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ArribaAbajoLibro cuarto

Doloras





ArribaAbajo - I -


Cosas de la edad



- I -


   «Sé que corriendo, Lucía,
tras criminales antojos,
has escrito el otro día
una carta que decía:
-Al espejo de mis ojos-

   »Y aunque mis gustos añejos
marchiten tus ilusiones,
te han de hacer ver mis consejos,
que contra tales espejos
se rompen los corazones.

   »¡Ay! ¡No rindiera, en verdad,
el corazón lastimado
a dura cautividad,
si yo volviera a tu edad,
y lo pasado, pasado!

   »Por tus locas vanidades,
¡que son, oh niña, no miras
más amargas las verdades,
cuanto allá en las mocedades
son más dulces las mentiras!

   »¡Y qué es la tez seductora
con que el semblante se aliña,
luz que la edad descolora!
Mas ¿no me escuchas, traidora?
(¡Pero, señor, «si es tan niña!...)»


- II -


   «Conozco, abuela, en lo helado
de vuestra estéril razón,
que en el tiempo que ha pasado,
o habéis perdido o gastado
las llaves del corazón.

   »Si amor con fuerzas extrañas
a un tiempo mata y consuela,
justo es detestar sus sañas;
mas no amar, teniendo entrañas,
eso es imposible, abuela.

   »¿Nunca soléis maldecir
con desesperado empeño
al sol que empieza a lucir,
cuando os viene a interrumpir
la felicidad de un sueño?

   »¿Jamás en vuestros desvelos
cerráis los ojos con calma
para ver solas, sin celos,
imágenes de los cielos
allá en el fondo del alma?

   »¿Y nunca veis, en mal hora,
miradas que la pasión
lance tan desgarradora,
que os hagan llevar, señora,
las manos al corazón?

   »¿Y no adoráis las ficciones
que, pasando, al alma deja
cierta ilusión de ilusiones?...
mas ¿no escucháis mis razones?
(¡Pero, señor, «si es tan vieja!...)»-


- III -


   - No entiendo tu amor, Lucía.
- Ni yo vuestros desengaños.
- Y es porque la suerte impía
puso entre tu alma y la mía
el yerto mar de los años.

   Mas la vejez destructora
pronto templará tu afán.
- Mas siempre entonces, señora,
buenos recuerdos serán
las buenas dichas de ahora.

   - ¡Triste es el placer gozado!
- Más triste es el no sentido;
pues yo decir he escuchado
que siempre el gusto pasado
suele deleitar perdido.

   - Oye a quien bien te aconseja.
- Inútil es, vuestra riña.
- Siento tu mal.- No me aqueja.
- (¡Pero, señor, «si es tan niña!...)»
- (¡Pero, señor, «si es tan vieja!...)»




ArribaAbajo - II -


Glorias de la vida

   ¡Al fuego, cartas de adorados seres,
por quien la sangre derramé viviendo!
arded a impulsos de esa luz, y ardiendo,
con vos se extinga «mi fatal pasión.»
   ¡Ved cuál la gloria de sus dulces rasgos
se lleva el aire en fútiles despojos!
¡No su partida lamentéis, mis ojos;
que humo las glorias de la vida son!»
   ¡Al fuego, signos que sin fe trazaron
falsas mujeres que adoraba ciego!
Victoria, Octavia, Inés...¡al fuego! ¡al fuego!
¡Maldita sea «mi fatal pasión!»
   «- ¡Nadie en el mundo como yo te adora!»
¡Arda a su vez la que tan bien mentía!
¡Ay! ¡quién, tal gloria al poseer, diría
«que humo las glorias de la vida son!»
   ¡Al fuego, enigmas de infernal sentido!
¡Digno sepulcro el desengaño os presta!
¡Cuán bien mi madre me alejaba en ésta
del torpe error de «mi fatal pasión!»
   «¡Huye -dice- el amor, porque su gloria
es pacto vil de la ilusión de un día,
y al fin verás, alma del alma mía,
«que humo las glorias de la vida son!»




ArribaAbajo- III -


Propósitos vanos

Nunca te tengas por seguro en esta vida.

(Kempis, lib. I, c. XX.)                





   Padre, pequé, y perdonad
si en mi amorosa contienda,
se lleva el viento, a mi edad,
propósitos de la enmienda.


EL CONFESOR

      - ¡Siempre es viento
a esa edad un juramento!
¿Qué pecado es, hija mía?


LA PENITENTA

   - El «mismo»del otro día.
Y aunque es el «mismo», id templando
      vuestro gesto,
pues dijo ayer, predicando,
      Fray Modesto,
«que es inútil la más pura
      contrición,
si abona nuestra ternura
flaquezas del corazón».

   Ayer, padre, por ejemplo,
tocó a misa el sacristán,
y en vez de correr al templo
corrí a la huerta con Juan.


EL CONFESOR

- ¡Triste don,
correr tras su perdición


LA PENITENTA

   Sí, señor, más don tan vil,
de mil, lo tenemos mil.
No hay niña que a amor no acuda,
      más que a misa;
que el diantre, a todas, sin duda,
      nos avisa
«que es inútil la más pura
      contrición,
si abona nuestra ternura
flaquezas del corazón.»

   La verdad, tan poco ingrata
con Juan estuve en la huerta,
que, como él mirando mata,
huí de él como una muerta.


EL CONFESOR

      -¡Dulcemente
fascina así la serpiente!


LA PENITENTA

   - ¡No lo extrañéis, siendo el pecho
de masa tan frágil hecho!
Si voy, cuando muera, al cielo
      (que lo dudo),
ya contaré que en el suelo
      nunca pudo
«sernos útil la más pura
      contrición,
si abona nuestra ternura
flaquezas del corazón».
   Y mañana, ¿qué he de hacer,
padre, al sonar la campana,
si él me dice hoy, como ayer,
«¡vuelve a la huerta mañana!»


EL CONFESOR

      - ¡Ay de vos!
¡antes Dios y siempre Dios!


LA PENITENTA

   - Es cierto, mas entre amantes,
no siempre suele ser antes.
Y, en fin, si de ser cautiva
      me arrepiento,
o me absolvéis mientras viva,
      o presiento
«que es inútil la más pura
      contrición,
si abona nuestra ternura
flaquezas del corazón».




ArribaAbajo - IV -


Vanidad de la hermosura


A Octavia


   Ni amor canto, ni hermosura,
porque ésta es un vano aliño,
      y además,
aquél una sombra obscura.


OCTAVIA

- ¿No es más que sombra el cariño?
      «- Nada más.»

   Esas flores con que ufana
tu frente se diviniza,
      ya verás
cuál son ceniza mañana.


OCTAVIA

   - ¿Nada más son que ceniza?
      «- Nada más.»

   Y en tu contento no escaso,
¿qué dirás que es un contento,
      qué dirás?


OCTAVIA

   -.¿Nada más que viento acaso?
- ¡Nada más, niña, que viento,
      «nada más!»

   En la edad de las pasiones,
a vueltas de mil enojos,
      hallarás aire,
sombras e ilusiones:
¡nada más, luz de mis ojos,
      «nada más!»-




ArribaAbajo- V -


La compasión


   - Niña, ¿por qué, desvelada,
suspiras con tal empeño?
- El porqué, madre, no es nada;
sólo me siento hostigada
por las quimeras de un sueño.

   - El rostro, niña, sepulta
en la holanda, que el espanto,
viendo las sombras, se abulta.
- Así derramaré, oculta
entre sus pliegues, mi llanto.

   - Pronto, la noche ahuyentando,
llamará el alba a la puerta.
- Pues vendrá en vano llamando;
que si ahora duermo soñando,
después soñaré despierta.

   - ¡Ay que si el mundo ve ya
de una niña el mal profundo,
que es amor en decir da!
- Pues sus razones el mundo
para decirlo tendrá.

   -¿Y en qué livianas razones
estriba el mal que te aqueja?
- En unas tristes canciones
que, de una lira a los sones,
alzaba un hombre a mi reja.

   Entré afligida en el lecho,
quedé traspuesta, y entonces
sonó un ruido a poco trecho,
que ¡cuál llagaría el pecho,
cuando ablandaba los bronces!

   Desperté a oírle, y la lira
no alegró la soledad;
y ahora mi pecho suspira,
no sé si porque es mentira,
o porque no fue verdad.

   - Mas ¿quién alzó las querellas?
-Soñé que era un peregrino.
¡Ay de las tristes doncellas,
si al proseguir su camino
puso los ojos en ellas!

   - ¿Un peregrino, alma mía,
cantaba en llanto deshecho?
-Y soñé que era el que un día
buscó albergue en nuestro techo
por la tormenta que hacía.

   Nieves y cierzo arrostrando,
húmedos ya sus despojos,
vino a la puerta llamando:
y yo se la abrí, mostrando
la compasión en los ojos.

   - ¿De cuándo acá se te alcanza
recordar tal desacuerdo?
- Dejadme en mi bienandanza:
¡bella será una esperanza,
pero es muy dulce un recuerdo!

   Aún me ocupa la memoria,
cuando la lumbre cercando,
entre ilusiones de gloria,
una historia y otra historia
me fue, amorosas, contando.

   Siempre en ellas se moría
uno que a su ingrato bien
como a sus ojos quería;
mas no me contó que había
hombres ingratos también.

   Diome, con chistes discretos,
conchas, cruces y regalos,
y mágicos amuletos,
que por instintos secretos
daban pavor a los malos.

   Y los gustos de la vida
me ponderaba halagüeño,
en plática tan sentida,
que, cual si fuese beleño,
me iba dejando adormida.

   Y mi amante pesadumbre
prosiguió astuto aumentando,
hasta que el postrer vislumbre
débil lanzando la lumbre,
se fue la sombra espesando...

   - ¿Por qué entonces de su fuego
rémora no fue tu calma?
- Creí sus perfidias luego,
porque acompañó su ruego
con un suspiro del alma.

   - ¿Y fuiste, al rayar el día,
su ruta, niña, a inquirir?
- En vano fui, madre mía;
ya el sol derretido había
la nieve que holló al partir.

   Corriendo desalentada
fui de lugar en lugar...
- ¿Y qué hallaste, desgraciada?
- Al cabo de la jornada
hallé el placer de llorar.

    - ¿Cuál genio, en tan triste día,
a escuchar su frenesí,
más ciega que él te impelía?
- La «compasión», madre mía...
- Y... ¿quién la tendrá de ti?




ArribaAbajo- VI -


Corta es la vida

   Parose, una voz sentida
cierto viajero escuchando,
y vio un ave que, rendida,
al pie de un árbol, piando
triste exhalaba la vida.
   Y al ver que al árbol querido
mirando desde la grama,
alzaba el postrer gemido
hacia la flexible rama,
que era el sostén de su nido,
   «- He aquí-, dijo en su sorpresa
la imagen de la fortuna:
vagando sin ley alguna,
al fin hallamos la huesa
al mismo pie de la cuna.»
   Y alejándose al momento,
por templar su mal no escaso,
añadió en su pensamiento:
- ¿Cuánto las separa?- ¡Un paso!
- ¿Y qué media entre ambas?- ¡Viento!




ArribaAbajo- VII -


Virtud de la hipocresía

No eres más santo porque te alaben, ni más vil porque te desprecien. Lo que eres, eso eres.


(Kempis lib. II, cap. VI.)                



   Ya he visto con harta pena
que ayer, alma de mi alma,
mandaste colgar, Elena,
de tu balcón una palma.

   Y, o la palma no es el título
de una candidez notoria,
o no es cierto aquel capítulo
en que habla de ti la historia.

   Pues dicen que hoy, imprudente,
después que la palma vio,
riéndose maldiciente
cierto galán exclamó:

   «- Mal nuestra honradez se abona,
si nuestras virtudes son
cual la virtud que pregona
la palma de ese balcón.»

   Bien te hará entender, Elena,
esta indirecta crüel,
que ya es pública la escena
que pasó entre Dios, tú y él.

   Pues, al mirarte, embebido,
dice entre sí el vulgo ruin:
«- Ya hay alientos que han mecido
las flores de ese jardín.»-

   Mas tú niega el hecho, Elena,
porque en materias de honor,
«antes», el Código ordena,
«ser mártir que confesor.»

   Aunque a hablar de ti se atrevan,
siempre será necio intento
dudar de honras que se llevan
palabras que lleva el viento.

   Da al misterio la verdad,
que la virtud, en su esencia,
es «opinión» la mitad,
y otra mitad «apariencia.»

   Palma ostenta, pues es uso;
que, aunque mentir no es prudente,
por algo Dios no nos puso
el corazón en la frente.

   Nada a confesar te venza,
que engañar por el honor,
es en los hombres «vergüenza»,
y en las mujeres «pudor.»

   Y si tu honor duda implica,
no dudes que hay mil que son
cual la virtud que publica
la palma de tu balcón.




ArribaAbajo - VIII -


El concierto de las campanas


(Para música)


   Por un «nacido» allí imploran,
y aquí por un «muerto» lloran:
cuando allí tocando están
      «¡din don, din dan!»
tocan aquí en bronco son
      «¡din dan, din don!»

   Allí un «vivo», y aquí un «muerto.»
A tan monstruoso concierto,
labrando mis goces van,
      «¡din don, din dan!»
su tumba en mi corazón:
      «¡din dan, din don!»

   ¡Ay, cuán falsamente unida
va con la muerte la vida!
¡Qué inútil es nuestro afán!
      «¡din don, din dan!»
¡Qué breves las dichas son!
      «¡din dan, din don!»




ArribaAbajo- IX -


Vaguedad del placer



- I -


   « -Al que antes cumpla su anhelo,
logrando la dicha extrema
de dar a su sien diadema
hecha de luces del cielo.»

   Así una turba ligera
de niños baja diciendo,
tocadas del Iris viendo
las aguas de una pradera.

   Siguen el monte esquivando,
y crece sin empeño loco,
en tanto, que poco a poco,
va el Iris su luz menguando.

   Y cuando de su ornamento
creían la sien orlada,
vieron su luz disipada
como fantasma en el viento.

   - ¿Cómo es?- desde el monte erguido
preguntan cuantos los miran;
y alzan los ojos, suspiran,
y les responden: ¡Ya es ido!-

   - ¡Mentira!- bajan diciendo
los que ven clara su lumbre,
y en tanto ganan la cumbre,
mustios los otros subiendo.


- II -


   Porque sus lindos reflejos
son, al tocarlos, ficciones,
cual son de cerca ilusiones
las que venturas de lejos.

   El Iris, siempre inconstante,
se va mostrando inseguro,
a los que bajan, obscuro,
y a los que suben, brillante.

   - ¿Cómo es?- en ronco alarido
gritan los antes burlados.
Y los de ahora, extasiados,
tristes responderán:- ¡Ya es ido!-

   - ¡Mentira!-,dicen bajando
los que poco antes mintieron;
y a los de abajo se unieron
prestos el monte esquivando.


- III -


   Juntos con pueril anhelo
se agitan con ansia ardiente,
corriendo de fuente en fuente,
tras los matices del cielo.

   Y todos, dando a cual más
gusto a su pecho anhelante,
unos gritan:- ¡Adelante!
y los de adelante:- ¡Atrás!

   Y así, sin orden ni guía,
aquí y allí discurrieron,
y ni allí ni aquí le vieron,
y en todas partes lucía.

   Y al verle desvanecido,
con más vergüenza que enojos,
vueltos al cielo los ojos,
exclaman todos:- ¡Ya es ido!!!-


- IV -


   Así en eterno cuidado,
aquí y allí nuestro intento
corre fugaz por el viento
tras un placer nunca hallado.

   Que el hombre, en su desacuerdo,
llama, al verle en lontananza,
si es delante, una esperanza,
y si es detrás, un recuerdo.

   Y aún no marcó en su sentido
el gusto una vana huella,
cuando, imprecando su estrella,
suspira y dice: ¡YA ES IDO!




ArribaAbajo - X -


Adiós para siempre


A Carolina

   Porque no infiel juzguéis, a mi memoria,
aunque os digo «por siempre» al huir de vos,
la eternamente lamentable historia
vais a escuchar de mi primer «adiós».
   «Era una niña, como vos, afable,
lozana, y pura y celestial cual vos».
¡Quién, al dejar un ser tan adorable,
podrá decirle: «¡Para siempre adiós!»
   «Partí... y la fama me contó su muerte»
¡Guárdeos el cielo de su suerte a vos!
Y al recordar su abominable suerte
dejad que os, diga: «¡Para siempre adiós!»
   Pues siempre, herido de dolor tan fiero,
desde aquel día, como ahora a vos,
a cuantos seres con el alma quiero,
«¡adiós», les digo, «para siempre adiós!»




ArribaAbajo- XI -


Porvenir de las almas


A R..., en la muerte de su hija


   Si de vuestra hija fue estrella
dar tan niña el alma a Dios,
¡ay, feliz mil veces vos!
¡dichosa mil veces ella!
      Pues ya huella
las celestiales alturas,
no halle en vos nunca lugar
      el pesar,
porque para almas tan puras
«morir es resucitar».

   ¿Para qué lloráis perdida
esa prenda de amor tierno,
si por un lugar «eterno»
dejó un lugar de «partida»?
      Si es la vida
caos de dudas y penas,
¿quién la muerte, al que bien quiere,
      no prefiere,
si el que vive, vive apenas,
«y resucita el que muere»?

   Siempre, llena de consuelo,
viendo a un ser puro sin vida,
la multitud, de fe henchida,
prorrumpe:- ¡Ángeles al cielo!-
      Ni ¿a qué duelo
es mostrar, cuando la carga
de la existencia maldita
      Dios nos quita,
si tras de una vida amarga,
«muriendo se resucita»?

   No dé a vuestra alma afligida
la más leve pesadumbre
esa negra incertidumbre
del «más allá» de la vida.
      Si es mentida
la fe de ulterior solaz,
al menos, los que viviendo
      van gimiendo,
en otro mundo de paz
«resucitarán muriendo».

   Ya habita, aunque el desconsuelo
os haga implacable guerra,
un «triste» menos la tierra,
y un «dichoso» más el cielo.
      De su vuelo
iréis vos, muriendo, en pos,
si a Dios dais en implorar
      sin cesar,
pues para justos cual vos
«morir es resucitar».




ArribaAbajo- XII -


La dicha es la muerte


    ¡Sarcasmo ruin de la suerte
para el alma dolorida;
no ver hermosa la vida
sino al dintel de la muerte!

(F. Florentino Sanz)                




- I -


   ¡Niño! a quien guarda el maternal cuidado,
pues que mi pecho tras la dicha va,
tal vez la dicha encontraré a tu lado.


LA MADRE

   - ¡Llorando el niño entre mi seno está:
      Id más allá!...


- II -

   - ¡Hermosas! solo, en extranjera tierra,
prestadle dicha a quien tras ella va,
pues tantas dichas vuestro amor encierra.


LAS HERMOSAS

   - ¡Triste del ser que idolatrando está:
      Id más allá!...


- III -


   - ¡Magnates, hoy vuestra piedad imploro!
loco mi pecho tras la dicha va;
si el oro da la dicha, prestadme oro.


LOS MAGNATES

   - ¡Ved que amagándoos, el puñal está:
      Id más allá!...


- IV -


   - ¡Ancianos! presa de infernal batalla
mi pecho en pos de la ventura va.
¿Ni al borde mismo de la tumba se halla?


LOS ANCIANOS

   - ¡Ni al borde mismo de la tumba está:
      Id más allá!...




ArribaAbajo- XIII -


La opinión


Mi querida prima, Jacinta Wite de Llano en la muerte de su hija


   ¡Pobre Carolina mía!
¡Nunca la podré olvidar!
Ved lo que el mundo decía
viendo el féretro pasar:
   Un clérigo.- Empiece el canto.
El doctor.- ¡Cesó el sufrir!
El padre.- ¡Me ahoga el llanto!
La Madre.- ¡Quiero morir!
Un muchacho.- ¡Qué adornada!
Un joven.- ¡Era muy bella!
Una moza.- ¡Desgraciada!
Una vieja.- ¡Feliz ella!
   - ¡Duerme en paz!- dicen los buenos,
- ¡Adiós!- dicen los demás.
Un filósofo.- ¡Uno menos!
Un poeta.- ¡Un ángel más!




ArribaAbajo- XIV -


¡Quién supiera escribir!



- I -


- Escribidme una carta, señor cura.
      - Ya sé para quién es.
- ¿Sabéis quién es porque una noche obscura
      nos visteis juntos?- Pues.

- Perdonad; mas...- No extraño ese tropiezo.
      La noche... la ocasión...
Dadme pluma y papel. Gracias. Empiezo:
      «Mi querido Ramón:»

- ¿Querido?... Pero.. en fin, ya lo habéis puesto...
      - Si no queréis.- ¡Sí, sí!
- «¡Qué triste estoy!» ¿No es eso?- Por supuesto.
      - «¡Qué triste estoy sin ti!»

«Una congoja, al empezar, me viene...»
      - ¿Cómo sabéis mi mal?...
- Para -un viejo, una niña siempre tiene
      el pecho de cristal.

«¿Qué es sin ti el mundo? Un valle de amargura.
      »¿Y contigo?- Un edén.»
- Haced la letra clara, señor cura;
      que lo entienda eso bien.

- «El beso aquel que de marchar a punto
      »te di...»- ¿Cómo sabéis?...
- Cuando se va y se viene y se está junto,
      siempre... no os afrentéis.»

«Y si volver tu afecto no procura,
      »tanto, me harás sufrir...»
- ¿Sufrir y nada más? No, señor cura,
      ¡que me voy a morir!

- ¿Morir? ¿Sabéis que es ofender al cielo?
      - Pues, sí, señor ¡morir!
- Yo no pongo «morir.»- ¡Qué hombre de hielo!
      ¡Quién supiera escribir!


- II -


¡Señor rector, señor rector! en vano
      me queréis complacer,
si no encarnan los signos de la mano
      todo el ser de mi ser.

Escribidle, por Dios, que el alma mía
      ya en mí no quiere estar;
que la pena no me ahoga cada día...
      porque puedo llorar.

Que mis labios, las rosas de su aliento,
      no se saben abrir;
que olvidan de la risa el movimiento
      a fuerza de sentir.

Que mis ojos, que él tiene por tan bellos,
      cargados con mi afán,
como no tienen quien se mire en ellos,
      cerrados siempre están.

Que es, de cuantos tormentos he sufrido,
      la ausencia el más atroz;
que es un perpetuo sueño de mi oído
      el eco de su voz...

Que siendo por su causa, el alma mía
      ¡goza tanto en sufrir!...
Dios mío, ¡cuántas cosas le diría
      si supiera escribir!...


- III -


Epílogo


- Pues señor, ¡bravo amor! Copio y concluyo:
      «A don Ramón...» En fin,
que es inútil saber para esto arguyo
      ni el griego ni el latín.-




ArribaAbajo- XV -


Amar al vuelo


A la niña Asunción de Zaragoza y del pino



- I -


   Así, niña encantadora,
porque tus gracias no roben
las huellas que el tiempo deja,
juega como niña ahora,
como niña cuando joven,
como joven cuando vieja.
Por mis muchos desengaños,
te ruego, Asunción querida,
que ames mientras tengas vida
como amas a los seis años.
Justamente, de ese modo;
amando desamorada;
así, no queriendo nada,
esto es, queriéndolo todo;
anhelante y sin anhelo,
ya resuelta, ya indecisa,
pasa de la risa al duelo,
pasa del duelo a la risa;
así, de prisa, de prisa;
todo «al vuelo», todo «al vuelo».


- II -


   Sé amorosa y nunca amante;
lleva a la vejez tu infancia;
sé constante en la inconstancia,
o en la inconstancia constante;
que en amor creen los más duchos,
contra los que son más locos,
que en vez de los pocos muchos,
valen más los muchos pocos;
y cuando tu labio bese,
que formule un beso insápido,
inerte, estentóreo y rápido...
pues, así, lo mismo que ese.
Nunca beses como loca,
besa como una loquilla;
jamás... jamás en la boca,
siempre, siempre en la mejilla;
ten presente que la abeja,
queriendo entrañar la herida,
la desventurada deja
entre la muerte la vida.


- III -


   ¡Sí! si lo mismo que hoy eres
la hermosa entre las hermosas
ser, mientras vivas, quisieres
dichosa, entre las dichosas,
tal ha de ser tu divisa:
amar muy poco y de prisa,
como hacen las mariposas;
aunque no importa realmente
que ames infinitamente,
si amas infinitas cosas.


- IV -


   Son tan cuerdos mis consejos,
que me atreveré a jurarte
por mis ojos que, aunque viejos
aún, Asunción, al mirarte,
aspiran a ser espejos,
que aplicando estos consejos
a mi vejez, todavía
pienso curar, hija mía,
de mi corazón las llagas;
llagas ¡ay! que no tendría,
si yo hubiera hecho algún día
lo que te aconsejo que hagas.


- V -


   Para ver si es verdadero
lo que un apóstol revela,
- que lo fijo es pasajero,
que sólo es real lo que «vuela»,-
tiende el rostro, hermosa niña,
como ese cielo sereno,
ya al cielo, ya a la campiña,
y verás de una mirada
que es la más rico o más bueno
lo que vuela o lo que nada,
como la espuma en los mares,
en el cielo los fulgores,
el incienso en los altares,
en los árboles las flores,
los celajes en el viento,
en el viento los sonidos,
la vida en nuestros sentidos,
y en la vida el pensamiento.


- VI -


   Sigue el plan a que te exhorto,
amando «al vuelo»; hazte cargo,
que el viaje es largo, ¡muy largo!...
y el tiempo corto, ¡muy corto!...
si ligera, no traidora;
sopla el fuego que no abrasa,
quiere, como el que no quiere;
sea siempre como ahora,
tu llanto, nube que pasa,
tu risa, luz que no muere;
ama mucho, mas de modo
que estés siempre enamorada
de un cierto todo que es nada,
de un cierto nada que es todo.
Si ríes, olvida el duelo;
si lloras, pasa a la risa;
así... de prisa, de prisa;
todo «al vuelo», todo «al vuelo».