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Los libros de caballerías a la luz de los primeros comentarios del Quijote: De los Ríos, Bowle, Pellicer y Clemencín

José Manuel Lucía Megías




ArribaAbajoA modo de introducción

En 1666 se publica en Madrid a costa de Gregorio Rodríguez, en la imprenta de Francisco Nieto, la Historia moral del Dios Momo; enseñanza de príncipes y súbditos, y destierro de novelas y libros de caballerías de Benito Remigio Noydens. Las calificaciones y finalidades, además de indicadas en el título, vuelven a ser contundentes en el prólogo:

Esta historia moral escrivo para dirigir las costumbres a una cristiana política, por líneas de la moral filosofía, y para desterrar novelas y libros de caballerías, llenos de amores y estragos, y tan perjudiciales a las conciencias, que viene a decir un autor grave que, si por algo pudieran imprimirse y salir a luz, es solamente para venir a alumbrar desde las hogueras de la Santa Inquisición a los que no cegaron con sus engaños y errores.


Pero, a pesar del título y de tales palabras condenatorias del prólogo, en realidad se ocupa poco de los libros de caballerías. Le interesa, más que otra cosa, iluminar un determinado peligro, en el que caen las doncellas que se dejan engañar por la lectura de tales obras:

Huyan [las doncellas] de los libros de las novelas y caballerías, llenos de amores, estupros, de encantos y estragos. Son unas píldoras doradas que, con capa de un gustoso entretenimiento, lisongean los ojos para llenar la boca de amargura, y tosigar el alma de veneno. Yo me acuerdo de aver leído de un hombre sumamente vicioso que, hallándose amartelado de una y sin esperança de conquistarla, por tuerca se resolvió a cogerla con engaño y maña, y haziéndola poner los ojos en uno d'estos libros con título de entretenimiento, le puso en coraçón tales ideas de amores que, componiéndola a su exemplo, descompusieron en ella y arruinaron el honesto estado de su recato y vergüença.


(pág. 286)                


El autor de la Historia moral del Dios Momo no es nada original en elegir la diana de sus críticas ni tampoco en los dardos que utiliza. Si lo traemos aquí a colación es por su fecha: 1666. ¿No estaban ya tropezando los libros de caballerías y deberían caer del todo en 1615, cuando se publica la Segunda parte del Quijote?

Durante el siglo XVI y los primeros decenios del XVII, los libros de caballerías, como otros géneros y obras de ficción (La Celestina, la ficción sentimental, la novela pastoril y la picaresca, las comedias, los relatos bizantinos...), van a sufrir la tortura de las crítica de moralistas y de literatos1. Aquéllos van a criticar su falta de «provecho moral» y éstos sus «mentiras», su ignorancia de las historias antiguas o su falta de estilo y de estructura...

En este sentido, no extraña la insistencia de Benito Remigio Noydens en criticar los libros de caballerías por ser «píldoras doradas» que, bajo apariencia de diversión, esconden peligros morales, ya que están llenas de amores y de estragos, de modelos de conducta que deben ser desterrados de una «república moral». Pero ni es el único en hacerlo, ni mucho menos en utilizar similares argumentos.

Francisco Cervantes de Salazar escribió unas Adiciones a la obra de Juan Luis Vives «Introducción y camino para la sabiduría», que se publicarían en Alcalá de Henares en 1546, en donde recoge idéntica crítica moralista, que más de un siglo después, aparecerá en el Dios Momo:

En esto se avía de cargar la mano y es en lo que más nos descuidamos, porque tras el sabroso hablar de los libros de cavallerías, bevemos mil vicios, como sabrosa ponçoña, porque de allí viene el aborrecer los libros sanctos y contemplativos, y el desear verse en actos feos, cuales son los que aquellos libros tratan. Ansí que, con el falso gusto de los mentirosos, perdemos el que tendríamos, si no los óbviese, en los verdaderos y sanctos, en los cuales, si estuviésemos destetados de la mala ponçoña de los otros, hallaríamos gran gusto para el entendimiento y gran fruto para el ánima. Guarda el padre a su hija, como dicen, tras siete paredes, para que, quitada la ocasión de hablar con los hombres, sea más buena, y dexanla un Amadís en las manos, donde deprende mil maldades y desea peores cosas que quiçá en toda la vida, aunque tratara con los hombres, pudiera saber ni desear. Y vase tanto tras el gusto de aquello que no querría hacer otra cosa, ocupando el tiempo, que avía de gastar en ser laboriosa y sierva de Dios, no se acuerda de rezar ni de otra virtud, deseando ser otra Oriana como allí y verse servida de otro Amadís. Tras este desseo viene luego procurarlo, de lo cual estuviera bien descuidada si no tuviera donde lo deprendiera. En lo mesmo corren también lanças parejas los moços, los cuales con los avisos de tan malos libros, encendidos con el deseo natural, no tratan sino como desonrarán la doncella y afrentarán la casada. De todo esto son causa estos libros, los cuales plega a Dios por el bien de nuestras almas, vieden los que para ello tienen poder.


(fols. 13v-14r)2                


Similares razones se pueden leer en la obra de Gonzalo de Illescas Historia pontificial y católica, publicada en 1565:

Otras muchas razones podría decir aquí que me movieron a tomar la pluma, demás d'esta que es la principal; no las digo por no me alargar más. Sólo una diré, que fue por dar a los de mi nación y lengua un honesto entretenimiento para que se ocupen en leer y tengan juntas delante tantas cosas, tan dignas de ser leídas y tenidas en la memoria, porque, de oy más, no gasten su tiempo en leer libros de cavallerías y de hazañas fingidas, de los cuales ningún otro fructo pueden sacar, más de hinchirles las cabeças de viento, y estragarles los gustos para que no puedan después tomar sabor de leer verdades. Y aún lo peor es, muchas vezes y casi siempre, sirven los tales libros prophanos de provocar a deshonestidad los castos oídos de las doncellas y dueñas que los leen. Es cosa que cierto me espanta, como entre tantos libros como se han condenado en nuestros días, no se han mandado quemar públicamente estos Amadises, Reinaldos, Esplandianes y otros portentos de libros que, con tanto atrevimiento, han osado usurpar el honestísimo sancto nombre de historia, como si se pudiesse llamar historia cosa que no tenga por principal objecto la verdad. Mas espero yo en Dios que algún día lo tengo de ver y entonces nos vengaremos, los que tenemos esta profesión de las buenas letras, de los que han profanado sacrílegiamente el nombre de la historia que principalmente a la del sancto Evangelio, por ser aquella la pura verdad.


(fols. 3r-v)3                


Y los ejemplos podrían multiplicarse (el Libro llamano aviso de privados y doctrina de cortesanos de Antonio de Guevara4, impreso en Valladolid en 1539, la Prefacción que escribe Francisco Díaz Romano al Ábito y armadura espiritual de Diego de Cabranes5, publicado en 1544, el prólogo que Alejo Venegas6 escribió al Apólogo de la ociosidad y el trabajo de Luis Mexía, publicado en 1546, el Camino del cielo de Luis Alarcón7 de 1547, la Apología de las obras de Santa Teresa de Jesús del padre Luis de León8, de 1589, La vida de la madre Santa Teresa de Jesús de Francisco de Ribera9 de 1590, el Discurso primero de Leandro de Granada10, que aparece en la obra traducida de Gertrudes de Helfta, Insinuación y demostración de la divina piedad, publicado en 1601...), así como también los motivos de crítica (libros que son mentirosos, que hacen perder el tiempo, que incitan a las mujeres a tomar las armas...). Pero en todos ellos, en la crítica de 1666 en la Historia moral del dios Momo y en sus numerosos antecedentes del siglo XVI, prevalece un espíritu religioso, que convierte a los libros de caballerías en «sermonarios de Satanás», en fuente y origen de la lujuria de los lectores.

Una imagen y una crítica se impone: los libros de caballerías como camino que abre los brazos de la lujuria; así lo recuerda Benito Remigio Noydens con el ejemplo de un hombre «sumamente vicioso», y este mismo camino se transitó durante la Edad Media (así lo recuerda Dante en su Divina Comedia: Infierno, IV, vv. 109-142) y aparece también en la Primera parte del Quijote en los amores de Cardenio y Luscinda (I, cap. XXIV), sin olvidar la reprimenda que recibe la hija de Palomeque el Zurdo («Calla, niña, que parece que sabes mucho d'estas cosas, y no está bien a las doncellas saber ni hablar tanto») cuando confiesa qué es lo que más le gusta escuchar de los libros de caballerías:

-No sé, señor, en mi ánima -respondió ella-; también yo lo escucho, y en verdad que, aunque no lo entiendo, que recibo gusto en oíllo; pero no gusto yo de los golpes de que mi padre gusta, sino de las lamentaciones que los caballeros hacen cuando están ausentes de sus señoras: que en verdad que algunas veces me hacen llorar de compasión que les tengo.


¿Por qué en 1666 todavía existe la necesidad de «desterrar las novelas y libros de caballerías» de la república de las letras si, según nos han enseñado y así todavía se sigue leyendo en la bibliografía más reciente11, el Quijote vino a acabar con la impresión y difusión de tales obras? ¿Acaso hemos de retrasar algunos decenios el acta de defunción de un género que perdura hasta, al menos, mediados del siglo XVII, en obras originales que se han transmitido y conservado en forma manuscrita12? ¿Cuál es la relación (o relaciones) que pueden establecerse entre el Quijote y los libros de caballerías? ¿Hasta qué punto el género caballeresco, un género de más de 150 años de existencia y éxito, se ha deformado al ser estudiado el Quijote a través del prisma distorsionante del neoclasicismo? ¿Acaso no podría considerarse el Quijote un libro de caballerías publicado a principios del siglo XVII como alternativa a la literatura caballeresca de entretenimiento, basado en el humor sin olvidar su función didáctica, para ofrecer un producto editorial que se aprovechara del éxito del Guzmán de Alfarache de Mateo Alemán?

Demasiadas preguntas para intentar contestarlas en estos momentos.

Por eso nos quedaremos en los umbrales de la crítica, en los cimientos de las enormes transformaciones que va a sufrir el texto del Quijote a finales del siglo XVIII y principios del XIX, casi dos siglos después de que fuera escrito y difundido; transformaciones que constituyen la base del conocimiento actual del libro y de su naturaleza y finalidad, y que pueden ser divididas en dos grupos: por un lado, transformaciones interpretativas, que van de la concepción del libro como una sátira moral que tiene como finalidad enseñar al tiempo que entretiene, tal y como defienden los neoclásicos13, a la promovida por los románticos alemanes, en especial por A. W. Schlegel y F. W. J. Schelling, que van a «redescubrir» un nuevo texto, al margen del humor, en donde don Quijote se transforma en héroe romántico, y su relación con Sancho, en una búsqueda de relaciones simbólicas: encamación de la poesía y de la prosa de la vida, de lo ideal y de lo real, del espíritu y el cuerpo...14. Y por otro lado, transformaciones editoriales: el texto del Quijote pasa de ser editado como libro, en parte popular, necesariamente ilustrado (a partir de la edición de Bruselas de 1662), a convertirse en un libro magnífico, elegante y fijado su texto con criterios científicos, tal y como desea la recién fundada Real Academia Española, que en marzo de 1773 comienza a preparar «una impresión correcta y magnífica del Don Quijote, [...] respecto de que siendo muchas las que se han publicado [...] no hay ninguna buena ni tolerable»15.

Con la edición de la Real Academia Española, que empieza Ibarra a imprimir en 1777 y que no termina hasta 1780, puede decirse que comienza una de las mayores transformaciones editoriales que ha sufrido el texto, ya que documenta un cambio transcendental tanto para la comprensión del Quijote como de sus fuentes y adscripción a un género. El texto del Quijote se transforma a finales del siglo XVIII en un clásico; en otras palabras: libro digno de ser anotado, de ser comentado. Este es el momento en que hemos de situar el paso del Quijote como libro de caballerías (así escrito y así recibido por sus coetáneos) en donde se incide en el humor, como así sucede con tantos otros libros de caballerías manuscritos de su época, al Quijote como libro clásico, libro al margen de cualquier género, libro que, a través de la lectura de los críticos y escritores ingleses, se convertirá en el modelo de lo que se ha denominado la «novela moderna».

Y no nos olvidemos de las fechas. La transformación editorial e interpretativa que ahora interesa se sitúa casi dos siglos después del texto escrito por Miguel de Cervantes, que no deja de ser, a pesar de todas las transformaciones, un libro de caballerías original. Y si digo original no es tanto por ser un texto que parodie el género caballeresco o le haga un homenaje (ideas tan falsas como manidas al hablar de la relación de los libros de caballerías y de la obra cervantina), sino porque, de la mano del humor, una de las corrientes triunfantes en los libros de caballerías a partir de la segunda mitad del siglo XVI, fue capaz de darle al género caballeresco nuevos bríos, nuevos aires, y todo gracias al dominio de la técnica narrativa y a una particular concepción de las posibilidades del género, tal y como se defiende en el «donoso» diálogo entre don Quijote y el canónigo de Toledo en la primera parte del libro (caps. XLVIII-L)16, tal y como tendremos ocasión de analizar más adelante. De la misma manera que Amadís de Gaula, siempre modélico y siempre defendido, a principios del siglo XVI se convirtió, a partir de los textos medievales artúricos, en «modelo y origen» de los libros de caballerías, de un género con más de setenta títulos diferentes17, del mismo modo, el Quijote, a partir del género caballeresco (y no de los malos libros de caballerías, en su mayoría manuscritos, que circulaban por aquellos años), quiere convertirse en «modelo y origen» de un nuevo género caballeresco, en donde se guarden todos aquellos principios que, moralistas y literatos, habían criticado en los libros de caballerías y de la literatura de entretenimiento del siglo XVI, como hemos señalado al inicio. Libro de caballerías El Quijote en donde las doncellas no van a ser incitadas a la lujuria (como sí sucede en tantos otros libros de caballerías manuscritos de la época), y en donde cualquier lector, joven y anciano, culto o analfabeto, va a encontrar en sus páginas diversión y entretenimiento, al tiempo que se educa y aprende. «Libro de mucho entretenimiento lícito, mezclado de mucha filosofía moral», como indica el Doctor Gutierre de Cetina en la aprobación de la segunda parte, fechada el cinco de noviembre de 1615.

Y las transformaciones, tanto interpretativas como editoriales, de finales del siglo XVIII, que van afectar tanto a la consideración del Quijote como a la de los propios libros de caballerías, se produce en un contexto cultural bien diferente al de su génesis. Horacio será maestro tanto del Renacimiento como del Neoclasicismo. Durante los siglos XVII y XVIII el texto cervantino se ha transformado en una obra popular, independiente de cualquier género y de cualquier referencia externa, que se lee con placer y risa gracias a sus aventuras y a los grabados que inciden en los episodios más divertidos y emblemáticos del libro (los molinos de viento, el manteamiento de Sancho Panza, la penitencia en Sierra Morena...)18. Sobre esta recepción, que no sobre el texto impreso en 1605 y 1615, se va a alzar ahora una nueva visión, en donde el Quijote se recupera para un público culto y selecto, un público que admira todo lo que el texto tiene de original y de creación genial; ese mismo público que detesta todo aquello que le ata a tradiciones culturales que se consideran inferiores, como son los libros de caballerías.

Las redes del neoclasicismo sólo salvan, dentro del género novelístico que se desprecia al no aparecer en los tratados clásicos, al Quijote caracterizándole como un texto original. Sólo desde esta perspectiva de «soledad literaria», fuera de la esfera de los libros de caballerías, se acepta el Quijote en la preceptiva neoclásica19.






ArribaAbajoLa interpretación canónica: la edición de la Real Academia Española (1780) y el «Análisis» de Vicente de los Ríos20

La Real Academia Española no va a escatimar esfuerzos científicos y económicos a la hora de «dar al público un texto del Quijote puro y correcto». Para imprimir sus cuatro volúmenes, Ibarra va a fundir nuevos tipos, y del mismo modo el papel será fabricado especialmente en Borgonyà del Terri por Joseph Llorens; sin olvidar las nuevas imágenes que se grabaron, según dibujos de Antonio Carnicero, José del Castillo, Manuel Salvador y Carmona o Joaquín Fabregat.

Además del cuidado puesto en la edición del texto, realizada por Manuel de Lardizábal, Vicente de los Ríos e Ignacio de Hermosilla, el libro se completa, sin olvidar el «Prólogo de la Academia», por un «Análisis del Quixote» y «Vida de Cervantes», un «Plan Cronológico del Quijote» y las «Pruebas y documentos que justifican la Vida de Cervantes», escritas por Vicente de los Ríos.

En el «Prólogo de la Academia» se indican las causas por las que un texto que se considera clásico no se ha publicado con anotaciones: porque éstas, concretadas en los lugares de los libros de caballerías a los que Cervantes ridiculiza o hace alusión, sólo interesarían a un número reducido de personas «sin que esto contribuyese, ni á la mejor inteligencia de la fábula del Quixote, ni al conocimiento de su artificio», y, sobre todo, porque esta labor resulta imposible:

y aun esta estéril curiosidad apenas habría quien pudiera satisfacerla enteramente, porque serán muy pocos, ó acaso ninguno los que tengan todos los libros de caballerías, que el Quixote ha desterrado felizmente hasta haberse llegado á extinguir casi del todo algunos de ellos.


(pág. XI)                


Por este motivo, la Academia decidió anteponer el «Análisis» del Teniente Coronel Don Vicente de los Ríos, «hábil oficial, erudito académico y apasionado de Cervantes», que no pudo ver publicada la obra. En el «Análisis» de Don Vicente, que, aunque la Academia no adopta como propio21, sanciona al publicarlo al inicio de su edición canónica, pueden rastrearse las bases críticas de la relación de los libros de caballerías con el Quijote, que marcan parte de la interpretación de la obra, un tanto diferente a la imagen romántica que se va a imponer en Alemania.


ArribaAbajoEl Quijote es un libro original

Si hay una idea que se repite, que sirve de eje central en la argumentación de Don Vicente de los Ríos, es la originalidad del Quijote; Cervantes se convierte en el Homero de su actualidad:

El modo más obvio y natural de calificar las obras de ingenio es compararlas con otras del mismo arte y de la propia especie. La emoción y placer que siente un lector instruido y sabio en la Eneyda de Virgilio, le sirve de regla para juzgar la Jerusalén del Taso, ó el Paraíso de Milton, por la semejanza, ó desproporción que encuentra entre estas obras comparadas con la primera. La fábula del Quixote original y primitiva en su especie, no puede sujetarse á este juicio, porque no hay otra con quien compararla. Cervantes está en el mismo caso que Homero: y las reflexiones que se saquen del arte y método observado por este autor en el Quixote, servirán de regla para juzgar las demás fábulas burlescas, así como las observaciones hechas por Aristóteles sobre la Ilíada y Odisea fueron el fundamento de las leyes, que este sabio Filósofo dio en su Poética á las fábulas heroicas.


(pág. xliii)                


Esta idea del Quijote como iniciador de un nuevo género, el de las «fábulas burlescas» se complementa con otra: nadie ha sido capaz tampoco de imitarle. Cervantes, en esta ocasión, se coloca por encima de Homero:

porque efectivamente, ni ántes de este Español hubo un original á quien él imitase, ni después ha habido quien sepa sacar copia de su original imitándole.


¿En qué lugar, entonces, quedan los libros de caballerías? ¿Qué relación se establece entre un libro «tan» original, como es el Quijote, y un género, el caballeresco, con el que comparte aventuras e, incluso, personajes: los caballeros andantes?




ArribaAbajoLa finalidad del Quijote: «instruir deleytando»

¿Cómo se explica la finalidad de la escritura del Quijote desde la perspectiva de las ideas estéticas y morales de finales del siglo XVIII? Frente a la visión del «vulgo», la común desde su princeps hasta finales de la centuria, que considera que la última finalidad de la obra es el entretenimiento de los lectores por medio de la risa y del humor, se defiende ahora una nueva naturaleza del texto: la sátira moral

Lo cierto es que el principal fin de Cervantes no fue divertir y entretener á sus lectores, como vulgarmente se cree. Valióse de este medio como de un lenitivo para templar la delicada sátira que hîzo de las costumbres de su tiempo: sátira viva y animada; pero sin hiel y sin amargura: sátira suave y halagüeña; pero llena de avisos discretos y oportunos, dignos de la ingeniosa destreza de Sócrates, y tan distantes de la demasiada indulgencia, como de la austeridad nimia. Por este útil y divertido camino conduce Cervantes á sus lectores, enseñándolos é instruyéndolos desde el principio hasta el fin de su fábula.


(pág. c)                


Y en este sentido, toda la sociedad de su tiempo, desde los caballeros hasta el vulgo, todas los comportamientos tendrán su lugar en el libro. El Quijote se ha transformado a finales del siglo XVIII en un Tratado de Ética:

Á vista de tantas juiciosas críticas y sabias instrucciones, como hemos mostrado en la fábula de Cervantes, ya contra el espíritu caballeresco, ya contra los vicios y abusos comunes, y ya contra los defectos literarios, no me parece que se puede dudar que la Moral del Quixote es comparable á la de los mas famosos Filósofos. Y al ver la gracia con que da estos documentos, sazonados con el chiste y vestidos de todos los primores de la Oratoria y Poesía, es forzoso confesar, que su instrucción no es de menor utilidad, que la de los tratados de Ética más acreditados y famosos.


(pág. cxxxvi)                


De este modo, de un texto en donde el «vulgo» ha encontrado entretenimiento y alegría, el Quijote se ha transformado en un tratado de ética; una «fábula burlesca» que hace más accesible la enseñanza a un número mayor de personas ya que lo hace «deleitando». Pero, ¿en dónde han quedado los libros de caballerías?




ArribaAbajo «La corrección de los vicios caballerescos»

Los libros de caballerías, como género literario en que se inserta el Quijote, se ha diluido en la concepción «ética» de la obra. Los libros de caballerías se critican sólo por ser portadores de una «realidad» caballeresca que se considera perjudicial, y que constituye el principal objeto de crítica ética que puede rastrearse a lo largo de la obra; portadores y fomentadores de una determinada concepción de la caballería, europea que no sólo española22, en donde la valentía se supedita a la cortesía, el valor a la diversión y el pensamiento heroico al gusto por el reconocimiento mundano.

Las novelas caballerescas fomentaron estas ideas y trastornaron la fantasía de los lectores, pintándoles campeones imaginarios, caballos alados y dotados de inteligencia, hombres invisibles, ó invulnerables, mágicos interesados en la gloria y reputación de los caballeros, palacios encantados y desencantados, y hazañas portentosas é increíbles. Aquellos excesos y estas ideas fueron el primer objeto de la moral del Quixote, y eran comunes á España y á toda Europa aun en los siglos quince y diez y seis. Cervantes intentó desterrar aquellos excesos y los libros que los autorizaban, y lo intentó sabiendo por experiencia propia, que su práctica y lectura era moda dentro y fuera de España, y que eran vicios de los hombres, y no precisamente de los Españoles.


(pág. cv)                


Vicente de los Ríos, sin ser del todo consciente, está ofreciendo aquí un brillante análisis de una de las corrientes del género caballeresco que triunfa a mediados del siglo XVI apoyada en la edición de los primeros libros de Belianís de Grecia de Jerónimo Fernández y de la Primera parte del Espejo de príncipes y caballeros de Diego Ortúñez de Calahorra: la literatura de entretenimiento, en donde va a dominar la fantasía a la verosimilitud, la diversión a la enseñanza. Corriente que tendrá en el humor y en los episodios eróticos, que dan lugar a las críticas más ácidas contra el género caballeresco, algunos de sus elementos más sobresalientes a finales de la centuria y principios del siglo XVII, como la gran mayoría de los libros de caballerías manuscritos de la época ponen de manifiesto.

De este modo, el Quijote viene a acabar con una determinada imagen de la caballería que han asumido los lectores de semejantes obras, de una de las corrientes triunfantes dentro del género caballeresco, que no la única. De este modo, siguiendo los argumentos de don Vicente, las críticas contenidas en el prólogo de la Primera parte del Quijote no han de entenderse dirigidas contra un género, el caballeresco, que conoce y defiende Cervantes, sino contra una de sus corrientes, la que, apoyada por el éxito, más se aleja de los principios literarios de la verosimilitud y de los morales de la instrucción.

Por esto previno en el prólogo de su fábula, que su primero y principal fin era derribar la máquina mal fundada de los libros caballerescos, y deshacer la autoridad y cabida que tenían en el mundo y en el vulgo, lo que igualmente confiesa su contrario Avellaneda; sin embargo del empeño con que en todo lo demás le zahiere, moteja y reprehende; y por lo mismo procuró corregir los vicios á que inducía su lección, impugnándolos con las invencibles armas de la razón y de la ironía, abrazando todas las extravagancias caballerescas, y particularmente aquellas que se oponían directamente á las máximas de la Religion, de las leyes y de la sociedad.


(pág. cvi)                


Después de 1780, el Quijote se ha vestido con nuevos ropajes, tanto textuales como hermenéuticos, que, en parte, han perdurado hasta nuestros días. Por desconocimiento («serán muy pocos ó acaso ninguno los que tengan todos los libros de caballerías») o por fascinación por la obra de Cervantes, el género caballeresco se va a identificar con los libros de caballerías de entretenimiento, libros dignos de ser «quemados» en el escrutinio crítico del neoclasicismo. El Quijote, para ser defendido como obra clásica, obra maestra, dentro de un género, la novela, despreciable al no aparecer en los tratados de Aristóteles o de Horacio, ha de diferenciarse del género en el que nació; los libros de caballerías se convierten, de este modo, en diana de la crítica neoclásica: género despreciable tanto literariamente como moralmente, ya que engaña a sus lectores, alejándole del origen y de la función de la verdadera caballería.






ArribaAbajoAntes anotador que comentador: el ejemplo del reverendo Juan Bowle (1781)

A cientos de kilómetros de Madrid, el reverendo John Bowle (1725-1788), de la iglesia de Idmiston en Inglaterra, lleva trabajando desde antes de 1769 en una nueva edición del Quijote, una edición que verá la luz en 1781, en cuatro tomos, acompañada de un volumen de anotaciones y otro de variantes textuales23.

Las Anotaciones de Bowle suponen un nuevo modo de acercamiento a la obra: frente al comentario crítico de Vicente de los Ríos, frente a una lectura popular y humorística del Quijote en los siglos anteriores, ahora llega el momento de intentar comprender el propio texto, más allá de cualquier intención, más allá de cualquier interpretación coetánea; en otras palabras: acercar al lector de finales del siglo XVIII a los conocimientos y referencias de los receptores de su época24.

Varios enredos y dificultades se ofrecen al lector en el texto: allanar á estos y quitar á aquellas, forman el intento del Autor de las Anotaciones, que van añadidas á esta gran obra: Oxala que contribuyen al gustoso entretenimiento del curioso Lector, ilustrando los pasos oscuros deste autor celebérrimo, tan justamente estimado de todas las Naciones cultas, y el nunca como se deve alabado Miguel de Cervantes Saavedra, onor y Gloria, no solamente de su Patria, pero de todo el Género Humano.


(pág. 6)                


Con estas palabras comienzan sus Anotaciones, escritas desde la lejanía de Inglaterra («Extraño, y que en mi vida nunca jamás he visto ninguna parte de España»), desde la dificultad de las fuentes bibliográficas (en parte, suplidas por la biblioteca de Thomas Percy) y desde la conciencia de ser el primero en acercarse a una empresa de ese calibre («he sido el primero, que después de tantos años ha que esta obra fue publicada, he osado hazer lo que algunos hombres de mucha ciencia y doctrina no quisieron emprender por cosa de mucho trabajo ó no pudieron por cosa muy difícil»). En sus «Anotaciones», el Reverendo Bowle ofrece el primer comentario del Quijote en donde los libros de caballerías se convierten en punto de referencia esencial para la comprensión del texto cervantino: estamos fuera del influjo del neoclasicismo.

Escasos son los comentarios personales, e inútil el rastreo de una opinión del reverendo sobre los textos caballerescos a lo largo de las más de las trescientas páginas de sus Anotaciones. Si por un lado se hace eco de la definición que da Covarrubias en su Tesoro de la lengua sobre los libros de caballerías, en donde se indican que son «ficciones gustosas y artificiosas, de mucho entretenimiento y poco provecho» (pág. 3), o de la crítica del género que se lee en la pág. 240 de la Historia Imperial, comentando un pasaje del primer capítulo «Y asentósele de tal modo en la imaginación, que &c25, también es de justicia reconocer cómo Bowle, quizás por esa lejanía antes indicada, es uno de los primeros en indicar cómo Cervantes imitó el Amadís de Gaula a la hora de escribir e idear su Quijote. Al inicio de la división interna de la «Segunda parte» dentro del Quijote de 1605, encontramos el siguiente comentario:

24 en la Segunda Parte] Como imitó tanto Cervantes á la obra de Amadis de Gaula, es de creerse que dividió la primera parte de su propia Historia en quatro partes, siendo cierto que en entrambos autores el modo de numerar los Capítulos sea uno y el mismo.


(pág. 38)                


¿Cuáles serán las fuentes de las que se vale el Reverendo Bowle para llevar a cabo su cometido? Por un lado, le interesarán los problemas léxicos y la interpretación de ciertos giros y expresiones, de los que se vale del Diccionario de Autoridades, del Tesoro de Covarrubias y del Diccionario español-italiano de Franciosini, entre otras:

3 de lanza en astillero] Lancera, que por otro nombre se dize Astillero de asta, es un estante en que ponen las lanzas, adorno de la casa de un hidalgo en el patio, ó soportal. Covarrubias


5 duelos y quebrantos] Quebranto, el dolor y aflicción. Covarrubias. Vale también descaecimiento, desaliento y falta de fuerzas. Lat. Lassitudo. Diccionar. Llaman en La Mancha á tortilla de huevos, y sesos. Ib. T. 3. E modo di dire usato particularmente nella Manda in Ispagna: é significa uova con carne secca. Franciosini, Vocab[ulario español-italiano] (pág. 6).


Pero más que en estas anotaciones, los esfuerzos de Bowle se centraron en encontrar los referentes literarios a los que hace alusión Cervantes en su obra; y en este aspecto, además de crónicas, romances, textos pastoriles o relaciones con otras obras de Cervantes, sobresalen las citas caballerescas: no hay página de las Anotaciones en donde no se traiga a colación una costumbre, un personaje o una cita aparecida en un libro de caballerías. Además de los cuatro libros de Amadís de Gaula y de las Sergas de Esplandián de Garci Rodríguez de Montalvo, en las páginas de las Anotaciones encontramos citas de otros textos caballerescos de la Biblioteca de Thomas Percy, como son: Amadís de Grecia de Feliciano de Silva, Olivante de Laura de Antonio de Torquemada, Espejo de caballerías, Morgante, Tristán de Leonís, Felixmarte de Hircania, el Espejo de príncipes y caballeros, Palmerín de Oliva, Belianís de Grecia y Tirante el Blanco26... a los que hay que sumar también textos franceses e italianos, que le sirven del mismo modo para contextualizar algunas de las expresiones y costumbres caballerescas de las que se valió Cervantes para componer su obra27.

Pero nada mejor para entender el abismo que separa el esfuerzo de Bowle al de Vicente de los Ríos y el de los comentadores neoclásicos posteriores (como Pellicer o Clemencín) como recordar algunas de sus «Anotaciones», que hemos dividido, según su contenido, en cinco apartados:

a) Anotaciones que dan cuenta de la identidad de un personaje

Además de los más conocidos, Amadís, Oriana, Palmerín..., también se citan otros secundarios, siempre retomando algún pasaje del libro de caballerías en donde aparecen y dan cuenta de su identidad:

25 la Viuda Reposada] Y la Dueña se llamava la Biuda Reposada: la qual avia criado de leche á la Infanta Carmesina Tirante C. 11 (pág. 31)


41. 26 Frestón o Fritón. - 28 un sabio Encantador] a. 54.18.


Todo este encamento hera por su amigo Friston hecho. Belianis, L. 3, C. 1. (pág. 33)


147.9. qual el del Unicornio] El Cavallero era de buen cuerpo y bien entallado, y bien armado con unas armas pardillas, y en el escudo llevava figurado un Unicornio. Olivante. L. I, C. 16.

La doncella poniendo los ojos atentamente en el escudo del C. Lo conoció por la devisa del Unicornio que en el traya figurado. Ib. Ib. C. 18

Don Belianis en Ynglaterra llamavase el C. del Liocornio. Belianis. L. 3, C. 13. V. Ariosto, C. 44. 77, 96 (pág. 68).


b) Anotaciones que dan cuenta de una aventura o episodio concreto

En estas anotaciones se encuentran los pocos comentarios de Bowle, incidiendo en el estrecho conocimiento que Cervantes demuestra de los libros de caballerías, así como en que ha ido adquiriendo el reverendo en sus años de estudio:

108.8. Amadis de Gaula se vio en poder de Arcalaus] Como los Cs de las armas de las sierpes enbarcaron para su reyno de Gaula: y la fortuna los echó en poder de Arcaláus el Encantador.- Y la donzella que cabe él estava dixo. Buen tio, aquel mancebo que alli esta es él que traya el yelmo dorado: y tendió la mano contra Amadis. Quando ellos esto vieron que aquel era Arcalaus fueron en gran pavor de muerte. Amad. de Gau. C: 69. (pág. 54)


162.21 que diremos de Gasabel, &c. - 23 sola una vez se nombra su nombre] Esto se dice con mucha verdad: El passo donde donde se halla es L. 2. C. 59. Fo. 116. Galaor vio en lugar de las donzellitas á Gasaval su escudero, & Ardian el Enano de Amadis. Se nombra dos otras veces, pero no su nombre. Gandalin y el escudero de Galaor yvan á pie atados en una soga. L. 2. C. 33. Fo. 60. Assi vos parece dixo el escudero de don Galaor. L. 3. C. 69. 158b. Amadis de Gaul. Ed. Sevilla.


c) Anotaciones que ejemplifican alguna costumbre caballeresca

c.1. El caballero novel lleva armas blancas

19 avia de llevar armas blancas como novel C] Quando Amadis armó á su escudero Gandalín C (467.15, 2.258.28) dixole que don Galaor me mandó dar su caballo, & todas sus armas, y yo le dixe que tomaría el caballo & la loriga y el yelmo: mas las otras armas avian de ser blancas, como á Caballero novel convenian: veles armado en la capilla de la tienda (15.9.) del rey mi padre. Amadi. de Gaula L. 4, C. 109.

Quando el doncel Esplandian recebio Ca, Urganda desando los Donceles en la capilla (14.8) salió a la gran sala donde señores estavan, y rogóles que á la capilla se fuesen y hiziesen compañía á los noveles: á cabo de una pieza de tiempo tornó Urganda y traya una loriga, y tras ella Solisa con u yelmo, y Julianda con un escudo: y estas armas no eran conformes á los de los otros noveles que acostumbravan en el comienzo de su Ca de las traer blancas, mas eran negras. Entonces Urganda le vistió la lorgia, Solisa le puso el yelmo en la cabeza: & Juliana el escudo al cuello. Ib. Ib. C. 133 & ult.

Con gran honra del Rey Magaden armó al C de la ardiente españa dándole muy ricas armas blancas, como era costumbre de Cs. Noveles. Amadis de Gr. P. I, C. 4.

Il Re Tristano conparue in arme & sopravesti bianche, como cavalliero novello fu un gentil caballo. Tristani, L. 2. C. 66 (á 14.8).

Comme le roy estoit sur le point de faire donner le pris á ces deux chevaliers en arriva un autre arme á blanc. Sire, dist il, vous scavez que je fuis noveau Chevalier. Hist. Pallad. C. 18. (134.4). (pág. 13)


c.2. El poco sueño de los caballeros, que se pasan las noches en vela pensando en sus damas

48. 9. toda aquella noche no durmió Don Quixote &c. 10, 11] El doncel del mar Amadis no dormía mucho, que lo mas de la noche estuvo contemplando en su señora. Amad. de Gaul. C. 5. y en otro paso el mismo. E de la verde espada (2.128.9) mandando á Gandalin que caballos guardasse, se fue contra unos grandes arboles, porque estando solo mejor pudiesse pensar de su señora. C. 75.

Brimartes en quanto en el lecho estava nunca hizo sino pensar en la gran hermosura de Onoria. Amad. de Grec. P. I, C. 60.

Olivante y el Infante Alizar hallando un arroyo de muy clara y dulce agua (103.9, 15) que por un valle abaxo corría, apeados de los caballos refrescaron en el, y comieron de lo que los escuderos llevavan, y aviendo gana de reposar, apartáronse poco trecho el uno del otro, y se recostaron sobre la verde yerva, y assi passaron la mayor parte de la noche, hasta que cerca de la mañana se adurmieron. Olivante. L. 2 C. 3

Palmerin toda la noche estuvo pensando en la donzella. Oliva. C. 12

No pudo dormir toda la noche pensando en su señora. Ib. C. 42.

Salobretto non dormir mai quella notte, & teneva detto con gran sospiri (276. 17) la misa signora Blaesilla fiore delle donzelle del mondo, ricordate vi di me, che per vostro servitio vo cercando dell'aventure. Tristani, L. 1. C. 34.

v. Ariosto.C. 8. 71, 2 (pág. 35)


d) Anotaciones que explican expresiones caballerescas, cuyo lenguaje se repite (para imitar o parodiar) en el Quijote

d.1. Así, al hablar de la costumbre de tomar los caballeros sus nombres:

28 con llamarse Amadis á secar, 29. y se llamó de Gaula] Fue llamado Amadis, y en otras muchas partes Amadis de Gaula. C. 10.

Mi amado hijo, dixo la reina Elisena, de aquí adelante por este nombre vos llamad. Assi lo hare, dixo él, y fue llamado Amadis, y en otras muchas partes Amadis de Gaula. Amad. De gaul. C. 10.

Así el otro Amadis acordándose del cargo que al Rey Amadis era, acordó de llamarse como él: y porque sus padres eran de Grecia, acordó de tomar sobrenombre de Grecia. Amad. de Grecia. P. I, C. 66.

El donzel fue baptizado, sus padrinos poniéndole por nombre Olivante, con el apellido de Laura, por ser en ella criado. Olivante. L. I., C. 7.

Fui criado en la isla de Laura, y por esto tengo el apellido della, llamándome Olivante de Laura, ib. Ib., C. 29.


d.2. Sobre la belleza de Dulcinea del Toboso

15 la sin par Dulcinea del Toboso] Oriana, la mas hermosa criatura que nunca se vio, tanto que esta fue la que sin par se llamó. Amad. de Gau. I, I, C. 4.

Oriana Princesa de Trapisonda, bien cupo á ti el sobrenombre sin par. Amad. de Grec. P. 2, C. 18.


d.3. O el final de un combate caballeresco

59.8. poniéndole la punta de espada en los ojos, le dixo que se rindiese. &c] 44. 28. 2. 106. 3. Amadis en cayendo el Gigante fue luego sobre él, y quitóle el yelmo, y pusole la punta de la espada en el rostro, & dixole. Balan muerto eres si á la dueña no satisfazeys del daño que le heziste. Amad de Gau. C. 128. v. Caps. II, 55, 72.

Olivante que assi lo vio, desenlazandole el yelmo (2. 104, 27) esperó á que tornasse en sí, y como fue en su acuerdo, poniendole la punta de su espada en el rostro, le pidió que se diesse por vencido, sino que le cortaria la cabeza. El C. Le pidió la vida, que le otorgava, y le ayudó á levantar en pie. (2.106.128) Olivante, L. 1, C. 30.

Don Polendos desque assi lo Gigante vio, cortóle las enlazaduras del yelmo (2. 104.27) & sacogelo de la cabeza, & dixo: su falso C date por vencido, & manda me aquí traer todos los presos que en su castillo están: (2.229.7; 30. 5) sino cortarte he la cabeza. Primaleon. L. I. C. 5. Rendirse. Darse por vencido Cov. (pág. 40)


e) Anotaciones que dan cuenta de ediciones de libros de caballerías

33. 4. los quatro de Amadis de Gaula] en Sevilla. 1547. Fol.

El enorme esfuerzo crítico e iluminador del reverendo Bowle fue admirado por algunos de los comentadores posteriores del Quijote28, aunque se repite en todos ellos una crítica, que limitó muchísimo su influencia: se trata de una empresa demasiado ardua para un extranjero y, sobre todo, como «el anotador no escribía principalmente para los lectores españoles, se hallan muchísimas mas utiles y necesarias para los estrangeros, que para aquellos», como explica Pellicer en el «Discurso preliminar» de su edición, antes de confesar que se ha servido de algunas de ellas para su comentario29.

A pesar de que las «Anotaciones» de Bowle siguen siendo hoy un monumento de erudición y punto de partida para numerosas referencias internas del Quijote, en especial para los libros de caballerías, de los que el reverendo inglés terminó siendo un asiduo lector, se convirtieron, tanto entonces como hoy, en una isla en la recepción del texto del Quijote. Una isla lejana ya que viene a contradecir lo que, desde el neoclasicismo (recuérdese el comentario de don Vicente de los Ríos), ha impuesto como lugar común a la hora de analizar el texto cervantino: su originalidad como texto, su independencia frente a los géneros narrativos anteriores, y en concreto, en relación a los libros de caballerías.




ArribaAbajoEl primer comentador: Juan Antonio Pellicer (1787)

Las «Anotaciones» del reverendo Bowle, como hemos visto, se limitan a ofrecer referencias textuales o informaciones léxicas, en ningún caso pretenden «comentar» el texto cervantino, sino iluminarlo en aquellos aspectos concretos que se consideran oscuros con el paso del tiempo. Clemencín las comparará con un «almacén en donde se hallan hacinadas mercancías de todas clases, unas de mayor y otras de menor precio...» (ed. cit., pág. XXXVI). Por este motivo, se le debe otorgar a Juan Antonio Pellicer «Bibliotecario de S. M. y académico de numero de la Real Academia de la Historia» el título de primer comentador del Quijote. En la edición de la obra, dedicada «Al Exmo. señor D. Manuel de Godoy principe de la paz», publicada en Madrid en el taller de Gabriel de Sancha en 1797, se van a incorporar un sistema de notas a pie de página con las siguientes finalidades:

Fixado el testo de la Historia de Don Quixote, eran necesarias algunas Notas para su mayor inteligencia. Son con efecto las que ilustran esta edición muchas y de diversas clases. Unas son históricas, otras literarias, otras morales, y otras tal vez gramaticales y criticas. Con ellas se confirman y aclaran algunos sucesos verdaderos que se refieren en esta ingeniosa Novela: se da noticia de los autores y libros que en ella se citan: se descubren las fuentes de donde adoptó el autor algunos casos y aventuras, aunque mejorándolos con la ameneidad de su imaginación fecunda: se manifiestan las alusiones con que en general se satirizan las costumbres, y las que hacen á los libros de caballerías: se contestan y apoyan los usos y costumbres de nuestra nación: se esplican algunas expresiones y palabras obscuras: y tal vez se reflexiona sobre alguna doctrina del autor.


(pág. IX)                


A lo largo de sus notas, así como en las páginas previas del Discurso preliminar, se ofrece una determinada imagen del Quijote, para insertarlo dentro de las ideas neoclásicas que, en un principio, desprecia la narrativa por ser género que no tiene un lugar en las preceptivas clásicas (especialmente Aristóteles); algunas de estas ideas son las que hemos visto ya en el «Análisis crítico» de Vicente de los Ríos, de quien se confiesa admirador.

Pero será en el comentario de Juan Antonio Pellicer donde podemos descubrir de manera más diáfana los dos ejes sobre los que se está construyendo la comprensión de la obra cervantina a finales del siglo XVIII, así como su relación con los libros de caballerías:

  1. Primer eje (separativo): el texto cervantino se independiza del género caballeresco, vinculándose a otros géneros y obras que aparecen en las preceptivas clásicas. Pellicer hablará de las «novelas» cómicas, como el Asno de Oro de Apuleyo30, así como Vicente de los Ríos lo había hecho con la Riada de Homero.
  2. Segundo eje (conjuntivo): «la historia, las líneas maestras de las historias caballerescas, constituyen la base sobre la que Cervantes levantó su obra original; incluso algunos de sus "errores", dentro de la preceptiva neoclásica en que se desea insertar el libro, se explican por la intención paródica, y por tanto, instructiva, que Cervantes le quiere dar a su creación».

Detengámonos en algunos aspectos indicados en el Análisis crítico de Vicente de los Ríos a la vista ahora de estos dos ejes.


ArribaAbajoHacia la «naturaleza» del Quijote

Vicente de los Ríos hablaba del Quijote como de una «fábula burlesca», contraponiéndola a las «fábulas heroicas», como podría serlo las obras de Homero. Clasificación semejante, aunque ahora centrado en la narrativa, es la que ofrece Pellicer:

Las Novelas [...] unas son heroycas, y otras comicas, populares ó jocosas. Del numero de las primeras es la Historia Etiopica de Heliodoro, ó los amores de Teágenes y Clariquea; y la Historia Septentrional de Miguel de Cervantes, ó los amores de Persíles y Sigismunda: del de las segundas es el Asno de Oro de Apuleyo, y el Ingenioso Hidalgo Don Quixote de la Mancha. Este pudiera pertenecer también á las sátiras Varronianas por constar de prosa y verso, de que se componían las que añadió Marco Varron á las inventadas por el filósogo Menipo; y como pertenecen el Satyricon de Petronio, y el Euphormion de Barclayo».


(págs. XXV-XXVI)                


Pero Pellicer no se quedará aquí, como sí lo hizo Vicente de los Ríos, sino que hablará del Quijote como de una fábula cómica (o popular o jocosa), pero fábula caballeresca, al fin y al cabo:

Es ademas de esto el Don Quixote una fabula caballeresca, inventada al modo de las de los libros de caballerías, y cuya Acción coincide con la de estos. La mas común Acción de los caballeros andantes (dice Lope de Vega) como Amadís, el Febo, Esplandián y otros, es defender cualquier dama por obligación de caballería, necesitada de favor, en bosque, selva, montaña ó encantamento. Con efecto estos caballeros andantes, y los antiguos Roldanes y Oliveros, y otros Pares de Francia corrian por el mundo, remediando necesidades agenas, y haciendo armas y desafios en defensa de sus damas.


(pág. XXVI)                


Así también unas páginas después: «Si se hubiese de calcular con rigor la duración de esta fabula caballeresca...» (pág. XXIX).

Pero no confundamos los términos, nos encontramos aún en el primer eje (recuérdese, el separativo): el Quijote es una «fábula caballeresca», que no un libro de caballerías. Cervantes ha escrito una obra original31 en su planteamiento y en su género, pero obra semejante a otras en su historia, lo que no «obscurece ni degrada la gloria de Miguel de Cervantes, como no se obscurece ni degrada la de Virgilio por haber imitado á Homero, ni la de Garcilaso de la Vega por haber imitado á otros poetas antiguos y modernos: ni el mismo Cervantes creyó desayrar su ingenio original, proponiéndose en su Persiles no solo imitar, sino competir con Heliodoro, como él dice: ni se desdeñó de imitar mas descubiertamente todavia al poeta perusino Cesar Caporali en su Viage al Parnaso, como él mismo confiesa» (pág. XXXVI).

Defendida la pertinencia de este primer eje, es el momento de dar un paso adelante, y conseguir, desde esta nueva atalaya genérica, restablecer la (evidente) relación entre el Quijote y los libros de caballerías. El camino seguido por Pellicer, que, desde otros ángulos también recorrerán los románticos alemanes y la lectura que de ellos hicieran autores de la Generación del 98 como Miguel de Unamuno, se basa en establecer una diferencia esencial, como si de dos personas se tratara, entre Cervantes (primer eje) y Don Quijote (segundo eje):

Así como Miguel de Cervantes siguió en parte la huellas de Lucio Apuleyo, asi también Don Quixote de la Mancha se propuso imitar principalmente á Amadis de Gaula en sus aventuras y andanzas caballerescas. Esta emulación, y este estudio de mirarle como á su prototipo consta espresamente de varios lugares de la Historia. [...] No por eso se ha de entender que Amadis de Gaula es el único modelo de Don Quixote, pues Cervantes tubo presentes no solo á otros caballeros andantes de los fingidos en los libros, sino á otros verdaderos y efectivos que imitaron á estos.


(págs. XXXIX-XL)                


La relación entre ambos ejes, el genérico y el del contenido, no es siempre perfecta, por lo que se documenta a lo largo de la obra una serie de «errores» desde la perspectiva neoclásica, que ha tomado al Quijote como modelo narrativo, que se explican por la intención paródica que Cervantes demuestra a lo largo de su obra. Por ejemplo,... ¿qué sucede con algunos anacronismos que aparecen en el texto, algunas distorsiones en la duración de la historia, que parecen atentar el principio de la verosimilitud? Lo que sería un error, desde la perspectiva del primer eje, el que le otorga al Quijote una extrema originalidad y perfección narrativa, se transforma en un hallazgo literario gracias al segundo eje: Cervantes muestra en su obra una serie de anacronismos, de manera consciente, para «ridiculizar con mayor propiedad los libros de caballerías», ya que, como recuerda Pellicer, «los escritores de libros de caballerías no guardan ley ni regla no solo en las aventuras que inventan, sino principalmente en la razón de los tiempos, confundiéndolos á su antojo» (pág. XXXI) .




ArribaAbajoLa finalidad del Quijote

Este ejemplo nos lleva a otra de las cuestiones que se repiten en los primeros comentarios del Quijote: la finalidad del texto cervantino, o «Del Fin», como escribe Pellicer. Frente a los libros de caballerías, y otras modalidades de ficción del siglo XVI, que cifran exclusivamente su interés en el entretenimiento, la «fábula burlesca», como lo es el Quijote, se escribió con la finalidad principal de «deshacer la autoridad y cabida que en el mundo y en el vulgo tenian los libros de caballerías», tal y como indica el propio autor, citado por Pellicer, que explica de la siguiente manera los procedimientos de los que se valió Cervantes para conseguir su propósito:

Para conseguirle, finge un caballero andante maniático que, agitado de estas ideas caballerescas, sale [...] de su casa en busca de aventuras con la mania de resucitar la orden ya olvidada de la Caballería: y para ridiculizar mas plenamente estos mismos libros ridiculiza al mismo héroe, disponiendo que las acciones y aventuras, que en los demás caballeros se representan serias y graves, surtan en Don Quixote un efecto ridiculo, y terminen en un exîto jocoso. De suerte que Don Quixote de la Mancha es un verdadero Amadís de Gaula, pintado á lo burlesco: ó lo que es lo mismo, una paradoja ó imitación ridicula de una obra seria.


(pág. XXXII)                


Pero no se acaba aquí la «finalidad» de la obra, pues siendo ésta la fundamental (más de carácter moral que literario), la obra se escribió, como ya se decía en el Análisis crítico de Vicente de los Ríos, con el ropaje de una «fábula cómica» para la «reprehension en general de las costumbres de su tiempo, para lo qual usa de una perpetua y fina sátira, ponderada dignamente por el señor Rios en su apreciable Análisis» (pág. XXXIV). Los hilos de la comprensión del Quijote se van tejiendo en una urdimbre similar al amparo del triunfo del neoclasicismo en el conjunto de los textos que estamos analizando.

De este modo, y siguiendo los dos ejes antes establecidos, el Quijote, como perteneciente a un género del que es el único representante, se aleja de los libros de caballerías por su finalidad «moralizante»; pero, por otro lado, y aquí entramos en el segundo eje, utiliza el género caballeresco para hacer efectiva su sátira moral, tanto contra el influjo que tales textos poseen entre los lectores, como contra la decadencia de costumbres de su época. Vicente de los Ríos habló de «tratado de ética»; en Pellicer se dará un paso adelante: don Quijote se ha convertido en una parodia de Amadís de Gaula, dentro de un texto original, nuevo, único. El Quijote se ha convertido en una parodia; pero en una parodia más allá de cualquier diversión, que cifra su interés en la «sátira moral», en la crítica de una sociedad que puede dejarse influir en sus comportamientos con la lectura de los libros de caballerías; es decir, con textos que, al no adecuarse a los principios básicos del neoclasicismo (de base aristotélica y horaciana, no lo olvidemos) son dignos de crítica y de reprehensión.

La autoridad de Juan Antonio Pellicer, que se aprecia, por quedarnos con sólo un ejemplo, en el éxito de su defensa de la edición de 1608 como la que mejor mostraba la «última voluntad» del autor, al haber sido corregida por Cervantes, y que será tomada como base ecdótica para las ediciones posteriores de la obra32, hizo posible que las ideas y planteamientos defendidos por Vicente de los Ríos, y hábilmente expuestos por él, tanto en las páginas preliminares como en los cientos de notas que acompañan a su edición de 1787, se hayan convertido en la base de la comprensión de la relación del Quijote y los libros de caballerías, y el origen de tantos tópicos que, aún hoy en día, se siguen repitiendo sobre los textos caballerescos.

En todo caso, todavía nos queda otro peldaño para terminar de completar la recepción del Quijote a principios el siglo XIX: la autoridad erudita de Diego Clemencín, que consiguió completar lo que en el Prólogo de la Academia de 1790 se había definido como «empresa imposible»: la comparación del Quijote, del contenido del Quijote con los libros de caballerías.






ArribaAbajoEl comentador del Quijote: Diego Clemencín (1833-1839): hacia la imagen canónica de los libros de caballerías33

En 1833 se comienza a publicar la edición del Quijote con los comentarios de Diego Clemencín en cuatro volúmenes, que se completará en 1834 y en 1839, con la edición de los dos últimos tomos34; obra que el propio anotador no pudo ver acabada ya que murió el 30 de julio de 1834, cerca de los sesenta y nueve años. Frente a las ediciones comentadas anteriores [la de Pellicer o la de la Real Academia de 1819, que contiene al final una serie de anotaciones «propias de su exquisito juicio y sabiduría, pero tan cortas de numero y extension, que no hacen sino irritar las curiosidad, y aumentar el deseo de mayores y mas extensas explicaciones», según comenta el propio Clemencín (pág. XXXVII)] y las anotaciones del reverendo Bowle, Clemencín se propuso ofrecer un comentario completo a lo largo de toda la obra cervantina, como él mismo indica en su Prólogo al comentario:

En resolución, el Ingenioso Hidalgo D. Quijote de la Mancha carece hasta ahora de un comentario seguido y completo, como lo reclama su calidad de libro clásico, reconocido como tal en la república de las letras, apreciado por todas las naciones cultas, y traducido en todos sus idiomas.


«Comentario seguido y completo» que nace con la pretensión de acercar al lector del siglo XIX un texto escrito dos siglos antes, un texto que se ha convertido ya en un clásico, como así también lo indicara Bowle: «Figúrese el lector del Ingenioso Hidalgo que le acompaño en su tarea, y que le voi diciendo lo que me ocurrió cuando yo lo leia» (pág. XXXVIII). Y de este modo, a lo largo de los cuatro volúmenes de la edición se encontrarán notas «acerca de las perfecciones é imperfecciones de la fábula; para satisfazer su curiosidad sobre los puntos históricos y literarios que se tocan, ó los pasages caballerescos á que se alude; para hacer las advertencias que ocasione el tenor del discurso tanto sobre la gramática y filosofía del idioma, como sobre los usos, costumbres é ideas de la época de la caballería y la de Cervantes» (pág. XXXVIII).

Clemencín va a aceptar, como no podía ser de otra manera, los principios de comprensión del texto, tal y como lo hemos venido dibujando en el análisis de Vicente de los Ríos y Pellicer. A principios del siglo XIX ya nadie pone en duda que el Quijote sea un «libro moral» tal y como indica desde las primeras líneas de su comentario:

La relación de las aventuras de D. Quijote de la Mancha, escrita por Miguel de Cervantes Saavedra, en la que no ven los lectores vulgares mas que un asunto de entretenimiento y de risa, es un libro moral de los mas notables que ha producido el ingenio humano. En él, bajo el velo de una ficción alegre y festiva, se propuso su autor ridiculizar y corregir, entre otros defectos comunes, la desmedida y perjudicial afición á la lectura de libros caballerescos, que en su tiempo era general en España .


(pág. V)                


Como tampoco se dudará de que se trate de un texto que ha creado un «nuevo género de composición», original en sus planteamientos como único en la historia de la literatura35.

El único aspecto en el que Clemencín va a discrepar de Vicente de los Ríos y de Pellicer será en la consideración de «perfección» con que la «escuela de adoradores del Quijote», como les llama el propio comentador, ha querido caracterizar el texto cervantino. Lo que daba cierto sentido al eje conjuntivo, al permitir explicar desde la «parodia» a los libros de caballerías los llamados «errores» de Cervantes, que se convertían automáticamente en una nueva muestra de su genialidad, ahora en Clemencín es clara muestra de la forma de trabajar de Cervantes, lo que no quita ninguna autoridad, y mucho menos, valor al Quijote:

¡Desgraciado de aquel á quien no suspendan y arrebaten las gracias y bellezas admirables, originales, únicas del Quijote! Mas sin embargo de este testimonio de aprecio y veneración, homenage debido de justicia al inmortal Cervantes, no puede menos de reconocerse que escribió su fábula con una negligencia y desaliño que parece inexplicable. La escribió dejando correr la vena de su ingenio, sin seguir regla ni imponerse sujeción alguna; y así como su héroe erraba por llanos y por montes, sin llevar camino cierto, en busca de las aventuras que la casualidad le deparase, el propio modo el pintor de sus hazañas iba copiando al acaso y sin premeditación lo que le dictaba su lozana y regocijada fantasia. La misma fábula ofrece repetidas pruebas de que su autor no volvia á leer lo que habia escrito.


(pág. XXIII)                


De esta manera, en la relación del Quijote con los libros de caballerías se cierra el círculo abierto por el Análisis crítico de don Vicente de los Ríos: si en un primer momento todos los esfuerzos se centran en alejar el texto cervantino del género en que se inserta cuando se imprimió en el siglo XVII, el de los libros de caballerías; ahora, aceptado ese primer eje separativo, es el momento de hacer desaparecer el eje conjuntivo, dado que no es necesario recurrir a las historias caballerescas para explicar algunos aspectos que, desde una perspectiva neoclásica, podrían ser criticados, ya que atentan a principios de verosimilitud o de estructura narrativa. El Quijote, como libro clásico en que se ha convertido en estos años, está ya por encima de estas críticas. De esta manera, los libros de caballerías «los pasages caballerescos á que se alude», se han transformado en simples informaciones que un lector del siglo XIX debe conocer para entender en su integridad el texto cervantino, como también otros tantos «puntos históricos y literarios que se tocan».

Y aún podemos ir más allá.

El prestigio de Diego Clemencín como conocedor de los libros de caballerías, de los que leyó o, al menos, hojeó, tanto los ejemplares impresos como manuscritos que se encontraban en los fondos de lo que hoy son la Biblioteca Nacional y la Real Biblioteca de Madrid, así como los de su espléndida biblioteca, ha hecho que sus opiniones se hayan convertido en los lugares comunes para el estudio de los libros de caballerías castellanos, al margen del Quijote, con las consiguientes deformaciones críticas por todos conocidas. Más que las críticas de Cervantes dentro de su obra, ha sido el desprecio por los libros de caballerías de los primeros comentadores del Quijote los que han sepultado al género caballeresco en un cementerio de lugares comunes y de cruces hermenéuticas.


ArribaAbajoUn gran conocedor de los libros de caballerías

El conocimiento directo de Clemencín de los libros de caballerías está fuera de toda duda36. Algunos de ellos sólo eran conocidos por las referencias de sus comentarios, como esa Quinta parte del Espejo de príncipes y caballeros que durante años se había creído perdido cuando no se había movido de la Biblioteca Nacional, en donde Clemencín lo había consultado37.

La lectura directa, más o menos completa, de multitud de libros de caballerías, convierte a Clemencín en uno de los lectores más expertos del género, como años atrás había sido el reverendo Bowle. La diferencia esencial entre ambos se encuentra en el desprecio que Clemencín muestra sobre el género y los diferentes libros de caballerías que ha leído, a los que sólo se acerca para iluminar, de manera crítica que no simplemente expositiva, determinados pasajes del Quijote. Lamentablemente, muchos editores y estudiosos del texto cervantino así como del género caballeresco han basado sus análisis, confesándolo o no, en tales comentarios sin tener en cuenta la perspectiva crítica en que se insertan y justifican. A Clemencín uno no puede acercarse como al crítico objetivo conocedor de los libros de caballerías, sino como el comentador neoclásico del Quijote, con todas sus genialidades, pero también asumiendo el conjunto de sus limitaciones. La riqueza de detalles y de datos que ofrece Clemencín se apreciará mejor comparando algunas de sus notas con las que ofrecen Bowle y Pellicer. Centrémonos en uno de los episodios más caballerescos del libro: el escrutinio de la biblioteca del hidalgo Alonso Quijano, y en dos libros que se comentan, las Sergas de Esplandián y el Felixmarte de Hircania:


ArribaAbajoSergas de Esplandián

a) Quijote (I, V):

«-Veamos esotro que está junto a él.

-Es, -dijo el barbero-, las Sergas de Esplandián, hijo legítimo de Amadís de Gaula.

-Pues en verdad, -dijo el cura- , que no le ha de valer al hijo la bondad del padre. Tomad, señora ama, abrid esa ventana y echadle al corral, y dé principio al montón de la hoguera que se ha de hacer.

Hízolo así el ama con mucho contento, y el bueno de Esplandián fue volando al corral, esperando con toda paciencia el fuego que el amenazaba».



b) Bowle (pág. 28):

las Sergas de Esplandián] Un ramo que desta historia; Amad de Gaul. Sale las Sergas de Esplandián se llama, que quiere tanto dezir como las proezas de Esplandián. L. 3. C. 74.



c) Pellicer (págs. 51-52):

Las Sergas de Esplandián. Que tanto quieren decir como las prohezas de Esplandián, según se lee en el lib. 3 de Amadis c. 74. cuya etimologia se deduce sin duda del griego erga. El autor de este libro es Garci Ordóñez de Montalvo, editor de los de Amadis, el qual le prometió en el lib. 4, cap. 121, por estas palabras: como lo contaremos en un Ramo de la Historia, que se llama las «Sergas de Esplandián», cuya promesa repite en el c. 123. Publicose con efecto la obra con este titulo: El Ramo que de los quatro libros de Amadis de Gaula sale, llamado las Sergas del muy esforzado cauallero Esplandián, hijo del excelente Rey Amadis de Gaula, Alcalá, 1588, fol. Habia precedido otra edición, aunque menos correcta. Adviértese al principio que estas Sergas fueron escriptas en griego por la mano del maestro Helisabad. Que fue el cirujano que curaba las heridas á Amadis de Gaula, y de quien suele hacer mención Cervantes. Sinembargo de la pena del fuego, que tan justamente se aplica á este libro de caballereas, dice Alonso Proaza, corrector de la imprenta, en unos versos de arte mayor, puestos al fin: que en el estilo y en la doctrina no le igualan los de Cicerón y Quintiliano.



d) Clemencín (págs. 110-111)

: Garci Ordóñez de Montalvo en el prólogo de Amadis ofreció publicar el libro de las Sergas de Esplandián su hijo, que hasta aquí, dice, no es memória que ninguno ser visto, que por gran dicha paresció en una tumba de piedra que debajo de la tierra en una ermita cerca de Constantinopla fué hallada, y traido por un húngaro mercader á estas partes de España, en la letra y pargamino tan antiguo, que con mucho trabajo se pudo leer por aquellos que la lengua sabian. En vários pasages de Amadís se anunció la publicación de las Sergas de Esplandián, que con efecto llegáron á imprimirse, afirmándose al princípio de la obra que la había escrito en griego el maestro Elisabad, que vió mucho de lo que cuenta, y habia sido mui afecto á su padre Amadis: las cuales Sergas después á tiempo fuéron trasladadas en muchos lenguages.

De este modo trató Garci Ordóñez de Montalvo de autorizar la historia de Esplandián, dándole origen antiguo y extrangero, conforme lo hicieron también otros varios escritores de caballerías. Pero así como el asno de la fábula queriendo disfrazarse de leon, olvidó taparse las orejas, así también á Montalvo se le escapó la mencion de la artilleria, invencion de siglos mui posteriores al que se supone de Esplandián, cuando refirió en el cap. 153 de las Sergas, que tratando el gran Soldán de combatir la ciudad de Constantinopla, mandó sacar de las naves mui muchas y grandes lombardas y otros tiros y aparejos de muchas suertes para el combate.

El raro y nunca visto nombre de Sergas fué artíficio que discurrió Montalvo para acreditar el origen griego de la historia de Esplandián. Porque en este idioma erga significa hechos, hazañas, y Montalvo, que probablemente no sabria mucho de griego, en lugar de escribir las Ergas puso las Sergas. Asi se indicó en el cap. 18, donde contándole que el maestro Elisabad se encargo de escribir la historia de Esplandián á ruego del Rei Lisuarte, se dice: pués asi como oís fuéron escritas estas Sergas llamadas de Esplandian, que quiere decir las proezas de Esplandián. Por lo cual D. Nicolás Antonio, al hablar de este libro en su Bibliotheca anigua, le llamó no las Sergas sino las Ergas de Esplandián. En las Partidas se llaman cantares de gesta á los que trataban de las hazañas de los guerreros célebres. Acostumbraban, se lee en la Partida 2ª, tit. 21, lei 20, los caballeros cuando comian, que les leyesen las hestórias de los grandes fechos de armas que losotros federan... é aun facien mas, que los juglares non dijesen antellos otros cantares sinon de gesta ó que foblasen de fecho darmas. En la misma significacion habia usado la palabra gesta Gonzalo de Berceo (copla 245), y aun antes el Poema del Cid:

Aqui comienza la gesta de Mio Cid el de Vivar (vers. 1093).

Erga en griego, gesta en latín, hechos en castellano, todo es una misma cosa.

Montalvo huvo de tardar algunos años en dar la última mano á las Sergas, porque en el cap. 99 indica que las escribia á principios de la guerra que los Reyes Católicos hicieron á los moros granadinos; y luego en una exclamación que insertó en el cap. 102, se vé que estaba ya concluida aquella guerra y se hacia expelido de España á los judios. No retiniendo, dice, sus tesoros, echáron del otro cabo de los mares aquellos infieles que tantos años el reino de Granada tomado y usurpado conta toda lei y justicia tuviéron: y no contentos con esto, limpiáron de aquella súcia lepra de aquella malvada heregia que en sus réinos sembrada por muchos años estaban. Ambos acontecimientos fuéron el año de 1492.






ArribaAbajoFelixmarte de Hircania

a) Quijote (I, VI):

-Este que se sigue es Florismarte de Hircania, -dijo el barbero.

-¿Ahí está el señor Florismarte?, -replicó el cura. Pues a fe que ha de parar presto en el corral, a pesar de su extraño nacimiento y soñadas aventuras, que no da lugar a otra cosa la dureza y sequedad de su estilo. Al corral con él, y con esotro, señora ama.



b) Bowle (pág. 29):

Florismarte de Hircania. 10 su estraño nacimiento] Su padre era el Principe Flosaran de Misia, y su madre la princesa Martedina. Cap. Decimo del L. 1. de su Historia trata del estraño nascimiento del Principe Felixmarte: y dize que la Princesa en un apartado lugar en las manos de una muger salvaje, llamada Belsagina parió un hijo: la qual mirando los nombres de sus padres, parescióle que le vendria bien llamarse Florismarte, porque participasse de ambos. Mas la Princesa pensando que si se dixese Felixmarte tendria mejor significado mandó le que assi le dixesse. Felixmarte. F. 22. 3, 4.



c) Pellicer (pág. 54):

Florismarte de Hircania. Publicado por Melchor de Ortega, caballero de Ubeda, con este titulo: Primera Parte de la Historia del Principe Felixmarte de Hircania, Valladolid, 1556, fol.

Su estraño nacimiento: Pasó de esta manera. La princesa Martedin, muger del principe Flosaran de Misia, dio á luz en un monte en manos de una muger salvage llamada Belsagina, que en atención á los nombres de sus padres le parescio llamarle Florismarte para que participase de entrambos; pero considerando la princesa que era nombre mas sonoro y significativo el de Felixmarte, le llamo asi. Con efecto Cervantes le da también el nombre de Felixmarte en el cap. 13. P. I.



d) Clemencín (págs. 114-115):

Melchor Ortega, caballero de Ubeda, publicó en Valladolid el año de 1556 la primera parte de la Historia del Príncipe Felixmarte de Hircánia, que supuso traducida del toscano, y la dedicó á Juan Vázquez de Molina, Secretário del Rei y del Consejo de Estado. El héroe se llamó primero Florismarte y después Félixmarte, como en otros parages le llama Cervantes (Cap. 13, 32 y 49 de la primera parte y 1.º de la segunda).

Llámase extraño su nacimiento, porque su madre Marcelina le parió en un monte en manos de una muger salvage; pero no se vé la razon de hacer mérito peculiar de ello en Florismarte, siendo comunísimo en los autores caballerescos acompañar con circunstáncias extraordinárias y maravillosas el nacimiento de sus héroes. Al nacer Amadís de Gáula, es metido en una arquilla y expuesto en las águas de un caudaloso rio de Bretaña, como Moisés en las del Nilo, y saliendo al mar, es recogido por unos navegantes (Amadís de Gáula, cap. 2). Tristán de Leonís nace en un bosque, yendo su madre á buscar á su esposo Meliades: pone á su hijo el nombre de Tristán en memória de la tristeza en que se hallaba: lo besa y expira (Lib. 1, cap. 21). La Réina Rosiana dá á luz á Olivante en una floresta, de donde lo arrebata una doncella y lo lleva á la sábia Ipermea á la isla de Láura (Lib. 1, cap. 5). Florambel de Lucea acaba de nacer: el sabio Adriacon, señor del castillo de Rocaferro, pariente del Soldán de Niquea y grande encantador, entra en la cámara de su madre Beladina acompañado de un leon furioso: arrebata al recien nacido, y lo lleva en una nube á Rocaferro para matarlo; pero compadecido, muda de propósito, y lo cria y educa en aquel castillo (Lib. 1 cap. 20). Cuando nació el Príncipe Belflorán en el castillo de Medea, lo robó Merlin para criarlo; desapareció con él, y lo llevó á lejas tierras á una ermita, donde lo bautizó el ermitaño (Belian. de Gréc. Lib. 3, cap. 24). También fué robado al nacer Leandro el Bel, hijo del Caballero de la Cruz, por el sabio Artidoro, que se metió con él en una nube, y lo condujo á su isla, donde haciéndolo primero suntuosamente bautizar, lo crió en un delicioso palácio encantado (Caballero de la Cruz, lib. 2, cap. 10). En Florando de Castilla, el mago Arcaon en forma de hipógrifo se llevó por el áire á Leonido, cuando acababa de parirlo la Infanta Safirina, y lo puso en poder del Sultán de Babilónia. De Angeloro, hijo de Medoro y Angélica la bella, cantó el famoso Lope:


Así como nació, la sábia Argiva,
Que el casamiento desigual desama,
Porque heredero de Medor no viva,
Hurtóle de los brazos de su ama;

Y metido en una cestilla de mimbres lo arrojó al mar, donde aportando á una isla, le dió educacion Proserpido el sábio, como en otro tiempo Quiron á Aquiles en la isla de Esciros».








ArribaAbajoLa reducción de los libros de caballerías a una corriente caballeresca: la literatura de entretenimiento

En el Análisis crítico de Vicente de los Ríos ya hemos visto cómo se había llevado a cabo la reducción del género caballeresco a una de sus corrientes más exitosas: la literatura caballeresca de entretenimiento. El proceso culmina con Clemencín, gracias a su autoridad de lector de libros de caballerías, aunque, no lo olvidemos, Clemencín se acerca a los textos caballerescos no para comprender el Quijote a partir de su lectura, sino como el teórico neoclásico que desprecia el género y desea conocer algunas de sus personajes y aventuras para hacer más comprensibles las referencias internas de la obra cervantina.

De este modo, no extraña que Clemencín defienda la caballería como la única institución que en «aquellos siglos de obscuridad y barbárie, en que olvidada la civilización antígua y generalizada en Europa la dominación de los pueblos del Norte, apenas se disfrutaba la seguridad y el sosiego, que son el objeto primário de la sociedad humana» (págs. V-VI), era la que defendía el bienestar y la justicia de los débiles e inocentes, así como de los libros de caballerías, que daban muestra de tales sentimientos virtuosos «que son los únicos que pueden inspirar interés duradero y constante» (pág. VIII). El problema vino con el «mal gusto de los tiempos, y con la ignoráncia de los autores» (pág. IX) que degradaron un género en que «no era ciertamente inaccesible á la hermosura y adornos de la invencion y del estilo». Y en esta degradación se cifran las tres características esenciales de la literatura caballeresca de entretenimiento, las mismas que aparecen en tantas críticas del siglo XVI como en el cap. XLVI del Quijote:

a) Monstruos en su estructura y estilo

Tampoco supiéron ceñir convenientemente la duracion de sus fábulas, ni subordinar á una accion los sucesos, ni variarlos agradablemente, ni siquiera dar á sus relaciones los atractivos própios del curso tranquilo y apacible de la história. Lanzadas y mas lanzadas, cuchilladas y mas cuchilladas, descripciones repetidas hasta el fastídio de unos mismos torneos, justas, batallas y aventuras con diferentes nombres; errores groseros en la história, en la geografía, en las costumbres de las naciones y edades respectivas; golpes desaforados, hazañas increibles, sucesos no preparados, inconexos, inverosímiles; ternura á un mismo tiempo y ferocidad, dureza y molície, inmoralidad y supersticion; tal es la confusa mezcla, el caos que ofrecen los libros caballerescos, escritos casi todos en los siglos XV y XVI.


(pág. X)                


b) Monstruos en la exageración de la fantasía

Por mejor decir; escribiéron unas histórias imposibles en todos tiempos. Agitados los mas de ellos de un furor insensato, no contentos con lo extraordinário, echáron también mano de lo portentoso, y amontonáron encantamentos y encantadores, rivalidades y guerras de nigromantes, aventuras y empresas absurdas, prodigando lo maravilloso de suerte que llegáron á hacerlo insípido, á la manera que el uso excesivo de los manjares y sabores fuertes llega á entorpecer el paladar y á embotarlo.


(pág. XI)                


c) Monstruos por sus malos ejemplos morales, que aleja a la juventud de los libros de historia

De aquí nacia que la juventud, acostumbrada á las lecturas caballerescas, concebia un tédio insuperable al importante estúdio de la história, donde el orden y tenor ordinário de las cosas humanas no presentaba estímulos suficientes á su estragada curiosidad. Llenábase al mismo tiempo su fantasia de los ejemplos é ideas que encontraba en aquellos inmorales novelas; amores adúlteros, compétencias de mozuelos que trastornaban el mundo, obediéncia ciega á caprichos femeniles, venganzas atroces de pequeñas injúrias, desprécio del orden social, máximas de violéncia, fiestas de un lujo desbaratado y loco, pinturas y descripciones de escenas lúbricas; y los libros de caballerias llégaron á ser tan perjudiciales á las costumbres, como insufribles á la razón y el buén gusto.


(pág. XI)                


Poco a poco, el círculo se va cerrando.




ArribaAbajoLa crítica canónica a los libros de caballerías: las opiniones del canónigo de Toledo en la Primera parte del Quijote

Pero queda todavía subir un último peldaño, que ya hemos ido adelantando en las páginas anteriores: la imagen de los libros de caballerías (entiéndase, de una determinada corriente que termina por identificarse con el género), de su narrativa monótona y uniforme, que aún perdura en la mayoría de los análisis de la prosa del siglo XVI que se realizan, procede de los datos, autorizados por tantas horas de lectura, que aparecen en los comentarios de Clemencín, apoyados por el enorme éxito editorial que tuvieron y por su reutilización en la obra de don Marcelino Mendéndez Pelayo.

La crítica al «monstruo» en que se había convertido el libro de caballerías se hace verbo en los comentarios de Clemencín; de la teoría de Vicente de los Ríos o Pellicer, de la recogida escrupulosa de datos de Bowle, pasamos ahora a la crítica argumentada, a la definitiva losa que caerá sobre el género caballeresco a lo largo de varios siglos.

Centrémonos en un episodio, el tal comentado de la conversación del cura y el canónigo de Toledo en el cap. XLVII de la Primera parte del Quijote, en donde a un tiempo se criticará la literatura caballeresca de entretenimiento como se defenderá el género.

Clemencín se hace eco y comparte la crítica al carácter monótono de los libros de caballerías de su época («Cual mas, cual menos, todos ellos son una misma cosa»)38, así como de los «desaforados disparates» de los que están llenos:

¿De qué género los quiere el lector? Históricos, geográficos, cronológicos? Ponderaciones monstruosas, relaciones absurdas, desatinos contrários á la razón, y al sentido comun? De todo hai con abundáncia en los libros caballerescos: mucho se ha visto ya en las notas anteriores, y mucho queda por ver en las sucesivas. Nos ceñiremos por ahora á dar algunas muestras en general del desconcierto con que entregándose á una imaginacion delirante los cronistas de los caballeros, fingiéron los disparates que tan justamente llama desaforados el Canónigo de Toledo.


(pág. 374)                


Y en las siguientes cinco páginas, se dedica a resumir algunos episodios caballerescos que le parecen especialmente «desaforados»: [1] «la descripción del aparato con que en la história de D. Policisne de Boécia (cap. 97) salió la sábia Ardémula á recibir al Rei Minando y á la Réina Grumedela, que iban encantados á la ínsula No-hallada»; [2] la descripción del ejército de paganos «con que el Gran Soldán cercaba á Constantinolpla, compuesto de mas de trescientos mil combatientes», como se narra en las Sergas de Esplandián (cap. 146); [3] las princesas que son «arrebatadas por los áires en un carro dispuesto por el sabio Fristón y tirado de furiosos dragones», que llegan a la morada de la sabia Medea en el Belianís de Grecia (lib. 3, cap. 6); [4] la «aventura de la isla Serpentina, que se hace en el libro 2.º del Caballero de la Cruz» (cap. 78), que acaba con estas palabras de Clemencín:

Con esto se fuéron á descansar á la barca; y yo también me voi á descansar, que estoi fatigado de leer y extractar tantos disparates.


(pág. 378)                


Y con comentarios similares, en donde se mezcla la erudición y el conocimiento de los libros de caballerías, con el desprecio más absoluto al género caballeresco, se irán glosando las críticas del canónigo: sobre su estructura narrativa («llevan intención a formar una quimera o un monstruo»)39, sobre su inverosimilitud («en las hazañas increíbles»)40 o sobre su contenido erótico («en los amores lascivos»)41.

Pero al final de la crítica del Canónigo de Toledo contra la literatura caballeresca de entretenimiento, comienza el cura cervantino su defensa del género: «y dijo que, con todo cuanto mal había dicho de tales libros, hallaba en ellos una cosa buena, que era el sujeto que ofrecían para que un buen entendimiento pudiese mostrarse en ellos, porque daban largo y espacioso campo por donde sin empacho alguno pudiese correr la pluma», siempre que

siendo esto hecho con apacibilidad de estilo y con ingeniosa invención, que tire lo más que fuere posible a la verdad, sin duda compondrá una tela de varios y hermosos lizos tejida, que después de acabada tal perfeción y hermosura muestre, que consiga el fin mejor que se pretende en los escritos, que es enseñar y deleitar juntamente, como ya tengo dicho. Porque la escritura desatada destos libros da lugar a que el autor pueda mostrarse épico, lírico, trágico, cómico con todas aquellas partes que encierran en sí las dulcísimas y agradables ciencias de la poesía y de la oratoria: que la épica tan bien puede escrebirse en prosa como en verso [...] y por esta causa son más dignos de reprehensión los que hasta aquí han compuesto semejantes libros, sin tener advertencia a ningún buen discurso ni al arte y reglas por donde pudieran guiarse y hacerse famosos en prosa, como lo son en verso los dos príncipes de la poesía griega y latina.


El párrafo no tiene desperdicio: dibuja una nueva propuesta de libro de caballerías, una propuesta que tiene en cuenta los principios básicos de la preceptiva renacentista (que, en parte, será la neoclásica), en donde el principio de la verosimilitud posee especial relevancia, y gracias al que su autor podría compararse, ni más ni menos que a Homero o a Virgilio. Ese libro es, además de las cien hojas que tenía escritas el canónigo de Toledo42, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, compuesto de Miguel de Cervantes Saavedra.

Pero el contenido de este párrafo viene a contradecir tanto los comentarios anteriores (en donde se estaba identificando el género caballeresco con la literatura de entretenimiento) como la propia desvinculación del Quijote de los libros de caballerías. ¿Cuál es el comentario de Clemencín?

Lo bueno de que aquí se habla, y que se explica con mas extension y claridad en lo que sigue, no se halla precisamente en los libros de caballerías, como dice el Cura, sino en todos los asuntos de invención, hablando mui en general, puesto que en el bosquejo que hace del argumento del libro, no se mencionan las circunstáncias peculiares del género caballeresco, que son la demanda de aventuras, y las proezas en obsequio de las damas y defensa de los débiles. Mas bien se señalan incidentes própios de la epopeya; y de esta quiso hablar ciertamente el Cura, como se vé por la elección de virtudes, vicios, prendas y personages que cita, y sobre todo, por las expresiones con que acaba su razonamiento y el capítulo.


(pág. 390)                


Una nueva vuelta de tuerca. La última: los libros de caballerías no entran dentro de «todos los asuntos de invención».

El círculo se ha cerrado. Un círculo que Clemencín, con su admirable erudición caballeresca, ha sellado por algo menos de doscientos años. El Quijote se ha desvinculado completamente del género caballeresco; los libros de caballerías se han quedado sin uno de sus exponentes más originales y atractivos, el que hace posible comparar a su autor con el mismo Homero, el maestro de la epopeya en verso.






ArribaA modo de punto y seguido

El camino recorrido de más de cincuenta años desde Vicente de los Ríos (1790) a Clemencín (1833) en donde el Quijote se ha convertido, además de seguir siendo un texto popular, en un libro clásico, ha permitido mostrar cómo el género caballeresco tan complejo y dispar a lo largo de algo más de 150 años de existencia, ha sido reducido a una única comente para así consolidar la separación uno de los textos caballerescos, el Quijote, y el género en que se escribe y en donde adquiere todo su sentido.

El proceso, no exento de problemas y de rectificaciones, ha permitido ver cómo un libro de caballerías, como lo es el Quijote, que se opone a la línea caballeresca triunfante en su momento, como es la del entretenimiento defendida pollos golpes y las continuaciones de Belianís de Grecia o del Caballero del Febo43, se ha desligado de su género, dando lugar a otro diferente, que, vinculado a obras y géneros que sí que aparecen en las preceptivas clásicas, ha sido denominado como «fábula burlesca o cómica».

Pero, como siempre suele suceder, no habría que haberse ido tan lejos: en el comentado episodio del comentario del canónigo de Toledo sobre el género caballeresco, se establecía la distinción entre las «fábulas milesias» y las «fábulas apólogas»: las primeras, como se lee en el Quijote, «son cuentos disparatados, que atienden solamente á deleitar y no á enseñar», mientras que las fábulas apólogas «deleitan y enseñan juntamente» (DQ, I, cap. XLVII). Tanto las milesias, como el Belianís, el Caballero del Febo y la gran mayoría de las escritas a partir de mediados del siglo XVI, como las apólogas, como el propio Amadís de Gaula o el Quijote, forman parte del género caballeresco.

¿Es necesario inventar un nuevo género para el Quijote en el siglo XXI como así lo hicieron los neoclásicos, siguiendo sus principios literarios en donde se daba prioridad a la poesía en el Parnaso de las Letras? ¿O quizás ha llegado el momento de aceptar que El ingenioso hidalgo don Quixote de la Mancha compuesto por Miguel de Cervantes Saavedra forma parte de ese grupo de libros de caballerías, como así lo fue el Amadís de Gaula refundido por Garci Rodríguez de Montalvo a principios del siglo XVI, que a finales de la centuria quisieron rescatar un género en que, al tiempo que entretenía, podía enseñar, frente a la línea triunfante en donde se primaba el entretenimiento, es decir, la hipérbole, el erotismo, la fantasía?

El canónigo de Toledo, quien, no se olvide, tenía escritas más de «cien hojas» de un libro de caballerías, sabía muy bien de qué estaba hablando:

Porque la escritura desatada destos libros da lugar a que el autor pueda mostrarse épico, lírico, trágico, cómico, con todas aquellas partes que encierran en sí las dulcísimas y agradables ciencias de la poesía y de la oratoria: que la épica tan bien puede escrebirse en prosa como en verso.



Ya tenemos un género, el de los libros de caballerías, y ya tenemos una finalidad: la de acabar con la lectura de los libros de caballerías de entretenimiento, que alejan a sus lectores de las virtudes y les empujan a ciertos vicios y defectos, como las censuras moralizantes que recordábamos al inicio han puesto de manifiesto. Ahora sólo nos queda analizar y conocer en su complejidad el género caballeresco, sus más de setenta títulos para no seguir identificando los «libros de caballerías» exclusivamente con la literatura de entretenimiento, y sus aventuras y motivos con los que aparecen en el Amadís de Gaula.

Parece lógico que así sucediera a finales del siglo XVIII y principios del XIX, de la mano de los primeros comentadores del Quijote, los que transforman este libro de caballerías en una original fábula moral, siguiendo los particulares principios neoclásicos. No lo es tanto que todavía lo sigamos haciendo en el siglo XXI.





 
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