Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Anterior Indice Siguiente




ArribaAbajo

Tratado tercero

De la disposición del sermón



ArribaAbajo

Capítulo I

Del método de los sermones de un tema o materia


Cuando esté hallada toda la materia que se ha de predicar, es menester disponerla y ordenarla por buen método. Y porque diximos al principio del tratado de la invención, que hay dos maneras de sermones: la primera, que trata un solo argumento o materia o discurso sobre un tema o un misterio; la segunda, la que va considerando y apostilando las cláusulas de un Evangelio arreo, y esta segunda es la que más se usa: diremos de la disposición y método desta segunda manera de sermones despacio, diciendo antes breve y sumariamente el método de los sermones de la primera suerte, los cuales han de tener cuatro partes, como una oración retórica: exordio, narración, confirmación y epílogo. La primera y última parte miran a los ánimos de los oyentes; la segunda y tercera miran a la materia que se ha de tratar.

El exordio tiene salutación e introducción. En la salutación primero es persignarse en latín; aunque prelados hay que lo hacen también en romance. Luego proponer el tema en latín, con su libro y capítulo, y volverlo en romance. Tras esto se ha de comenzar por un dicho de un santo o una proposición natural o moral cuerda, o una autoridad de la Escritura, y sacar della algún discursito breve, con que se proponga la materia que se ha de tratar; y, si es necesario, se divida en los miembros en que se piensa tocar. Y esta es ya la segunda parte destos sermones, que llamamos narración, que ha de tener dos calidades, brevedad y claridad, para que, sin rodeos ni metáforas, entienda el auditorio qué materia se ha de tratar, y se disponga para entenderla. De las últimas palabras deste discursito o narración, se puede coger bien el pedir la gracia; aunque, para esto, no es menester siempre buscar rodeos, porque muchas veces huyen al coser, sino basta decir: Y porque materia tan alta o tan grave ni se puede tratar bien ni ser provechosa, sin la gracia, pidamos, etc. Rezada el Ave María, se usa volver a decir el tema con su citación, y se hace un discurso algo más largo que el de la salutación, tomado lo más lejos que se pudiere de la materia que se ha de tratar; cuanto más lejos, tanto mejor. Esto se llama introducción. Ha de ir enriqueciendo el discurso por buenas razones, autoridades y ejemplos dulces, para engolosinar y aficionar al auditorio en los principios hasta que venga el concluirse y aplicarse a la materia o tema que se propuso, de manera que parezca que vino a encarar con el tema todo el discurso, y que dél se siguió naturalmente el tema o materia.

La tercera parte es la confirmación, en la cual se han de ir tratando los miembros de la materia o tema propuesto, por el método de doctrina, primero lo más general y después sus partes. Como si tratamos de la muerte, primero se ha de tratar en general qué cosa sea, después sus causas, sus calidades y efectos, así en los justos como en los pecadores. Y en cada miembro o proposición que se asienta, ha de venir luego su confirmación con lugares de Escritura, comparaciones, buenas razones u otras variedades de las que quedan dichas en la invención, que fueren a propósito, advirtiendo, así en este género de sermones, como en los que apostilan el Evangelio, que cuando para una cosa se han de traer muchos argumentos o pruebas, primero se digan los más eficaces, ne languescant auditorum animi ineficacibus argumentis, y luego díganse los demás, guardando siempre para la postre un argumento fortísimo o cosa muy sabrosa, porque quede el auditorio, como echado el sello o la apretadera, convencido y satisfecho. Doctrina es de Tulio, II De Oratore: Reprehendo eos, qui quae minime firma sunt, ea prima collocant, res enim hoc postulat, ut eorum expectationi, qui audiunt, quam celerrime occurratur. Ergo firmissimum quodque sit primum; dum ea quae excellent serventur etiam ad perorandum, si quae erunt mediocria (nam vitiosis nusquam oportet esse locum) in mediam turbam atque in gregem coniiciantur. Como lo más fuerte de un exército se pone en vanguardia y en la retaguardia. Crisóstomo, homilía 24, sobre la primera carta a los corintios, nota que San Pablo acostumbra a cerrar su discurso y probanza con el más fuerte argumento, como en el cap. X cierra: Numquid fortiores illo sumus? Y este documento trae la glosa, cap. Liquido De consecratione, d. 8. Y en esto convengo de buena gana, que sea el más fuerte argumento el postrero. Unánimes, como diçe Crisóstomo, si proribus delinitus. Como la postema que primero se ablanda y después se le da la lancetada. Primero jarabes, y a la postre purga; el más bravo toro a la postre; que el postrer surco endereza la tierra, y en la postrera mano del juego ha de ir todo el resto.

Acabada la confirmación y prueba, entra la confutación, que es su segunda parte, donde se responde a las objeciones que probablemente se podrían poner contra lo que queda probado. Y esto hecho, se cierra este género de sermones con el epílogo, en que hay grande abuso, porque piensan algunos predicadores que el epílogo es repetir sumariamente todo lo dicho en el sermón, como cuando el maestro ha leído la lición in voce y declarándola a la larga, la vuelve a resumir en breves razones y palabras, para que los discípulos la lleven mejor en la memoria, y la pasen. No es esto epílogo, sino suma o epítome; antes es cosa muy bisoña y fuera de arte. Verdad es que el epílogo ha de tener dos partes, enumeración, que el griego llama anacefaleosis, y amplificación. La enumeración no ha de ser volver a contar brevemente todo lo dicho, sino tocar y señalar por algún orden los argumentos más eficaces y los puntos que le pareciere al predicador que más movieron al auditorio, o en que vio que se le hacía más general aplauso, y aun éstos no se han de repetir por el orden que se dijeron, sino como mejor vinieren, para un discurso apretado y breve, que se ha de hacer en el epílogo, en orden a meter en el alma del oyente lo que principalmente se pretendió en el sermón. La segunda parte del epílogo, que es la amplificación o exageración de lo que queda dicho y probado, hase de hacer con palabras más fuertes, más significativas y aun hiperbólicas, más apriesa, con voz más alta, mayor conato y afecto, con algunos apóstrofes, interrogaciones, exclamaciones sobre lo dicho y probado en el sermón, hasta acabar con gracia y gloria.




ArribaAbajo

Capítulo II

Del método para los sermones en que se apostila el Evangelio, y en particular de la salutación


El segundo género de sermones va por otro camino, porque tiene solamente tres partes: salutación, introducción y cuerpo del sermón. La primera brevísima, la segunda algo más larga, la tercera que dure hasta el fin. En la salutación, después de persignarse, quitado el bonete, y haber besado la cruz que se hace con los dedos pulgares, tomando el bonete con dos manos, tengo por lo mejor decir en latín las primeras palabras del Evangelio, citando el capítulo, y volverlas en romance; proponer la fiesta, si alguna se celebra aquel día, con palabras llanas y algún bocadito que lo exagere; tras desto decir la letra del Evangelio, que se ha de predicar, toda arreo, no como quien la construye, sino que parezca un razonamiento encadenado, porque dejar de decir la letra es faltar el pan en la mesa y los contrabajos en la música, sobre que se fundan todas las demás voces. Porque a la letra se ha de ir y venir por todo el sermón como al pan con todas las viandas. Algún predicador famoso hay que no la dice más de en cuanto la señala para apercebirse a la gracia; pero aquello es para oyentes que están muy en el caso, y saben ya, como él presupone, cuál Evangelio es el de aquel día o, a lo menos, enseñándoselo, dan con él. Pero porque la mayor parte del auditorio no lo sabe o ha menester que se lo acuerden del todo, y muchas veces, prosiguiendo consideraciones en el sermón, si no han oído la letra del Evangelio, no saben a qué propósito son: por esto acostumbro decir siempre la letra, y al fin della, si se me ofrece, en las postreras palabras cómo inducir dellas el pedir la gracia, hágolo; y si no, digo simplemente: Esta es la letra del Evangelio. Para que digamos algo sobre ella, etc. Pero advierto que esto de la letra y salutación sea muy breve, como dije en capítulo pasado de la narración, porque lo largo es cansado, y hace temer que lo será más el sermón, y que vayan desde luego con disgusto. El que no gustare de decir la letra, hace su salutación, como queda dicho en el primer género de sermones.

Las cortesías al principio son muy justas. Si se predica delante del Rey: Sacra, Católica, Real Magestad; si delante de algún cardenal o obispo: Ilustrísimo y Reverendísimo Señor; si delante de algún grande o título en su lugar: Ilustrísimo o Excelentísimo; quitando a todo esto el bonete. Algunos hacen las cortesías al principio de la salutación. Yo acostumbro hacerlas después della, al comenzar la introducción, que allí comienza el sermón; y la salutación fue enderezada a nuestra Señora y a Dios por su gracia, y así parece que no entran allí bien las cortesías humanas. Estando el Santísimo Sacramento descubierto, se usa en algunas partes que el predicador tenga todo el sermón descubierta la cabeza, y es reverencia muy debida; pero no se ha de porfiar sobre ella tanto, como yo vi entre religiosos de diversas religiones, defendiendo cada uno su opinión, y hubo quien lo hiciese obligatorio, y lo contrario escandaloso. Al fin se remitieron a mi parecer: que donde lo he hallado introducido, alguna vez me he conformado con predicar descubierto, porque los flacos del auditorio no se alboroten; pero generalmente no lo acostumbro así, porque me parece no buena perspectiva ver un hombre dando voces y destocado, como porque de la manera que delante de los reyes hay grandes que se cubren, así los predicadores en la Iglesia de Dios representan personajes grandes, cuando predican, y aun al mismo Jesucristo, y podrán cubrirse, especialmente que casi siempre se habla con el auditorio como con discípulos. Cuanto más que las iglesias suelen casi siempre ser frías y airosas, y la cabeza sudando y abiertos los poros, no está bien descubierta al aire una hora entera.




ArribaAbajo

Capítulo III

De la introducción


Algunos hay que no hacen exordios o introducciones, y me han preguntado para qué las hago yo. Lo primero, porque se usa, y parece bien. Lo segundo, porque es documento que todos los oradores dan, que nunca entran ex abrupto, ni los maestros entran a tratar las materias, sino precediendo sus tratados o cuestiones proemiales. Lo tercero, porque leí a Crisóstomo, tomo 3, homilía De ferendis reprehensionibus, ex conversione Pauli, donde al principio se excusa de que le solían acusar que hacía introducciones en los sermones muy largas, y agradéceles la reprehensión, enseñando muy despacio que habemos de sufrir y aun agradecer las reprehensiones que se nos dieren. Lo segundo, da tres razones que le movían a hacer proemios o introducciones. Allí están muy bien dichas, para quien las quisiere leer, que yo no las quiero trasladar, por no echarlas a perder. Alaba esta misma costumbre Cayo, jurisconsulto, libro primero, Pandectarum, titulo secundo, De origine iuris, diciendo que nos disponen el entendimiento las introducciones, y aun la voluntad y gusto para lo que se ha de decir. Y como Vitruvio enseña que en los zaguanes y portadas de los edificios grandes se pongan estatuas y otras cosas que entretengan a los que vienen a hablar al señor, que vive dentro (porque siempre les hacen esperar un gran rato antes que entren), y honren al edificio y al dueño: así las introducciones, siendo como han de ser, saborean para el sermón y honran al predicador. Verdad es que no han de ser los proemios muy largos, ni se ha de usar dellos en pláticas breves o de poca sustancia, o que se han de hacer a príncipes ocupados; y así en Atenas, en subiéndose uno a orar y proponer algo al senado, luego le decía el maestro de ceremonias, que llamaban preco: Sin arengas, Padre, con brevedad. Y Horatio: Quorsum hec tan putida tendunt? Pero en los sermones son necesarios y adornan, si no son prolijos. La introducción se hará, como queda dicho en el capítulo primero deste tratado, volviendo primero a decir las palabras del Evangelio primeras en latín, citando el libro y capítulo, y no diciendo loco et capite supra citatis, porque, si me acuerdo del capítulo que citó, no es menester nada; si no me acuerdo, no sirve de nada decir supra citatis; que dende la salutación a la introducción claro está que no se habrá trocado el libro ni el capítulo. De manera que será la introducción un discurso que venga a encarar y dar de lleno, si es posible, a todo el Evangelio, y a lo menos a la primera cláusula que dél se hubiere de considerar, de manera que parezca que el Evangelio o la cláusula sale nacido de la introducción, lo cual se ha de tomar de lo más lejos que sea posible del Evangelio, de manera que se deslumbre el oyente y se suspenda, sin saber dónde se va a parar, y poco a poco, sin sentir, cuando menos se cate, se halle en medio del Evangelio.

Hanse de tener tres o cuatro advertencias. La primera, que nunca se comience con fábula o geroglífico ni poesía, porque esto es contra la gravedad de aquel acto sagrado darle tan ruin principio, y desacredítase desde luego con los cuerdos el predicador; que no esperan dél cosas graves, porque la primera entrada parecer mal o bien importa mucho, como se nota en un librillo del Cortesano que anda en lengua italiana. Sea, pues, el principio una autoridad de la Escritura o de un Santo o una buena razón.

La segunda, que no se hagan las entradas con palabras artificiosas y que lleven torrente, como loa de comedia, como comenzó un predicador: «En el divino templo de Palas, diosa no menos ahogada de soldados, que por las campañas acometen dificultosas batallas», etc. Que ha llegado el abuso a términos, que en cierta provincia algunos religiosos mozos la llamaban ya a la introducción la loa. Hasta que un santo religioso viejo les escalentó muy bien las orejas sobre ello.

La tercera, que no prometa el predicador en la introducción muchas y grandes cosas para tratar en el sermón, porque después suele no satisfacerse a lo prometido, y caerá en falta.


Nec sic incipias, ut scriptor cyclicus olim:
«Fortunam Priami cantabo et nobile bellum».
Quid dignum tanto feret hic promissor hiatu?
Parturiunt montes, nascetur ridiculus mus.



Siempre se comience modesto y medido, sin prometer mucho, de manera que antes vaya el sermón de menos a más, que de más a menos.


Non fumum ex fulgore, sed ex fumo dare lucem
Cogitat, ut speciosa dehinc miracula promat.



La cuarta advertencia es que la introducción se procure que no sea tan moral como especulativa; y si hubiere de ser moral, no sea de reprehensión, que no parece bien luego al principio la cólera, antes se espanta la caza. Tulio, II De Oratore, dice, a este propósito, que como los justadores primero suelen correr lanzas de galanes, por floreo, y luego de caballeros valientes, sic non est dubium quim exordium dicendi vehemens et pugnax non saepe esse debeat in ipso enim gladiatorio vitae certamine, quo ferro decernitur, tamen ante congressum multa fiunt quae non ad vulnus, sed ad speciem valere videantur. Quanto hoc magis in oratore spectandum est.

Sea la última advertencia una, que habiéndola yo sacado por experiencia, ha pocos arios que la hallé en el II De Oratore, que si la hubiera hallado a los principios, me hubiera ahorrado grande trabajo, porque para inventar el discurso de la introducción, no hacía más de leer el Evangelio, y luego discurrir por la imaginación de acá para acullá desvelado, topando con un discurso y otro, hasta que uno me contentaba, porque encaraba bien con el Evangelio; y con la misma imaginación buscaba con que llenarle; y si esto no bastaba acudía a los libros y lugares comunes que tenía recogidos. Pero, cansado desto, casi abandonando las instrucciones, di después en estudiar primero el sermón y todas las consideraciones dél, citando en mi borrador los libros con que las podía llenar; y luego, de entre ellas mismas, miraba cuál era más a propósito para introducción, y nunca dejé de hallar alguna, que luego ella misma llamaba, y yo procuraba enderezarla en forma de introducción; y cuando todo turbio corría, tomaba la primera consideración, y como la había de cargar sobre la primera cláusula del Evangelio, volvíala del revés, y comenzaba por el punto della más lejano del Evangelio, e iba confirmándolo y dilatándolo, acercándome a la primera cláusula del Evangelio a que enristraba, y al fin ensartaba diciendo: veislo aquí a la entrada del Evangelio. Digo, pues, que es documento de Tulio: que primero se piense todo lo que se ha de decir, y de allí se saque lo que fuere más a propósito para exordio de la oración. Rematemos esta materia con que la introducción no ha de ser muy larga, sino que, en la salutación y en ella, se gaste un cuarto de hora, cuando mucho, así porque no falte tiempo para lo moral y provechoso, como porque es molesto cualquier discurso largo, y amenaza que lo será el sermón.




ArribaAbajo

Capítulo IV

Del cuerpo del sermón


El cuerpo del sermón ha de ir arreo por el Evangelio adelante levantando o sacando de cada sentencia o cláusula o palabra dél y siguiéndola. Digo arreo, no porque no se puedan saltar o dexar algunas cláusulas sin considerar, que no es menester considerarlas todas a hecho, sino quiero decir que las consideraciones vayan por el Evangelio, y no al revés, ni trocadas. Han de ser por lo menos tres o cuatro consideraciones, y a lo largo siete o ocho. Si ha de haber algunas especulativas, sean las menos, como dijo Crisóstomo, homilía 16, Ad populum antiochenum: Orationis major pars in morales impenditur sermones. Y las especulativas sean las primeras, que de ninguna manera se han de guardar para la postre, porque los entendimientos están más descansados para la atención de lo especulativo al principio que al fin. Y para lo moral o reprehensiones basta mediana atención; que ellas mismas, como son picantes, la excitan y avivan, cuanto más que como el fin principal del predicador es mover y aprovechar, y lo que se dice al fin se queda más en la memoria, es mejor poner lo provechoso al fin, porque no se nos olvide. Que si después dello se dicen cosas delgadas y especulativas hiélase la voluntad cerca de lo dicho para las costumbres, y excítase el entendimiento, de manera que salen los oyentes con esto que es menos provechoso. Y de lo mismo moral lo más picante se llega cerca al fin, por lo que queda dicho; como de media comida adelante se sirven cosas más saladas y picantes, porque abren el gusto, y al no lo fuesen, no se comerían. Verdad es que como en el mesmo banquete, tras de los platos, se da para postre algunas frutas o dulces, también en el sermón parece bien, después de haber reprehendido y descalabrado los vicios, untar el casco a los oyentes con dos o tres bocaditos agudos y dulces, porque acabar con la aspereza de la reprehensión es parar el caballo en la furia de la carrera, y sobre las manos, debiendo parar poco a poco y haciendo corbetas.

Las dos o tres primeras consideraciones sean más llenas y más largas, porque hay paciencia para oírlas; y las otras, cuanto más cerca del fin, sean más cortas, porque se vayan cebando los gustos con la frecuente mudanza de manjares, de manera que aun la última y penúltima consideración pueden ser no más que levantadas del Evangelio, y señaladas con viveza, sin probarlas ni enriquecerlas más que con su misma ánima y primor. En cada consideración, aunque sea de las primeras, no se han de hacer discursos muy largos, llevando suspenso a el oyente, que eso es bueno para sola la introducción. Discursos prolixos cansan a el oyente.


Nec reditum Diomedis ab interitu Maleagri,
Nec gemino bellum Troyanum orditur ab ovo.



Dice Quintiliano unas palabras muy llenas y breves: Prima nobis virtus sit perspicuitas, rectus ordo, propria verba, non in longum dilata conclusio. El rectus ordo es la disposición del sermón, que vamos tratando después de la invención. Perspicuitas y propria verba se dirán en el tratado de la elocución; que agora solamente traigo este lugar para el non in longum dilata conclusio. No discursos largos, sino que veamos luego la conclusión, y a qué vamos a parar. Horacio dijo: Quidquid praecipias, esto brevis, a otro propósito; pero no ha de ser tanta la brevedad que se quede la consideración sin ser entendida. Dum brevis esse laboro, obscurus fio, dijo el mismo autor.

La consideración que dura un cuarto de hora es harto larga; si de ahí pasa, es intolerable, aunque vaya llena de diversas cosas y bocados, cuánto más si toda ella es un bocado y discurso todo, como no falta quien lo use, y aun lo imprima; que si coge un lugar de Escritura, aunque tenga treinta palabras, a todas las ha de hacer significar a propósito de lo que va diciendo, aunque huyan al coser, como suelen. A éstos decía el Padre Cipriano que la comparación o autoridad no ha de asentar de todos tres pies, como banqueta. Pero ellos hácenlo mejor; que si el lugar de Escritura tiene tantas palabras como el cientopiés, todas han de hacer que asienten a su propósito; aunque más lo riña San Gregorio, que dice que, como la vihuela tiene su espalda o asiento, su tapa, su redecilla, su puente, sus trastes, sus clavijas y cuerdas, no por eso, al tañer, se han de tocar todas estas piezas (que tocar en la tabla sus golpecicos es de guitarreros), sino sólo las cuerdas; y todo lo demás es para que las cuerdas se tengan y suenen bien: así las parábolas o historias de la Sagrada Escritura tienen cosas que no son más de para que se trabe la historia o parábola bien, y vaya corriente; pero no todo ha de tener significación y misterio, ni en todo ha de tocar el predicador, sino sólo en lo que se puso para el fin que pretendió Cristo cuando las dixo, o el Espíritu Santo, cuando las dictó. En las cosas que se traen para llenar cada consideración, no se han de poner todas las de una especie arreo, quiero decir: si se traen tres lugares de Escritura, dos dichos de filósofos, dos o tres exemplos o razones, no se digan todos los exemplos juntos, uno en pos de otro, o todas las razones, o todos los lugares, sino entremetiendo con un lugar una razón, una humanidad, un exemplo: lo que viniere mejor y, más consiguiente, lo uno a par de lo otro; y luego otro lugar y la humanidad o ejemplo que mejor se le pegare, etc. Al fin, singula quaeque locum teneant sortita decenter.

No sea lo primero que se traiga en cada consideración cosa profana, sino sagrada. Si se hubieren de traer dos o tres exemplos para una cosa, váyase haciendo gradación con ellos, de bueno en mejor, acabando con el más cuadrado y sabroso.

Algunos ponen cuidado en que, cuando se acaba una consideración, quede hecha la cama para la siguiente y que venga como llamada y cosida naturalmente la segunda tras de la primera, etc. Yo no he curado de tanta arte; aunque parece bien, como no se haya de torcer mucho y con violencia lo que se va diciendo, para que encaje lo que se sigue, que si se puede encajar de manera que parezca que se viene allí nacida, es cosa agradable. Tantum series junturaque pollet. También acostumbran otros predicadores hacer ensalada de dos Evangelios, de la feria o dominica con el de la fiesta o santo. Ni lo alabo, ni lo condeno. Algunas veces lo he visto con harta impropiedad y violencia, huyendo el un Evangelio del otro, y cosiéndolos el predicador, por fuerza. Lo que acostumbro es tratar el misterio o santo al principio o al fin, y lo demás del cuerpo del sermón siempre firme por un Evangelio solo. Tal vez suele acontecer, yendo diciendo deste Evangelio, venir bien algo del otro, y tan a propósito, que, puesto él cabe, como dicen, de paleta, no hay sino dalle.

No es necesario que las consideraciones lleguen desde el principio del Evangelio hasta el fin; que bastará predicar las cláusulas primeras, que se pudieren, hasta que sea una hora; pero lo más prático es correr a lo menos, salteándolas, tantas cláusulas del Evangelio que parezca que se comenzó desde el principio, y se llega hasta el fin o cerca, de manera que, aunque no se consideren, como dicen, pro singulis generum, se consideren pro generibus singulorum. Y aunque se dejen algunas cosas en medio, sin considerar, como se consideren de trecho a trecho algunas otras, y se llegue a las últimas, parece a los oyentes que se consideró y corrió todo el Evangelio, y quedan satisfechos y a veces admirados cómo se corrió todo en una hora, porque no echan de ver lo que se quedó entre medias.




ArribaAbajo

Capítulo V

De lo que ha de durar el sermón


En la postrera consideración es fácil hacerle que venga a acabar en aquí por gracia y después por gloria, sin que parezca a pospelo; y no hay que tratar del epílogo, sino dar fin al sermón, antes medio cuarto menos de la hora, que seis minutos más. Que está el gusto en lo espiritual tan estragado, que la comedia ha de durar dos horas, y el sermón menos de una. Y Tulio dice en el II De Officiis: Si longior fuerit oratio, cum magnitudine utilitatis comparetur. Los sermones provechosos pueden ser algo más largos; los de floreo o especulación sean más breves. De Orígenes dice Erasmo en su vida, cerca del fin, que nunca pasaron sus sermones de una hora, y que por maravilla duraban sino media, por saber, como he dicho, que el pueblo gusta más de comedias largas que de sermones cortos. Y cierra diciendo: Consultius judicabat crebro docere quam diu. Así enseña Orígenes que se ha de predicar breve en la homilía 6, sobre el Libro de los Jueces; y San Gregorio Nazianceno, cuyas palabras se citan, capítulo Si rector, 43, distinctione; y el mismo santo afirma lo mismo en la oración In sanctum lavacrum. Horacio:


Quidquid praecipies, esto brevis; ut cito dicta
Percipiant animi dociles, teneantque fideles.



En todas las cosas es muy loada la brevedad. Cuanto más cosas se encerraren y más sustancia en menos cantidad, tanto es mayor el primor en cualquiera materia que sea, como en la pintura pintar una historia bien en un cuadro de un palmo. En la moneda, veinte y tres reales y medio en un doblón, de más estima son que en plata, por estar en menos cantidad. Séneca: Leges oportet esse brevissimas, ita ut, dimissa veluti divinitus, vox, jubeant, non disputent, ita ut ab hominibus etiam imperitis teneantur. Entre los ángeles, los más altos en sus coros entienden con menos número de especies inteligibles, y en menos principios más conclusiones. Manda el rey que en un negocio informe el Presidente de Granada, y él hácelo en dos o tres planas de papel. Cuando el Consejo las vee, lo resuelve en una cuartilla o media, para consultarlo con el rey. Y el privado o consultante o el secretario pónelo en dos renglones para el rey, el cual lo resuelve en sola una palabra. De manera que andan a la par brevedad con grandeza y excelencia. Homero alaba a Menelao: Non is multa quidem, verum arguntentisima, quippe parciloquus. Por eso fue tan alabado el lenguaje lacónico y lo define Nacianceno: Multa dicere paucis. Y por esto las escrituras de títulos o rótulos que se ponen en las obras públicas han de ser brevísimas, de manera que no digan más de lo que dice la misma obra; que si el rótulo es largo, el caminante no se quiere parar a leerlo. Habacuc, capítulo II: Scribe visum et explana eum super tabulas, ut percurrat qui legerit. Como el sobrescrito del altar de Atenas, Ignoto deo, y no más. Uno de los siete milagros del mundo fue la Ilíada de Homero, que, con ser tan grande libro, hubo quien la escribiese de letra tan menuda, en tan pequeño papel, que se cerraba en dos cáscaras de una nuez. Por eso alabaron tanto el ingenio de Mirméciles, que hizo un carro de marfil con sus ruedas, y todo lo cubría una mosca con las alas; y un navío con todas sus jarcias, que lo cubría una aveja con las suyas. Un Francisco Alumno estampó en una moneda, como un real, todo el símbolo de la fee y principio del Evangelio de San Juan, como se dice al fin de la misa. Y autor hay que refiere haber visto un hueso de cereza labrado como cestico, y en él escritos nombres de 30 soldados. La más maravillosa cosa del mundo es el hombre, y en él está abreviado todo el mundo; y entre los hombres, el más maravilloso es Cristo, en quien abrevió, encerró y sumó Dios todo el linaje humano y todo el mundo; que eso quiere decir San Pablo que in Christo instauravit, alias recapitulavit, quae in caelo et in terra. Mil ejemplos hay a este propósito. ¿Cómo es tan estimado un globo celeste, que en el tamaño de un melón tiene cuanto en el cielo se vee y se sabe? Gran cosa es la emprenta, pues en tan breve tiempo como un día hacen mil y quinientos pliegos; como era cosa cansada y enfadosa hacer libros manuscritos. Gran gusto dicen que es correr por la posta treinta leguas en un día, porque se anda mucho en poco tiempo. Entre los animales el más maravilloso es la aveja por tener tanta sabiduría en tan pequeño vaso; entre los pájaros el más dulce es el ruiseñor; entre las flores, las más suaves jazmines y açahar; entre los hombres los niños pequeñitos tienen siempre donaire y gracia. Al fin, no sé que se tiene la breve cantidad y pequeña, que a todos enamora; y lo mesmo es en el sermón. Iba un día Foción muy pensativo por la calle, y preguntándole en qué, respondió: En qué palabras podré quitar de una oración que he de hacer a los Atenienses, por ser breve. De Salustio dice Séneca el Trágico: Salustio vivente, sententiae concisae sunt, et verba, ante quam spectari possent, cadebant.

Verdad es que hay diversas costumbres de provincias, porque en Italia dicen que se predica hora y media; la primera mitad lo especulativo, y tras dello descansa un poco el predicador y los oyentes, pigliando fiato, como ellos dicen, para predicar en la segunda mitad cosas morales. En España no se predica más de una hora, Adviento y Quaresma y todo el invierno; pero de Pascua de Flores adelante algo menos.

Acabado el sermón, se suelen echar o publicar sermones para otro día, fiestas o jubileos, encomendar algunas Ave-Marías o Pater-noster por cosas públicas y alguna particular; dar, si no hay obispo delante, la bendición Benedictio Dei Patris Omnipotentis, etc. Las cédulas de pobres, y aun de sermones o otras cosas, también se pueden leer al principio, y suele ser mejor, porque al fin a las veces se olvidan o no se oyen bien, como el auditorio se desbarata luego, o el predicador se enfada, como está cansado, o todo junto.





Arriba
Anterior Indice Siguiente