley y no tuvieron rey; sino que a sus repúblicas gobernaban jueces y a sus ánimas regían sacerdotes. El penúltimo sacerdote de aquellos tiempos fué un hombre afamado hebreo, que había nombre Helí, varón que era asaz celoso de su república, y por otra parte muy descuidado en el gobierno de su casa. Tuvo este buen vicio Helí dos hijos, que llamaron Obay y Phinees, los cuales fueron mancebos muy traviesos y moços muy aviesos, y tan hechos a su voluntad y tan agenos de toda bondad, que dice dellos la Escriptura sacra (I Regum, II cap.): «Peccatura puerorum erat grande nimis coram domino, quia detrahebant homines a sacrificio», y es como si dixese: «El pecado de los hijos de Helí era muy grande delante el Señor, no sólo porque ellos eran malos, mas aun porque estorbaban a los otros que no fuesen buenos».

De cinco pecados eran notados y estaban acusados los hijos de Helí, es a saber, de ignorancia, de golosos, de luxuriosos, de cobdiciosos y de livianos; mas de todos estos pecados, no fueron tanto acusados ni por ninguno dellos tanto castigados como por haber sido ocasión de hacer a unos pecar y que dexasen otros de sacrificar. No por más de por este pecado murió el viejo de Helí súbito, y murieron los hijos a hierro, y murieron las nueras de parto; de manera que el pecado de hacer mal y el pecado de estorbar el bien, no sólo le pagaron los que le hicieron, mas aun los que le consintieron.

He querido, señor, traeros a la memoria esta tan antigua historia, no sólo para que la sepáis, sino para que la notéis, y con ella os aviséis que hace mucho al caso para osaros yo reprehender, y vos, señor, os confundir de lo que el otro día delante el señor conde de Oliva dixistes y de lo que después en mi presencia porfiastes, lo cual todo había de ser ageno de vuestra conciencia y aun de vuestra nobleza.

Tenía el divino Platón a un ateniense por amigo, el cual en edad era viejo y en costumbres algo vicioso, y como Platón le reprehendiese de las vanidades que hacia y él no se enmendase de ninguna cosa, díxole a Platón un su discípulo: «Dime, maestro, ¿para qué gastas tanto tiempo en corregir a este viejo, pues vees cuánto tiempo ha que está en los vicios endurescido?» A la cual demanda respondió Platón: «Razón tienes en lo que me dices; mas tampoco estoy yo fuera della, en lo que por aquel amigo hago, porque es tan delicada la ley de amistad, que antes ha de holgar el hombre de perder su trabajo, que no de poner en su lealtad escrúpulo».

También hace a nuestro propósito este exemplo de Platón como lo hizo la figura del sacerdote Helí, pues os debéis, señor, bien acordar que en los negocios de Valencia os escogí por mi amigo, y en la guerra de Espadán os torné por mi compañero; de manera que entre vos y mí, ni en la paz nos encubrimos las entrañas, ni en la guerra apartamos las armas. Y pues somos en los negocios y en las armas compañeros, yo confieso tener obligación a os amar, y vos, señor, la tenéis a me creer, pues sabéis que nunca en grave negocio os engañé, y que de muchos os desengañé, porque a los cordiales amigos no basta alumbrarles por do vayan, sino que les hemos de quitar los tropieços a do tropieçen. En esta mi letra, ni diré todo lo que quiero ni aun todo lo que siento, sino algo de lo que debo, y lo que debemos a los amigos es suplirles las faltas que hacen y avisarlos de los yerros que cometen, porque la verdadera amistad consiste en que todos los cordiales amigos se puedan corregir y no se osen lisongear.

Veniendo, pues, al propósito, digo que el no hacer mal es oficio de innocente, el dexar de hacer bien es de hombre negligente, el osar ser malo es oficio de hombre malino, mas el porfiar a defender lo malo es de hombre diabólico, y la causa desto es porque nadie puede de su pecado hacer emmienda, si primero no reconosce su culpa. En lo que el otro día, señor, dixistes y porfiastes, así Dios a mí me salve y ayude, que ni os mostrastes caballero ni cristiano, ni aun cortesano, porque el cristiano hase de presciar de la conciencia, y el caballero, de la vergüença, y el cortesano, de la criança; mas vos, señor, cometistes pecado, mostrastes os porfiado y fuistes notado de mal criado.

Habiéndose bauptizado y a la fe de Cristo convertido el honrado Cidi Abducarim, y esto no sin gran trabaxo de mi persona, ni sin gran contradicción de toda la morisma de Oliva, ¿parésceos ora bien que sin más ni más le llaméis moro, le motegéis de perro y le infaméis de descreído? ¿Por ventura sois vos el Dios de quien dice el profeta scrutans corda et renes, para que sepáis si Cidi Abducarim es moro reñegado, o cristiano descreído? ¿Por ventura habéis medido vuestros méritos con los suyos y habéis puesto en balança vuestra fee con la suya, para que sepáis ser falso en el peso y en la medida corto? ¿Por ventura tenéis ya de Dios finiquito de vuestros pecados y tenéis póliça para que os registren con los justos, pues a Cidi Abducarim conndenáis por moro, y a vos dais por buen cristiano? Quienes se hayan de salvar o quienes se hayan de condennar es un secreto tan secreto que nadie le puede saber, ni menos adevinar, porque es cosa a solo Dios reservada y a muy pocos revelada. Pues Cidi Abducarim cree en Dios y vos créis en Dios, él es baptizado y vos sois baptizado, y él va a la iglesia y vos vais a la iglesia, él guarda las fiestas y vos guardáis las fiestas, él confiesa a Cristo y vos confesáis a Cristo nuestro Dios y Señor. Siendo, pues, esto verdad, como es verdad, y que a él no vemos hacer ningunos desafueros, ni a vos vemos hacer ningunos milagros, no sé yo por qué tenéis a vos por tan gran cristiano y llamáis a él perro moro. Llamar a uno perro moro o llamarte judío descreído, palabras son de grande temeridad y aun de poca cristiandad, porque así como no hay en el cielo mayor título de honra que llamar a uno buen cristiano, por semejante manera no hay so el cielo mayor denuestro que decir a uno que es sospechoso. ¿Qué mayor honra que llamar a uno hombre de buena vida? ¿Qué igual infamia que motejar a uno de mala conciencia? En llamando a un convertido moro perro o judío, marrano, es llamarle perjuro, fementido, herege, alevoso, desalmado y reñegado, de manera que es mal tan fiero, que sería menos mal al que tal dice quitarle la vida, que no probarle aquella infamia. «Qui dixerit fratri suo racha, reus erit gehenne», decía Cristo en el Evangelio, y es como si dixese: «Es tan delicada mi ley y son tan sin perjuicio mis mandamientos, que para ser buenos cristianos, no sólo os habéis de hacer buenas obras, mas aun deciros buenas palabras; de manera que si un cristiano llamare a otro cristiano loco, será para el infierno condennado». Pregúntoos agora yo: ¿cuál es mayor injuria: llamar a uno loco, o llamarle perro moro o judío marrano? De mí os sé decir que antes escogería que me llamasen loco, y bobo, y aun nescio, que no que me llamasen mal cristiano, porque el llamarme loco es en perjuicio de mi honra; mas el llamarme herege toca a mi alma y infama mi fama. Si prohibe Cristo que un cristiano no llame a otro cristiano loco, menos querrá que le llamen moro, ni marrano, porque el fin de la bendicta ley de Cristo es que de tal manera nos amemos, y tan sinceramente nos tractemos, que ni con las manos nos hiramos, ni aun con las lenguas nos infamemos.

Vuestra desgracia me ha caído en mucha gracia; es a saber, que reprehendiéndoos yo el descomedimiento que tuvistes con Cidi Abducarim, me dixistes que era costumbre antigua en vuestra tierra llamar a los nuevamente convertidos moros o marranos a cada palabra, y que de habérselo vos llamado ni teníades vergüença, ni menos conciencia, pues vuestra lengua estaba habituada a lo decir y sus orejas a lo oír. Cuando los hombres honrados y vergonçosos han caído en alguna notable culpa, deben mucho mirar y sobre ello pensar qué tal sea la desculpa que dan de su culpa, porque muchas veces acontesce a los culpados mal avisados, que con lo mismo que se desculpan, con aquello mismo más se conndenan. Dar vos, señor, por desculpa de vuestra culpa que el llamar a uno moro o marrano es costumbre de vuestro pueblo y que nadie se escandaliça de oírlo, desde agora digo que de tal costumbre apelo y de tan maldito pueblo como el vuestro me santiguo, porque yo andado he por el mundo, y conosco razonable dél, mas siempre vi y sentí que en las tierras honradas y entre las personas virtuosas se prescian los peregrinos de las buenas obras que les hacen, y no se quexan de las palabras feas que les dicen. «Iuxta consuetudinem chananeorum et egipciorum non faciatis et in legitimis corum non ambuletis», dixo Dios a Moisén (Levitici, XVIII), y es como si dixera: «Mirad por vosotros, hijos de Israel, para que cuando entráredes en la tierra de promisión, no guardéis las leyes de los egipcios, ni las costumbres de los chananeos». En estas palabras nos da Dios a entender que si la ley de nuestra patria fuera mala y la costumbre de nuestra tierra fuera iniqua, no sólo no la guardemos, mas aun no la mentemos ni alabemos, porque no hay en este triste mundo igual bobería como decir uno que en su lugar hay alguna costumbre viciosa.

Hablando la verdad, y aun con libertad, digo que osar llamar a un viejo honrado y cristiano «perro, moro descreído» y defenderos con decir que así lo usan decir en vuestro pueblo, parésceme que por una parte os habíamos los inquisidores de castigar, y por otra los de vuestro pueblo os habían de apedrear, pues con la desculpa de vuestra culpa infamáis a vuestra patria y perjudicáis a la ley cristiana. Cidi Abducarim fué lastimado de lo que le dixistes, y todos quedamos escandaliçados de lo que os oímos decir, y lo peor de todo es que me dicen agora todos los de estas morerías que no quieren ser cristianos si los han siempre de llamar «perros moros», por manera que vos, señor, como immitador de los hijos de Helí, perturbáis a los que están baptizados y sois causa que no se vengan más a baptizar. «Vidi aflictionem populi mei in Egipto, et clamorem eius audivi propter duriciam eorum, qui presunt operibus», dixo Dios a Moisén, y es como si le dixera: «No soy tan descuidado como piensan las gentes, de los que me sirven, ni dexo de tener cuenta con los que mal hacen, porque te hago saber, o Moisén, que he puesto los ojos en lo que padesce mi pueblo en Egipto, y he oído las voces y gritos que dan hasta el cielo, y he examinado las tiranías de que usan con ellos los que gobiernan el reino, a cuya causa quiero a los hebreos libertar, y a los egipcios castigar.

Exponiendo estas palabras, Sant Agustín dice que no sentían los hebreos tanto, ni aun se enojó Dios tanto por los trabajos que los israelitas padescían, cuanto por las palabras feas y lastimosas que los egipcios les decían, llamándolos perros judíos, advenedizos y pérfidos, las cuales tan lastimosas lástimas suelen los míseros a quien se dicen tener lugar de llorarlas y no licencia de vengarlas. Decidme, señor, si la ley cristiana es mayor que no la ley moisática, por ventura no será mayor injuria llamar a un cristiano perro, moro, que no llamar a un judío judío descreído. El Dios que vengó las injurias que se dixeron a los hebreos circuncisos, ¿por ventura olvidará las que agora se dicen a los que ya son baptizados? Por vida vuestra, señor, que no seáis en la condición bravo, ni en las palabras boquirroto, porque jamás vi a hombre lastimar a otro hombre que no le pesquisasen la vida que hacía, y aun que no le espulgasen la sangre de do venía. No sin misterio digo esto, señor, porque a la hora que llamastes a Cidi Abducarim perro, moro, dixo a mis oídos uno: «Yo juro a Dios, y a esta que es cruz, que si Cidi Abducarim desciende de moros, que están también allí tus bisabuelos en los osarios».

He aquí, pues, señor, lo que allí ganastes y lo que los deslenguados como vos ganan, es a saber, que en pago de lastimar vosotros a los vivos, toman trabajo de desenterrar vuestros muertos, lo cual todo se escusaría si cada uno refrenase su lengua.

El Emperador, mi señor, me mandó que viniese en este reino a convertir y baptizar a todos los moros destas morerías, por lo cual doy immensas gracias a mi Dios, pues tal en mis días veo y tal por mis manos pasa, porque si no soy apóstol en el mérito, soylo a lo menos en el oficio, pues ha tres años que no hago otra cosa sino disputar en las aljamas, predicar por las morerías, baptizar por las casas y aun çufrir grandes injurias. Finalmente, digo y os aconsejo, señor, que no seáis súbito en lo que hiciéredes, ni colérico en lo que riñéredes, porque de otra manera, desde agora os profetizo que lo que erráredes a priesa, lloraréis después de espacio.

No más sino que nuestro Señor sea en vuestra guarda y a mí dé gracia que le sirva.

De Beniarjo, a XXII de mayo. MDXXIIII.




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Letra para don Alonso Espinel, corregidor de Oviedo, el cual era viejo muy polido y requebrado, a cuya causa toca el auctor en cómo los antiguos honraban mucho a los viejos


Muy magnífico señor y viejo honrado:

Solón, y Ligurgio, y Promotheo, y Numma Pompilio, dadores que fueron de todas las leyes del mundo, aunque fueron en muchas cosas diferentes, en tres de ellas fueron muy concordes: es a saber, en que todos los de sus repúblicas adorasen a los dioses, y aun que todos se apiadasen de los pobres, y en que todos honrasen a los viejos. Hasta hoy no hubo en el mundo nación tan bárbara ni gente tan indómita que entre ellas se prohibiese a Dios el servicio, ni al pobre el socorro, ni al viejo el acatamiento, porque son tres cosas en sí tan esenciales y aun tan naturales, que de buena razón no había menester ley que las ordenase, ni príncipe que las mandase. Eschines, el filósofo, en una oración que hizo a los rodos, dice que todas las islas Baleares no tenían más de siete leyes: es a saber, que adorasen a los dioses, se apiadasen de los pobres, honrasen a los viejos, obedesciesen a los príncipes, resistiesen a los tirarlos, matasen a los ladrones y que nadie peregrinase por pueblos agenos. Aulo Gelio (le. II, cap, XV) dice que acerca de los antiquísimos romanos no daban tanta honra, ni eran tenidos en tanta reverencia los que en la república eran ricos, ni los que en el Senado eran generosos, como los que eran en la edad viejos y en la gravedad reposados. En aquellos antiguos siglos eran en tanta veneración tenidos los hombres viejos, que casi como a dioses los honraban, y que en igual de propricios padres los tenían. La costumbre de honrar tanto a los viejos, sé decir haberla tomado los romanos de los antiguos lacedemonios, entre los cuales era ley inviolable que solos los hombres viejos y honrados pudiesen ser jueces para castigar y ser censores para regir. El filósofo Pantheón, maestro que fué de Empédocles, preguntado por un rey thebano, que había nombre Circidaco, qué haría para regir bien la república thebana, respondióle estas palabras: Si quieres que tus reinos estén bien gobernados, y tus pueblos estén asosegados, haz que los vicios gobiernen la república, y que los mancebos vayan a la guerra, y que las mugeres amasen y hilen en casa; porque de otra manera, si a las mugeres consientes hacer oficios de hombres, y a los mancebos que anden vagamundos, y a los viejos que estén arrinconados, tu persona tendrá trabajo y tu república correrá peligro. Los viejos romanos y veteranos, cinco notables previlegios tenían en Roma: es a saber, que venidos a pobreza, eran del erario público mantenidos, y que ellos solos se podían asentar en los templos, y asimismo ellos solos podían traer anillos en los dedos, y ellos solos comían a puerta cerrada, y ellos solos podían traer hasta los pies la vestidura. Las cuales leyes y costumbres fueron guardadas, desde que reinó Numma Pompilio, hasta que murió el dictador Quinto Cincinato. Después que los romanos fueron vencidos por Hanníbal en las tres famosas batallas de Trene, y de Trasmene, y de Canas, como quedasen en Roma pocas gentes para sustentar la república y muchos menos para çufrir los trabajos de la guerra, ordenaron entre sí los padres del Senado que nadie quedase en la ciudad por se casar y hijos y muger mantener; de manera que sin tener muger, o amiga, nadie podía vivir dentro del ámbito de Roma. Para que los hombres se aplicasen más a ser casados y a çufrir la carga del matrimonio, ordenaron entre sí los romanos que dende en adelante las honras y los oficios más principales de la república se diesen a los que mantenían en Roma casa, de manera que los más previlegiados del pueblo eran, no los que habían muchos años, sino los que tenían más hijos. La ley címica que ordenó esta ley mandó allí luego que si por caso un padre tuviese tres hijos y otro tuviese seis y destos seis perdiese en la guerra no más de dos, y el que tenía tres le matasen los dos, en tal caso se había de preferir y ser más honrado el que más hijos perdió, que no el que más hijos crió, porque en el mesmo grado que tenemos los cristianos a los que mueren por la sancta fee católica, en aquél tenían los romanos a los que morían por la defensión de la república.

Veniendo, pues, al propósito, digo y afirmo que todas las tres maneras de honra caben muy bien en vuestra persona y merescen entrar por las puertas de vuestra casa, pues en edad llegáis a los setenta y cinco años, en hecho de casaros tuvistes once hijos, y en las guerras de Granada mataron los cuatro dellos. De haber llegado a tanta edad, y de haber tenido tantos hijos, de haber perdido los cuatro dellos, tengo para mí creído que trocaríades de muy buena voluntad la gloria y fama que habéis adquirido, por los immensos trabajos que habéis pasado, porque en este mísero mundo, cada día se va más y más la fama disminuyendo, y, por otra parte, van los trabajos más y más cresciendo. De mí, señor, os sé decir que he hecho recuento con mis años, y hallo por mis memoriales que he los cuarenta y cuatro cumplidos, y así Dios a mí me salve, que estoy tan harto de enojos y ando tan cansado de trabajos, que la mayor tentación que tengo es, no de mucho vivir, sino de mi vida emmendar, porque el bien de nuestra salvación consiste, no en que vivamos mucho, sino en que empleemos bien el tiempo. «Vivere erubesco et mori pertimesco», decía San Anselmo, y es como si dixese: «Cotejada la vida mala que hago, con la mucha pena que por ella meresco, digo y afirmo que por una parte he vergüença de vivir, y por la otra he gran miedo de me morir, pues delante la justicia de Dios ningún bien se queda sin premio, ni ningún mal se va sin castigo».

Conforme a lo que este sancto dixo, digo y afirmo, que de que me paro a pensar los muchos años que he vivido y el poco fructo que en ellos he hecho, no ceso de sospirar, ni aun me harto de llorar, porque en el día de la muerte me han de pedir cuenta, no sólo de los males que he hecho, mas aun de los bienes que dexé de hacer. Un solo bien siento en mí, y es que a mis proprias culpas tengo mancilla y a la bondad agena tengo envidia, y oxalá pluguiese a mi Dios que tan fácilmente me supiese yo emmendar como sé mis yerres conoscer, que a ley de cristiano le juro no hubiese acabado de cometer la culpa, cuando luego no començase a hacer penitencia. Y pues vos, señor, pasáis ya de los setenta, y también yo voy en los alcances de los cincuenta, no me paresce sería mal consejo diésemos fin a los superfluos cuidados y començásemos a poner en obras nuestros buenos propósitos, porque todo lo mejor de la vida se nos pasa en pensar que algún día nos emmendaremos y aun nos mejoraremos, y después, cuando no catamos, se nos acaba la vida, sin que hayamos començado alguna emmienda.

Acordaos, señor, cuántas guerras habéis visto, cuántas hambres habéis pasado, cuántos amigos habéis perdido y aun de cuantas pestilencias habéis escapado, de los cuales peligros todos no os libró el Señor porque no merescíades mil veces morir, sino porque tuviésedes más tiempo de os emmendar. Para estar hombre más sano y vivir menos enfermo, bien tengo creído que aprovecha al hombre el buen regimiento y aun algún mediano regalo; mas junto con esto, digo y afirmo que el vivir mucho o el vivir poco no se ha de agradescer al médico que tenemos, ni aun a los regalos que nos hacemos, sino que en sola la mano de Dios está el alargarnos la vida y el saltearnos la muerte. Yo, señor, os ruego y encargo seáis moderado en el hablar, modesto en el comer, piadoso en el dar y grave en el aconsejar; de manera que os presciéis más de la gravedad que mostráis, que no de la edad que tenéis, y de otra manera, si vos, señor, contáredes los años, no faltará quien a vos os cuente también los vicios.

Acuérdome que ogaño, cuando estábades malo de la gota y os fuí a ver a vuestra posada, me rogastes lo que agora me escrebís, y agora me escrebís lo que entonces me rogastes: es a saber, qué son las libertades de los viejos y los previlegios de que están dotados. Materia es que pudiérades preguntar a otro más sabio, y más experimentado, y aun más anciano que no a mí, mayormente que yo he salido ya de la edad de moço, y no he llegado aún a la edad de viejo, porque, según dice Aulogelio, desde los cuarenta y siete años goçaban de sus libertades los romanos vicios. Yo, señor, quiero hacer lo que tanto me rogáis y lo que agora me escrebistes, con tal condición que no os enogéis ni turbéis, porque entiendo de escrebiros y declararos todas las condiciones de los hombres ancianos y viejos desabridos, protestando y jurando que no es mi intención hablar con los que tienen pareada la edad con la gravedad, y la gravedad con la edad. Otra vez y otras diez mil veces protesto y torno a protestar que no es mi intención de dar licencia a mi pluma para que ose escrebir ninguna cosa contra los viejos honrados, valerosos, graves y virtuosos, por cuya prudencia las repúblicas se gobiernan y con cuyas canas los mancebos se aconsejan, porque sería cometer sacrilegios poner la lengua en algún viejo honrado.

De los tales como yo, que soy un vagamundo, y de vos, que sois un desabrido, y de Alonso de Ribera, que es un boquirroto, y de Pedro de Espinel, que es un tahuraço, y de Rodrigo de Orejón, que es nuestro enamorado; de Sancho de Nájara, que es un regalado, y de Gutierre de Hermosilla, que es un muy mal çufrido, es raçón, y mucha raçón, que contra ellos, y no contra otros, aseste mi lengua y se estienda mi pluma. Tulio, y Posidonio, y Laercio, y Policrato, gastaron muchas horas y escribieron muchas escripturas para aprobar y decir que la vegez era provechosa, y la vida de los viejos era buena, y mejor salud les dé Dios que ellos acertaron, ni aun supieron lo que dixeron, pues vemos que no es otra cosa la vegez sino un mal de que nunca convalescemos y una enfermedad de que al fin morimos.

Yo, señor, os contaré aquí algunos pocos previlegios de los que tienen los viejos, y trae consigo la triste vegez, y digo que diré poco, porque son tantos y tan penosos los trabajos de la senectud, que apenas se pueden adevinar, cuanto más contar.

Prosigue el auctor su intento, y pone cincuenta previlegios que tienen los viejos, dignos de leer y no menos de notar.

Es previlegio de viejos ser cortos de vista, y tener en los ojos lagañas, y muchas veces no hay nubes en los cielos, y tiénenlas ellos en los ojos, y sola una candela les paresce ser dos candelas, y aun otras veces desconoscen al amigo y hablan por él al estraño.

Es previlegio de viejos zumbarles siempre algún oído, y quexarse mucho que oyen dél poco, y la señal desto es que ladean la cabezça para oír, y si no es a voces, no pueden cosa ninguna entender, y el trabajo que con ellos hay es que todo lo que veen y no pueden entender piensan que es en perjuicio de su honra o en detrimento de su hacienda.

Es previlegio de viejos caérseles los cabellos sin que se los peinen, y nascerles en los pescueços sarna sin que la siembren, y más y allende desto, les verán al sol deslendrar la cabeça, y quexarse mucho que les come la caspa, para el remedio de lo cual querrían lavarse con lexía, y no osan por la flaqueça de la cabeça.

Es previlegio de viejos que en la boca les falte algún diente, se les ande algún colmillo y tengan dañadas de neguijón algunas muelas, y lo que es peor de todo, que muchos viejos se quexan cuando beben y cecean cuando hablan.

Es previlegio de viejos poder meter un grano de pimienta a la muela dañada, y beber un poco de vino y romero para enxaguar la boca, y tener amistad con la muger que ensalma, y aun para limpiar los dientes hacer unos palillos de tea.

Es previlegio de viejos, digo de los que pasan de sesenta años, dar blancas a los mochachos por que les maten una gría y que les saquen los aradores de las palmas y se les muestren andar sobre las uñas.

Es previlegio de viejos les descortecen el pan que han de comer, les agucen el cuchillo con que han de cortar, y les piquen la carne que han de comer, y que no les agüen el vino que han de beber, porque al viejo muy viejo no hay cosa que le dé tan mala comida como es sentir que el vino tiene mucha agua.

Es previlegio de viejos que todas las veces que se quexan, o coxean de alguna hinchaçón en el tobillo, o de algunos adrianes endurescidos, o de algunas uñas sobre salidas, o de algunas venas enconadas, si por caso les preguntan sus vecinos si es su mal gota, juran y perjuran que no es sino una rascadura.

Es previlegio de viejos traer las calças abiertas, los borceguíes hendidos, los çapatos desmajolados y aun estarse algunas veces descalços, y desde aquí juro y salgo fiador por ellos, que si lo hacen, no es por malicia, ni aun por galanía, sino porque les fatiga la gota o andan cargados de sarna.

Es previlegio de viejos, digo de viejos podridos, que muchas veces, pensando de escupir en el suelo, se escupen a sí mismos en el manto o sayo, lo cual no hacen ellos de sucios, sino porque no pueden echar la escupetina más lexos.

Es previlegio de viejos no salir en invierno de una chimenea, si hace frío, y después de comer salirse a una solana, si hace sol, y lo que, no sin reír, escribo es que como algunas veces con el calor se les seca al sol la saliva, no dexan de enviar a saber qué hace la tabernera.

Es previlegio de viejos que se les ande un poco la cabeça, y que se les tiemble también alguna mano, porque no pueden sorber la cocina sin que se les caiga acuestas, ni pueden beber el vino sin que se les derrame.

Es previlegio de viejos holgar de asentarse en un poyo por arrimarse y tener una silla de caderas para recostarse, y el donaire que en este caso suele acontescer es que al tiempo que se acaban de asentar, la triste de la silla que se quiebra, o a lo menos rechina.

Es previlegio de viejos beber con un torreznito a la mañana, comer a las diez la olla y tomar a las dos de la tarde una conserva, pedir a las seis la cena, y en lo que no pierden punto es en acostarse con las gallinas y levantarse antes que amanezca, a llamar a las moças.

Es previlegio de viejos que osen andar coxeando por su casa y traer en la mano una caña, y porque la caña les sirva de silla tan bien como de albarda, algunas veces escarban con ella el fuego, y aun otras veces dan a su moço un palo.

Es previlegio de viejos que, sin mandarlo el provisor, ni saberlo el corregidor, puedan traer un pañiçuelo de narices en la cinta, y ponerse un babadero cuando están en la mesa, y un sudadero en torno de la garganta, con el cual, a falta de toallas, se suelen ellos enxugar las manos y aun sonar las narices.

Es previlegio de viejos comer muy de espacio, beber muy a menudo y mudar muchas veces de un carrillo en otro el bocado, y tienen también auctoridad que, si por caso no vinieren a comer con tiempo los convidados, puedan ellos con buena conciencia catar entre tanto los vinos.

Es previlegio de viejos, a la hora que se acuestan, preguntar si está el cielo estrellado, y preguntar muy de mañana si es el sol salido, y si ha helado, o llovido, y aun también suelen tener los viejos muy gran cuenta con la conjunción de la luna, para ver si entró seca, o si entró mojada, y si por caso lo ponen algunas veces en olvido, su riñón y ijada tienen cargo de acordárselo.

Es previlegio de viejos, quejarse que contaron aquella noche el reloj cada hora, y enviar a saber de qué viento está la veleta, porque si el aire es solano, dicen que los desmaya, y si corre ciergo, quéxanse que los destiempla.

Es previlegio de viejos poner los pies sobre una tabla, y recodar los braços sobre una almohada, y si por caso se durmieren de espaldas en la silla o roncaren de bruces sobre la mesa, díxome Alonso de Baeça que no les llevaría por ello alcabala.

Es previlegio de viejos tener grandes defensivos contra el frío, como contra su mortal enemigo, y guardarse mucho de caminar contra viento, y lo que a mí me cae en mucha gracia es el cuidado que tienen en los grandes fríos del invierno que estén las puertas muy cerradas, y las ventanas muy apretadas.

Es previlegio de viejos no se querer ir a acostar sin que primero les pongan una bacineta a do escupan y les pongan un orinal a la cabecera, y aun un servidor tras la cama, y si lo çufre su costilla, mandan que dentro de su cámara duerma un moço o una moça para que le respondan si llamare y le levanten la colcha si se le cayere.

Es previlegio de viejos lavarse cada sábado las piernas, raerse muy bien los callos, cortarse muy a raíz las uñas y vestirse aquella noche sus camisas limpias, y si por caso hace aquel día buen día, ruega y aun roncea a su moça le peine un rato y le espulgue otro.

Es previlegio de viejos pasar tiempo después de comer en jugar al triunfo, o a la ganapierde, o a las tablas, en casa de sus vecinos, si pueden, o enviarlos a llamar, si no pueden, y el donaire que en este caso pasa es que hora el viejo juegue largo, hora el vicio juegue corto, no ha de faltar en la mesa fructa y vino, y no de lo peor que hay en el pueblo.

Es previlegio de viejos arrimarse a una tienda, o pasearse por el portal de la iglesia, o asentarse en un poyo de la plaça, o en una silla a su puerta, y esto no para más de para saber si hay algo de nuevo en el pueblo, y para hablar con alguno, si pasa camino, del cual exercicio reniegan los vecinos y aun blasfeman los criados, porque no querrían tenerlos por testigos de todo lo que dicen, ni aun por veedores de todo lo que hacen.

Es previlegio de viejos quexarse a los vecinos y reñir con sus criados que el pan que les ponen a la mesa está duro; la carne, que no está manida; la olla, que no está saçonada; la casa, que no está limpia; la moça, que es reçongona, y la muger, que es muy comadrera; las cuales quexas nascen de estar algunas veces los pobres vicios mal servidos, y aun otras veces de ser ellos mal acondicionados.

Es previlegio de viejos que, sin incurrir en el canon de «si quis suadente diabolo», ni quebrantar ninguna pregmática del reino, pueda descorteçar el pan que han de comer, y no echar agua al vino que han de beber, y aun se contiene en el quinto párrafo de su previlegio que al viejo que pasare de los sesenta años, le puedan contar los bocados que come, mas no le cuenten las veces que bebe.

Es previlegio de viejos reñir mucho con los moços y moças de casa, cuando se ríen alto, y pregúntanles qué es en lo que están hablando cuando hablan paso, y la causa desto es porque piensan que se ríen dellos, cuando hablan recio, o que murmuran dellos, cuando hablan a solas.

Es previlegio de viejos reñir y gruñir con las moças que tienen en casa, y envían fuera, diciéndoles que nunca vuelven de do las envían, ni hacen a derechas cosa que les mandan, y lo que no sin reír me puedo escrebir es que a hurtas de sus mugeres les dicen algunos requiebros y aun les piden celos de los moços.

Es previlegio de viejos de nunca estar sino quexándose, ora que les duele la rodilla, o que tienen el hígado escalentado, o que sienten el baço opilado, o que el estómago les fatiga, o que la gota les mata, o que la ciática los desvela, y sobre todo que la pobreça los ahoga; de manera que apenas hay viejo al cual no le sobren dolores y le falten dineros.

Es previlegio de viejos preguntar a todos los que topan en la plaça o en la iglesia qué dicen agora del rey y qué nuevas hay de corte, y, lo que más de notar es que, sea verdad o que sea mentira lo que les han contado, a todos lo cuentan ellos por verdadero, añadiendo siempre de su casa alguna cosa, y aun diciendo lo que ellos sienten de aquella nueva.

Es previlegio de viejos, por lo menos una vez en el mes, abrir sus arcas y cerrar tras sí las puertas, y allí, solos y a solas, mirar y remirar las joyas que tienen y contar dos o tres veces los dineros que poseen, poniendo a una parte los doblones, a otra los ducados sencillos, a otra las coronas faltas y aun a otra los ducados de a diez, uno de los cuales se dexarán ellos antes morir que darle a trocar.

Es previlegio de viejos, digo de los que no son nobles y generosos, ser naturalmente avaros, escasos, apretados y mezquinos, y esto no sólo para sus vecinos, mas aun para sí mismos, lo cual paresce claro, en que guardan la mejor ropa y traen la más rota, venden el mejor vino y beben el más acedo, truecan el mejor pan y comen lo más dañado; de manera que viven pobres por morir ricos, y todos los sudores de su vida se venden después en el almoneda.

Es previlegio de viejos que cuando entran en concejo, o van a las bodas, o están en la iglesia, asentarse a cabecera de mesa, ponerse en lo más alto del banco, tomar primero el pan bendicto y proponer lo que se ha de hablar en concejo, y lo que no sin lástima se puede decir es que hay algunos viejos tan prolixos en lo que cuentan y tan inciertos en lo que dicen, que dan que reír a unos y que mofar a otros.

Es previlegio de viejos hablar sin que les hablen, responder sin que les pregunten, dar consejo sin que se lo pidan, pedir algo sin que se lo ofrescan, entrarse en casa sin que los llamen y aun asentarse a la mesa sin que los conviden; de lo cual, como yo reprehendiese a un viejo amigo mío, respondióme él: «Andad, señor, y no miréis en esas poquedades, pues sabéis que a canas honradas no ha de haber puertas cerradas».

Es previlegio de viejos ser naturalmente rencillosos, coléricos, tristes, desabridos, sospechosos y mal contentadiços, y la raçón que para ello hay es que como con los largos años tienen ya la sangre resfriada y tienen la cólera requemada, y aun tienen la condición de cuando eran moços mudada, mucho más descansan con el reñir que no con el reír.

Es previlegio de viejos ponerse a contar en las noches del invierno y en las fiestas del verano las tierras que han andado, las guerras en que se han hallado, los mares que han pasado, los peligros que han corrido y aun los amores que han tenido; mas no dirán los años que han cumplido, ni el tiempo cómo se les ha pasado; antes si comiençan a hablar en esta materia, mudan ellos luego la plática.

Es previlegio de viejos tener siempre cuenta con boticarios, llamar muchas veces a los médicos, hablar con las viejas ensalmadoras, conoscer las propriedades de muchas yerbas, saber cómo se sacan las aguas, poner al sol muchas redomas y aun tener en la alacena botecicos de medicinas; verdad es que los viejos de mi tierra, la Montaña, más cuentas tienen con la taberna que no con la botica.

Es previlegio de viejos aborrescer las cosas agrias y amar las que son dulces, es a saber, dátiles de Orán, diacitrón de Gandía, limones de Canarias, mermeladas de Portugal y costras de la India; verdad es que yo conosco algunos viejos tan sanos y tan recios, que aman más una moxama salada que cuantas conservas hay en Valencia.

Es previlegio de viejos loar mucho el tiempo pasado y quexarse siempre del tiempo presente, diciendo que en su juventud conoscieron ellos a muchos vecinos y amigos suyos, los cuales eran animosos, dadivosos, esforçados, gastadores, honrados y valerosos, y que ya el mundo es venido a tal estado, que todos son en él cobardes, escasos, mentirosos, mezquinos y fementidos, y la causa deste descontento es que entonces, con la alegría de la juventud, no les paresce cosa mal, y agora, como son ya viejos, ninguna cosa les paresce bien.

Es previlegio de viejos que por su auctoridad, y aun necesidad, pueden traer en el braço un pellejo de raposo, para desecar reumas, y en la cabeça una caperuça de lino crudo, para enxugar los humores, y en la cama tengan cocedra de pluma, para tener más calor, y dormir con un saico de lienço, para si se descubriere los braços, y traer una almilla de grana, para alegrar el coraçón, y aun un socrocio en el estómago, para ayudar a la digestión.

Es previlegio de viejos que puedan traer en el invierno callas y calçuelas, botas y borceguíes, pantuflos y servillas en los pies; pueden también traer guantes de cuero y de lana, y aun de nutria, en las manos; pueden también traer çamarro, sayo, jubón y almilla y camisa vestido, pueden también traer sombrero, bonete y caperucilla en la cabeça, y pueden tener también pajas, cocedrón, cocedra, colchón, fraçada y colcha en la cama, y pueden también dormir en alcoba con paramentos, esteras y brasero y escalentador, y lo mejor de todo es que, con todos estos regalos que les hacen, no paran los tristes de toda la noche toser, y aun desde la cama reñir.

Es previlegio de viejos que, cuando se quieren acostar, y se acaban de descalçar, se rasquen luego las espinillas y se cofreen un poco las espaldas, y si el viejo es limpio y curioso, hace que luego allí le espulguen las calças, y aun que le traigan las piernas; lo cual todo hecho, dice a su moça: «Por tu vida, María, que me abras esa cama y me traigas a beber una vegadilla».

Es previlegio de viejos que puedan con buena conciencia, aunque no sin alguna vergüença, descender las escaleras de su casa arrimados, y que al tiempo de subirlas, los suban de los cobdos sobarcados, y si les paresciere que la escalera es un poco agria, o es algún tanto larga, podrán a trechos descansar en ella.

Es previlegio de viejos que cuando se hallan en casa solos o están en la cama desvelados, ponerse a pensar en el tiempo de su mocedad, cómo se les ha pasado, y de cómo todos los amigos de su tiempo se les han ya muerto, y de cómo con el mal de la vejez pueden ya poco, y aun de cómo los tienen todos en poco; la memoria de las cuales cosas todas les hace estar pensativos y aun andar aborridos, porque se veen morir sin poderse remediar.

Es previlegio de viejos hablar muchas veces con el cura de la perrochia sobre su enterramiento, y hablar con su confesor sobre lo de su testamento, y el donaire que pasa en este caso es que sobre aquí más allí tomarán sepultura, o a éste más aquél dexarán su hacienda, apenas hay tantas horas en el día cuantas ellos en su coraçón hacen mudança.

Es previlegio de viejos ser a do quiera que estén conoscidos y ser por do quiera que fueren sentidos, es a saber, en ir mucho tosiendo, en llevar los pies arrastrando, y aun otras veces se dan a conoscer en el roído que van haciendo con el palo y en que van gruñendo con su moço.

Es previlegio de viejos traer gran espacio de tiempo lo que comen de un carrillo en otro, y tener el vaso de vino entretanto en las manos, y como tienen mejores gaznates para tragar que no muelas para maxcar, el mejor remedio que en este caso hallan es de entre bocado y bocado tomar dos sorbos de vino, de manera que si va lo que comen mal maxcado, va a lo menos bien remojado.

Es previlegio de viejos traer siempre atada en el braço la llave del dinero, y tener en la bolsa guardada la llave del trigo, y del vino, y sobre dar trigo para moler y dinero para gastar, hunden a voces la casa, y aun llevan sus mugeres alguna mala comida.

Es previlegio de viejos amohinarse con los que les preguntan qué años han, y holgarse mucho con los que les hablan de los amores que tuvieron, y el daño que en este caso hay es que por una parte quieren matar a los que no los honran como a viejos y por otra se enojan mucho con los que les cuentan los años, por manera que aman la auctoridad y encubren la edad.

Es previlegio de viejos quexarse a todos que no pueden comer bocado, que no les aderesçan cosa sabrosa, que no les dan ningún regalo, que no les hacen la cama llana, que les retienta cada hora la gota, que les hace mucho mal la cena y que no han dormido aquella noche una hora, y, por otra parte, no es Dios amanescido, cuando riñen con todos porque no les dan el almuerço.

No más, sino que nuestro Señor sea en vuestra guarda y a mí dé gracia que le sirva.

De Valencia, a XII del mes de hebrero. Año MDXXIIII.




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Letra para el arçobispo de Barri, en la cual el auctor le declara una palabra que predicó en un sermón de jueves de la cena


Reverendísimo señor:

A una famosa invectiva que el gran filósofo Eschines hiço contra el su mortal enemigo Demóstenes, entre otras notables cosas escribióle estas palabras: «Bien sabes tú, Demóstenes, que para presciarte, como te prescias, de ser varón prudente, habías de ser magnánimo en lo que emprendes, cierto en lo que prometes, avisado en lo que aconsejas, recto en lo que piensas, justo en lo que haces y recatado en lo que dices; lo cual no es así en ti, porque muchas veces haces lo que no debes, y aun otras dices lo que no piensas». Muy gran raçón tiene este filósofo en decir lo que dice, y en reprehender lo que reprehende, pues ninguno con raçón se puede llamar varón cuerdo y sabio, aunque en las obras sea recatado, si en las palabras no es bien medido. Cosa es muy justa que mire cada uno lo que hace, y también es cosa muy injusta se descuide nadie en lo que dice, porque entre hombres generosos y de rostros vergonçosos más fácilmente se satisface una obra aviesa que les hayan hecho, que no una palabra mala que les hayan dicho. Las obras malas, muchas veces se pueden remediar, mas las palabras feas, pocas veces se pueden remediar, ni aun remendar, porque la puñada o puñalada no hiere más de en las carnes muertas, mas las palabras maliciosas traspasan las entrañas vivas.

Todo esto digo, señor, por ocasión de lo que en vuestra letra me escrebistes y argüístes: es a saber, que el jueves de la cena pasado, predicando a Su Magestad el sermón del mandato, decís que dixe ser cosa muy dañosa tener a Dios por enemigo, y que también era cosa muy peligrosa tener a hombre por amigo. Para mí, bien tengo yo creído que creéis vos, señor, haber yo dicho aquellas palabras con alguna advertencia, o por no sentir lo que entonces decía, lo cual no debéis creer ni tampoco decir, porque, a fe de cristiano, le juro que voy, cuando voy, a predicar tan recatado, y digo lo que digo tan sobre aviso, como si me estuviese confesando, o en el altar consagrando. Es el púlpito una cáthedra que Cristo consagró con su persona, y es un lugar sancto para predicar en él la palabra divina, y por este respecto, nadie se debe subir a él para decir descuidos, sino para predicar misterios, porque de otra manera no le llamaríamos al tal predicador divino, sino xaquimista y mulo eterno. De mi pobre parescer, nadie debría ir al púlpito con pensar que poco más o menos dirá en él esto y esto, sino con determinación, de no decir más desto y desto, porque el egregio y famoso predicador, tan medida y tan examinada ha de dar cada palabra, como si aquel día no hubiese de predicar sino aquella sola.

Predicando, pues, yo, aquel día, de Cristo Dios verdadero, y predicando en día tan señalado, y predicando delante un príncipe tan avisado, muy gran culpa fuera mía osar decir cosa que a vuestra señoría pusiese escrúpulo, y en tan alto auditorio engendrase escándalo. Yo confieso haber muchas veces «cogitatione, et delectatione, omisione, consensu, visu, verbo et opere», mas juntamente con esto niego, y aun apelo, de jamás haber hecho cosa en el púlpito la cual primero no estudiase, y una y muchas veces en ella no pensase; que, como dice el glorioso Hieránimo, lo que se tiene por mentira en la plaça, se ha de tener por sacrilegio en la iglesia.

Ya puede ser que, como aquel día de Jueves Sancto, yo me engolfase en predicar misterios tan altos y me estrañase a declarar secretos tan profundos, que no aplomase mucho en exponer aquella palabra y que me pasase por ella algo de corrida, porque oficio del excelente predicador es no dexar de tocar cosas altas, aunque no pueda declararlas luego todas. Lo que entonces no hice, quiero agora hacer: es a saber, declarar aquella palabra, y declarar lo que siento della; y dende agora digo y adevino que cuanto fuere a mí penosa de exponer, será a vuestra señoría apacible de leer, porque es palabra tan misteriosa, que hay en ella bien que decir y muy mucho que encarescer.

Veniendo, pues, al caso, dixe entonces, y tomo a decir agora, que si tener al Criador por enemigo es malo, que tener también a la criatura por amiga es también peligroso, y la causa desto es que como al físico y al amigo no le hayamos menester sino para tiempo peligroso y sospechoso, a mi parescer, más sano consejo le sería al hombre huir los peligros que no apellidar los amigos. Mucho va de tener a uno por amigo a tenerle por próximo, porque teniéndole por amigo, amarle ha como a mundano, el cual amor y amistad causa en ambos a dos a las veces confusión, y aun a las veces dannación.

Mirad bien, señor, lo que digo, y aun lo que dije entonces, y es que no digo yo que tener amigos es malo, sino que es peligroso, y trabajoso, y aun digo agora de nuevo que cuanto fuere mayor el amigo, tanto será más peligro el probarlo, pues no se conosce la estrecha amistad sino en la extrema necesidad. Yo juro, y creo que no me perjuro, que hay muchos, y muy muchos, que se abstendrían de cometer excesos, y aun de perpetrar delictos, si no confiasen en los parientes de que descienden, y no se arrimasen a los amigos que tienen, y así Dios a mí me salve, que lo uno es vanidad y lo otro es liviandad, porque de mi consejo nadie se debría ofrescer al peligro con pensar que en manos de su amigo está el remedio. De buena raçón, nadie había de confiar tanto en los amigos como Cristo de sus discípulos, pues, de judíos, los tomó cristianos, y de pescadores, los hiço apóstolos; mas vemos y sabemos que al tiempo de su pasión, uno le vendió, y otro le negó, y todos juntos le desampararon; de lo cual podemos colligir que son muchos los que nos ayudan a comer lo que tenemos, y son muy poquitos los que nos socorren en lo que padescemos.

Cáeme a mí en mucha gracia que a la hora que dos hombres se topan uno con otro, y se hablan y comen, y andan juntos, y comunican entre sí alguna cosa, luego piensan que está ya la amistad entre ellos para siempre confirmada, lo cual no es, por cierto, así, pues al tiempo de la necesidad, ni quiere dar el uno por el otro un paso, ni aun prestarle un ducado; de manera que son muchos los conoscidos y muy pocos los amigos. Al gran Pompeo, su grande amigo Tholomeo le hiço degollar; al buen Lucilo Séneca, su ahijado Nero le mandó matar; al gran orador Cicerón, su amigo Marco Antonio le hiço descabeçar; al famoso Julio César, sus familiares amigos Bruto y Casio le hubieron de acabar; de lo cual se puede colligir que a las veces viven los hombres muy más seguros entre los enemigos manifiestos que no entre los amigos fingidos. En esta nuestra edad, lo que el amigo hace por su amigo es no aventurar por él la honra, no poner por él la vida, no prestarle de su hacienda, sino darle algo de su conciencia propria, es a saber, ayudarle a tomar vengança de algún enemigo y ayudarle en algún pleito con un juramento falso.

Cosa es de notar, y aun para espantar, cuán fácilmente da poder un pleiteante a su procurador para seguir la causa y para jurar sobre su conciencia, y lo que es para matar de risa, que habiendo el procurador jurado, y aun perjurado, no una, sino muchas veces, sobre su ánima de que se llegan ambos a dos a cuentas, jamás riñen sobre los juramentos falsos que en el ánima de su parte ha hecho, sino sobre los pocos o muchos dineros que le ha gastado. En tales amistades como éstas, digo que no consiento, y de amigos tan perniciosos apelo y me aparto, pues nos niegan la hacienda y nos roban la conciencia. Si cada uno hace conjuración consigo sobre los amigos que le han socorrido, y sobre los que en sus necesidades le han faltado, tengo para mi creído que si hallare uno de quien se alabar, hallará ciento de quien se quexar.

No immérito diximos que es al hombre gran peligro el no acertar en amigo bueno y virtuoso, pues no por más de por quitarnos la gorra, decirnos una buena palabra y hacernos una gran reverencia, nos piden prestada la moneda, se nos van a comer a casa y nos ponen en escrúpulo la conciencia; de manera que muchas veces reniega el hombre del vecino que tomó y aun de la amistad que trabó. ¡O bendita y sagrada amistad de Cristo, con la cual ni tenemos escrúpulo, ni corremos peligro, porque es nuestro Dios tan bueno y quiere tan de veras a los suyos, que ni nos toma la hacienda ni nos perturba la conciencia! La amistad de Dios es segura, pues nunca nos falta; es cierta, pues siempre nos visita; es sancta, pues nos refrena nuestra conciencia; es justa, pues no consiente cosa mala; es provechosa, pues con ella nos comunica su gracia, y es muy rica, pues por ella nos da su gloria. Sólo Dios se puede llamar amigo sancto, amigo justo, amigo celoso, amigo provechoso y aun amigo perpetuo, pues en los amigos que ha de tomar, ni mira que sean ricos, ni se afrenta que sean pobres. De los príncipes deste mundo, todos querríamos ser amigos, si ellos quisiesen serio nuestros; lo cual no nos acontesce así con Dios, el cual toma por amigo a cualquiera que lo quiere ser suyo, y esto hace él sin tener respecto a que sea pobre ni rico, ni siervo ni libre, porque no hace él tanto caso de los servicios que le hacemos cuanto hace del amor que le tenemos. No es hombre Dios que nos mira a las manos para ver qué es lo que le damos, ni nos mira a los ojos para ver si le miramos, ni nos mira a los pies para ver si le buscamos, ni nos mira a la boca para ver qué le decimos, sino que solamente mira el coraçón para ver cuánto le amamos. No se despreció Dios de tomar por amigo a Láçaro el plagado, ni a la Magdalena la profana, ni a Mateo el renovero, ni a la Samaritana adúltera, ni a Açacheo el rico, ni a Simón el leproso, ni aun a Dima el ladrón.

No sin lágrimas de placer lo digo, esto que quiero decir, y es que de ninguno que viene a la casa de Dios pesquisan quién haya sido, sino que solamente le preguntan qué tal desea ser; ni aun tampoco le preguntan de dónde viene, sino adónde va; porque Dios nuestro Señor no mira el puesto de donde tiramos, sino al blanco a do asestamos. Según es poco lo que valemos y poco lo que podemos, y poco lo que tenemos, y poco lo que hacemos, si no nos rescibiese Dios en cuenta los buenos deseos, jamás allegaríamos a ser sus familiares amigos, lo cual no es así en el amor mundano, a do ni resciben en cuenta los buenos deseos, ni tienen memoria de pagar los servicios. Si es verdad que no para más tomamos los amigos de para que nos enseñen lo que hemos de hacer, y nos socorran con lo que hemos menester, osaría yo decir en tal caso que a Dios, y no a otro, habíamos de tener por amigo, pues a ninguno de los que él tiene por suyos dexa hacer nescedad, ni padescer necesidad.

Esto, pues, es lo que yo dixe el otro día predicando, y si no os dais por satisfecho, debríades de hablar con el doctor Alfaro para que os ordene unas píldoras con que purguéis la cabeça, recuperéis la memoria y entendáis la escriptura.

No más, sino que nuestro Señor sea en vuestra guarda y a mí dé su gracia para que le sirva. Amén.

De Granada, a XI del mes de Octubre. Año MDXXII.




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Letra para una señora y sobrina del auctor, que cayó mala del pesar que tuvo, porque se le murió una perrilla. Es letra cortesana, y con palabras muy graciosas escripta


Sobrina querida y señora lastimada:

Después que vimos lo que escriben de allá por una carta, y supimos la ocasión de vuestra tristeza, tengo por imposible hayáis vos allá tanto llorado, quanto acá todos vuestros deudos hemos reído. No os maravilléis, señora, desto que digo, pues así fué, así es, y así será, que a do unos perescen, otros se salvan, y a do unos se afaman, otros se infaman: y a do unos ríen, otros lloran: y la causa desto es, que como hay tantas mudanças en esta vida, y no haya cosa estable en ella, jamás los hombres tienen un querer, ni cosa ninguna en un ser. Así como en una parte de la mar haze bonança, y en otra tempestad, y en una parte de la tierra atruena, y en otra haze sol, así acontesce muchas vezes a los hombres, a unos de los quales les duele la cabeça de reír, y a otros les escueze los ojos de llorar. Y pues es tan cierta la calma después de la tempestad, como es la tempestad después de la calma, sería yo de parescer, que nadie se ensoberbesciese con la prosperidad, ni que tampoco desesperase con la adversidad: porque al fin, al fin, no hay pesar que no se acabe, ni aun hay plazer que no ahite. Hannos acá dicho, y hemos por una parte sabido, que se os murió una vuestra perrilla de parto, la muerte de la qual os ha causado tanta pena que os dió luego una rezia calentura, y estáis muy mala en la cama, y para deziros la verdad aquella vuestra pena fué la causa de toda nuestra risa. Todas las cosas desta vida se han de tomar en una de tres maneras: es a saber, que o se han de llorar, o se han de reír, o se han de disimular; mas este vuestro negocio, más es para reír que no para dissimular: pues amastes como vana, y lloráis agora como liviana.

Don Gaspar de Guevara vuestro primo y mi sobrino, me ha mucho rogado, y con palabras muy tiernas persuadido, a que os vaya a visitar o os embíe a consolar, y para más me convertir, ha jurado y perjurado, que en el grado que yo sentí la muerte de doña Francisca mi hermana, tanto y más habéis vos sentido la muerte de vuestra perrilla. Un niño, quando nasce, ni sabe andar, ni sabe comer, ni sabe hablar, mas junto con esto luego sabe llorar: de manera, que no está la culpa en que lloramos, sino en aquello por que lloramos. Nuestra madre Eva lloró por su hijo Abel, Iacob lloró por Joseph, David lloró por Absalón, Anna lloró por Tobías, Hieremías lloró por Hierusalén, la Magdalena lloró por sus pecados, Sant Pedro lloró por su reniego, y Christo nuestro Dios lloró por su amigo Lázaro, y vos, señora, por la muerte de un perrito, el qual lloro jamás de nadie lo oí, ni aun en libro le leí. Como no sean otra cosa las lágrimas que lloramos, sino unas gotas de sangre que destilan del coraçón por los ojos, en mucho cargo echa el que por muerte de su amigo llora, y estimo esto en tanto grado, que se ha de tener en más el llorar una lágrima sobre la sepultura, que el haberle dado toda su hazienda en vida. El oficio de andar hase de atribuir a los pies, y el de hablar a la lengua, y el de trabajar a las manos, y el de llorar al coraçón, porque los ojos no son sino unas alquitarras por do el coraçón llora, y unas puertas por do sale la vista. Pues como el triste del coraçón esté en el centro de las entrañas encerrado, y como no tenga pies para andar, ni manos para obrar, con la lengua manifiesta lo que ama, y con las lágrimas pregona por lo que pena. Si como vemos los ojos que lloran, viésemos también el coraçón del que llora, quantas lágrimas le viésemos llorar, tantas gotas de sangre le veríamos del coraçón salir: de manera, que si en el coraçón no hubiese tristeza, jamás saldría por los ojos lágrima. Digo esto, señora sobrina, para dezitos que debíades de amar mucho aquella perrilla, pues tan sobrado sentimiento habéis hecho por ella: porque para atinar lo que uno ama o lo que aborresce, no han de mirar lo que con la lengua alaba, sino aquello por que su coraçón sospira. La lengua no puede revelar, sino los pensamientos que pensamos: mas las lágrimas son las que descubren los amores que tenemos, y de aquí es que en los hombres, y aun en las mugeres, pueden ser las palabras fingidas; mas las lágrimas que lloran, siempre son verdaderas. Testimonio falso es dezir los hombres, que son lágrimas fingidas las que lloran las mugeres, lo que puede acontescer en este caso es que lloren ellas por una cosa, y digan que lloran por otra: mas llorar ellas de burla, cosa es que ni ellas pueden hazer, y que nadie la debe creer. Que lloren ellas por uno, y digan que lloran por otro, ni dello las alabo, ni aun por ello, las condeno: porque en el coraçón generoso y valeroso no ha de haber en él cosa más escondida, que es aquella que él más ama. Mucho pregunta el que a otro pregunta por qué está triste, por qué llora, o en qué piensa, o de qué se quexa; y si es importuno alguno en lo preguntar, ha de ser el otro muy grave en le responder, porque a la hora que uno dize porque llora, a la hora descubre qué es lo que ama.

Todo esto digo, señora prima, para en defensa de vuestros sospiros, y para favorescer a vuestras lágrimas, las quales yo creo que derramastes con poca devoción, aunque muy de coraçón, pues me certifican todos, que ni se os afloxa la calentura, ni aún os levantáis de la cama. Para confesaros la verdad, yo no me maravillo que lloréis, mas escandalizome de lo porque lloréis: pues os sería más honroso y aun más provechoso, llorar siquiera un pecado, que no llorar por un perro, siendo como vos sois en sangre ilustre, en vida honesta, en patrimonio rica, en gesto hermosa, y en conversación sabia, no puedo tener paciencia de haber puesto vuestro amor en una perrita, que como dize: el divino Platón, tal es el que ama, qual es aquello que ama. Como sea tan grande la fuerça del amor, que del que ama y de lo que se ama se haga una misma cosa, tiénese por cierto que si amo cosa racional, me torno racional: y si amó algún bruto, me torno bruto: de lo qual podemos inferir, que pues vuestro amor pusistes en una perra, que sin ninguna culpa os podremos dezir cucita cucita. Yo he gran vergüença, y aun aina diría, que tengo afrenta, de veros haber puesto el vuestro buen amor en una perilla, el qual hecho ha sido de muchos mirado, y de todos murmurado, y así dios me salve que tienen mucha razón, porque nadie debe poner los ojos, ni ocupar sus pensamientos, sino es a do tenga su coraçón bien empleado, y que le será su amor bien agradescido. La mejor pieça del cuerpo es el coraçón, y la mejor alhaja del coraçón es el amor, y si éste no se acierta a estar bien empleado, téngase su dueño por el hombre más desdichado del mundo; de manera, que no sabe bien vivir, el que no sabe bien amar. Yo no sé qué fruto sacábades del amor de una perrilla, y qué era el reconoscimiento que ella por el amar os daba, sino era hinchiros de pelos, ensuciaros la sala, dormir en el estrado, cargaros de pulgas, xabonarla en el verano, acostarla con vos en el invierno, ladrar quando dormíades, y reñir si tocaban en ella las moças.

Más aún y allende desto, no contenta con darle el mejor bocado de lo que comíades, y de proveerla con caxabeles de plata y de collares de seda, andabádes siempre con muy gran sobresalto, sobre si las moças la guardaban, o si los que entraban la hurtaban, de manera que algunas vezes era a vos importuna, y a los de vuestra casa muy enojosa. De vosotros dos, no sé qual fué mayor, la dicha de la perrilla, en ser de vos tan amada, o la desdicha vuestra, en querer amar tan ruin cosa, aunque no dexo de conoscer, que hay muchos en la corredera, y aun no lexos de vuestra casa, que tienen embidia a la perrilla, lo uno por llamarse vuestros, y lo otro por gozar de vuestros regalos. También quiero deziros que tener un mono, un gato, un papagayo, un tordo, y un xerguerito, no hay en ello culpa, ni aun es cosa deshonesta, con tal condición que no empleemos en ellos más que los ojos para verlos trebejar, y las orejas para oírlos cantar, mas no el coraçón para haberlos de amar, porque a los semejantes coxixos, abasta que los regalemos, sin que los lloremos. Para hazer como hazéis tan gran sentimiento por una perrita, paréceme que excedéis los límites de señora honrada, y aun de muger cristiana, porque lágrimas cristianas, nadie las debe llorar por lo que perdió, sino por lo en que ofendió. Si pusiesen delante el alcalde de Çaratán, la muerte de vuestra perrilla y los deméritos de vuestra vida, yo juzgo que juzgase aquel buen rústico, que por muerte de la perrica riesen, y que por vuestras culpas llorasen, en lo qual ni vos queréis pensar, ni aun yo rumiar, porque vos y yo sentimos lo que perdemos, y no hazemos cuenta de lo en que pecamos. Más razón sería que os acordásedes del dios que os crió, que no de la perra que se os murió, que dios nuestro Señor dióos ánima con que le fruísedes y entendimiento con que le conosciésedes, mas la desventurada de vuestra perrilla no tenía más de lengua para ladraros y dientes para morderos. La mayor lástima que habéis de tener de vuestra perrilla es el no la haber dado sepultura honrrada, y de no le haber llamado para su enterramiento a la cofradía de la misericordia, porque desta manera, absolviérase con la bula, y rezaran todos los cofrades por ella. Del magno Alexandro leemos que enterró a su caballo, y Augusto el emperador a un papagayo, y Nero el cruel a un tordo, y Virgilio Mantuano a un mosquito, y Cómodo el emperador a un mono, y el príncipe Heliogábalo enterró también un paxarico en cuyas obsequias oró y cuyo cuerpo embalsamó. Bien tengo para mí creído, que si esto que aquí escribo hubiérades antes leído en alguna escriptura, o oído a alguna persona, no dubdáredes de dar sepultura a vuestra perrilla, aunque para deciros la verdad, por muy peor tengo las lágrimas que por ella llorastes, que no los sepulcros que ellos a sus animales hizieron. Otro descuido muy grande hezistes, y es, que no llamastes a la comadre Gallarda para el parto de vuestra perrilla, ni fuistes a sant Christóbal en romería, ni le ceñistes el cordón de santa Quiteria, porque desta manera ya pudiera ser, que ella escapara del parto, y vos ahorrárades el lloro. También es de creer que tendríades para su parto algunas gallinas para caldos, algunos huevos para torrejas, y algunas conservas para los desmayos, y algunos pañales para enbolver los cachoritos; si esto, señora, es así, partamos como tío y sobrina, en que toméis para vos las lágrimas, y me deis a mí las gallinas y conservas. Dexadas, pues, señora, las burlas aparte, sea la conclusión de todo esto, que os dexéis de llorar, y os comencéis a levantar, porque de otra manera, no lo atribuiremos ya a burla, sino a locura.

No más, sino que nuestro Señor sea en vuestra guarda, y a mí dé su gracia que le sirva. De Burgos a VIII de febrero. 1524.




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Razonamiento hecho a la serenísima reyna de Francia, en un sermón de la transfiguración, en el qual se toca por muy alto estilo, el inmenso amor que Cristo nos tuvo


Muy alta princesa y serenísima Señora:

El más antiguo entre los antiguos, y el más famoso entre los famosos adagios o proverbios, es aquel que dixo el oráculo de Apolo a los oradores Romanos, es a saber, Noscete ipsum, y Ne quid nimis, y es como si dixera: Todo el bien de la república está, en que cada uno conozca a sí mismo, y que nadie se muestre en lo que hiziere estremado, porque la presumpción acarrea peligro y todo estremo trae trabajo. Palabras más breves, y sentencias más compendiosas que fueron éstas, ni se podría dezir, ni aun en libros leer, porque hablando la verdad, si cada uno considerase para quán poco es, a nadie juzgaría por malo, y si nadie no quisiese tomar todas las cosas tan por el cabo, no se harían tantos yerros en el mundo.

El hombre que en la conversación es presumptuoso, y en los negocios es cabeçudo y porfiado, nadie le debe tener embidia, ni menos arrendar le la renta, pues agua arriba nada, y contra viento pesca. El mucho comer y el poco comer es estremo, el mucho frío y el mucho calor es estremo, la mucha abundancia y la estrecha pobreza es estremo, de lo cual podemos inferir, que sola la virtud es la que nunca declina del fiel, y sólo el vicio es el que jamás no sufre nivel. Llamar a un hombre hombre estremado, es decirle la mayor injuria del mundo, porque el hombre cabeçudo y estremado, no está dos dedos de tornarse loco, pues no es otra cosa locura, sino hazer cada uno lo que se le antoja.

Si esto, pues, es verdad, como es verdad, porque dize hoy Evangelio, que en el monte Tabor hablaban con Cristo Moysén y Helías, del exceso que había de cumplir en Hierusalén, pues toda cosa excesiva, no puede carescer de, culpa: Quién con verdad podrá dezir, que haya cosa que Dios no pueda y haga Él cosa que no deba. Dize el Evangelio: Quod loquebantur de excessu quem completurus erat in Hierusalem, es a saber, que hablaban entre sí de un gran exceso que Cristo había de hazer en Hierusalén, las quales palabras, parece que de sólo oírlas se ofenden las orejas, pues es condición de Dios que no pueda cosa superflua hazer ni en obra ninguna pueda errar. No sólo no sería Dios, mas aun sería hombre, y no de los muy buenos, el que pudiese pecar y en algún negocio errar, mayormente, que en igual grado están el que comete algún pecado, y el que haze algún exceso.

Examinemos, pues, agora la vida del buen Jesu, y veamos si por caso toparemos en qué fué Él extremado o en qué hizo algún exceso, pues toda la vida de Cristo no fué sino un relox por do nos regimos, y un blanco a do asestamos. No diremos que hizo exceso en el comer ni menos en el beber, pues nos consta por verdad que en acabando el baptismo, ayunó en el desierto quarenta días arreo. No hizo Cristo exceso en el vestir, ni tan poco en el calçar, pues no leemos dél que tuviese más de dos túnicas, y no sabemos si calçaba aun sandalias. No hizo Cristo exceso en el dormir, ni tampoco en el holgar, pues por orar le pasaba muchas noches sin sueño y cabe el pozo de Samaria le hallaron cansado. No hizo Cristo exceso en las palabras que dezía, ni aun en los sermones que dezía, pues dezían dél sus enemigos, que nunca hombre así habló, y delante los juezes muchas vezes calló. No hizo Cristo exceso en la ley que nos dió, ni en los preceptos que ordenó, pues en su Evangelio no manda cosa profana, y a los profesores dél promete la vida eterna. No hizo Cristo exceso en allegar para sí mucha riqueza, ni aun en quitar lo necesario para la vida humana, pues por una parte vivían Él y los de su colegio de limosnas, y por otra parte permitía que colligiesen Él y los suyos las espigas de los campos.

Para dezir verdad y sacar, este negocio a claridad, el exceso que el bendito Jesu hizo, no fué en el comer, ni en el beber, ni en el vestir, ni en el dormir, sino solamente en el amar, porque todas las obras que Cristo hizo fueron finitas, excepto el amor con que las hizo, que fué infinito. Si de una parte se pusieran los tormentos que Cristo padescía, y la sangre que derramaba y las lágrimas que lloraba, y de otra parte se pusiera el imenso amor que nos tenía, sin comparación eran muy mayores sus amores que sus dolores, porque en el ara de la cruz feneció su pasión, mas no su afeción.

En todas las cosas fué Cristo hombre reglado, fué medido, y fué comedido, excepto en el amor que a todo el mundo tuvo, el qual fué tan excesivo, y tan sin medida y peso, que excedían las fuerças de la humanidad y olían y sabían a la divinidad. En uno que fuera solamente hombre, y que no fuera Dios y hombre como era, repugnaba poder tanto amar y aun tanto por lo que amaba padecer, porque comúnmente más muestran los hombres su amor en las palabras que dizen, que no en las obras que hazen, Cristo nuestro Dios más amó que habló. ¿Qué hubo en Cristo con que no padeciese, y qué tuvo con que su amor no nos mostrase? Mostrónos Cristo nuestro Dios su amor con sus benditos ojos, pues con ellos lloró nuestros pecados. Mostrónos su amor con sus pies santos, pues con ellos andaba predicando por los pueblos. Mostrónos su amor con sus sagradas manos, pues con el tacto de ellas sanaba los enfermos. Mostrónos su amor con su dulce lengua, pues con ella dió a todo el mundo tanta y tan buena doctrina. Mostrónos su amor con su sagrado cuerpo, pues no hubo en él miembro que no fuese atormentado. Mostrónos su amor con su coraçón bendito, pues amó con él a todo el universo mundo. Sea, pues, la conclusión, que si más miembros Cristo nuestro Dios tuviera, más insinias de amores nos mostrara, porque de su propio natural, era Cristo tierno en el perdonar y constante en el amar.

Podemos también dezir, que si Cristo hizo exceso fué en la demasía de sangre que derramó, pues es cosa cierta que abastara para remediar millares de mundos una sola gota. Hizo también exceso Cristo en permitir que tantas espinas traspasasen su cerebro, tantos clavos rompiesen sus carnes, y tantos açotes abriesen sus espaldas y tantos dolores atormentasen su cuerpo, los quales dolores excedieron a los de todos los mártyres, porque ellos solamente sentían los suyos, mas Cristo nuestro Redentor sintió los que Él padecía, y los que ellos habían de padecer.

Fué también excesivamente grande el pesar que Cristo tomó y la compasión que tuvo de todos los hebreos, que a él mataban, y de todos los pecadores que a su Padre ofendían, y fué este dolor en Cristo tan grande, que se puede creer que nadie en esta vida haya tomado tanto plazer de ver a sus enemigos perdidos, quanto pesar tomó Cristo de no merecer los hebreos que fuesen perdonados.

Entre todos los excesos, el mayor exceso que Cristo hizo fué el mucho amor que nos tuvo, y en las obras que hizo de enamorado, porque nadie en esta vida supo así amar como Cristo amó ni aun mostrar el amor como Él lo mostró. Moysén y Helías no hablaban con Cristo de la hazienda que ellos tenían, ni del gobierno de su casa, ni aun del estado de la sinagoga, sino cómo había en Ierusalén de padecer, y por todos allí de morir, la qual pasión Él había de padecer con excesivo dolor, y con extremado amor. Si diligitis me, mandata mea servate, dezía Cristo a sus discípulos, y es como si les dixera: No os engañéis, discípulos míos, en dezir que me queréis mucho, si por otra parte os descuidáis en lo que toca a mi servicio, pues Yo no me contento con quereros bien, sino que también os hago bien. Si profundamente se miran estas palabras de Christo, hallaremos por verdad, que el verdadero amor de Dios no sólo consiste en el afeto, sino en el efeto, quiero dezir, que a Dios nuestro Señor más le plazen las obras buenas, que no los deseos tantos. El que es flaco y enfermo cumple con sólo amor, mas el que está sano y rezio, debe amar y obrar, porque Cristo nuestro Dios acepta el no poder, y desplácele el no querer.

Nunca en las divinas letras habla la Escriptura Sacra del amor, que no hable luego de lo que el enamorado ha de hazer, porque dezir Cristo: Si diligitis me, mandata mea servate, es dezir, que entonces de verdad le amamos, quando sus sagrados mandamientos guardamos. En otra parte dixo Cristo: Diligite inimicos vestros, et benefacite his que oderunt vos, y es como si dixera: Amad a vuestros enemigos, y hazed bien a los que os persiguen, de lo qual podemos inferir que no para Cristo en dezir que amásemos, sino que juntamente con el amar obrásemos. En otra parte dezía también la Escritura Sacra: Ignis in altare meo semper ardebit, et sacerdos nutriet illum mittens ligna, y es como si dixese: En el templo que está a Mí dedicado, y en el altar que está para Mí consagrado quiero que haya siempre fuego y que esté bien encendido, y uno de los sacerdotes tendrá cargo de sustentarle de leña, y de atizarle por que no se muera. Mucho es aquí de notar, que no se contentó Dios con ordenar que en su templo hubiese fuego de amor, sino que también mandó que echasen en él leña de buenas obras, porque así como luego se muere el fuego si no le atizan con leña, así también se atibia luego el amor, a do no entreviene buena obra. El fuego sin leña muy presto se torna ceniza, y el amor sin obra muy presto se acaba, de manera que en casa del hombre enamorado, ni el coraçón ha de holgar de amar, ni la mano de obrar.

Dirá el filósofo que el hábito se engendra del acto, y dirá el theólogo que el buen amar se conserva con el bien obrar, de lo qual podemos inferir, que entonces ama más a Dios, quando en lo que podemos le servimos. Deste tan excesivo amor que Cristo nos tuvo, dize el propheta Hieremías, cap. 31: In charitate perpetua dilexi te, y es como si dixera: Yo ni amo como los otros aman, ni es mi amor como son los otros amores, porque amo a los míos con caridad y trato a todos con piedad, y lo que es más de todo, que jamás ceso de amar, ni me canso de bien hazer.

Es agora aquí de notar, que si alguno se determina de amar alguna cosa, es por algún bien que vee en ella, así como si ama una piedra es por su propiedad, y si ama el manjar es por ser sabroso, y si ama el oro, es por ser precioso, y si ama a la música, es porque le alegra, y si ama a la muger, es porque le parece hermoso, de manera que nadie se arroja a amar alguna cosa si no entiende que hay algún bien en lo que ama. No es, por cierto, tal el amor que anda entre Dios y mí, y mí y mi Dios, pues no vee cosa en mí por que se enamore de mí, lo qual parece claro, en que mis ojos no miran sino liviandades, mis orejas no quieren oír sino mentiras, mis manos no tratan sino en rapiñas, y en mi coraçón no hay sino codicias, por manera, que en mi triste persona no vee Dios cosa, por que me ame, y vee muchas por que me aborrezca. Para remediar el bendito Iesu los pecados que en nosotros vee, y las ingratitúdines que en nosotros halla, acuerda de socorrernos con su misericordia, y darnos de su mano la su muy bendita gracia, mediante la qual hagamos algunas buenas obras, de que Él mismo se enamore, y que con nuestras ánimas se requiebre. A Sant Pedro que le negó, y a San Pablo que le iba a perseguir, y a San Mateo que estaba recambiando, y al ladrón que andaba salteando, nunca por cierto atinaran ellos a su casa, si él primero no les diera su gracia, porque si está en nuestra mano el caer, en sola la de Dios está el nos levantar. ¡Oh amor nunca oído, oh enamorado nunca visto!, el qual, contra la orden de amar, pone de su casa el amor, y aun las ocasiones para amar: de manera, que los amores que hay entre Ti y mí, ¡oh buen Iesu!, son que Tú me das a mí con que te enamores de mí. Dezir Dios, como dixo por el propheta, In charitate perpetua dilexi te, es dezir que el amor con que Él nos ama, no es caduco ni transitorio, sino que es fixo y muy perpetuo, lo qual es así verdad, pues primero nos haze con su gracia a sí aceptos, que por nuestras buenas obras merezcamos ser sus amigos.

Nuestro buen Dios, si nos ama, ámanos en bien, ámanos con bien, y ámanos para bien, mas el mundo, y los amadores del mundo, no nos aman, sino mal, y con mal y para mal, porque ya nadie quiere a nadie bien por sola caridad, sino por su utilidad. In charitate perpetua me amas Tú, ¡oh amores de mi alma, y oh Redentor de mi vida!, pues el amor que Tú nos tienes es tuyo, y el provecho que dél se sigue es mío, porque con los amores que tienes Tú a tus criaturas, no pretendes en ellos otra cosa, sino es mostrarnos tu suma bondad, y emplear en nosotros tu gran charidad. In charitate perpetua nos amó el bendito Jesu, pues en el gran día de su pasión, no fueron bastantes los tormentos de su cuerpo, ni aun las maldades de tu pueblo a poder resfriar tu suma bondad, ni agotar tu gran caridad, pues con gemidos inenarrables, y lágrimas irremediables rogó por los que le crucificaban, y perdonó a los que le ofendían. In charitate perpetua nos ama nuestro buen Cristo, pues a la hora que acabó de orar, acabó de espirar, y acabó su sangre de derramar, luego sacó fruto de su pasión y tuvo eficacia su oración. Pues Sant Pedro se arrepintió, el ladrón se convirtió, el Centurión le reconoció, y muchos de los plebeyos herían sus pechos y se arrepentían de sus pecados. ¡Oh quán malo debe ser el pecado, y oh quánto Dios debía estar del mundo enojado!, pues fué necesario que primero el hijo orase y llorase y muriese que su Padre se amansase, y a nosotros perdonase.

In charitate perpetua nos amó el Redentor del mundo, pues el día que espiró en el ara de la cruz, el ánima se fué para el limbo, el cuerpo quedó con el sepulcro, la sangre quedó derramada en el suelo, el colegio apostólico todo fué desparzido, y sólo el amor que dos tenía quedó todo junto, porque si al buen Jesu se le acabó la vida que tenía, no se le acabó el amor con que nos amaba. Non rogo pro his tantum sed pro his qui credituri sunt in me, Ioanis, I8, dezía Cristo, hablando con el Padre la noche de su pasión, y es como si dixera: No sólo te ruego, Padre, por los doze apóstolos que me aman, y por los setenta y dos discípulos que me siguen, mas aun también te ruego por todos los fieles que en Mí han de creer, y a Ti han de amar para que así como Tú y Yo somos una mesma cosa en la divinidad, seamos ellos y Yo un cuerpo místico por charidad. ¡Oh Redentor de mi vida, oh reparador de mi alma!, ¿qué podré yo hazer para tu servicio o con qué pagaré yo algo de lo mucho que te debo? Si no soy bastante de regraciarte las mercedes que me hazes cada hora, ¿cómo seré bastante para agradecerte los amores que muestras a mi alma? Las palabras que Cristo dixo en aquella oración, dignas son de notar y dellas nos aprovechar, pues no siendo nosotros nacidos, ni aun nuestros abuelos, ni visabuelos, con tanta eficacia rogó al Padre por la salvación de todos los de su Yglesia, como rogó por los que estaban con Él en la cena, de manera, que el bendito Señor, como por todos había de morir, por todos quiso rogar. Firmemente es de creer, y en ello no dubdar, que pues nuestro Redentor se acordó de nosotros antes que viniésemos al mundo, que también se acordara de los que están en su servicio, pues no hay so el cielo nombre que sea a Dios tan acepto como es el nombre de Cristo, mayormente si el cristiano es virtuoso.

No vaca de alto misterio querer Cristo nuestro Dios el jueves en la noche orar, y luego el viernes siguiente morir, en lo qual se nos da a entender, que muy poco aprovechara, ser redimidos por su muerte, si no merescemos ser Cristianos por su oración, porque los Judíos y los Gentiles puédense preciar que fueron redimidos, mas no se pueden alabar que sean con nosotros cristianos. La sangre que Cristo derramó estendióse a los pecadores y a los justos, mas la oración que Cristo oró no alcançó sino a los que eran dél escogidos, lo qual parece claro, en las palabras benditas de su oración, porque en dezir como dixo, que rogaba por los que en Él habían de creer, es dezir que no rogaba por los que dél habían de descreer.

Dime, yo te ruego, cristiano, si Cristo no rogara por nosotros, ¿qué fuera de nosotros? Si en la iglesia de Dios hay hoy alguna obediencia y paciencia, y hay alguna caridad y humildad, y hay alguna abstinencia y continencia, todo se ha de atribuir al amor que Cristo nos tuvo en la oración, que al Padre por nosotros hizo, porque con la sangre redimió nuestra desgracia y con la oración nos alcançó la gracia. Que ame uno a los presentes, y a los absentes, y que ame a los vivos y aun a los muertos, cosa es que pasa, mas amar a los advenideros y que no son nascidos, cosa es nunca vista ni oída, si no fué en Cristo nuestro Redentor, el qual aborresce a los malos que son vivos, y ama a los buenos aunque no son nascidos. Andan entre sí tan pareados la muerte y la vida, el amor y el desamor, el que ama y lo que se ama, que al fin todo se acaba en la postrera hora, de manera, que en un átomo y momento se arrancan de nuestras carnes los dolores que padescemos, y los amores que tenemos. No es, por cierto, desta librea, ni se hizo en esta turquesa el amor con que Cristo nos ama y lo que Él quiere a su santa iglesia, pues su amor començó antes que començase el mundo, y no acabará de amarnos aun el día del juicio.

Sea, pues, la resolución de todo lo dicho, que el exceso de quien hablaban hoy en el monte Tabor, fué de los excessivos dolores que allí Cristo había de padescer, y del inmenso amor que allí nos había de mostrar. Aquí por gracia y después por gloria, ad quam nos perducat Dominus. Amén.




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Letra para el conde Nasaoth y marqués de Cenete, en la qual, le declara el auctor por qué los de la secta de Mahoma unos se llaman Moros, otros Sarracenos y otros Turcos


Muy ilustre señor, y mi muy especial amigo:

Señor ilustre os llamo por la ilustre sangre que tenéis de vuestros pasados, y llámoos amigo por la estrecha amistad que hay entre nosotros, la qual es tal y tan verdadera, que dubdo yo la pueda nadie mejorar ni sea bastante para la empeorar.

Habrá diez días que en la cámara de Su Majestad me encomendó un secreto que le declarase., y me propuso una dubda que le absolviese, en la cual después acá yo he andado escudriñando y he estado estudiando, con toda presteza y sin ninguna pereza, porque muy justa cosa es, haga yo lo que vuestra señoría manda, pues no sabéis negarme cosa que os pida. Si le paresce que he tardado en responder a su demanda, y en cumplir mi promesa, yo le juro por vida suya y por la salvación mía, que no ha sido por no la buscar, sino por no la hallar, porque siendo como es su demanda tan estraña, no la podía yo hallar sino en alguna historia muy peregrina. Como vos, señor, sois hombre de tanta lealtad y sois amigo de tanta verdad, no osaría yo escrebir cosas fabulosas ni historias inciertas, mayormente que en la cámara de Su Majestad hay personas tan avisadas en lo que dizen, y tan entendidas en lo que leen, que ni se dexarán engañar, ni consentirán a nadie mentir. Fué, pues, señor, la dubda que me encomendastes que os buscase por qué el Turco se llamaba el gran Turco, y por qué los de la ley de Mahoma se llaman unos Sarracenos, y otros se llaman Moros, y otros se llaman Turcos, como sea verdad que todos ellos sigan una secta y reconozcan por señor a Mahoma. Séos, señor Marqués, dezir, que es de tal condición vuestra dubda, que a nadie vi en ella dubdar, y aun es historia de que pocos se han puesto a escrebir, a cuya causa, me ha sido muy dificultosa de hallar, y no poca enojosa de copilar. Será, pues, el caso, que para declarar bien su dubda, y para que no le quede ningún escrúpulo de su demanda, yo habré de tomar algo de lexos la correndilla, porque la historia es algo entricada de escrebir, aunque después de escripta, es sabrosa de leer.

Veniendo, pues, el caso, habéis, señor, de saber, que en Asia la Menor hay una tierra que encierra en sí muchas y diversas tierras, las quales todas juntas se llaman la Gran Turquía, la qual por la parte de Oriente llega hasta Armenia la Menor, y parte del Occidente llega hasta el piélago Cínico, y por parte de Setentrión, llega al río Euxonio, y por parte del mediodía, llega al monte Pithiniaco. En esta tierra de Turquía, hazia la parte de Armenia, no lexos del monte Patón, solía haber una ciudad antiquísima, que había nombre Troconia, y los moradores de ella se llamaban los Troconios, y después que los Scithas entraron a poblar y aquella ciudad y tierra, como no acertaban a dezir Troconia, llamábanla Turquía, y a los moradores della llamaban Turcos, de manera, que de Troconia descendió este nombre Turquía. Dentro de esta tierra Turquía, hay muchas y muy diversas provincias, es a saber, la provincia de Licaonia, cuya cabeça es la ciudad de Yconio. Hay también otra provincia que se llama Capadocia, cuya cabeça es la ciudad de Cesarea. Hay también allí otra provincia, que se llama Ysaura, cuya cabeça es la ciudad de Seleucia, y lo es agora otra ciudad que se llama Briquiana. Hay también allí otra provincia que se llama la Jonia, cuya cabeça es la famosa ciudad de Épheso, que por otro nombre se llamó antiquísimamente Quisquiana. Hay otra provincia que se llama la Paflonia, cuya cabeça es la ciudad de Gernápolis, en la qual se solía hazer la más fina púrpura de toda la Asia.

En esta tierra que se llama Turquía, así como en ella hay diversas tierras y provincias, también viven en ella gentes de diversas naciones, y varias condiciones, es a saber, Asianos, Griegos, Armenios, Sarracenos, Iacobinos, Iudíos, y aun Christianos, los quales todos reconoscen al Gran Turco por rey, aunque no todos guardan su ley. Esto presupuesto, es agora aquí de saber, que en el reyno de Palestina, que es en la comarca de Damasco, hay tres muy antiquísimas Arabias: es a saber: Arabia Felix, a do es sita la mayor Siria, y Arabia Deserta, que es cabe Egypto, y Arabia Pétrea, a do cae la tierra que llaman Judea. Al cabo desta Arabia Pétrea, que es de la otra parte del río Jordán, y del monte Líbano, había antiguamente una gente que llamaban los Sarracenos, los quales tenían por metrópolis y su principal ciudad a un lugar que había nombre Sarraco, de la derivación del qual nombre, Sarraco, se llamaron ellos los Sarracenos. En los siglos pasados eran estos Sarracenos tenidos por hombres que naturalmente tenían más habilidad para pelear con los enemigos, que no para arar ni labrar los campos, porque en las guerras sufrían muchos trabajos, y en la paz eran muy sediciosos. En la reputación que agora son tenidos los Suyços acá en el poniente, eran tenidos entonces los Sarracenos allá en levante: de manera, que ningún príncipe osaba en Asia ir a la guerra, si no llevaba de los Sarracenos una buena vanda.

Siendo, pues, en Roma emperador de los Romanos, uno que había nombre Eraclio, el qual como pasase en Asia a hazer guerra al rey de Persio, embió a rogar a los Sarracenos le viniesen a ayudar y a servir en aquella guerra, jurándoles y prometiéndoles que serían bien tractados, y muy bien pagados. Vinieron, pues, al campo del Emperador Eraclio quarenta mil peones de los Sarracenos, todos muy bien armados, y en cosas de guerra muy bien instructos, y truxeron por su principal caudillo y capitán a un hombre de su tierra que se llamaba Mahoma, varón tal y tan nombrado, que entre ellos era tenido por muy astuto en lo que hazía, y por muy esforçado en lo que emprendía. Aunque de su natural condición era el capitán mahoma de gente suez, y de sangre obscura, hizo por su persona en aquella guerra cosas muy ilustres, las quales fueron tales y tan señaladas, que abastaron para darle con los suyos gran crédito, y para poner en sus enemigos muy grande espanto. En todo el tiempo que duró la guerra de los Parthos, ninguno fué del emperador Eraclio tan privado, ni en las cosas de la guerra tan bien fortunado, como lo fué el capitán Mahoma, porque en el consejo de guerra era muy cierto su voto, y al tocar del arma le salía siempre primero.

Acabada la guerra que los Romanos hazían a los Parthos, como el emperador Eraclio mandase despedir a toda la gente forastera, que andaba con él a sueldo en sus reales, y ellos se fuesen mal pagados y peor contentos, acordaron de en uno se amotinar y las tierras saquear. En este motín y conjuración fueron los más y más principales todos los que llamaban Sarracenos, los quales, con su capitán Mahoma, y Mahoma con ellos, sojuzgaron ante todas cosas al reino de Palestina, y a todo Egypto, y a Damasco, y a las dos Sirias, y a tierra de Judea, y a Pentápolis con Antiochía, sin que nadie fuese poderoso de los resistir ni con ellos se tomar.

Es también aquí de saber, que por parte de su padre, era Mahoma hijo de un hombre gentil, y por parte de su madre era hijo de una muger Judía, y como siendo mancebo se crió allá en Judea, tuvo por amigo a un monje, que llamaba Sergio, y moraba en el monte Sión, el qual era de su natural condición muy ambicioso, y tocado de la heregía de Arrio y Nestorio. Como vió Mahoma que a los Sarracenos de su tierra los tenía ya, no sólo como a naturales y amigos, sino como a súbditos y vasallos, acordó de hacerse de ellos no sólo rey, mas aun de darles ley, porque siendo rey le sirviesen, y dándoles ley le adorasen. Como el maldito Mahoma tenía por padre a un hombre Gentil, y por madre, a una Iudía, y por amigo a un herege cristiano, acordó de componer de todas estas tres leyes una ley o secta: es a saber, de Gentiles, y de Iudíos, y de cristianos, para con todos cumplir, o por mejor dezir, para a todos engañar. Como no pretendía el maldito de Mahoma salvar las ánimas, ni aun pretendía reformar las repúblicas, sino que solamente quería ser servido mientras viviese, y ser adorado después que muriese, compuso su ley, y ordenó su secta de tan malos consejos, y de tan inicos preceptos: porque los virtuosos se afloxasen, y los viciosos se holgasen.

En el año de seyscientos y treynta, pasó Eraclio en Asia a la guerra de los Parthos, y en el año de treynta y dos se acabó aquella guerra, y en el año de treynta y quatro acabó Mahoma de conquistar a toda la más de Asia, y luego en el año de seyscientos y treynta y seys, dió Mahoma su ley a los Sarracenos de su tierra, la qual él introduxo primeramente en Arabia Pétrea, y esto no predicando, sino peleando. Estando, pues, las cosas del oriente en este estado, acontesció que en el año de seyscientos y quarenta y dos, salieron por los estrechos y montañas del monte Caucasio gran muchedumbre de Bárbaros desmandados, y entraron en Asia la Menor por la parte de Armenia la Mayor: la venida de los quales dió bien que hazer a los reynos comarcanos, y que dezir a los que estaban remotos. Eran todos estos Bárbaros de tres muy bárbaras naciones: es a saber, de Scithia, que agora llaman Persia, de Pannonia, que agora se llama Ungaria, y de Escancia, que agora llaman Dinamarca, y unos dizen que se salieron de sus tierras por la mucha hambre que padescían: y otros dizen que por las grandes guerras que entre sí tenían.

La primera vez que estos Bárbaros pasaron los Alpes del monte Caucasio, ni traían caudillo para gobernar, ni capitanes para pelear, sino que a manera de soldados amotinados, y de ladrones atrevidos, se iban de tierra en tierra, matando a los que los resistían y robando lo que podían. Mucho espanto puso a Mahoma la nueva venida de los Scithas y Pannonios en Asia, el qual como viese que la cosa se iba cada día más y más empeorando, y los Bárbaros más enseñoreando, fuéle forçado de salir en campo con sus huestes, para ver si podría alançarlos o a lo menos resistirlos. Viendo los Scithas que Mahoma y sus Sarracenos los resistían y perseguían, acordaron de juntarse y ser todos a una, y eligir un capitán general para las cosas de la guerra; y ansí fué, que eligieron por su primero caudillo y capitán, a uno que llamaban Trangolipico, del qual se escribe que era en la guerra muy venturoso, y en la pax muy vicioso. Entre los Scithas y Sarracenos, y entre Mahoma y Trangolipico sus y capitanes hubo tantas guerras y diferencias, que por espacio de tres años y medio que duraron, se dieron deziséis batallas campales, en las quales se mostró la fortuna poco enemiga de los Scithas, y no muy amiga de los Sarracenos, porque si hoy vencían los unos, otro día triunfaban dellos los otros. Viendo, pues, los Scithas que con tan larga guerra se acababan, y viendo los Sarracenos que todas sus tierras se perdían, acordaron entre sí de hazer una tal concordia, que para los unos y para los otros fuese honesta. La concordia que entre sí hizieron fué, que los Scithas recibiesen luego la ley de Mahoma, y que los Sarracenos les diesen tierras a do morasen con ellos en Asia, y así se efectuó como se concertó: de manera que en el año de seyscientos y quarenta y siete se accordaron, y en uno se juntaron los Sarracenos y los Turcos, los quales de mancomún se obligaron de tener a Mahoma por rey, y de guardar para siempre su ley. Entre las otras tierras y provincias que Mahoma señaló, para a do morasen los Scithas, fué la ciudad de Troconia que era cabeça de Turquía, la qual era sita en la Mayor Armenia, junto al monte Patón de manera, que a los Scithas la ley les dió Mahoma, y el nombre de Turcos les dió la tierra. Estrabón, Plinio, Pomponio Mela y Gelagatón, que describieron todas las provincias del mundo, muy poca mención hazen de la tierra de Turquía, hasta que los Scithas entraron a poblarla, los quales después acá han engrandescido en tanta manera este nombre de Turcos y Turquía, que es una de las cosas más nombradas que hay hoy en la tierra.

Prosigue el auctor su intento, y declara cómo la ley de Mahoma entró en África.

Es aquí también de saber, que en el año de seyscientos y noventa y ocho, pasó desde África a Asia un gran pirata o cosario que había nombre Cidi Abenchapela, varón que traía sesenta galeras suyas, y otras cient velas con ellas, con las quales robaba mucho por la mar, y hazía grandes saltos en la tierra. Era este Cidi Abenchapela hombre rico, capitán animoso, cosario denodado, y en nación era de los Sarracenos, y su secta era de la ley de Mahoma: y escriben dél los historiadores Alárabres, que nunca saqueó a ciudad que se le diese, ni soltó a captivo que prendiese. Tubo aviso el cosario Abenchapela que en el reino de los Moros, que en otro tiempo se llamaba el reino de los Mauritanos, y que agora en nuestros tiempos se llama el reino de Marruecos, había grandes guerras ceviles entre los del reino, y acordó de ir allá con toda su flota, para ver si podría apoderarse de aquella tierra. Pasado el estrecho de Gibraltar, dió consigo aquel cosario en el reino de Marruecos, que entonces se llamaban Moros, el qual como saltase en tierra, y se juntase con una de las parcialidades de los Moros, en brebe espacio tomó el reino y se hizo rey.

No se contentó el tirano Abenchapela con hazerse rey, sino que también les hizo tomar su ley, para cuyo efeto hubo a muchos de matar y a otros de desterrar. Es, pues, el secreto, que como fueron los primeros que en África recibieron la ley de Mahoma, los que eran del reino de Marruecos, que entonces se llamaban Moros, quedaronse todos los de África con aquel nombre de Moriscos, por manera, que a los Tunecís, que son los de Túnez, y a los Numidanos, que son los de Fez, y a los Mauritanos, que son los de Marruecos, aunque son entre sí reinos diversos, a todos en común los llaman Moros.

Sea, pues, la resolución de nuestra letra, y la respuesta de vuestra demanda, que este nombre Sarraceno se levantó en Arabia, a do era natural Mahoma, y este nombre Turco, se inventó en Asia, a do residió Mahoma, y este nombre Moro se inventó en África, a do primero se recibió la ley de Mahoma: de manera que aunque los nombres de aquella maldita secta son varios, no por ello dexa la ley que guardan, y el caudillo que tienen ser todo uno.

Dicho y declarado el origen de estos nombres Turcos, y Sarracenos y Moros, quiero también declarar a vuestra señoría, de dónde nació llamarse el Turco el Gran Turco, como sea verdad que ningún príncipe del mundo se llama más de simplemente rey o emperador, y aquel pagano no se contenta con llamarse Turco, sino que por excelencia se manda llamar el Gran Turco. Para entendimiento desto es de saber, que en el año de mil y treziento y ocho, siendo emperador en Asia Michael Paleógolo, y siendo sumo pontífice Romano Bonifacio otavo, se levantó entre los antiguos Turcos el linaje que hasta hoy se llama de los Othomanes. Este linaje de los Othomanes, ha sido entre ellos tan esclarecido, y en toda Asia también fortunado, que el sólo ha augmentado más su corona en dozientos años que ha que reyna, que la augmentaron todos sus antepasados en ocho cientos que reynaron. El origen destos Othomanes fué de gente baxa labradoril, y eran naturales de una ciudad que se llamaba Prusia, tres jornadas de la Trapezunta, y el primero príncipe dellos fué uno que se llamó Othomano, el qual en su tierra edificó un solemnísimo castillo, que llamó de su nombre Othomano, para que allí quedase la memoria de su linaje antiguo.

Tomó este rey Othomano muchas y muy grandes provincias a los reyes comarcanos, en especial tomó todo quanto hay desde Bithina hasta el mar Euxino, y todas las ciudades Marítimas, que llamaban Teutonas, el qual como hubiese reynado .XXX. y VIII. años, murió en el Prusiano, y dexó por su legítimo heredero a su hijo Orchano.

El segundo rey Turco del linaje de los Othomanes, fué este Orchano, el qual ganó muchas tierras del imperio de Paleógolo, en especial a lo que llamaban Prusia, y a las montañas de Modoca, y a los castillos de Moluc, y Racon, y Handubaco, que eran las mejores fuerças que tenían los Griegos. Muerto el rey Orchano, succedióle en el rey no su hijo Anmurrates, el qual, siguiendo las pisadas del abuelo y del padre, ganó casi todo el Esponto, y tierra de Capolín y a Habidona, y a la isla Cotontana, y al Puerto Raymon. Muerto este rey Anmurrates, sucedieronle sus dos hijos Solimano y Pazaytes, entre los quales como hubiese grandes discordias, y al fin como quedase con el reino sólo Pazaytes, conquistó y ganó el reino de los Búrgaros, y prendió y mató al rey dellos, y también tomó a toda la tierra de Croacia, y a todo lo mejor del Illírico, y lo encorporó en su reino. Muerto el rey Pazaytes, sucedieronle también a él dos hijos, que habían nombre Mahomete el uno, y Orcano el otro, de los quales como el mayor matase al menor, quedóse el Mahomete solo en el reino, el qual a fuerça de armas ganó el reino todo de Ulachos, y captivó al su rey que llamaban el gran Tabarlán, y ganó a tierra de Adriópoli, a do mucho tiempo vivió y después murió. Muerto el rey Mahomete, sucedióle en el reino su hijo Anmurrates el tuerto, el qual conquistó al reino de los Misenos, y prendió y mató a su rey, y tomó también a tierras de Escopia, y a Nobemento y a Croacia, y Tesalónica. Muerto el rey Anmurrates, sucedióle en el reino su hijo Mahomete, el qual no se contentando con igualar, sino con sobrepujar la gloria de sus pasados, fué en ánimo otro Alexandro, en fortuna otro César, en trabajos otro Hanníbal, en justicia otro Trajano, en vicios otro Lúculo, y en crueldades otro Nero. Fué este rey Mahomete alto de cuerpo, blanco de miembros, descolorido de rostro, amigo de justicia, y muy inclinado a cosas de guerra. En el comer era muy vorace, en la luxuria muy impaciente, enemigo de caça, no amigo de música, y en lo que él más se holgaba, y más tiempo pasaba, era jugar un rato del día de armas, y de leer libros de historias.

Este Mahomete ganó de los Cristianos el imperio de Constantinopla, y el imperio de la Trapezunta, y ganó allende desto doze reinos, es a saber, a Ponto, a Bitinia, a Capadocia, a Paflonia, a Cilicia, a Pamphilia, a Licia, a Caria, a Lidia, a Frigia, a Helesponto y a toda la Morea. Ganó también a los señoríos de Achaya, de Carcania, de Piro, y todas las fuerças y ciudades que están cabe el río Rondobelo. Ganó también la mayor parte de Macedona, y ganó a la provincia de Bulgaria, y ganó la tierra de Rosiana, y a todas las montañas de Serbia, hasta el lago Nicomonto. Ganó también a todas las ciudades y provincias y casas fuertes que están sitas entre el río Andrinópoli, y el famoso río Danubio y Balaquián, y ganó también con ellas a la isla Mitilena, y a la muy nombrada Bosina. Esto y mucho más ganó y robó y enseñoreó el Otomano Mahomete, y lo que más de espantar en él es, que dizen dél sus escritores, que, no obstante que estaba ocupado en tan arduos negocios, y siempre rodeado de grandes exércitos, nunca le faltó cada día tiempo para darse a todos los vicios del mundo.

Desde que Mahoma levantó la secta, hasta que este Mahomete engrandeció tanto su corona, nunca los príncipes sus antepasados se llamaron más de reyes, y de Turcos, mas después que éste ganó los dos imperios en Asia, y tantos reinos en Europa, mandó se llamar Emperador del Universo, y que le llamasen también el Gran Turco. Imperó este Mahomete treynte y dos años, y murió viejo de muchos días, el año del Señor, de mil y quatrocientos y noventa y dos: de manera, que en el mesmo año que aquel tirano perdió la vida se ganó de los Moros Granada. Sucedióle en el imperio y en el nombre de Gran Turco un su avieso hijo que llamaban Pazaytes, el qual en vida de su padre intentó de tomarle el imperio, la qual afrenta y desacato, como no tenía ya el padre edad para lo vengar, ni remediar, fué ocasión que la vida que no le pudieron quitar sus enemigos, le quitaron los enojos de sus hijos.

Si vuestra señoría quisiere ver los autores desta historia, yo me obligo de se los mostrar aquí en mi aposento, o llevarlos un día a palacio, por que no piense que lo que aquí va escrito es fábula de Ysopo, o comedia de Iuan Bocacio. No más sino que nuestro Señor sea en su guarda, y a mí dé gracia que le sirva, hoy Lunes aquí en Toledo a VII. de enero. M.D.XXXIII.