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ArribaAbajoBenedetti y el porvenir de su pasado

Gloria da Cunha-Giabbai (Morehouse College. Atlanta, Georgia, Estados Unidos)


En el poema «El porvenir de mi pasado» Mario Benedetti se pregunta sobre las posibles huellas que de él, en tanto ser humano, perdurarán indelebles en la posteridad. En tanto escritor, su presencia literaria tiene asegurada un sitial en la historia de las letras hispánicas mucho más preponderante del asignado por la crítica hasta el momento. Esta falencia nació gemela al éxito primerizo y todavía se advierte en la revaloración más completa y reciente de la obra benedettiana efectuada en 199225. No obstante, una reinterpretación del significado de la misma en el contexto de la literatura hispánica revela un seguro porvenir para el pasado de Benedetti ya que sus originales creaciones reúnen las características de las de los escritores considerados clásicos, al convergir en ella el rico patrimonio acumulado en siglos de escritura y ramificarse en varias de las direcciones que ha ido tomando nuestra palabra26.

Benedetti fue el primero en resquebrajar seriamente los muros del canon literario al hacer ingresar a él, firme y de su mano, a un personaje que, por su prosaica vida silenciosa y gris, había permanecido marginado hasta ese momento. Este personaje pertenecía a la clase media, clase formada por individuos de distintas procedencias amalgamados en las ciudades nuestras pero forjados en culturas y tradiciones desarraigadas, las de padres y abuelos. Recién al promediar el siglo, esta clase ubicada entre los extremos propios de la región, la pobreza y la riqueza, va adquiriendo uniformidad con las generaciones nacidas en Hispanoamérica, aunque no así poder político ni económico, y sin despertar el interés de los escritores debido a su insignificancia existencial. Estos, durante esta primera mitad del XX, continuaban una tradición literaria cansada y estéril que, más que captar la crisis social y política que se gestaba lenta en las entrañas del contexto, retardaba su reconocimiento27. Sin embargo, por esta misma época, y como en la España finisecular, la crisis que llevaría al desastre de dictaduras, exilios, cárceles y muertes, comienza a ser descubierta por la generación crítica de escritores como Benedetti que, como la de ese 98 español, cuestionaron severamente tanto la literatura como la historia oficial, revelando así un auténtico compromiso con la condición humana, eco del efectuado por Unamuno y sus contemporáneos28. Entonces Benedetti, tenaz en su arremetida contra el canon, comenzó a narrar la intrahistoria de la humanidad silenciosa de su entorno cotidiano, formada por seres urbanos que no existían en la literatura que prolongaba la idealización de los habitantes del campo o el fracaso de los de las ciudades inmigrantes con el corazón frustrado y los ojos europeos vueltos al mundo civilizado de sus antepasados. Benedetti, por lo tanto, asume la categoría de un descubridor que percibió que los hijos de esos europeos ya no se sentían inmigrantes, sino «montevideanos» e hispanoamericanos porque pensaban, vivían y sufrían, en criollo y al margen, la diaria crisis de su comarca y el mundo. Al ser descubiertos, entran a la literatura con un bagaje social, político e ideológico particular pero representativo de lo universal, favoreciendo la comprensión, difusión y éxito del autor.

Con el descubrimiento literario de esta humanidad silenciosa, Benedetti adquiere también la calidad de historiador que, con rigor, examina y recrea personajes reales, de vida media, con ilusiones e ideales medios, con conflictos psicológicos medios, con una familia, amantes fugaces y una muerte simple, con una incipiente conciencia que les decía que la utopía de América, que atrajo a padres y abuelos, había sido un espejismo, y con una mediana educación que les permitía comprender que tenían que forjar la utopía propia. Inicialmente, Benedetti historió la conciencia de este ser descubierto y fue registrando, como en el diario de un descubridor, sus pequeñas aventuras e insignificantes tragedias29. Pero los descubiertos se fueron descubriendo a sí mismos en las creaciones literarias y, como ejerciendo la función más elevada de la literatura, se fueron transformando y politizando su urbe. Y este examen de conciencia colectivo los lleva a la acción, segunda etapa de la obra benedettiana. En esta, los personajes se diferencian y se polarizan y, junto al oficinista, al bancario, a las secretarias, los jefes, los empleados y profesores, a veces revolucionarios, aparecieron temidos antagonistas, el cobarde, el indiferente, el torturador, el delator. La lucha de estos personajes resulta sólo una culminación del forcejeo generacional de padres e hijos como los de Gracias por el fuego (1965), que, a su vez, ampliaron y agudizaron el cuestionamiento moralista de la radiografía practicada unos años antes en El país de la cola de paja (1960), tratando de salir de su laberinto de soledad urbana. Este enfrentamiento del presente de los personajes benedettianos replicaba fielmente aquel en que participaron los propios escritores, uruguayos y de otras regiones hispanoamericanas, parricidas literarios que cumplieron la importante función renovadora de eliminar la corrupción de formas, de ideas y de sueños ya pretéritos, pero manteniendo la herencia, no sólo para imponer una voz individual vacía de cuerpo30. Esta historia de la polarización y del choque de la época de acción de los textos y del contexto benedettianos se sumariza ejemplarmente en El cumpleaños de Juan Ángel (1971) que culminó en el tercer período de la cotidianidad literaria, la del fracaso y de los exilios solidarios de Primavera con una esquina rota (1982) y Geografías (1984). En este período, por un lado, se imagina y narra desde la orilla española y lejana, la ciudad con sus letras amordazadas, con sus hijos indiferentes o quizás ya cautivados por otra suerte de revolución, la tecnológica, con su lenguaje nuevo, sus nuevos fanáticos, sus nuevos ideales, sus nuevas formas de relacionarse, de estar juntos sin tocarse, sin verse, sin solidarizarse, un nuevo ser humano medio en su ficción virtual. Por su parte, la cuarta etapa literaria, la que tan maravillosamente representa Andamios (1996), revela que la imaginación otra vez libre de Benedetti inventa que vivir es renovarse y construir permanentemente nuevas metas, reconociendo que no es el fracaso de la lucha por una utopía lo que deshumaniza a los seres, sino el de no tener una utopía por la cual luchar. De manera que esta historiografía de un grupo humano en particular que ha realizado Benedetti posee un valor extraordinario y excepcional en las letras hispánicas ya que medio siglo de la clase media urbana desfila ordenadamente vestido de auténtica humanidad y en todas las tonalidades posibles. Benedetti, sin abandonar jamás a sus personajes humanos, y siendo consecuente con los más altos principios e ideas de la tradición heredada, se ha transformado constantemente, hecho que explica la permanencia y revitalización de su creaciones por las generaciones más jóvenes. Por consiguiente, y sobre todo en Uruguay, en las creaciones benedettianas se apoyan, a veces inadvertidamente, las obras de los autores posteriores ya que el ser cotidiano de la clase media sigue predominando, aunque ahora habite una Montevideo «violenta e inhóspita», la del «fracaso» y el «desencanto»31. Un análisis exhaustivo de las mismas revelará que los personajes, como sus creadores, proceden de los de Benedetti, son sus hijos literarios, tal vez sus nietos, aunque sus preocupaciones hayan tomado otros rumbos pero, en esencia, son los mismos.

El porvenir de ese presente pasado de Benedetti también está asegurado por los lectores, personajes ellos mismos, que han completado un triángulo de amorosa identidad. A diferencia de los personajes y lectores de otros escritores, que a veces existen sólo en un microcosmos, real o literario, los de Benedetti surgieron de otra suerte de «boom», de una explosión silenciosa en la ficción paralela a la realidad y que mantuvo sus creaciones literarias estrechamente unidas a la sociedad de la que son productos. El cambio que han ido experimentando los personajes es el mismo del autor y de los lectores, explicándose así la relación tan especial y única que une a Benedetti con los lectores-sus-prójimos pues se apoya en amor por quien le ha sido fiel en la defensa literaria de una mediocridad mal entendida32. Esta lealtad siempre en aumento ha logrado acercar, en complicidad e identificación, las naciones de Hispanoamérica a España y al mundo, al mostrarles que no es sólo cuna de lo exótico sino también de la simplicidad, la rutina y la soledad de seres urbanos descendientes de estructuras sociales y políticas similares.

No obstante, el valor de un escritor, en tanto descubridor, proviene del potencial de su descubrimiento, de la capacidad de no agotarse una vez desaparecido el inventor, en esa inmortalidad que adquiere y que prolonga gracias a la riqueza que encierra, así como también en la sangre literaria heredada por sus venas que lega a los escritores posteriores33. Benedetti, como ya se ha sido reconocido, es oriundo de Martí, Rodó, Vallejo, Neruda, y los más fieles legatarios de su literatura y de su visión urbana de la sociedad, son las escritoras. El espacio cotidiano que inauguró Benedetti ha sido por excelencia el de la mujer, aunque su expresión se retardó debido a la marginación literaria en que se las mantuvo. Ahora que su capacidad creadora no se pone en duda, como también es incuestionable el valor que poseen sus creaciones, las escritoras reiteran y reafirman la politización de ese espacio cotidiano. Este florecimiento literario se debe a que el personaje benedettiano aún tiene que experimentar nuevos cambios para eliminar estructuras mentales patriarcales anticuadas que lo moldean. Las mismas son observadas, analizadas y recreadas por la perspectiva femenina, revelando el autoritarismo familiar, social y personal en el que todavía se desenvuelven los personajes benedettianos, hecho que permite continuar el diálogo y el autoconocimiento iniciado medio siglo atrás en Uruguay. Estas características se presentan directa o indirectamente en la obra literaria de las hispanoamericanas, aunque dos son los nombres que ya se deben asociar a Mario Benedetti por la voluntad de historiar literariamente su contexto, el de la paraguaya Renée Ferrer y el de la costarricense Carmen Naranjo. En sus cuentos La seca y otros cuentos (1986) y Por el ojo de la cerradura (1993), Ferrer replantea los efectos del autoritarismo en la vida cotidiana posdictatorial y finisecular, presentándolos, al igual que Benedetti, como una lucha silenciosa de los personajes contra la deshumanización, reiterando la visión de las oficinas como cárceles de rutina de las ciudades hispanoamericanas, con su aburrimiento existencial, desesperanza, pasividad, incomunicación, mediocridad, alienación social, que pueden conducir a esos seres, todavía anónimos de poder y riquezas, al suicidio34. Las obras de Carmen Naranjo, por su parte, como las novelas Los perros no ladraron (1966) o Memorias de un hombre palabra (1968), pueden considerarse una recreación desde la perspectiva de la mujer, curiosamente, casi paralela, del mundo benedettiano de La tregua (1960) y Gracias por el fuego (1965). En ellas aparecen los mismos burócratas de clase media de un sistema que va deshumanizando a los seres al condenarlos a mediocracia perpetua y sin posibilidad de escape de la rutina de escasez, ansiosos de una subida social desplegando las únicas armas que poseen, el egoísmo y la cobardía35. La similaridad de las preocupaciones de Naranjo con las de Benedetti, y que se manifiesta también en la predilección por géneros híbridos, culmina en la colección de cuentos Otro rumbo para la rumba (1990) en los que la autora cuestiona críticamente, y con una ironía y humor de corte benedettiano, los conflictos que todavía en este fin de siglo se les presentan a los seres de la clase media empobrecida y abandonada por la dirigente, que continúa proponiendo soluciones ficticias a su males reales. Ante estas quimeras, los solitarios tratan de construir y concretar nuevas utopías, aunque sean chiquitas. Una de ellas es la emigración ilegal a Estados Unidos que pone en evidencia un fuerte paralelismo con el exilio político de los personajes benedettianos ya que, y a pesar de las diferencias entre las razones para abandonar el país, los indocumentados se enfrentan al mismo choque cultural y deben vadear los mismos obstáculos. De manera que estos nuevos acercamientos y visiones desde la perspectiva femenina, reafirman, enriquecen y perpetúan el valor del mundo literario creado por Benedetti.

El Benedetti narrador completa la humanidad de sus personajes en los poemarios y ensayos, corroborándola en las obras de teatro y las letras de canciones, ya parte del patrimonio de la tradición oral. Los primeros, como ya ha sido reconocido en innumerables estudios, trasmiten la visión poética en himnos populares al dolor cotidiano cargados de amor, otros poemas descubren la inmensa profundidad emocional de los seres encerrados en la cárcel diaria y muchos que revelan los más recónditos sentimientos ante el libre vagar por el mundo con ese encierro a cuestas. El ensayo benedettiano, por su parte, deviene el ágora en el cual se da voz y se expresa directamente las preocupaciones sociales, políticas y culturales, renovando viejas polémicas metamorfoseadas en nuevas formas. Tal es el caso de la apasionada oposición de Benedetti a Estados Unidos. Pero este secular antagonismo que hereda es mantenido para impedir el retorno a la imitación, tan temida por Bello, Martí o Rodó, a la copia facilonga de un estilo de vida ajeno, para que el hispanoamericano continúe construyendo su propia utopía. Es por esto que, como sucede con todo autor clásico, muchísimas de las afirmaciones de Benedetti conservan intacto su valor ya que tienden, hoy después de casi medio siglo, a perpetuar un aspecto esencial del hispanoamericano, la búsqueda infatigable de la utópica plenitud humana36. En cuanto a los ensayos que se refieren a la posición del escritor, la evolución de la literatura, los escritores y críticos, nuevos y extranjeros, revelan la lealtad del Benedetti con la tradición hispanoamericana iniciada por Bello, Martí, Rodó, recuperada y ampliada por los grandes de este siglo, Alfonso Reyes y Pedro Henríquez Ureña, siempre atento a los cambios que experimenta el acontecer occidental, pero con los pies firmemente plantados en la América nuestra.

El proceso de seguir la aventura existencial de sus personajes desexilia a Benedetti de sus raíces españolas. Las creaciones en estas tierras antiguas son rápidamente aceptadas por los nuevos lectores, algunos de ellos también sus nuevos personajes, lo cual demuestra que él es un activo portador de los rasgos más sobresalientes de la tradición literaria hispánica. Recordemos al Cid, el héroe tan humano que marca esta literatura con el dolor del destierro, jamás abatido por la ingratitud y la traición, como revela el juglar que Benedetti emula siglos más tarde al historiar las pequeñas conquistas y derrotas, en las que él se confunde con sus personajes. Su exilio español también es, en parte, producto de una sociedad hipócrita y apegada al dinero, como lo denunciara el Arcipreste de Hita, y lo hiciera él mismo siguiendo la vena moralista quevediana, males para los cuales se inventa con sus personajes un ideal utópico de salvación colectiva cuyo más ilustre predecesor es don Quijote, aunque Benedetti haya tenido que desdoblarse en Sancho y Cervantes. Pero Benedetti ha necesitado empaparse del Padre Feijoo para tratar de sacar a su gente de la ignorancia o para hacerle ver que ésta era humana, no sólo hispanoamericana, valiéndose de los ataques de Larra contra la sociedad o de los que lanzara, aguda e irónicamente, Mesonero Romanos, contra aquellos seguidores ciegos de modas literarias ajenas. También se observan claras huellas de Doña Perfecta de Galdós en los padres benedettianos, en esos ecos de Saturno destruyendo a sus hijos. Pero la veta de pensador ante el dolor humano de su comarca y su tierra grande, la preocupación por la figura humana de Dios, Jesús, exiliado, traicionado, solidario, y la constante idea de la muerte y la inmortalidad que ronda sus creaciones, son propias de Unamuno, hecho observado desde hace ya muchas décadas37. Estas influencias y permanencias también se vislumbran en el «compartir palabras», en ese revitalizar las de otros escritores que padecieron sufrimientos semejantes, como las de Blas de Otero, de Antonio Machado, de Rafael Alberti, que definen y mantienen la identidad de los pueblos iberoamericanos38.

En última instancia, Benedetti, no sólo tiene asegurado su porvenir por haber creado un presente mediante la recuperación de los rasgos eternos del pasado, sino también por adelantarse casi cincuenta años a la literatura universalizante propia de este fin de siglo, la cual se enfoca fundamentalmente en los conflictos globales de los seres cotidianos, asegurándole así al creador su presencia permanente en la posteridad por las posibilidades infinitas que su obra conlleva. De modo que, si bien la obra literaria benedettiana emanó inicialmente de la minúscula realidad montevideana, actualmente el lector de allende las fronteras, incluso de las hispanas, la reconoce como suya, quizás principalmente porque puede ser considerada las Memorias de un hombre palabra, como reza el título de la novela de Carmen Naranjo, puesto que él, Mario Benedetti, como dice un personaje de la misma, encarna al amigo auténtico de los seres humanos:

La amistad es tejer historias para los otros, es hacer a los hombres historia, es brindarles nuestras palabras, es prestarles nuestra imaginación, es decirles «están vivos y no serán fácil presa de la muerte», es entretenerlos con sus propias inquietudes, es ampliar sus versiones, es darles dimensión dentro de su breve tiempo, es esculpirles la memoria, es decirles que tuvieron, es señalarles la importancia de lo que fueron, es hacerlos propietarios de recuerdos, es introducirse en su propio monólogo, es enfatizar sus pequeñas importancias, es extender el panorama de sus días iguales. Y yo amigo, y yo confidente, y yo inventor de historias, y yo contador de cuentos, y yo constructor de episodios, y yo lustrador de semejanzas, me gano el primer galardón de mi vida, el galardón del primer eco.



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