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ArribaAbajoSu imagen



ArribaAbajo   Errante sol de aromas circundado,
tu ardiente lumbre tenue debilita;
que ya mi corazón, de arder cansado,
negro sus alas moribundo agita.

    Grupo de luz que extravío la luna,  5
ángel perdido que bajó del cielo,
visión deslumbradora, que importuna
mi sien circunda en caprichoso vuelo.

    ¡Girar y más girar!... Lentas sus alas
lumbrosa tiende en blando movimiento.  10
¿Eres el alma que de mí te exhalas?
¿O eres tal vez mi mismo pensamiento?

    Fantasma de la mente, llega, llega,
desprendida mitad del alma mía,
aunque tu imagen me deslumbra y ciega,  15
blanca de noche, y negra por el día,

    Se mece ante mis ojos desplegada
como la espuma candida de un río,
tal vez por los suspiros agitada
que salen hondos ¡ay! del pecho mío.  20

    Su virgen luz perdida, en el ambiente
reverbera purísima y serena,
y en las límpidas aguas del torrente,
cuando acarician la tostada arena.

    Sobre mi frente gira luminosa,  25
luciente envidia de la nieve y grana,
copia feliz de la encendida rosa,
lisonja del albor de la mañana.

    En dondequiera engendra el alma mía
su imagen pura, rutilante y bella,  30
ante el disco del sol al mediodía,
por la noche en la faz de cada estrella.

    Y quisiera abarcar al ver su lumbre,
hidrópica mi vista, fascinada,
de los astros la inmensa muchedumbre,  35
para verla sin fin multiplicada.

    Me revela fantástica su risa
oscilando el arroyo cristalino,
y su acento el murmullo de la brisa,
y también el zumbar del torbellino.  40

    La veo en todas partes seductora,
llevada de mi ardiente fantasía,
en cada rayo al despuntar la aurora,
en cada sombra al caducar el día.

    Y despierto la miro embebecido  45
animada ilusión de mi deseo;
y si cierro los ojos adormido...
yo no sé dónde está, pero la veo.



  —79→  

ArribaAbajoLa palma

Canción




ArribaAbajo   Esa planta que en tu encanto,
hace sombra a tu ventana,
con las aguas de mi llanto
acreció su pompa vana.
       Y por ella  5
fe y constancia me juraste,
       niña bella;
pero cruda me engañaste.
    Porque iluso en mis congojas,
cuando amante lo jurabas,  10
miré al tronco, y me enseñabas
la inconstancia de sus hojas.

          Las tórtolas plañen
       tu ausencia dolientes,
       murmuran las fuentes  15
       tu crudo rigor.
          De amor gime ese árbol,
       mis cantos de amores,
       de amor esas flores,
       y el viento de amor.  20

    Cuando turban quejas graves
de la noche la honda calma,
¿piensas, di, que son las aves
que se anidan en la palma?
       No, bien mío;  25
que es un triste ¡ay Dios! que llora
       tu desvío
por la noche, hasta la aurora.
    Y en su mal, por si importuna,
como oscura ve tu reja,  30
alza el triste, en son de queja,
sus plegarias a la luna.

          Las tórtolas plañen
       tu ausencia dolientes,
       murmuran las fuentes  35
       tu crudo rigor.
          De amor gime ese árbol,
       mis cantos de amores,
       de amor esas flores,
       y el viento de amor.  40

    Mil instantes, tus secretos
espié por la mañana,
cobijado en los objetos
que hacen sombra a tu ventana.
       Y hubo alguno  45
en que en sueños exclamaste:
       «¡qué importuno!»
y a otro lado te tornaste.
    Maldecíasme, y yo en tanto,
al susurro de tus quejas,  50
estrellaba ¡cielo santo!
mis suspiros en tus rejas.

          Las tórtolas plañen
       tu ausencia dolientes,
       murmuran las fuentes  55
       tu crudo rigor.
          De amor gime ese árbol,
       mis cantos de amores,
—80→
       de amor esas flores,
       y el viento de amor.  60




ArribaAbajoA unos ojos



ArribaAbajo    Mas dulces habéis de ser,
si me volvéis a mirar,
porque es malicia, a mi ver,
siendo fuente de placer,
causarme tanto pesar.  5

    De seso me tiene ajeno
el que en suerte tan crüel
sea ese mirar sereno
sólo para mi veneno,
siendo para todos miel.  10

    Si crüeles os mostráis,
porque no queréis que os quiera,
fieros por demás estáis,
pues si amándoos, me matáis,
si no os amara, muriera.  15

    Si amando os puedo ofender,
venganza podéis tomar,
pues es fuerza os haga ver
que no os dejo de querer,
o me acabáis de matar.  20

    Si es la venganza medida
por mi amor, a tal rigor
el alma siento rendida,
porque es muy poco una vida
para vengar tanto amor.  25

    Porque con él igualdad
guardar ningún otro puede;
es tanta su intensidad,
que pienso ¡ay de mí! que excede
vuestra misma crüeldad.  30

    ¡Son, por Dios, crudos azares
que me den vuestros desdenes
ciento a ciento los pesares,
pudiendo darme a millares,
sin los pesares, los bienes!  35

    Y me es doblado tormento
y dolor más importuno,
el ver que mostráis contento
en ser crudos para uno,
siendo blandos para ciento.  40

    Y es injusto por demás
que tengáis ojos serenos,
a los que, de amor ajenos,
os aman menos, en más,
y a mí que amo más, en menos.  45

    Y es, a la par que mortal,
vuestro lánguido desdén
¡tan dulce... tan celestial!...
que siempre reviste el mal
con las lisonjas del bien.  50

    ¡Oh, si vuestra luz querida
para alivio de mi suerte
fuese mi bella homicida!
¡Quién no cambiara su vida
por tan dulcísima muerte!  55

    Y sólo de angustias lleno,
me es más que todo crüel,
el que ese mirar sereno
sea para mi veneno,
siendo para todos miel.  60



  —81→  

ArribaAbajoLa flor de la jardinera



ArribaAbajo    Como la luz hechicera,
galana como el abril,
adoro a una jardinera
que, hermosa, en cuidar se esmera
el más hermoso pensil.  5

    De su seno la blancura,
envidia de los amores,
con gasas velar no cura,
pues sólo cubre con flores
las flores de su hermosura.  10

    De su cabello colgadas
ondean guirnaldas bellas,
blancas, verdes, coloradas,
más que porque van atadas,
porque lo pretenden ellas.  15

    Es tal su planta al triscar,
que no consigue su brío
la verde grama inclinar,
pues sólo aspira a tocar
la plata de su rocío.  20

    Si muestra su faz, encanta;
y cuando tierna suspira,
al aura de envidia espanta,
al claro sol cuando mira,
y al ruiseñor cuando canta.  25

    Y si ensaya su sonrisa
en las bullidoras fuentes,
corren hasta el valle aprisa,
para que a ensayar su risa
vaya en pos de sus corrientes.  30

    Y cuando en dulces querellas
el vario curso reparan
de sus cristalinas huellas,
más por mirarla se paran,
que porque se mire en ellas.  35

    Y porque el lindo gracejo,
cuando se mueven, no ultrajen,
mira del sol al reflejo,
pues sólo de tal imagen
puede la luz ser espejo.  40

    En el jardín que cultiva
hay rosa de tal afeite,
que el gusto más tibio aviva,
y tal su afición cautiva,
que es la flor de su deleite.  45

    Flor, hermosa de manera,
que aunque vegeta entre mil,
casi a jurar me atreviera
que es la mejor del pensil
la flor de la Jardinera.  50
—82→

    Es rosa tan deseada,
de tan bello rosicler,
tan en extremo agraciada,
que todos la sueñan ver,
siendo de todos velada.  55

    Que es esta flor peregrina
de la belleza el crisol,
su esencia a pensarlo inclina,
pues por la luz se adivina
que es tan magnífico el sol.  60

    Recatándose a los ojos,
da al alma tantos enojos
cuanta espina la rodea,
pues siempre nace entre abrojos
la flor que más se desea.  65

    Ya hubiera la oculta flor
ella mil veces cogido,
si tan dulcísimo error
no lo nublara el dolor
después de haberla perdido.  70

    Cogerla para recreo
fuera justo por demás,
y en su amante devaneo
se aviva más su deseo,
cuando la contempla más.  75

    Tiene tan bellos colores,
que nadie habrá que se queje
si goza de sus primores...
¡Triste del dueño que deje
guardar a una niña flores!  80

    Sueña a veces que amorosa
a alguno la rosa dio;
más soñando cariñosa,
tantas regaló la rosa,
cuantas veces se durmió.  85

    Y sueña que a algún villano
la da cual prenda de amor,
por ser gentil hortelano,
y porque siendo verano,
puede agostarla el calor.  90

    Y si con fatigas graves
pierde al dormir su delicia,
despierta, y con más süaves,
ve que el aura la acaricia,
y la enamoran las aves.  95

    Y en confuso susurrar,
con ánimo más sereno,
ve las abejas volar,
que ansiosas quieren libar
la miel que abriga en su seno.  100

    Y la cuida de manera,
y tal descuella entre mil,
que puede jurar cualquiera
que es la mejor del pensil
la flor de la Jardinera.  105

    Mas ¡ay! que en su devaneo
aguija tanto su idea,
que es aquella flor preveo
según cortarla desea,
la espuela de su deseo.  110

    Y tal vez a algún villano
la de cual prenda de amor,
por ser gentil hortelano,
y porque siendo verano,
puede agostarla el calor.  115

    Ya que guardarla la altera,
la cortará; y es razón,
pues pasó la primavera,
no se pase de sazón
la flor de la Jardinera.  120

    Y a fe que es muy justa cosa,
puesto que está sazonada,
que la Jardinera hermosa
coja el fruto de una rosa
con tanto afán cultivada.  125

    Y que se trueque el rumor
de los céfiros süaves
en son más arrullador,
y los coros de las aves
en dulces himnos de amor.  130

    ¿Qué niña habrá que si fuera
de aquel ameno pensil,
como ella, la Jardinera,
del huerto una flor no diera,
teniendo en el huerto mil?  135

    Gozará de sus primores;
si el dueño de ella se queja
vanos serán sus clamores,
porque es muy necio quien deja
guardar a las niñas flores.  140



  —83→  

ArribaAbajoA Blanca

Romance




ArribaAbajo   En poco tienes mi dicha,
sabiendo que tu tardanza
llena mi pecho de angustias,
y de sospechas mi alma.

    Bien se conoce que ignoras,  5
o al menos de hacerlo tratas,
que son los instantes siglos
para una amante que aguarda.

    ¿Qué leyes de amor ordenan
a tu voluntad ingrata  10
que des placer a tus gustos,
tal vez sirviendo a otra dama,
mientras te aguardo aterida,
junto a una reja sentada,
trocando el calor del lecho  15
por el rigor de la escarcha?

    ¡Ay! no era así cuando amante
en la alta noche cantabas,
con tierno afán ponderando
mi ingratitud y tus ansias.  20
    ¿Adonde está la firmeza
de aquellas dulces palabras,
para tu bien acogidas,
y para mí mal quebradas?
    Sin duda por lo ligeras  25
se las llevaron las auras,
si no fue que en mis paredes
se quebrantaron por blandas.
Acuérdate de las veces
que me juraste con ansia,  30
mirando a la virgen luna,
tu fe, por su lumbre clara.
    ¡Jurábasme por la luna!
Por buen seguro jurabas,
porque es la fe de los hombres  35
como la luna, voltaría».
    Así se queja una niña
que con su amante soñaba,
quedando en brazos del sueño,
ya de esperarle cansada.  40

    Las blancas sienes tenía
sobre la reja apoyadas,
con hondo afán espiando
cualquier susurro del aura;
y oyendo estaba envidiosa,  45
cuanto otro tiempo envidiada,
necios llorar los amantes
la ingratitud de las damas.

    Veía sombras informes
que sin rumores se alzaban,  50
y aquellas nieblas confusas
que van mintiendo fantasmas;
y ya mostrándose esquiva,
ya figurándose blanda,
vertiendo ahora sonrisas,  55
después derramando lágrimas,
la fe maldiciendo siempre
de los amantes que tardan,
entre amorosos suspiros,
desdenes, lágrimas, ansias,  60
ruídos, canciones, delirios,
sombras, nieblas y fantasmas,
en brazos quedo del sueño
junto a la reja sentada.
—84→

    -Duerme, soñando placeres,  65
blanca paloma sin alas;
que son las dichas más puras
todas las dichas soñadas.

    Duerme entre blando embeleso
de imaginaciones hartas;  70
que harto será el desengaño
que te traerá la mañana.

    ¡Pobre inocente! sin duda
de algún tesoro que guardas,
por más que lo niegues, niña,  75
la mejor prenda te falta.

    Mal haya el halcón que abate
sobre una alondra sus garras,
y hace crüel de las suyas
pasto infeliz sus entrañas.  80

    Mal haya, amén, el piloto
que el barco de la esperanza
bota en un mar de delicias,
sabiendo que en él naufraga,

    Mal haya el pérfido amante  85
que astuto a una niña engaña,
ciego apurando hasta el fondo
de sus tesoros el arca.

    Los que matando de amores,
de ser verdugos se alaban  90
por ser crüeles y falsos,
una y mil veces mal hayan.

    De algunas noches me acuerdo
que requiriendo tus gracias,
con sus razones, mis sueños  95
tu falso amante inquietaba.

    «Abre las puertas (decía),
y no, ya que tu desdén
tormentos da al alma mía,
quieras que helado también  100
encuentre mi cuerpo el día.

    No añadas mi muerte, hermosa,
a tus amantes blasones;
baste que el aura amorosa
confunda en la noche umbrosa  105
con su rumor mis canciones.

    Tal fuego en mi pecho inflama
el de tus ojos, bien mío,
que te amo tanto como ama
la mariposa a la llama,  110
y la pradera al rocío».

    Así tu pérfido amante
en la alta noche cantaba,
en fe de amigo asaltando
de tu pureza el alcázar.  115

    ¡Ay! ¿quién dijera que el mismo
que estas endechas alzaba,
hoy te tendría esperando
junto a la reja sentada?

    Quebráronse sus razones:  120
¿qué mucho que se quebraran,
siendo tus rejas tan duras
y sus razones tan blandas?

    Llora tus gustos pasados,
pobre azucena olvidada;  125
que nada borra en el mundo
lo que no borran las lágrimas.

    Tal vez se apague llorando
el fuego de tus entrañas;
aunque el remedio es inútil  130
cuando el enfermo dio el alma.

    Y puesto que entre las sombras
te sales a la ventana,
trocando el calor del lecho
por el rigor de la escarcha,  135
duerme entre el blando embeleso
de imaginaciones hartas;
que harto será el desengaño
que te traerá la mañana.



  —85→  

ArribaAbajoEl modelo



ArribaAbajo   Si al mundo dejar prendado
queréis con vuestra memoria,
asid, pintores, mal grado,
por los cabellos el hado,
y por las alas la gloria.  5

    Este modelo os enseña
cómo han de ser las hermosas;
quien en copiarlo se empeña,
cual por encanto diseña,
en vez de mujeres, diosas.  10

    Es el prodigio más raro
el bien que en el alma adoro;
cual nadie su gracia imploro,
y es justo que el más avaro
de cima al mejor tesoro.  15

    Pintad su cintura leve,
blanco el cuello y sin aliño,
torneada la mano y breve,
la frente como la nieve,
y el pecho como el armiño.  20

    Brotando desdén y amores,
pintad de sus ojos bellos
los trasparentes fulgores...
—86→
Seguid, y no estéis, pintores,
embebecidos en ellos.  25

    Pintad la belleza suma
de la mejilla y la frente,
y aquella tez transparente
que el lustre roba a la espuma,
y su pureza a la fuente.  30

    Seguid el rico traslado
sin que una nube sombría
deje su esmalte eclipsado;
que hasta un vapor delicado
empaña la luz del día.  35

    ¡Gloria a los hijos de Apeles,
que imitando este modelo,
entre las sombras del suelo
trasladan con sus pinceles
los serafines del cielo!  40

    Esas imágenes bellas
tan vagas y transparentes,
que, murmurando querellas,
van deshaciendo las fuentes,
cuando apresuran sus huellas;  45

    Esa forma vagarosa
con que en la noche soñamos
leve, aérea, vaporosa,
imagen voluptüosa
de la mujer que adoramos;  50

    Esos fantásticos seres
que altiva forja la mente
de ángeles, luz y mujeres,
fruto de un alma que siente
sed de amorosos placeres;  55

    Esa memoria importuna
que ardiendo en amantes llamas,
ve al resplandor de la luna
sirenas en la laguna,
y sílfides en las ramas;  60

    Aquellos vagos ensueños
tan deleitosos y puros,
que nos cercan halagüeños,
nunca sombríos ni oscuros,
y casi siempre risueños;  65

    Esas hermosas visiones,
que van en plácido vuelo
robando los corazones,
y pasan como ilusiones
entre la tierra y el cielo;  70

    Y cuanto en vaga demencia
ardiente el alma delira,
cubriendo con apariencia,
de la verdad la existencia
la magia de la mentira:  75

    Son la expresión verdadera
de ese divino traslado,
cuya ilusión hechicera
es fruto de una quimera
que la verdad ha adoptado.  80



  —87→  

ArribaAbajoEl Cisne

La sombra




ArribaAbajo   Pomposo, inconstante y vago,
un cisne, en formas apuesto,
mirando su sombra, enhiesto
cruza las aguas de un lago.

    Y al ver en ellas su imagen  5
tan limpia, fúlgida y clara,
necio las algas separa,
porque su brillo no ultrajen.

    Y sus contornos mirando,
con tal placer los divisa,  10
que hasta le estorba la risa
que forma el agua temblando.

    Así, en liviana querella,
yendo y viniendo inseguro,
busca el remanso más puro,  15
junto a la orilla más bella.

    Y allí se está en su locura
una hora y otra admirado,
viendo el perfecto traslado
de tan perfecta hermosura.  20

    En las quimeras que fragua
mira su imagen pomposa,
mientras en calma reposa
la superficie del agua.

    Y cuando el céfiro blando  25
la riza en grupos de espuma,
vano concierta su pluma,
a que se aquiete esperando.

    Sigue en las aguas, flotante,
cualquiera ruta sin tino,  30
con tal que al ir su camino,
lleve su sombra delante.
—88→

    Hasta que leve pasando
alguna nube sombría,
eclipsa su gloria, impía  35
la luz del cielo eclipsando.

    Sin que gallardos se curen
de poner coto a su orgullo,
por más que en doble murmullo
las ondas de ello murmuren.  40

    Con plácidos movimientos
siguiendo su sombra bella,
va orlando las aguas ella,
y él hermoseando los vientos.

    En grato son, transparentes  45
mienten las aguas sonrisas,
húmedas suenan las brisas,
y alegres corren las fuentes.

    Hasta que acaso importuna
densa una nube resbala,  50
que oculta toda su gala
al cisne, sombra y laguna.

    Porque ligera pasando,
como apariencia ilusoria,
deja en eclipse su gloria,  55
la luz del cielo eclipsando.

    -Cisne, que en blando embeleso
admiras tu pompa suma,
       ve mirando
que en tu quimérico exceso  60
en cada estanque una pluma
       vas dejando.

    Y como el aura prosiga
en resbalar turbulenta
       por tus alas,  65
no mires tu sombra amiga,
pues te dará triste cuenta
       de tus galas.

    Mirando al agua que corre,
no engrías el delirante  70
       pensamiento,
porque es muy frágil la torre
que tiene al agua inconstante
       por cimiento.

    Del roble la alta corona  75
el aquilón rebramando
       rompe bronco,
y los arbustos perdona
que están el puerto abrazando
       de su tronco.  80

    Si tus plumas adoradas
perdiendo vas una a una,
       ¿qué te queda?
¡Ay! que en sus vueltas calladas
todo lo huella fortuna  85
       con su rueda.

    La vanidad insensata,
como el águila altanera
       toca al cielo,
y cuando menos se cata,  90
ve que camina rastrera
       por el suelo.

    ¿De qué nos sirve que hermosa
la primavera de flores
       vista al llano,  95
si luego en lumbre enojosa
la seca con sus calores
       el verano?

    ¿A qué tu mente se sube
entre gloriosos desvelos  100
       delirando,
si los eclipsa una nube,
la clara luz de los cielos
       eclipsando?

    Cuida que en alas traidoras  105
la vanidad no se encumbre
       de tu mente,
y que del cielo que adoras
no te se cierre la lumbre
       de repente.  110

    Y puesto que el seso pierdes
tu dulce sombra mirando,
       oye atento;
tal vez en tu juicio acuerdes,
el triste fin recordando  115
       de este cuento:

    «Entre los rudos cantares
que incierto el aire mentía,
cruzaba un cisne los mares
mirando su sombra un día.  120

    Era una tarde serena,
en que las ondas calladas
—89→
no escupen sobre la arena
conchas, ni piedras pintadas.

    De esas tardes sin bramidos,  125
en que el alma no oye atenta
más que los ecos perdidos
de la pasada tormenta.

    Toco a su término el día,
del mar bordando la alfombra  130
y viendo el cisne seguía
sobre las aguas su sombra.

    Fuese la noche cerrando,
y en su constancia importuna,
quedo su sombra mirando  135
al resplandor de la luna.

    Siendo ella su amante guía,
era, en su loco trasporte,
cualquiera ruta su vía,
y cualquier rumbo su norte.  140

    Y al seguirla, indiferente
cruzaba el mar al acaso,
ya del ocaso al Oriente,
ya del Oriente al ocaso.

    Rizando el viento las olas,  145
vagos preludios ensaya,
y alza tiernas barquerolas
el marinero en la playa.

    Lame, con plácido halago
sonando el mar, las riberas.  150
Mas ¡ay! que es sólo un amago
la mansedumbre en las fieras.

    Que si mintiendo bondades,
se muestra el mar tan sereno,
es que hondas las tempestades  155
hirviendo están en su seno.

    ¿Quien mira las flores bellas
de las praderas olientes,
y cobijadas entre ellas
ciego no ve las serpientes?  160

    ¿Quién las naves anegadas
mira del mar en la orilla,
que entre sus ondas rizadas
bote su frágil barquilla?

    ¡Ay del osado que excede  165
a su valor con su intento!
Mucho se expone a que herede
sus esperanzas el viento.

    Dígalo el cisne llorando,
que en su constancia importuna  170
quedó su sombra mirando
al resplandor de la luna.

    Pues brotando de su centro
los vientos que el mar encierra,
a tan horrísono encuentro  175
tembló espantada la tierra.

    Cegaron mil nubarrones
del cielo las luces bellas,
y vomitando aquilones,
toco la mar las estrellas.  180

    El cisne agitó sus alas
para elevarse del suelo;
mas no advirtió que sus galas
volaban ya por el cielo.

    Y do cifraba poco antes  185
todo su amor y ventura,
pese a sus alas flotantes,
el triste halló sepultura.

    Por dar un vano alimento
a sus fantasías locas,  190
sus galas heredó el viento,
y su cadáver las rocas.

    Más de una pompa tan suma,
de tan quimérica gloria,
no heredó el mundo una pluma  195
ni aun para escribir su historia».-



  —90→  

ArribaAbajoLa esencia perdida



ArribaAbajo   Y de la flor que a la mañana pierde,
como el alma su amor y su inocencia,
del viento a la merced en pompa verde,
y a la del sol su delicada esencia!

    ¿Qué le importa que, alegres en su vuelo,  5
la acaricien las auras sonorosas,
si no vendrán con fatigoso anhelo
su esencia a respirar las mariposas?

    Y a qué fin de sus hojas primitivas
guardar un resto, si fingiendo quejas,  10
la esquivarán, pasando fugitivas,
cual hierba venenosa las abejas?

    Serán desde hoy sus inodoras galas
fácil matiz de la campestre alfombra,
pudiendo deleitar, de las zagalas  15
la blanca faz, con su amorosa sombra.

    No verá más entre la niebla umbría
las tiernas magas derramando amores,
cuando bajen, aromas y ambrosía
a beber en las copas de las flores.  20

    ¡Ay del arbusto que se eleva erguido
a impulsos de la blanda primavera,
y es el oprobio del jardín florido
quien para ser su galardón naciera!

    ¡Malhadada la flor que en vano lucha  25
por aromar la brisa murmurante,
y un tierno adiós de gratitud no escucha
cuando deja su sombra el caminante!

    Si pierden los capullos su ambrosía,
como el alma su amor y su inocencia,  30
plácida flor de la esperanza mía,
no pierdas, no, tu delicada esencia.

    Pasa la vida delirando amores,
perdida en la ilusión de una quimera;
la esencia son de las tempranas flores  35
las ilusiones de la edad primera.

    Tiende, bien mío, de tu mente el vuelo,
no imites en tu curso a los que viles,
por no asaltar en su altivez el cielo,
usurpan su mansión a los reptiles.  40

    Aires más puros con afán busquemos,
dejando el valle, en el alzado monte,
y embebecidos desde allí miremos
sin límites ni fin el horizonte.

    El rojo sol que los espacios dora  45
hollemos con el vago pensamiento,
porque bien sé que un paraíso mora
tras el turquí del azulado viento.

    Y sé también que por allí cargados
se columpian los céfiros de azares,  50
que son los yermos deliciosos prados,
y lagunas pacíficas los mares.

    Ni un áspid me contaron que se asoma
por entre el musgo de las lindas flores;
tiende allí el vuelo la gentil paloma  55
sin que tuerzan su curso los azores.

    La Madre de los ángeles inflama
el corazón de amores más exento,
y hay un Pastor que a los apriscos llama
las perdidas ovejas con su acento.  60

    Traspongamos los céfiros suaves,
pues sigue a los osados la fortuna,
que el águila es la reina de las aves
porque vuela más alto que ninguna.

    Y cuando el mundo sin pesar dejemos,  65
por si algunos lamentan nuestra huida,
en pago de su amor les legaremos
el llanto que se vierte a la partida.



  —91→  

ArribaAbajoA la reina Cristina

Ayes del alma



    ¡Italia!... ¡Italia!..., a tu angustiado seno
vuelve ya la deidad de ti adorada:
la trajo el iris, y la lanza el trueno,
cual hoja seca de aquilón llevada.


(JUAN DONOSO CORTÉS.)                





Oda


ArribaAbajo       Lleva en paz esa nave,
aura gentil que hacia el Oriente vuelas;
   que nunca en pompa grave
   a tu influjo suave
otra más rica aparejó sus velas.  5

      Marca su rumbo incierto,
de Italia en las regiones apartadas
   señalando su puerto,
   por éstas que ahora vierto
lágrimas tristes de rencor preñadas.  10

      Adiós, Reina querida;
si al ronco son del huracán que zumba
   te abre la mar guarida,
   yendo de muerte herida
feliz será en encontrar la tumba.  15

      ¿Por qué doliente mides
con esos ojos, que la paz vertían,
   la tierra que despides?
   ¿Quién sostendrá las vides
que al dulce arrimo de tu amor crecían?  20

      ¿Por qué con pecho fiero
da a sus hijos la tórtola por padre
   al infiel ballestero
   que amago carnicero
la blanca sien de la inocente madre?  25

      Y tú, pueblo aguerrido
que la proscribes con ardor bizarro,
   recuerda cuando uncido,
   como alazán vendido,
llevarte Pudo a su triunfante carro.  30

      Si dejaste beodo
la regia frente de baldón sellada,
   nunca el imperio godo
   debió ver por el lodo
de una mujer la dignidad ajada.  35

       Aparta, infiel alano,
que osaste profanar con ira insana
   de tu dueño la mano;
   hoy te alzas soberano,
y un vil rufián te azotará mañana.  40

      No apagues insolente
mi voz, porque la mísera fortuna
   de una madre lamente,
   que sofocó valiente
las sierpes que me ahogaban en la cuna.  45

      En buen hora con saña
solemnices en orgía placentera
   tu criminal hazaña:
   ¡gloria al león de España,
que el pecho hirió de una infeliz cordera!  50
—92→

      Engríe tus pendones
agobiados de bélicas coronas:
   quien venció Napoleones,
   añada a sus blasones
la baja prez de proscribir matronas.  55

      Y en tanto que serena
ría la mar, o que sus senos abra,
   aduérmete sin pena
   al bronco son que atruena
del yunque atroz que tus cadenas labra.  60

      ¡Ya abandonó a Castilla!
Cantad, hijos del Cid, la alta victoria;
   en mí fuera mancilla,
   magüer que cual Padilla
me agito en sed de libertad y gloria.  65




ArribaAbajoAl regreso de S. M. la reina doña María Cristina




Oda


ArribaAbajo   Ya torna la que, viéndose ultrajada
      -por enemigo bando,
de Valencia en las costas, irritada,
la corona abdico de San Fernando.

    ¡Digna Reina del pueblo que, algún día  5
      con su indomable tropa,
el mundo entero a prosternar salía
desde un rincón de la asombrada Europa!

    Llegad por fin donde, en amor iguales,
      ya os miran embebidos,  10
como signo de honor, vuestros parciales;
cual bandera de paz, vuestros vencidos.

    Mostrad, para vengaros dignamente
      de pasados agravios,
señales de perdón en vuestra frente,  15
palabras de piedad en vuestros labios.

    Los que hoy al «bendeciros» os admiran,
      de vos «benditos» sean:
pues «¡madre!» os llaman cuantos hoy os miran,
«¡hijos!» tan sólo vuestros ojos vean.  20

    No piden sangre, no, las nobles almas
      de muertos defensores;
el mártir de una Reina exige palmas;
el héroe de una dama exige flores.

    Con harta gloria ha de contar su suerte  25
      la venidera historia,
que si es, lidiar por vos, buscar la muerte,
morir por vos es alcanzar la gloria.

    Y aunque vengar vuestra altivez quisiera
      su inútil osadía,  30
¿qué existencia sus vidas redimiera,
ni cuál sangre su sangre expiaría?

    A cuantos hoy con bárbaros enojos
      conciten vuestra saña,
eternamente a sus voraces ojos  35
su lumbre les esquive el sol de España.

    Sed, cual fueron en bélicas edades
      los grandes corazones:
fuente de amor para manar bondades;
tumba inmortal para enterrar baldones.  40

    Que no hay gloria en el mundo más cumplida
      que ser, cual vos, Señora,
el genio del orgullo, si vencida;
el ángel del perdón, si vencedora.