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ArribaAbajo- IV -

La iglesia de la Merced está calcada en la de la Compañía de Jesús; es, pues, una iglesia de planta jesuítica: cruz latina inscrita en un gran rectángulo, un solo ábside para la capilla mayor, abovedamiento de cañón para la nave central, cúpula en el crucero, y capillas en las naves laterales cubiertas con cupulines. Naturalmente se le ha añadido el coro alto para el rezo en comunidad de las horas canónicas, por tratarse de frailes que tienen esa obligación, de la que se hallan exentos los jesuitas por la Regla de San Ignacio. Las naves laterales son más bajas que la central y del crucero. Mide 57 metros de largo por 24 de ancho.

Su exterior, presenta, con sus muros lisos y tranquilos, en donde apenas si se acusa sus dos grandes puertas vigorosamente acusadas, un aspecto poco atrayente y con la severidad de una fortaleza o de una mezquita. La esbelta torre esquinera de acentuado orientalismo, forma un duro contraste con la solemne tranquilidad y sencillez de la parte inferior del edificio, sobre todo por el recargo decorativo de su cuerpo superior.

Sobre una superficie lisa enlucida de blanco se asienta una discreta portada barroca de sillería, compuesta de un arco semicircular apoyado sobre dos pilastras. A los cantos se levantan, desde sus respectivos pedestales colocados sobre una gradería en semicírculos, dos pilastras ricamente decoradas, con tres nichos, que sostienen un entablamento que lleva como remate un tímpano triangular en el cual se halla esculpido el escudo de la orden mercedaria rodeado de rosetones. A un lado y a otro del tímpano, y siguiendo el eje de las pilastras, se han colocado dos pequeños pedestales con una águila de alas abiertas, como remate y que, a su vez, sostienen un volado de cornisa corrido a la altura del tímpano, sobre el cual hay una, hornacina, que antes alojaba la estatua de San Pedro Nolasco y hoy, un mármol con una epigrafía relativa al título de Basílica de la Merced, concedido por el Papa el 2 de diciembre de 1920.

La portada principal se levanta desde una gradería alta ocasionada por el desnivel del terreno hacia la calle Cuenca. Se compone de dos cuerpos: el primero formado por un arco semicircular sobre pilastras que descansan en un pedestal; y el segundo,   —144→   más sencillo todavía, está formado por dos pilastras que encuadran un vano en el que se halla un nicho con la imagen de San Pedro Nolasco, y dos pináculos como remate. Toda esta composición termina en un remate triangular apoyado sobre el marco de una ventana que da luz al coro. Esta portada no lleva más adorno que dos cabecitas de querubines en las enjutas del primer cuerpo.

El muro exterior que da al atrio tiene en la parte superior un antepecho, compuesto de un friso decorado y una crestería. El techo con que están cubiertas la bóveda central y la del crucero es a dos, vertientes revestido de azulejos, con una crestería a manera de almenar y sostenido con tres contrafuertes desde el plano inferior horizontal que corresponde a la cubierta de las bóvedas laterales. Entre esos contrafuertes aparecen las linternas de las cúpulas de las capillas, casi invisibles bajo la superficie del tejado. En este mismo plano se acentúan dos prominencias arqueadas como consecuencia de los empotramientos y elevación de ciertos organismos interiores. Los muros correspondientes al crucero y al presbiterio se elevan formando un gran rectángulo con una ornamentación, en su remate, de una serie de pequeños arcos saledizos a modo de barbacanas; ornamentación que, como dijimos al tratar de la iglesia de San Francisco, es típica de toda la arquitectura colonial quiteña. En este rectángulo se encuentran la cúpula del crucero y la del, presbiterio. El tambor de esta cúpula es muy esbelto y muy acusado en su parte superior, por medio de una gran cornisa completamente horizontal. La verticalidad del tambor se halla también bien acusada, en su exterior, por el encuadramiento de los ventanales de medio punto por pilastras corintias que sostienen un entablamento cuyo friso lleva una decoración floral, y su cornisa una serie de modillones, pilastras que hacen también el papel de contrafuertes y corresponden a los nervios de la media naranja. La media naranja cubierta de azulejos verdes y amarillos, lleva como decoración sus nervaturas destacadas. La linterna tiene la misma planta que la cúpula, su alzado es una tan perfecta imitación de ella, pero en pequeño, que hasta a la cornisa se le ha dado importancia, cuando lo corriente es quitarla. Luego describiremos el intradós de esta cúpula, cuando nos ocupemos de la descripción del interior de la iglesia.

La cúpula elíptica del abovedamiento del presbiterio tiene también un pequeño tambor señalado por una faja, a manera de cornisa, pero no ya horizontal, sino siguiendo el trasdós de los arcos de las dos ventanas que dan luz al presbiterio. Pero esa   —[Lámina XVI]→     —145→   faja es tan mezquina que con ella resulta más visible la curvatura del trasdós de la cúpula. La linterna es semejante a la de la bóveda del crucero, pero su tambor se halla desfigurado por unos contrafuertes que se le han colocado en el tercio inferior de las pilastras para curar en parte las averías que le hiciera uno de los terremotos, el de 1869.

Detalle del segundo claustro

Detalle del segundo claustro. Estado de su galería inferior en 1927

[Lámina XVI]

El tambor de la cúpula del crucero lleva doce grandes ventanas de arco semicircular, y ocho su cupulín que tiene por remate una esfera de bronce y un escudo de la Orden, de ese mismo metal.

El muro exterior de la Capilla de San Juan de Letrán arranca, en ángulo recto, desde la mitad de la pared que forma el fondo de la nave del crucero. Cerca del ángulo se halla una portada muy sencilla de arco de medio punto flanqueado de dos columnas empotradas en el muro, que sostienen un entablamento y un tímpano triangular. En la cubierta, dos cupulines dan luz a la capilla. Falta ahora la espadaña construida para las campanas que hizo traer de México el fundador de la capilla, don Diego de Sandoval. La capilla mide 13,25 metros de largo por 7,23 de ancho.

La torre, que es una de las más elevadas de la ciudad, y un perfecto alminar de mezquita musulmana, tiene tres cuerpos: el primero, completamente cúbico y liso, lleva en su parte superior un exagerado juego de molduras y termina en los típicos saledizos de barbacanas que sirven de soportes a una serie de cresterías caladas. El segundo tiene cuatro arcos de medio punto dovelados, en los cuales se cuelgan cuatro campanas; a sus flancos llevan semi columnas pareadas sobre sus respectivos pedestales y cuyos capiteles sostienen un entablamento que circunda los cuatro lados de la torre. La crestería que corona este cuerpo es ondulada y calada. El tercer cuerpo, que es aquel donde se encuentra el reloj tiene una organización arquitectónica que consiste en un arco apeado sobre un muro vertical de resaltos a manera de almohadillado y dos semipilastras pareadas y decoradas que simulan sostener un cornisamento coronado de una crestería y cuatro pedestales en las esquinas con una bola como remate. Antes del terremoto de 1869, la torre terminaba en una cúpula nervada con preciosa linterna y cupulín; hoy termina en una especie de chapitel truncado y remata en un engargantado de molduras y un florón.

Penetremos al interior del templo y, al hacerlo, con lo primero con que nos encontramos es una monumental mampara de piedra: original obra organizada con dos pilastrones artísticamente ornamentados con pequeñas columnas y resaltos y dos hornacinas que   —146→   alojan las imágenes en piedra de la Inmaculada Concepción y San José. Las pilastras forman un solo cuerpo con el basamento en que se apoyan para sostener un gran arco con el que remata esta sencilla y singular composición, única en su género. Anteriormente hubo otra de orden toscano, muy sencilla, formada solamente por dos columnas de cal y ladrillo que sostenían, a manera de cornisa, un tímpano triangular.

Traspasada la cancela o mampara, la vista se deleita con el magnífico espectáculo que presentan la nave central, el narthex y el presbiterio con su hermoso retablo.

Una bóveda de lunetos con sus arcos fajones descansa sobre un rico entablamento que se apoya en pilastras inmensas de planta cuadrada, con bases de piedra y capitel corintio, y arcos de medio punto, cuya trasdós forma, con las pilastras y el arquitrabe del entablamento, un alfiz. El narthex está formado por una bóveda rebajada seis pilastras pequeñas y cuatro arcos chicos de medio punto, semejantes a los que sostienen la bóveda de la nave central. Las superficies laterales de esta bóveda no forman ángulo recto con los pies derechos. Diríamos que es un abovedamiento en esviaje, rara vez usado en los edificios, aunque muy frecuentemente en los viaductos. El trazado del aparejo de las bóvedas en esviaje es muy complicado.

Coronando al crucero se encuentra una cúpula con tambor y linterna sobre cuatro pechinas adornadas con las imágenes de los cuatro doctores de la Iglesia en medio relieve. Circunda al tambor una balaustrada sencilla de madera.

La nave del crucero tiene un abovedamiento igual al de la nave principal, lo mismo que el presbiterio, con más una cúpula elíptica sobre la capilla mayor y su retablo. Las capillas de las naves laterales que se encuentran a lo largo de ellas, desde el presbiterio hasta el narthex, tienen bóvedas con tambor sobre pechinas; todas llevan linterna como remate, menos una, la de la izquierda, correspondiente a la puerta lateral de entrada. En las capillas situadas junto al narthex, hay cuatro abovedamientos diferentes: en la capilla del Señor del Amor hay una bóveda plana sobre pechinas; en la de la beata Mariana de Jesús, la bóveda es vaída y muy rebajada; en la del Ecce Homo, junto a la puerta de entrada del Convento, el abovedamiento también plano, quisiera ser de crucería, como lo es el de la última capilla del lado derecho. Dos ventanas abiertas en el muro del fondo dan luz a estas naves.

Veamos ahora la decoración del templo.

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Las pilastras y el intradós de los arcos torales del crucero y del presbiterio tienen una decoración lineal, de lazo que es una variante de la moruna; la de los arcos que dividen la nave central de las laterales, es de florones en medio de entrelazos de diferentes variedades; la de las enjutas y la del friso son de serpeantes, y la de las bóvedas, también de serpeantes con figuras de ángeles en los derrames.

En la clave de cada una de las Capillas laterales del crucero se ha colocado un escudete sostenido por ángeles, con los nombres de Santa Ana y San Joaquín, que debieron tal vez ser los patronos de aquellas capillas. La clave de la bóveda del presbiterio lleva a su vez, el escudo de la Orden mercedaria, y la de la nave central, tres escudetes redondos, radiantes, sostenidos por dos ángeles con los nombres de Jesús, María y José.

Las pequeñas cúpulas de las capillas laterales son decoradas íntegramente con arabescos y sus nervios, con sarmientos y uvas. El intradós de los arcos de las naves laterales lleva la misma decoración que la de los cupulines; y en la clave de cada arco de la nave central, el escudo de la Orden.

El abovedamiento del coro es más ricamente decorado. En la pared del fondo se ha representado la aparición de la Virgen de Mercedes a San Pedro Nolasco, en una decoración mural que la cubre íntegramente, y en los espacios comprendidos entre los dobles arcos fajones, en medio de un abigarrado conjunto de serpeantes se hallan ángeles y jarrones ornamentales de vistosa presentación. Los arcos fajones están decorados con labores de lazo morisco, como todos los demás de la bóveda central. La bóveda del coro es una continuación del medio cañón de la nave central, lo que no pasa en San Francisco; sólo que la decoración varía un poco y faltan los derrames en los espacios de los arcos fajones. Estos por otra parte, no descansan sobre pilastra alguna, sino se asientan directamente en los muros, de los cuales ha desaparecido, tanto el entablamento que hace veces de imposta para el apoyo de los arcos en el cuerpo de la iglesia, como los capiteles de las pilastras falsas que decoran los machos sobre los que se apoyan los arcos formeros, a fin de facilitar el desarrollo de la decoración de madera de la sillería del coro. Los arcos fajones se hallan decorados con idénticas formas a los demás de la bóveda central, es decir, con rombos cruzados y trenzas; pero la decoración de los dos espacios de la bóveda es más interesante; pues en ella se desarrollan los vástagos y serpeantes alrededor de cuatro grandes floreros y diez y seis embutidos   —148→   pareados entre sí y que, naciendo su medio cuerpo de aquellos vástagos, completan la decoración que su autor se propuso fuere magnífica. Lástima que el estucado termine muy arriba dejando vacío de decoración un buen espacio de los muros, sin duda porque se creyó llenarlo con una más recargada decoración en la sillería, lo que no se realizó; pues la altura de los sitiales se quedó muy abajo.

Toda esta ornamentación del templo está ejecutada en estuco y, así se la hizo, para ser dorada, a imitación de la que se ostenta en la iglesia de la Compañía, cuya planta y alzado sirvieron al arquitecto José Jaime Ortiz, de fuente de inspiración para trazar este monumento. Desgraciadamente las fuerzas económicas del Convento no permitieron este lujo, que apenas lo vemos en una parte del presbiterio hasta las pilastras de su arco toral, en donde aparece la decoración completa realizada con oro sobre fondo rojo.

La sillería del coro tiene sus sellia preciosamente labradas con panelas decorados en los espaldares, estípites a lo largo de las patas delanteras y columnas salomónicas coniformes con fuerte decorado en sus copetes, formando intercolumnios entre los paneles ocupados, alternativamente, por imágenes de medio relieve, de diversos santos de la Orden y jarrones con decoración floral. En el centro y al fondo del coro, se halla una estatua de la Virgen en una discreta hornacina, colocada debajo de la ventana que ilumina ese recinto.

El jube que cierra el coro es tallado en madera con riqueza extraordinaria. Está dividido en tres partes: un zócalo o paneles separados por figuras de niños a manera de cariátides; en el tercio intermedio, una columnata salomónica con exagerados capiteles, y, arriba, una rejería, también a paneles separados por niños, exactamente como en el tercio inferior. El todo, coronado por una hermosa y bien labrada cornisa.

A un lado y otro del coro, se prolonga este con dos corredores ocupados por órganos forrados lujosa y monumentalmente en madera tallada y dorada. Preciosas puertas doradas brindan entrada a esos corredores que se hallan limitados por jubes a paneles separados por cariátides de niños, con una decoración primorosa que semeja un verdadero encaje.

Además de estos dos órganos, hoy ya destruidos y silenciosos, en el coro existe otro, moderno, que el presidente García Moreno trajo para el Conservatorio de Música y que fue cedido a los frailes   —149→   en pago de diez mil sucres, que dieron como préstamo forzoso al presidente Urbina.

En el centro del jube del coro se halla la figura de Cristo Crucificado, de tamaño natural y, en los muros, algunos cuadros: dos de la escena, de la Flagelación de Jesucristo, uno de San Pedro Nolasco redimiendo a unos cautivos, otro de la Virgen de las Mercedes, muy curioso, con la Inmaculada y la Trinidad en la parte superior, y, en la inferior, un grupo formado con San Pedro Nolasco, San Francisco, Santo Domingo, San Agustín, San José, San Simón y San Juan Bautista; y, en sus extremos, dentro de unos óvalos muy decorados, las figuras de los cuatro doctores de la iglesia y de las de San Vicente Ferrer y San Antonio. Compañero de este cuadro es otro en el que se halla representado a San José llevado a la gloria en un carro y recibido por la Virgen, San Joaquín, Santa Ana, Santa Isabel y San Simeón y el Padre Eterno que se encuentra en la parte superior. Este par de telas son muy hermosas por tema y resolución, muy originales y bien pintadas. Encuéntrase también entre ellas, un magnífico cuadro, de Santa Teresa con Jesucristo, obra indiscutible de Miguel de Santiago.

El presbiterio debió ser íntegramente revestido de madera tallada, como los de San Francisco y la Compañía; pero sólo se lo decoró en la parte comprendida entre los dos arcos fajones, en cuyo espacio bajo se hallan las puertas laterales revestidas de talla y dos tribunas encima. La parte restante de los muros laterales del presbiterio, bajo la cúpula elíptica, se halla pintada y ocupada con dos lienzos modernos de Víctor Mideros. A excepción de esta parte de los muros del templo, pintada al óleo, toda la decoración que hemos descrito es en estuco y, por consiguiente, blanca de color, destacada sobre un fondo rosado bajo. Ornamentan las pilastras de la iglesia cuadros de Mideros en preciosos marcos de Miguel Ángel Tejada. Los que se hallan hacia la nave central representan los siete dolores de la Virgen y los colocados bajo los arcos, en número de veinte, aluden a los diversos milagros de la Virgen de Mercedes en Quito y a la conmemoración de sus festejos y coronación. Las catorce estaciones del Vía Crucis son obra de Joaquín Pinto, ejecutada en 1872; durante el gobierno del padre fray Pacífico Robalino. Debajo del coro, y ya al pie de la iglesia se hallan dos cuadros de Manuel Samaniego: la huida a Egipto de la Sagrada Familia y la aparición de la Virgen a San Ramón Nonato. Llevan la siguiente leyenda: «El 31 de Agosto de 1804, siendo Prior el R. P. M. Fr. Álvaro Guerrero a expensas de su anhelo».

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Describamos, ahora, los retablos de las capillas, principiando por el de la capilla mayor.

Tiene este retablo dos cuerpos, uno superior y otro inferior, con tres ejes, sobre un gran estilobato en el que se hallan dos puertas que comunican con la sacristía y la mesa del altar sobre la cual se levantan el sagrario y el nicho para la exposición del Santísimo Sacramento. El cuerpo inferior está organizado con cuatro columnas salomónicas entre las cuales hay dos nichos con estatuas de santos de la Orden, y en los ejes laterales del retablo, nichos de arco semicircular apoyado también sobre columnas salomónicas. Aquellas cuatro columnas tienen su tercio inferior cilíndrico decorado con mascarones, tallos, hojarasca estilizados y uvas. Brota la columna de unas hojas de acanto, tiene su espiral cinco vueltas desarrolladas con menor intensidad, de modo que aparecen algo apretadas, disminuye un tanto su fuste en el sentido del gálibo, su parte cóncava se adorna con hojas sencillas y termina con un rico capitel corintio muy sui generis, pues lleva uvas y mascarones alados con garras entre sus pocas hojas de acanto. Las columnas salomónicas de los nichos son más normales. No hay entablamento. Sobre cada columna se levantan unas ménsulas con muy volada cornisa para servir de tránsito y apoyo al segundo cuerpo del retablo. Esta organización del retablo no es nueva ni rara, lo mismo en lo americano que en lo español. En el barroco español, desde los tiempos de Alonso Cano se eliminó el friso del entablamento en los retablos, y se lo compuso este dividiéndolo en dos fajas adornadas con ménsulas o cartelas.

La organización del cuerpo superior de este retablo corresponde a la del inferior ya descrito. Está, pues, compuesto de dos nichos más pequeños que los del cuerpo bajo, con las estatuas de San Pedro y San Lorenzo: nichos de medio punto sobre columnas salomónicas; se han eliminado dos de las grandes columnas salomónicas y sólo se han puesto dos en el límite del eje central: una de cuatro y otra de cinco espirales que soportan sobre su capitel un arco mixtilíneo formado por la propia moldura de la cornisa de las ménsulas sobrepuestas a las columnas. Con esta manera de composición se ha dado importancia al gran cuerpo central del retablo que, arrancando del estilobato y terminando en el arco, aloja el nicho, aconchado en su absidiola, de la Virgen de Mercedes y un precioso baldaquino sostenido por ángeles, encima del cual se encuentra, junto al arco, el grupo de la Trinidad. Formando cuerpo aparte, en este mismo eje central, se halla el sagrario nuevo, hecho   —151→   en nuestros días, sobre la mesa del altar. Una serie de curvas formadas por un gran moldurón, une, en la parte superior, los tres ejes y remata con un símbolo, en la clave, sostenido por dos ángeles. Otras de estas figuras se hallan repartidas, ornamentando las curvas de este remate.

En 1781 parece que el retablo mayor se encontraba en malas condiciones y había que repararlo, para lo cual hubo que desarmarlo, aprovechándose de esa circunstancia para embellecerlo. Contratose la obra con el escultor Gregorio y un carpintero llamado Mariano, que se comprometieron el 1.º de junio de aquel año «a bajar dicho retablo, a alisarlo y acabarlo en la mejor forma y a volverlo a poner en su sitio, junto con el Sagrario y el Nicho nuevos para el Señor y Nuestra Madre», que se encargaron a la habilidad artística de otros escultores que no se nombran en el Libro de Gastos de esa época. Todas estas obras se concluyeron a principios del año 1782. En abril de este año, se hicieron la peaña nueva forrada en plata para la Virgen, las gradillas del nicho del Santísimo que las forró en plata el maestro Vicente Solís y el gran marco de plata para adornar el de la Virgen, trabajado por el maestro Fernando Solís y que hoy encuadra la tela con la imagen de la Virgen de Mercedes pintada en 1918 para las fiestas de la Coronación y que se encuentra colocada en la pilastra primera del crucero, al lado del Evangelio. Se hacía también el tabernáculo que se lo concluía y doraba a mediados de 1783. Para adornar el sagrario y el recamarín se trajeron de Lima 16 espejos, cuatro de los cuales se colocaron en sus respectivos marcos a los lados del sagrario161. Gran parte de todo esto no existe ya; pues el sagrario   —152→   y el nicho actuales de la Virgen son de última fecha, arreglados desde las fiestas de la Coronación y consagración de la Basílica, en nuestros días. Precisamente el baldaquino para la exposición del Santísimo y el sagrario se hicieron hace muy poco tiempo.

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El duomo de la Basílica Mercedaria

El duomo de la Basílica Mercedaria

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Como dijimos más arriba, las paredes del presbiterio que no se hallan decoradas con talla de madera, tienen como ornamentación dos inmensas telas de Víctor Mideros: la una titulada «Ofrenda al Eterno Padre» y «Ecce venio» la otra. La primera lleva esta inscripción: «En el año del Señor, 24 de Setiembre de 1931, se colocó este cuadro y los siete cuadros de los Dolores de la Santísima Virgen, siendo Rector el R. P. Manuel M. Coronel». La segunda, esta otra: «Este cuadro se colocó el 24 de Setiembre del año del Señor de 1932 debido al entusiasmo del Rdo. Padre Provincial Fr. Ramón Gavilanes y siendo Rector el Rdo. Padre Fr. Manuel M. Coronel».

Describamos, ahora, los retablos del crucero. Calcados en los similares de la iglesia de la Compañía, son un trasunto, en madera, de los de la iglesia de San Ignacio, en Roma, trazados por el padre Pozzi en 1680. Pero, más aún: la organización de esos retablos dentro del fondo decorativo del muro en que se apoyan, es una reproducción exacta y fiel de la que dieron los artistas que trabajaron en los retablos del crucero de la iglesia jesuítica quiteña. Con sólo una diferencia: la exageración con que enancharon los retablos en la Merced, en mengua de la esbeltez que tienen los de la Compañía, en razón de sus proporciones. Y es que el espacio de muro que se debía llenar en la iglesia mercedaria con esos retablos era mayor que el de la Compañía, y no se les ocurrió otra solución más adecuada.

Como los dos retablos del crucero son casi idénticos, describiremos uno de ellos y anotaremos, de paso, las diferencias entre ambos.

El retablo del lado del Evangelio está consagrado, desde hace algún tiempo, al Corazón de Jesús. Se compone de un nicho central muy grande y otro chico en el remate. El central es de arco de medio punto con la absidiola nervada y decorado en su interior con ángeles y querubines entre una profusa decoración floral de vástagos, uvas y serpeantes. Flanqueando a este nicho se han colocado dos paneles largos, finamente decorados con un motivo de abanicos entre sarmientos, uvas y pájaros que lucen sus colores sobre el oro puro del retablo. Encima de la clave del nicho hay un Padre Eterno, de medio busto, bajo un gran arco semicircular muy movido que se apoya en las dos columnas salomónicas más cercanas al nicho, mientras otras dos soportan dos aletas que suavizan la severidad de la línea rígida formada por la cornisa que, arrancando de dos pilastras, se levanta con movimiento mixtilíneo   —154→   hasta rematar en un ángulo agudo en todo el eje del retablo dibujando de este modo un tímpano irregular que se lo ha decorado con los tres monogramas simbólicos de la Sagrada Familia. Este cuerpo que acabamos de describir se destaca sobre el muro cubierto íntegramente de madera tallada con paneles bien recortados y muy artísticos motivos. Por el muro, y formando parte de su decoración, corren también el friso y la cornisa que recorre todo el templo encima de sus arcos, marcando el arranque del abovedamiento de la iglesia; sólo que ese friso y esa cornisa se los ha forrado y adornado con talla de madera para que consuenen con la ornamentación de toda esa capilla y aún sirvan como elemento en la organización del retablo, como en efecto sirven de punto de apoyo del nicho pequeño que se encuentra en el cuerpo superior de aquel retablo, flanqueado por dos embutidos, elevado sobre repisas dobles de muy voladas molduras, que recalcan de este modo sus líneas con el rico juego de sombras, y colocado entre dos óculos elípticos que suministran luz, a la nave del crucero. Todo este cuerpo superior está decorado con ángeles y querubines, y rematado por una gran cornisa que sigue la línea circular del abovedamiento. Particularmente notables son los bajo relieves que se encuentran a los lados del nicho central. En el de la derecha se ha representado a la Sagrada Familia en su casita de Nazareth, con un realismo encantador, modernizando el Evangelio con la colocación de aquella escena en puro ambiente de la casa de un pobre obrero quiteño, cuyo único cuarto de habitación es también cocina, comedor y taller, y de cuya familia, no forman parte extraña las aves y animales domésticos, como lo demuestran en el bajo relieve, el fogón con la olla, las gallinas y un canasto de frutos, que rodean a la Virgen que cose y a San José que trabaja en su banco de carpintería ayudado por su divino Hijo, mientras el Padre Eterno contempla y bendice desde el Cielo, esta encantadora escena familiar. En el bajo relieve de la izquierda se ha representado la muerte de San José entre la Virgen y Jesús acompañado de dos ángeles.

En el otro retablo, los motivos de los bajo relieves aluden a la vida de San Ramón Nonato: el uno representa con la más sencilla crudeza el nacimiento del santo. En la escena aparece la madre muerta con el vientre partido por el cirujano para extraer al niño; desparramados por la habitación se ven un canasto con algunos paños, una jarra para agua y una pequeña tina de baño de pintada alfarería. En el otro se ha representado el suplicio del santo, que se encuentra con un candado en la boca, muy junto ya al   —155→   montón de leña que luego se prenderá con el fuego que se halla preparado, en un bracero. Dos jayanes a caballo, un guardia y el verdugo completan la escena.

El nicho del cuerpo superior de estos retablos está ocupado por la estatua de San Esteban, el del lado del Evangelio y por la de San Juan Bautista, el de la Epístola.

Como se deduce por las escenas de los bajo relieves que hemos descrito, el primer retablo estaba consagrado a la Sagrada Familia y el segundo a San Ramón Nonato. Hoy, aquel se ha dedicado al culto del Corazón de Jesús y si este ha continuado sirviendo al culto de su primitivo titular, se ha cambiado la imagen antigua de su patrono, con una moderna: mercadería catalana de falsa unción religiosa y llena de esa dulzonería postiza adecuada para conquistar el cariño material, más que para atraer la ingenua fe de tanta gente devota. Lo peor es que no sólo es esta estatua la única que empaña el arte de la preciosa basílica mercedaria, sino las del Calvario, la de San Pedro Nolasco, San Pedro Pascual, San Serapio, San Pedro Armengol y la de la Sagrada Familia, amén de algunas otras que se encuentran en otras dependencias de la iglesia y de la Recolección del Tejar. Sensible, muy sensible es que toda esta imaginería de santos bibelots, hija exclusiva del puro mercantilismo, haya desterrado de su sitio a aquella otra, que si no tan bonita como aquella, era la concreción más hermosa, más sentida y más fuerte de la fe grande de nuestros artistas, humildes, ignorantes y hasta inhábiles en veces, pero llenos de profunda e inequívoca unción religiosa.

Pero continuemos con la descripción de los otros retablos.

A lo largo de las naves laterales, se suceden los retablos en las capillas, emparejados en las cuatro primeras, de modo que el de la Sagrada Familia situado en la nave del lado del Evangelio es exactamente igual al consagrado al Calvario, en el lado de la Epístola y el de San Serapio, igual al de San Pedro Armengol.

El tipo del primero de estos retablos está constituido sobre la base de un nicho central de arco mixtilíneo con flecadura, al que flanquean cuatro columnas de fuste liso con capitel corintio, y anilladas en su tercio inferior. Con la cornisa que sigue una línea sinuosa se forma un apoyo sobre el que descansa un remate, donde se halla un baldaquino bajó el cual está el Padre Eterno. El retablo del Calvario es más sencillo en su decoración.

El tipo del segundo de esos retablos tiene dos nichos: uno central y otro, chico, en el remate. Su planta es muy movida. A los   — 156→   flancos del nicho centran hay dos pequeñas hornacinas para estatuillas que han desaparecido. Las columnas son lisas y anilladas en la mitad de su fuste y llevan capitel corintio. En el nicho del remate, en el retablo consagrado a San Pedro Armengol, se ha colocado un pequeño grupo de la Anunciación de la Virgen, y en el de San Serapio, la estatua de San Juan que, en 1566, trajo don Diego de Sandoval, de España, para su capilla de San Juan de Letrán. Estos dos retablos estaban colocados a un lado y a otro del presbiterio, delante de las pilastras que sostienen el arco toral, hasta hace pocos años en que se los puso en el sitio donde hoy se hallan, en vez de aquellos otros que junto con los de la Capilla de San Juan de Letrán, fueron arruinados en un rato de inconcebible ceguera de un Comendador, que perdió la cabeza cuando un día vio el horripilante retablo que las monjitas del Buen Pastor habían hecho para su capilla, en una ridícula imitación de lo gótico, y regresó loco a su convento, decidido a hacer otro tanto. Lo peor es que se destruyeron los que había, ejecutados en 1802 por Manuel Gualoto, antes de hacer los que debían sustituirlos, y como estos fallaran, se trasladaron los de los flancos del presbiterio para llenar las capillas que largo tiempo se hallaban sin un retablo cualquiera. No han quedado del todo mal; pero sí muy angostos para tan anchos muros, por lo cual ha habido que pintar estos y aun poner, para llenar espacios, telas en preciosas molduras para que los ornamentaran un poco.

En la nave lateral del Evangelio, junto a la puerta, se halla el último retablo, dedicado al Señor del Amor. Tal como está, es reconstruido hace diez años con lo que quedó de utilizable del antiguo, venido muy a menos por obra del tiempo. Se le ha conservado su carácter en todo, menos en el antipendium, que delata a: las claras, lo mismo que algún otro detalle, su factura moderna. Como todos los retablos de las capillas laterales, también este es de un nicho central de arco semicircular de preciosas molduras, apeado sobre columnas salomónicas. Este nicho está cantoneado por dos grandes cuerpos de pilastras ricamente decoradas, sobre las cuales se destacan dos columnas salomónicas, corriendo sobre estos cuerpos un entablamento cuya cornisa volada forma una gran moldura rectilínea encima del nicho para soportar otro pequeño en que se aloja el grupo de la Trinidad. Prolongados en altura por encima de la cornisa, los dos cuerpos extremos del retablo, por la repetición del entablamento, termina en una gran moldura curvilínea flanqueada por dos remates.

Frente a este retablo, en la otra nave colateral, se encuentra   —157→   otro muy sencillo; pues apenas si se compone de una gran moldura entre dos columnas lisas decoradas con florones y serpeantes, anilladas en su tercio inferior y coronadas con capitel corintio. Una discreta cornisa remata este conjunto, dentro del cual se halla, llenándolo, un hermoso cuadro del Ecce Homo. A los lados de este sencillo retablo se hallan dos preciosos óleos sobre láminas de alabastro en muy ricas molduras.

Retablo muy interesante es el del Ángel de la Guarda, en la capilla absidial del mismo nombre. Como el del Señor del Amor, es también hecho en nuestros días, pero utilizando muchos trozos escultóricos de antiguos retablos, sin duda alguna, de los destruidos de las capillas laterales, a que aludimos más arriba. Tratemos de describirlo.

Sobre una mesa de altar cuyo antipendium se compone de tres paneles separados por cuatro balaustres, se levantan, desde adecuadas basas, cuatro columnas curiosas por su fuste original formado por dos torsos humanos cuyas cuatro extremidades, prolongadas como largas colas de algún animal fantástico; se entrelazan retorcidas en forma de tirabuzón. En el intercolumnio central hay el sagrario, y en los laterales, dos nichos pequeños de arco de medio punto. Sobre estas cuatro columnas que llevan un capitel característico, corre un entablamento que termina con un frontón interrumpido para dar lugar a una enorme y preciosa hornacina, en la que se ha colocado una estatua del Ángel de la Guarda.

Completan la decoración del templo el púlpito y la mampara de la puerta lateral: aquel, ejecutado durante el provincialato del padre fray José Doblos (1691-1694); y esta, en 1932, durante la rectoría del padre fray Manuel María Coronel.

El púlpito tiene la forma de un cáliz. Desde una basa octogonal de piedra cubierta de volutas de madera, se levanta un fuste adornado con cabezas de querubines que soportan el asiento de la copa formado de una gran concha agallonada y decorada con querubines inscritos en círculos. Los gallones están formados con embutidos que llevan dos cabezas en el torso en vez de los brazos que se han eliminado. La copa se halla decorada con seis nichos entre cariátides de ángeles: motivo que se repite en el pretil del corredor hacia la grada, cuyo pasamano lo forma una gran tarjeta dividida en dos paneles por medio de un hermoso embutido. Ornamentando el primer escalón de la grada se han colocado, en estos últimos tiempos, dos curiosos embutidos con remates de frutos, decorados a todo color, que pertenecieron a los retablos de la Capilla de San Juan de Letrán: Tres columnas salomónicas sostienen el   —158→   corredor del púlpito. El tornavoz con guardamalletas de cabecitas de ángeles remata en una estatua de San Pedro Nolasco y se halla unido con el púlpito por medio de un bajo relieve de la Virgen entre dos santos, dentro de un nicho flanqueado por dos cariátides de ángeles.

En el Libro de Gasto de 1691-1712 hay la siguiente referencia al púlpito:

En este trienio N. M. R. P. M.º Fr. Joseph de los Doblos Pvial. deja de aumento el púlpito que costó mil quinientos y ochenta y seis pesos, de madera, carpinteros, clavazón, libros de oro y, dora dores, de lo que su P. M. R. no pone gasto ninguno a la Pcia. porque otros efectos que adquirió por su actividad los aplicó a esta obra tan necesaria.



El definitorio del 3 de julio de 1694 presidido por el P. Pcial. Fr. Francisco Mosquera y Figueroa, para juzgar las cuentas del provincialato del padre Doblos, después de información y averiguación de las partidas, así de gasto como de recibo que corrieron por su cuenta y como consecuencia de varias diligencias judiciales que se verificaron, reconoció que faltaban en la parte de los recibos varias partidas por valor de 3963 patacones y 2 reales, y que se habían suplantado quince partidas por 3396 patacones, con lo que se comprobó que el fraude del padre Doblos ascendía a 7360 patacones, real y medio. En lo que al púlpito se refería, el definitorio lo puso entre las partidas supuestas, con esta glosa: «El púlpito que dice da de balde al Convento y que le costó mil y quinientos y tantos pesos, sólo tuvo de costo ochocientos y cincuenta pesos y para esto se le disimula lo que cobró de las Cajas Reales perteneciente a cuatro sacristanes de cuatro doctrinas de montaña que importó mil noventa y un pesos: con que de esta dádiva antes queda debiendo a la Provincia trecientos pesos».

Durante el provincialato de fray Francisco Mosquera y Figueroa (1694-1697) se envió a España como procurador general al presentado fray Manuel Mosquera Figueroa, dándosele 4660 pesos para el viaje y otros gastos, por orden del definitorio, a fin de arreglar, entre otros varios asuntos graves de la orden, los que se relacionaban con la administración y gobierno del padre Doblos, y ver la manera de recaudar los bienes defraudados a la provincia. Con este mismo objeto, se había enviado a Santa Fe de Bogotá al padre lector fray Diego Villacreces. El padre Manuel Mosquera cumplió en parte su cometido; consiguió hacer tomar y poner preso al padre Doblos en Santa Fe; mas el arzobispo de esa diócesis le hizo fugar de la prisión y agravió al padre Mosquera; por   —159→   lo cual el provincial de Quito interpuso quejas ante el Consejo de Indias y ante el Papa por tamaño abuso de autoridad del arzobispo.

En cuanto a la mampara de la puerta lateral ya advertimos que era obra moderna, de nuestros días, y hasta consignamos la fecha precisa de su hechura. Sustituye a otra que había de cal y ladrillo, muy sencilla y sin gracia artística alguna: sobre dos pilares, una cornisa y tímpano triangular, formando un conjunto de orden toscano. La actual, sigue la tradición de la escultura quiteña y se halla más en armonía con la organización ornamental del templo. Sobre pilastras de capitel corintio, que se levantan de unas hermosas bases con paneles de riquísima talla, se halla un entablamento magníficamente ornamentado, en cuyo friso se ven querubines y, sobre su cornisa, dos columnas recortadas sosteniendo un cornisamento qué sirve de remate a la corona que allí se ha colocado con el escudo de la Orden de la Merced. Sobre el atrio de las pilastras hay dos ángeles adoradores y en la parte central del remate, la estatua de San Miguel Arcángel. El tercio inferior de las pilastras lleva paneles con rica decoración floral y en el resto, dentro de marcos dorados y espejería, telas que representan a varios santos mártires de la orden. En la parte superior de la mampara se halla un cuadro de la Virgen de las Mercedes entre dos mártires de la orden. Los lados de la mampara están cerrados con bastidores, en cuyas vidrieras se encuentran pintados cuatro de los principales misioneros mercedarios en América. Todos estos cuadros son obra del pintor Víctor Mideros.

Detrás del testero de la iglesia se halla la sacristía: espacioso salón abovedado, ejecutado en su mayor parte con sillares de piedra y mampostería por el padre comendador fray Antonio Albán, a principios del siglo XIX. Tiene 24 metros 65 de largo por 8,65 de ancho. Sus muros tienen diez arcos de descarga y contrafuertes exteriores para soportar el abovedamiento de cañón, rebajado. Dobles pilastras, en vez de sostener arcos fajones, hacen un papel meramente decorativo; pues la bóveda descansa directamente sobre los muros. Para dar luz a la sala se han abierto cuatro ventanas en el muro grande exterior y dos óculos ovalados en los dos menores de los extremos. El mobiliario, del que apenas se conserva una precisa cómoda frente a la puerta principal de entrada, por el lado del convento, lo hizo trabajar el mismo padre Albán, en 1804, con el célebre ebanista cuencano, Mariano Zangurima. En las paredes se encuentran algunos bellos cuadros: cuatro, que representan a los cuatro Doctores de la Iglesia, obra de Nicolás Cabrera; una tela enorme con el Sacrificio de Abraham y dos cuadritos pequeños en   —160→   muy ricas molduras, con una Inmaculada Concepción del tipo iconográfico quiteño ideado por Bernardo Legarda, el uno, y con una Sagrada Familia en que la Virgen lleva los atributos simbólicos de la de Mercedes, el otro: obras de Samaniego; un San Miguel Arcángel ejecutado con sedas de colores, igual a los cuadros que decoran el retablo mayor de Cantuña y que en los inventarios antiguos se consigna haberse pagado por él la cantidad de dos mil pesos; una Dolorosa de Rafael Salas; una muerte de San José, de Joaquín Pinto; una Virgen con el niño Jesús, del mismo autor; dos retratos uno del padre presentado fray José Arizaga y otro del padre Andrés de Sola, obra de Pinto; y otros de menor interés. Además hay dos espejos grandes azogados en Quito y tres Cristos crucificados, en madera: uno grande, de tamaño natural; otro mediano, de Miguel Vélez, y otro chico, de autor desconocido: todos tres hermosísimos, sobre todo este último.

La sacristía guarda aún algunos ornamentos y brocados de verdadero mérito: algunos, obra de nuestros bordadores de los siglos pasados; pero ha desaparecido no poco de su antigua riqueza. Oigamos lo que a este respecto dice el padre Joel Monroy en su libro La Santísima Virgen de la Merced de Quito y su Santuario:

El P. Albán enriqueció la iglesia con una custodia guarnecida de esmeraldas y piedras preciosas; dos cálices de oro y tres de plata dorada, siendo uno de los de oro, de más de una libra de peso; tres ternos de ornamentos de telas costosísimas; siete casullas de tizú y brocado; veinte albas de lino, de primera clase; un sagrario o depósito para reservar el Santísimo, guarnecido de plata, con brillantes paquetados de cristal. Al templo proveyó de tres hermosas arañas de cristal, de muchas luces cada una, de hermosísimas cortinas de damasco de seda carmesí, las que hasta hoy lo adornan grandiosamente en las fiestas solemnes; de dos velos de terciopelo bordados de oro y plata; de dos juegos de hacheros hermosos y muy bien dorados (que hasta hoy existen); hizo dorar dos altares de las naves laterales y proveyó de un juego de sacras, de varios misales, roquetes, manteles, etc.; y para la Santa Imagen mandó trabajar dos ternos completos, todos ellos de tizú, guarnecidos con riquísimos galones de Milán de una cuarta de ancho, de oro el uno y el otro de plata.



No olvidemos, para concluir este capítulo, de consignar al lado del padre Albán, el nombre del hermano lego, Felipe Solórzano, que dio, de su peculio, mil pesos para la obra de esta sacristía que es, sin duda, después de la de San Francisco, la más hermosa de todos los demás templos de la ciudad de Quito.

  —[Lámina XVIII]→  

Detalle de la sala de la celda del provincial

Detalle de la sala de la celda del provincial