Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.


ArribaAbajoEl remo roto

Balada XXVII


A ella7




I



    De blanco vestida,
   de flores ceñida
   la sien virginal,
   va al templo Rosana,
   la linda aldeana:
   su madre detrás.

      La tierna cordera
   su ofrenda primera
   le lleva al Señor.
      El pan rubicundo,
   el huevo fecundo,
   su fiel corazón.

      Ofrenda sublime,
   que, culpas redime
   si en ella las hay.
      Por tierna y por pía
   Dios mismo la envía
   un beso de paz.

      Simón, el barquero,
   arrimase artero
do pasan las dos.
      «-¿Por qué no oyes misa?»
   con dulce sonrisa
   la niña esclamó.

      «Dios todo lo abarca,
   »Y a salvo tu barca
   »al puerto traerá.
      »En él pon la idea
   »que viento y marea
   »propicios harás.»

      Mirola el barquero
   rendido y artero,
   doblada la sien.
      Sonó la campana,
   y niña y anciana
   entraron sin él.


II

      Bramó la tormenta
   con furia violenta:
   silbó el huracán.
      El ola bravía
   rugiendo quería
   tragarse el altar.

Del templo la cúpula
   relámpago lívido
   ceñía en redor.
      Las cándidas jóvenes,
   los justos decrépitos
   invocan a Dios.

      Simón solamente,
   serena la frente,
risueña la faz,
      De gozo está henchido
   a cada bramido
   de la tempestad.

      Penetra al sagrado
   con pie apresurado:
   Rosana está allí.
      ¡Profano! ¡maldito!
   le arrastra el delito.
   ¡Rosana infeliz!

      Del cierzo las ráfagas
   confunden y llévanse
   un beso y un ¡ay!
      La lámpara trémula
   de luz melancólica
   se apaga a la par.


III

      Entre espuma
      deslumbrante
      baja y sube
      vacilante.
      ¿Es la pluma
      de ave osada,
      por el rayo
      derribada?
      ¿es la nube
      disipada
      por el viento?
      En el cárdeno
      elemento
      honda estela
      señalada,
      va dejando.
      -Vuela, vuela,
      vil barquilla,
      mientras corre
      por la orilla,
      la cuitada
      viejecilla
      separada
      de su amor.
      Parte, parte
      que a los cielos
      sus consuelos
      pide airada,
      y a matarte
      va su furia
      desatada.
      Parte, parte,
      novio artero,
      vil barquero,
      vil Simón.
      Como el lobo
      con la oveja,
      con tu robo
      deja, deja,
estas tristes riberas, ladrón.

      ¿No la escuchas
      invocando
      los castigos
      del Eterno
      para ti?
      ¡y sonríes
      blasfemando
      con sonrisa
      del infierno,
que trae veloz el huracán aquí!

      Cuando tienes
      a tus plantas
      el averno,
      ¿no te espantas?
      Los vaivenes
      que te empujan,
      y te elevan,
      y te estrujan,
      y te llevan
      como en alas
      infernales
      a placer,
      ¿no te gritan:
      -«Nada vales;
      »no me igualas;
      »tus blasfemias
      »no me irritan
      »de tu empeño
      »yo me río;
      »soy el dueño;
      »eres mío.
      »Ven, esclavo,
      »que por oro,
      »ni por plata
      »se rescata;
      »ven, acata
      »mi poder.
      »Soy concento
      »misterioso
      »de un acento
      »poderoso:
»si desatan mis iras el viento,
»ese abismo te puede sorber.»

SIMÓN

 (en alta mar.) 

   ¡Que brame la tempestad
y se estrelle en mi cabeza!
Al mar vence mi destreza,
y al cielo mi voluntad.
   Del mundo y del cielo
aquí es toda memoria vana:
tengo en mi barco a Rosana,
mundo y cielo para mí.
   Ante el altar del Señor
desmayada te miré,
¡amor mío! y te robé
para el altar de mi amor.

LA VOZ DE LA TORMENTA

   Simón, boga, boga,
que el mejor marinero se ahoga.

LA VOZ DE LA CONCIENCIA

   ¿Altar tu amor? más ínclitos altares
al ímpetu cayeron de los mares.

LA ANCIANA

 (de rodillas en la playa.) 

      ¡Permita Dios que te veas,
   marinero desleal,
   a la puerta de los cielos
   y no te dejen entrar!

LA CAMPANA DE LA ALDEA

      Vecinos, ¡acudid!
   ¡perseguid
   al ladrón....!
   dilín, dilón.

SIMÓN

A rebato la campana
toca, toca:
viejecilla casquivana
pobre loca,
   no te canses de tocar:
¿me robarás a Rosana
   cuando me protege el mar?

LA ANCIANA

      El día que te parí,
   bien te lo decía yo.
   ¡Qué desdichada has de ser,
   hija de mi corazón!

SIMÓN

      Boguemos, boguemos
   que vuelen los remos.

LA VOZ DEL MAR

      Simón, boga, boga,
   que el mejor marinero se ahoga.

SIMÓN

      Ya la tierra no se ve;
   entre Rosana y mi amor
   ya el obstáculo quité...
   Para adorarla mejor
   despacio la miraré.
      El rostro descolorido...
   el corazón apagado
   bajo mi mano ha latido...
   ave, el nido te he robado,
   pero te daré otro nido.
      Un nido sobre la espuma
   del mar, mecido en sus brazos
   ligero como una pluma,
   atado con dulces lazos
   a las alas de la bruma.
      Un nido lleno de amor,
   de los cielos suspendido
   para delicia mayor,
   con que verás al Señor
   al reclinarte en tu nido.
      ¡Y qué lindas barcarolas
   oírte cantar espero
   al arrullo de las olas,
   mientras tu fiel marinero
   las va repitiendo a solas!
      Aquí solo envidiaré
   al rubio sol que te ve,
   al aire que te acaricia,
   y al mar que lame tu pie
   con amorosa delicia.
      Boguemos, boguemos,
   que vuelen los remos.

LA VOZ DE LA PLAYA

¡Ay del que se duerme en brazos del mar!
¡ay del que despierta en la eternidad!

SIMÓN

      Respira al fin, corazón,
   que tu triste condición
   se va a mudar desde ahora;
   ayer de Simón señora,
   hoy esclava de Simón.
      Serán cadenas de flores
   Rosana, dulce embeleso,
   tu libertad nunca llores,
   que yo también vivo preso
   en la red de tus amores.

EL ÚLTIMO ECO DE LA PLAYA

      ¡Maldito! ¡maldito!

SIMÓN

      Me asusta ese grito.

LA CAMPANA

      Vecinos, acudid,
   perseguid
   al ladrón...
   dilín, dilón.

LA ÚLTIMA VOZ DEL MAR

      Simón, boga... boga...
   que el mejor marinero se ahoga.

SIMÓN

   Boguemos, boguemos,
que vuelen... -¡Maldición!...
Crugen los remos;
brama iracundo el noto,
montes alzando de rizada espuma,
y entre la densa bruma
un remo yace sobre el agua roto.
   El pobre marinero,
rendida el alma a la mortal congoja
del otro remo entero
con el ayuda a navegar se arroja.
   Y rema, y reina, y gira
en fiero remolino,
como la pobre mente que delira
razón perdida y tino;
como del plomo artero
águila herida los espacios hiende,
y ora el vuelo rastrero,
ora hasta el solio del Señor lo tiende.
Nube espiral del humo de la vida
al cierzo destructor desvanecida.
   En círculos de plata
el barco aprisionado,
si a veces los desata
torna a girar con golpe redoblado.
Y el remo roto que en el agua flota
parece que murmura:
-«Soy la cadena rota
»de tu crimen, Simón, y tu ventura.»

SIMÓN

 (ahogándose.) 

¡Ay! ¡maldición!

LA CAMPANA

 (a lo lejos.) 

   Dilín, dilón.
   Ondas, espumas, vientos,
contra el pobre galán se conjuraron,
y cual tigres hambrientos
su barca y sus amores devoraron.
Diz que del remolino
rauda brillante estrella
surgió, calmando el ímpetu del noto,
y desde el remo roto
al cielo por incógnito camino,
con el alma voló de la doncella.




ArribaAbajoLos baños de la Padilla

Balada XXVIII




    A los moriscos jardines,
que don Pedro de Castilla
sembró en rosas y jazmines,
bajaba al anochecer
doña María Padilla,
regia Venus del placer.

   Fue aquel tigre carnicero,
que en sangre empapó sus huellas,
sólo en el amar sincero;
y ella a fe lo merecía,
que era bella entre las bellas,
la bella doña María.

   Templo en el jardín umbroso
alzaron los dos amantes
al placer voluptuoso:
arabesco gineceo,
donde licores fragantes
entibiaban su deseo.

   Hoy a la puesta del sol,
cuando el celeste confín
se colora de arrebol,
dos esqueletos estraños
fugitivos del jardín
se refugian en los baños.

   Y zumban por las arcadas
húmedas, tristes y frías,
histéricas carcajadas,
lúgubres y helados besos,
caricias de amor sombrías
como el crugir de los huesos.

   Al ronco son de las gotas
del cristalino raudal
que salta entre piedras rotas
del arabesco cimiento,
aquel amor sepulcral
parece un remordimiento.

   Con su mano cadavérica
revolviendo el musgo frío,
y en voz gutural, histérica
murmura una sombra así:
-«aquí en tus brazos, bien mío,
»¡cuántos sueños yo dormí!»

   En la pared carcomida
una celda mal tapiada
y del tiempo denegrida,
hace a otra sombra esclamar:
-«aquí la reina encerrada
»nos vio mil veces bañar.»

   Y nuevas risas sonaron
destempladas, estridentes,
y de la celda apartaron
ambas su faz mustia y seca,
chocando de horror sus dientes
que el eco espantoso ahueca.

   -«¿Acuérdaste, prenda mía,
(murmura la más osada)
»de lo que nos dijo un día?»
-«¡Yo no lo olvido jamás!»
(Y estremecieron la arcada
dos suspiros a compás;

   Y murmuraron las dos
con acento sobrehumano):
-«Don Pedro, permita Dios
»que el cielo te lo demande,
»y que te mate tu hermano
»que es la desdicha más grande.

   »Tú a la reina de Castilla
»haces, infame, testigo
»del baño de la Padilla...
»¡ojalá en sangre te bañes,
»y para mayor castigo
»al infierno la acompañes!»

   Un silencio sepulcral
reina en el triste recinto,
y el cristalino raudal
que corre por las arcadas
en sangre parece tinto
a las sombras aterradas.

   Al fin la más valerosa
poniendo al silencio dique,
dijo con voz dolorosa:
-»¡Ay! me salpicó la frente
»la sangre de don Fadrique
»cuando le mató Juan Diente.

   »Y en sangre para mi daño
»desde el augurio cruel
»a todas horas me baño;
»y bajo el puñal impío
»en la noche de Montiel
»caí... de un hermano mío.»

   -Juntas también nuestras dos
»almas, se vieron un día
»en la presencia de Dios...»
-«Amarte fue mi delito...
»¡Maldita seas, María!
»¡Maldito, Pedro, maldito!

   Y tornan las carcajadas
a retumbar sordas, lentas,
por las moriscas arcadas;
y en el vecino jardín
avecillas soñolientas
cantan un himno sin fin.

   De verlos desparecer
a punto la aurora brilla;
hasta que otro anochecer
los traiga desde el infierno
al baño de la Padilla,
que es su purgatorio eterno.




ArribaAbajoEl ángel mudo

Balada XXIX




    La niña dobla la frente
sobre el seno de su madre
como flor que sobre el tallo
se seca al morir la tarde.
Un ángel baja del cielo,
y dice la anciana al ángel:
-«¿Por qué te llevas el alma
»de esta pobre madre?»

   El ángel no respondía,
y volando, volando seguía.

   Atraviesan las moradas
de las águilas reales,
les dan las nubes corona,
les dan música los aires.
Gozosa la niña vuela
olvidada de su madre,
y a cada vuelo pregunta:
-«¿Dónde vamos, ángel?

   El ángel no respondía,
y volando, volando seguía

   Bullir ven bajo sus plantas
las más hermosas ciudades,
con sus carrozas de oro,
con sus palacios de jaspe.
La niña al verlas sonríe,
y vuelve a decir al ángel
-«¿Por qué a gozar en el mundo
»no quieres llevarme?»

   El ángel no respondía,
y subiendo, subiendo seguía.

   Cerca de la pobre aldea,
gota perdida en los mares,
en humilde cementerio
crece una flor triste y frágil.
El ángel baja a cogerla,
y dice la niña al ángel:
-«¿Por una flor a la aldea,
»es justo que bajes?

   El ángel no respondía,
y bajando, bajando seguía.

   El alma de otra doncella
muerta en brazos de su madre
era la flor misteriosa
que quiso coger el ángel.
Abrazadas las dos almas
siguen hendiendo los aires;
y ambas al ángel preguntan:
-«¿Dónde vamos, ángel?»

   El ángel no respondía,
y a los cielos subiendo seguía.




ArribaAbajoLas siete canciones del mes de mayo

Balada XXX


A la Buena Memoria de D. Agustín Bonnat (Q. E. P. D.)




Divino mes de mayo,
      mes de las flores,
      que coronado vienes
      de resplandores,
      tras de tus huellas
      el corazón arrastras
      de las doncellas.
      Y teñida de púrpura
      la casta frente,
      tañendo el dulce crótalo
      de ritmo ardiente
      con voz pulida
      te cantan en el prado
      la bien venida.


I

CANCIÓN DE LAS DONCELLAS


   ¡Ya llega! ¡ya llega! lo anuncia la brisa,
lo anuncia al Oriente
la nube ayer negra, mas hoy sonrosada;
la brisa es tan solo su dulce sonrisa;
la nube es sus ojos de ardiente mirada,
que el alma presiente
que bebe estasiada.
Vendrán las mañanas de plácido gozo;
a orillas del río
vendrán las meriendas, los dulces festejos,
y luego brindando galán alborozo
las noches de estío,
las noches de luna que duermen los viejos...

Vendrán las serenatas,
      y las fogatas,
      y las danzas pulidas
sobre el musgo del prado tejidas.
      Y las romerías
      del señor San Juan
también vendrán, también vendrán.

      Para nuestros cabellos
      tendremos flores,
que ellos con ellas están más bellos,
y ellas no saben vivir sin ellos,
como la niña sin sus amores.

      Divino mes de mayo,
      mes de las flores,
      que coronado vienes
      de resplandores,
      ¡con qué divinas
      canciones te reciben
      las golondrinas!


II

CANCIÓN DE LAS GOLONDRINAS

¡Chis! ¡chis! nosotras venimos
de donde mayo reposa:
¡chis! ¡chis! nosotras le vimos
      tender sus alas
      cual mariposa
      para cruzar
el aire y el cielo, la tierra y el mar.

   Detrás de nosotras vino,
más que nunca gozoso y divino;
y como viene dicha anunciando
nos envía delante cantando.

Aves hermanas de arrullo tierno,
      que habéis vivido
      todo el invierno
sin amor, sin placeres, sin nido;
      soltad el reclamo
      de vuestro gorgeo,
que ya entre las ramas oiréis -«te amo»-
envuelto en murmullo de casto aleteo.
Empezad a arrancaros las plumas
que al hermoso polluelo dormido
      den lecho blando
en la copa del árbol erguido,
cuando esté por las brisas mecido,
      como entre espumas
el barco se mece subiendo y bajando.

      Los insectos voladores
      que al rayo del sol
      con sus alas de colores
cascadas fingen de tornasol,
      ya zumban todo el día
      en rededor de los árboles
que el mayo en hojas adorna rico:
      Dios que los cría
      harto bien sabe
      que los envía
para el pico amoroso del ave,
que a sus hijos los lleva en el pico.

      Divino mes de mayo,
      mes de las flores,
      que coronado vienes
      de resplandores,
      ¡con qué sublimes
      canciones te saludan
      las almas tristes!


III

CANCIÓN DE LOS TRISTES

   Cuando del negro corazón la calma
siquiera alumbre de la dicha un rayo
¿a quién lo debe agradecer el alma?
a ti, mes de las flores, dulce mayo.

   ¡Ay! ¡qué triste es pasar horas tras horas,
esclavos del dolor ojos y mente,
y en el cielo ver nubes tronadoras,
y nubes en el alma juntamente!

   Ver del cierzo los árboles heridos
sembrar por tierra su esplendor deshecho,
y de la dicha ver los carcomidos
restos sembrando el lastimoso pecho.

   Ronco el torrente que a lo lejos brama,
estrellando en las rocas su corriente,
la eternidad parece, que nos llama
a hundirnos en su lóbrego torrente.

   Cuando en el prado las marchitas hojas
al hollarlas el pie, voz da a su duelo,
gimen dentro del alma las congojas,
como gimen las hojas en el suelo.

   Si son los tristes en la tierra hermanos,
cuando tu manto de dolor te vistes,
naturaleza plácida ¿qué manos
enjugarán el llanto de los tristes?

   ¡Oh! sí, ven, mayo, ven con tus sonrisas
del cielo, del ambiente, de las flores;
ven con tus brisas, con tus frescas brisas,
que aduermen y aletargan los dolores.

   El arco iris que te finge el alma
para corona en la celeste altura,
présago sea de inefable calma,
ya que no puede serlo de ventura.

   Y cuando el triste sin descanso llora,
no acreciente natura sus dolores;
que solo llore perlas el aurora,
y néctar sólo el cáliz de las flores.

   Sí: ya alma mía, que en letal desmayo
llores, llora a tus solas, alma mía,
y al soplo dulce del risueño mayo
cielo, pájaros, flores... todo ría.

      Divino mes de mayo,
      mes de las flores,
      que coronado vienes
      de resplandores.
      Aun por los suelos
      te saludan cantando
      los arroyuelos.


IV

CANCIÓN DE LOS ARROYOS

   Murmuremos, murmuremos,
acompañando gozosos
los cánticos amorosos
que vagan del viento en pos,
   y conviertan nuestras voces
este campo solitario
en sublime santüario
donde todo hable de Dios.

   Nuestras ondas azuladas
de color robado al cielo,
en perlas borden el suelo
con extática embriaguez.
   Pronto volverán, deshechas
a nuestro seno querido,
cual ave que vuelve al nido
donde pasó su niñez.

   Y a su plácida frescura
el musgo verde aromoso
con ímpetu lujurioso
a la orilla brotará;
   y en la noche reposada
la luciérnaga brillante
con su fulgor vacilante
nuestro curso alumbrará.

   Cuando el sol a su fatiga
quede en ocaso rendido,
será nuestro manso ruido
un reclamo tentador,
   que reúna a los zagales
con las zagalas sencillas...
de noche en nuestras orillas
¡es tan hermoso el amor!

   Y cuando ría en Oriente
a los vergeles la aurora,
nuestra música sonora
por encanto cesará.
   Será el único silencio
que guarde nuestra alegría,
que el silencio y la poesía
están donde el alba está.

   Y cuando zumbe la abeja
en la férvida mañana,
y nuestras ondas de grana
empiece a teñir el sol,
   den a la doncella espejo,
y si de altiva presume,
a sus cabellos, perfume,
y a su mejilla, arrebol.

      Divino mes de mayo,
      mes de las flores,
      que coronado vienes
      de resplandores,
      cuando te acercas
      se disipan cantando
      las nubes negras.


V

CANCIÓN DE LAS NUBES

   Como del panal arrojan
las abejas a los zánganos,
-así nos echa del cielo
      el mes de mayo.

   Como el amor a una niña
roba el color sonrosado
-así la color nos roba
      el mes de mayo.

   Como el huracán se lleva
el follaje de los campos,
-así nos llevan las brisas
      del mes de mayo.

   Viene mayo con sus flores;
viene con sus brisas mayo;
el cielo azul nos olvida...
      -¡vámonos! ¡vámonos!

      Divino mes de mayo,
      mes de las flores,
      que coronado vienes
      de resplandores,
      ¡cuántos cantares
      tu venida celebran
      en las ciudades!


VI

CANCIÓN DE LAS CIUDADES

   Como crisálidas bellas
que engendra el sol con su rayo,
ya galanes y doncellas
mi cielo pueblan de estrellas
el tibio soplo de mayo.

   Y en el morisco balcón,
cuajado de hermosas flores,
se asoman en confusión,
como bandada de amores
que asaltan a un corazón.

   El pájaro su garganta
ensaya al tender el vuelo
que hasta las nubes levanta,
pues el que en mayo no canta
no tiene perdón del cielo.

   Rápida como la abeja
que acude a libar la flor,
la niña su casa deja;
que mayo amar le aconseja
y el alma le pide amor.

   Bajo el cutis trasparente
se ven sus límpidas venas
ardiendo, -que es mayo ardiente,-
como el cristal de una fuente,
entre abrasadas arenas.

   Y apenas asienta el pie,
tal que se ve y no se ve;
y su cintura cimbrea,
como una palmera que
del campo se enseñorea.

   Y su pupila velada,
su boca sonrosada
exhala blando murmullo,
más blando que el del capullo
que brota a la madrugada.

   La seda de los vestidos
la gasa de los prendidos,
los pintorescos encajes,
redes son de los sentidos,
y de los ojos, celajes.

   ¡Pues y las damas sin par
que en nubes de argentería
del viento fingen brotar,
como Venus brotó un día
de las espumas del mar!

   Así en el Zocodover8
y en el Prado9 y en el coso10,
y en la Vega11, son de ver,
tanta galana mujer,
tanto galán amoroso.

   Pero donde está Cristina12
y está la plaza de Mina13,
se nubla del sol el rayo,
que es otro mayo aquel mayo
de aquella tierra divina.

   Allí la luz es mejor,
y más ardientes las brisas,
y más hermosa la flor,
y el cielo, todo sonrisas,
y la mujer, toda amor.

      Divino mes de mayo,
      mes de las flores,
      que coronado vienes
      de resplandores,
      los que atesoran
      la fe en sus corazones,
      ¡cómo te adoran!


VII

CANCIÓN DE LOS CREYENTES

   Yo te adoro, Señor cuando la cumbre
baña el rayo de, sol de primavera,
alzo mis ojos a la azul esfera,
allí otro rayo encuentro de tu lumbre.

   Tú, solo tú, con sola una sonrisa,
su pompa vuelves al vergel desnudo,
y do reinaba el huracán sañudo,
un trono le levantas a la brisa.

   Hermosa muestra de tu amor hiciste
¡oh fuente de consuelo y de ternura!
redimiendo del mal a la natura,
como en la cruz al hombre redimiste.

Por ti sacude el mundo su desmayo
tú al cielo das tan plácida armonía;...
cuando vele una nube el alma mía,
dale, Señor, también su mes de mayo.




ArribaAbajoUn misterio

Balada XXXI




¿Queréis saber un misterio
de los que el mundo no entiende,
porque la fe que le falta
ciego del alma lo tiene?
En los hechos más sencillos
mira el filósofo a veces
la mano de Dios, y entonces
la bendice y los comprende.

   ¿Queréis saber un misterio
de Dios? escuchad pues éste.

   Más que ninguna hermosa,
   más que todas feliz,
por el mundo entre flores y gozosa
   iba una meretriz.
   Era su anhelo el placer,
   su vida la bacanal,
y ella creía ¡pobre mujer!
   ventura eternal
los halagos del ángel del mal.

   Quiso una noche el hado
   probarla su rigor,
y un mozalvete que pasó a su lado,
   le dijo con amor:
   -¿Quién eres, niña donosa?
   -Soy una feliz mujer,
que va volando cual mariposa
   de placer en placer.
-¿Eres dichosa? -¿No lo he de ser?

   «Me duermo entre los besos;
   »Mis sueños de oro y luz,
»en deleites me embriagan y embelesos...
   »¿Quieres probarlos tú?
   »Hago los años instantes,
   »eternizo los placeres,
»todos los hombres son mis amantes,
   »burlo a las mujeres...
»y... soy dichosa. -«¡Cómo lo eres!...»

   »-¿Qué vale la existencia
   «de la mujer al fin?
»lo que la rosa de fugaz esencia,
   »prez de un jardín.
   «Se ve, se coge, se admira,
   »se marchita, se deshoja,
»y con desprecio luego se tira...
   »la vida me enoja,
»y deshago la flor hoja a hoja.»

   Capricho fue sublime
   del acaso o de Dios;
un lazo forja Amor y los oprime
   con él allí a los dos.
   Y ya la horroriza el oro,
   y aunque el llorar ignora,
perdido al ver su virginal tesoro
   de cuerpo y alma, llora,
para regalo del que la adora.

   Duerme al son de los besos
   sueños de oro y de luz,
embriagada en deleites y embelesos,
que ignora la virtud.
   Pero a veces se despierta
   en sobresalto cruel,
sentir creyendo que un alma muerta
   es el alma de él,
y que sus besos destilan hiel.

   Hubo una noche lúgubre
   que a su galán llamó,
sedienta de placer, y un eco tétrico
   sólo le respondió.
   -«Ángel mío, vida mía,
   »¡respóndeme por tu amor!»
pero dormido su amor seguía;
   y en tenue vapor
se elevaba su alma al Señor.

«Yo a la implacable muerte
   »su presa arrancaré.
»Dormido así en mi seno ¿he de perderte,
   »mi único Dios y fe?
   »¡Era yo tan venturosa!
   »su amor me regeneraba.
»Para los cielos yo soy su esposa,
   »desde que él me amaba
»yo en los cielos mi vista fijaba.»

   Pero resuena un canto
   lúgubre, funeral.
«Ilusiones... amor... ¡ay!... ¡humo! ¡llanto!
   »todo aquí es mortal.»
   «No turbes ya su reposo
   (el sacerdote le grita)
«sólo la esposa llora al esposo;
   »tú estás maldita,
»y tu llanto a los cielos irrita.»