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ArribaAbajoJornada XII

Desde Auquinco a Tril


(Mayo 6 de 1806)

Mientras se cargaba me vinieron a hablar los caciques: tratamos de la hermosura del sitio, y ellos de la mucha abundancia de sus guanacos, y avestruces que en él hay: que cuando llegaron ayer encontraron más de sesenta juntos en el plan, y cazaron tres. Me dieron dos piedras, de las que crían en el vientre; que por ser las primeras que veía, las celebré. Y viendo que ya la tropa estaba dispuesta, les dije: Amigos, a caballo, que son más de las ocho. Caminó la comitiva, y tras de ella la junta por el mismo rumbo de ayer: descabezamos la punta del norte de la vega, y comenzando a subir una loma baja, y dejando al este un camino, que los indios me dijeron iba para las salinas de Puan, antes de llegar al mayor alto de la loma, que toda es de trumau y camino carretero, se me llegó Puelmanc, y me suplicó, hiciese parar la caravana, porque querían cazar guanacos y choygues, Pues con la bulla y gritos de los arrieros se espantarían. Convine, y se repartieron los indios. Así que tomaron alguna delantera, continuamos la marcha por un plan del mismo terreno; como a las 8 cuadras, vimos un hermoso avestruz, que venía corrido y como a encontrarnos, y le salió de atravieso el hijo de Manquelipi, quien le tiró los laques, y enredó con ellos que no pudo moverse. Seguimos caminando, y como a las 4 cuadras, empezamos a descender por igual bajada: faldeamos unas lomas bajas, por las que venía un indio corriendo a 7 guanacos, que se le fueron sin hacer presa; y venciéndolas, nos entramos a un cajón de aguas de invierno, o llovedizas, que ruedan de las lomas del sur y norte; por el que caminamos dos tercios de legua, hasta llegar a una hermosísima vega, bañada de un estero que sale al oriente de la citada cordillera de Puni Maguida, a cuyo costado está la vega. Se llama Tril, y a la orilla del estero, que es salado, nos alojamos a las 10 y más de media.

En este lugar hay cal de piedra, mucha arenilla blanca, y alguna negra, piedras cristalinas, mariscos petrificados, muchísimos guanacos, avestruces, marras en la misma abundancia, y mucha leña de arbustos para fuego. La cordillera repetida de Puni Maguida, para esta parte está cubierta de escoria: en sus faldas se divisan lomas enteras de yeso, hasta cerca   —81→   de esta vega. Al norte hay un cerrillo puntiagudo como volcán, cuya altura se conoce ser de una piedra. En todos estos contornos hay piedra de cantería; y en los más distantes al oriente, tierras de color de bermellón.




ArribaAbajoJornada XIII

Desde Tril a Cobuleubu


(Mayo 7 de 1806)

A las 6 de la mañana, estuvo toda la comitiva a caballo, y continuando el mismo rumbo, la atravesamos con más de dos leguas medidas, hasta llegar a un cerrillo bajo, que lo pueden pasar carros, y pasado otro llano más corto, llegamos a un esterito de agua salada imbebible, que pasamos, en cuyo sitio se ven al sueste muchos terrenos de color, y lomajes carmesíes como bermellón. Seguimos por buen camino, entramos a un cajón amplio de tierras llovedizas y saliendo de él, proseguimos por llanos entre dos lomas bajas. Dejamos al lado del norte un cerrillo pedregoso de muchos pedernales; bajamos, con descenso de diez o doce varas, a otro plan hermoso, y al salir de él, dejamos de una y otra parte de la senda varios extremos de lomas, cubiertas de piedras de cristales, que con los rayos del sol resplandecían como preciosísimas piedras.

Seguimos por camino carretero, y por igual clase de terreno trumagoso, y al este se nos manifestaron muchos cerrillos de arena y piedra, con cimas ya como casas, ya como torres, y algunos como fuertes, que parecían poblaciones de las nuestras. Los perdimos de vista, y nos introducimos a dos lomas, que hacen caja a las aguas rodadas y es formada de peñasquerías, por una y otra parte, color de fierro y con vetas de piedra blancas por cuyo cajón, pueden rodar carruajes: tiene más de media legua de largo. Salimos de ella, y entrando a la de Cobuleubu, que es una vistosa vega por su extensión y verdura de pajales, llegamos atravesándola con doce cuadras, hasta el río referido. Corre en este plan de oeste sudoeste a estenordeste: lo pasamos en buen vado de piedra menuda; tiene de ancho más de cuadra, de profundidad cerca de vara y media, y bien correntoso. Su agua entre salobre, pero no tanto como la del estero de Tril, y en su ribera, de esta parte, nos alojamos, habiendo andado seis leguas y veinte ocho cuadras, todas medidas.

Cualquiera ponderación que se haga de estos terrenos y montes, por los objetos distintos y desconocidos que a cada paso presenta la naturaleza, es muy corta; pues para describir de algún modo útil a la inteligencia,   —82→   ni debía venir de marcha, y con los distintos cuidados que me rodean, ni ser de tan cartas luces: porque a la verdad, para dar completa idea, se necesitaba entrar a ellos con solo este fin, para especularlos despacio y con prolijidad. También, el que no se recelase riesgo en las especulaciones, porque ahora a cada momento los presentan sus naturales.

Desde que llegué a Moncol, no hubo día en que no ocurriesen nuevos temores, y así toda mi comitiva, más quería regresar que dar un paso adelante. No se veía indio que no viniese despavorido, formando dificultades inaccesibles; y para hacerles ver que serían originadas de particulares fines de sueños de una vieja, de otra mujer, o de un indio de crédito que ellos recomendaban, se necesitaba emplear uno el discurso y el tiempo más importante. Ni me hubiera servido mi resolución, ni el desprecio que hacía de sus dichos, si ellos no hubieran creído que el reloj era cierto adivino, que yo traía para que me comunicase las disposiciones de las naciones. Laylo, que lo vio sobre mi mesa, y observó el sonido enmedio de varios concurrentes, virtió la especie: y aunque yo les signifiqué su destino, no lo creyeron, por dar más autoridad al indio, que les ponderaba, que ¿cómo había de temer, ni ignorar las cosas, cuando a él le estuvo el Gaucho sacando la lengua?

De ambas materias trataré, con el conocimiento que voy adquiriendo, en el lugar que he prometido. Ahora la toqué porque en este mismo sitio donde estoy escribiendo, ha empezado Puelmanc a fundar nuevos obstáculos, que les rechacé, con decir que no me hablase de eso, que el miedo no lo conocía, y riesgo había cuando uno se descuidaba. En fin.

Este río, me han inteligenciado estos caciques, que es la línea divisoria de estos peguenches, con los de Malalque; pero no en cuanto a las Pampas, pues estos disfrutan de la propiedad y dominio de tierras hasta Chadileubu.

Su nacimiento, dice Manquelipi, asegurando ha corrido la mayor parte de su extensión que es la cordillera de Curideguin, distante de este sitio diez días de camino, que su primer origen es de un hermosísimo mallinar, el que dista de los españoles de Maulé poco más de un día.

Que de sus tierras hasta este sitio le confluyen los ríos siguientes: Currimurin-leubu, Colimal-leubu, Collimamil-leubu, Rauguico-leubu, Liucuyan-leubu, Coygueco-leubu y Yanechi-leubu. Que en saliendo de estas cordilleras, corre solo sin introducirse a Neuquen, arrimándose a la senda que debemos llevar por unos días: después que nos separemos   —83→   de su ribera, alojaremos a distancia de tres leguas, y otros de ocho, y otros de cinco hasta Puelec, por cuyo frente toma ya su dirección para la mar.

También me han asegurado, que por el costado del sur, su línea divisoria con los guilliches es el estero de Curaguenague-leubu, cinco días de camino en su caballo, sólo antes de llegar a Limayleubu; que es decir, que son cincuenta leguas de menos goces, que los que Molina aseguró en su diario, por la división a Limayleubu.

A Limayleubu ponderan estos naturales, que es el río mayor que corre al oriente de los Andes; que nace de las cordilleras de los primeros guilliches, parciales de los llamistas y enemigos de Canigcolo y patagones; y que no descubre vados, porque es muy profundo; que le confluyen Neuqueu, y otros varios esteros.

Convienen en que el estero de Cariguenague, en las Pampas, corre hacia al sur, entre Neuquen y Limayleubu, y que se incorpora a este, antes de las juntas con aquel.

También, que Cariguenague nace de la cordillera, nombrada Deguin, que los divide de los referidos guilliches, hacia el poniente, y por último, que el atravieso, de sur a norte, desde este río a Cariguenague, es de doce días de camino.

Para adquirir noticias de estos indios se necesita irlos introduciendo insensiblemente a la conversación, sin que ellos conozcan es con el objeto de saber de sus terrenos, propiedades etc.; pues son tan recelosos que, yendo el agrimensor en Auquinco a ver un escarpado de piedras toscas de cantear, en la tarde que llegó allí la comitiva, le fueron a decir que ¿si iba a buscar oro? Que ¿qué hacía? Y que se retirase. Es también cierto, que a mí jamás me han embarazado, ni reparado el que ande a pie o a caballo, por todas partes donde me parezca conveniente: que trepe a los cerros, que me apee tomar tierras, o piedras; pero siempre he tenido la precaución de prevenirles alguna curiosidad, y deseo de salir de ella. En el propio lugar de Auquinco, como dije, en él fui a ver la laguna, y yeseras, con sólo la precaución de que la noche antes alabé la hermosura del sitio, que lo había de ver antes de salir, y cuando llegué, se me juntaron todos con sumo gusto a preguntarme que: ¿cómo me habían parecido aquellos cerros tan blancos? Les ponderé aquellas minas, y en método alegre les supliqué si tenían algunos cerros de oro, o plata, me los enseñasen, que gustaba con ellos ver, y especular cosas desconocidas. Contestaron riéndose, que sí lo harían cuando los hallasen; y continué4, advirtiéndoles las utilidades del   —84→   yeso, para introducirlos al interés que debían tener en la amistad de los españoles, pues con el trato de ellos adquirirían conocimientos importantes.

Así, hoy 8, como se levantaron, saqué de una petaca una aguja hermosa, de muy buena pintura y caja; llamé a uno de ellos, y la puse en la orilla del río, y como todo le pareció bien, gritó a sus compañeros que concurriesen a ver lo que era lindo, y se movía solo. No quedó uno sin venir. Les expliqué sus usos, y llenos de placer me traje a los caciques a mi toldo, en donde matearon a su gusto, y después almorzaron y mientras duró uno y otro, estuvimos tratando del río, de sus terrenos, y de lo demás que he expresado.

Por todo el diario de ayer se conoce, que no tuvimos más agua que la del esterillo salado, hasta llegar a este río, que no deja también de tener su sazón; y me falta advertir, que desde la vega de Tril hasta este lugar tampoco hay pasto, pues todos los terrenos son trumagosos y de arenilla escoriosa; pero si abundan los arbustos, especialmente de los de marras, que en muchas partes, para que pudieran pasar carros, sería necesario rozarlos.

En este sitio tenemos mucha extensión de vega, hacia el sur y norte, circundada de lomajes bajos, areniscos y con vetas de todas clases de piedras y tierras. Por el bajo que prestan las del norte, se divisa el cerro del Payen, a distancia de veinte y cinco leguas. Al norte, cuarta al este, la cordillera de Pichachen, tres días de camino de aquí, según dicen los indios. Al oeste, cuarta al sueste, la cordillera de Puconi Maguida presentada de costado, que distará su plan tres leguas, y hace caja a este río, y por todos los demás costados no se miran sino cerros bajos.

A las 10 del día, montaron los caciques a caballo, con el proyecto de buscar yeguas, o caballos alzados, que dicen hay muchos por estos contornos; y al ponerse el sol, que acababa de llegar el hijo de Molina de lo de Manquel, estuvieron aquí sin presa alguna. Me estaba dando razón Molina, que Laylo y su hijo se habían vuelto, y llegado a sus toldos con el pretexto de los dos caballos, que se le huyeron de Cudileubu. Que Manquel había tenido muy a mal la vuelta, y que estaba en disposición de montar a caballo con su mujer, y seguirme. Me aparté para que se allegasen los indios a tomar esta razón, y oírlos producir.

Apenas entré a mi toldo, y empezaron a preguntar: ¿Qué era de Laylo? ¿Qué de su hijo? ¿Qué de Manquel? Y oída su resolución de volverse, y la que tenía Manquel, moralizaron en voz baja sobre el proyecto, y dijeron a Molina que eran unos embusteros. Que ¿por qué no   —85→   maneó Laylo sus caballos? Que los soltarían de propósito. Que ¿por qué no vino a entregar a su hijo, así como tuvo caballería para volverse, y después fue a buscarlos, y los mandó? Que ni Laylo, ni Manquel tenían palabra, honor, ni procederes honrados. Que sus promesas serían para recibir chupas y demás agasajos. Para tener en sus toldos soldados, pues, con este auxilio estaban acostumbrados a salirse con las inhumanidades que querían; y por último, que no creían; y que teniéndolos resueltos a caminar, continuarían conmigo, y se vería que no hacían falta los mensajes de Manquel ni de Laylo. Que ellos me darían las quejas que tenían de Manquel y de su hermano, allá en su pecho, que lo abrazaban. Que entonces los conocería bien, y no tendría esperanzas de ellos. Bien enojados volvieron las espaldas, se fueron a su alojamiento, desensillaron, se tendieron, y trataron de nuevo de la materia.

Yo que de todos modos y sin reparar perjuicios, deseaba un compañero de la casa de Manquel, por tener el nombre de Gobernador, y que sin duda sería reparable para los caciques intermedios que faltasen sus recomendaciones, sentí el oírlos tan encaprichados; y, al poco rato, proponiéndome solicitarlos, los mandé llamar con el capitán Jara, para que viniesen a acompañarme en el mate, porque estaba triste, acordándome de mi mujer e hijos. Al punto vinieron.

Ya sentados dentro de mi tienda, me dijeron que estaría pues triste, viéndome en tierras ajenas, y tan distante de mi familia. Les contesté, que como no había de estar, cuando mes y medio hacía que me había separado de mi casa, de mis hijos y de mis comodidades, en cuyo tiempo pensaba haber concluido mi comisión, y estar libre de los temores que son consiguientes, y que aún no me hallaba en la tercera parte del camino. Proseguí: Mi tardanza, amigos, ha dimanado de accidentes inevitables a los viajeros, y ella ha causado el atraso de mis bestias, el consumo, de mis víveres, y otras incomodidades que no está hecha mi persona a sufrir; pero habréis reparado, cuando me mirasteis, mi rostro igual, siempre afable, y siempre contento para con vosotros, como si estuviera en mis tierras entre los placeres, y en medio de la seguridad. No me negareis esta verdad; mas ahora que estoy acompañado de vosotros, que os he recibido como hijos ¿qué podrá afligirme cuando me habéis complacido con vuestras compañías, que me prometen cierta franqueza, y seguro en las tierras que hemos de pasar? Cierto es que por esta parte estoy contento, pero algo tengo de nuevo en el alma que me oprime el corazón. Me he acordado que había creído llevar conmigo cinco peguenches, y que en vosotros no veo sino cuatro, no tengo pues completo mi deseo, uno me falta, y si sois mis amigos, me ayudaréis a buscar arbitrios para solicitar otro compatriota, con el que se completará el número que deseo tener de   —86→   los cinco. No por esto penséis que me intereso en que condescendáis con mi gusto, sino sólo en que, oyéndome cada uno, me diga con verdad su parecer, que si es más fundado que el mío, me daré a la razón, alabando el mejor dictamen. Soy, y todos los que me oyen, racionales, y conozco en vosotros ciertas luces naturales, dignas de toda alabanza. Decid, pues, ¿gustáis oírme?

Respondieron, que dijese cuanto quisiese, pues conocían en mi espíritu cierta bondad que merecía complacerse.

Proseguí: Ya oísteis, compañeros, el recado de Manquel, que condujo Molina, y también como Laylo se revolvió. Ya está conocido, y también conozco a Manquel, que sabe faltar con lo que promete. Así no es de asegurar el que ahora cumpla lo que me ofrece; pero no sé que me queda en que pueda en la ocasión tomar a su cargo cumplir con la obligación en que él mismo puso a su hermano. Estará corrido, avergonzado, y su corazón de hombre le estará allá dentro representando, que por los españoles se ve auxiliado de soldados, con ellos a su puerta, como mis jefes, y que ¿cómo ha faltado a prestarme un homenaje o un mensaje y que en nada le perjudicaba, sino antes bien le prometía en la ocasión, honores, créditos, y se aseguraba de recompensas que sólo por este medio debía esperar merecer? Así verán sus ojos las prendas que él, que su hermano y su sobrino recibieron de mi mano por el motivo de haberme ofrecido un embajador de su parte; y no dirán todos ellos ¿cómo faltamos a nuestras promesas con estas memorias que nos causan la infidelidad e inconstancia? Soy, pues, de sentir hacer la tentativa de llamarlo; de cuyo proyecto sacaremos, o acabarlo de conocer, para lo sucesivo no darle crédito, o que sabe volver por su honor, para tenerlo en la buena reputación que antes se mereció, y de que se haría nuevamente digno. Si se consigue, llevaré en el número de mis cinco amigos y compañeros un igual al de mis hijos, que todos los días miraré en vosotros, y también el no perder a un amigo que ya lo miraba de confianza con el frecuente trato que tuve tantos días con él en sus toldos; pues no debíais dudar que la familiaridad engendra un amor parecido al de la sangre, si me queréis entender por lo que os lo digo. No debe, pues, perderse una amistad a los primeros resentimientos; y es de consiguiente necesario disculpar algunas faltas, porque ni los genios son iguales, ni los hombres tan cumplidos, que no tengan mil defectos. De otro modo siempre seríamos, unos de otros, enemigos y habréis notado en muchas veces, que haciendo acciones a vuestro parecer en obsequio de vuestros compañeros y amigos, estos las han recibido como injurias y agravios, que debieron ser gratitudes. Por estas razones, para consolidar la amistad de Manquel, quisiera llamarlo, supuesto que me ha mandado decir que vendrá, si quiero. Si lo hace,   —87→   conoceré que es digno de mi aprecio; y si no, lo abandonaré como satisfecho de su ingratitud. El perjuicio que puede resultarnos de su llamada, aun cuando no venga, sólo será el que padezcamos alguna más demora en el camino; pero os hago presente que ganamos el menos maltratamiento de nuestros caballos, y el completo conocimiento de su carácter, para no confiar más en él. No sólo seré yo el de esta ganancia, pues conozco en vosotros ciertas quejas, por las que dudáis también de su fidelidad y de su amor. Sobre ellas no puedo menos de advertiros, que el superior es siempre el blanco de sus vasallos, que le es imposible proceder al gusto de todos los súbditos, ni consultar a todos para proceder, porque entonces todo el gobierno sería confusión; y por ahora es bueno suspendáis vuestros juicios, y no critiquéis más sobre los resentimientos que de él os he oído. También ganáis en la demora, caso que venga, hacer presente a vuestro jefe, que necesitando sus respetos para que os recomienden vuestros servicios, convinisteis gustosos en tardaros más en la marcha, y si no viene, para que yo haga presente al Sr. Virrey esta mayor prueba de vuestra fidelidad y subordinación. Sírvaos yo de modelo, que he padecido demoras tan grandes por vosotros mismos, y que aún no me desisto de esperar a vuestro compañero. Espero sufrir ésta en vuestra compañía con gusto completo, y que la mía vos no la recibáis mal. No os propongo discurráis esperando aquí quietos, porque no aseguro el que venga, sino sólo el que caminemos despacio, y parando donde haya comodidad para nuestras cabalgaduras. Espero, pues, me digáis como amigos la verdad de lo que sintáis sobre mi proyecto.

Manquelipi, que tomó la voz para responder, trató con Puelmanc más de un cuarto de hora de la materia, y al fin se convinieron en parar conforme yo dispusiese, asegurándome que cierta honradez que conocían en mis procedimientos, no les daba lugar para contradecir a mis disposiciones.

Les advertí que el siguiente día se mataría una ternera que traía en pie; que tomarían buenos asados, y pasado mañana o al subsecuente día, seguiríamos nuestra derrota, pues ya el pasto estaba escaso y trillado, Les pareció bien, y después de cenar se retiraron.

Luego me puse a escribir a Manquel llamándolo, y haciéndole ver, que su hermano, a quien él ofreció, había faltado al tiempo preciso; que por su oferta se habían originado tres gastos de agasajos que recibieron en esta virtud. Que sólo viniendo él podría poner en cubierto un defecto que con ningún otro arbitrio se borraría; que entregase al cabo de dragones los agasajos que le dejé para Canigcolo, para que éste se los llevase al cacique Calbuqueu, con una carta que le incluía, previniéndole los remitiese en siendo tiempo.

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Al mismo cabo le encargué el puntual cumplimiento en este asunto, y el buen orden de la tropa, que remitiese cinco dragones en caso de poder continuar las cabalgaduras, y cuando no, que me mandase a uno, y viniese en uno de dos caballos míos que dejé en lo de Treca.

Contesté al Sr. Gobernador Intendente, y al Señor Comandante de dragones, orientándolos de mis demoras y sus causas, y del estado actual de la expedición, y que de Chadileubu le remitiría el diario formado hasta allí, para en caso de perecer más adelante, quedase constancia de él, y del buen arbitrio que se ofrecía por Cagnicolo, para conseguir el descubrimiento de las tierras Patagonas, y caminos para Chiloé, Osorno y Valdivia, por estos montes.

El 9, bien temprano, remití el expreso, recomendándolo a Treca, para que prestase los auxilios que se necesitasen, y aconsejándolo que instase a Manquel a que viniese, pues por lo más que sentía sus defectos era por ser su pariente, y él tan mi apasionado. Le remití nuevo agasajo. En el resto del día no ocurrió cosa notable.




ArribaAbajoJornada XIV

Desde Cobuleubu hasta la boca del estero de Invierno, en donde hace isla el río, y hay carrizales


(Marzo 10 de 1806)

Con bastante noche dispuse la marcha, y a las cinco y tres cuartos siguió la caravana al cacique Puelmanc. Tomamos la misma dirección del río al este, cuarta al nordeste. Sólo en partes se distinguía camino, porque ya en otras estaba cegado de arbustos, y de unos matorrales de paja cortadera, que en montones abundan. Nos desprendimos de la vega del río hacia el norte, atravesamos una punta de loma baja, continuamos por un plan, desagüe en muchas partes de las quebradas y cajones del norte que forman los cerros. Descendimos una bajada parada de media cuadra, en cuyo sitio repetimos la marcha por la caja del mismo río, que desde este punto es muy tupida de las pajas referidas de yaques, guicos, y otros arbolillos, cuyo espacio sería de diez a doce cuadras, y prosiguiendo por camino más amplio, con cuatro leguas seis cuadras, llegamos a un cajón bajo con sólo una quiebra, cuyas arenas denotan ser curso de aguas en las lluvias, y embocadura al río; que lo es también de un gancho, que del mismo se desprende para formar una corta isla con carrizales. Alojamos en este lugar: goza del mismo nombre del río.

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En todo el trecho del camino no hay pasto, sino en las vegas y orillas del río, y eso, grueso y escaso. En los lomajes no se ve ni una sola mata. Todas son tierras trumagosas con algunos arbustos, ya de color blanco, ya amarillo, ya azulejo, ya colorado por una y otra parte de Cobuleubu. Todos estos terrenos tienen su betún de escoria, y por consiguiente algunas piedras grandes y medianas, y muchas de ellas de color de fierro, que suenan al tocarlas casi como una campana. En este alojamiento dejé una mula que se empedró.




ArribaAbajoJornada XV

Desde dicha isla hasta otra del mismo Cobuleubu


(Mayo 11 de 1806)

Salimos de este sitio a las siete d la mañana, por el antecedente rumbo con que llegamos, y atravesando una loma baja pedregosa, que en su altura tiene minerales de piedra de la misma especie que las referidas del día 8. En el plan que arriba hace, que es bien grande, hay multitudes de unas piedrecillas negras lustrosas, y llenas de recortes por todas partes, en quienes parece anduvo el arte, de cuyo espacio descendimos, con una hora andada, una corta bajadilla bien pendiente de poco más de media cuadra, y tomando al este, entramos a la vega del río. Aquí mucho más emboscada de pajas y arbustos chicos, y por ella abajo, ya separándonos del río, ya acercándonos, y en partes por terrenos limpios, y en otras con arbustos con tres y media leguas medidas, llegamos a un bajo que hay bastante saucería, varias islas, y por una y otra parte se estrechan las lomas, que sólo dejan una corta caja a Cobuleubu. Todo el camino, y lo que se comprende con la vista, son terrenos iguales a los de ayer. Vine tratando con los caciques sobre la esterilidad de estos campos, que son sin destino, ni puede dárseles aplicación, si no es la misma ribera, y que pudieran haber muchas minas, porque en terrenos semejantes, las hay en Chile muy ricas. Me contestó Mauquelipi, que así decían, que había riquezas en todos estos lugares, y de manifiesto en la tierra de Chachaguen, que demora al norte de este alojamiento, y está a distancia de ocho a diez leguas. Me aseguró, que en un cajón de un estero que baja de dicha cordillera, está el oro de manifiesto. Le dificulté mucho sobre la realidad de su aserto, y se afirmó tanto, que dijo: que sino fuera hacer traición a su nación, descubriría las riquezas, y que el camino es pedregoso, y por eso muy áspero. Que él me llevaría a que por mis propios ojos me desengañase.   —90→   Dejé la conversación en este estado, porque no me considerase interesado a un descubrimiento, que siendo el monte tan notable y conocido, como que está ya fuera de las sierras, será facilísimo hacerlo en lo subsecuente, si se logra la apertura de esta ruta.

El 12, pasamos en este lugar, por dejar descansar las bestias; pues siendo de las de peor condición las que traigo de real hacienda para la conducción de los víveres para los indios, ya vienen en deplorable estado; y también por esperar las resultas del cacique Manquel. Lo he prevenido a los indios, quienes aceptaran con gusto la disposición, y me suplicaron les mandase hacer un cotón a cada uno, para guarecerse del frío. No me dejaron de poner en confusión, porque jamás había notado en el corte de los dichos cotones, pero con todo, habiendo muestra de manifiesto, entre mis mozos, les prometí cumplir sus deseos. Y estuvieron servidos los cuatro caciques, a las ocho de la noche, con sus cotones incintados y muy decentes que luego se calaron, dándome repetidas gracias.




ArribaAbajoJornada XVI

Desde las islas y carrizal de Cobuleubu hasta Quenico


(Mayo 13 de 1806)

A las siete de la mañana estuvo la caravana a caballo, y tomando la ribera abajo del río, anduvimos al sudsudeste, por camino bueno, y con muchos arbustos, veinte y tres cuadras. Nos apartamos del río, tomando al este, introduciéndonos a un cajón de lomas bajas pedregosas, y de terreno de trumau flojo y vetoso como el antecedente. Para salir de él, trepamos una subidilla de un tercio de cuadra. En este punto estuvimos en un plan hermosísimo del mismo terreno que el anterior piso, y cubierto de arbustos. Al norte, cuarta al noroeste, demora la sierra de Chachaguen, cuya cima es de peñasquería muy quebrada; y al sudeste la de Auca Maguida. Hasta este punto, en que se enteró legua, sólo puede contarse la cordillera, pues ya para adelante todo lo que se distingue son llanuras.

Continuamos por camino carretero, y como cosa de seis cuadras, antes de llegar a un bajo, o abra de una loma muy baja, se midieron dos leguas, y mudamos el rumbo al nordeste, cuarta al este, por el que nos dirigimos. A la legua que seguimos esta derrota, divisamos de nuevo la caja del río Cobuleubu, a distancia de   —91→   dos leguas, poco más. Este río, desde donde nos apartamos de él, empieza a hacer un medio círculo, tomando al sur, y pasando por el pie del norte de la citada cordillera Auca Maguida, se dirige al nordeste, hasta unos cerrillos de tierras blanquizcas, y otro a manera de castillo, desde cuyo sitio toma su carrera al estesudeste y sudeste, para los llanos, que se conoce muy bien desde este punto, porque le forma caja un cordón de lomillas y cerrillos, que se distinguen superiores hasta después que la vista no alcanza a los llanos. Proseguimos por el rumbo, o igual senda, por entre muchos arbustos de los comunes, y pasadas algunas quiebras del terreno, en trecho de ocho o nueve cuadras, llegamos a un cajón muy pedregoso, que se titula Quenico, en donde tomamos alojamiento, con seis leguas, veinte y tres cuadras andadas.

El día de hoy ha sido el más penoso de camino que hemos experimentado, porque el viento oeste no ha cesado desde las cinco de la mañana un momento. El tropel de cerca de ciento y cincuenta animales, que vienen en piso trumagoso, y en muchas partes flojo, formaba una densísima nube de polvareda, que no sólo los ojos, sino la boca, narices y oídos han padecido. Los mismos indios, que están acostumbrados a estos sitios, se adelantaron, y los hemos venido a encontrar poco menos que ciegos. Nuestra guía fue el rastro que el mismo polvo lo cegaba; y si no es porque noto la variación del rumbo, nos hubiéramos perdido, pues el madrinero perdió las huellas por venir a veces cerrando los ojos en las mayores volcanadas. Hubiéramos pasado una noche igual al día, porque en todos estos contornos no hay agua sino aquí, y ésta es de vertientes en pujios chicos, que sólo forman una fuente pequeña. Las caballerías, por la jornada pesada y sin agua, han padecido y atrasádose mucho. Dos caballos cansados se han alejado en el atravieso, y otros han quedado con pocas fuerzas para seguir. En todo el camino no hay una mata de pasto, sino en este sitio algunos coironales.

El mucho viento me ha impedido poder atender a otros objetos que hubieran hecho más palpable la ruta; porque muchas veces que quería mirar a una u otra parte, me era preciso echar mano a los ojos llenos de tierra.



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ArribaAbajoJornada XVII

Desde Quenico a Luanco


(Mayo 14 de 1806)

A las ocho y tres cuartos de la mañana, partimos de este lugar, dirigiéndonos al nor-nordeste, conforme a la ruta que tomó el cacique Puelmanc que nos guiaba, y para poder con acierto computar por el reloj las distancias que anduviésemos, como que todo el terreno, es igual en lo de adelante, y suspender de la mensura que nos demora, mandé que se tomase la cuerda, y se siguiese con ella, hasta que yo avisase.

Saliendo del bajo, en que alojamos, por una corta subidilla pedregosa, y pasando una loma baja de seis cuadras de atravieso, también con piedra el piso, llegamos a un plan en el que hay un hermoso puquio, y tres sitios al norte en que está virtiendo el agua, y se harían unas famosas fuentes, si se limpiaran. Seguimos la marcha por camino parejo trumagoso, siempre con muchos arbustos, y algún pasto de coirón; a las diez y tres cuartos, que hacían dos horas, se enteraron dos leguas.

En este sitio se puso la aguja, y demora al noroeste, cuarta al oeste; el cerro del Payen, y al oeste, cuarta al noroeste, el de Chachaguen, y entre éste, y el de Auca Maguida, que ya no lo distinguimos, ofrece el camino objetos conocidos, e invariables desde muchas distancias, para no perder la dirección.

Quise de nuevo volver a repetir en la mensura, y continuando con ella, y rumbo, a la legua y nueve cuadras, llegamos a una profunda cueva de piedra; que sacando el reloj, vi habíamos andado hora y cuarto, y ya hice guardar la cuerda con el debido conocimiento, que una legua por hora debe estimarse.

Esta cueva, como dije, es de piedra; su circunferencia tendrá de boca en círculo doce o catorce varas, y duplicada cantidad en el plan. El asiento está lleno de tierra volada, y será desde la creación, porque no se le conoce derrumbe. Hay también en este lugar muchas piedras de escorias, y en otras varias partes del camino hasta llegar al lugar de Luanco, en el que estuvimos a las dos y cuarto de la tarde, y tomamos alojamiento con cinco y media leguas andadas.

Este sitio es una famosa vega, que de oeste a este tiene quince   —93→   cuadras, y a su remate unos lindísimos y abundantes pujios sobre toscas. En ellos saciaron su sed nuestras caballerías, y sin embargo de que son bastantes, no se conoció disminución. Se nota la pujanza con que brota el agua por entre las rendijas de las piedras, y como es cristalina, se hace más hermosa y apreciable, aunque no le falta su sal para no ser dulce.

El viento tuvo hoy sus intervalos, pero nos causó la velocidad de ayer tal conmoción en la naturaleza, que no ha habido uno de la comitiva que no haya velado y padecido una sed insaciable. Los indios se la han pasado a viajes al agua, y a la una de la mañana ya estaban en un fogón, quejándose del desvelo y sequía, que les era en vano querer dormir, ni procurar humedecerse.

A las nueve de la mañana volvió a soplar el viento, y ya fue trayendo varias nubes obscuras que nos prometían aguacero. Yo lo deseaba, para que el polvo se aplacase, y se reverdiesen los campos; y a las doce poco más, cayó una corta granizada, y poco después de estar alojados, una lluvia de poco más de media hora, muy parecida a las que experimentamos en Chile.

Los caciques vinieron a cubrirse en mi carga, que estaba punto menos que en el campo; y mientras duró, tratamos de la cueva tan notable en el escampado parejo, y terreno pedregoso. Ha asegurado Puelmanc que siempre la conoció, y por caso particular, que sólo en una ocasión oyó decir mantuvo agua de las lluvias, que sin duda serían entonces muy copiosas y continuas.

En este mismo sitio se junta el camino que anduvo Molina, con el que hemos traído; y así que salió el sol, el 15 puse la aguja, y notó que el Payen está de este sitio al oeste noroeste, al oeste el de Chachaquen, y al sudsudeste el repetido camino de Molina.

Aquí tuvimos la desgracia de que un caballo, que traía reservado para adelantar un expreso a lo de Charripilun, amaneció muerto por haber comido cierta yerba venenosa que se conoce en estos campos; y por haberse desgaritado muchas caballerías, padecimos demora en el aprontamiento5.



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ArribaAbajoJornada XVIII

Desde Luanco a Carcaco


(Mayo 15 de 1806)

A las once y diez minutos dejamos este sitio, dirigiéndonos al este. El camino llano, y a las pocas cuadras, topamos pujios de agua y vertientes, pero todas salobres. A las dos leguas entramos a un corto pedregal de escoria; que pasado, nos introducimos de nuevo a otra vega, y repitiendo por algunos otros muy cortos pedregalillos. A la una y cuarenta minutos, con dos leguas y diez y ocho cuadras, estuvimos en el lugar de Carcaco, en que alojamos, por haber un pujio abundante de buena agua, bastantes arbustos para fuego, y pasto de coirón. Todo el terreno que hoy hemos andado, es parejo y plano; de suficientes pastos.

En estos anteriores días habrá llovido mucho por estos lugares, porque hemos dejado muchos pozones de agua del tiempo. En este alojamiento se enfermó una mula, y la dejamos abandonada por no estar capaz de seguir.




ArribaAbajoJornada XIX

Desde Carcaco a Guacague


(Mayo 16 de 1806)

A las nueve y diez minutos proseguimos nuestra dirección por la misma derrota del este, a veces por camino, y otras sin él: nuestra guía era el cacique Puelmanc. Los arbustos comunes en su calidad y abundancia, algunos cortos atravieso de piedra escoriosa y menuda, y mucha agua llovediza; y a las dos y tres cuartos de la tarde, como una y media legua, estuvimos alojándonos en Guacague; y antes de llegar, pasado un monte de arbustos, hice contar la tropa, en cuya diligencia pasamos ocho minutos.

Es de notar que al poco rato que salimos de Carcaco, dejamos una vertiente de agua que corre un corto espacio, y se resume en el médano, mucho mejor que todas las antecedentes, desde la salida de la cordillera, y el lugar de su situación sería muy cómodo para cualquiera población.

Muchas perdices, infinidad de marras, y huellas de animales caballunos, que habrá alzados en estos despoblados, hemos visto por todo el camino.

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Ya que estuve acomodado, vinieron a mi toldo los caciques, y sentados a su uso, dijo Puelmanc: A poca distancia de este alojamiento es el lugar de Puelce, donde se junta el camino por el que trajinan los llamistas y guilliches con este. En este lugar es el riesgo, ahí puede haber indios esperándonos, si acaso se han determinado a maloquearnos; y más si unos con otros se convocaron, como nos dijeron en los montes, que debían juntarse ahí por necesidad. Será pues bueno prevengáis tu gente, hagáis recorrer tus armas, dar tus disposiciones a tus rondadores, y en fin cuanto halles por conveniente para nuestra seguridad; quedando advertido que en nosotros tenéis unos amigos que hasta perder la vida seremos tuyos.

Les contesté que a todos estimaba la visita, la advertencia y oferta, y que en presencia de ellos dispondría lo que mi gente debía hacer: que se esperasen para que estuviesen también entendidos, me dijesen lo que no estuviese a su gusto, y me advirtiesen lo que no alcanzase a discurrir.

Llamé inmediatamente a mi gente, y parado entre todos ellos fuera de mi tienda, les dije: Antes de montar a caballo, Señores, y cuando nos convenimos en venir, os dije bien claro, que esta expedición se hacía por tierras desconocidas, que las habitaban indios, de quienes hasta ahora no teníamos otras nociones de su carácter que de bravos guerreros y salteadores, como que saltearon en muchas ocasiones las caravanas que salieron de Buenos Aires. También os dije, que debemos ir a solicitar a Carripilun, que fue capitán del difunto Llanquitur, que cautivó y quitó la vida al canónigo Cañas, por el mismo camino de Buenos Aires a Mendoza. No me descuidé así mismo de advertiros que los guilliches y llamistas, enemigos de los peguenches que traemos por amigos, trajinaban este camino; y así que en venir, arriesgabais vuestras vidas; pues en buenos términos solicitabais la muerte, porque siempre que tuviésemos algún encuentro, sino los ganásemos, o pereceríais en el encuentro, o en la fuga. ¿Pues por dónde habíais de tomar, que no quedaseis entre ellos? Os dije a todos y a cada uno, que yo solo, lleno de amor al real servicio, y deseoso de que por medio de mi sangre se aumentase el estado, y se hiciesen más felices y seguros estos reinos, me sacrificaba gustoso a esta empresa, desafiando en buenos términos a la muerte. No sé, amigos, lo que os animó a vosotros, (hablo con algunos de los sirvientes de la comitiva). Si fue el prest que venís ganando, estamos pues ahora en el caso de que pudiera proporcionarse ocasión de defender vuestras vidas para gozar del premio que esperáis en la ganancia; pues con consideración al riesgo os ajustasteis, y por los demás que ya conozco, a los unos que me sirvieron desde mucho tiempo, les animó el deseo de complacerme, mostrarse agradecidos, y hacerse más dignos de mi protección; y a los otros, los enlaces de la sangre, juntos con los buenos deseos de hacerse útiles al estado. A todos,   —96→   pues, es ahora cuando les debe animar aquel mismo motivo que los violentó a venir. Sí, amigos, estoy prevenido por estos caciques que estamos en el riesgo, que pudieran aquí, o más adelante acometernos enemigos. Así me parece que estoy a la cabeza de un ejército invencible, si sólo por un rato os mostráis valerosos y fuertes, porque ya habréis notado que son cobardísimas estas naciones, y estoy persuadido que, aunque nos salgan doscientos indios, antes de media hora huyen, como observéis estas órdenes.

Primera.- Que cuatro arrieros, que serán nombrados a satisfacción del capataz, salgan a rondar las caballerías; prevenidos, que los cuatro anden distancia de media cuadra de los animales, teniéndolos siempre enmedio, y vivamente observen por todas partes de su costado si ven gentes, y cuantas con el bien entendido, que si son dos, o uno, comunicándose con la debida precaución la noticia unos a otras, y quedándose uno en la tropa, los demás a ellos, hasta prenderlos, y traérmelos aquí para recibirles declaraciones. Y si son más, tirarán un tiro, y se arrimarán dos con la tropa a este mismo sitio a toda brevedad, a fin de favorecerla; y otros dos procurarán cortarles el paso, mientras yo de aquí mando refuerzo, para lo que se amarrarán mis mejores caballos.

Segunda.- Para en caso de que nos asalten, ninguno se desnudará, y siendo catorce nuestro número, once con pistolas, y tres sin ellas, los tres cuidarán de los animales al lado opuesto del enemigo, y los once formaremos dos filas dentro del recinto de nuestras cargas y aparejos, que son bastantes para atajar sus caballerías; y formando dos filas, les haremos fuego sucesivamente. Teniendo el cuidado la primera, que así que descargue, dejarle el terreno a la segunda para que imite esta a la primera sin turbación, y tengan entendido que en el valor y entereza de ánimo consiste la mayor parte de la victoria, y que acertados los primeros tiros, nuestro es el campo; porque estos indios en muriendo uno, es consiguiente el que todos han de morir, y luego huyen.

Tercera.- Nuestros peguenches se formarán a nuestros costados con sus machetes y laques, que son las únicas armas que traen, y de las que usarán como les convenga; no cesando por un instante de gritar y balar como acostumbran, así para acobardar al enemigo, como para hacer creer, que es mayor nuestro número. Así lo espero de ellos, y de su valor, y que en esta ocasión sabrán acreditar más su fama, como que es en servicio de nuestro soberano. Y en fin, el artificio que gasten los enemigos en combatirnos, nos ha de ordenar a nosotros; y estad seguro que yo os dirigiré en todo instante con la voz, y con el ejemplo.

Cuarta.- Ninguno se separe, porque siendo tan pocos, seremos perdidos:   —97→   no nos podemos favorecer sino en unión, y el continuado estruendo y balas ha de acobardarlos, espantarles sus caballerías, y hacer que mueran. Ni huya, porque el que lo hiciese, es por entonces, si lo merezco, el objeto de mis balas; y si se escapa y queda con vida, será para siempre habitante de estos desiertos, si no se entrega a sus enemigos, porque de mi comitiva bien puede huir, pues sabría, así que pareciese, hacerle quitar esa vida, y corazón vil que gozaba sin merecerla. Y ya bien sabéis que sé cumplir lo que con razón prometo.

Quinta.- El dragón Baeza reconocerá todas las pistolas, y estando corrientes y bien cargadas, como tengo prevenido, las cebará con pólvora fina, y les echará a todas los cartuchos en la boca un poco, para que la ceba no se quede sin prender, y haga saber a los indios estas disposiciones.

Enterados de ellas, las aceptaron, y dijeron que esperaban, que aunque salieran doscientos indios, habíamos de correrlos, porque, en oyendo las tralchas se perdían, ni podían sujetar sus caballos, y que les parecía que estando a pie mis españoles estábamos más seguros.

A los indios les hice dar de cenar, y luego se retiraron a su estancia, que estaría treinta pasos de la mía.

A las 3 de la mañana estuvimos todos en pie, hice hacer varios fuegos para hacer creer mayor número de gente; y al salir el lucero se arrimó la tropa a las cargas, en dónde se mantuvo hasta venir el día en que se dio principio a aparejar.

Estando en este ejercicio vinieron los indios contentísimos, diciendo: ¿Ya aquí no tenemos novedad, y qué disponéis? ¿Salís de aquí?, me preguntó Puelmanc. Le contesté, que saldría inmediatamente, y mandaríamos batidores hasta el lugar de Puelce. Que estos deberían salir con anticipación para que con ella llegasen allá, y habiendo indios, les comunicasen mi marcha, y el objeto de ella, que es dirigida y auxiliada por peguenches, con quienes tienen paz celebrada, y no podrán embarazarme el camino sin quebrantarla primero, y de consiguiente romper guerra con nosotros, que somos sus amigos y protectores. Que toda mi expedición se dirige a ser un mensajero del señor Capitán General del reino de Chile, conquistando las voluntades de los indios caciques intermedios, para que se franquee un camino desde la Concepción a Buenos Aires; reconocer la calidad y circunstancias del que anduvo don Justo Molina, y pasar con las respuestas de dichos indios a trasladarlas al Exmo. Sr. Virrey. Que los enviados y embajadores siempre han sido admitidos y bien recibidos, no sólo en tiempos   —98→   pacíficos, como ahora estamos, sino de campo a campo, en viva guerra, y como que vengo de paz, y solicitando amistades, les advierto que mi vida vale cara, y si así la solicitan, la venderé por su precio, que lo sabrán después por mi boca. Y mientras se les dé este recado, los demás atenderán a su número, fuerzas, armas, y estado de sus caballerías, para que, tomadas sus razones, vuelva uno a encontrarme, y a la mayor brevedad me las comunique, puntualizándome también estas circunstancias que son precisas para mis resoluciones.

Convinieron en el proyecto y se ofertaron Puelmanc y Manquelipi a ir de catrirupos con un español. Admití su oferta, y diputé al dragón Pedro Baeza, como más a propósito, más fiel, y de más valor para que los acompañase; y sin más espera ensillaron caballos y caminaron.




ArribaAbajoJornada XX

Desde Guacague a Puelce


(Mayo 17 de 1806)

Yo hice aprontar las mulas, y a las ocho y cincuenta y cinco minutos, siguió la caravana su marcha y rumbo al este; fue siempre por planes de buen piso, pero muy llenos de arbustos, de marras, yaques, urreycacho, mirres, quiscos, retamillas, chacayes comunes en todas las jornadas; y a la hora, atravesamos un trecho de piedra de escoria menuda, cuyo atravieso fue de cuarenta minutos y al salir de él entre los arbustos, me esperaban los catrirupos. Pregunté, que si había novedad, y me contestaron que muchos rastros frescos de caballos, y dos de ellos que fueron hasta cerca de nuestro alojamiento, y de allí se volvieron. Les hice presente que ya debíamos contarnos seguros, pues aquellos dos rastros debían ser de las vigías que ellos mandasen, y así como vinieron con la respuesta, no se atrevieron a asaltarnos, lo que nos debe prometer que sus fuerzas serán pocas, y algunos cobardes; llenos del temor; cuando los rastros no fuesen de algunos animales sueltos, que podrán habitar estos desiertos, y que los dos hubiesen ido en busca de agua; y como hubiesen sentido gente, se volvieron de regreso. Me aseguraron había rastros de escaramuzas, y habían divisado dos bultos de caballos en aquellos contornos. Les repliqué, que también los animales se escaramuceaban solos, ya por estar lozanos, ya por padecer espantos, y que Manquelipi fuese en busca de los caballos, y Puelmanc y Baeza siguieran la delantera. Así lo hicieron, y siguiendo nosotros a muy corta distancia, nos introducimos a una deliciosa vega limpia y pastosa; pero muy llena de salitres, que albeaban por entre el pasto, y   —99→   sendas. A cada paso que dábamos, notábamos multitud de huellas de corredurías, y caminos trillados en la misma noche, y más adelante rastros de vacas y de ganado ovejuno. Y estando en una abundante fuente de agua salada, que corre como una cuadra y se resume, vimos fuego, una cabeza de carnero fresca, y otros indicios de haber alojado allí gente aquella noche.

Hice presente a mi gente que estos vestigios debían ser de indios que se trasladaban con sus haciendas, y que así caminasen sin recelo. Continuamos por la misma vega, hasta entrar a una loma baja, muy montuosa de arbustos, y estando al descenderla, encontré con el cacique Payllacura que llevaba nuestra delantera, sumamente asustado, diciéndome ¡Gueradungo! ¡Gueradungo, quinca! ¡Muy mala noticia te traigo! Llamó a un arriero que entendía el idioma, y diciéndole preguntase: ¿qué novedad había? Contestó: que en Puelce había muchísima gente y caballada, y que a mis catrirupos los habían tomado en medio, y no salían. Le dije, que me siguiese, y también la tropa, y a la media cuadra de delantera que tomé al galope, di vista a la vega de Puelec, que, siendo bien grande, estaba casi cubierta de animales esparcidos en cuatro parcialidades. Gente, solo un camucho columbraba; y acercándome con mayor violencia, distinguí ganado vacuno y ovejuno, y que desprendiéndole del camucho, vega abajo, cuatro jinetes, otro a toda carrera venía hacia mí, que pronto conocí por mi caballo era Pedro Baeza. Encontrándolo más adelante, me dijo: que no había novedad, que era gente de Mamilmapu que venía de camino con sus haciendas para las cordilleras de nuestros amigos peguenches, y le dije pasase a comunicar la noticia a mi comitiva, para que saliese del justo recelo con que debía venir, y nos introducíamos a la vega, mucho mayor que la antecedente. Estuvimos en el alojamiento a la una de la tarde, y ha sido toda nuestra jornada de cuatro leguas hasta el estero de Puelec, en cuya orilla acomodamos nuestras cargas. Este estero nace de un pretil de médano, distante de este sitio como doce cuadras, corre al sur, trae agua suficiente, y de sobra para un molino, y se resume como a las seis cuadras; por toda su orilla tiene carrizo, y en su remate forma una peana un gran carrizal. El agua es muy clara, salobre, y con muy pocos pastos, porque el piso es pantanoso. Su corriente es activa, y así puede regarse por todas partes con facilidad la vega, y hacer el terreno más fecundo para árboles y siembras. La circunferencia del plan será de cuatro leguas, y a las inmediaciones del nacimiento del chorro hay alturas muy buenas para población, y para formar un castillo o fortaleza.

En este lugar se juntan los caminos de los guilliches y llamistas, peguenches, y malalquinos, que transitan para Buenos Aires y Mamilmapu; y aunque algunos viajeros transitan por Cobuleubu, que está a distancia de   —100→   cinco leguas hacia el sur, por no pasar el río Chadileubu que tenemos adelante, y dicen se resume; pero son muy pocos, porque aseguran los prácticos, que son tan tupidos los zarzales que hay, que se hacen pedazos entre ellos.

Maderas para fabricar no las hay, pero podrían traerse de las sierras de Reinguileubu que se introduce a Neuquen, y desde éste, tirándolas en carretas a Cobuleubu, por el que bajaban hasta estas inmediaciones.

Por estos campos hay bastantes pastos de coirón, y creo no pueden escasear las aguas por los muchos bajos que hay entre los trumagales; y aunque no hubieran otras que las que hemos pasado, ésta y la de Cobuleubu eran suficientes. Los abrigos son muchos, y se criarían animales muy fértiles, y de buena sazón, por el salitre y las antecedentes razones.

Tomado pues mi alojamiento, estuvieron los indios de Mamilmapu a saludarme. Los cabezas eran tres; a saber: Quemellan soltero, Mariñan, casado y con dos entenados, y Entrequen con mujer y dos hijos. Todos me han asegurado vienen de Curamalal cerca de las salinas de Buenos Aires, que hace un año y más que están caminando por no maltratar sus haciendas que traen. Que su ánimo era de irse a vivir a los guilliches; pero ya que han tenido mi encuentro, y el de los caciques que me acompañan, se encaminarán para lo del cacique Carrilon que es pariente de ellos. Que Puelmanc les había asegurado que los indios del descanso, del sosiego, y del gusto eran sus parcialidades, porque como estaban auxiliados de los españoles, les temían los demás, y que viniéndose ellos tímidos de los continuos asaltos y malones que los pampistas les daban, abandonaron sus tierras, saliendo como fugitivos en busca del sosiego y seguridad, que ahora han hallado en tan buenas noticias que han recibido. Los animé a que siguiesen su derrota para lo de Carrilon, y hablando un rato más con ellos le hice presente, que venía muy cansado, y deseaba un rato para dormir, que así que dispertase los llamaría, o pasaría yo a sus toldos.

Si nosotros tuvimos fundamentos para temer nuestra perdición, al ver la multitud de rastros de escaramuzas hechas, y últimamente la muchedumbre de caballerías; indicios todos del gran número de indios que nos esperaban; ellos no menos lo tuvieron de haber visto a nuestros exploradores. Así como los columbraron, y conocieron a un español (me ha asegurado Baeza), que se desaparecieron a coger los mejores caballos para huir, y con el susto no veían, ni atendían a las voces de Puelmanc que les gritaba: «amigos, amigos somos». En fin, se acercaron tanto a todo correr, que pudieron darse a conocer, y los sosegaron, dándoles razón de mi expedición, y   —101→   ellos confesaron temían malón de peguenches con españoles. Esta escaramuza causó la demora de Baeza con la noticia que le previno me diese, y a mí el recelo de su perdición, y la de Puelmanc, luego que Payllacura me la advirtió con los antecedentes de las caballadas. Y no sé si fue temeridad la mía en haber enderezado al campo sin completo conocimiento de él. Lo cierto es que en el momento, reflexionó que mi vuelta sería de mayor riesgo, y que con la intrepidez podría alcanzar algún partido, y así sin más acuerdo llamé a Paillacura que me siguiese, cuando sus voces pronosticaban mi ruina.

No me juzgaba muy seguro, entre estos indios; y así luego que se retiraron, previne a mi gente que la desconfianza debía siempre gobernarnos entre ellos, sin darla a conocer: di mis órdenes para las cargas y caballerías, y me acosté a dormir por un rato.

A las cuatro, que ya estuve en pie, fui a visitarlos a sus toldos, y lo primero que se puso a la vista fue una india, que me envió especies de española por el encaje de la cara, boca y nariz afilada, de cuyos dones carecen ellas. No puedo negar que el espíritu se me revistió de ira, al mismo tiempo que lo cubrió un sentimiento imponderable. Quería dedicarme a tratar con los indios, que los tenía sentados a mi redonda, preguntándome de mi viaje, pero me era imposible desprenderme de atender a ella por observar sus acciones y movimientos, que aseguraban mi sospecha. Y queriendo la casualidad que Baeza se me pusiese enfrente, mientras Jara interpretaba mis razones a los indios, lo llamé y dije: Hable usted con esa india que puede tener plumas de avestruz que vender. Extrañó mi propuesta, pero se allegó a hablarle, y a mirarme sin saber qué hacerse; y por industriarlo, riéndome le dije: ¿Qué dice? ¿De dónde es? ¿De dónde dice que viene? ¿Cómo dice que se llama? ¿Qué sabe nuestro idioma? ¿Tiene plumas? Y ella contestó soy china, china puerca soy. Salí de mi sospecha, e hice que Baeza se retirase, y ella siguió hasta cerca de su toldo, que distaba de mi asiento poco trecho. Yo seguí satisfaciendo a los indios, y continué la conversación, preguntándoles la ruta que habían traído, y me contestaron, que dieron vuelta al sur del río Chadileubu, que no podrían asignar los lugares por serles desconocidos, que vinieron a salir por Tropol, dos jornadas más adelante de este paraje; que pasaron con mucho trabajo por zarzales espesos, y caminaron algunos días sin agua. Pareciéndome conveniente no apurarlos en esta materia, me despedí.

Así que estuve separados de ellos, me salió al encuentro la india referida, y de paso le dije: ¿Amiga, eres casada? Me respondió, sí señor. Seguí: ¿Cómo se llama tu marido? Mariñon. ¿De dónde eres? Del Pergamino.   —102→   ¿Cuándo viniste de allá? De chica. Pues id a visitarme que te regalaré mucho; pero con gusto de tu marido, y llévalo.

Ya que se había obscurecido, se apareció en mi tienda con otras dos indias: me trajo algunas plumas de avestruz inservibles. La obsequié regalándole añil, agujas, chaquiras, gargantillas, bizcochos, dulce, y cuanto traía de aprecio para estos naturales, y teniéndola a ella y a sus compañeras agradadas, le pregunté: ¿Cómo te llamas? Petronila Pérez, respondió ella. ¿Eres cautiva? ¿Sí soy? ¿Mucho ha? ¿De muy chica? ¿Cómo sabes hablar? ¿Por qué he tratado con otras cautivas, que me enseñaron como hablan allá? ¿Tus padres de dónde eran? Del camino de posta de Buenos Aires, y los mataron los indios cuando yo fuí cautiva con otra hermana mía, y dos hermanos uterinos que se apellidan Morales. ¿Según eso no fue tu padre al que mataron, sino a tu padrastro? Sí señor. ¿Y no has visto por las Salinas, donde vivían algunos españoles? Sí, hay muchos y a dos hermanos también, que todos los años venían a pasear a mi casa. ¿Y no quisiste ir con ellos a pasear a los cristianos? No quise irme, porque quiero mucho a mis hijos. ¿Cuántos tienes? Dos; pero no son hijos de este marido, sino de otro que murió. ¿Cómo se llamaba? Carrilon, y mis hijos son sobrinos del cacique peguenche Carrilon. En este estado llegó su marido, y me puse a hablar con él inmediatamente, por el intérprete (que siempre lo tuve adelante). Quiso retirarse, lo obsequié, y se fueron muy gustosos.

Luego vinieron los caciques a preguntarme, que si salíamos al otro día, y les contesté, que no, porque el lugar era bueno para los animales; que yo venía algunos días sin carne, y podría comprar a los indios; y también que debíamos dar tiempo a Manquel, o al propio que esperaba de los dragones para que me alcanzase.

El diez y ocho salí a ver las haciendas de estos indios, que estaban apiñadas por varias partes de la vega, y casi todas ellas tenían marcas, prueba de que fueron de los españoles. La cantidad que aquí tienen a la vista, entre caballos, yeguas y vacas, pasan de mil y quinientas, y dos tropas considerables de ganado ovejuno.

Otro indio, llamado Llancaquen, que vino con estos mismos, y que se adelantó dos días para Cobuleubu a esperarlos, me han asegurado todos estos, y la cautiva, que llevó más de dos mil animales mayores, fuera del ganado lanar.

Las mutaciones de estos indios sin duda provienen de los robos que hacen, y para alejarse y que no los persigan, se introducen a las sierras   —103→   en donde se van a hacer poderosos. Ello es cierto que no anhelan en criar, porque no arbitran otro sustento: que su comercio no es otro que permutar, que son afectos a herrajes de plata, chupas, espuelas, uples, botones y otras baratijas que adquieren con animales; que juegan y se embriagan, y todo lo costean con animales, y lo más, las copiosas partidas que dan a los guilliches y llamistas, por sudaderos, mantas y ponchos6.

El diez y nueve por la mañana recibí un mensaje de Llancaquen por dos mocetones, llamados, el uno Painaquen, y Curaquen el otro: se redujo a que, por hallarse lastimado de una caída de caballo que ayer dio, no venía en persona a tener el gusto de conocerme, y a ofrecerse, por si lo hallaba útil, para servirme. Que por su compañero Entrequen sabía andaba de paz, y entabládola por medios seguros entre los caciques. Que él, huyendo de malocas, se retiraba para lo de su tío, el peguenche Carrilon, que lo mandase recomendar, supuesto que era amigo, y había pasado por aquella nación; y que él haría lo mismo para con los de Mamilmapu y Pampas, donde su nombre era bien conocido. Que sólo tres días ha que estaba con sus haciendas en la orilla del río Cobuleubu, cuya noticia debería tener de sus compañeros, que dejó aquí advertidos de que luego lo siguieran; a quienes mandaba decir que no se moviesen mientras yo no pasase. Que si necesitaba carnes, allí tenía cuantas hubiese menester, sin otro interés que mi amistad; pues la apetecía más bien ahora, que se iba inmediato a nuestras tierras. Le contesté, que agradecía su atención, y sentía mucho su enfermedad, que me privaba de conocerlo. Que era cierto solicitaba la paz por medio de una comunicación por estas tierras, el mejor arbitrio para hacernos amigos. Que tenía mucho gusto que se fuese para lo del cacique Carrilon: que lo conocí por muy hombre de bien, y lo recomendaría a aquellos caciques, mis amigos. Que le admitía la oferta de sus recomendaciones para Mamilmapu y Pampas, en donde no dudaba fuese bien conocido, pues venía de esos lugares. Que sus ofertas de servirme, y de carnes que me franqueaba, las estimaba, y debía contar con mi amistad, que no sabía venderla por interés, sino por los méritos personales de que sabía él era adornado. Y dándoles recado para Treca, Calbuqueu, Pilquillan y Levinirri, recomendándolo, los remití agasajados con tabaco, añil y chaquiras.

Al poco rato repitió a visitarme la cautiva, y entró diciéndome, que su marido la mandaba a pasear a lo de los cristianos, para que hablase con ellos, porque le habían dicho que salíamos mañana. Le contesté, que así tenía dispuesto, pero aún no podríamos asegurarlo.

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Me preguntó: ¿que si había tenido recado de Llancaquen? Le respondí que sí, y que me mandó decir estaba enfermo, lo que sentía. Contestó que ella lo sentía mucho más, de que no lo hubiese conocido, porque era indio de mucha razón y muy elocuente. Que si hubiese venido, ella hubiese servido de intérprete, porque el capitán y el dragón que hablaban para traducir, no se explicaban con las razones propias, ni expresiones que debían. Luego me empezó a preguntar las distancias que había de los peguenches, a Concepción y a la frontera; de los granos y vinos, de su valor etc. Y habiéndola satisfecho, le seguí con las siguientes preguntas.

¿Que cómo se llamaba entre los indios? Que Llamigual; esto es, ya se perdió la guala. ¿Que de dónde traían tanta hacienda? Riéndose: Que de Buenos Aires. ¿Que cómo la habían conseguido? Que con mantas. ¿Que por qué habían tardado un año en el camino? Que vinieron dando muchísima vuelta, extraviándose del camino, temiendo malones. ¿Que por cuáles lugares pasaron? Que no los oyó nombrar, pero que estuvieron muchos días en un duraznal, que hay, por donde se acaba Chadileubu, cuyo lugar se acuerda se llama Diguacalel. ¿Que si no pasaron ríos? Que sólo un estero bajo, que dijeron era de los brotes de Chadileubu, que salía de entre unos medanos, y lo nombraran Curaco. Que ahí también pararon. ¿Que si no tuvieron travesías sin agua por ese camino? Que no; pero que todas eran saladas, a excepción de la referida de Curaco. ¿Que si por esos campos que pasaron, no encontraron población de indios? Que ninguna, ni oyó decir a sus gentes que había. ¿Qué si no se acordaba de las jornadas que hicieron desde Diguacalel, hasta este sitio? Que no era posible. ¿Que si no estuvieron por ese camino en el río Cobuleubu? Que no; porque de aquí, cerca corre ya para la mar, según dicen los indios. ¿Que si había pastos, árboles y algunas frutas comestibles por esas tierras? Que pastos pocos, y en partes bastantes; arbustos muchísimos, que no podían romper los montes, frutas ningunas, sino sólo lancú. ¿Qué era lancú? Una semilla parecida a la cebada, y también la yerba que la da, como la de ella crece y echa espiga que se cosecha en el verano, de la que usan en harina tostada los indios, para espesar con ella el caldo de la carne, y también cruda. ¿Que si conocía el arroz, y si se parecía a él? Que no se acuerda haber visto arroz. Hice traerle un puño, en el que venía uno o dos con capullo, y le pregunté: ¿Que si era grano parecido a éste el lancú? Y respondió que sí, que era lo mismo, pero no tan blanco ni tan lleno el grano. ¿Que si no traía algún poco? Respondió que no, pero podría encontrar en Mamilmapu, donde lo usan mucho aquellos indios, y se da muy hermoso. ¿Qué si hay muchos cautivos por eso de Curamalal, donde ella vivía? Que a cuatro o cinco conocía ella; pero sabía que por todas partes habían   —105→   españoles y españolas entre esas indias. ¿Que si hay muchos indios? Que no hay muchos, porque los toldos están separados, y cuando tienen sus funciones se juntan, y cuando se ven cincuenta o cien indios, les parece mucha gente. Que ese lugar de Curamalal, ¿qué lejos estará de Buenos Aires, y de las Salinas? Que de Buenos Aires no sabía, pero de las Salinas sí, que sólo había un día de camino. Que cuando los españoles vienen a sacar sal, iban muchos indios de todas partes a sus conchayos, y algunos españoles solían salir también para entre los indios, y que de allí vinieron varias veces sus dos hermanos a verla a su toldo. Y en este estado, sin esperar más, me dijo: ya será tarde, me voy; y pidiéndome cinta para fajarse la cabeza, en que fue complacida, se retiró.

El 20, bien temprano, hice traer la tropa para continuar mi camino, pero faltándome cuatro caballos de la caravana, y otros seis a los indios, fue preciso suspender la determinación. Con la ocasión de haber andado los españoles en solicitud de los animales perdidos, me aseguraron llegaron hasta otra vega tan grande como esta, pero mucho más pastosa. Que está hacía el norte de ésta, y también, que habrá en ella dos tantos más de haciendas que las que hay aquí. Yo siempre noté una continua salida de estos indios como para ese lugar, y presumía fuese por rodear sus animales: pero ahora creo sería por ir a ver a aquellos animales, que sin duda los tendrán separados y ocultos, o por temor de algún malón, que en tal caso escaparían con aquellos, o por darles mejor pasto, y más extensión. Aunque todos, o los más, son robados, como lo creo y debo asegurarlo, porque son marcados, como dije, ya en este lugar no pueden tener persecución de sus dueños, y por esta razón no los separarían.

Regulo que el tiro que estos bárbaros hicieron, pasó de cinco mil cabezas de animales mayores; pues como he dicho, los que aquí tienen pasan de mil y quinientos, otros tantos que sean solo los que estén en la otra vega, y más de dos mil que tiene en Cobuleubu Llancaquen, por confesión de todos estos indios y de la comitiva que me ha ponderado el número, salen más de los cinco mil. También otros indios se hallan en Cobuleubu, con mucha hacienda, que fueron los que alojaron en la primera aguada de la antecedente vega, cuyos numerosos rastros encontramos nosotros al venir, y estos no tan querido confesar quienes fueron; pero sí, que llevaban también mucha hacienda.

También es de notar, que a más de estas tres parcialidades de haciendas, se halla en Cobuleubu, desde muchos días ha, otra que ha venido a encontrar el peguenche Geramañ, y otros dos más. Estos vinieron de Puelmanc, y echándolos sólo aquí menos, por el   —106→   número, pregunté qué se habían hecho tres indios que faltaban; y me contestaron que del alojamiento de Cobuleubu, se bajaron por la orilla abajo del río, en busca de dichos indios, a quienes venían a ayudar a arrear.

El 21, a las cuatro de la mañana, ya estaba en mis toldos la tropa, y viniendo las primeras luces del día, se empezó a aparejar. Estando ya levantadas las últimas cargas, divisé al oeste seis jinetes con algunos animales arreando, que se dirigían para nosotros. Luego presumí fuese Manquel con algunos dragones y el intérprete Montoya. Al poco rato ya supimos que eran Manquel, su mujer, un dragón y dos mocetones. Celebré en mi corazón la llegada de estas personas, porque la presencia de Manquel en Mamilmapu debía contemplarla de muchísima importancia, y la de Montoya por su instrucción en el idioma; y también porque venía con el trabajo de lidiar con el capitán Jara, que a más de lo flojo y sornero que es, puede decirse subsiste de los indios, y por esta razón tiene con ellos cierta condescendencia, ajena de la hombría de bien. El dragón Baeza también se me destinó para intérprete en algunos casos, y aunque este tiene su corazón en el real servicio, habiendo entre ellos acreditado su espíritu militar, los domina como pudiera hacerlo su general si tuvieran subordinación. Pero no entiende sino muy poco, y así no puede ayudarme en esta parte.

Llegó, pues, Manquel, y dándole el bien venido, y celebrándole como merecía, se le sirvió mate, y concurrieron los caciques a visitarlo, luego todos los demás indios, y concluida una larga parla que tuvieron pidió que le disparasen dos escopetas por el gusto que tenía de vernos sin novedad, y dos por su feliz llegada. Le complació porque viesen los indios del lugar, que traíamos defensa, por si nos seguían algunos guilliches, que deberían encontrarse con ellos.

Pidieron todos parar, y los aprobé, a fin de que descansasen los recién venidos, y tratase Manquel con dos parientes de su mujer, que había, según dijo entre los ranquilinos.

No sólo tuvo Manquel la satisfacción de habernos alcanzado, y nosotros la de tenerlo en nuestra compañía con su comitiva, que ya eran seis personas más; la de haber encontrado a dos parientes políticos; sino también la de hallar entre los referidos ranquilines a un sobrino llamado Trecalan, hijo del famoso peguenche Manquel, digno de memoria por su mucha fidelidad con los españoles. Este indio vivía en Antuco, con otros peguenches. Entraba con frecuencia a la tierra; era muy respetado de los suyos, y no hacían acción que no la consultasen primero   —107→   con él. Las consultas las pasaba todas a nuestros jefes, y no resolvía sin dictamen de ellos, y así contenía los espíritus tan inquietos de los suyos, como entonces estaban.

Siempre fue de talento elevado por su juicioso modo de discurrir; y no sólo por esta razón estaba bien acreditado con los suyos, sino también, porque supo defender las acciones de los peguenches, con valor, y vencer varias batallas, haciendo de general. Adquirió su mejor fama en una ocasión, que estando su gente en campaña al frente de los guilliches, y habiendo combatido, y encontrádose repetidas veces con pérdida de unos y otros, llamó un famoso guilliche a que se decidiese la victoria, saliendo dos solos al campo. La propuesta hizo a Manquel exhortar a los suyos para que saliese uno con vigilancia, pero notando él que nadie se movía, se puso al frente con su lanza llamando al enemigo. El combate, aseguran estos duró largo rato, y recibiendo Manquel una lanzada en el brazo izquierdo, se irritó de tal modo, que abalanzándose hasta entregarse al guilliche, lo traspasó a su salvo, que lo hizo morir en el momento. La victoria quedó por su parte, los despojos fueron de su nación, y su hazaña, lo eternizó entre los suyos, como nosotros no debemos olvidar su fidelidad.

La sublevación del año de 70 la anunció repetidas veces; anduvo muchas procurando apaciguar a los suyos, trasladaba a nuestro gobierno los preparativos e ideas de los indios que no pudo desvanecer. Últimamente, hizo el mayor esfuerzo de entrar al tiempo que ya empuñaban la lanza: no le fue posible quitarla; pero sí el regresar a comunicar el estado de las cosas. En fin, estos hechos en un indio chileno son muy recomendables y no menos que fue muy cierto que, en la pacificación de esa época, él fue el que intervino, y a quien se le debió.

Estos méritos, dignos de nuestra gratitud, recomiendan la persona de su hijo, a quien sumamente pobre he conocido, como salido de un cautiverio. Le he dado un pañuelo, sombrero, llamatas y añil, para hacerle de algún modo entender, que en él se estiman las acciones de su padre; y que sus compatriotas, llevados del interés, procuren imitar a aquel peguenche, y dejarnos de este modo recomendados sus hijos.



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ArribaAbajoJornada XXI

Desde Puelce a Chadico


(Mayo 22 de 1806)

A las nueve de la mañana, después de haberme despedido de los indios o indias ranquilinas, empezamos a caminar continuando nuestra dirección al este, ocho cuadras. Entonces mudamos el rumbo al norueste, cuarta al norte, por el que anduvimos dos leguas y veinte y ocho cuadras; y entrando a un zarzal tupido de arbustos, cuyo trecho fue el atravieso de una loma baja trumagosa, por el rumbo nordeste, cuarta al este, de una legua, entramos a una vega, que a las tres cuadras andadas por ella, estuvimos en el lugar de Chadico.

Este sitio es un bajo de poco más de seis cuadras: del zarzal del oeste brotan tres abundantes arroyos por entre piedras; la agua es muy clara, pero muy salada. También se resumen en la vega al poco trecho, y así en todas las humedades se forma un salitre que albea.

Entre los arbustos de estos zarzales, hay bastantes árboles de chical y currimamil. El primero, dicen los indios, da una fruta chica que tiene hueso como el coyque: se seca, y es muy agradable por su dulzura; la usan para comer cocida, y también de la agua en que la cuecen hacen chicha. Toda esta legua de monte para facilitar el camino, aun de cargas, es preciso cortarlo en la senda, hasta dejarla franca; así por lo tupido que es, como por lo muy espinoso que son los chicales, y todos los arbustos, pues todavía no he visto uno que no sea capaz de llevarse el pedazo que encuentre, a excepción del de marras, que es arbusto suave.




ArribaAbajoJornada XXII

Desde Chadico a Chadileubu


(Mayo 23 de 1806)

A las siete y veinte continuamos caminando al estenordeste, por la citada vega, y entrando como a las seis cuadras a otro zarzal, brotan los chorros de agua, que antes, dije se resumían, y corren por la misma senda un buen trecho. Desde este punto, tanto los arbustos como algunos chicales en partes, dificultan el camino hasta el espacio de veinte cuadras.

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Entramos a otra vega, también salitrosa y de bastante pasto, y atravesando otro igual monte de menos trecho, nos introducimos a un hermoso plan lleno de agua llovediza, y cubierto de flamencos. La mayor parte de esta agua tiene un salitre de un dedo de grueso, en todas las partes que no traía agua. La sal no es mala, por cuya razón hice tomar alguna de ella: se titula este lugar Retrequen. Nos dirigimos por la ribera del sur de la vega, a la legua y media llegamos al estero de Potrol, que es de agua enteramente salada, y antes de que entre el invierno, dicen los indios, produce sal. De este punto mudamos rumbo al nordeste, cuarta al norte, por el que anduvimos dos leguas, hasta llegar a un médano.

Siguiendo el rumbo por el médano, que era desparejo y muy montuoso de árboles y arbustos, más crecidos que las anteriores, a la legua y veinte y dos cuadras, estuvimos en la ribera del río Chadileubu, al que llegamos a las tres y veinte y ocho de la tarde, con nueve leguas cuatro cuadras andadas. Hoy perdimos dos caballos, dejándolos abandonados al campo por cansados.

Este río es de bastante agua, corre al sur, cuarta al sudeste; su ribera es de enea o batru, y carrizo; por ambas partes forma algunas preciosas islas. Sus aguas muy claras, pero algo salobres. De su otra parte al sudsudeste, a distancia de una cuadra del paso, tiene una loma montuosa de arbustos, y de piso de piedras de amolar, que se titula por esto Limen Maguida. Todos estos contornos, a cuanto alcanza la vista, son tupidos de arbustos y poco pastosos, y todos los que hemos andado hoy son vestigios de alguna fuerte granizada que habrá pasado en estos días, pues el suelo está todo picado como un asiento de esterilla.

El 24, a los primeros rayos de luz, estuvo la balsa armada, se empezaron a pasar mis cargas: para la mayor brevedad se puso un andarivel de un cordel, pendiente de un árbol de chical del otro lado, y una estaca de este. A las doce estuvo ya toda la comitiva de la otra banda.

La anchura del río es de noventa y ocho varas, y su profundidad de dos: corre muy lentamente, y su plan es trumagoso y con pastos, pues por la claridad de las aguas, se ve muy bien.

Hay abundancia de cisnes, coscorobas, que es una semejanza a nuestros gansos, flamencos, patos, cuervos, garzas y otras muchas aves. En la ribera hay cerdos alzados, según dicen los indios: he   —110→   visto osamentas y pisadas. También me ha contado Manquel, su mujer y Puelmanc, que se han visto en diferentes ocasiones unos animales del porte de un perro, de su figura, las manos, cabeza y cola; y de orejas como vaca; de color alazán, y con una cuarta de clin: que así como los corren, se entran al río, pero comúnmente los toman los de Mamilmapu. Que el nombre lo traen de un espantoso grito o bramido que dan, y se oye de muy lejos, que resuena oop. Que los caballos se espantan cuando le oyen, como cuando ven un león. Que corren muy fuerte, pero se cansan luego. Que el modo de tomarlos es con perros y laques.

Que en una laguna hermosa que hay a distancia de este sitio, como cosa de seis cuadras, y la que he visto, hay otros animales como gatos, muy bravos, que matan a los caballos, y los nombran nirribilos.

Este río, que antes se llamaba Ocupal, según Puelmanc, nace, de las cordilleras de Malalque. Corría antes su mayor cuerpo de aguas por el cajón de Potrol, que ayer pasamos y cité en el diario; y a causa de un derrumbe, siguió este curso, quedando allí muy pequeña parte, y muy salada, como que aseguran todos estos indios, que en llegando a él, antes de algún temporal de lluvias, puede de su ribera tomarse bastante sal y buena. También dicen, que a cinco leguas de distancia de este punto, se junta dicho Potrol con este río, por ahí mismo, donde este confluye al siguiente, que según reconozco es el del Desaguadero; así por la graduación en que está, como porque el mismo Puelmanc, que es muy práctico, asegura que el río del Diamante, que sale del lugar de Cusa, corriendo hacia el oriente, se le emboca a este río que nos resta, y con él toma al sur, formando en todos estos bajos inmensas lagunas, hasta juntarse con este Chadi-leubu, cinco leguas poco más de aquí, desde donde juntos corren como diez más, hasta resumirse en un gran lago. También dice, que este Chadileubu se forma en los Andes, de los esteros Pelauguen-leubu, Malalque-leubu, Chadico-leubu, Aylon-leubu, Chacuico-leubu, Pichimalal-leubu, Cobu-leubu, y que en las llanuras no le entra ninguno, hasta que se junta con el de Tunijan, y el de Mendoza, que vienen en un cuerpo.

En esta isla hay arbustos, de coyque limamil, para colorado, chadomamil, caman, zarza, currimamil, urrecacho, salasala, que tiene un olor lo mismo que nuestros cominos, y la toman los indios para oler, y ninguna otra cosa desconocida.

A las tres de la tarde llamé a mi toldo a los cinco caciques,   —111→   y haciéndoles dar mate, les dije: Amigos, este río que acabamos de pasar, es el deslindo de tus tierras con los indios de Mamilmapu, hasta aquí habéis venido con la seguridad que nos franquean vuestras propiedades, pero adelante no podemos andar sin pedir venia a los caciques y gobernadores. Nosotros venimos de paz, y con deseos de entablarla tan sólidamente que podamos asegurar una comunicación franca y sin riesgos en lo sucesivo: venimos a tratar con reflexiones de utilidad, no con armas; venimos a visitar a estos indios, y antes de llegar a sus casas, es preciso, es necesario pedirles licencia. Yo sé que Carripilun es el gobernador de estas tierras. Sé que algunos de vosotros sois amigos de él, en quienes podrá haber la satisfacción de entrarse hasta los umbrales de sus toldos, y los recibirá bien; pero también sabéis que yo no conozco a Carripilun, que es enemigo de los españoles, y que sería mucha imprudencia entrarme a su casa, sin primero anunciarle mi llegada a sus tierras, a consecuencia de superiores órdenes, y del deseo que tengo de tratarle. Con esta atención te quedará tiempo para que reflexione sobre mi venida, y desee saber las utilidades o conveniencias que le ofrezco. El recado lo acompañaré con un regalo, que le asegurará la certeza de mis ofertas. El que lo llevará, que deberá ser uno de sus amigos, le dará individual razón de mi manejo y carácter, y no dificulto que así sin demora me franqueará sus terrenos, para que por ellos llegue hasta su misma estancia. Vosotros sois nuestros amigos; y con todo, para internarme a vuestras tierras, os convocaron a los Ángeles y a Antuco, para daros parte de mi venida, y ¿cómo no la daremos a un extraño, a un enemigo? Espero que por todas estas razones no me repliquéis en este proyecto.

Contestaron, que no podían hablar en una materia que tenía tanta razón, y que mandando yo un mensaje, mandarían ellos también, como que eran guilmenes.

Les repliqué: El mensaje que yo he de mandar, no será como que soy cabeza, sino como forastero y desconocido, que por esta razón, sin su venia no puedo llegar a sus toldos. Como cabeza debo comunicarle las órdenes que traigo de mis superiores. Así, pues, vosotros como cabezas debéis irle a anunciar también mi venida en vuestra compañía; a quitarle los recelos que podría concebir; a ponderarle, como por vuestra parte está conseguido cuanto apetecen mis superiores; y que deseando vosotros no carezcan ellos de los bienes, que por este medio les quiere dispensar nuestro soberano, venís acompañando, guiando, recomendando y sirviendo de auxilio a mi persona, a fin de que les haga entender mi comisión. Si vosotros no fuerais,   —112→   que acostumbráis, como amigos, llegar a su casa sin esta ceremonia, tendrían estos caciques que extrañar, y que dudar de vuestros mensajes. Por consiguiente, sería dejarles margen para que ellos pudiesen tomar algunas providencias para nuestra desolación. Los puntos de entidad y graves los tratan los cabezas principales, y no los mocetones, por cuyas bocas suele salir la mentira, la novedad y los enredos. De ir uno de vosotros, que yo antepondré sus méritos, quedará este más autorizado, porque es elegido para una embajada, en cuyas personas se deposita la confianza, y esto no se hace sin experiencia acreditada. Si vosotros sois cabezas en vuestras tierras, yo también lo soy en la mía, y vengo de embajador. Ved, pues, si por la misma razón que queréis excusaros, debéis tomar con empeño, y apetecer la comisión. Dijeron, que estaban prontos para ir, y que eligiese el que fuese de mi voluntad.

Les continué hablando: En todos vosotros encuentro igual fidelidad, igual amor al servicio de Su Majestad, o igual voluntad. Todos sois unos, y muy merecedores de toda mi confianza; pero para estos casos no sólo son necesarios estos méritos, sino también son muy convenientes los créditos, recomendaciones, conexiones y conocimientos con las personas, adonde es mandado con sus allegados, y demás individuos de circunspección que tienen autoridad. Estas circunstancias son ahora las oportunas, y así vosotros mismos me diréis, quién es el más amigo de Carripilun, quien es el que más lo ha tratado, y a sus gentes; quién el que tiene más parientes en estas tierras, y este será el que deba ir: así vos mismos lo elegiréis. Yo quedaré gustoso, y vosotros complacidos en hacer la elección. Contestaron que el de más conocimiento con Carripilun y su gente, era Puelmanc, como que había vivido muchos años en estas tierras, y se había venido de Ranquel con todos estos. Que él había sido uno de sus consejeros, y en todos los malones llevaba la voz. Que estas recomendaciones ninguno las tenía, y así por justicia le pertenecía a él tomar la delantera, y anunciar nuestra llegada a sus tierras.

Les confesé, hacían justicia, y no dudaba que mi Puelmanc aceptaría con gusto el nombramiento que de él hacían sus compañeros, y que confiaba lo desempeñaría a medida de los deseos de mis jefes y de mi voluntad. Y hablando con él, le dije: Irás con don Justo Molina, que lo conoce, y trató con él el año pasado, quien le llevará el pasaporte que traigo del Gobierno, como credenciales de nuestra expedición. Tú, una carta mía, una chupa galoneada y un bastón; reservando otros regalos para tener yo el gusto de dárselos por mi mano; pero permitidme deciros más.

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Por cuantas expresiones me habéis oído, y acciones me habéis visto hacer, habréis notado en mi alma una franqueza general: esto es, que mis buenos deseos para con vosotros, no sólo se extienden a los que he necesitado y conocido, sino a todos. Que de todos modos, aún a costa de las mayores incomodidades, he querido descubrir e indagar el mejor camino y más corto, y todas las noticias de utilidad que pueden ser convenientes a nosotros y a ustedes. Por esta razón os pregunto de ríos, lagunas, maderas, esteros, yerbas, etc. Así también de los habitantes, de los lugares y se acordará Puelmanc, que cuando hemos venido andando, me contó que pasados estos ríos de Chadileubu hay una travesía sin agua de dos días de camino, hasta el lugar de Meuco; que otro día más adelante está la toldería del cacique Pilquillan, descendiente de nuestros peguenches amigos, en cuyo número sois más dignos; y que hacia las Salinas, a distancia de dos días de camino de lo de Pilquillan, vive el cacique Quilan, gobernador, por cuyas tierras es de aquí el camino más recto para Buenos Aires; y por consiguiente debía ser esta nuestra dirección, si no nos viéramos precisados a pasar a lo de Carripilun, que está al norte de esta ruta. Es, pues, preciso ver modo de captar la voluntad de Pilquillan y de Quilan. De Pilquillan, como que es el primero que se nos presenta, y cuyas tierras con anticipación pisaremos y de Quilan, para dar la vuelta con rectitud, reconocer y franquear esa ruta, y dejarlo asegurado, para que en lo sucesivo nada reste que hacer, sino pasar francamente en virtud de la ganancia que ahora hagamos de su voluntad. Decidme, pues, ¿quiénes conocéis a estos caciques? Puelmanc, Manquelipi y Manquel respondieron conocer, Pilquillan, y al otro, sólo Puelmanc. Pues bien, amigos, les respondí, será siempre conveniente que Manquel con Puelmanc se adelanten. Que ambos traten con Pilquillan de nuestro arribo, y procuren me mande algunos mocetones para mi seguridad en el atravieso de Meuco, en el que podríamos encontrar algunos indios desconocidos, y por querernos robar, verme precisado a defenderme; que sería poner en movimiento los ánimos. Conseguido esto, que Manquel procure le dé un practico para llegar hasta lo de Quilan, con quien tratará de nuestra expedición con la madurez que acostumbra, y se interesará con él, a fin de que ocurra a lo de Carripilun, en donde lo recibiré con el mayor comedimiento que pueda. A uno y otro les llevará agasajos para que el interés los mueva, y les haga entender la bonanza del tiempo. Manquel respondió: Que bien sabíamos había salido de su casa como una ramera; pues la precisión de su inopinada partida le había hecho moverse desprevenido, y que estaba muy cansado, pero siempre con deseos de ser útil. Puelmanc, sin esperar a que acabase, le dijo: Que si sus procederes no hubieran sido siempre   —114→   como de ramera, no hubiera salido ahora así. Que los hombres que saben prometer, deben saber cumplir, que no debió haber ofrecido a Laylo, supuesto que no era capaz de desempeñarlo, y que toda su casa no era sino... Yo metí paz, haciendo ver que la acción de haber montado a caballo Manquel, era muy digna de aprecio; que su persona era más necesaria que su nombre, y que Dios habría dispuesto el trastorno de Laylo y de su hijo, para que en el mejor tiempo nos viésemos acompañados del mismo Gobernador peguenche. Quedó Manquel contento, y los demás también. Desde este río me previno el Señor Gobernador Intendente de Concepción, que le devolviese al capitán Leandro Jara, con el diario hasta este punto obrado, a fin de que si perecía en lo de adelante, no se perdiese el reconocimiento hecho de la Cordillera y sus ríos, y por saber también el éxito que llevaba la expedición, para según eso dar él las providencias convenientes, y comunicar a la capitanía general con anticipación a mi llegada a Buenos Aires, las dificultades o franqueza de los Andes. Y para cumplir con la orden, llamé al agrimensor don Tomas Quesada, y le dije: Ya tengo a usted dicho que el Señor Gobernador Intendente me mandó le diese cuenta de mi expedición desde este punto, por medio del capitán Jara. Mañana deberá regresar, y en atención, a que lo contemplo inútil en adelante, porque ya son todos llanos parejos, y que yo puedo tomar los rumbos, volverá usted con él, conduciéndole el diario y demás recaudos, que lo satisfagan de cuanto he podido hacer en desempeño de mi comisión. Allí presentará usted también lo que ha trabajado, según el artículo 3 de las instrucciones de que le he enterado repetidas veces, para que el Sr. Gobernador quede satisfecho de mi celo y buena voluntad. Me contestó que lo haría, y se prevendría.

Poco tardaron en volver los caciques a hacerme presente ¿que cómo tenía valor de hacer regresar a aquellos dos hombres solos en malas bestias, y por unos desiertos en que perecerían como animales, si se les acababan los víveres por algún temporal? Que les tuviese lástima, pues podrían encontrarlos algunos indios de los que transitan para Mamilmapu, y viéndolos solos, robarlos y matarlos; y por último, que llegarían por julio a los Andes, cuando estuviese cerrada la cordillera; que no la podrían pasar antes que mis cartas de Buenos Aires estuviesen en Chile, y así que esperaba suspendiese mi determinación. Les repliqué, diciéndoles, que yo no podía variar, ni suspender las órdenes superiores, que ya me hacía cargo de los inconvenientes que representaban; que amaba a todos mis compañeros, y no quería separarme de ellos, pero sufriría el dolor de su partida, por obedecer. Instaron, que no fuese tirano en poner en riesgo a dos españoles,   —115→   si no los mandaba con dos de ellos, siquiera; pero para eso les había de dar mulas para conducir víveres suficientes y de sobra para llegar a sus tierras. Y convenciéndome por el tiempo que estaba ya muy avanzado con las demoras que tuvimos en la Cordillera, convine en que se quedasen, y continuar todos nuestra marcha al siguiente día.