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Antonio Machado

Biografía de Antonio Machado

Por Ángel L. Prieto de Paula (Universidad de Alicante)

La saga familiar

Antonio Machado nació en el seno de una familia cultivada y con raíces liberales, de dilatada tradición intelectual y señalada incidencia en la vida cultural española tanto por la parte paterna como por la materna. De hecho, los dos «Antonio Machado» que le preceden inmediatamente, padre y abuelo, fueron distinguidos hombres de investigación y de pluma, a los que la cultura y la ciencia españolas deben mucho.

Antonio Machado Núñez, abuelo paterno de Antonio Machado (Fuente: Wikimedia Commons). Su abuelo, el doctor Antonio Machado Núñez (1815-1896), intervino en la vida política de su tiempo desde posiciones progresistas, lo que le daría relevancia pública sobre todo a partir de la revolución setembrina (1868). Catedrático en diversas universidades, fue fundador, junto con el krausista Federico de Castro, de la Revista Mensual de Filosofía, Literatura y Ciencia, que se extiende entre la Gloriosa y la Restauración borbónica. Tras el triunfo de la Gloriosa fue nombrado rector de la Universidad de Sevilla, la ciudad donde se desplegó el grueso de su actividad científica. También fue gobernador civil de Sevilla. En 1883, ya en sus últimos compases profesionales, se trasladó a Madrid, en cuya Universidad Central había obtenido una cátedra y donde remataría su carrera docente. Tras él marcharon su hijo y sus nietos, entre los que ya estaban los hermanos Machado más conocidos en el ámbito de la literatura: Manuel y Antonio. Sus notables trabajos sobre Historia Natural sirvieron para la difusión de las teorías darwinistas en España y constituyeron un importante estímulo para los estudios prehistóricos y paleozoológicos.

La esposa de Machado Núñez y abuela del poeta fue Elena Cipriana Álvarez Durán, hija de José Álvarez Guerra, escritor y filósofo con ciertos rasgos de socialismo utópico, y sobrina del polígrafo Agustín Durán. A Durán, que perteneció a la Real Academia Española y fue director de la Biblioteca Nacional, se debe, entre otras obras, la magna compilación y edición del Romancero general. Los romances recogidos allí fueron una innegable base formativa de la sensibilidad para Antonio Machado, como él mismo reconoció, y habrían de servir de incitación para el esplendor que tuvieron en los años veinte las corrientes poéticas neopopularistas.

Antonio Machado Álvarez (1848-1893), más conocido por su pseudónimo Demófilo, era hijo de los anteriores y padre del poeta Antonio Machado. Estudió Filosofía y Derecho, y se formó dentro del ámbito intelectual krausista, bajo la guía de su padre y de Federico de Castro. En la ya citada revista fundada por ellos publicó sus primeros trabajos sobre literatura popular. Abogado, profesor y escritor, en 1873 se casó con Ana Ruiz Hernández. De sus numerosos hijos, los que sobrevivieron al primer año de nacimiento fueron Manuel, Antonio, José, Joaquín, Francisco y Cipriana, que moriría a los diez años, en 1900. En el Ateneo sevillano se ocupó Machado Álvarez de la sección de literatura popular, específicamente del flamenco, y su fruto granado fue Colección de cantes flamencos (1881). Esta obra puede considerarse el umbral de los estudios folclóricos que, hundiendo su raíz en las indagaciones románticas sobre el alma popular, tendrían amplio desarrollo, tanto científico como creativo, en la España de las primeras décadas del siglo XX. Demófilo es considerado la primera autoridad de su tiempo en los estudios sobre el folclore, que, desde la sede de Sevilla y Andalucía, sirvieron de modelo para investigaciones acerca de las tradiciones populares de otras regiones españolas. En 1892 marchó a Puerto Rico para el sostenimiento económico de su prole, pero, apenas establecido, cayó enfermo, de resultas de lo cual murió al año siguiente, a poco de tomar tierra en España.

La herencia intelectual de Demófilo está clara en sus dos hijos mayores. Resulta muy evidente en Manuel, «medio gitano y medio parisién -dice el vulgo-»: un autor en que la veta acanallada de sus mejores acordes surge de la síntesis entre los tintineos verlainianos y el sedimento popular del flamenco. Pero también alcanza una importancia decisiva en Antonio, en cuyos «Proverbios y cantares» se percibe, junto a la sentenciosidad de apotegmas y aforismos, el sugeridor pellizco procedente del venero popular: ese mismo que, aprendido en la colección romancística de Durán y ahormado en los cantes recopilados por Demófilo, terminó desembocando, al cabo, en los poetas de la órbita del 27 (Rafael Alberti, Gerardo Diego, García Lorca, Fernando Villalón...).

Del patio de Sevilla a las aulas madrileñas

Antonio Machado Ruiz, segundo de los hermanos del matrimonio formado por Antonio Machado Álvarez y Ana Ruiz Hernández, nació el 26 de julio de 1875 en el palacio de las Dueñas, propiedad de los duques de Alba, de la que Demófilo era administrador y donde disponía de una de las viviendas en alquiler. Bautizado a los dos días de su nacimiento, el universo del niño se concentra en ese locus amoenus -patio y fuentes, galerías y limoneros- del que el poeta tomaría algunos de sus símbolos más reconocibles.

Antonio y Manuel Machado en 1893. Fotografía: Emilio Beauchy Cano, Archivo familia Machado (Fuente: Imagen cortesía de Beauchy Photo: Fotoperiodismo del siglo XIX-XX). Distanciado algunos años de sus hermanos menores, su formación se produjo al alimón con la de Manuel, el primogénito y espejo en que mirarse, de carácter extravertido y alegre. Ambos acudieron al parvulario de Antonio Sánchez Morales, el «señor Sánchez», bajo la mirada controladora de doña Cipriana, la abuela paterna, y doña Ana, la madre, a la que siempre estuvo muy unido. El idilio sevillano, al que se referiría al comienzo del poema «Retrato» con el que se abre Campos de Castilla -«Mi infancia son recuerdos...»-, se clausuró al trasladarse la familia a Madrid en septiembre de 1883, tras los pasos del abuelo, quien lo había hecho unos meses antes para tomar posesión de su cátedra en la Universidad Central.

Este traslado supuso el inicio de la escolarización de los hijos mayores en la ILE, la Institución Libre de Enseñanza (calle de las Infantas; luego mudaría de lugar), fundada en 1876 por don Francisco Giner de los Ríos. Es probable que empujara al traslado de toda la cadena familiar el deseo de una educación para los niños como la que representaba la ILE de don Francisco, amigo de la familia, con cuya sustancia liberal y krausista concordaban abuelo y padre, quienes, además, debieron de ver en Madrid un lugar de mayor proyección para sus respectivas investigaciones. La Institución conformó el espíritu de Antonio Machado en la sobriedad de su carácter, la hondura de su pensamiento, la laicidad y moralidad de su talante, el franciscanismo de su actitud y la postura crítica ante los dogmas heredados. De ello quedaría testimonio en «A don Francisco Giner de los Ríos», poema que escribió en 1915, en Baeza, a raíz de la muerte del maestro. La composición es una sintética exposición doctrinal, una emotiva etopeya del muerto y, quizá por encima de todo, un autorretrato en que el autor registra las condiciones de su propia propuesta ética, reflejada en aquel «santo laico» al que tanto admiró y quiso. De hecho, su profesión de enseñante se la debió a Giner, quien lo instó a que preparara oposiciones a cátedras de instituto cuando el joven desorientado trataba de ingresar en el Banco de España.

Concluido su paso por la Institución, se matriculó como alumno libre en el Instituto de San Isidro (mayo de 1889), de donde al siguiente curso pasó al Cardenal Cisneros. Su relación con la enseñanza reglada, frente a la de la ILE, fue siempre de rechazo, según manifiesta en una nota de 1913: Me eduqué en la Institución Libre de Enseñanza y conservo gran amor a mis maestros: Giner de los Ríos, el imponderable, Cossío, Caso, Sela, Sama (ya muerto), Rubio, Costa (D. Joaquín -a quien no volví a ver desde mis nueve años-). Pasé por el instituto y la universidad, pero de estos centros no conservo más huella que una gran aversión a todo lo académico. Lo cierto es que su tránsito por las aulas estuvo carente de brillantez, aunque, por contraste, fue un lector voraz que frecuentó regularmente durante largos años la Biblioteca Nacional.

Entretanto, los trabajos de Demófilo no fructificaban comercialmente, y la amplia saga de los Machado pasó en Madrid importantes apuros económicos, que obligaron a cambios de domicilio y causaron interrupciones en los estudios de Antonio. Probablemente fue ello lo que empujó al padre a embarcar en 1892 para Puerto Rico, donde ejerció como letrado y donde, al poco de llegar, enfermaría gravemente. Su apresurado regreso no impidió su muerte en Sevilla, el 4 de febrero de 1893, sin haber logrado reunirse con el grueso de su familia, asistido tan solo por doña Ana. Las zozobras familiares se agravaron cuando, en 1896, murió el abuelo. Manuel y Antonio, los varones mayores, no parecían en disposición de tomar las riendas de una familia que sería gobernada de hecho por las dos mujeres fuertes de la casa, la abuela y la madre.

Bohemia, teatro, literatura

La vocación de Antonio por la literatura y específicamente por el teatro fue muy temprana. Además de trabajar un tiempo en el Diccionario de ideas afines, por invitación de Eduardo Benot, comienza a publicar con pseudónimo en La Caricatura, lo mismo que su hermano Manuel, con quien también escribe alguna colaboración, asimismo bajo pseudónimo, y asiste a tertulias de café con los literatos del momento; entre ellos, Valle. Recomendado por el poeta Federico Balart, en 1896 entró como meritorio en la compañía teatral de María Guerrero y Fernando Díaz de Mendoza, iniciándose así una relación con la escena que constituye un bagaje importante de su formación y que se reavivaría en su madurez cuando, en colaboración con Manuel, se volcó en la escritura teatral.

Hacia final de siglo, y luego de las borrascas ideológicas y políticas del Desastre de 1898, inició la escritura de los poemas de Soledades. Entre junio y octubre de 1899 vivió en París, adonde marchó siguiendo los pasos de Manuel, que estaba allí desde marzo. Los dos hermanos trabajaron como traductores en la editorial Garnier y pudieron familiarizarse con los ambientes de la bohemia y las corrientes estéticas del momento. Además, tuvieron oportunidad de asistir a los enconados enfrentamientos provocados por el «caso Dreyfus», que activaban en Francia la polémica del compromiso de los intelectuales y la capacidad terapéutica de la literatura. Antonio entró en contacto con las ideas filosóficas de Henri Bergson, por quien se sintió hondamente impresionado. Además conectó con Pío Baroja y el guatemalteco Enrique Gómez Carrillo, y pudo conocer a autores como Jean Moréas, Oscar Wilde o Anatole France.

De nuevo en España, se reintegró en la vida teatral madrileña, esta vez como actor, y concluyó sus interrumpidos estudios de Bachillerato, título que obtuvo en 1900 en el Instituto Cardenal Cisneros. Aunque en principio consideró la idea de cursar Filosofía y Letras, pronto abandonó su propósito, que retomaría años más tarde.

Su aparición como poeta público tuvo lugar en 1901, en la revista Electra -título vinculado a la obra teatral homónima de Galdós-, de la que su hermano Manuel era jefe de redacción y en cuyas páginas se difundieron los poetas simbolistas franceses. A partir de ahí, su vida literaria se despliega en diversas revistas de aquel tiempo, varias de ellas vinculadas a la corriente modernista, como Helios, Blanco y Negro, Revista Ibérica y Alma Española. El Modernismo era el movimiento estético que predominaba en España, aunque aún tenía un aire muy afrancesado, proveniente de Prosas profanas (1896), de Rubén Darío, quien encontró en España un lugarteniente y verdadero apóstol del movimiento: Francisco Villaespesa. A Rubén pudo conocerlo y tratarlo Antonio Machado a partir de su regreso a París (abril de 1902), donde Gómez Carrillo le facilitó un puesto en el consulado del que este era titular.

Otra vez en España en el mes de agosto, conoció a Juan Ramón Jiménez, nombre consolidado en el nuevo movimiento estético a pesar de su juventud: en 1900 había publicado Ninfeas y Almas de violeta, y en 1903 publicaría Arias tristes, un libro de una primera madurez que impactó intensamente en Antonio Machado.
Cubierta de «Soledades», Madrid, Imprenta de A. Álvarez, 1903 (Fuente: Imagen cortesía de la Universidad de Salamanca, Casa-Museo Unamuno).

En enero de 1903 se produjo su verdadero estreno poético con la publicación de Soledades (en realidad impreso en 1902). Sus poemas son anteriores a 1900 en su casi totalidad, y reciben del Modernismo su contenido más simbolista, lejos de la exultación cromática y los esplendores sonoros del Darío parnasiano. El libro le granjeó el reconocimiento de importantes escritores del momento; entre ellos, Miguel de Unamuno, a quien siempre tuvo por maestro. Su integración en el panorama socioliterario lo llevó a firmar en 1905, con otros autores renovadores, la protesta contra la concesión a Echegaray del premio Nobel de literatura del año anterior.

Pero los versos, la bohemia teatral y las tertulias de los cafés -El Gato Negro, Fornos, Lion d'Or...- no solventaban su precariedad económica, por lo que, rebasada ya la treintena, decidió preparar oposiciones para cátedras de francés en institutos (aun sin ser licenciado universitario, algo que era posible entonces). Conseguida la plaza en abril de 1907, eligió la vacante de Soria. A comienzos de mayo se personó en el Instituto General y Técnico para tomar posesión. Apenas tuvo tiempo de conocer a sus compañeros de claustro, pues regresó enseguida a Madrid hasta el inicio del curso siguiente. Así daba comienzo a su andadura docente como profesor de francés y, de paso, al periodo soriano, que él mismo consideraría el más dichoso de su existencia.

Soria, el lugar del idilio

Retrato de boda de Leonor Izquierdo, realizado en Madrid en 1909. Fotografía: Segundo, Ftfo., Archivo Histórico Provincial de Soria, AHPSo 14191, cesión de Pilar Cervero Díez Luengo (Fuente: Imagen cortesía del Archivo Histórico Provincial de Soria). El comienzo del curso coincidió con la publicación, en octubre de 1907, de Soledades. Galerías. Otros poemas. El título evidencia que se trata de una reedición muy ampliada y enriquecida de su primer libro. Pronto conoció a Leonor Izquierdo, una niña todavía (había nacido el 12 de julio de 1894). Leonor era hija de Ceferino Izquierdo, guardia civil retirado, y de su esposa Isabel Cuevas, quienes se acababan de hacer cargo de la pensión donde se terminó hospedando el poeta, en la calle de los Estudios. Prendado el profesor recién llegado de Leonor, en cuanto esta cumplió el requisito de edad para la celebración del matrimonio, Federico Zunón, compañero de claustro y actuando en nombre de doña Ana, pidió su mano para el impaciente Antonio Machado. El 30 de julio de 1909 se casaron en la iglesia de Santa María la Mayor. En una población de siete mil habitantes, el matrimonio de un profesor proveniente de la corte, de treinta y cuatro años, con una muchacha humilde de apenas quince suscitaba curiosidad pública y no pocas murmuraciones: el trayecto de los contrayentes desde la casa a la iglesia supuso para el poeta un auténtico martirio. Tras un viaje de novios que se vio frenado al llegar a Barcelona por los sucesos de la Semana Trágica y derivó por tierras vasco-navarras a lo largo del verano, con los preparativos del nuevo curso el matrimonio se asentó en Soria. Aunque doña Isabel, la madre de Leonor, alquiló un piso para ellos en la misma calle de los Estudios, su lugar de residencia habitual volvió a ser la pensión, pues la joven esposa carecía de las destrezas para llevar una casa.

La compenetración del poeta con Soria fue total. La intimidad y el recogimiento acentuaron la comunión paisajística, que lo llevó a una revelación de las honduras castellanas, con sus luces y sus sombras. Súmese a ello la relación amorosa con Leonor, de la que solo se pudo tener noticia clara en los poemas escritos tras su muerte, integrados en la reedición de Campos de Castilla -título extrañamente desaparecido en el volumen- dentro de Poesías completas (1917). Su excursión con algunos amigos a las fuentes del Duero, en septiembre de 1910, con la ascensión al Urbión y el descenso a la Laguna Negra, le proporcionó el escenario de buena parte del libro aludido y, dentro de él, del largo romance narrativo «La tierra de Alvargonzález».

Pensionado por la Junta para Ampliación de Estudios, viajó con Leonor a París, donde se instaló a comienzos de 1911, concretamente en el Hotel de l'Académie, en el Barrio Latino. Allí asistió a varios cursos del Collège de France, impartidos por Bédier, Meillet y A. Lefranc, y como oyente a algunas conferencias del prestigioso Henry Bergson. También concluyó allí «La tierra de Alvargonzález», que envió a Gregorio Martínez Sierra para que complementara el volumen de Campos de Castilla que le había ya entregado para su edición en Renacimiento. En París tuvo contacto con Rubén Darío y su compañera Francisca Sánchez.

La tarde del 13 de julio, víspera de la Fiesta Nacional francesa, sufrió Leonor una violenta hemoptisis de origen tuberculoso. Internada un largo periodo en una clínica, y tras solicitar a Rubén Darío ayuda económica para regresar a España, el 15 de septiembre se reinstalaron en Soria. Desde entonces, su vida se centró en atender a su esposa, con intermitentes esperanzas en una recuperación que pudieran propiciar los aires sorianos, para lo que alquiló una casita en el camino del Mirón, por donde paseaba empujando la silla de ruedas que hizo fabricar para Leonor. Engañosos indicios de mejora le hicieron soñar con ese «milagro de la primavera» al que se refirió en «A un olmo seco». Todo fue en vano: Leonor falleció el 1 de agosto de 1912. Siempre pendiente de su hijo Antonio, doña Ana había llegado a Soria el día anterior.
Cubierta de «Campos de Castilla», Madrid, Renacimiento, 1912 (Fuente: Biblioteca Digital Hispánica).

Al Espino, el cementerio donde fue inhumada, propenderá Machado en sus ensoñaciones (¿Por qué, decisme, hacia los altos llanos...) y en él sitúa el lugar en que quedó fijada su memoria emotiva (¡El muro blanco y el ciprés erguido!). El 5 de agosto apareció una esquela y conmovedoras palabras referidas a la muerte y funeral de Leonor en portada de El Porvenir Castellano, periódico que dirigía su amigo José María Palacio, casado con una prima de la difunta, y en el que el poeta colaboró incluso después de marcharse de Soria.

Algunos días antes de la muerte de su esposa había recibido el poeta los primeros ejemplares de Campos de Castilla. Aún pudo regalarle a Leonor un volumen dedicado.

Tras el entierro, ni siquiera estuvo Machado una semana en esa ciudad que le parecía una necrópolis. El día 8 de agosto abandonó Soria junto con doña Ana. Pasó en Madrid el resto del verano, que aprovechó para solicitar un traslado no importaba a dónde. Su nuevo destino profesional fue el Instituto General y Técnico de Baeza.

«Solo, triste, cansado, pensativo y viejo»: el poeta en Baeza

Claustro de profesores del Instituto General y Técnico de Baeza en 1918. Antonio Machado sentado, tercero por la derecha. Fotografía: Francisco Baras, Colección del Instituto Santísima Trinidad de Baeza (Fuente: «Antonio Machado y Baeza (1912-2012). Cien años de un encuentro», Madrid, Sociedad Estatal de Acción Cultural, 2012, p. 43). El 1 de noviembre de 1912 Antonio Machado está ya incorporado al Instituto Santísima Trinidad de Baeza. Al poco llegó su madre, con quien se instaló en un piso donde a veces recibían las visitas de los hermanos. Precisamente a una visita de Joaquín se debió la organización de una excursión a las fuentes del Guadalquivir, junto a recientes amigos locales, algunos de ellos compañeros del claustro.

En Baeza se abismó en una soledad debida en buena parte a la pérdida de Leonor, acrecentada por el marco de la vida modorrienta que percibía en «la ciudad moruna». En una carta a Unamuno de 1913, además de darle cuenta de su estado, se lamenta de la incultura, sequedad intelectual y conservadurismo recalcitrante de Baeza, que sale perdiendo en el cotejo con su añorada Soria: En Soria fundamos un periodiquillo para aficionar a las gentes a la lectura y allí tiene V. algunos lectores. Aquí no se puede hacer nada. Las gentes de esta tierra -lo digo con tristeza porque, al fin, son de mi familia- tienen el alma absolutamente impermeable. Antes, en una carta de 1912 a Juan Ramón Jiménez, le había confesado que alguna vez consideró la posibilidad del suicidio: Cuando perdí a mi mujer pensé pegarme un tiro.

Poéticamente, la muerte de Leonor parecía coincidir con el cierre de un ciclo poético. No obstante, la asimilación de los cambios en su nueva situación, y el propio choque con una tierra que le instaba a saltar sobre su experiencia inmediata y retrotraerse hasta la niñez andaluza -pese a la diferencia entre la Andalucía sevillana y esta otra, a medias andaluza y a medias manchega-, pusieron de nuevo en su mano la pluma. Surge ahí un intercambio de paisajes en que Baeza es el lugar desde el que recrea ensoñadoramente las tierras sorianas, lo que dio fundamento a algunos de sus poemas más hermosos. Entretanto, comenzó la redacción de los apuntes que se publicarían después de su muerte como Los complementarios.

El éxito de Campos de Castilla, sobre el que escribieron artículos encomiásticos Unamuno, Ortega, Azorín..., actuó en el poeta vitalmente desmoronado como un reclamo de responsabilidad moral, orientada a la tarea de ayudar a nacer una nueva España sobre el yermo ocupado por la inercia y la inepcia. Además de los paseos solitarios por los alrededores de Baeza, se centra en las lecturas filosóficas, la reflexión política sobre los tópicos males de la patria y la intervención educativa, en línea con las preocupaciones regeneracionistas de Giner de los Ríos. Probablemente en ningún sitio se ha apresado tan acendrada y atinadamente el espíritu gineriano como en el poema necrológico ya citado que, a los pocos días de su muerte, ocurrida el 18 de febrero de 1915, publicó Machado en España, la revista fundada ese año por Ortega.

Al aludido espíritu reformador obedeció la celebración, el 23 de noviembre de 1913, de la fiesta en Aranjuez, organizada por Ortega y Juan Ramón Jiménez en honor de Azorín, al que se pretendía desagraviar por el rechazo que había sufrido por parte de la Real Academia. Machado se adhirió al homenaje con el poema «Desde mi rincón», relicario de esencias azorinianas a propósito de Castilla y también una invocación a la regeneración española.Cubierta de «Páginas escogidas», Madrid, Calleja, 1917 (Fuente: Biblioteca Digital Hispánica). A ese mismo espíritu obedecían los viajes por España llevados a cabo con sus estudiantes por el catedrático de la Universidad de Granada Martín Domínguez Berrueta, a favor de cuyos métodos renovadores llegó a intervenir Antonio Machado en El País. Pues bien, en una de esas excursiones tuvo el poeta ocasión de conocer al todavía inédito Federico García Lorca, miembro del grupo de universitarios llegados hasta Baeza, en cuyo casino les leyó «La tierra de Alvargonzález».

Sus preocupaciones filosóficas, en fin, lo habían dotado de una solvente formación de base autodidacta. No obstante, en 1915 se matriculó como alumno libre de Filosofía en la Universidad Central, por la que se licenció en 1918, con Ortega como uno de los examinadores.

En 1917 vio la luz la primera edición de Poesías completas, convertido ya el poeta en miembro de esa diarquía lírica que, junto con Juan Ramón Jiménez, señaló los senderos poéticos de las primeras décadas del siglo. También ese año editó sus Páginas escogidas.

Hubo algún intento de aproximarse a Madrid, donde se encontraba el ambiente cultural propicio, además de su hermano Manuel y otros miembros de su familia. Al fin, en octubre de 1919 obtuvo el traslado al Instituto de Segovia.

En Segovia (y otra vez el amor)

Antonio Machado hacia 1919. Fotografía: Publicada en Rafael Láinez Alcalá, «Del nido real de gavilanes. El maestro de poetas D. Antonio Machado», «Don Lope de Sosa», 78 (junio 1919), p. 163 (Fuente: Imagen cortesía de la Asociación Cultural Ubetense Alfredo Cazabán Laguna). Incorporado a su cátedra segoviana a finales de noviembre de 1919, se mantuvo en ella hasta 1932. Casi todo el tiempo estuvo alojado en la modesta pensión de doña Luisa Torrego. La cercanía con Madrid le permitía desplazarse semanalmente. En Segovia encontró un fervor intelectual que lo llevó a participar en la vida ciudadana mediante clases gratuitas y a apoyar la recién constituida Universidad Popular, de la que surgiría la revista Manantial (1928-1929), a la que dio impulso.

En esta etapa intensificó sus colaboraciones en periódicos -El Sol, El Imparcial- y revistas como La Pluma, fundada en 1920 por Azaña, quien en 1923 tomaría el relevo de Ortega en España. Ortega, por su parte, fundó ese año Revista de Occidente, en cuyo primer número publicó Machado «Proverbios y cantares», que prosiguieron editándose en la citada España. También colaboró en el número 4 (1922) de la juanramoniana Índice, donde se dieron a conocer los poetas de mayor edad o más madrugadores del 27.

Su creciente concienciación civil le llevó a firmar el manifiesto de la Liga Española para la Defensa de los Derechos del Hombre (1922). Con la deriva de la vida política española, después de que Alfonso XIII consintiera el pronunciamiento militar de Primo de Rivera y suscribiera la instauración de la Dictadura en 1923, Machado se adhirió al manifiesto de Alianza Republicana (11 de febrero de 1926).

Todo ello fue acompañado de un alejamiento de la creación poética y de una mayor dedicación a los escritos ensayísticos. Con todo, en 1924 apareció Nuevas canciones, que recogía poemas compuestos en Baeza (excluidos los que se integraron en las reediciones de Campos de Castilla) y en el breve periodo segoviano.

Pero la vertiente creativa más peculiar de estos años es la teatral, pues inició una colaboración con su hermano Manuel que se concretó en traducciones -Hernani de Hugo-, adaptaciones -Tirso de Molina, Lope de Vega- y, desde 1926, obras propias predominantemente en verso. La primera fue Desdichas de la fortuna o Julianillo Valcárcel, estrenada en el madrileño Teatro de la Princesa el 9 de febrero de 1926. Tras ella vendrían Juan de Mañara (1927), Las adelfas (1928), La Lola se va a los puertos (1929) -«comedia andaluza» estrenada con extraordinario éxito en el Teatro Fontalba de Madrid-, La prima Fernanda (1931) y La duquesa de Benamejí (1932).

En 1926 dio a Revista de Occidente la primera entrega del Cancionero apócrifo de Abel Martín. Un año más tarde fue elegido miembro de la Real Academia Española, aunque iría aplazando la redacción de su discurso de ingreso, del que en 1931 escribió un borrador, y finalmente no llegó a tomar posesión de su silla.

Refractario al purismo y al esteticismo, no se sintió íntimamente concernido por la poética de los autores que luego se llamarían «del 27», aunque su presencia, con la de su hermano Manuel, Unamuno y Juan Ramón Jiménez, sirvió para dar marchamo de solvencia a la antología en que Gerardo Diego los presentó en sociedad en 1932 (Poesía española. Antología 1915-1931).

Pilar Valderrama hacia 1928. Fotografía: Publicada en Pilar Valderrama, «Huerto cerrado», Madrid, s. n., s. a. (Fuente: Imagen cortesía de la Biblioteca Tomás Navarro Tomás - CCHS-CSIC). En los últimos años segovianos aparece en su obra una figura misteriosa de mujer, Guiomar, a quien dedica unas canciones en Revista de Occidente (1929). Solo después pudo relacionarse a Guiomar con Pilar de Valderrama (1889-1979), mujer casada y con tres hijos, monárquica, católica y conservadora, además de autora de dos libros de poemas: Las piedras de Horeb (1923) y Huerto cerrado (1928). En 1928 Valderrama recaló para unos días en Segovia procedente de Madrid, según ella tras un desengaño amoroso con su marido. Allí conocería a Machado, para quien llevaba una carta de presentación de María Calvo, hermana de su íntimo amigo Ricardo Calvo. Se inició así una relación de cartas y encuentros en Segovia y Madrid, siempre con la discreción y límites exigidos por ella dado su estado civil y su posición social. En dicha relación el poeta puso el amor, que no trascendió las ensoñaciones platónicas, y ella la admiración, el cariño y acaso el interés por hacerse un lugar poético. El 5 de diciembre de 1930 Machado le dedicó en El Imparcial una reseña a su libro Esencias. Algunas cartas suyas a Valderrama, incluidas en unas memorias póstumas de esta (Sí, soy Guiomar. Memorias de mi vida, 1981), evidencian un amor construido idealmente por el poeta, que se refiere a ella como «mi diosa» y que, en lo que a él toca, llega hasta el fin de su vida. Este proceso de divinización lo aplica el escritor a Lola, el personaje de su comedia más famosa.

Todavía estaba Machado en Segovia cuando se produjo el advenimiento de la República, el 14 de abril de 1931. Él fue uno de los que izaron la bandera tricolor en el Ayuntamiento. Para entonces, el periodo segoviano estaba llegando a término.

En el Madrid republicano: los clarines de guerra

Ya asentada la República, se produjo su regreso a Madrid, donde se le había autorizado a residir, a solicitud del Patronato de Misiones Pedagógicas, para encargarse de la organización del teatro popular. En Madrid se aposentó en la casa familiar de su hermano José, en la que también vivía su madre. Desde el curso 1932-1933 ocupó la cátedra de francés del Instituto Calderón de la Barca, hasta su traslado al Instituto Cervantes, en el curso 1935-1936.

El 5 de octubre de 1932 recibió un homenaje en Soria, si bien no se formalizó entonces su nombramiento oficial como hijo adoptivo, acerca del que el Ayuntamiento se había pronunciado unánimemente a favor el 16 de julio anterior.

En 1933 se publicó la tercera edición de Poesías completas, en la que ya figuraban los cancioneros apócrifos de Abel Martín y Juan de Mairena. Aún habría de publicarse en 1936 una cuarta edición de esta recopilación lírica. La poética machadiana había ido reforzando sus contenidos ideológicos y su formulación aforística, a redropelo de las estéticas puristas dominantes en los años precedentes, aunque ya en franco declive. Los poetas del ámbito del 27, que habían conjugado el respeto al poeta con un cierto distanciamiento de su poesía, encontraban ahora mayor afinidad con sus propuestas. Muestra de esta consideración es el hecho de que García Lorca, a los mandos de la compañía universitaria La Barraca, pusiera en escena La tierra de Alvargonzález, sobre el romance homónimo de Campos de Castilla.

Cubierta de «Juan de Mairena: sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo», Madrid, Espasa-Calpe, 1936 (Fuente: Imagen cortesía de la Biblioteca Tomás Navarro Tomás - CCHS-CSIC). El 4 de abril de 1934 apareció en Diario de Madrid la primera entrega de Apuntes y recuerdos de Juan de Mairena, que tendrían continuación en sucesivos números de ese año y del siguiente, y que seguirían publicándose en El Sol (1935 y 1936). En 1936 esos textos fueron reunidos en Juan de Mairena: sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo, aunque las lecciones de Mairena proseguirían en la revista Hora de España, ya en plena guerra (1937 y 1938).

En 1935 estaba muy tensionada la vida pública española y europea, tajantemente escindida en dos bloques que se demostrarían irreconciliables. Machado no fue una excepción al activismo político de muchos poetas, como queda de manifiesto en diversos escritos, pronunciamientos y entrevistas. Ese año se adhirió a la Asociación Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, que el 30 de julio de 1936, solo algunos días después de la sublevación militar, dio lugar a la constitución de la Alianza de Intelectuales Antifascistas para la Defensa de la Cultura.

Entretanto, la actividad teatral de Manuel y Antonio se había mantenido, si bien más atenuada. Probablemente procedía de atrás la escritura de El hombre que murió en la guerra, que habría de estrenarse en 1941. Dado su antibelicismo y ajenidad a los valores de los vencedores, el que se consintiera dicho estreno solo puede explicarlo el prestigio de Manuel Machado y, también, el que Dionisio Ridruejo, prohombre falangista y antiguo discípulo de don Antonio en Segovia, lo hubiese redimido con carácter póstumo de su «desviación» ideológica en «El poeta rescatado» (Escorial, núm. 1, 1940). Uno de los varios proyectos en que trabajaron ambos hermanos fue La diosa Razón, drama en prosa, como el anterior, sobre Teresa Cabarrús o Madame Tallien, donde se aborda una reflexión acerca de la revolución, sus límites y sus excesos, de fácil aplicación a España tras el bienio radical-cedista (la obra, inconclusa, ha sido recreada a partir de una copia efectuada por José Machado).

Antonio había seguido viéndose recatadamente con Pilar de Valderrama en los jardines de la Moncloa y en un café de Cuatro Caminos, y carteándose con regularidad. En 1935 ella impuso que su relación fuera solamente epistolar, y aun esta quedó suspendida cuando Pilar y su esposo se exiliaron a Portugal, meses antes del golpe de Estado que apoyarían fervientemente. Ya producido el golpe, regresaron a España para recuperar las posesiones rurales del marido en Palencia, bajo la ocupación franquista. Para entonces, Machado iniciaba su penoso viacrucis: aunque aún escribió versos dedicados a Guiomar, la relación había concluido. De ella daría cuenta en un libro de 1950 Concha Espina, confidente de Pilar de Valderrama, si bien manteniendo el velo sobre su verdadera identidad, que descorrió la propia Valderrama en sus memorias póstumas de 1981.

Otro de sus apoyos vitales, su hermano Manuel, se encontraba en Burgos al producirse el alzamiento de julio de 1936. Había ido allí con Eulalia Cáceres, su esposa, a visitar a una monja hermana de esta. Los avatares vividos por el mayor de los Machado no son aquí del caso: baste decir que puso su nombre y su pluma al servicio de los sublevados. Separados por el tajo de la guerra y por sus respectivas adhesiones, los dos queridos hermanos no volverían a verse.

El último viaje

El 17 de octubre de 1936 Antonio Machado publicó en Ayuda el poema «El crimen fue en Granada», luego reproducido muchas veces, sobre el asesinato de Lorca perpetrado dos meses atrás. A finales de noviembre de 1936, siguiendo directrices oficiales e instado por León Felipe, Rafael Alberti y otros, abandonó Madrid rumbo a Valencia, lo que condicionó a hacerlo junto al resto de los suyos: su madre, sus hermanos José, Joaquín y Francisco, y las esposas e hijas de estos (Joaquín, como Manuel y Antonio, no tuvo descendencia). En Rocafort, muy cerca de Valencia, se les proporcionó una casita con jardín, Villa Amparo. Allí acentuó su actividad intelectual en favor de la República, y fue dando a la luz sus entregas sobre Juan de Mairena en Hora de España, a cuyo consejo de redacción pertenecía. También publicó el libro La guerra (1936-1937), con ilustraciones de su hermano José. Muy avejentado y con problemas circulatorios -era un fumador empedernido-, se desplazó a Valencia con motivo del Congreso Nacional de las Juventudes Socialistas Unificadas (15-17 de enero de 1937), y asimismo participó, también en sede valenciana, en el II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura (julio de 1937; él intervino el día 10).

Ante el peligro de que Valencia quedase aislada con el avance de las tropas franquistas, en abril de 1938 los Machado pasaron a Barcelona, alojándose provisionalmente en el Hotel Majestic, y luego en Torre Castañer, en el paseo de Sant Gervasi, donde estuvieron desde finales de mayo de 1938 hasta comienzos de 1939. En el lujoso palacete se carecía, sin embargo, de lo más elemental. Machado siguió colaborando con la República, en el Servicio Español de Información, y en mayo de 1938 inició una serie de colaboraciones en La Vanguardia con el título «Desde el mirador de la guerra».

Antonio Machado en el exilio en Francia en 1939 (Fuente: Arturo Serrano Plaja, «Antonio Machado», Buenos Aires, Kier, 1944, p. 19).

En enero de 1939 todo indicaba que la guerra estaba perdida para la República y que la caída de Barcelona era inminente. Así las cosas, el 22 de enero salió de Barcelona un convoy de coches de Sanidad, organizado por el doctor José Puche, rector de la Universidad de Valencia y a la sazón director general de Sanidad. La evacuación fue penosa, más a medida que la caravana se acercaba a la frontera. Antonio Machado recibió el afecto, y en los peores momentos la ayuda física, de varios de los evacuados: los escritores Carles Riba y Corpus Barga, el glotólogo Tomás Navarro Tomás, el rector de la Universidad de Barcelona Xavier Xirau... El frío, la lluvia, la enfermedad y el cansancio hicieron penoso el tránsito, progresivamente entorpecido por el éxodo masivo de tantos como partían a un exilio incierto. En la noche del 27 de enero estaban, después de no pocos obstáculos, al otro lado del puesto fronterizo, sin documentos, sin alimento, apenas con lo puesto. Desde ahí fue llevado a Cerbère, con su anciana madre en las rodillas, en el coche del comisario que se encargaba de canalizar ese río humano, y a quien Corpus Barga había informado de quién era el poeta. Al cabo, pudieron recogerse en un vagón de mercancías para pasar la noche. Machado y sus acompañantes salieron por la tarde del 28 para Collioure, un hermoso pueblecito de pescadores, donde pudieron pernoctar en el Hotel Bougnol-Quintana. Algunos amigos y allegados se prestaron a ayudarlo en aquellos días aciagos. Salió muy poco del hotel, según confirma su hermano José.

Desde mediados de febrero quedó postrado por la enfermedad, lúcido, con su madre en estado de semiinconsciencia a su lado, cama junto a cama. Y así hasta el 22 de febrero, en que falleció. Al día siguiente recibió sepultura en el cementerio de Collioure, envuelto su féretro en la bandera republicana. La madre le sobrevivió solo tres días. Su hermano José, a quien debemos noticia memorial de los últimos días de Antonio y de doña Ana, encontró en el abrigo del poeta un papel donde, junto a referencias al monólogo de Hamlet y un postrer recuerdo rimado de Guiomar, constaba un verso alejandrino: Estos días azules y este sol de la infancia.

Enterrados en Francia madre e hijo, sus hermanos, excluido Manuel, sufrieron las consecuencias de la derrota republicana. Francisco Machado pudo retornar a España, probablemente debido a los oficios del hermano mayor. Las tres hijas de José fueron enviadas a Rusia. José y Joaquín, que con sus esposas Matea y Carmen dieron con sus huesos en Chile, ya no regresarían nunca.

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