Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.


ArribaAbajo3. La obra en interrelación con acontecimientos políticos


La sociedad secreta del Astrólogo como espejo del espectro político ideológico del momento

En los estudios sobre Arlt se ha sostenido repetidamente que en su narrativa no aparecen ni la alta burguesía ni el proletariado. En rigor, habría que decir que esas capas de la sociedad no obtienen la palabra, pero que, por cierto, están presentes en el segundo plano de la acción, a la que ayudan a describir por contraste121. No ha sido dicho, en cambio, que la sociedad secreta del ciclo es un nudo representativo de las diferentes tendencias ideológico-políticas que se perfilaban en ese momento en el país. Con la sociedad secreta están relacionados de manera más o menos comprometida o hipotética desde los falsificadores de dinero (representante del anarcosindicalismo), pasando por el Abogado (comunismo), por aquellos que aceptan las reglas del juego político oficial como Ergueta, Barsut, los Espila, Haffner e Hipólita122 («radicalismo»), por el Mayor (conservadurismo) hasta llegar a los fanatizados como Bromberg, el Buscador de Oro, Erdosain y el Astrólogo (fascismo).

Las izquierdas en el espectro político. La Argentina observa un temprano nacimiento de las izquierdas con respecto a otros países latinoamericanos gracias al impulso llegado con la corriente inmigratoria europea123. El Partido Comunista nace en la Argentina ya en 1917 con el nombre de Partido Socialista Internacional, pero en 1919 toma el nombre que le es característico para diferenciarse del reformismo del socialismo democrático. Su influencia y difusión son, sin embargo, restringidas. Entre el proletariado manufacturero e industrial tiene mayor arraigo el anarcosindicalismo de Bakunin-Kropotkin. Este movimiento había tenido singular éxito en los países de origen de los inmigrantes, Italia y España, donde regiones enteras abrazaron masivamente su causa en la lucha por el colectivismo, el federalismo y contra los efectos del centralismo estatal124. En el Río de la Plata a esta influencia de los principios anarquistas, que los inmigrantes traían consigo, se agregaba el hecho de que su condición de extranjeros los afirmaría en ese tipo de protesta: ellos estaban en el dilema de sentirse primeramente miembros de colectividades (como catalanes, andaluces o napolitanos) y después como miembros de una clase determinada. Esta carencia de conciencia de clase y las limitaciones legales a la actividad política de los extranjeros dificultaban la toma de confianza de los inmigrantes hacia la viabilidad de la lucha política y de partido125. En lugar de las exigencias del socialismo, el anarquismo imponía menos condiciones. Este movimiento utilizaba el concepto de «explotado» -que, aunque más difuso que el de «proletariado», no exigía una conciencia de clase- y de este modo podía superar en parte la atomización en colectividades. En esos años en los que se desarrollaba el anarquismo en la Argentina la influencia de Bakunin iba siendo desplazada por la de Kropotkin, quien además del ímpetu revolucionario acentuaba el sentimiento de solidaridad. Entre 1890 y 1920 la oposición no resuelta entre anarquismo y socialismo engendraría en la Argentina, como en otras partes del mundo, una nueva fuerza independiente: el sindicalismo126. La agitación política provocada por las izquierdas y la carencia endémica de mano de obra en el Río de la Plata -cuyo origen estaba en la escasez de población en la región-, llevarían a una situación de relativo bienestar de la clase trabajadora en Uruguay y la Argentina. La lucha obrera permanece atomizada por la heterogeneidad de las corrientes a pesar de los avances señalados. Sólo en 1929 -año de aparición de Los siete locos- se consigue la fundación de un sindicato general único, la CGT, y en ese año se consigue imponer la jornada de ocho horas, que era originalmente un proyecto parlamentario de 1902.



La cosmovisión oficial. La Unión Cívica (Radical) y el Socialismo (Democrático) habían sido dos partidos originados en la crisis de la república conservadora (1890-1896). Aquel había ganado, sin embargo, la delantera, cuando Hipólito Yrigoyen consiguió pactar con la gran burguesía (1907-1908), pudiendo así transformar su partido en un partido parlamentario de masas. El Partido Socialista argentino perdió desde entonces contacto con el pueblo y permaneció a nivel de partido de élites intelectuales sin mayor impulso revolucionario127. Su ímpetu reivindicatorio pasó en el primer momento al Partido Radical, que también poco a poco fue volviéndose más conformista. El pacto entre conservadores y radicales funcionó entre 1916 y 1930, a pesar de las luchas que amenazaban romper el equilibrio, pues el radicalismo no cuestionó fundamentalmente el sistema económico basado en el programa que la burguesía agraria había sentado en el siglo anterior. Los grandes terratenientes se avinieron -aunque a regañadientes- a perder parcialmente el poder político, con tal de conservar sus privilegios económicos128. El resultado fue una era de estabilidad, de robustecimiento del Estado129 y de democratismo parlamentario -dentro de las normas del juego liberal-; y al mismo tiempo, un ciego optimismo hacia un destino manifiesto de la nación por parte del partido en el poder. Arlt protestó literariamente contra esta Argentina oficial, plena de la euforia de visitas internacionales y acontecimientos diplomáticos y culturales pomposamente festejados130, callando estos fenómenos de la superficie y viendo detrás de la apariencia una realidad subrepticia y amenazadora. En el ciclo es, entonces, la visión del radicalismo la que aparece implícitamente cuestionada y sobre la que la acción conspirativa se construye. Que la conspiración decantara efectivamente en el golpe del 6 de setiembre de 1930, revela hasta qué punto Arlt había acertado en percibir las fuerzas subyacentes.

¿Qué contornos adquiere la cosmovisión que Yrigoyen131 representa y que en 1930 evidencia abruptamente ser obsoleta? Este presidente de cuño predominantemente liberal cree en el reformismo paulatino, en la excelencia de las instituciones burguesas, en la enseñanza pública y la libertad de prensa como panaceas absolutas, en un imperativo moral de sobriedad de la conducta individual que llevaría automáticamente a alcanzar el bienestar de todos; al mismo tiempo, aunque católico, presenta cierta debilidad por el ocultismo. Yrigoyen cree que la guerra es un mal proveniente de un exceso de civilización, lo que impediría, además, el ideal de una humanidad en completa unidad. En suma, Yrigoyen lee a Krause132 en las innumerables traducciones y comentarios aparecidos en España desde mediados del siglo XIX133. En este país se utiliza el «krausismo» como brecha ideológica de la burguesía en ascenso. En manos de Yrigoyen cumple esta corriente la misma función (a pesar de las diferencias entre las clases dominantes contra las que debe luchar: las españolas cerradas en sí mismas en su monarquismo y clericalismo; las argentinas abiertas al europeísmo y al liberalismo), como punta de lanza contra los valores oligárquicos, que en cada uno de los países asumirían diferentes formas. En la Argentina, por ejemplo, la pequeña-burguesía deberá luchar contra el hedonismo de la burguesía agraria.

Pasemos por un momento a España. En este país donde no había podido prosperar el calvinismo, se daba durante el siglo XIX una corriente como el «krausismo», en brazos de la clase burguesa de formación más reciente. ¿Qué virtudes podía encerrar esta «Weltanschauung» como para atraer especialmente a sectores en ascenso en países de capitalismo dependiente? Otros países, en cambio, como Inglaterra, Francia y Estados Unidos, con un capitalismo seguro de sí mismo, habían abrazado el positivismo de Auguste Comte o de Herbert Spencer (1820-1903). Alemania, por su parte, recién conseguida su unidad nacional y cojeando detrás de las naciones industrializadas, no podía sentirse tan segura de una situación que no había colaborado a crear y, aunque primero había conseguido la formulación positivista en la filosofía de un Ernst Mach (1838-1916), pronto desconoció y rebatió esas reglas de juego con un irracionalismo que se abría paso lenta, pero arrolladoramente en su máxima figura, Friedrich Nietzsche. ¿Qué pasa entretanto en países como España? Ella debía conformarse con un progreso discreto y cauteloso, en el mejor de los casos. Y a esto ofrece Krause una base filosófica. Su eclecticismo permite así que las oligarquías dominantes pacten con la burguesía en una paz armoniosa. Pero el pacto estaba condenado a fracasar a largo plazo. El fracaso del krausismo radicó, a mi juicio, en que se lo utilizó cuando las premisas rousseaunianas que le habían dado origen -en su vuelta a la naturaleza y a la ingenuidad primigenia de todos los hombres- no podían seguir teniendo validez en un mundo que se había hecho más y más agresivo a causa de un puro «laissez-faire». El krausismo hispánico mostró entonces su ineficacia económico-política en la distorsión de su doble dependencia: esa ideología era un producto de desecho de los países vencedores (ya olvidado por ellos por inservible muchas décadas antes), y ella no podía avalar tampoco un sistema económico, el liberalismo, que también era ajeno. El fracaso del krausismo no fue, claro está, absoluto; si no funcionó en economía134 o política, por lo menos podía replegarse a la pedagogía135.

En la Argentina la ineficacia del krausismo para liberar de un sistema económico dependiente, que en realidad hubiera necesitado impulsos revolucionarios y no mensajes de armonía, se vio demostrada en la política del presidente Yrigoyen. Este supuesto representante de la pequeña-burguesía se dejó envolver en las mallas de una filosofía estrecha y anacrónica: Yrigoyen pelea a su modo por los derechos humanos reduciendo los gastos militares para aumentar el presupuesto dedicado a la enseñanza, defiende el patrimonio nacional (como el petróleo), cancela la deuda externa; pero, sin embargo, permanece atrapado ideológicamente en la idealización del «campo», viendo la Argentina desde el enfoque del patrón de estancia y considerando la menor industrialización como peligro para el ser nacional, sin percibir que esta imagen del ser nacional había sido creada y sostenida por la clase que había que derrocar.

Esta idealización del campo que llega a su culminación ideológica en el Don Segundo Sombra de Güiraldes es la que Arlt combate en su obra al callar absolutamente este concepto que había sido ensalzado sin pausa136; de la misma manera que Arlt no colabora en los periódicos oligárquicos donde los temas ideológicamente predominantes son «las estancias» y «las vacas». Pero la crítica de Arlt es más explícita contra las derechas.



Transición hacia las derechas. ¿Quién es, entretanto, el punto común entre la ideología oficial y aquélla de las derechas, con las que Yrigoyen pudo durante un período conservar el pacto de equilibrio? A mi juicio, se trata de José Ortega y Gasset (1883-1955), quien fue un heredero del krausismo -en tanto estudiante de la «Institución de Libre Enseñanza» que lo envió a estudiar filosofía a Alemania- y, al mismo tiempo, por su formación un fervoroso admirador del irracionalismo de Nietzsche. De este modo Ortega hibridó en su obra, escrita en un tono de conversación con interlocutores supuestos, las dos corrientes137. La influencia de este filósofo de la cultura durante el yrigoyenismo fue enorme. En 1916 -año en que Yrigoyen inició su primer mandato- Ortega visitó por primera vez la Argentina y permaneció aquí seis meses, dando conferencias por todo el país, que dejaron un «fermento enorme»138. Su segunda visita a la Argentina coincidió con la reelección de Yrigoyen (1928). Poco después Ortega escribió las impresiones de su viaje a este país; en estas páginas su autor -que supuestamente debería apoyar al orden yrigoyenista, en tanto republicano liberal- clama por la aparición en la Argentina de una minoría enérgica que conduzca la nación a una nueva moral y a la gloria que la está aguardando, pues según afirma en esa Argentina real priva una «dimensión de factoría» como en la primera época de la historia romana. Ortega incita, por lo tanto, a los argentinos a la creación de un imperio139. Sin embargo, este escritor es cauteloso y pretende despreciar el autoritarismo de Estado; su concepción del individualismo lo lleva a criticar el fascismo y a tornarse un republicano de derechas y, por lo tanto, dispuesto a los compromisos con esa posición140. Su instrumentario metodológico le impedía así discernir las causas de los fenómenos que tenía ante sus ojos, si bien podía describirlos141. A pesar de sus diatribas contra el fascismo, su defensa de los privilegios de unos pocos lo hacía limitar peligrosamente con él142.

La lucha contra el «democratismo» desde la posición del hombre superior y heroico se dio también en el Río de la Plata primeramente a nivel literario. El uruguayo José Enrique Rodó (1872-1917) escribió su ensayo poético Ariel (1900) movido por un declarado fervor hacia Nietzsche; con esta obra Rodó quería salvarnos de la ramplonería y masificación de la cultura, que nos llegaba desde Estados unidos. En estas páginas se acusaban ya los ecos de una polémica que ocupó a los intelectuales europeos hasta la Segunda Guerra Mundial, la de la supuesta decadencia de Occidente. Tanto en la obra de Rodó como en otras del mismo período el debate careció de una confrontación dialéctica con el problema, perdiéndose en especulaciones irracionales sobre las excelencias de tal o cual cultura. La supuesta decadencia de Europa, no era otra cosa que un reflejo del incipiente cambio de polo de importancia internacional que Estados Unidos estaba consiguiendo, en primera instancia, gracias a los cambios en el modo de producción (que llevaba consigo la expansión monopólica)143. El irracionalismo de esta posición influyó también a un filósofo positivista como J. Ingenieros (1877-1925), quien desde la cátedra en 1910 luchó contra la «mediocridad»144, preparando así la recepción que se le haría a Ortega.



La ideología de las derechas. Esa posición decanta luego en Lugones, quien en un discurso ante los militares de Lima en 1924 exige la creación de una nueva moral nacionalista y guerrera. El espíritu de este discurso se repite en otras colaboraciones subsiguientes para La Nación de Buenos Aires; ello aparece finalmente reunido bajo el título de La patria fuerte en 1930145. Este Lugones que desilusionado ante las imposibilidades de establecer un régimen fascista en la Argentina se quitaría la vida en 1938, el mismo año de la muerte de D'Annunzio, debe ser considerado, a mi juicio, el verdadero mentor e ideólogo de ese movimiento en el Río de la Plata. Si Lugones no alcanzó las especulaciones de un Giovanni Gentile a un Alfred Rosenberg (1893-1946), ello se basó seguramente en que las condiciones de una eclosión fascista no estaban completamente dadas en la Argentina, donde a lo sumo podría florecer un fugaz «fascismo ilustrado»146. Una base económica capitalista más fuerte e independiente habría dado a Lugones la posibilidad de fraguar el conglomerado complejo que un régimen verdaderamente fascista necesitaba. Lo cierto es que entre el orteguismo dominante en la Argentina y la posición en germen en Lugones había por aquella época cierta fluidez de fronteras. Ello se documenta en la repercusión que especialmente en figuras de «Florida» tenían visitas internacionales tan ambiguas como las de Pierre Drieu La Rochelle y el conde de Keyserling. Este grupo tan influido por Ortega admiraba, por otra parte, en Lugones al literato. Queriendo tomar distancia del maestro, los jóvenes poetas habían colaborado a elevarlo en un pedestal. Con su posición política extrema preferían no confrontarse. Mientras tanto el país marchaba hacia una crisis que empezaba siendo económica, pero que se extendía a todas las esferas.






La sociedad secreta del Astrólogo ante la crisis económica

¿Fue realmente el derrumbe de la Bolsa de New York en 1929 un gozne histórico? La crisis económica que ello originó fue nada más y nada menos que la sacudida necesaria hacia la toma de conciencia del problema, ya que crisis económicas periódicas eran conocidas desde el comienzo de la organización capitalista. La de 1929 se había dado verdaderamente mucho antes, en la agudización de la situación mundial que había llevado a la Primera Guerra Mundial y que había provocado un resultado muy diferente de aquel por el cual los beligerantes habían entrado en el conflicto; él no había decidido una verdadera redistribución colonial entre los contendientes, sino que había apoyado el robustecimiento de uno de los vencedores (Estados Unidos) frente a sus propios aliados. Al mismo tiempo, el nuevo modo de producción automatizado que el vencedor absoluto puso en práctica dio un renovado optimismo a amplios sectores, pero aumentó geométricamente las polarizaciones. En 1919-1920 las clases gobernantes de los países periféricos como de los centrales no habían querido reconocer la gravedad del problema que la «crisis económica de la paz» representaba: los avisos hacia la necesidad de un cambio de política no fueron atendidos147, el optimismo fue tan general durante toda la década que el mismo Franklin Roosevelt creía a comienzos de 1929, desde su puesto de Gobernador del Estado de New York, en una prosperidad ascendente148. Hipólito Yrigoyen en la Argentina padeció la misma ceguera y también creyó en la solidez del sistema económico que venía dando frutos desde la llamada «Organización Nacional»149. Los problemas que la crisis pondría en evidencia en la Argentina eran, sin embargo, otros que los de los países centrales. Como todas las naciones con una economía impuesta desde afuera -que hoy son mayoría- la Argentina se basaba en una economía deformada (y no simplemente «subdesarrollada»), que no sólo todavía perdura, sino que tiende a agravarse. En efecto, los ingleses habían sido los primeros que habían percibido hacia 1800 el potencial económico en esa colonia española sin metales preciosos -y por lo tanto olvidada por España-; en 1806 y 1807 habían aprovechado la confusión europea suscitada por las guerras napoleónicas para intentar la invasión militar al entonces Virreinato del Río de la Plata150. Pero lo que en esas dos invasiones fracasadas no lograron los soldados ingleses, lo lograron luego la diplomacia, los banqueros y comerciantes de Inglaterra. En 1837 el Cónsul inglés en Buenos Aires constataba que absolutamente todo lo que el gaucho del campo argentino vestía y usaba había sido fabricado en Inglaterra151. No es de extrañar, pues, que este condicionamiento de Argentina como semicolonia inglesa proveedora de alimentos baratos y compradora de manufactura, a la vez que solicitante de financiamientos, estuviera acompañado por el hecho de que este país no perteneciera oficialmente al «United Kingdom», lo que daba lugar a una explotación desenfrenada que la corona inglesa no podía ni quería evitar. El acuerdo había sido sellado con la temprana llegada a la Argentina de empréstitos, cuya función para Inglaterra se explicaba como el deseo de impedir la ruptura del vínculo a través del endeudamiento y de crear una red financiera en el país que avalara el envío de grandes remesas de dinero a Londres. Estas imposiciones marcaron a fuego la estructura de la sociedad argentina, que se fue conformando en todo sentido sobre un modo de producción que en 1930 evidenció su disfuncionalidad. Ello había empezado a gestarse ya en 1810 cuando los comerciantes de Buenos Aires -entre los que había gran cantidad de ingleses- se agruparon en la «Sala de Comercio». Esta entidad se transformó luego en la «Bolsa de Comercio» (1854). Los terratenientes argentinos fundaron, por su parte, la «Sociedad Rural» en 1866. Es clave que la manufactura tuviera representación en el «Club Industrial» recién desde 1875. Esta estructura sui generis de desarrollo frenado152 llevó a justificaciones ideológicas que lograron el endiosamiento del campo como base del bienestar argentino; ello alcanzó su máxima expresión en la rica y persistente literatura gauchesca153. El mecanismo montado por la oligarquía, en connivencia con Inglaterra, surtió tales efectos que hasta la pequeña-burguesía miró el industrialismo como peligro para la esencia del «ser argentino». La misma «Unión Industrial Argentina» (sucesora del «Club Industrial» desde 1887) estuvo supeditada a fuerzas salidas del campo154 y así hasta el gobierno pretendidamente pequeño-burgués de Yrigoyen contó entre los miembros de su gabinete una proporción de socios de la «Sociedad Rural», eminente representante de la burguesía agraria155. Este sector fue, en definitiva, la clase dominante sin interrupción en la Argentina. Ella utilizó constantemente sus influencias para provocar la devaluación del peso, logrando así ganancias extras a causa del aumento de exportaciones de productos agrarios. El recurso sustituía así cualquier otro posible intento de modernización de técnicas de producción y, al mismo tiempo, impedía el crecimiento del sector potencialmente enemigo suyo y de Inglaterra: la industria local156. La historiografía oficial hizo lo suyo expurgando o callando las voces aisladas, sin embargo, consiguió expresarse en 1924 a través de El Diario Español de Buenos Aires de esta manera: «En la crisis [...] que se producirá antes de 1928, ¿quién dirigirá la revolución? Tal vez algún Altamirano del ejército argentino. Quizás algún innominado marxista. Pero sea negra o roja la enseña que pretenda enarbolarse en la Casa de Gobierno, los males argentinos traídos por el retraso del fomento industrial serán acentuados. Y será para mayor desventura de la Patria»157. Esto no podía despertar eco ni traspasar la dura corteza de resistencia con la que se resguardaba la clase dominante. Años después, cuando no había llegado ni la crisis ni la revolución profetizada por el articulista Julio Olivera ataca Arlt con la ficción literaria en una dirección similar:

16)

«[ASTRÓLOGO].-  Mi idea es organizar una sociedad secreta, que no tan sólo propague mis ideas, sino que sea una escuela de futuros reyes de hombres. Ya sé que usted me dirá que han existido numerosos sociedades... y eso es cierto... todas desaparecieron porque carecían de bases sólidas, es decir, que se apoyaban en un sentimiento o en una realidad inmediata. En cambio, nuestra sociedad se basará en un principio más sólido y moderno: el industrialismo, es decir que la logia tendrá un elemento de fantasía, si así se quiere llamar a todo lo que le he dicho, y otro elemento positivo: la industria, que dará como consecuencia el oro [...] Dese cuenta, jamás, jamás ninguna sociedad secreta trató de efectuar semejante amalgama. El dinero será la soldadura y el lastre que concederá a las ideas el peso y la violencia necesarios para arrastrar a los hombres».


(LOCOS, p. 95; OBRA, I, p. 213)                


Hoy en día es difícil imaginarse que el fomento de la industria, que debía producir el dinero, pudiera acompañarse de semejante ideología industrialista en su costado más irracional, pero en la década del 20 aun en los Estados Unidos este lado acompañaba muy a menudo la racionalidad técnica158. En la Argentina del espectro político representado por la sociedad secreta de Arlt son los fascistas -con su inevitable elemento nacionalista- los únicos que vislumbran dónde yacen los resortes de dominación del futuro. Pero en ellos es el industrialismo lo que llevará a la mayor explotación del hombre por el hombre; esos logros en sus manos significarán la más cruel desigualdad social y la más pavorosa deshumanización. Así en las teorías del Astrólogo el industrialismo no significa una ruptura con el capitalismo, sino una renovación y escalada de la sujeción con mecanismos de lo que ahora sería caracterizado como «razón técnica»159, como se daría de hecho en la Argentina de los años 30:

17)

«[HAFFNER].-  ¿De manera que una de las bases de su sociedad será la obediencia?

[ASTRÓLOGO].-  Y el industrialismo. Hace falta oro para atrapar la conciencia de los hombres. Así como hubo el misticismo religioso y el caballeresco, hay que crear el misticismo industrial. Hacerle ver a un hombre que es tan bello ser jefe de un alto homo como hermoso antes descubrir un continente. Mi político, mi alumno político en la sociedad será un hombre que pretenderá conquistar la felicidad mediante la industria. Este revolucionario sabrá hablar tan bien de un sistema de estampado de tejido como de la desmagnetización de un acero. Por eso lo estimé a Erdosain en cuanto lo conocí. Tenía mi misma preocupación. Usted recuerda cuántas veces hablamos de la coincidencia de nuestras miras. Crear un hombre soberbio, hermoso, inexorable, que domina las multitudes y les muestra un porvenir basado en la ciencia. ¿Cómo es posible de otro modo una revolución social? El jefe de hoy ha de ser un hombre que lo sepa todo. Nosotros crearemos ese príncipe de sapiencia. La sociedad se encargará de confeccionar su leyenda y extenderla. Un Ford o un Edison tiene mil probabilidades más de provocar una revolución que un político. ¿Usted cree que las futuras dictaduras serán militares? No, señor. El militar no vale nada junto al industrial. Puede ser instrumento de él, nada más. Eso es todo. Los futuros dictadores serán reyes del petróleo, del acero, del trigo. Nosotros, con nuestra sociedad, prepararemos ese ambiente. Familiarizaremos a la gente con nuestras teorías. Por eso hace falta un estudio detenido de propaganda...».


(LOCOS, pp. 26-7; OBRA, I, p. 143)                


Aquí es evidente que el Astrólogo mezcla el concepto de «industria» -en el sentido de real industrialización- con el de «industrialismo» -en el sentido de preparación ideológica hacia la industrialización-, lo que especialmente se manifiesta en la cita 16), cuyas palabras están dirigidas a Erdosain y a Barsut. En la cita 17), por otra parte, no deja de evidenciarse una incongruencia mayor al darse como ejemplo de «industrialismo» un «rey del trigo», de los que la Argentina podía dar muchos ejemplo desde antiguo. En qué medida el propio Arlt colabora en la difusión del industrialismo se deduce de la búsqueda de las metáforas «industriales» que se repiten en su obra, como cuando define la angustia de Erdosain como «el silencio circular entrado como cilindro de acero en la masa de su cráneo» (LOCOS, p. 4; OBRA, I, p. 120), que en plena época güiraldiana debían sonar como una blasfemia. En el mismo sentido Arlt propaga la mentalidad industrialista en su personaje Luciana, a la que hace aprender fórmulas químicas para conquistar a Erdosain. Arlt cree, pues, como en un sentido Julio Olivera, que el industrialismo y la industrialización deben ser el paso necesario para una independencia económica del país. Arlt no alcanza, sin embargo, conciencia política necesaria para marcar al lector claramente que ésta no podía alcanzarse a través de un desarrollo fascista. El peligro de asociar semejante apología con el personaje más cínico radica en quitarle su verdadero aspecto positivo para la Argentina. Arlt no toma la necesaria distancia, pues está todavía en el medio camino de un proceso hacia el reconocimiento del engaño político, iniciado en 1920 con su primer artículo.




Fascismo o dictadura militar en la Argentina

Llegamos así al análisis del enfrentamiento dentro de la sociedad secreta de Temperley por la conducción y los fines de ella. En la especial técnica de Arlt este enfrentamiento aparece como fingido y como real160. Esta inseguridad en que el lector es colocado se acentúa con las intervenciones del Comentador al pie de página, que continúa con el mismo juego. Con este choque entre dos posiciones dentro de la reunión el lector es conducido hacia una mayor tensión de la acción, cuyo origen puede considerarse venido de la tensión folletinesca. Aquí asume, sin embargo, la función suplementaria de un llamado de atención. El verdadero conflicto ideológico entre el Mayor y el Astrólogo es minimizado por éste último, pues el instigador se frota las manos ante las intervenciones del representante del ejército. Aunque el Astrólogo se expresa con desconfianza ante esa institución, es evidente que en este momento de las confabulaciones hay margen para los compromisos entre las dos posiciones. El compromiso era posible en tanto el ejército161 en países como la Argentina se siente el depositario de las virtudes correspondientes a las minorías elegidas que estarían predestinadas a la conducción política. Las fronteras entre el militarismo fascista de un Lugones se confunden en este primer momento con aquellas reflexiones elitistas de un Ortega; el Mayor puede así iniciar su discurso ante los «jefes» en el siguiente tono:

18)

«-El ejército es un estado superior dentro de una sociedad inferior, ya que nosotros somos la fuerza específica del país. Y sin embargo, estamos sometidos a las resoluciones del gobierno... Y el gobierno, ¿quién lo constituye?... el poder legislativo y el ejecutivo... es decir, hombres elegidos por partidos políticos informes... ¡y qué representantes, señores! Ustedes saben mejor que yo que para ser diputado hay que haber tenido una carrera de mentiras, comenzando como vago de comité; transando y haciendo vida común con perdularios de todas las calañas, en fin, una vida al margen del código y de la verdad. No sé si esto ocurre en países más civilizados que los nuestros, pero aquí es así. En nuestra cámara de diputados y de senadores, hay sujetos acusados de usura y homicidio, bandidos vendidos a empresas extranjeras, individuos de una ignorancia tan crasa, que le parlamentarismo resulta aquí la comedia más grotesca que haya podido envilecer a un país. Las elecciones presidenciales se hacen con capitales norteamericanos, previa promesa de otorgar concesiones a una empresa interesada en explotar nuestras riquezas nacionales. No exagero cuando digo que la lucha de los partidos políticos en nuestra patria no es nada más que una riña entre comerciantes que quieren vender el país al mejor postor*.

(*) Nota del comentador: Esta novela fue escrita en los años 28 y 29 y editada por la editorial Rosso en el mes de octubre de 1929. Sería irrisorio entonces creer que las manifestaciones del Mayor hayan sido sugeridas por el movimiento revolucionario del 6 de setiembre de 1930. Indudablemente, resulta curioso que las declaraciones de los revolucionarios del 6 de setiembre coincidan con tanta exactitud con aquellas que hace el Mayor y cuyo desarrollo confirman numerosos sucesos acaecidos después del 6 de setiembre».


(LOCOS, p. 105; OBRA, I, p. 223)162                


En las palabras del Mayor vemos la lucha contra el «democratismo» y el parlamentarismo, tal como se venía presentando el problema especialmente desde Nietzsche; en la Argentina ella estaba corporizada en la ideología que representaba Lugones y más indirectamente también Ortega. Lugones, por su parte, azuza al ejército para que restituya a las minorías (de la alta burguesía) la fuerza y la unidad que la clase dominante ha perdido. Con Lugones esta oligarquía argentina expresa el arrepentimiento de haber cedido una parte de su poder y haber perdido la hegemonía absoluta por haber concedido la ley de sufragio («Ley Sáenz Peña») en 1912; ahora no se ve otra alternativa desde esta perspectiva, que difundir la ideología del soldado virtuoso para empujar a los militares al golpe de Estado163. Ellos deben dar con el prestigio de su institución la unidad a esa clase que se halla dividida. La argumentación del Mayor pasaría a ser típica de todos los próximos golpes militares de la Argentina futura, que en oleadas regulares sacudirían el país. Para ello se apoya en un vago y difuso nacionalismo -lo que siempre exacerba los espíritus de países en dependencia-, y, al mismo tiempo, critica la corrupción administrativa, contraponiendo a ello la imagen virtuosa del militar que sólo conocería la honra altruista de las tradiciones de guerra164.

El episodio del discurso del Mayor no termina aquí, sino que continúa luego de una pausa psicológica con frases más drásticas:

19)

«El Mayor pasó un pañuelo por sus labios y continuó: -Me alegro [de] que mis palabras interesen. Hay muchos jóvenes oficiales que piensan como yo... Hasta contamos con algunos generales nuevos... Lo que conviene, y no se asombren de lo que les voy a decir, es darle a la sociedad un aspecto completamente comunista. Les digo esto porque aquí no existe el comunismo, y no se puede llamar comunistas a ese bloque de carpinteros que desbarran sobre sociología en una cuadra donde nadie se quita el sombrero. Deseo explicarles con nitidez mi pensamiento. Toda sociedad secreta es un cáncer en la colectividad. Sus funciones misteriosas desequilibran el funcionamiento de la misma. Pues bien, nosotros los jefes de células les daremos a éstas un carácter completamente bolchevique. -Fue la primera vez que esa palabra se pronunció allí, e involuntariamente todos se miraron-. Este aspecto atraerá numerosos desorbitados y, en consecuencia, la multiplicación de las células. Crearemos así un ficticio cuerpo revolucionario. Cultivaremos en especial los atentados terroristas. Un atentado que tiene mediano éxito despierta todas las conciencias oscuras y feroces de la sociedad. Si en el intervalo de un año repetimos los atentados, acompañándolos de proclamas antisociales que inciten al proletariado a la creación de los 'soviets'... ¿Saben ustedes los que habremos conseguido? Algo admirable y sencillo. Crear en el país la inquietud revolucionaria. [...] Ahora bien, cuando numerosas bombas hayan estallado por los rincones de la ciudad y las proclamas sean leídas y la inquietud revolucionaria esté madura, entonces, intervendremos nosotros, los militares...

El Mayor apartó sus botas de un rayo de sol, y continuó:

-Sí, intervendremos nosotros, los militares. Diremos que envista de la poca capacidad del gobierno para defender las instituciones de la patria, el capital y la familia, nos apoderaremos del Estado, proclamando una dictadura transitoria. Todas las dictaduras son transitorias para despertar la confianza. Capitalistas burgueses, y en especial, los gobiernos extranjeros conservadores, reconocerán, inmediatamente el nuevo estado de cosas. Culparemos al gobierno de los Soviets de obligarnos a asumir una actitud semejante y fusilaremos a algunos pobres diablos convictos y confesos de fabricar bombas. Suprimiremos las dos cámaras y el presupuesto del país será reducido a un mínimo. La administración del Estado será puesta en manos de la administración militar. El país alcanzará así una grandeza nunca vista.

Calló el Mayor, y en la glorieta florida los hombres prorrumpieron en aplausos. Una paloma echó a volar».


(LOCOS, pp. 105-6; OBRA, I, pp. 224-5)                


El cinismo que estas declaraciones revelan y ponen en tela de juicio la pretendida rectitud de una posible administración militar. Al mismo tiempo, el Mayor arroja una luz negativa sobre la corporación que representa, en tanto describe la hipotética intervención militar como apoyada en una mentira hábilmente compaginada. La distancia del narrador se sintetiza, a mi juicio, ante este personaje en ese «había en él algo de repugnante» con que se lo presenta al lector; ello tiende un puente de antimilitarismo que ya había comenzado a darse en Arlt en El juguete rabioso -en sutiles ironías sobre el grado de inteligencia de los soldados de las academias militares- hasta llegar a la culminación de «La fiesta del hierro». En una Argentina inflamada por el pathos militar que Lugones difunde desde La Nación, con artículos que presentan la fuerza como una «virtud cardinal»165, son los términos solapados del Mayor una irónica caricatura de esa dignidad moral, que el poeta cordobés pretende representar166.


¿Qué figuras reales iban a mostrarse poco después en la historia argentina?

Un año después de la aparición de Los siete locos se produce en la Argentina un cambio político con el golpe militar -que ideológicamente se autotitula «Revolución»-, que arrojaría a este país desde entonces en un círculo vicioso del que no ha podido liberarse hasta hoy. ¿Quiénes son los actores reales? El general José Félix Uriburu (1868-1932) -representante de los latifundistas de la Provincia de Salta, que estaba en dependencia económica de la «Standard Oil»- desaloja sin resistencias al enfermo Presidente Yrigoyen167 y el manifiesto de los rebeldes es redactado por el poeta Leopoldo Lugones en estos términos: «Respondiendo al clamor del pueblo y con el patriótico apoyo de Ejército y de la Armada, hemos asumido el gobierno de la Nación. Exponentes de orden y educados en el respeto a las leyes y las instituciones [sic], hemos asistido atónitos al proceso de desquiciamiento que ha sufrido el país en los últimos años. Hemos aguardado serenamente con la esperanza de una reacción salvadora, pero ante la angustiosa realidad que presenta el país al borde del caos y de la ruina, asumimos ante él la responsabilidad de evitar su derrumbe definitivo. La inercia y la corrupción administrativa [...], el descrédito internacional [sic], logrado por la jactancia en el desprecio de las leyes y por las actitudes y las expresiones reveladoras de una incultura agresiva, la exaltación de lo subalterno [...] son apenas un pálido reflejo de lo que ha tenido que soportar el país. Al apelar a la fuerza para libertar a la Nación de este régimen ominoso, lo hacemos inspirados en un alto y generoso ideal. Los hechos, por otra parte, demostrarán que no nos guía otro propósito que el bien de la Nación. La participación en el gobierno de eminentes ciudadanos cuya colaboración hemos requerido atendiendo exclusivamente a sus méritos y virtudes, evidencia en primer término que las fuerzas armadas, con el apoyo moral de la masa de la opinión, después de haber liberado a la Nación de la ignominia, ocupan de nuevo su lugar sin ambiciones de predominio»168. El binomio político-ideológico Uriburu-Lugones no pudo imponerse demasiado tiempo ante las presiones de Inglaterra que siente lesionados sus intereses -representados en la «Royal Dutch Co.»-, y que ahora denuncia una confabulación a favor del monopolio petrolero enemigo. Inglaterra se resiste, por cierto; a abandonar al capital norteamericano uno de sus últimos bastiones latinoamericanos.

Estas presiones y la dependencia conjunta de la economía argentina en manos de Estados Unidos y de Inglaterra impiden al gobierno de Uriburu la realización del corporativismo fascista al que parecía sentirse atraído, este gobierno se ve compelido a suavizar sus tonos de nacionalismo extremo, continuando con las concesiones económicas. El resultado es un nacionalismo pomposo, en el que de hecho la dependencia económica del exterior se agudiza a causa de las dificultades en que pone la crisis mundial. Pero este ejército «virtuoso» tampoco está unido, pues dentro de sus filas hay oficiales que están dispuestos a vender al país al mejor postor o, al menos, al postor tradicional. Desde el golpe del general Uriburu Inglaterra, tierra tradicional del parlamentarismo, empieza a esgrimir argumentos para obligar a la Argentina a una vuelta constitucional, ya que el gobierno golpista no la favorece especialmente. Así la puja petrolera interimperialista, que en 1932 se manifestaría sangrientamente en la guerra del Chaco, asume en la Argentina la forma pacífica de intrigas diplomáticas. El presidente provisional Uriburu debe llamar a elecciones ya en abril de 1931, pero ante la victoria del candidato radical ellas son anuladas. Esto es aprovechado por la otra ala del ejército para desacreditar a Uriburu como personalidad despótica. Así se preparan las siguientes elecciones en 1932, en connivencia con Inglaterra, en las que el Partido Radical no tiene derecho de presentarse. Las nuevas elecciones dan el poder al general Agustín P. Justo (1878-1943), quien se hallaba en el segundo plano de los acontecimientos esperando que le llegara su hora desde el comienzo de la década del 20. El fraude electoral se oficializa entonces, y por ello, este gobierno -elegido por tales urnas- se conoce con el nombre de «dictadura fraudulenta». Dentro de la «década infame» ella significa el intento de Inglaterra por reestablecer su predominio en ese sector del mundo; su éxito estará documentado en su rápido reestablecimiento de la crisis mundial, que ha logrado en buena parte a costa de las imposiciones con que ha sostenido el comercio con Argentina. Por su parte, este país inicia en esa década una política de industrialización -hasta donde Inglaterra lo permite- que salvará la desquiciada economía apoyada sobre un agro en bancarrota169. El breve reinado de la ideología de Lugones se interrumpe para volver al republicanismo de Ortega170 a partir de 1932.




Los lanzallamas como continuación de Los siete locos

En una «Aguafuerte» aparecida en El mundo (Buenos Aires, 27-11-1929) Arlt toma cierta distancia de los juicios de sus personajes con las siguientes palabras: «A mí, como autor, estos individuos no me son simpáticos. Pero los he tratado. Y todo autor es esclavo durante un momento de sus personajes, porque ellos llevaban en sí verdades atroces que merecían ser conocidas» (en OBRA, II, p. 256). En mi opinión, Arlt pretende una posición en la que el mensaje consiste en un aviso de los peligros que llevan consigo tanto el lugonismo como el krausismo-orteguismo. Ellos son enjuiciados como engaños, al mismo nivel que las maquinaciones político-ideológicas que había denunciado en 1920171. Arlt, sin embargo, está en una contradicción: propaga «industrialismo» en sus metáforas (contra Yrigoyen), pero asocia en el argumento (contra Lugones) al Astrólogo, es decir a la peor mentira. Arlt carga así de un rasgo absurdo al «independentismo» lugoniano al congeniar su llamada hacia un hombre nuevo, heroico y vencedor, con aquellas de un visitante de centros espiritistas. De este modo queda destruido su mundo fantástico de quimeras industriales en tanto se destruye su pathos. El aspecto militarista lugoniano del Mayor también se quiebra, en cuanto se le quita dignidad al presentarlo en todo su cinismo. Las reflexiones de Ortega sobre la Argentina son minadas, en cambio, mediante la despiadada pintura de una Buenos Aires sumida en la prostitución y la conspiración antiparlamentaria, que el escritor español no ha sabido ver.

El mundo ficticio que Arlt crea no puede entenderse, por lo tanto, inmanentemente, sino en contraposición con las reflexiones tanto de Ortega como de Lugones. Así, palabras como las de este último surgen en todo su absurdo carácter leídas a través de aquellas del Astrólogo: «La legislación de carácter socialista que protege por medio de salarios fijos, indemnizaciones y jubilaciones propias a los trabajadores manuales, por el solo hecho de serlo, es violatoria de la igualdad, reconoce las clases que la niegan y la violan, y crea un privilegio social a favor de los mismos en cuyo nombre se protesta contra el privilegio burgués... En los Estados Unidos no hay nada de esto, y es donde el obrero gana más, vive mejor y se precave con mayor eficacia contra la inutilidad y la vejez [...] La idea de clase es, por otra parte, ajena a los países republicanos de América. Constituye una importación del socialismo, que según lo he dicho tantas veces, es un invento alemán. En los Estados Unidos, como en la República Argentina, no hay clases. Todos somos pueblo. No hay más que aptitudes personales para prosperar, mediante el único sistema conocido, que es la apropiación y conservación de la riqueza, llamada capital: verdadero exponente diferencial de esas aptitudes distintas». Esta cita tomada del artículo titulado «El deber de potencia» -alusión al nietzscheano «Voluntad de potencia» (o de poder)- incita a los argentinos a convertirse en otra nación como estados Unidos, como si esto fuera posible por el solo deseo172. En estas palabras tanto como en las del Astrólogo dirigidas a propagar el «industrialismo» se deja de lado el peso que en una posible industrialización argentina jugaban los mismos capitales estadounidenses173.

En un artículo de 1927 titulado «La encrucijada» Lugones hace las siguientes reflexiones: «Hay que proceder sin demora a la transformación industrial del país, pero esto no puede hacerse mientras la legislación obrerista nos mantenga en condiciones de insostenible competencia con los rivales vecinos y lejanos. Hay que rebajar el costo insensato de la vida»174. En estas palabras Lugones quiere decir, en el fondo, que hay que introducir una especie de esclavitud para la masa obrera. Ello es, justamente, lo que propone el Astrólogo con términos más extremos, haciendo una terrible caricatura de la deshumanización más despiadada, en boca de uno de los personajes más negativos.

A mi juicio las coincidencias con Lugones y Ortega que encontramos en la obra de Arlt no son alusiones conscientes del autor, sino que ellas reposan en su intuición para detectar ideas claves que se van abriendo paso en la sociedad argentina. Ello explica que, en el fondo, se contentara con poner una nota al pie después del golpe de Estado. El estado de conscientización política estaba realmente en germen en 1930 en Arlt. Pues, de lo contrario, hubiera acentuado las alusiones en la continuación a la primera parte de la novela. Ella llevaba originariamente como título «Los monstruos», pero luego fue cambiado por el de Los lanzallamas175. Al escribir esta continuación ni Arlt ni sus lectores podía dejar de asociar el personaje del Astrólogo con aquella figura real de Uriburu, quien ahora utilizaba su ilimitado poder para acentuar al acercamiento a Estados Unidos176. Sin embargo, el Astrólogo en la segunda parte del ciclo va imprimiendo ciertos cambios a su conducta que no aparecen suficientemente explicados ante el lector177.

Me refiero al hecho de que el no dé razones para la interrupción de la conspiración. El lector se entera, al final del ciclo, de que el instigador de ella ha decidido fugarse con el dinero del grupo, transformándose por esta acción de conspirador político en vulgar embaucador. Durante toda la acción de Los lanzallamas ha podido darse este cambio de planes dentro de la mente del Astrólogo -si no es que ella ya estaba trazada desde antes-, pero ni este personaje ni el narrador lo hacen visible para el lector. El final es así inesperado golpe teatral.

En Los siete locos Arlt había esbozado la posibilidad de un conflicto entre el Astrólogo y el Mayor. Este conflicto permanece, con todo, minimizado ante el lector por un cúmulo de indicios, que conducen en el fondo a mostrar coincidencias. Ellas estarían sintetizadas en una ideología que sostenía especialmente Lugones: antiparlamentarismo, militarismo, imitación de Estados Unidos en su imperialismo y antisocialismo. Sin embargo, el conflicto tal vez más importante que se esboza en Los siete locos es desaprovechado a nivel de confrontación política, en el episodio en que el Abogado se resuelve a dejar la asamblea en lugar de entrar en una discusión con los «jefes» de la conspiración. A mi juicio es como si Arlt intuyera que aquí se está en presencia de una verdadera y clara oposición al fascismo, pero, al mismo tiempo, como si el autor careciera de palabras para hacerla audible.

Mientras tanto se produce el golpe de Estado de 1930. Arlt escribe Los lanzallamas. En esta segunda parte de la obra gana ahora inusitado relieve la figura de Hipólita y desaparece completamente aquella del Mayor. Que Hipólita y el Astrólogo traben conocimiento desde el principio de esta segunda parte del ciclo y que el Mayor desaparezca de escena, puede evaluarse como un indicio indirecto para el cambio de planes posterior. Si Arlt hubiera comprendido realmente el alcance de sus vislumbres intuitivos en Los siete locos, habría colocado en la continuación al Mayor como verdadero antagonista y desencadenante de los conflictos. El Astrólogo, en su admiración por EE. UU., y el mayor, en su línea más tradicional que silencia el factor industrial dentro de los problemas argentinos, habrían correspondido al conflicto de intereses reales que corporizaban Uriburu y Justo cuando Arlt está escribiendo la segunda parte de su obra. Pero estos mecanismos de intereses serían analizados ciertamente años después178. Ello permanecería todavía oculto para el nivel de conscientización de Arlt en esta época. Este autor preferiría aludir en su obra a la desaparición del escenario político tanto de la «yrigoyeniana» Hipólita como del fascistoide Astrólogo, que podía asociarse con Uriburu. La figura del Gral. Agustín P. Justo, que había colaborado sólo a último momento con Uriburu, puesto que ambos generales habían conspirado realmente por separado durante toda la década del 20, no alcanza representación dentro del ciclo de Arlt. El Mayor de Arlt desaparece de escena y podemos pensar que sigue conspirando por separado. En realidad, esa tendencia -representada por el Mayor- sería la que se impondría durante la década del 30 bajo un parlamentarismo aparente que resguardara los privilegios militares. Ella se eternizaría en el interminable círculo vicioso posterior de la historia argentina.




El Abogado como símbolo de la parálisis política en la Argentina al principio de la «década infame»

Después de un período de relativa bonanza que velaba las contradicciones profundas, nos encontramos en la Argentina con otro, que, en este sentido, es su contrapartida. En la década del 30 la restauración del poderío inglés en el Río de la Plata encuentra al despiadado crítico estadounidense. Los entretelones económicos toman estado público a causa de la puja interimperialista, que se libra especialmente en las esferas del petróleo y de los frigoríficos. Y así en un sentido esta década no fue infame: en las conscientización política que se desarrolla como proceso de interrelación con un desenmascaramiento de fuerzas. Ellas estarían presentes en el plano interno argentino, y asumirían otras formas en el enfrentamiento con el fascismo en la Guerra Civil Española, que también colaboraría en la toma de conciencia política de Arlt. Por otra parte, los cambios originados en la Argentina a causa de una discreta, pero impostergable industrialización, repercutirían con su nuevo modo de producción hacia el final de la década en la formación de nuevas alianzas con nuevos sectores sociales, que irían preparando el advenimiento del peronismo en 1945. Al comienzo de la década del 30, sin embargo, esto estaba por formarse. Los intelectuales de izquierdas -inclusive Arlt- se debatían todavía en «nebulosidades socializantes» sin acusar a la oligarquía agraria, verdadera culpable del sistema económico argentino. A mediados de la «década infame» se iniciaría la polémica política, que aunque repetidamente amordazada sigue recomenzando apoyada en los puntos sentados en aquella época. Este proceso de maduración es, sin embargo, lento. Las izquierdas argentinas permanecen todavía en vida de Arlt desunidas, y, por lo tanto, fácilmente vulnerables. En el ciclo novelístico esta situación se evidencia en el personaje del Abogado. Su importancia reside -como en el caso del Partido Comunista Argentino- más en su presencia que en sus declaraciones. Este «recio mozo» aparece en la reunión de los «jefes» de Los siete locos evidentemente atraído por el cariz de promesa revolucionaria del grupo; allí, después de las afirmaciones del Mayor, toma brevemente la palabra para expresar su protesta, ante la reacción del Astrólogo, que impide la polémica, abandona la sesión en total desacuerdo con el giro tomado por la conspiración. Semejante participación deja traslucir poco de su propia posición; sin embargo, lo más importante en su presencia es con qué rasgos dota el narrador a este personaje. En una época de creciente autoritarismo (aun en las filas de las izquierdas), la rebelión -aunque pasiva- ante lo dogmático es un elemento que sirve al lector para juzgar la toma de distancia de Arlt con respecto a los otros personajes. Mientras que los siete cínicos son pintados hasta en sus pensamientos más íntimos como seres calculadores y capaces de cualquier bajeza, el Abogado es descrito como un individuo digno y que está por encima de los otros. Ello se evidencia en la totalidad de los recursos descriptivos con que el narrador desprestigia ante el lector a cada uno de los siete cínicos -con Erdosain a la cabeza- y también a Bromberg y al Mayor. Así mientras que, por ejemplo, el narrador pinta a los personajes más negativos en posesión de un revólver, el Abogado no porta arma alguna. Por la importancia que en el texto se le acuerda a este hecho, hay que agregar que, desde una perspectiva pequeño-burguesa, la cualidad de llevar un revólver consigo es vista como la clave para la pertenencia al mundo del hampa, sinónimo de marginación social y de abyección. Este atributo aparece marcado en individuos como el Rufián o el Buscador de Oro. Así en estos personajes acentúa el narrador esta característica mediante el contraste: «Erdosain distinguió a un costado, entre el saco y la camisa de seda que usaba el Rufián, el cabo negro de un revólver. Indudablemente en la vida, los rostros significan poca cosa» (LOCOS, p. 21; OBRA, I, pp. 137-8). «El Buscador de Oro era un joven de su edad, de piel pegada sobre los huesos planos del rostro y palidísima, y renegridos ojillos vivaces. La enorme caja torácica parecía pertenecer a un hombre dos veces más desarrollado que él. Las piernas eran finas y arqueadas. Entre el cinto de cuero y el paño del pantalón se le veía el cabo de un revólver» (LOCOS, p. 109; OBRA, I, p. 228). En cuanto al jefe de la conspiración, se dice de él: «Simultáneamente, el Astrólogo echó mano al bolsillo trasero del pantalón, extrajo una gruesa pistola de calibre 40 y paquete y pistola los colocó sobre el escritorio» (LLAMAS, p. 367; OBRA, I, p. 497). También Hipólita lleva un revólver en el bolsillo cuando va a extorsionar al Astrólogo. Por último, Erdosain y Barsut pueden utilizar un arma de fuego para disparar y provocar la muerte. La protesta del Abogado en la primera parte del ciclo está respaldada, por lo tanto, por la carencia de ese atributo negativo, que se verá subrayada en la actitud que asume en su reaparición. Su abandono de la reunión cuenta así con la aprobación del narrador, quien lo ha elegido para permitir al lector que se identifique con él. Este personaje representa de este modo, a mi juicio, el punto de apoyo contra el «confusionismo» que emana de los otros cínicos. El lector comprende que se halla ante un personaje en el que puede confiar, pues aunque parco, acredita su discreción en su sinceridad, rasgo de carácter que en los siete cínicos está detalladamente negado.

Este «recio mozo» declara en su primera intervención ser abogado y no ejercer la profesión por oposición al régimen capitalista; acto seguido se rebela contra el autoritarismo del Astrólogo. Esto último aparece narrado con elementos que indican una caballerosidad en el personaje que en su reaparición va a conservar179. Ello se destaca contrastivamente con cualquiera de las actitudes con que el narrador caracteriza a los otros cínicos, al Mayor y a Bromberg. Pensemos, por ejemplo, en el episodio en que Ergueta orina sobre un desconocido en la plaza de Flores (LOCOS, p. 131; OBRA, I, p. 150) o en aquel en que Erdosain asusta a una niña de nueve años con un tema obsceno (LOCOS, p. 158; OBRA, I, p. 277). El Abogado, como Luciana, son, en cambio, los seres íntegros; ambos van a conservar una constante coherencia, que se afirmará en su conducta posterior. En Luciana será el sincero amor por Erdosain, el que le ayudará a estar por encima de las convenciones sociales. En el Abogado será su reaparición en Los lanzallamas la que vendrá a forzar a la sinceridad a otro personaje. En este nuevo episodio se completa la descripción del Abogado con nuevos rasgos positivos que apoyan otra vez la identificación del lector: «Bajo su traje raído y muy arrugado se adivinaba un cuerpo recio, sumamente trabajado por la gimnasia» (LLAMAS, p. 241; OBRA, I, p. 364). Es decir, estamos en presencia de un atleta180, que no pretende imponer con su ropa. Estos dos aspectos de la apariencia de un individuo aparecen explícitamente tratados en los personajes que caracteriza el narrador. Dichos elementos pesan, sin embargo, como lastres en los personajes negativos: en el Rufián su elegancia desmesurada traiciona su oficio, en el Buscador de Oro su físico mismo revela incoherencias que desconciertan. En cuanto a Erdosain sabemos que está anémico (LOCOS, p. 72; OBRA, I, p. 189) y que su vestimenta revela descuido181 y no «franciscanismo», como en el caso del abogado. En este ciclo novelístico la descripción del físico de cada uno de los personajes ante los que el narrador toma una distancia, que impide la identificación del lector, establece determinísticamente en la fisonomía la negatividad con que se lo marcará en cada uno de sus actos futuros. Ello es la señal de la antipatía con que los pinta su autor. Veamos, en cambio, qué se dice del Abogado: «Era un guapo joven. Si algo había en él de característico era una desenvoltura ágil, cierto aire de autoridad, como si estuviera acostumbrado al mando» (LLAMAS, p. 241; OBRA, I, p. 364). Esta información se confirma con las que, acto seguido, se nos ofrecen en el transcurso del capítulo y que revelarán que el Abogado ha actuado activamente dentro de la universidad contra el régimen conservador. Su fisonomía se ve apoyada así por toda una filosofía coherente de la vida: se lava su ropa, se prepara su comida, no bebe, no fuma, no quiere que se le diga doctor y no se preocupa por ocultar la pobreza de su indumentaria. Ante semejante estoicismo, las mezquindades de los otros personajes se agigantan; ellas habían sido igualmente preanunciadas en los pequeños mensajes que se le enviaron al lector182. Pero especialmente el Abogado se caracteriza por rechazar la falsedad, el engaño y la mentira, lo que se inicia con este planteo:

20)

«[ABOGADO].-  Deseo saber si usted es un comediante, un cínico o un aventurero.

[ASTRÓLOGO].-  Las tres cosas expresan lo mismo».


(LLAMAS, p. 242; OBRA, I, p. 364)                


Y si bien aquí el Astrólogo consigue evitar la contestación directa con un truco, las palabras siguientes del abogado representan juicios siempre certeros, que son en mi opinión el apoyo que se le brinda al lector para separar la paja del trigo183. Después de haber tratado de confundir a su interlocutor, con cierto éxito, el Astrólogo se pierde al dejar de lado la táctica que consistía en hablar como lo haría la persona con la que se dialoga. El Astrólogo entra así en una visión irracionalmente sangrienta del futuro en que el Abogado comprende realmente las intenciones y la posición del Astrólogo. Su reacción consiste ahora no en exponerle argumentos que no serán escuchados, sino en propinarle un golpe. Primeramente el Abogado da una bofetada a esa encarnación del cinismo político que tiene adelante y, luego, trata de aplicarle un puñetazo, el famoso «cross a la mandíbula», que el mismo Arlt se reserva en su función de escritor184. El Abogado no tiene ahora suerte en la aplicación del castigo, pues el enemigo se defiende y lastima su mano. El Abogado es, con todo, el primer personaje que cuestiona verdaderamente el poder del confundidor de espíritus. Aquí se encuentra a mi juicio un «clímax» de la acción. Y es justamente el lector el que debe sentir el punto culminante de identificación con el único personaje políticamente positivo, que actúa en este episodio activamente contra la mentira.

La importancia de este punto culminante de la acción se revela en la impresión que la bofetada ha tenido sobre él. Arlt ha utilizado aquí un elemento caballeresco heredado del mundo aristocrático a través de Los endemoniados, pero lo ha insertado en un personaje que se caracteriza por su hondo humanismo, dotándolo al mismo tiempo de un profundo sentido político. Ello y la repercusión que al hecho se le adjudica en el ciclo son méritos del propio Arlt.

En un capítulo posterior, titulado «Los anarquistas», el Astrólogo se halla todavía bajo los efectos del suceso, según se desprende de sus intentos de justificarse. La conversación tiene lugar en el camino hacia la casa de los anarquistas, en el barrio marcadamente proletario de Dock Sud, entre el Astrólogo y Erdosain. El Astrólogo empieza hablando del Rufián -que ha muerto en su ley, es decir en un enfrentamiento con otros rufianes- y es aquí cuando justamente el lector nota que Erdosain no sólo ya no se entusiasma por las palabras del Astrólogo, sino que ellas despiertan en él un asomo de burla185. Erdosain va recorriendo un proceso desde su primitiva admiración ante el cinismo de su interlocutor. A continuación la locuacidad del Astrólogo se canaliza en un punto sobre el que todavía siente escozor. Así le cuenta a Erdosain lo sucedido con el Abogado, pero agregando que este le ha escupido en la cara. Al mismo tiempo, el Astrólogo se permite interpretar la actitud del Abogado con el argumento de que ella se debió a prejuicios morales burgueses. Ellos habrían hecho explosión en ese individuo de tal manera que -según el Astrólogo- si el Abogado hubiera poseído en ese momento un revólver, habría querido matarlo «como a un perro». El Astrólogo no comprende justamente que individuos como el Abogado no portan armas. Y justamente esta incomprensión del Astrólogo de la psicología del personaje izquierdista es su primer gran error, que anuncia al lector el desmoronamiento de la fuerza carismática del confundidor de voluntades. Así es el Abogado, el único personaje que muestra una coherente dignidad, el llamado a quebrar el carisma que el Astrólogo se ha construido186. A partir de este momento el desenlace se acelera. El Astrólogo ha empezado a fracasar en su cometido. Esto se evidencia en el diálogo de ambos.

La propia posición política del Abogado se vislumbra realmente más en las palabras del Astrólogo, que en las suyas propias: El Astrólogo ha explotado por un momento el antiimperialismo que intuye en el Abogado hablando en contra de EE. UU. -y aquí puede contar con el asentimiento del interlocutor-, pero cuando el Astrólogo pasa a ponderar la guerra y su celeridad (cuando ésta se dedique a atacar los centros de población civil), el Abogado responde entonces que el Astrólogo «divaga en exceso». Ello arroja al conspirador fascista en su verdadera posición, pues éste ahora echa en cara al Abogado su pacifismo. Y es aquí donde vuelve a estar presente el Lugones que lanza diatribas contra la política de pacifismo que entre 1925 y 1930 perseguía la Unión Soviética187.

El Abogado expresa, por otra parte, en su relativa incapacidad para oponerse al Astrólogo con argumentos, el estado general de la política en la Argentina cuando el golpe del Gral. Uriburu. La crisis paralizaría no sólo a los radicales, a los que se les achacan todos los desastres económicos, sino también a las izquierdas. No hay entonces ninguna fuerza política que pueda frenar los proyectos de restauración hegemónicamente oligárquica.




El episodio en la casa de Dock Sud como cambio del eje de la acción y como expresión de las simpatías del autor

Tampoco el movimiento anarquista puede sentirse solidario con el socialismo en 1930. Por ello es interesante ver qué participación da Arlt a los falsificadores de dinero en su ciclo novelístico. El Abogado, por su parte, sin saber la conexión del Astrólogo con tal grupo, pone semejante actividad entre la lista de acciones que su espíritu democrático siente como condenables.

La visión que del anarquismo nos da Arlt en 1930 difiere, sin embargo, de aquella que surgía en el modelo ruso. En Los lanzallamas, la diferencia entre el mundo deshumanizado y fascistoide del Astrólogo se opone al que se puede entrever en la casa de Dock Sud, donde se ha dejado atrás el irracionalismo sostenido por Nechaief. Los anarquistas de Arlt consideran su misión combatir la sociedad burguesa falsificando dinero y, por ello, están en conexión con el Astrólogo, que puede ponerlo en circulación. Estos obreros, sin embargo, no comparten las ideas del confundidor de voluntades. El episodio es, por ello, muy sugerente, porque combate en sí la imagen burguesa del anarquismo. Estos falsificadores de dinero dan señales de un respeto humanista por la persona del que el Astrólogo carece. Entre el fascismo de este personaje y el humanismo de los obreros retratados surge la simpatía del narrador por los últimos. Tanto en ellos como en el Abogado cifra el narrador -y Arlt- sus esperanzas. Veamos, pues, un fragmento del episodio:

21)

«Erdosain se sintió molesto por la persistencia de las miradas, y el Astrólogo dijo*:

-Este es uno de los 'nuestros', que recién empieza... Erdosain...

Los dos hombres le estrecharon la mano, y la mujer con el chiquillo arrimó una silla de estera de paja. El hombre flaco entró al cuarto, saliendo con otra silla, y los cuatro hombres formaron círculo en tomo de la mesa.

-¿Quieren que cebe mate? -dijo la mujer.

El hombre de la barbilla reluciente y ojos verdosos miró cariñosamente a la mujer y dijo:

-Bueno, pero dame el nene.

Lo sentó en su falda, y ella se dirigió a la cocina. El hombre flaco sacó del bolsillo un paquete de billetes y dijo:

-Sírvanse, están contados. Son diez mil pesos justos.

El Astrólogo, sin contarlos, se los pasó a Erdosain y dijo:

-Guárdelos -y dirigiéndose al hombre flaco le preguntó: -¿Han impreso los volantes?

El hombre rubio, que mecía a la criatura en sus brazos, contestó:

-Ya se mandaron.

El Astrólogo continuó:

-Hay que preparar más. He recibido esta carta de Asunción.

-¿De Paraguay?

-Sí.

El hombre del traje de mecánico leyó la carta, luego la entregó a su socio; este se inclinó sobre la mesa, la leyó atentamente y, devolviéndola al Astrólogo, dijo:

-Era de esperar. ¿Y usted continúa con su idea?...

-Sí.

-Es absurda...

-Más absurdo es falsificar dinero...

(*) Nota del comentador: Refiriéndose Erdosain más tarde a esta visita, cuyo objeto no comprendió en los primeros momentos, me manifestó que pensando luego en el hombre de los ojos verdosos se le ocurrió que podía ser el anarquista Di Giovanni, mas prudentemente se abstuvo de hacerle ninguna pregunta al Astrólogo».


(LLAMAS, pp. 293-4; OBRA, I, pp. 419-20)                


Cuando se llega a este episodio de la enigmática visita en Dock Sud -que aparentemente concierne a la conspiración-, se ha visto que los planes de la sociedad secreta se han ido poniendo bajo una luz de irresolución: las asambleas han cesado por completo; el Rufián, uno de los miembros que contribuía a la creación de plusvalía para expandirlos, ha sido asesinado; el Mayor, nexo con los militares, ha permanecido ausente; Hipólita y luego su marido han venido a la quinta de Temperley y se hallan con respecto a la conspiración en una relación muy laxa; y por último, el Abogado, un individuo iniciado en el secreto, ha cuestionado y pegado al Astrólogo y, por lo tanto, puede denunciar la conjura. Estos elementos desestabilizadores para los planes conspirativos van a pasar, con todo, ahora al subconsciente del lector, pues va a ser distraído con el episodio acerca de los anarquistas. Ellos van a ir creando, sin embargo, un malestar que va a resolverse al final. El objeto de esta visita, que el propio Erdosain tampoco comprende al principio, pasa a entenderse mucho más tarde, cuando el Astrólogo entrega dinero a Barsut diciéndole que ha quedado libre para decidir si va a colaborar con él o marcharse. Aunque las cifras que se mencionan en este momento (dieciocho mil pesos en billetes pequeños) son diferentes de aquellas que han surgido en la conversación con los falsificadores (diez mil pesos en un único fajo), estamos aquí ante una relación causal que no es difícil establecer: el Astrólogo le está jugando una mala pasada a Barsut al entregarle un dinero falso que se ha procurado -tal vez en distintas oportunidades- en Dock Sud. El relativamente desprevenido Barsut sospecha una posible maniobra de engaño y revisa todos los paquetes para ver si hay dinero, pero no piensa en que éste pueda ser falso. El lector, en cambio, conoce otros antecedentes. Los acontecimientos que se precipitan al final del ciclo muestran que el astrólogo no sólo ha mentido a Barsut, sino que lo ha hecho también con los anarquistas, pues no «continúa con su idea». El Astrólogo ha maquinado un cambio de meta desde hace cierto tiempo. ¿Han sido los sucesos desestabilizadores de la sociedad secreta el motivo del cambio, si es que realmente ha habido tal cambio? En realidad, la personalidad del Astrólogo induce a creer que la invención de la sociedad secreta era en primer lugar para los propios miembros una quimera organizada por su creador para probarse a sí mismo. El lector, con todo, tiene derecho a pensar que el cambio pudo advenir con el cuestionamiento del poder del Astrólogo para confundir (que se ha expresado en la bofetada del Abogado). Lo cierto es que el Astrólogo durante la conversación en Dock Sud se muestra nuevamente autoritario y taimado con Erdosain (a quien le ordena guardar el peligroso dinero falso) y que miente a todos los presentes. Las actitudes engañosas del pequeño-burgués contrastan con la sinceridad de la conducta de estos proletarios -que aquí tiene realmente por primera vez la palabra en el ciclo. El carácter de estos anarquistas aparece retratado en la ingenuidad con que aconsejan a Erdosain hacerse anarquista, pero especialmente en actitudes humanizadas -que trasuntan una filosofía de la vida similar a la del abogado: los anarquistas están pendientes de la otras personas y dispuestos a escucharlas, pueden mostrarse cariñosos hacia los niños y mujeres y tratar a estas últimas en un plano de igualdad188 y no se imponen a los demás con órdenes. Y en este sentido es el conocimiento de las «Aguafuertes» escritas por Arlt en ocasión de la ejecución de Di Giovanni en 1931 lo que nos ayuda a corroborar la impresión de que aquí se trata de rasgos positivos que el autor imprime a estos personajes para contrastarlos con aquellos de los burgueses. En el «Aguafuerte» titulada «Habla el reo», Arlt destaca que el anarquista italiano expresa en sus últimos momentos su deseo de pedirle perdón al teniente defensor, pero que su pedido es negado terminantemente con un «-No puede hablar. Llévenlo» (OBRA, II, p. 262). La descripción de la situación continúa con estas palabras: «El condenado camina como un pato. Los pies aherrojados con una barra de hierro a las esposas que amarran las manos. Atraviesa la franja de adoquinado rústico. Algunos espectadores se ríen. ¿Zonzera? ¿Nerviosidad? ¡Quién sabe! / El reo se sienta reposadamente en el banquillo. Apoya la espalda y saca pecho. Mira arriba. Luego se inclina y parece, con las manos abandonadas entre las rodillas abiertas, un hombre que cuida el fuego mientras se calienta el agua para tomar mate. / Permanece así cuatro segundos. Un suboficial le cruza una soga al pecho, para que cuando los proyectiles lo maten no ruede por tierra. Di Giovanni gira la cabeza de derecha a izquierda y se deja amarrar». En el «Aguafuerte» siguiente (que se titula «Muerto») Arlt no pasa a analizar teóricamente el significado del anarquismo -para lo que seguramente hubiera necesitado una rigurosidad e instrumentario del que carecía-, sino que observa en lo sucedido el contraste con las costumbres de la sociedad burguesa en la que está irremediablemente metido. Así si no se atreve a señalar abiertamente como camino posible esta corriente revolucionaria, ve en ella, en cambio, una pureza de intenciones y de conducta, que al mundo de los individuos bien establecidos falta. Para comprender mi aseveración es necesario leer el final de la última «Aguafuerte» mencionada, que dice así: «Las balas han escrito la última palabra en el cuerpo del reo. El rostro permanece sereno. Pálido. Los ojos entreabiertos. Un herrero martillea a los pies del cadáver. Quita los remaches del grillete y de la barra de hierro. Un médico lo observa. Certifica que el condenado ha muerto. Un señor, que ha venido de frac y con zapatos de baile, se retira con la galera en la coronilla. Parece que saliera del cabaret. Otro dice una mala palabra. / Veo cuatro muchachos pálidos como muertos y desfigurados que se muerden los labios; son: Gauna, de La Razón, Álvarez, de Última hora, Enrique González Tuñón, de Crítica y Gómez, de El Mundo. Yo estoy como borracho. Pienso en los que se reían. Pienso que a la entrada de la penitenciaría debería ponerse un cartel que rezara: / Está prohibido reírse. / -Está prohibido concurrir con zapatos de baile» (OBRA, II, pp. 262-3). La simpatía por Di Giovanni ha encontrado también expresión en párrafos anteriores en la descripción de su físico; él parecía monumentalmente engrandecido en la pintura de Arlt, que subraya en el anarquista una briosa tensión sobrehumana en la espera de la muerte. La descripción había sido entrecortada por la lectura de la sentencia, cuyo texto aparece como retazos de una jerigonza jurídica, que Arlt ha llevado al absurdo desgarrándola sintácticamente para transmitir un mundo desatinado, el de los jueces burgueses que condenan a Di Giovanni y que se presentarán a la ejecución como a una fiesta189. En mi opinión, pues, los anarquistas de Los lanzallamas están hechos de la misma pasta que el modelo histórico. Arlt vuelve a ver en el episodio el contraste con el mundo de los valores establecidos. Solo que en el ciclo novelístico los representantes burgueses, el Astrólogo y Erdosain, no llevan ya los mismos atributos -los zapatos de baile-, sino que están pertrechados con una falta total de sinceridad, que será el atributo fascista.








Arriba4. La obra en inüterrelación con condicionamientos psicosociales


Consecuencias de la confusión sembrada por el Astrólogo

Con la defección del Abogado de la reunión de los seis «jefes» de la sociedad secreta y la bofetada que este personaje viene a infligirle al Astrólogo en Los lanzallamas se pone en cuestión el funcionamiento de un mecanismo de atracción de individuos a la esfera de la influencia de la figura autoritaria. Sin embargo, en esta segunda parte del ciclo llegan a la casona de Temperley nuevos personajes: Hipólita y con ella su marido, el loco místico Ergueta190. Además en los diálogos del Astrólogo con el secuestrado Barsut se tiende a integrarlo a éste con el grupo central. El número siete (siete personajes cínicos y simuladores, y no simplemente conspiradores) gana así ahora su verdadero sentido. ¿Cuál es el carácter de estos seis personajes que rodean al Astrólogo?

Entre el Buscador de Oro, que representa al fascista convencido, y Erdosain, imitador vacilante, encontramos a los cuatro miembros intermedios que viven relativamente adaptados al orden yrigoyenista (Ergueta y Barsut, por una parte, y, en situación menos clara, Haffner e Hipólita, por la otra) y quienes, a lo sumo, cuestionan el sistema de palabra. Estos seres intermedios se ponen en contacto con el Astrólogo por circunstancias azarosas; en el fondo, ellos se mantienen a la expectativa y no llegan a conspirar realmente.

La figura del Buscador de Oro, en cambio, muestra al fascista de la mejor escuela, capaz de sustituir al mismo Astrólogo en su papel de confundidor:

22)

  «-En eso estriba lo grande de la teoría del Astrólogo: los hombres se sacuden sólo con mentiras. Él le da a lo falso la consistencia de lo cierto; gentes que no hubieran caminado jamás para alcanzar nada, tipos deshechos por todas las desilusiones, resucitan en la verdad de sus mentiras. ¿Quiere usted, acaso, algo más grande? Fíjese que en la realidad ocurre lo mismo y nadie lo condena. Sí, todas las cosas son apariencias... dese cuenta... no hay hombre que no admita las pequeñas y estúpidas mentiras que rigen el funcionamiento de nuestra sociedad».


(LOCOS, p. 114; OBRA, I, p. 232)                


El Buscador de Oro hace así un culto del coraje y de la mentira, admira a Mussolini y cita también a Nietzsche. Su poder de convicción es tan fuerte que Erdosain, que ha caído en la trampa de belleza de sus relatos falsos sobre aventuras patagónicas, le profesa simpatía, aun después de enterarse de que todo ha sido fraguado. No sabemos cómo este personaje ha entrado en el radio de acción del Astrólogo y si ha sido integrado en el grupo con los mismos métodos con que ha entrado el resto. En este sentido, pues, cae el Buscador de Oro fuera del círculo de personajes ante los que el confundidor hace sentir su poder.

Barsut y Ergueta no llegan motu proprio a la quinta de Temperley, y, aunque prestan oídos a los argumentos del Astrólogo, no están dispuestos a seguirlo. Barsut deja Temperley una vez recuperado su dinero. Ergueta vive ya en regiones místicas apocalípticas, que representan un camino para escaparse al dilema que la figura del Astrólogo le plantea. Ambos, Barsut y Ergueta, llegan casi al final del ciclo a un diálogo a solas -que Arlt permite, tarde o temprano, a casi todos sus personajes en grupos de diferentes interlocutores- y en esta conversación vienen a hablar también del Astrólogo, personaje que inquieta a todos. Ergueta lo cree a medias en el camino de la Verdad. Barsut, por su parte, prefiere sus propias ensoñaciones de astro cinematográfico a las ideas irracionales del Astrólogo con las que éste pretende despertar dentro de él un superhombre, que todos llevaríamos en nuestro interior191. Con todo, Barsut es embaucado en cierta medida por el Astrólogo, quien lo fuerza a matar a Bromberg -una especie de autómata bajo su poder. Barsut mata a Bromberg en defensa propia y con ese acto se libera y abandona Temperley. En realidad, en este episodio se revela el maquiavelismo del Astrólogo, quien ha querido sacarse tanto a Barsut como a Bromberg de encima, para iniciar una nueva etapa de sus planes: tomarse un verdadero estafador. Barsut, por su parte, triunfa después como actor y realiza así su deseo de hacer de la simulación su modo de vida, bajo el cual será aceptado por la sociedad. Su labor en la próxima película en que ha sido contratado será vivir nuevamente su personaje, esta vez como héroe en los sucesos del film sobre la conspiración de Temperley. Y en esto habrá sacado partido del conocimiento del Astrólogo. En la mesa de café quedan sus opiniones sobre la necesidad de la revolución social.

Más problemática es, en cambio, la influencia del Astrólogo sobre Haffner, Hipólita y el mismo Erdosain.




Haffner, el fascista por resentimiento

Arturo Haffner, llamado «el Rufián Melancólico»192 fue en su juventud profesor de matemáticas y se ha tornado rufián por acomodamiento a los tiempos. A través de él Arlt simboliza la explotación, el parasitismo de unos sectores de la sociedad sobre los otros193. Haffner aúna ante las prostitutas a las que explota al empresario capitalista194 y al ideólogo fascista; para él no existe la compasión por esos seres que adjetiva inferiores, pues así entran en su esfera de influencia por un magnetismo del que no se pueden escapar que corre paralelo al proceso que caracteriza al conductor fascista con sus seguidores.

¿Cuál es el transfondo histórico real de esta situación que el Rufián simboliza? Hacia 1929 Buenos Aires es un centro internacional de atracción de prostitutas. En el «Café Parisién» se rematan las mujeres -muchas de ellas embarcadas en Marsella- para los prostíbulos de todo el país195. Esta es la cara oculta de la república radical, cuyas condiciones persistirían y se agravarían con la crisis económica durante la década del 30, hasta la época de cambios socioeconómicos culminantes en el peronismo en 1945. La vida del hampa florecía en vida de Arlt y creaba sus tipos humanos; su folklore más significativo se encuentra en el tango. Esta «fauna» de la gran ciudad está justamente representada en los siete cínicos de Arlt, que el escritor ha aprendido a descubrir durante su trabajo como columnista de Crítica y El Mundo.

El Rufián Melancólico justifica su modus vivendi diciendo que también los hombres son explotados en las fábricas, con lo que establece el paralelismo de ambas situaciones (LOCOS, p. 31; OBRA, I, p. 148). Pero hay otra justificación más detallada en sus palabras. Para él el ambiente de la prostitución cuenta con una jerarquía de valores en la escala de la degradación entre las mismas humilladas. A Haffner le interesa poner de relieve semejante situación para concluir convencidamente que la mujer es inferior intelectualmente; de tal argumentación obtiene el derecho de explotar a aquellas que caen bajo su esfera. Su relato se transforma en realidad en un informe epocal sobre prostitución y rufianía en el Buenos Aires concreto (LOCOS, pp. 27-33; OBRA, I, pp. 144-50), pero visto a través de la falsa lente ideológica que busca justificarse en el marco de las peores injusticias burguesas: la supuesta inferioridad de la mujer y la «libertad» para explotar capitalistamente al individuo196.

Haffner se acerca a la sociedad secreta en tanto individuo que vive en el ocio improductivo. Sus verdaderas razones para escuchar -con desinterés- el discurso confundidor del Astrólogo quedan ocultas para el lector. Su muerte en los Lanzallamas («La agonía del Rufián Melancólico») a manos de otros rufianes y negándose a dar el nombre de sus agresores a la policía revela un desprecio similar por la policía que expresa el fascista Buscador de Oro197. Tal vez sea esta sed de venganza ante la humillación que le impone la sociedad burguesa la que lo haya llevado a Temperley, aunque insista repetidamente en que se encuentra fuera de la conspiración y en que el Astrólogo no le merece confianza:

23)

«[ERDOSAIN].-  Pero, usted, en su interior, ¿qué piensa el Astrólogo?

[HAFFNER].-  Que es un maniático que puede tener o no éxito.

[ERDOSAIN].-  Pero sus ideas...

[HAFFNER].-  Algunas son embrolladas, otras claras, y francamente, yo no sé hasta dónde quiere apuntar este hombre. Unas veces usted cree estar oyendo a un reaccionario, otras a un rojo, y, a decir verdad, me parece que ni él mismo sabe lo que quiere.

[ERDOSAIN].-  ¿Y si tuviera éxito?

[HAFFNER].-  Entonces ni Dios sabe lo que puede ocurrir».


(LOCOS, pp. 30-31; OBRA, I, pp. 147-8)                


El Astrólogo no consigue, en verdad, enredar completamente al Rufián. Este muere dentro de su código y no como conspirador.




Hipólita, la fascista por cálculo

Hipólita llamada por su marido «La Coja» -aunque ella no cojee- o «La Ramera», como alusión bíblica (LOCOS, p. 130; OBRA, I, p. 250), ha recorrido diversos oficios para vivir, desde el de sirvienta hasta el de prostituta. Su decisión de dominio la lleva a tratar de desembarazarse del «Principio del placer» y a utilizar su sexo como arma contra los hombres, a los que imita en su aprendizaje del rol cínico y autoritario. Siguiendo cierto determinismo fisionómico el autor no sólo le da a su personaje cabellos rojos -que se asocian con personalidades fuera de lo común-, sino que le atribuye también algunos rasgos masculinos: Hipólita tiene pechos pequeños, sueña con ser un muchachito aventurero y porta un revólver -como los otros cínicos-, cuando llega a Temperley por primera vez. Su diálogo con el Astrólogo es entonces un esgrima verbal en que ambos interlocutores tratan de desarmarse mutuamente. El Astrólogo la vence. Hipólita, que no tiene convicciones políticas expresas, decide al fin de su periplo darle sentido a su vida tornándose la compañera de un hombre castrado al que cree genial. El Astrólogo la convence para que se ponga a su lado de la siguiente manera:

24)

«[HIPÓLITA].-  ¡Qué admirable es usted!... Dígame... ¿Usted cree en la Astrología?

[ASTRÓLOGO].-  No, son mentiras. ¡Ah! Fíjese que mientras conversaba con usted se me ocurrió este proyecto: ofrecerle cinco mil pesos por su silencio, hacerle firmar un recibo en el cual usted, Hipólita, reconocía haber recibido esa suma para no denunciar mi crimen, presentarle luego a Barsut, con ese documento inofensivo para mí, pero peligrosísimo para usted, ya que con él yo podía hacerla a usted encarcelar, convertirla en mi esclava; mas usted me ha dado la sensación de que es mi amiga... dígame, ¿quiere ayudarme?

Ella caminaba mirando el pasto, levantó la cabeza:

-¿Y usted creerá en mí?

-En los únicos que creo es en los que no tienen qué perder».


(LLAMAS, p. 201; OBRA, I, p. 322)                


Hipólita acepta la respuesta tan difusa como explicación, pues siente que si interlocutor la lleva a su meta: ella quiere trascender su condición femenina -que considera un «handicap»-, extirpando su sexualidad. «La Coja», cuyo nombre puede entenderse, en mi opinión, como una cojera espiritual con que el autor la ha marcado negativamente de antemano a los ojos de los lectores, no se realiza como persona, en tanto sigue haciendo depender su suerte de la unión, más o menos subordinante, con un varón que la conduce, en este caso, por el camino de la estafa y de la fuga. Ella ha aceptado la argumentación del Astrólogo pasivamente, aunque en las palabras de él han sonado los términos fatales de «convertirla a usted en mi esclava», que tal vez en algún momento podrían tornarse realidad. Su falta de realización como mujer la lleva a tener una posición ante su femineidad que en nada difiere de la misoginia de los otros personajes masculinos198, con los que viene a integrar el grupo de los más negativamente descritos por el narrador. Hipólita se considera a sí misma una mujer sensata, pues pudo elegir el camino de la prostitución como otras mujeres eligen un hombre para casarse. Y en este sentido se define su personalidad a través de la exageración caricaturesca: su desprecio pequeño-burgués por la condición servil199 la lleva a considerarla más denigrante que la prostitución, a la que según ella se llegaría por astucia200. La Coja es la más egoísta de las tres mujeres que se acercan a Erdosain y, en este sentido el punto extremo que se inicia en Luciana y pasa por Elsa. Hipólita es, por ello, la única que alcanza la quinta de Temperley para reunirse, al mismo nivel de los otros personajes masculinos, con el más cínico de los «siete locos». La contradicción en que se halla Hipólita, no le va en zaga a aquella de Erdosain; ella ansia una vida burguesa cómoda -y por eso se ha casado con el farmacéutico de provincia Ergueta-, pero al mismo tiempo busca la aventura en compañía de un «hombre superior», como demuestra el hecho de que quiera vender la farmacia para seguir al Astrólogo, en su anhelo de encontrar a aquel que tenga «empuje para convertirse en un tirano o conquistador de tierras nuevas» (LOCOS, p. 151; OBRA, I, p. 270). Su afinidad con el Astrólogo, en quien no le interesa su presunta Verdad política, radica en que admira en él su capacidad de dominio y su utilización del engaño para dominar. Y en este sentido es también digna compañera del fundador de la sociedad secreta. Ante Erdosain ha fingido Hipólita una conmiseración que no siente y, al mismo tiempo, ha planeado buscar al Astrólogo para extorsionarlo, aunque inconscientemente se ha acercado a él intentando descubrir al hombre superior que ha venido buscando siempre como la menos emancipada de las mujeres201. La prostitución se ha revelado así en el caso de este personaje como el singular camino para ingresar a la vida burguesa. Esta estabilidad matrimonial se ha quebrado con demasiada facilidad cuando Ergueta empieza a dedicarse al juego y a las cábalas místicas. Hipólita es incapaz entonces de resolver el problema por sí misma. Primeramente busca a Erdosain, pero al comprender que está ante un ser débil que no podrá imponerse con autoridad en la vida, se lanza a la búsqueda de otro hombre más fuerte. El Astrólogo le ofrece quizás una vía política al pedirle que lo ayude. Pero esto no es más que una interpretación que en el momento del diálogo se le sugiere al lector, pues no sabemos realmente si el Astrólogo la ha iniciado en el secreto de sus últimos designios: fugarse con el dinero verdadero de Barsut. Lo cierto es que Hipólita no retrocede ante el giro que toman los acontecimientos, aunque ellos puedan desembocar en la cárcel por acusación de complicidad en la estafa. Hipólita está nuevamente dispuesta a acompañar en todo a su «hombre superior».




Erdosain, el fascista vacilante

Erdosain recorre en las dos novelas del ciclo un camino vacilante que culmina frente a Barsut encadenado en la caballeriza (en el contexto de una actividad presuntamente «política»). Desde ese momento su itinerario va descendiendo hacia una desintegración física y psíquica que lo lleva casi necesariamente al crimen -de contenido personal- y al suicidio. El enfrentamiento con Barsut es un punto culminante, en tanto representa el momento máximo de imitación por parte de Erdosain de una actitud autoritaria. Ella aparece con el atributo alegórico de un látigo202 que hace restallar frente a su primo para humillarlo y vengarse así de humillaciones que le han sido infligidas por Barsut y por otros individuos. Sin embargo, Erdosain interrumpe el gesto sádico que se había propuesto como principio vital y arroja el látigo lejos de sí:

25)

«Erdosain se apoyó en la pilastra que soportaba el techo, mareado del olor a pasto seco, y con los ojos entrecerrados distinguió a Barsut, [...] giró la cabeza y distinguió un látigo colgado en la pared. Erdosain se sobresaltó. Tenía el mango largo y la lonja corta, y Barsut que ahora seguía su mirada, frunció el labio despectivamente. Erdosain miró sucesivamente al hombre y al látigo y sonrió nuevamente. Se dirigió hacia el rincón y descolgó la fusta. Ahora Barsut se había puesto de pie y con los ojos terriblemente fijos en Erdosain, echaba el cuerpo afuera del box. Las venas del cuello se le dilataron extraordinariamente. Iba a hablar, pero el orgullo le impedía pronunciar una sola palabra. Sonó un chasquido seco. Erdosain había descargado un rebencazo en la madera para probar la flexibilidad del cuero, luego se encogió de hombros y la oblicua solar que cortaba las tinieblas fue atravesada por una raya negra, y el látigo cayó entre el pasto».


(LOCOS, p. 90; OBRA, I, pp. 208-9)                


Pocas páginas antes de este episodio titulado por el narrador «El látigo», en la escena del secuestro de Barsut (LOCOS, p. 80; OBRA, I, p. 198), Erdosain había imaginado cómo gozaría amenazando a su primo con un revólver; también había propuesto torturarlo en el caso de que se negara a entregar su dinero (LOCOS, p. 57, OBRA, I, p. 175), idea que el Astrólogo hace suya para asustar a Erdosain con sus propias palabras (LOCOS, p. 87; OBRA, I, p. 205). Sin embargo, llegado el momento de actuar dominantemente, humillando no sólo a las mujeres, sino también a los otros hombres, según las pautas que la sociedad represiva le ha inculcado a través de la dominación paterna en su infancia203, Erdosain retrocede desconcertado ante sus propios gestos, y. desde ese momento, se hunde en un dilema que se le presenta insoluble: no pudiendo pasar a la acción sádica como instrumento al servicio de la «política» del Astrólogo, tampoco sabe cómo salir de la influencia del conspirador, por cuyos proyectos ya no se entusiasma. La angustia, que le sobreviene nuevamente, cambia ahora de significado. Mientras que al principio de su historia como personaje ella había tenido sus raíces en la miseria económica y en sus sentimientos de fracaso como miembro de una sociedad competitiva (LOCOS, p. 5; OBRA, I, p. 121: «la zona de la angustia»), pasa nuevamente a relacionarse con la angustia infantil de aquel niño que -en los pasajes retrospectivos- se nos presenta siempre humillado por el padre o por su maestro. Ella está, por lo tanto, anclada en las raíces de una personalidad estructurada conflictivamente, que como adulto lo hará sentir detrás de «la cortina de la angustia» (LLAMAS, p. 220; OBRA, I, p. 341); ahora esta cortina que lo separa de los demás no podrá ser desgarrada ni siquiera con la magia de los sueños de dinero, en los que Erdosain en adelante no podrá cifrar su felicidad (LLAMAS, p. 303; OBRA, I, p. 429). El protagonista siente que «la terrible civilización lo había metido dentro de un chaleco de fuerza del que no se podía escapar» (LOCOS, p. 81; OBRA, I, p. 198); busca una explicación204 y, a la vez, pretende encontrar un alto sentido a su existencia, pero no lo logra. La propuesta nietzscheana de asumir el rol de Dios sólo puede contentarlo en ensoñaciones en las que pretende absorber las enseñanzas del Astrólogo:

26)

  «Los dioses existen. Viven escondidos bajo la envoltura de ciertos hombres que se acuerdan de la vida en el planeta cuando la tierra aún era niña. Él encierra también a un dios. ¿Es posible? Se toca la nariz, adolorida por las trompadas que recibió de Barsut, y la fuerza implacable insiste en esa afirmación: él lleva un dios escondido bajo su piel doliente».


(LOCOS, p. 66; OBRA, I, p. 183)                


27)

  «Una aristocracia de cínicos, bandoleros sobresaturados de civilización y escepticismo, se adueñaba del poder, con él a la cabeza. Y como el hombre para ser feliz necesita apoyar sus esperanzas en una mentira metafísica, ellos robustecerían al clero, instaurarían una inquisición para cercenar toda herejía que socavara los cimientos del dogma o la unidad de la felicidad humana, y el hombre restituido al primitivo estado de sociedad se dedicaría como en tiempos de los faraones a las tareas agrícolas. La mentira metafísica devolvería al hombre la dicha que el conocimiento le había secado en brote dentro del corazón.


(LOCOS, p. 180; OBRA, I, p. 299)                


Estos fragmentos citados, que se desarrollan en la mente de Erdosain como monólogo interior, están documentando el efecto que la pertenencia a la sociedad secreta hace sobre él. En su enorme complejo de inferioridad se basa el sadismo, que expresa en las siguientes ensoñaciones. Ellas tienden un puente con las actitudes de las personalidades fascistas de la realidad:

28)

«Se imaginaba nuevamente un desmesurado salón de muros encristalados cuyo centro lo ocupaba una mesa redonda. Sus cuatro secretarios con papeles en las manos y las plumas tras de la oreja se acercaban a consultarle, mientras que en un rincón, con los sombreros en las manos, inclinadas las cabezas canosas, estaban los delegados de los obreros. Y Erdosain volviéndose hacia ellos les decía: 'O mañana vuelven al trabajo o los fusilaremos'. Eso era todo. Hablaba poco y en voz baja, y su brazo estaba fatigado de firmar decretos. Lo mantenía en pie la voracidad de los tiempos que necesitaban el alma de un tigre para adornar los confines de todos los crepúsculos de siniestros fusilamientos».


(LOCOS, p. 86; OBRA, I, p. 204)205                


En este sueño estaría el germen aquel pequeño-burgués mantequero llamado Saverio, que vengaría su humillación proyectándola en los que se hallan en la última escala social, y que saldría de la pluma de Arlt años más tarde. Tanto Erdosain como Saverio serán las víctimas pequeño-burguesas del sistema que ayudan a erigir.

Las ensoñaciones de Erdosain se repiten, pero cada vez más a menudo el protagonista es vuelto a la realidad de la manera más cruda y abrupta, como por ejemplo cuando un maletero (o «changador») chocando contra él y alejándose sin pedirle perdón le devuelve su pálida figura de hombre-masa (LOCOS, p. 180; OBRA, I, p. 300). Más tarde, ni siquiera este soñar despierto podrá satisfacerlo, pues sus imágenes estarán teñidas de amargura (LLAMAS, p. 225; OBRA, I, p. 347). Menos aun encontrará placer en imaginarse en una situación de actuación sociopolítica.

La actitud de rechazo de utilización del látigo significa en mi opinión, pues, una manifestación de la división de las esferas de su personalidad. Por una parte, existe un Erdosain que se exige a sí mismo un gesto autoritario de imitación: utilizar un látigo que se halla a su alcance para infligir torturas a un individuo en inferioridad de condiciones. Al comienzo del episodio es por ello que Erdosain siente un estremecimiento e inicia el gesto al que se está obligando él mismo (y que Wilhelm Reich interpretaría como venido de imposición de imitación a la figura paterna). De pronto, sin embargo, otra esfera de su personalidad le ordena retroceder. El episodio es así un momento clave, pues, para comprender este desdoblamiento psicopático de su personalidad. Será sólo aparentemente que en adelante Erdosain proferirá frases lapidarias para seguir imponiéndose gestos hacia la acción; ellas pertenecerán a una máscara, que el lector aprende a reconocer, en tanto corren paralelas con sus contradicciones interiores y son negadas por otras que revelan que va a escapar al compromiso de actuar suicidándose. Así pasajes como los siguientes:

29)

[ERDOSAIN a los "jefes" en Temperley].-  «A nosotros sólo pueden interesarnos los militares plegándose a un movimiento rojo»,


(LOCOS, p. 107; OBRA, I, p. 421),                


se hallan en crasa contradicción con sus ensueños de fusilamientos de obreros y con la idea de un crimen que empieza a abrirse paso en su mente y que se halla sugerentemente conectado con un desequilibrio sexual de su personalidad. Pues si bien el primer atisbo de desenlace trágico se da en conexión nuevamente con el comunismo, esta relación se desfigura por el lugar en que se guarda el arma:

30)

«... de pronto se dice:

-Es necesario que aprenda a tirar. Algo va a suceder.

Revisa el revólver, estira el brazo en la claridad como si apuntara a un invisible enemigo. Luego guarda el revólver bajo la almohada [...] y se dice:

-Es necesario ayudarlo al Astrólogo. Pero que nuestro movimiento sea rojo».


(LLAMAS, p. 222; OBRA, I, p. 344)                


Erdosain, como muchos otros fascistas, se halla en una gran inseguridad y confunde, en su oposición a la sociedad burguesa, los planos: es empujado al crimen y al suicidio como por un mandato irracional de fuerzas ocultas que lo obsesionan; recuerda un suceso casual que ha presenciado como testigo y que se va agigantando en su imaginación febril hasta llevarlo a repetirlo como bajo los efectos de un magnetismo206. Erdosain entrega los proyectos para la fabricación de gases asfixiantes al Astrólogo y, luego, abandona toda otra acción «política», para sustituirla por una acción personal: toma el arma de debajo de la almohada y mata a su amante, cuando ésta lo requiere sexualmente, y más tarde con ese mismo revólver se suicida en un tren.


Erdosain y la angustia

El concepto de la angustia está profundamente afincado en el ciclo de Arlt, como reflejo de un momento histórico preciso; dicho concepto había sido definido entonces como una sensación básica y decisiva para la época. Pero a diferencia de las interpretaciones psicoanalíticas y metafísicas de Freud y Heidegger207, en el novelista argentino este sentimiento sería impensable sin la contrapartida de la «humillación» -y ésta es esencialmente un fenómeno social. Desde este punto de vista, humillación y angustia se condicionan mutuamente y aparecen arraigados en el momento en que al protagonista le toca vivir. Erdosain odia su trabajo y se siente enajenado en él. En su perspectiva de la vida no se le ocurre la posibilidad de buscar siquiera un trabajo placentero, lo que tampoco entra en el campo de posibilidades de los estudios que Freud dedica al problema por aquellos años208. Erdosain es así el paradigma de una nación alienada y humillada: la Argentina de aquella época, que había sido llevada a complementar el sistema económico inglés, aunque ello deformara su propia estructura. Argentina es entonces un país basado en la exportación de productos agrarios en el que la mayoría de su población pasa a ocupar en forma creciente el sector terciario209. La mentalidad pequeño-burguesa del funcionario estatal o del empleado bancario se caracteriza por un total desprecio hacia los trabajadores manuales210, pero, al mismo tiempo, este sector se desprecia a sí mismo por verse con los ojos de la clase dominante, la alta burguesía, a la que admira. Erdosain condensa, pues, en su situación como cobrador domiciliario el conflicto, que se evidencia en que vea la contradicción en el hecho de no tener participación en la riqueza que él contribuye a poner en movimiento. Sil solución irracional al dilema pretende ser el desfalco, como venganza contra la infelicidad que el sistema le proporciona211. El escenario de este drama de un pequeñísimo burgués es Buenos Aires, una ciudad que se ha transformado, en tanto subsidiaria de los capitales de Londres o Nueva York, en una insana cabeza de Goliat; su esplendor proviene de ser la réplica de los centros mundiales de decisión económica, pero tiene el resto del país detrás que se ha convertido en una enorme estancia subpoblada y a su servicio. La imposibilidad de movimientos autónomos de este aparente coloso se pone de manifiesto oficialmente en el Tratado con Inglaterra de 1933212. Erdosain vive en ese torbellino de la metrópolis argentina atormentado por el miedo a la proletarización, que es la razón más profunda de su angustia. Este sentimiento va acompañado de la presión que siente por parte de su esposa, quien tiene mayor horror todavía a descender en la escala social; por ello Elsa se esfuerza en alquilar una vivienda, aunque no tengan cómo amueblarla213. Los otros miembros de su propia clase son odiados por Erdosain, en tanto significan el espejo en que se ve reflejada su angustia ante la masificación214. El hondo desprecio por los otros humillados o explotados por la sociedad no se comprendería, si no se entendiera como autodesprecio. Erdosain, como fascista latente, no discute verdaderamente las rígidas estructuras de las jerarquías sociales, pues está atrapado en su vacilación pequeño-burguesa, deseando pasar a formar parte de la burguesía, pero rebelándose verbalmente contra ella. Este personaje es así el paradigma del individuo que haría posible la aparición del fascismo. Su posición de pertenencia a una clase social en peligro y entre dos clases bien definidas lo lleva a las contradicciones. Su gran complejo de inferioridad y su miedo a llegar a ser un desclasado215 le hacen desear el primer puesto en la sociedad (LOCOS, p. 179; OBRA, I, p. 299), para ser la personalidad más admirada. Y así seguirá al conductor pequeño-burgués que recorra el mismo camino, por identificación. Esta propensión a la desmesura (para concitar admiración) y el horror al «desclasamiento» lo llevan a aliarse con la gran burguesía, para transformarse así en su instrumento de protección contra el proletariado (cf. cita 28), asumiendo las pautas de conducta autoritarias i nteriorizadas en su infancia. La pequeño-burguesía será así utilizada y no será capaz de advertir en ello su propia condenación.




Erdosain y la sexualidad conflictiva

El conglomerado de factores -pertenencia a la pequeño-burguesía, complejo de inferioridad y pautas de educación autoritaria- que conduce hacia el fascismo y que se detecta en Erdosain, aparece impelido, al mismo tiempo, por una sexualidad conflictiva, que se ha ido llenando de una energía pronta para ponerse al servicio de las más absurdas iniquidades, contra las cuales Erdosain no puede defenderse racionalmente, en su precipitación hacia el más peligroso de los individualismos216. Sus contradicciones de clase se manifiestan así en su relación con el otro sexo sobre el que se siente superior.

La sexualidad conflictiva es, por cierto, un vínculo que une la producción novelística de Arlt: mientras Silvio Astier (de 1926) representa al héroe adolescente en su etapa de aprendizaje, Estanislao Balder (de 1932), protagonista de la cuarta y última novela de Arlt -El amor brujo-, corporiza el aburrimiento matrimonial del burgués en busca de la aventura sexual con la joven pequeño-burguesa que debe ser virgen. Estos recorridos vitales pueden entenderse como prolongaciones del personaje Erdosain en su vinculación entre sexo y sociedad. El tema es, pues, recurrente en Arlt y figura entre los que más le obseden. Sólo que en el ciclo novelístico central ello está funcionando como un profundo mecanismo hacia la «politización» fascista. Erdosain muestra, sin embargo, que la repetición de pautas que esta politización le exige no le es posible. Desde la escena del látigo en Los siete locos (LOCOS, p. 90; OBRA, I, p. 209) hasta su suicidio al final del ciclo (LLAMAS, p. 390; OBRA, I, p. 520), presenciamos su rechazo de cada camino vital y su desintegración como persona. Esto ocupa el mayor espacio narrativo y es, por ello, el verdadero núcleo temático de la obra: el confusionismo representado por el Astrólogo no ha resultado suficiente para conseguir la adhesión incondicional de «el hombre de Arlt», ya que la pintura de la desmoralización del protagonista es más importante que la de su entusiasmo por el proyecto fascista217. El peso de su sexualidad conflictiva será mayor que la proporción requerida para una actividad fascista218. Erdosain es, por cierto, un fascista en disponibilidad hasta cierto punto, que aparece acosado por las normas sexuales que le ha dictado su clase y de las que no se puede librar: amor y sexo son dos entelequias separadas y sin vinculación. Así le ha enseñado el cine de Hollywood -que es la escuela pequeño-burguesa de la época- y a ello se atiene219. De la mujer que se ama se exige una determinada conducta, pero ello impide el placer sexual, en tanto ella tiene que simular pudor. La alternativa está, pues, en la prostitución; o en algunos casos, en la masturbación, que es considerado el escalón más bajo de la salida conflictiva, y que le crea nuevos sentimientos de culpabilidad. Así Erdosain es el pequeño-burgués atrapado en un círculo vicioso creado por su propia clase. La mujer termina por ser una entidad asexuada como símbolo de la imagen materna a la que se recurre en busca de protección. El gesto se estereotipa: el hombre vencido por la sociedad añora ser niño y llora sobre la falda de la mujer. En el caso de Erdosain, quien va de la incomunicación sexual con su esposa Elsa a la sexualidad animalizada con la Bizca, la figura de la Coja le ofrece un supuesto refugio220. La imagen materna se asocia en ella a una mujer asexuada221. En esta búsqueda se materializa una idea que se persigue sin descanso y que se transformará en obsesión. Erdosain matará a la Bizca reprochándole «su impureza», pero mezclando en ello la venganza de haber sido abandonado por su esposa. El suicidio tendrá lugar, luego, como persecución de la misma entelequia: buscará dispararse un tiro en el tren, en cuyo trayecto ha conocido hace tiempo a una adolescente «pura» llamada María Ester.

La antinomia pequeño-burguesa entre sexualidad y amor está condensada en una esfera complementaria que es la prostitución222, que, además, permite en el ciclo una serie de enfoques. Cada uno de los siete locos ve este problema social desde ángulos diferentes. Haffner, el Rufián Melancólico, ve en la prostitución la posibilidad de competir con el empresario capitalista en la obtención de la plusvalía; Hipólita, por su parte, cree ver en esa institución burguesa una presunta vía hacia la superación de su propia sexualidad; el Astrólogo ve en la prostitución a través de Haffner, a quien admira en su cualidad de sometedor de la voluntad de las mujeres gracias a su arte de rufianía, y quiere asentar su sistema de escalada de la explotación social en base a la acumulación de capital lograda en los prostíbulos223; Ergueta ve en la prostitución la posibilidad de sentirse pecador y salvar, como expiación, a otras almas; Barsut frecuenta los cabarets, poniéndose en contacto con una prostitución más indirecta para que le sirva de marco a una reafirmación personal, como niño mimado en un ambiente frívolo; el Buscador de Oro, en su calidad de aventurero y marginado, incluye a una prostituta en sus relatos fingidos para acordarlos con las expectativas de la búsqueda del vértigo que persigue el pequeño-burgués. Erdosain, por último, considera la prostitución como la manifestación de la sexualidad por antonomasia, pues en su comprensión la sexualidad representa una esfera sucia del ser224. En este personaje, más que en otros, la prostitución -una conflictiva sexualidad- impregna con su presencia amenazante toda su visión del matrimonio, de la familia y de la sociedad. Erdosain siente repugnancia por el oficio de Haffner y rechaza sus consejos de convertirse en rufián. Este rechazo del rol dominador de rufián será un aspecto positivo de su personalidad, en tanto parece el comienzo de la protesta contra el autoritarismo que implica esta actividad. Sin embargo, Erdosain encontrará una válvula de escape a su necesidad de imitar roles autoritarios, avergonzando a las mujeres que encuentra a su paso225. Esto lo llevará más tarde al crimen de la Bizca. El baldón de «impureza» que adjudica a su amante, pesa en el fondo sobre sus propios sentimientos de culpa, de modo que el crimen como castigo es la proyección de un castigo que busca para sí. Erdosain ha vivido condicionado bajo pautas de conducta «machistas», y ellas le obligan a probarse continuamente ante sí mismo una masculinidad, que le cuesta definir. Vagamente entiende bajo esta palabra la represión de los sentimientos y la aceptación de papeles autoritarios; pero en ambos estereotipos el protagonista se debate sin remedio. Así llorará en la falda de Hipólita y, despreciando a las mujeres, buscará la compañía de una sociedad masculina -en un incompleto intento de endurecer su personalidad. En el fondo, la sociedad secreta del Astrólogo le permitirá experimentar el placer de conocer a otros hombres fuertes y evitar la compañía femenina que lo incomoda226. Su subconsciente se verá todo el tiempo perseguido por la imagen viril del capitán Belaúnde y por la de su primo Barsut, con quienes se siente vinculado por un sentimiento sadomasoquista. También la sociedad secreta parecería poder librarlo de estos dos fantasmas que lo acosan. Erdosain, sin embargo, no podrá castigar a Barsut con el látigo. Y su represión sexual se canalizará en el asesinato de una mujer, una amante que le repugna sexualmente. El crimen no será, en mi opinión, un acto gratuito, sino que estará fundado en una sexualidad insatisfecha, determinada por las imposiciones de su clase227.




Erdosain y el sentimiento del fracaso

Erdosain llega al fracaso como condenado de antemano a través de una consigna social. Su vida ha tenido como meta el castigo de otro individuo de su propia clase -bajo los códigos de la pequeña-burguesía que combate la libre sexualidad-, pero este asesinato ha sido un autocastigo. En este sentido, Erdosain es heredero literario de los personajes de la literatura verdaderamente popular de la época yrigoyenista: el sainete grotesco y el tango, donde se representa la situación en que se halla el inmigrante que ha venido a poblar un país semidesierto, inmigrante cuya venida había sido idealizada y cantada en Facundo o Civilización y barbarie (1845), de Domingo F. Sarmiento, reafirmada oficialmente en el «Prefacio» de la Constitución de 1853, llevada a cabo por los «Organizadores de la Nación» en 1880, pero puesta en duda en la Ley de Residencia de 1902228. Hacia 1919 ya era el inmigrante sinónimo de instigación a la huelga, de peligro de pérdida de la identidad nacional y promotor de la anarquía. El inmigrante ha terminado acorralado en una nueva situación, en la que se siente perseguido y angustiado; sus gestos toman la apariencia de un autocastigo. La burguesía tradicional, por su parte, se arrepiente de su liberalismo y pretende retroceder en su apertura hacia los recién llegados. El yrigoyenismo parece querer salir en su defensa. Sus actitudes son, sin embargo, ambiguas, en tanto se siente en un pacto con la burguesía agraria. La misma pequeña-burguesía -en gran parte compuesta por inmigrantes- también vacila, en tanto no se atreve a cuestionar completamente el poder de quienes han hecho posible su llegada al país. Este dilema se reencuentra en Erdosain, quien en su propia miseria económica descubre el incumplimiento de las promesas de un régimen -el radicalismo- que debería representarlo. Angustia, pesimismo y descontento se abren paso en sectores que no encuentran respaldo social. Ellos comienzan a justificarse en la creación de un mito del fracaso229. Hacia 1916 -año de la asunción del mando por Yrigoyen- el tango, nacido sin letra en el siglo anterior, se crea sus propios textos que formulan desde entonces el pesimismo de pequeño-burgueses e inmigrantes230. También en 1916 el escritor Armando Discépolo estrena su sainete sobre un inventor fracasado titulado «El movimiento continuo», cargando un género hasta entonces divertido con una temática dolorosa. Tangos y sainetes grotescos tienen el mérito de estar inevitablemente anclados en la realidad de su época231. En ellos se representa la tremenda oscilación del pequeño-burgués que no encuentra respuesta a sus inquietudes y lucha entre rebeldía y adaptación. El resultado es un hondo pesimismo que puede arrojar en el suicidio.

Erdosain, por su parte, busca un conductor que reproduzca su propia imagen y le devuelva la confianza perdida; se entrega a él aunque ve que será utilizado para una escalada del sistema de injusticia sobre la clase inferior, a la que ahora ayudará a expoliar mediante el despotismo. Su resentimiento de pequeño-burgués contra la clase superior, de la que, sin embargo, acepta y propaga su ideología, se desfoga en una agresión contra los más débiles (mujeres, minorías raciales o seres marginados). Erdosain ve la antinomia entre fuertes y débiles, entre triunfadores y humillados, pero no sabe salir de ella. Él y los cínicos que lo rodean pretenden intentar varios caminos para escalar posiciones, pero la mayoría fracasa. Erdosain fracasa como fracasan muchos miembros de su clase en la Argentina de ese momento. El Dorado que se les ha prometido a los inmigrantes se desmorona como un castillo de naipes, dejando una inmensa desilusión. Este desfasaje entre la ilusión y la realidad llevará a Erdosain y a sus iguales a una situación insostenible. Para muchos quedará la resignación que encuentra su expresión en creer en un fracaso escrito en su destino.




Erdosain y el suicidio

También Erdosain ha sido convencido por los otros de que es un inútil232. Sin embargo, necesita probarse a sí mismo, en la primera parte de la obra, que puede habilitarse (cf. LOCOS, p. 80; OBRA, I, p. 198) y piensa lograrlo a través del mal: vengarse de su primo, torturándolo, o desarrollar la fabricación del gas mortífero. Al mismo tiempo Erdosain goza con los sentimientos de culpa que arrastra desde la infancia. Ellos aparecen constantemente reiterados en las ensoñaciones en las que se presenta a sí mismo sometiéndose a nuevas humillaciones. Su búsqueda a veces sádica, a veces masoquista, se interrelaciona con una necesidad de escalación del placer, que una actividad erótica normal no le permite. La justificación ideológica para el mal la encuentra Erdosain en las palabras claves de su época233, que le han llegado a través de las enseñanzas del Astrólogo. Pero, el fascista vacilante no puede apropiarse de las palabras de su maestro. Y en este sentido, es Erdosain el personaje que recorre un camino descendente, que lleva a la autodestrucción, y no un personaje estático, como lo define Masotta. En mi opinión, ello está explicitado en la obra en su personalidad neurótica, que le impedirá una participación política «normal», aun como fascista dentro de una sociedad secreta.

En oposición a la «fascización» que realiza otro personaje literario de la época, Gilíes Gambier, la acción de Erdosain muestra una ineptitud para aceptar e integrar los roles, que su clase y educación le imponen. Así en la novela de Drieu La Rochelle de 1939, el protagonista termina reconociendo -después de un largo proceso- que no existe mejor actividad posible para él que ir a la España que lucha durante la Guerra Civil, tomar un arma y disparar, junto a los ejércitos franquistas, contra «los rojos» en el año de 1937. Esta actitud le está vedada, en cambio, a Erdosain. Su decisión de matar a la Bizca, y suicidarse luego, es presentada en la obra con una coherencia que se sostiene psicoanalíticamente234. Si pensamos nuevamente en Gilíes Gambier, podemos decir que la diferencia con Erdosain se explica también extrínsecamente por la distancia que va entre Arlt y Drieu La Rochelle. A pesar de las impresiones teóricas del escritor argentino en materia política, estamos ante Arlt en presencia de un antifascista. Así entonces el suicidio del modelo literario (el personaje de Stravoguin235 en la novela de Dostoyevski) es aceptado por Arlt para su protagonista, porque ello cuadra perfectamente en la realidad que observa a su alrededor. Ese suicidio es para mí el símbolo de que en la Argentina del momento la relativamente débil pequeña-burguesía no estaba en condiciones -ante una todavía muy fuerte oligarquía tradicional- de sostener y apoyar, hasta sus últimas consecuencias, a un conductor fascista. Aquí el Lafcadio de Les Caves du Vatican (1914) encuentra el castigo del autor236.