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ArribaAbajoLibro segundo

Ayes del alma





ArribaAbajoA la Reina Cristina


Restauradora de las libertades patrias al partir para su destierro


    ¡Italia!... ¡Italia!... a tu angustiado seno
vuelve ya la deidad de ti adorada:
la trajo el iris, y la lanza el trueno,
cual hoja seca de aquilón llevada.

(Juan Donoso Cortés)                




Oda

   Lleva en paz esa nave,
aura gentil que hacia el Oriente vuelas,
   que nunca en pompa grave
   a tu influjo suave
otra más rica aparejó sus velas.

   Marca su rumbo incierto,
de Italia en las regiones apartadas
señalando su puerto,
   por estas que ahora vierto
lágrimas tristes de rencor preñadas.

   Adiós, Reina querida;
si al ronco son del huracán que zumba
   te abre la mar guarida,
   yendo de muerte herida
feliz serás en encontrar la tumba.

   ¿Por qué doliente mides,
con esos ojos, que la paz vertían,
   la tierra que despides?
   ¿Quién sostendrá las vides
que al dulce arrimo de tu amor crecían?

   ¿Por qué con pecho fiero
da a sus hijos la tórtola por padre
   al infiel ballestero
   que amagó carnicero
la blanca sien de la inocente madre?



   Y tú, pueblo aguerrido,
que la proscribes con ardor bizarro,
recuerda cuando uncido,
   como alazán vendido,
llevarte pudo a su triunfante carro.



   Si dejaste beodo
la regia frente de baldón sellada,
   nunca el imperio godo
   debió ver por el lodo
de una mujer la dignidad ajada.

    Aparta, infiel alano,
que osaste profanar con ira insana
   de tu dueña la mano;
   hoy te alzas soberano,
y un vil rufián te azotará mañana.

   No apagues insolente
mi voz, porque la mísera fortuna
   de una madre lamente,
   que sofocó valiente
las sierpes que me ahogaban en la cuna.

   En buen hora con saña
solemnices en orgía placentera
   tu criminal hazaña:
   ¡gloria al león de España,
que el pecho hirió de una infeliz cordera!

   Engríe tus pendones
agobiados de bélicas coronas:
   quien venció Napoleones,
   añada a sus blasones
la baja prez de proscribir matronas.

   Y en tanto que serena
ría la mar o que sus senos abra,
   aduérmete sin pena
   al bronco son que atruena
del yunque atroz que tus cadenas labra.

   ¡Ya abandonó a Castilla!
Cantad, hijos del Cid, la alta victoria;
   en mí fuera mancilla,
   magüer que cual Padilla
me agito en sed de libertad y gloria.




ArribaAbajoAl regreso de S. M. la Reina Doña María Cristina



Oda

Ya torna la que, viéndose ultrajada
      por enemigo bando,
de Valencia en las costas, irritada,
la corona abdicó de San Fernando.

¡Digna Reina del pueblo que, algún día
      con su indomable tropa,
el mundo entero a prosternar salía
desde un rincón de la asombrada Europa!

Llegad por fin donde, en amor iguales,
      ya os miran embebidos,
como signo de honor, vuestros parciales;
cual bandera de paz, vuestros vencidos.

Mostrad para vengaros dignamente
      de pasados agravios,
señales de perdón en vuestra frente,
palabras de piedad en vuestros labios.

Los que hoy al «bendeciros» os admiran,
      de vos «benditos» sean:
pues «¡madre!» os llaman cuantos hoy os miran
«¡hijos!» tan sólo vuestros ojos vean.

No piden sangre, no, las nobles almas
      de muertos defensores;
el mártir de una Reina exige palmas;
el héroe de una dama exige flores.

Con harta gloria ha de contar su suerte
      la venidera historia,
que si es, lidiar por vos, buscar la muerte,
morir por vos es alcanzar la gloria.

Y aunque vengar vuestra altivez quisiera
      su inútil osadía,
¿qué existencia sus vidas redimiera,
ni cuál sangre su sangre expiaría?

A cuantos hoy con bárbaros enojos
      conciten vuestra saña,
eternamente a sus voraces ojos
su lumbre les esquive el sol de España.

Sed, cual fueron en bélicas edades
      los grandes corazones:
fuente de amor para manar bondades;
tumba inmortal para enterrar baldones.

Que no hay gloria en el mundo más cumplida
      que ser, cual vos, Señora,
el genio del orgullo si vencida;
el ángel del perdón, si vencedora.