Sentido del «Cancionero» de Pedro de Marcuello
Manuel Alvar
Real Academia Española
En la biblioteca del Museo Condé, de Chantilly, se conserva un manuscrito en cuya primera hoja se lee Devocionario de la Reyna doña Juana, a quien llamaron la Loca, hija del célebre don Fernando el Católico, último rey de Aragón, y de doña Ysabel 1.ª de Castilla; esposa de Felipe el Hermoso, Archiduque de Austria; madre del heroico Emperador Carlos 5.º de Alemania, y abuela del gran Felipe 2.º, llamado el Prudente1. Con estas aclaraciones mal se podía saber el contenido, del códice, por más que con letra distinta se haya añadido «es el autor Pedro Marcuello el año de 1492»2. Así que por muchos años se tuvo por perdido el manuscrito y teníamos que atenernos para su conocimiento a los informes de Latassa3 y a los más amplios que después publicó Toribio del Campillo4. De estas noticias salieron unas referencias sobre la F y la Y (Fernando, Ysabel) que se convirtieron en tópico5: fenojo / ynojo. Después, don Manuel Serrano y Sanz publicó unas Notas biográficas de Pedro Marcuello6 y, gracias a ellas, podemos saber algunas cosas de aquel hombre: hijo de Juan Marcuello, de Zaragoza, por 1470 vivía en la capital, en 1471 era criado del Justicia Mayor de Aragón, se enamoró de Gracia Marco, la raptó, consumaron el matrimonio y nació Isabel, hija que tantas veces asoma a los versos del Cancionero. Fue escudero7, alcaide de Calatayud y de Calatorao y, en 1482, sirvió al rey en Teruel y a la reina en Talavera. Pero sus versos no acaban en ese año: hay otros posteriores en los que hace referencia a hechos de la Guerra de Granada o a la Infanta doña Juana. Como hay unas alusiones bastante forzadas a la conquista de la ciudad y faltan referencias a la muerte de los Reyes, tenemos 1492 como fecha ad quem para finalizar el Cancionero. Así, pues, la edición de 1482 hace referencia a los inicios de la Guerra de Granada, no a la terminación del poema, pues en dos estrofas se hace mención a plazas ya conquistadas:
(p. 183, vv. 251-261) |
|
(p. 206, vv. 742-746) |
La historia nos habla de las fechas de estas ocupaciones: Alora (1484), Setenil (1484), Aldás8, Ronda (1485), Marbella (1483), Vélez (1487), Loja (1486), Casarabonela (1485). Así, pues, Marcuello fue puntuando sus versos con ampliaciones que suscitaba el lento hundimiento del reino nazarí. Rebasó 1482, y llegó al fin de la guerra, según puede inferirse de todas las estrofas en que da gracias a Dios por la victoria de Granada9:
|
Las referencias al final de la guerra son precisas: arzobispo entronizado en Granada, capillas en la ciudad, religiosas protegidas, nobleza honrada. En otro lugar nos da una clave que vale no sólo para fijar la cronología del tratado sino para otras muchas cosas que iré exponiendo:
|
No sé hasta qué punto podemos decir que esto es un Cancionero, sino un motivo único, como la orlar de un tapiz, va reiterando la misma y monocor de cantilena: la campaña de Granada, aquellos larguísimos años que sirvieron para que España recobrara la unidad tantos siglos destruida. No podemos decir que haya variedad de nada, pero la monotonía sirve para que la atención quede prendida de un hecho único. Cierto que no hay motivos variados y que la repetición juega a colgar paveses uniformes en la estacada del palenque, pero también esto puede resultar hermoso. Recuerdo un cuadro impresionante: está en la señoría de Siena y lo pintó Simone Martini. Un caballero, Guidoriccio da Fogliano, cabalga solemnemente y lo cerca la más augusta soledad, pero los escudos con las franjas blancas y negras de Siena constituyen un motivo de sobrecogedora emoción. No defenderé la altura poética de los versos de Pedro Marcuello, pero, monótonos y pobres, tienen la grandeza de llamarnos a una misión de unidad y de esperanza. Por sus días se habían escrito, y copiado, multitud de cancioneros amorosos: de Baena, de Estúñiga, de la Marciana, de Casanatense, de Palacio, de Fernández de Constantina, de Herberay, del Museo Británico, de... ¿Cuántos versos hay que leer para estrujar unos sentimientos verdaderamente poéticos? Marcuello ha escrito muchísimos renglones rimados, no poesía, pero la materia de sus cantos es tan alta que sentimos no poca emoción al leer muchos pasajes. El tema se le ha impuesto y aquella misión trascendente será una canción de cruzada, una exhortación a la unidad de España, un panegírico a los Reyes. Será el paso de la historia tal y como la sentimos hoy, aunque acaso para él no latiera del mismo modo que nosotros atendemos. Asomándonos a estos versos evocamos la historia de siglos atrás, cuando los trovadores exhortaban hacia el camino de la Cruz. Pensemos en Marcabrú (siglo XIII): su vida fue un continuo maldecir, pero movía los corazones para que las afrentas infligidas a Dios llegaran a ser lavadas. También Peire Vidal, también vida desastrada (charlatán al que cortaron la lengua, hombre loco en donde los haya habido), pero también versos que nos resuenan con emoción:
|
Viene una larga nómina: Federico von Hausen, Peirol, Pons de Capduelh, Olivier lo Templier. Y nombres de pesadumbre: Damieta, Jerusalén, Tiro. Lo he señalado ya13 Peirol logró una hermosa estrofa:
|
El año 1099
fue decisivo: entre milagrerías y heroísmos los
cruzados ocuparon los Santos Lugares. En 1290, el sultán
Galawun salió de El Cairo para destruir a San Juan de Acre;
murió sin lograrlo. Pero al-Asharaf Khalil, su hijo,
empezó una marcha impresionante, el 6 de abril cercó
la ciudad, atacantes y defensores lucharon con ferocidad, y la
ciudad fue ocupada el 28 de mayo. No quedó piedra sobre
piedra. Marcuello no sabría qué guerreros de la
primera cruzada vinieron al sitio de Zaragoza (Gastón de
Bearne, Centulo de Bigorra, Raúl de Metz), no sabría
de los restos que aquí dejaron15,
pero había acertado con algo: los moros eran una afrenta,
había que reconquistar Granada y, luego, asaltar
Jerusalén16.
Tan mediocres versos resonaban como tornavoz de emociones, y la
historia volvía a repetirse: había que llamar a la
guerra santa, alumbrar espíritu de cruzada para recuperar
Granada; después, desarraigar herejías, destruir
mezquitas, cristianizar, redimir cautivos y la conquista de
Ultramar. Los versos han dado un proyecto que se creía
posible: la fe haría mover montañas y ahí
estaban los Reyes para que el destino pudiera cumplirse. No
neguemos valor de canción de cruzada, a lo que es una
continua exhortación a la guerra santa. No quiero repetir
machaconamente, pero baste con ordenar los materiales dispersos. La
fe mueve a los soldados que llevan la Cruz en sus pendones
(«Con la tal ffe / Dios mediante, /
puesta la Cruz por vandera»
)17,
y la guerra se convertiría así en cruzada por cuanto
se hace en servicio de Cristo («y en
nombre de Ihesú guerra / contino mandat
azer»
)18
que los guiará:
|
Esta cruzada se orientó hacia Granada: tal fue el motivo del poema20, y tal la reiterada protesta21, porque había que desarraigar herejías22 y convertir las mezquitas en templos cristianos, como aquel ideal al que aspira dar alcance:
|
Marcuello estaba en lo cierto: los reyes pretendían desarraigar a la «proterva herejía» y para los siglos de los siglos quedó esculpido en su sepulcro de la Capilla Real granadina: «Mahometice secte prostratores et heretice pervicacie extinctores Fernandus Aragonum et Helisabetha Castelle». Américo Castro lo tiene bien en cuenta: España se fragua por los mil avatares de su andadura histórica, pero esta lauda tiene el significado de los grandes proyectos nacionales: unir las tierras, unir los hombres y establecer la unidad de la fe24. No podemos ver los últimos años del siglo XV como los contemplamos hoy, quinientos años después. Las cosas fueron así y en ellas seguimos viviendo. Pedro Marcuello vio la diana y dejó clavado un rehilete: en sus malos versos estaban encerradas muy hermosas verdades.
Implícita estaba la liberación de cautivos al rendir el orgullo de aquellos invasores de ocho siglos atrás. Por eso, una y otra vez, la gracia real con la que se libera a las gentes sometidas a esclavitud25. Es lo que nos cuentan los textos históricos que nos llegan como un desgarro. Alguna vez sale la ciudad de Ronda en estos versos: ahora ya con las campanas subidas a lo alto del tajo26. La ciudad fue reconquistada el 23 de mayo de 1485 y
el Rey mandó cesar el combate, e los moros de Ronda pidieron que los dexassen ir con lo suyo [...] e él sólo otorgó que avía de ser con condición que luego, ante todas cosas, le entregasen todos los cristianos que tenían captivos. E los moros se los presentaron luego al real, e eran por cuenta cuatrocientas personas, poco más o menos, los que fueron con sus hierros a besar los pies e manos al Rey [...] no avía persona que los viese que propter gaudium con ellos no llorase, viéndolos con los cavellos e barbas fasta la cinta, desnudos e desarrapados e aherrojados e hanbrientos27. |
La guerra de
Granada tuvo unos hitos que el poeta aragonés va marcando, y
los marca con un resón literario. No podemos decir que no
conociera la literatura de su tiempo. En un momento, enumera esos
bastiones que van cayendo y deja un verso de persistencia
poética: «Alora, la bien
çercada»
. Así comienza un
celebérrimo romance28:
|
Celebérrimo porque Juan de Mena aludió a él en la estrofa 190 del Laberinto. Marcuello sabía -¿tradición oral?, ¿literaria?- la desastrada y alevosa muerte del adelantado Diego de Ribera en mayo de 1434. El romance es coetáneo de los hechos y Marcuello va a la zaga del cantar muy difundido y de los versos marmóreos de Juan de Mena.
Pero las resonancias literarias de la guerra de Granada no acaban aquí: En un trecho en donde habrá no poca autobiografía, pone estos versos:
|
Puntualmente ha
narrado. Lo sabemos bien porque la historia resonó en
crónicas y romances30:
Don Rodrigo Téllez Girón fue maestre de Calatrava a
los doce años y murió a los veintisiete un 3 de julio
de 1482: Aliatar fue el caudillo de Loja el día que
murió el maestre y, válgannos las palabras de
Hernando del Pulgar, le dieron dos saetadas, «la una por baxo del brazo, por la escotadura de
las corazas, tan mortal que incontinente fue a caer del caballo,
como cayera, si no por Pedro Gasca, caballero de Avila, que iba a
su lado, se abrazó con él, e le tomó, e
llevó ansí fasta su aposento, donde murió
dende poco. Desta su muerte pesó mucho al Rey e a la Reyna,
e comunmente a todos los que le conoscían, porque era mozo,
e de poca edad, e buen caballero, e de buenos
deseos»
31.
Pedro Marcuello ha escrito poesía noticiera. Todo su libro lo es. Y la historia da un sustento épico a estos versos que, sin ella, tan poco nos dirían. Pero ahí van quedando los granos de aquella granada que don Fernando quería desgranar.
Y nos queda Málaga, una y otra vez traída a los versos32. Con el fidelísimo don Gutierre Cárdenas33, con los bajeles en la costa y la consagración de los altares en la ciudad. Otra vez la historia se pone de parte de Pedro Marcuello: Cárdenas fue contador de Castilla, comendador mayor de León en la Orden de Santiago, mayordomo y contador mayor del Rey. Tuvo participación activa en las cosas de Málaga y luego en la Vega de Granada34. Andrés Bernáldez contó muy bellamente la acción de los navíos en el asedio de la ciudad:
Por el cabo de la mar estava cercada Málaga con la armada del rey, de muchas galeras e naos e caravelas, en que avía mucha gente e muchas armas; e conbatían la cibdad por el mar con los tiros de pólvora. Era una gran fermosura ver el real sobre Málaga por tierra; e por mar avia una gran flota del armada que siempre estava en el cerco, e otros muchos navíos que nunca pararon trayendo mantenimiento al real35. |
Ronda, Alora, Loja, Málaga. Con sus nombres incrustados en este canto de cruzada que estamos escuchando. Como Ascalón, Damieta, Rama o San Juan de Acre, en Ultramar. La guerra de Granada era una aspiración de libertades y poco iban a significar ya las insatisfacciones pasadas. El fin estaba próximo y había que proyectar tantos entusiasmos acumulados. De nuevo su canción de cruzada tras las victorias en la Península:
|
Escuchamos el planto castellano de ¡Ay Iherusalem! Acaso el único en nuestra literatura en el que resuena la preocupación de Castilla por la suerte de las Cruzadas. Estamos muy lejos de las esperanzas que se acarician tras la reconquista de los últimos bastiones: 1244 fue un año aciago; tras él, las cruzadas predicadas en los concilios de Lyon (1245 y 1274) fueron infructuosas; el texto español debió escribirse por 1276 cuando las flotas de Teobaldo de Navarra y de Jaime I fueron dispersadas por las tormentas:
|
Marcuello ha compuesto una canción de cruzada con todos los elementos formales que se le pueden exigir: convocatoria tras los estandartes de la Cruz para rescatar el Santo Sepulcro, imposición de la fe, liberación de los cautivos. Difuso todo en cientos de versos, pero enhilados por una continua voluntad de servicio a la cristiandad. De mil formas diferentes, pero con una reiterativa y asidua solicitud. Marcuello ha acertado con el patetismo de los cantos provenzales y franceses. Y, no sabiéndolo, ha conseguido aquella semántica estable de que habla Bec, como en la lírica de los siglos XII y XIII: dolor de los cristianos, tierra donde padeció Cristo, deseos de vengar al Crucificado, llamada de Dios y premio a los combatientes38. Y como en sus hermanos mayores, cantos de exhortación y polémica, según acabamos de ver. Pero hizo falta la fuerza que coordinara los ímpetus y alentara a todos aquellos deseos de liberación. El Cancionero de Pedro Marcuello nos da los nombres: Fernando e Isabel fueron los monarcas elegidos entre miles para cumplir el destino; por eso su excelsitud en la historia de los hombres. De ahí que, al elogiarlos, su imagen quedara troquelada con el rigor de los panegíricos clásicos. Es la segunda parte de este trabajo.
Pedro Marcuello ha
convertido su Cancionero en un largo discurso
político. Como en cualquier pieza del género, es
necesario alabar a los héroes por las hazañas que han
hecho y las que de ellos se esperan. Un poema cuyo fin es la
exaltación de la guerra de Granada, su convertirse en
cruzada religiosa y su estímulo para la liberación de
Tierra Santa, está pidiendo el retrato de quienes aceptan la
misión de titanes y bienaventurados. De ahí que
tengamos la iconografía de los protagonistas y, lo que es
más significativo, la etopeya o retrato moral de aquellos
seres de excepción. No hace falta decir cuánto
tópico se puede deslizar en los elogios, cuando,
además, los elogios estuvieron fosilizados en una
obligación burocrática39.
Se lograba así la expresión de «los sentimientos de los pueblos y la
alegría de sentirse confiados y protegidos por el sabio
gobierno de un gran príncipe. Se nota en ellos un matiz de
actualidad, y, aunque es evidente, el espíritu adulatorio
deja trasparentar una patriótica adhesión a las
reformas de los emperadores y a las obras realizadas en defensa del
imperio»
40.
Estas palabras dedicadas a los panegiristas romanos sirven para
enmarcar el quehacer de Marcuello. Evidentemente se trata de un
género especialmente retórico y, por tanto, proclive
a la repetición de lugares comunes. Plinio
acuñó la forma de semejantes piezas oratorias en la
laudatio que
pronunció ante el Senado el día primero de septiembre
del año 100. El Panegírico de Trajano es el
modelo que servirá para siempre, a pesar de su
monotonía. Y conviene no olvidarlo: a fines del siglo XV se
recogieron en Venecia los XII Panegíricos vetus,
que incluían los de Maximiliano, Constancio, Eumenio,
Constantino, Juliano y Teodosio. El poeta aragonés intuye lo
que en su siglo se está elaborando y en su largo poema
acierta con lo que el género exige. Se ha señalado el
contenido de esos panegíricos: el héroe cantado
sobresale por su nobleza, su valor, su hermosura, su riqueza y sus
virtudes41.
Pero no olvidemos los preciosos informes históricos que se
enumeran y que hacen referencia a los acontecimientos actuales,
singularmente valiosos para la perspectiva de los futuros
lectores42.
Para el aragonés Marcuello, la historia se sentía como un proceso de integración, en aquellos navíos cargados de provisiones43 o en la fe agrupadora44. Unidad que venía de los propios sentimientos de los Reyes que en su emblema habían acordado la integración de personas y bienes45. Consta en el Cancionero: bellísimas miniaturas de yugos y flechas, granadas abiertas para enseñar sus granos apeñuscados, mote que se convertiría en míticas interpretaciones, simbolismo de las letras46. No volvamos al rey Gordión, ni a Nebrija, ni a Lope de Vega. La historia fue como quisieron los Reyes que fuera, y la unidad se logró: Marcuello ha servido al Rey y a la Reina, es un símbolo, y, arrodillado en una de las miniaturas del libro, contempla a los monarcas que aceptan el tributo de su poeta. En el Cancionero se puede leer:
|
Castilla
tendrá preeminencia48
como si a sus versos llegara un eco de las palabras de la Reina:
«Vos como mi marido sois Rey de Castilla,
e se ha de facer en ella lo que mandáredes»
. Pero
Aragón estuvo siempre en la figura del gran Rey y en las
armas pintadas en miniatura y descritas en el poema49
(Me pregunto, ¿por qué se llamó Isabel la hija
del poeta?). Marido y mujer, manifiestos en el panegírico,
continúan lo que hemos visto como canción de cruzada.
Están ornados por las virtudes teologales de la
fe50
y la caridad51.
El objeto será Dios, pero el camino son las criaturas que
sufren, como en las emotivas estampas de los hospitales de
campaña. Los Reyes se convierten en defensores de la
fe52
y en «bautizadores» de infieles53.
Volvemos a las cruzadas54,
al sentido de la cristiandad55,
al valor derrochado en servicio de Cristo56.
Reyes para quienes el desprecio de las riquezas es camino de
alcanzar la gloria unidos57.
La grandiosidad de aquellas dos figuras singulares se convierte en
paradigma de ejemplaridad: por sus virtudes merecen ser guardados
por los ángeles58
y premiados con el Paraíso, al que conducían a sus
fieles servidores59,
y enlazando con muy viejas creencias hispánicas, Santiago y
San Jorge libraron batallas por ellos, como Santiago y San
Millán en los días de Albelda:
|
Tras esta apoteosis de cristianismo, la coronación de ambas vidas es el triunfo que espera al cristiano tras la muerte: los Reyes se convierten en bienaventurados que no sólo alcanzan su gloria, sino que la trasmiten. Estamos contemplando un tímpano que representara la gloria, o la beatificación del anacoreta en algún poema hagiográfico. Pero es que los Reyes estuvieron predestinados uno para el otro y juntos alcanzar la felicidad de los escogidos:
|
En el solemne momento de las renuncias, Fernando el Católico confirmará cuanto su poeta dice. En el testamento que dicta en Madrigalejo el 22 de enero de 1516 sus palabras confirman la conducta de una vida:
Todas las virtudes sin la Fe son nada, y por aquella y en aquellas nos salvamos, mandamos al ylustrísimo Príncipe nuestro nieto, muy estrechamente, que siempre sea gran celador y defensor y ensalgador de nuestra fe católica [...] y trabaje en destruir y extirpar con todas sus fuerzas la herejía de nuestros reynos y señoríos [...] Y siempre tenga muy gran celo en la destrucción de la secta mahomética; y en quanto buenamente pudiese trabajase en hacer guerra a los moros63. |
Una vez más, Pedro Marcuello había acertado con el sentido de la historia. Lo que el vio, así fue. Y el panegírico, que disperso se difunde a lo largo de sus versos, tenía el mismo sentido que los elogios de la antigüedad: no sólo contaba la oración, con cuanto valor pudiera tener para la iconografía y etopeya del héroe, sino por el trasfondo sobre el que aquella vida discurría y que n o era otro que el de la verdad histórica que quedaba sustentando el primer plano en el que los protagonistas actuaban.
Hemos de volver al sentido de la predestinación en los versos que Marcuello dedica a don Fernando. Entonces vemos cómo el mundo incierto de la profecía se convierte en un entramado de símbolos: la Reina es un ave Fénix; el Rey, un pelícano64. Los tópicos asoman una vez más: símbolos de resurrección e inmortalidad; de sacrificio y resurreccion65. Pero los tópicos lo son por haber existido y haberse reiterado. Pedro Marcuello contempla a Fernando e Isabel, acierta a verlos en cuanto son y significan. Y entonces, la vida trascendida, entiende lo que fueron. El Panegírico ha resultado perfecto: en la cuna hubo una predestinación que llevó a unir dos veredas que se anunciaban desviadas, pero Dios enderezó las sendas hasta convertirlas en un ancho camino. Ya no hacen falta ensueños de poeta, pues las manos que enderezaron y conformaron las sendas las hicieron ser conformes. Virtudes que anunciaban la unidad de sus pueblos y la salvación de sus gentes, todo amparado por el símbolo de las aves que son imagen de Cristo y espejo de dos figuras que, como en su voluntad terrena, estuvieron unidas para siempre66. Marcuello vivía aquellos días y nosotros contemplamos cómo acertó. Otra vez la historia más allá de la poesía: lo que no alcanzó por un camino lo logró -y con cuánta largueza- por el que acaso no pensó transitar.
Pero el panegírico está en la unión de aquellos dos seres, pero está también en cada una de las figuras singulares. El rey tuvo su cantor en un gran poeta aragonés que escribió en latín. Juan Sobrarias, en 1511, compuso su Panegyricum Carmen de gestis Heroicis Diui Ferdinandi Catholici: Aragorum, utriusque Siciliae et Hierusalem semper Augusti: et de bello contra Maurus Lybies67. Dedicado a don Alfonso de Aragón, arzobispo de Zaragoza e hijo de Fernando el Católico, el carmen es un texto, al decir de González de la Calle68, rígido y de ostentosa erudición, pero, así y todo, en él consta la acrisolada piedad y fe del Rey, amén de otras virtudes como el sentido patriarcal con que ejercita el poder, la religiosidad (que ejerce acompañado de la reina), la voluntad en la conquista de Granada, y el rigor en la expulsión de los judíos. Amén de los juicios hiperbólicos que lo elevan a condición casi divina, a vivir hermanado con los dioses y a ejercer virtudes más que humanas (perdón de los traidores). Después de mil motivos de elogio, exhorta al rey a la guerra contra los moros de Libia, motivo de una abnegación que lo hace defensor y propagador de la fe. Este ideal de unidad es el que da coherencia al panegírico69.
Pero no hay palabras comparables a la emoción que rezuman las de la Reina. En el § II de su testamento, manifiesta su voluntad de ser enterrada en San Francisco de la Alhambra:
Pero quiero e mando que si el rey mi sennor eligiere sepultura en otra cualquier iglesia o monasterio de qualquier otra parte destos mis reynos, que mi cuerpo sea allí trasladado e sepultado junto con el de su cuerpo de su sennoria, por que el ayuntamiento que touimos biuiendo e que nuestras animas espero en la misericordia de Dios ternan en el çielo, lo tengan e representen nuestros cuerpos en el suelo. |
La voluntad de Isabel formulaba el más hermoso testimonio de fidelidad al rey, lo que no deja de ser un aprecio de virtudes que no se enumeran de manera explícita.
El día de Reyes de 1482, Pedro Marcuello ofreció a don Fernando, en la ciudad de Teruel, una «copla» en la que los vaticinios apuntan hacia una diana muy precisa:
Fállese por profecía de antiguos libros sacada que Fernando se diría aquel que conquistaría Iherusalém y Granada. El nombre vuestro tal es y el camino; bien demuestra que vos lo conquistarés; carrera vays, no dudés, siruiendo a Dios que os adiestra70. |
Es el
tópico que ya hemos considerado, como el de la fe, que
amparará su reinado71
o el de su espíritu de cruzado72.
Pero, como en un panegírico clásico, su
política es prudente tanto en el mantenimiento del orden
interno73
como en la abstracción del arte de gobernar74.
Estamos escuchando a Plinio el Joven cuando, en el
Panegírico de Trajano, acumula elogios con un tono
digno y persuasivo, pero su argumentación va en camino de
lograr el honor del emperador, porque antes el príncipe ha
honrado a los ciudadanos: «La vida de los
príncipes [...] es breve y frágil. Por tanto conviene
que los mejores se esfuercen y traten de ser útiles al
Estado, incluso después de su muerte, mediante los
monumentos de moderación y de
justicia»
75
y Gracián añadiría76:
«no fue afortunado Fernando sino
prudente, que la prudencia es madre de la buena dicha.
Comúnmente es feliz así como la prudencia es
desgraciada, todos los mas prudentes príncipes fueron muy
afortunados»
. Fernando el Católico ha sublimado en
los versos de Marcuello una conducta de esfuerzos heroicos y
mantendrá su cuidado después de su muerte. Como
bienaventurado, su vida estuvo predestinada para cumplir un destino
singular al servicio de la fe; como rey, acertó a realizar
las profecías. Es el camino que llevará a la
literatura del barroco en la que el rey será titán
como herencia pagana; bienaventurado, como creyente cristiano.
Así lo vio Agustín de Tejada y Páez, poeta
antequerano que dedicó al Rey Católico casi todo su
poema Canción a los Reyes Católicos don Fernando
y doña Isabel77
y diría que todo fue resultado de las virtudes cardinales
sobre las que se asientan las teologales a que he hecho referencia:
prudencia, justicia, fortaleza y templanza en la conducta del Rey,
que culminará en aquel anhelo de hacer que sus pueblos vivan
en armonía «dándoles
concordia / y en sus reynos paz»
78,
con la presencia benefactora de la Reina. Volvemos a los
panegíricos clásicos que no otra cosa que piedad,
felicidad y confianza eran la gratulaciones que leemos en
honor de Maximiliano o de Eumenio o el retrato de Constancio,
nimbado de preocupaciones eternas79.
Cuando ordenamos los elogios de Isabel vemos que son más que los que ofrece a Fernando y más de los que juntos hemos agrupado. La reina es gran batizadera80, guerrera81, pero además prudente82, virtuosa83, larga de bondad84 y, por supuesto, de fe ardiente85. Los tópicos se van repitiendo y poco añaden a lo que ya sabemos. Pero tanto que, convertida en implacable defensora, podrá leerse en el Cancionero
|
Y para que
ningún cabo quedara suelto, como su marido, estuvo
predestinada para cumplir altas misiones87.
Todo se convertía en símbolo en aquella mujer
singular. Símbolo también la humildad y
símbolo la religiosidad. El 19 de agosto de 1487 entraron
los cristianos en Málaga y, en palabras de F. Guillén
de Robles, «cerraba la procesión
una imagen de la Virgen en cuyas andas brillaban las alhajas de la
reina, y en pos de ella iban don Fernando vestido de todas armas y
ostentando las regias insignias, doña Isabel
humildemente descalza»
88.
Los panegíricos se han cerrado. Lo que se inició con voces de predestinación se ha cumplido en una inacabable teoría de realizaciones: juntos los monarcas e integradas sus voluntades cuando actuaban por separado. Los panegíricos, inevitablemente, se convierten en lugares comunes y cumplen su misión repetitiva; por eso lo son. Pero, en el destino que encarnan Fernando e Isabel, hay un sentido trascendente que viene de Dios. Las profecías de cristianización, de unión espiritual, de reunificación de las tierras se había profetizado en la cuna de los Reyes porque Dios los quiso unir en su servicio89. De ahí el sentido providencial que el reinado tuvo90.
Pedro Marcuello ha escrito una serie de poemas monocordes. Unidos todos constituyen ese Cancionero reiterativo en el que los tópicos se repiten mil veces o en el que unas cuantas verdades, de tanto repetirlas, se convierten en tópico. Han pasado quinientos años y la historia que fue volvemos a sentirla. Llamadas a la unidad, a la fe, a los destinos concordes. Era una voz aragonesa que suena inconfundible, aunque Castilla le dé no pocos atributos. El poeta no parte el sol de ningún palenque, sino que une. Castilla y Aragón o Aragón y Castilla, como en el mote de los Reyes o en su voluntad manifiesta. Por culpa de unos u otros, la historia pudo descabalarse, pero el testamento del rey es de una solemne grandeza. Sus pasos no se han desviado, están en el camino que él quiso darles cuando era el mejor mozo de España y ella una hermosa infanta de Castilla:
Considerando que entre las otras muchas y grandes mercedes, bienes y gracias que de Nuestro Señor, por su infinita bondad y no por nuestros merecimientos, avemos recebido, vna muy sennalada ha sido en avernos dado por muger y conpañera la serenísima señora Reina doña Ysabel, nuestra muy cara y muy amada muger que en gloria sea, el fallecimiento de la qual sabe Nuestro Señor quánto lastimó nuestro corazón y el sentimiento entrañable que dello ubimos, como es muy justo, que allende de ser tal persona y tan conjunta a nos, merecía tanto por sí en ser dotada de tantas y tan singulares excelencias, que ha sido su vida ejemplar en todos los actos de virtud y de temor de Dios, y amava y çelava tanto nuestra vida y salud y honrra que nos obligava a querer y amarla sobre todas las cosas de este mundo91. |
Los elogios que la
reina alcanzó de sus historiadores fueron infinitos,
bellísimos algunos, pero sólo las palabras
últimas del rey, cuando se está despidiendo de la
vida, tienen la gentileza de un madrigal92.
Otra vez volvemos a la historia y otra vez la llamada de Pedro
Marcuello se convierte en vida más allá de los pobres
versos de su Cancionero93.
Y Granada se transforma en esa coronación in morte cuando la vida de los
Reyes se está clausurando. Don Fernando dirá:
«Eligiendo sepultura de nuestro cuerpo,
queremos y ordenamos y mandamos que aquel sea, luego que
falleciéremos, llevado y sepultado en la Capilla Real
nuestra que nos y la serenísima Reina doña Ysabel
[...] avemos mandado hacer y dotado en la yglesia mayor de Granada
[...] Y por ende queremos, pues tanta merçed nos
hiço, los huesos nuestros están allí para
siempre, donde también han de estar sepultados los huesos de
la señora Reina»
94.
La historia ha
culminado lo que un oscuro poeta había presentido. El mundo
de sus símbolos cuajó bellamente en aquel ramo de
hinojo que valía tanto para Fernando como para Isabel. El
poeta aragonés se olvidaba que poco aragonés era
decir fenojo, pero cumplía así una
integración nacional en el sincretismo de sus usos
lingüísticos. A lo largo del poema, rasgos aragoneses
perpetúan una voz que va siendo ganada por Castilla: de vez
en cuando escribirá ny por ñ o
salpicará su texto con muchísimas voces
terruñeras (consello, posiendo,
fardalla, amprat, tuviendo,
trista, etc.), y en largos trechos constará su
devoción por la Virgen del Pilar95
o por los Convertidos96.
No podemos decir que fuera un desamorado, sino un hombre que
seguía las corrientes que en su tiempo se habían
impuesto o se estaban imponiendo97.
Lo mismo que encontramos en textos escritos con poco primor:
digamos documentos legales o libros
genealógicos98.
Marcuello lo sabía bien: había escrito «dos pobrezitos tratados acerca ésta tan
sanctíssima conquista deste reyno de
Granada»
99,
y los había escrito en metros llanos100
y salpicados de dichos aldeanos101
o de refranes, según se lee en la p. 41 b:
|
(vv. 357-361)102 |
|
(vv. 362-363)103 |
Con su sentido de
la realidad conoció el alcance de lo que buscaba: «ofrecer un tratado por metro contra
Granada»
104.
Que lo consiguió es evidente, pero logró mucho
más: fue testigo veraz de la historia y la incorporó
a sus medianos versos. Seamos objetivos: no ganó muchos
granos de oro la poesía, pero el texto es muy singular,
añadiré, único en nuestra historia literaria,
y con unos valores intrínsecos que no se pueden discutir,
tal es la verdad que podemos documentar por otros caminos. Entonces
lo valoraríamos dentro de una tradición nuestra a la
que llamaremos gestas, romances fronterizos o poemas de Indias.
Esto no es poco. Poesía veraz que se conforma,
literariamente, de acuerdo con dos modelos que nosotros conocemos
hoy: las canciones de cruzada y el panegírico de la
antigüedad. Unidos los dos testimonios constituyeron este
poema olvidado hasta ayer mismo y al que ahora he querido
encontrarle sentido.