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ArribaAbajoSección filosófica




ArribaAbajoFábula primera


Yendo a más, venir a menos


La abeja, el burro y la rama

   La abeja de una rama de romero
formaba su panal de mieles rico;
mas la rama encontrando en un lindero,
      se la comió un borrico.
       ¡Pobre rama olorosa
que el blasón iba a ser de los panales,
y ya entre las mandíbulas asnales
podrá ser, menos miel, cualquiera cosa!


«¡Oh, qué bien con su ejemplo nos declama
      lo instable del destino,
cuando al ir a ser miel la noble rama,
el pienso quedó a ser de un vil pollino!»




ArribaAbajoFábula II


Caprichos del hado


El escultor y los dos troncos

   Cierto escultor un día,
viendo dos troncos, entre sí decía:
«- De este zoquete vil, lleno de lodo,
un San Roque he de hacer con perro y todo;
y este, aunque para santo mejor era,
del templo servirá para madera.»


   «Así el hado cruel, que engaña a tantos,
convierte, con tristísimos ejemplos,
en madera de templos a los santos,
y en santos la madera de los templos.»




ArribaAbajoFábula III


La inocentada


La madre y el hijo


   - «¡Ubbb!!»- en inocente fiesta
una madre con cariño
gritaba a un hermoso niño
con una máscara puesta.

   Mas de sus gustos avara,
al ver que lloraba el hijo,
arrojándola, le dijo:
«Tonto, si tengo otra cara.»

   Y del candor a merced,
a cuantas después hallaba,
el niño les preguntaba:
«¿Cuántas caras tiene usted?»

   Y es fama que ya crecido,
llegó el niño a asegurar
«que todas suelen mudar
la cara con el vestido.»




ArribaAbajoFábula IV


La vida y la muerte


El padre y sus hijos


   Juntos con su padre estando
Ana y Luis una mañana,
al plañir de una campana
Luis se santiguó rezando.

   Y Ana exclamó con desprecio:
«- ¿Por qué rezas?» -Y él al punto:
«- Rezo, dijo, a ese difunto.»
«- Si es que ha nacido uno, necio.»

   Y viendo afrentado al hijo,
el padre, con faz severa
mirando a la retrechera,
con voz solemne la dijo:

   «- ¡No es rara equivocación,
pues para ambas cosas, Ana,
siempre una misma campana
toca con un mismo son!»




ArribaAbajoFábula V


A un gran mal, otro mayor


El ruiseñor y el ratón

   Clamó un ratón sin consuelo,
preso en una cárcel fuerte:
«- ¡Imposible es que la suerte
pudiese aumentar mi duelo!»
Y alzando la vista al cielo
para acusar su dolor,
le preguntó un ruiseñor
de un halcón arrebatado:
«-¿Truecas conmigo tu estado?»-
Y él contestó:- «No, señor.»




ArribaAbajoFábula VI


Lecciones amargas


El padre, el hijo y el perro

   Bramaba el viento, agitado,
cuando subían a un cerro
un padre en su hijo apoyado,
y detrás de ambos un perro.
   Y con mortal pesadumbre
el viejo desfallecido,
cayó exánime en la cumbre,
entre la nieve aterido.
   Y- «marcha»,- al joven le dijo;
«no encuentres cual yo la muerte.»-
«- Pues adiós»-contestó el hijo;
y huyó temiendo igual suerte.
   Mas desde un monte cercano,
libre ya de todo empeño,
vio que, «más fiel el alano,
quedó a morir con su dueño».




ArribaAbajoFábula VII


La muerte todo lo iguala


La vuelta del campesino

   Halló al volver con otros a su tierra
un nuevo cementerio un campesino,
y al cruzar por en medio del camino
vio escrita en él esta inscripción que aterra:
«- Un Ponce de León aquí se encierra:
dobla, al pasar, la frente ¡oh peregrino!
y acata humilde al que postró el destino,
recto juez en la paz, y héroe en la guerra.»-
   Fija la vista en los eternos bronces,
gestos de admiración haciendo extraños,
dijo extasiado el campesino entonces:
«- ¡Por Dios que son terribles desengaños!
¡Quién les dijera a los ilustres Ponces
que aquí enterré yo un «burro» hace dos años!»-




ArribaAbajoFábula VIII


Bienes prometidos

El mundo al empezar, si bien me fundo,
      Júpiter trajo al mundo,
para dar por igual a los mortales,
      en una arca los bienes
      y en otra arca los males.
      Cogió el arca primera
(que por mi mal la de los males era,)
y el censo atroz de los odiosos males
distribuyendo con piadoso intento,
ciento a Luis, ciento a Juan, y a Ramón ciento,
quedamos, salvo error, todos iguales.
      Abrió el arca segunda
y tanto criminal (que Dios confunda)
acudió a ver los bienes, que brillantes
lucían cual riquísimos diamantes,
      que al fin los más bribones
entraron de robar en tentaciones.
Por detrás un avaro sin decoro
sustrajo bienes mil (mil onzas de oro;)
y un alcalde (un truhán) dando pisadas,
diez bienes se apropió (diez alcaldadas:)
aquí un lascivo su placer corona
con una virgen que aspiró a matrona;
allí un poeta (un cándido, presumo)
tan sólo robó un bien (la gloria; ¡humo!,)
y un ruin magnate, de nobleza rancia,
veinte bienes sustrajo sin conciencia,
reducidos, en última substancia,
a diez y nueve cruces y un vuecencia.
Tantas eran por fin las sustracciones
de ambiciosos, de avaros y ladrones,
que Júpiter atándose la capa
(lo que prueba la fe de los humanos,)
andaba con los pies y con las manos
por aquí y por allí tapa que tapa.
Al ver tanta ruindad en los mortales,
por último el buen dios perdió la calma,
y, llevándose el arca en cuerpo y alma,
dijo, al cerrar las puertas celestiales:
«- Yo juro por esta arca que ahora encierra
los bienes que el mortal anhela tanto,
de no sacar un bien ni aun para un santo,
hasta que no haya infames en la tierra.»-
Dijo así el dios; y el diablo que lo oía
(pues siempre anda del hombre en compañía,)
gritó a la gente, que se vio burlada,
lanzando una insolente carcajada:


«- Noble mortal, mi digno descendiente
(lo cual nunca en tus actos se desmiente,)
el dios que escuchas, de inocencia lleno,
sus bienes te promete, «en siendo bueno:»
si hasta entonces no aguardas otros bienes,
acuéstate a dormir, que «tiempo tienes.»-




ArribaAbajoFábula IX


Principio y fin de las cosas


El labrador y la morera



Primera parte


      Juan plantó una morera,
que el que, después de un año, la veía,
      con la fe más sincera
loando sus primores, prorrumpía:
«- ¡Bien haya el hacedor de tal hechura!
¡Qué flor, qué tronco, qué hoja, qué verdura!»

      De seda unos gusanos
      sus hojas agotaron roedores,
      y con dardos insanos
dieron fin las abejas a sus flores,
dejando el árbol de tan ruin manera,
que Juan lo hizo cortar: ¡Adiós, morera!

      Así, en suertes no iguales,
llegaron con destino bueno o malo,
      las flores a panales,
las hojas a ser seda, a efigie el palo;
pues os advierto que en mudanza tanta
del rudo tronco Juan hizo una santa.

      Y cual de la morera
tuvieron hoja y flor vario destino,
      de la misma manera
los hombres tienen encontrado sino;
que el destino es instable como el viento.
Mas, basta de moral y siga el cuento.


Segunda parte


      A mí lugar un día
la gente se agolpó de la comarca,
      do festejar solía
la virgen que llamamos de la Barca;
santa que yo adoré, santa que aun era
la misma que hizo Juan de la morera.

      Y a través de un concierto
que en el templo sonaba en alto coro
      (bastante mal por cierto,)
sin oír lo sonoro o no sonoro,
a una vela escuché, no sin trabajo,
que decía a la santa por lo bajo:

      «¿Cómo estamos, hermana?
Yo soy hija también de la morera.
      En mi suerte tirana,
fuí flor, llegué a panal y ahora soy cera.
¡Quién al ver la morera nos diría,
que al ser lo que eres, lo que soy sería!»

      «Su desdén me acongoja,»
dijo el vestido de la santa entonces;
      «llegué a seda desde hoja,
      y sus oídos para mí son bronces.
¡Nadie creería, al verme en la morera,
que de un santo del tronco el traje fuera!»

      «Calle el necio ropaje,
pues le doy tanto honor,» dijo la santa:
      «y cuide no me ultraje
la innoble cera con locura tanta.
¡Las parleras!... las muy... Ave María
¿Qué hay de común entre las tres!» seguía.

      «¿No ven», las fue diciendo,
«que hasta el mismo escultor que me ha labrado
      en acto reverendo
me tributa oblación con noble agrado?»
Y era verdad, que con amor profundo
hasta oraba el buen Juan. ¡Cosas del mundo!

      Si empieza la existencia
los seres al nacer mostrando iguales,
      en nuestra adolescencia
ya veis que unos son seres celestiales,
ante los cuales los demás oramos.
¿Mas cuál de todos será el fin? Veamos.


Tercera parte


       A la vela inflamada,
«llega», dijo el vestido, «hermana mía,
      y nuestra suerte airada
será así igual hasta la tumba fría.»
Llegó la vela el labio enrojecido,
e inflamado a su luz ardió el vestido.

      Crujió entonces la seda;
y arrojando las chispas a millares,
      fue ardiendo en ígnea rueda
seda, blandón, imágenes y altares;
siendo al fin, calcinado su ornamento,
juguete vil del agitado viento.

      «¡Así en la humana vida,
si a unos el hado en ídolos convierte,
      mientras que envilecida
la plebe es templo y luz...llega la muerte,
y confunde, con bárbaros ejemplos,
aras, ídolos, luz, galas y templos!»