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Una idea de la cantidad de animales que se utilizaban en esta conducción de piedra pómez, dará el dato siguiente de las partidas de gasto: «Fin 24 de Mayo de 1704 sien pesos al P.do Albuxa = treinta y tres pesos y siete reales de sien jáquimas sien sinchones quatrocientas sinchas y doze pesos de cabuya».

La primera parte de este abovedamiento, que corresponde al ábside y al presbiterio se terminó muy pronto, tanto que en los primeros días de marzo de 1704, se trasladó la imagen de la Virgen de Mercedes a la capilla mayor de la nueva iglesia, aunque colocándola muy provisionalmente. Así nos lo dice muy claramente esta partida que se ha asentado en el Libro de Gasto, en la semana del 15 al 22 de aquel mes y año: «del alquiler de seis cirios con la merma quando se pasó nra. M.e a la nueva iglesia siete pesos seis reales y medio». En mayo de 1705 el Obispo de Quito bendecía una campana para la nueva iglesia y se comenzaba también a labrar la nueva sillería para el coro133.

Pero el abovedamiento del resto de la iglesia tardó mucho en concluirse; pues durante el provincialato del padre fray Antonio Onrramuño, se siguieron gastando en cimbras y, en 1712, durante el segundo provincialato del padre de la Carrera, se acarreaba todavía piedra pómez, lo mismo que en 1714, durante el del padre fray Diego de Villacreces, en que se concluyó la media naranja y las demás bóvedas.

Cuando en abril de 1712 entró a gobernar la provincia mercedaria el padre maestro fray Diego Villacreces, la obra de las bóvedas se hallaba al concluirse, tanto que hasta 1714; más o menos en los primeros meses, el domo y la media naranja se hallaban listos y en estado de recibir al remate de sus linternas y, sobre ellas, el escudo de la orden, la linterna de la cúpula del crucero, y una cruz,   —126→   la del presbiterio; escudo y cruz de fierro que, colocadas sobre bombas de cobre, fueron trabajadas por el alférez Francisco de Anaya y doradas por su ayudante Caraballo134.

En 1714 se hallaban ya concluidos los trabajos de las bóvedas de la iglesia, por lo que fue preciso resguardarlas de la humedad forrándolas con azulejos, de los cuales se contrataron en la fábrica de Fernando Betancur, veinte mil al precio de cincuenta pesos el millar. Betancur las entregó en dos partidas: la primera de cuatro mil en febrero de aquel año, y dos o tres meses después, nueve mil novecientos; habiendo sido rechazados ciento por malos. Con el tejar de los jesuitas se contrató también la hechura de 16 pirámides de ladrillo cocido y vidriado, que fueron luego colocadas como adorno en la cúpula y, como vieran que aquel adorno no quedaba mal, mandaron trabajar otras 69 para colocarlas en distintas partes de la cubierta. Más tarde el padre Portillo hizo colocar otras 18 que las mandó fabricar «para adornar el artesón»135.   —127→   De estos adornos no queda uno solo: los terremotos han dan dado cuenta de ellos136.

A pesar de que no estaba todavía ni principiada la obra de la torre y recientemente se había comenzado la del coro, en 1715 se estrenaba ya una preciosa puerta que se colocó en la fachada lateral de la iglesia, con sus clavos, chapas y mascarones: De esta puerta no existen sino los mascarones colocados en la actual, que es de nuestros tiempos137.

Al padre José Portillo que gobernó la provincia durante el trienio de 1715 a 1718, le tocó empezar dos obras importantísimas de la iglesia: la torre y la decoración interna, al mismo tiempo que debía continuar hasta su conclusión la del coro, apenas iniciado en 1715 por su antecesor.

Con los primeros albores del año 1716 comenzó la obra de la decoración, que corrió a cargo de un pintor, cuyo nombre no conocemos, pero del cual sabemos que hizo los dibujos de aquella por el inaudito salario de dos reales diarios138 y en los primeros días del 1717 se comenzó la obra de la torre139.

  —128→  

A juzgar por los datos que suministran el Libro de Obra de la iglesia y otros más del Archivo del Convento, la iglesia sufrió el primer compás de interrupción desde 1718 hasta 1722; pues en ellos no aparece partida alguna de gasto desde la visita efectuada por el provincial electo fray Francisco de la Carrera al Libro de Obra, el 24 de mayo de 1718, hasta el 1.º de marzo de 1722, en que comienza nuevamente a apuntarse el gasto de esa fábrica. Creemos que es descuido, porque no sólo no se ha consignado una sola partida en la época del provincial fray Francisco de la Carrera, es decir, durante el trienio corrido desde mayo de 1718 hasta mayo de 1721, sino también en los nueve primeros meses del gobierno del padre fray Domingo de Ibáñez; pues el gasto de la fábrica en el tiempo de este provincial, sólo comienza el 1.º de marzo de 1722 y concluye el 30 de marzo de 1724, en que vuelve a interrumpirse la obra, como lo demuestra muy claramente la fecha de la visita del Libro de obra, efectuada por el provincial fray Carlos González: 10 de octubre de 1724, la constancia que en el Acta de visita pone éste visitador de que la cuenta termina el 30 de marzo de 1724 y el hecho de que su libro lo abre este provincial en la página siguiente sin anotar partidas anteriores al 20 de mayo de 1724. Todo esto hace presumir lógicamente que hubo en la obra esta segunda interrupción de casi dos meses. A nuestro parecer, desde 1722 se continuaron los trabajos de la torre y del coro, que se terminaron en 1727 con el arreglo de la grada para subir al coro y la colocación de su ventana140.

Durante este trienio debió de cubrirse el coro y la bóveda con la que remataba primitivamente la torre; pues en el Libro de fábrica aparece que se compró en este tiempo mucha piedra pómez, azulejos, cal y ladrillo. Las cuentas del gobierno del padre González no fueron visitadas sino ocho años después por el padre fray Manuel Pérez Marcillo, cuando subió este al cargo de provincial, quien, encontrando que el libro estaba incompleto, copió, de su puño y letra, las partidas que faltaban, sacándolas sin duda, de los borradores del padre González o del libro Manual de los obreros, que en ese tiempo fueron fray Bernabé Manosalvas y fray Gaspar   —[Lámina XIV]→     —129→   Lozano, después de lo cual redactó y escribió, así mismo, personalmente, el Acta de visita, el 12 de junio de 1735, consignando que habían ingresado a la fábrica de la iglesia 7629 pesos y 4 reales, y se habían gastado 8268 pesos y 2 reales, resultando un saldo a favor del padre González de 638 pesos 6 reales, «los cuales, según concluye el Acta, dixo dho. N. M. R. P. M.º Fr. Carlos los perdonaba sintiendo no haber tenido mucho mas que poder gastar y suplir a la fábrica»141.

Otra escalera en el claustro principal

Otra escalera en el claustro principal

[Lámina XIV]

El padre Pérez Marcillo ascendió al provincialato el 19 de mayo de 1733. Desde 1727 habíase vuelto a interrumpir la obra, y algo debía faltar todavía por hacerse cuando se llegó a gastar la cantidad de 8586 pesos 2 reales en los tres años que continuó la obra, hasta dejarla casi concluida al terminar su gobierno, el 19 de mayo de 1736, tanto que diez y seis meses después, el 24 de setiembre de 1737, se hacía la solemne dedicación de la iglesia.

Mucho entusiasmo desplegó el padre Marcillo por la continuación de la obra. Como faltaran fondos, hizo lo posible para proporcionarlos, interesándose como se interesaron en los primeros tiempos, los religiosos que comenzaron la obra de la iglesia. Nombró limosneros a los hermanos legos fray Juan Paredes y fray Miguel Aguilar, despachó al padre fray Francisco Javier Enríquez con la Peregrina, hacia tierras de España e hizo sembrar trigo en los terrenos que en Chillo y Pesillo, tenía la fábrica de la iglesia142.

Negoció en chanchos, novillos y bueyes para provecho de la obra, recogiendo como producto de todo su trabajo la cantidad de 5066 pesos 1 real y medio, de los cuales, justo es consignarlo, 1900 dio de limosna el padre Francisco de la Carrera.

Pero aún hizo más el padre Pérez Marcillo. Hacía muchos años que no se confería el título de confraterno, la invención prodigiosa del definitorio de 1701, sugerida por el padre de la Carrera. El padre Pérez Marcillo volvió a hacer la propaganda de este título tan honroso como provechoso para un devoto católico, y el resultado   —130→   fue admirable: 3500 pesos entraron a las arcas conventuales por concepto de la limosna de los confraternos, precisamente los que necesitaba para completar el gasto de la obra; pues apenas si le faltaron 20 pesos y medio real, que los puso de sus propios recaudos, para balancear la cuenta.

Con este dinero, el padre Pérez Marcillo emprendió la tarea de concluir durante su gobierno lo que aún faltaba de la construcción de la iglesia y de completar algún detalle de las partes ya terminadas. La torre se hallaba todavía sin rematarse, faltaba el último cuerpo y era, por consiguiente, necesario terminar con esa parte, concluyendo así un trabajo iniciado en 1717. Así se hizo, y, a mediados de 1735, se arreglaba ese cuerpo de la torre que con su remate debió estar terminado en los primeros meses de 1736, si tenemos en cuenta que el 12 de mayo de 1735 se comenzaba a colocar los 34 canecillos de piedra que habían de soportar la cornisa sobre la cual se levantaría la cúpula que coronaba la torre y que a fines de junio de ese mismo año, se hornaban los primeros azulejos en el tejar de la Merced, para forrar con ellos dicha cúpula, hoy desaparecida143.

Luego atendió a detalles del interior del templo, como la hechura de las tribunas y puertas internas, y de los cuatro relieves que representan a los cuatro doctores de la Iglesia y adornan las pechinas sobre las que se levanta la cúpula central144. Estas esculturas las hizo el escultor Uriaco, lo mismo que la Trinidad que se halla todavía en el nicho terminal del gran retablo de la capilla   —131→   mayor, que en 1751 mandó a ejecutar fray Tomás Baquero al famoso escultor quiteño Bernardo de Legarda145.

En el Libro de Obra consta que apenas se hizo cargo del provincialato el padre Pérez Marcillo, mandó trabajar en el tejar unos ladrillos con molduras. Por los antecedentes que dejamos expuestos, es de suponer que fueron para la torre.

También hizo arreglar convenientemente la bóveda del presbiterio que, debemos recordarlo, al par que era propiedad del marqués Francisco Pizarro y de sus herederos, lo era también de los religiosos146.

En esta obra volvemos a encontrar al alférez Francisco de Anaya, el herrero que trabajó las bolas de cobre de la cúpula y media naranja de la iglesia en 1714, prestando sus servicios profesionales.

Cuando terminó el padre Pérez Marcillo su período de gobierno, poco faltaba que hacer para dar por terminada la obra de la iglesia nueva, que no alcanzó a concluirla porque el tiempo le vino estrecho; pues llegó su preocupación e interés por ver pronto dedicada la iglesia, cuya fábrica había ya durado 36 años, que hasta ocurrió a Esmeraldas, en los primeros tiempos de su administración, por 900 libras de pita roja, de aquella espléndida y resistente que solían trabajarla los indios cayapas, a fin de suspender con ella las arañas y lámparas de plata en el interior de la iglesia147.

Y como si todo cuanto hizo no fuese suficiente, recabó de cierta devota, doña Rosa Villacreces, el obsequio de una preciosa alfombra   —132→   de lana para cubrir el presbiterio y que peritos avaluaron en mas de 200 pesos. El padre la dio, en cambio, el título de confraterna148.

La fábrica de la actual basílica mercedaria es verdaderamente una página honrosa para la religión y convento mercedarios lo mismo que para el pueblo quiteño. Rara vez puede verse un despliegue más grande de energías, ya de parte de los religiosos, que no desmayaron jamás en la tarea de llevar a cabo obra tan enorme y costosa, ya de parte de los devotos quiteños que nunca le escatimaron sus limosnas. Y del entusiasmo y de la devoción de todos, se contagiaron muchas veces hasta los mismos artesanos. A este propósito es de recordar cómo, durante los terremotos continuos de 1704, los indios trabajadores de la obra, recogidos en mingas por los frailes, no salían un momento a la calle, dormían en el mismo convento y trabajaban hasta los domingos y días de fiesta, en una labor intensa149. Si alguna vez los trabajos de la fábrica se interrumpieron, ello se debió a escasez suma de dinero o acumulación de trabajo en el Convento, cuyas obras no descuidaban, los provinciales. Así, por ejemplo, durante el provincialato de fray Antonio de Onrramuño (1706-1709), al mismo tiempo que se trabajaba intensamente en la obra de la iglesia, se renovaban también los claustros principales de la casa, la cocina, el refectorio y púlpito, el colegio y el noviciado150.

La obra de la basílica mercedaria puso a prueba a nuestros artesanos, a cuya habilidad se recurrió en todo momento hasta para la hechura de las herramientas de trabajo más delicadas. Como prueba de que nuestros obreros hacían todos esos instrumentos, he aquí esta partida, entre tantas que se pudieran citar, del Libro de Obra:

Compraronse quatro quintales quinse libras y media de fierro y catorse libras de azero este a patacon y aquel a quatro rr.s libra y se gastaran ochenta p.s y seis rr.s en las hechuras y todas tres partidas importan trescientos y tres p.s

  —133→  

los quales se an gastado en haser quatro barretas ocho asadones seis rodillos quatro balaustres de a media libra y medía docena de a libra quatro picaderas de a libra y media dos compases una sierra pequeña dos cucharas de apretar tres picos de a dose libras dos cuñas de a 12 libras doze hojas de a libra151.



La obra comenzada el 1.º: de junio de 1700 había costado hasta el 4 de mayo de 1736, la cantidad de 87773 pesos y 4 reales, habiendo ingresado a las cajas de la fábrica, por limosnas y diversos conceptos 99944 pesos y 3 reales. Demostrémoslo mediante un cuadro comparativo, que no carecerá de interés el conocer estos datos.

El 1º de febrero de 1704 se hizo la cuenta del producto de las erogaciones para la fábrica de la iglesia durante el provincialato del padre maestro fray Francisco de la Carrera que gobernó la provincia hasta el 3 de mayo de 1703 y se encontró que había sido de 13883 pesos 5 reales
Durante el provincialato de fray Manuel Mosquera y Figueroa: 4 de mayo de 1703 a 30 de abril de 1706, habían ingresado17737 pesos 3 reales
Durante el provincialato de fray Antonio de Onrramuño: 1.º de mayo de 1706 a 27 de abril de 1709, ingresaron13903 pesos 1 ½ reales
Durante el segundo provincialato de fray Francisco de la Carrera: 28 de abril de 1709 a 26 de abril de 1712, ingresaron12739 pesos 1 real
Durante el provincialato de fray Diego de Villacreses: 27 de abril de 1712 a 4 de junio de 1715, ingresaron12461 pesos 3 reales
Durante el provincialato de fray José del Portillo: 5 de junio de 1715 a 29 de mayo de 1718, ingresaron4103 pesos 1 ½ reales
Durante el provincialato de fray Domingo de Ibáñez: 9 de marzo de 1721 a 19 de mayo de 1724, ingresaron2889 pesos
Durante el provincialato de fray Carlos González: 20 de mayo de 1724 a 8 de mayo de 1727, ingresaron7429 pesos 4 reales
Durante el provincialato de fray Manuel Pérez Marcillo: 19 de mayo de 1733 a 4 de mayo de 1736, ingresaron14718 pesos
Suman99944 pesos 3 reales

  —134→  

Para computar los egresos veamos lo gastado:

El 1.º de febrero de 1704, fray Manuel Mosquera y Figueroa visitó el Libro de Obra de la iglesia durante el gobierno de fray Francisco de la Carrera y halló que se habían gastado13713 pesos 1½ reales
El 13 de mayo de 1706, fray Antonio de Onrramuño visitó las mismas cuentas de fray Manuel Mosquera y Figueroa y halló haberse gastado17708 pesos 6½ reales
El 10 de junio de 1709, fray Francisco de la Carrera visitó el mismo libro del tiempo de fray Antonio de Onrramuño y encontró que se habían gastado11255 pasos 6 reales
El 12 de abril de 1712, fray Francisco de la Carrera visitó el libro de su mismo tiempo y halla que se habían gastado9103 pesos 1 real
Gastos posteriores de esta misma época anotadas en el mismo libro195 pesos
El 17 de marzo de 1714, fray Diego de Villacreses visitó el libro de su propio tiempo y halló haberse gastado5684 pesos 6½ reales
El 11 de mayo de 1715 hizo el mismo padre nueva visita y encontró habíanse gastado6303 pesos 4½ reales
El 24 de mayo de 1718, fray Francisco de la Carrera visitó el mismo libro de cuentas por el tiempo del padre fray José del Portillo y halló que se habían gastado3968 pesos 6 reales
El 10 de octubre de 1724, fray Carlos González visitó las cuentas del tiempo de fray Domingo de Ibáñez y halló haberse gastado2986 pesos
El 12 de junio de 1735, fray Manuel Pérez Marcillo hizo igual visita al libro por el tiempo de fray Carlos González y halló haberse gastado8268 pesos 2 reales
El 4 de mayo de 1736 fray Joseph Portillo hizo la visita del libro por el tiempo del padre fray Manuel Pérez Marcillo y halló haberse gastado8586 pesos 2 reales
Suman87773 pesos 4 reales

Durante los trabajos habían sido Obreros los siguientes frailes:

En el tiempo del padre de la Carrera (1700-1703), el padre fray Felipe Calderón y asistente en la obra, el hermano Pimentel. También tomaba parte en los trabajos el padre presentado fray Diego Villacreses.

  —135→  

En la administración del padre fray Manuel Mosquera y Figueroa (1703-1706), el padre presentado Albuja y como sustituto el padre Domingo Ibáñez. El padre Blas Torres y el padre Pedro Ribera se entendían en el acarreto de madera y piedra pómez. Asistentes: en 1704 y 1706, el padre presentado Tapia y en 1705, el hermano Pimentel.

En el tiempo del padre Onrramuño (1706-1709), el padre definidor fray Cristóbal Jaramillo y fray Jacinto Marcillo: el padre José de Chabarría era Tejero, y el padre Blas Torres seguía con su oficio de acarrear madera y cal.

En la segunda administración de fray Francisco de la Carrera (1709-1712), se entendían en la obra fray Nicolás Espinosa, fray Domingo Ibáñez y fray Basilio de Ayala. El padre Torres continuaba en su oficio de acarrear madera y cal.

En la administración de fray Diego de Villacreses (1712 a 1715) era obrero mayor fray Jacinto Pérez Marcillo; el padre Chabarría seguía en el tejar con fray Felipe Calderón como su ayudante y el padre José Ortiz acarreaba la piedra pómez.

En la administración de fray José Portillo (1715-1718) era obrero fray Felipe Calderón; acarreaba la piedra pómez fray José Ortiz y el padre Torres seguía con sus recuas.

En la administración de fray Domingo de Ibáñez (1721-1724) era obrero mayor fray Florencio Arias.

En la administración de fray Carlos González (1724-1727) eran obreros fray Bernabé Manosalvas y fray Gaspar Lozano; tejero, fray Nicolás Espinosa.

En la administración de fray Manuel Pérez Marcillo (1733) eran obreros fray Gaspar Lozano y fray Manuel Aldás: este se encargaba del acarreto de cal; aquel, del trabajo del tejar. El hermano fray Bartolomé Ortuño era ayudante.

Como en el Archivo del Convento Mercedario no existen los Manuales de Gasto que llevaban los padres obreros, y a los cuales se hace referencia en el Libro de Fábrica para el detalle de las cuentas, nos ha sido imposible conocer a todos los obreros que tomaron parte en la obra, durante las diversas épocas de la construcción de la iglesia. Por ligeras indicaciones que, de vez en cuando, se dan de tal o cual artesano en el dicho Libro de Obra, conocemos a algunos de esos humildes operarios que levantaron uno de los hermosos monumentos artísticos de Quito. Sólo en las cuentas de la obra, durante el provincialato del padre Joseph del Portillo, 1715-1718, se ha tenido el cuidado de pasar al Libro, tomándolos   —[Lámina XV]→     —136→   de los Manuales de los obreros, los nombres de los albañiles, peones, carpinteros, canteros, carretoneros, tareadores de piedra y otros empleados de la obra. Recorriendo esas enormes listas podemos darnos cuenta, no sólo de la cantidad de los trabajadores con que se levantaba el edificio de la iglesia actual, durante una de las más intensas épocas de su construcción, sino también cerciorarnos de que todos ellos eran indios humildes; por los apellidos que allí constan. Algunos, como el albañil José Landa, figuran desde el comienzo de la obra; pues Landa como Pascual Chalco, son los primeros albañiles nombrados en 1700152.

Abovedamiento cupular de la escalera principal del Convento

Abovedamiento cupular de la escalera principal del Convento

[Lámina XV]

El 24 de setiembre de 1737 se realizó la solemne dedicación de la iglesia, en medio de grandes fiestas prolongadas por el espacio de tres días: el primero, a cargo de la Real Audiencia, presidida entonces por don José de Araujo y Río; el segundo, al del obispo de Quito, don Andrés Paredes de Armendariz y del venerable capítulo catedralicio, y el tercero, al de la Comunidad Mercedaria, regida por el provincial, el padre maestro fray José Portillo y por el comendador, el padre presentado fray Francisco Javier Enríquez. Pronunció la oración gratulatoria el doctor don Ignacio Chiriboga, canónigo de la Santa Iglesia Catedral, el día 25, en la que, al par que hizo el recuento de la historia edificante de su construcción, enalteció los méritos de los religiosos que la llevaron a cabo y las virtudes del pueblo quiteño que ayudó con sus limosnas y entusiasmo a levantar ese monumento artístico de su piedad cristiana.

Pero, concluida la obra, aún tuvieron muchas cosas que hacer los religiosos, ya para conservarla, ya para perfeccionarla en detalles muy indispensables. En los documentos del Archivo mercedario consta que hasta el año de 1754 continuaron los trabajos de la iglesia con la misma intensidad y un entusiasmo idéntico a aquellos con los cuales se comenzó la obra en 1700. En aquel año se   —137→   gastaron, por ejemplo, 25 pesos en el arreglo de la hornacina del retablo en donde se alojaba la estatua de la Virgen de Mercedes, 143 pesos en varias composturas de la torre, el claustro de la sacristía y los «vidriados» de la iglesia. Crecieron los gastos y el trabajo, cuando en 1755 un terremoto derribó la recientemente concluida cúpula. El entusiasmo del padre Enríquez que se hallaba en esa época de comendador, reparó los daños y reedificó aquella cúpula al año siguiente de su destrucción y caída. No hay que admirar esta diligente actividad del padre Enríquez, si pensarnos en la que desarrolló en la primera época de la construcción de la iglesia, cuando, con la Peregrina, fue al Perú a solicitar limosnas para su reedificación, y reunió tanto que, no sólo concluyó su fábrica, sino, con su sobrante, adornó el templo con alhajas costosísimas.

Doce años más tarde, esto es, en 1768, la reventazón del Cotopaxi volvió a dejar mal parada la iglesia y en 1797, otro terremoto hizo pedazos la torre, amen de otros estragos. He aquí lo que informaban entonces los alarifes Joaquín Montúfar, Ignacio Suasti y José Romo, a este respecto, el 6 de febrero de 1797, dos días después del terremoto:

El Convento de la Merced ha experimentado (como que antes se hallaba más sentido) mayor efecto en su templo, con nuevas roturas miradas por la concavidad que forman sus medias naranjas y arcos; aunque por la parte superior de su concavidad, no se manifiestan tan escabrosas, como se representan en las interiores, siendo las mismas que se hallaron sentidas y reparadas del estrago de los temblores de los años anteriores, en los que padeció igualmente la torre, cuyo deplorable estado de ruina en que se halla, ha convencido la necesidad de rebajarla toda la parte lesa que baja hasta el primer cuerpo, procurando con la mayor manía y arte, manteniéndola en seguridad para que la tengan los oficiales que se hallan en aquel trabajo. Quito, 27 de febrero de 1797. (f.) Joaquín Montúfar, Ignacio Suasti, José Romo153.



Felizmente, no faltó tampoco en esta vez a la religión mercedaría el hombre entusiasta que hiciera frente a las restauraciones. Nombrado al benemérito padre fray Antonio Albán, síndico de la Cofradía de Nuestra Señora de las Mercedes, en enero de 1798, y luego Comendador de su Convento, emprendió con denuedo la obra y sin descuidar el sanear las averías causadas por el terremoto en la Casa y en la iglesia, sobre todo en sus bóvedas, acometió   —138→   la restauración de la torre, que duró tres íntegros años hasta que en abril de 1801 quedó completamente terminada. Para mayor seguridad, el padre Albán la hizo acinchinar de hierro.

La estadística de la provincia mercedaria de Quito, en 1840 dice lo siguiente: «Su torre, la más elevada de todas las de esta ciudad, bien abastecida de campanas, entre las cuales hay una del peso de quinientas arrobas, que la hace la mayor de toda la República. En el tercer cuerpo que es el superior de esta torre se halla colocado un gran Reloj, que es el único de la capital, igual al de San Pablo de Londres, que allá mismo lo mandó fabricar el R. P. M. Fray Antonio Albán... quien empleó diez mil pesos de su peculio para tal obra. Su maquinaria es grande y sencilla; todas las piezas de que constan son de acero unas, otras de metal; y alrededor de una de sus ruedas se lee la siguiente marca: HANDLE & MOORE: CLERBEN WELL. LONDON. 817». En el año de 1820 hizo el padre Albán la inauguración del reloj en la torre de nuestra iglesia154.

El padre Albán restauró también los camarines de la Santísima Virgen y edificó la sacristía que es verdaderamente magnífica155. En los veinte años que fue síndico de la Virgen de Mercedes el padre Albán, gastó la cantidad de 42166 pesos 5 reales y medio en la construcción de la Sacristía, en la renovación y compostura de la iglesia, en ornamentos sagrados, en arreglo de retablos, en hechura de vasos sagrados y mobiliario eclesiástico. Habían ingresado 39119 pesos y 3 reales, de modo que la cuenta cortada en 1818,   —139→   arrojó un alcance de más de tres mil pesos, a pesar de que algunos religiosos entusiastas, como el hermano Felipe Solórzano, que dio mil pesos para la obra, habían contribuido a ella con su propio peculio156.

Un nuevo terremoto acaecido en 1859 derrumbó la cúpula y el cuerpo superior de la torre y destruyó las bóvedas del crucero y del coro, quedaron mal parados los claustros del convento y, en los suelos, el edificio de la Escuela de San Pedro Pascual. La caída de parte del abovedamiento del crucero averió seriamente al precioso retablo del lado del evangelio. Hasta ahora se puede apreciar esa avería por la diferencia que se nota entre el color del dorado de la parte recompuesta y el del resto del retablo.

Tocó al padre fray Mariano Auz, Comendador del Convento, de 1861 a 1864, restaurar los daños que el terremoto había causado. Con ocho albañiles y treinta peones se hicieron las necesarias reparaciones bajo la dirección del arquitecto quiteño Mariano Aulestia. Fue fraile obrero de los trabajos fray Mariano Mejía y costaron ellos diez mil treinta y cuatro pesos, de los cuales 2402 pesos dio de sus propios bienes el mismo padre Auz157. En el tambor de la cúpula se halla la siguiente epigrafía, que recuerda su reparación: «Esta media naranja se reedificó el año de 1863 a dirección del ecuatoriano Mariano Aulestia, siendo comendador el R. P. Fray Mariano Auz».

Pero no bien habían pasado cinco años, cuando un nuevo terremoto acaecido en agosto de 1868 despedazó la torre, y echó abajo una parte de la cúpula, cuarteó los arcos de la iglesia y derrumbó el claustro alto del convento contiguo a la iglesia, y hasta el reloj y el órgano sufrieron serios desperfectos.

Una vez más tocó al padre Auz reparar su monasterio. Nuevamente con el arquitecto Aulestia hizo restaurar la linterna de la cúpula y las demás partes averiadas en la iglesia y el convento, y después de dos años de incesante trabajar quedaron reparados torre, reloj, órgano, y arcos de la iglesia158. En un Informe del   —140→   Cabildo Eclesiástico de Quito, de 6 de julio de 1869, dado a conocer por el padre Joel L. Monroy, en su libro La Santísima Virgen de la Merced de Quito y su Santuario, se dice: «En lo material; el Convento de la Merced no tiene otro que le aventaje ni le iguale: Si el terremoto del año de 1869, derribó la media naranja del templo, fue repuesta muy pronto con otra de mejor gusto y de mayor costo. Las averías que causó en la iglesia y convento el último terremoto del 68, están casi completamente reparadas» (Archivo de San Adrián, Roma).

Desde que en virtud de la orden del padre provincial fray Antonio de Pesquera, en su visita del 1.º de julio de 1602, se trasladó la portería al lugar en donde se encontraba hasta hace un año, es decir, en la calle Cuenca, ya que desde entonces se la encuentra en la Mejía, donde han creído mejor establecerla los religiosos; desde ese año de 1602 hasta el de 1700, fue muy humilde y pobre, contrastando con la riqueza artística que ostentaban todas las de los otros conventos de la ciudad, inclusive la Recolección de San Diego, que lucía el rico retablo de la Virgen de Chiquinquirá.

Cuando en ese año comenzaron los frailes la construcción de la iglesia actual, no dejaron de pensar en la conveniencia dé arreglar la portería del convento de manera adecuada al lujo y comodidad de sus claustros y a la magnificencia de la iglesia cuya fábrica comenzaban. Incluyeron, para este efecto, el proyecto de la portería en el de la obra de la iglesia, y tomaron de sus fondos una pequeña cantidad con la cual arreglaron un retablo para colocar allí un Calvario. El mismo padre fray Felipe Calderón que, en calidad de obrero mayor, se entendía en la edificación de la iglesia; dirigió esa nueva obra, ejecutada durante el provincialato de fray Francisco de la Carrera; pero de la cual hoy no se conserva rastro alguno: tan completa ha sido su destrucción.

A juzgar por los datos que hemos obtenido de los documentos que guarda el Archivo Mercedario, aquel retablo debió ser una obra artística de verdadero mérito; pues el padre Calderón escogió, para ejecutarlo, a los mejores obreros entre todos los que pudo conseguir, y que no fueron pocos. El maestro Tipán hizo el tabernáculo central con sus puertas bien labradas para alojar en él a un gran crucifijo, dos nichos laterales para las estatuas de la Virgen Dolorosa y del Apóstol San Juan y tres hermosas molduras para espejos con los que se debía adornar el remate; doró esté retablo el maestro dorador Bartolomé Nieto de Solís y decoró el interior del tabernáculo con tres ángeles pintados, el pintor don Antonio   —141→   Egas Venegas de Córdova, yerno de Miguel de Santiago. Cobró éste por su pintura seis pesos; a Tipán se le pagaron doscientos diez y seis por la obra de escultura realizada, y trescientos cuatro pesos y medio real, a Nieto de Solís por el dorado. Luego vino el herrero a colocar la chapa y bisagras adecuadas al tabernáculo y al lujo de su rico retablo, y que debieron de ser en verdad muy bien trabajadas a juzgar por los precios que cobró: 16 pesos 4 reales, las bisagras y 36 la chapa. Mas, como a los religiosos les pareciere algo fría la sola madera dorada para lucir el Calvario, vistieron al Cristo con una riquísima túnica de brocado con flores de oro, forrada de tafetán del mismo color, tornasolado y con encaje de oro; arreglaron en el tabernáculo un gran palio con el mismo brocado y encaje de oro y plata, pusiéronle cortinas de riquísimo velo galoneado de oro y cintas de seda y, forrando la peaña del Cristo con olandilla angosta, la cubrieron con el mismo brocado de la túnica y del palio: todo lo cual costó la cantidad de 333 pesos 5 reales y medio159.

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Años después, en 1706, se completó la obra de la portería con la gran puerta que mandó a trabajar fray Felipe Calderón y que fue aderezada y colocada en los primeros días de marzo del año citado160.