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De estornudos, flatos, y otros modos de «dispersar»

(Huerta y los fabulistas: un nuevo poema satírico)

René Andioc





  —25→  

Hace poco nos dio a conocer Miguel Ángel Lama dos copias manuscritas de una «jácara tremenda» inédita, aunque famosísima, de García de la Huerta,1 redactada en plena lucha con los «transpirenaicos» que le amargaban los pocos años que le quedaban de vida en este mundo sublunar después de la publicación de la Xaira en 1784 y del Theatro Hespañol un año más tarde: me refiero al poema que intitulaban púdicamente algunos de nuestros mayores El p. dispersador, y en el cual se explica con qué arbitrio de dudosa ortodoxia pero de indudable eficacia (al menos según quien lo ideó) pensó el acorralado D. Vicente desbandar de una vez para siempre a los que sus réplicas en prosa tampoco habían de desanimar. El ambiente de aquellas polémicas es lo suficientemente conocido para que no sea necesario dedicarle siquiera unas líneas; recordemos tan sólo que la inelegante ocurrencia del autor de Raquel no podía quedar sin respuesta -a pesar de que no le iban a la zaga algunos de sus contrarios en lo que a grosería se refiere-, y que a ella se alude en varios poemas de la época, entre ellos el primero de los dos romances de ciego de Jovellanos,2 y sobre todo la llamada Décima del ¡Puf! de Tomás de Iriarte,3 pero no estoy totalmente seguro de que la referencia de Leandro Moratín al «estornudo» exterminador en el fragmento de su Huerteida tenga el mismo origen, pese a lo que afirma Lama, con alguna precaución por cierto, según se dirá más adelante.4

Del poema satírico de D. Vicente se suelen mencionar dos copias, una perteneciente a la Biblioteca Nacional de Madrid,5 y otra a la British Library de Londres,6 consignadas las dos en la Bibliografía de autores españoles del siglo XVIII, de F. Aguilar Piñal, y las publica Lama denominándolas respectivamente A, y -no sé por qué- PL; ambos textos contienen un buen número de variantes según él, y se podría añadir que no pocas erratas e incluso ripios, empezando por los títulos: El pedo exterminador. Caga siete. Fábula medio verdad y medio mentira, que no extermina a nadie en realidad y El pedo dispertador o... (etcétera), que tampoco «dispierta» -según solían decir entonces- a ninguno («disparador», escribe incluso Forner, tal vez influido por su romance contra Ayala y Huerta, en el que se dice del último que «ventoseando exhala / pedos y versos, que todo / es uno lo que él dispara»), sino que los dispersa, pues así se lee en efecto en los versos 48 y 51 del primero, 52 del otro, y en el título de la Décima de Iriarte al Pedo Dispersador de Huerta contra algunos literatos,7 o sea, la ya citada del ¡Puf!

Indudablemente más correcta es la tercera y al parecer desconocida copia que me permitió examinar, con otros poemas de un volumen de Papeles varios, siglo XVIII   —26→   (actualmente clasificado por Dª María Brey bajo la signatura E 39 6690) el generoso y lamentado D. Antonio Rodríguez-Moñino, cuando yo no pasaba aún de investigador en ciernes.8 No me pareció entonces publicable este texto, del que muchos tenían noticia y que por otra parte no es de los que han -o habrían- de contribuir a la inmortalidad de su autor, pues los criterios de «decencia» o «moralidad» a la sazón vigentes en las dos vertientes del Pirineo lo hacían inclasificable, si bien permitían clasificar al que se hubiera atrevido a imprimirlo...

Lo que me anima a mudar de parecer es, como ya queda dicho, su relativa corrección, y la posibilidad de aportar algunas aclaraciones suplementarias a las ya dadas por mi colega extremeño. Helo aquí, pues, por tercera y, al menos así lo espero, última vez:




El Pedo dispersador


Fábula medio verdad y medio mentira
a los embozados Satireros9

   Del Traductor de la Xaira10
féridos de la Advertencia,
murmuraban en un corro
siete sabios de la legua.
   Cada qual se iba apropiando  5
una de las indirectas,
mui pagado de no estar
comprehendido en todas ellas.
   Clamaba un Versiblanquista
contra el Traductor Poeta,  10
amenazándole hacer
pepitoria de sus piezas.
    Otro Prosador pedante11
ponderaba en larga arenga
de todos los Prosadores  15
la atroz inaudita ofensa.
   Un Anti-Epigramatista
de Musa baxa y ratera
en mil críticas pueriles
fulmina mil anathemas.  20
   De un Traduccionero zote
atronaban las querellas,
concitando a la venganza
la chusma Traduccionera,
   Gritando un triste sectario  25
de la Frigidez Francesa:
«Juro hacer con la Raquel,
por ser Judía, una hoguera».
   Del malhadado Linguet
otro peroró en defensa,  30
inspirado del furor
de cierta sybila renca.
   Habló en fin una Alimaña,12
de Sátiro facha y señas,
—27→
y dixo, medio rumiando:  35
«él me llevará otra vuelta,
   Que para eso tengo yo
cosecha de desvergüenzas,
y aunque no letras, barberos13
que desde Aragón afeitan».  40
   Descubre Huerta a este tpo.
la ridícula asamblea
y ocúrresele un arbitrio
de burlarse y disolverla.
    Arrímase poco a poco,  45
y quando ya estuvo cerca,
el ruin concilio apestando,
un tronante pedo suelta.
    Aturdidos del estruendo,
vuelven todos las cabezas,  50
y al verle más aturdidos,
se escabullen y dispersan.
    Hácese público el caso,
y todo el mundo celebra
del Pedo Dispersador  55
la ridícula historieta.
    De suerte que aun los muchachos
gritan quando a alguno encuentran:
Allá va uno de los siete
en que se ha cagado Huerta.  60
    Iguales chascos aguardan
los Necios de mala lengua,
y el que ladra por detrás,
que le caguen o le pean.

En nombre del Barbero de Calatayud corren dos Cartas contra Huerta, tan infames y necias (según dicen) como su Autor. Intitúlanse Cartas del Flebotomiano de Calatayud. Atribúiense a Dn Thomás Yriarte.



En primer lugar, el título de la tercera lección define a los destinatarios del poema como a unos «embozados satireros»; de ahí la perplejidad de uno de los poseedores del citado documento, en fecha algo posterior a la de la redacción, según se desprende de las notas 9 a 11, y la necesidad en que se vio por otra parte el copista de añadirle una nota aclaratoria al «barbero aragonés» (a quien se alude también en el apéndice al romance que Lama reproduce, siguiendo al manuscrito, como obra del mismo Huerta); de manera que no tenemos seguridad de que D. Vicente hubiese sacado en claro la identidad de cada uno de los «siete sabios de la legua» (esto es, de categoría inferior, como los cómicos de la legua), cifra que por otra parte debe de ser algo arbitraria pues parece referirse sarcásticamente a los Siete Sabios de [la] Grecia, con asonancia y todo, así como el subtítulo de los manuscritos A y PL, o sea: Caga-siete, es a todas luces trasposición de «matasiete», lo cual corresponde bien a la imagen del paladín flamante y batallador que nos han dejado del escritor las sátiras de su tiempo. El que se trate también de una Fábula medio verdad y medio mentira en los citados documentos puede dar a entender que sus protagonistas son más bien, al menos algunos, personificaciones   —28→   que individualidades, pues el único identificable con relativa seguridad es a mi modo de ver el último, aunque también se podría sin mucho riesgo sospechar la personalidad del segundo, sugerida en el documento, y se dio por aludido un tercer «sabio», el entonces joven Vargas Ponce.14 Como quiera que sea, de fábula no tiene de tal, todo bien mirado, más que la «moraleja» final, pero por llamarse fábula apunta indudablemente a uno de los dos fabulistas más conocidos en la época.

La ortografía «feridos» del segundo verso del texto de Rodríguez-Moñino (en adelante RM), frente a «heridos» en los demás, se hace eco, creo yo, de las voces anticuadas de que se valen no pocos contrarios del autor para caracterizar al según ellos «quijotesco» y misoneísta vate, como es notorio y se verá en el otro poema satírico que publico en el presente artículo.

En cuanto al «versiblanquista», al aficionado a versos blancos o, como también les llama Huerta en la Advertencia a la Xaira (o Xayra), sueltos, es decir, que no riman con los demás, varios dramaturgos neoclásicos opuestos a la versificación tradicional que tenía a sus ojos el defecto de «gobernar el concepto»15 los preferían al romance heroico, elegido por D. Vicente para la Raquel y la Xayra (en el Agamemnón vengado se usa cierta polimetría que, naturalmente, no excluye el romance endecasílabo) porque suponían un compromiso entre la obligada nobleza de la expresión y su no menos deseada verosimilitud en boca de los próceres y príncipes que protagonizaban las tragedias; Montiano abogaba ya por esta forma, López de Sedano la elige en su Jahel (1763), y Nicolás Moratín también adopta un término medio en sus tres tragedias, «usando de asonantes y consonantes según occurren, sin buscarlos ni desecharlos»,16 aunque sin renunciar, por lo mismo, al verso suelto; pero de los tres habían fallecido ya dos en 1785, Montiano y Moratín padre, de manera que de otro «versiblanquista» se trata, si es que se apunta a uno determinado, lo cual tampoco es seguro, pues no me consta que el superviviente participase en la contienda; por supuesto la Jahel se reimprimió en Barcelona por Gibert y Tutó, y se editó una «segunda impresión enmendada» también en la Ciudad Condal por Piferrer, pero desgraciadamente ninguna de las dos lleva fecha. En la Advertencia17 se critica a los traductores anteriores de la Zaïre de Voltaire que, «despojándose del auxilio de la rima [...] han agregado a sus traducciones la insipidez del verso suelto»: éste es el caso de Pablo de Olavide, cuya segunda edición de la Zayda por Gibert y Tutó en Barcelona, citada por el mismo Huerta, es de 1782; pero sabemos que por aquellas fechas se había fugado el estadista a Francia; lo curioso del caso es que esta versión, por ser literalmente muy fiel al original (lo cual no constituía ninguna cualidad en opinión de D. Vicente) fue la que paradójicamente sirvió de modelo para la Xaira del extremeño, según se afirma en la citada Advertencia, donde se transcribe incluso el parlamento de Fátima con que se da principio a la obra. Así pues, a pesar de ser «muchas» las versiones castellanas de la tragedia de Voltaire, la de Olavide es la única que corresponde a la que sufre la crítica de Huerta, pues no se conoce, al menos actualmente, otra versión castellana que presente la misma particularidad métrica.

El otro «prosador», esto es: «hablador maligno [...], satírico», según el diccionario de Terreros, o «malicioso», según el de Autoridades, bien podría ser Forner, como sugiere la nota marginal, de fecha al parecer algo más tardía que el mismo texto, pues éste había publicado ya su Sátira contra los vicios introducidos en la Poesía Castellana en 1782, El asno erudito aquel mismo año y la Carta de Don Antonio Varas al autor   —29→   de la Riada en 1784, sin hablar de Los gramáticos, que corría manuscrito desde 1783, del Cotejo de las dos églogas, presumiblemente anterior en un año, del primer esbozo de las Exequias de la lengua castellana, como sugiere F. López,18 y a las que se alude en las Reflexiones sobre la lección crítica que ha publicado D. Vicente García de la Huerta, editadas en marzo del 86 como de «Tomé Cecial», amén de algunas cositas más; a la primera obra citada se refiere indudablemente Huerta en una apostilla de La Escena Hespañola defendida en el Prólogo del Theatro Hespañol y en su Lección crítica (reedición conjunta de ambas obras en septiembre del mismo año) cuando alude a «cierto Criticastro que [escribió] una Sátyra contra las Comedias disparatadas» y fracasó en su intento de representar una tragedia;19 pero si en la Advertencia se critica a los versiblanquistas y antiepigramatistas,20 no aparece en cambio ninguna arremetida contra los satíricos, aunque es verdad que Huerta considera como tales a los siete y que, por encima, el aludido habla en nombre «de todos los prosadores»; además, bien pudo redactar Huerta su jácara en 1785, cuando ya habían empezado de veras las hostilidades no bien aparecieron los dos primeros tomos del Theatro Hespañol, a finales de marzo o principios de abril de aquel año,21 y de todas formas, el didactismo de Forner y la erudición de que se complacía en hacer alarde bien podía calificarlas de «pedantería» un contrario suyo, máxime en este tipo de réplica. En cuanto al «Anti-Epigramatista / de Musa baxa y ratera», esto es, rastrera, parece tratarse de una mera expresión pleonástica, al menos para Huerta, ya que la»frigidez» francesa ha contaminado en su opinión a no pocos escritores españoles, los cuales, lógicamente, según la Advertencia, también citada por Lama, «llaman atrevido, hinchado y monstruoso [...] quanto no está a tiro de las débiles fuerzas de sus ingenios»,22 acusación por cierto constante bajo la pluma del vate zafreño, si bien no suponía por aquellos años ninguna novedad.

La estrofa siguiente del manuscrito A tiene un primer verso defectuoso por faltarle una sílaba («De un traductor insulso...»), y un tercero gramaticalmente incorrecto («concitando su venganza...»); creo que la lección de PL y la de RM («...traduccionero...», con sufijo peyorativo igual que en «satireros») se acercan más al original.

¿Quién será aquel fecundo y mal traductor, o «traduccionero», también «embozado satirero» como sus seis colegas,23 y que RM califica de «zote» mientras le achacan su «insulsez» las demás versiones? ¿Será Nipho, traductor impenitente ya, sobre todo de las obras de Caracciolo (de «traductor bambolla» le trata Forner en su romance «segundo» contra Huerta, al menos si no es equivocada la nota aclaratoria de Cueto) o Tomás de Iriarte, traductor oficial, el cual también vertió al castellano un buen número de obras francesas para los teatros de los Reales Sitios de 1769 a 1772, según afirma él mismo en el tomo V de sus obras publicadas por Benito Cano en 178724 y que contiene la de El huérfano de la China, de Voltaire, lógicamente anterior a esta fecha y en versos sueltos, mejor dicho: semisueltos, que, cuando se ofrece la oportunidad, como en Moratín padre, tampoco son incompatibles con algunos consonantes? La «insulsez», o «frialdad» era entonces frecuentemente sinónima de prosaísmo, y éste era uno de los defectos que más se censuraban en D. Tomás.25 El enfriamiento de las relaciones entre Huerta e Iriarte databa, como es sabido, del lance también famoso de la declamación de La Música, cuyo primer verso le pareció «claudicante» a D. Vicente (un sáfico, pero con el acento de la octava sílaba atenuado por el inmediatamente anterior de «aquel»). Pero tampoco me resulta satisfactoria esta hipótesis, ya que de Nipho no me consta que atacase a Huerta, y de Iriarte sólo nos queda la ya citada décima, suscitada por el poema   —30→   que vamos comentando, y el no menos famoso epitafio redactado a la muerte del extremeño, el cual dejó, se nos dice, «... un puesto vacante en el Parnaso / y una jaula vacía en Zaragoza». Además, lo de la «chusma», o «turba», traduccionera, igual que «todos los prosadores», parece simple generalización facilona o redundancia.

«Tristes sectarios de la frigidez francesa» -uno de los leitmotive del prólogo del Theatro Hespañol- eran todos los que admiraban las tragedias «lánguidas» de allende el Pirineo (de «transpirenaicos» los calificaba Huerta) y trataban de aclimatarlas en España; ya escribía Sebastián y Latre en el prólogo de su Ensayo sobre el teatro español que los nostálgicos por la comedia áurea «a la verosimilitud la gradúan de frialdad [una frialdad que en nuestro poema se opone jocosamente al calor de la hoguera...], a la decencia de falta de fuego y a la moralidad de melancolía»,26 y Samaniego afirmaba con retintín en la Continuación de las Memorias Críticas por Cosme Damián, cuya aparición se menciona en la Gazeta del 17 de mayo de 1785, o sea entre el anuncio de la publicación de la «Parte primera» y el de la «segunda» del Theatro Hespañol por el mismo periódico oficial, que «en fin los poetas no son unos miserables vasallos de la triste y severa razón».27 En este caso, tampoco basta la caracterización para identificar a uno de los aludidos -si prestamos fe a lo afirmado por Huerta- en la Advertencia de la Xayra.

En cuanto a Linguet, autor de los cuatro tomos de Le Théâtre espagnol en 1770, Huerta, como subraya Lama, se refiere a él en cambio no sólo en la Advertencia, sino también en el Prólogo al Theatro Hespañol para denunciar su poco acierto («el malhadado») en la elección de obras traducidas en prosa del castellano; lo que llama la atención es la alusión al «furor de cierta Sibila renca»: por ser una de las sibilas más famosas, asimilada a veces a la cumana, la que a los pocos instantes de nacer se puso a profetizar en verso y fue amada -otros dicen que hija e incluso esposa- de Apolo, creo que dicho furor se refiere al poético; ¿no será más bien pérfida alusión a la ya citada «claudicación» del primer verso de La Música, causa de la desavenencia entre los dos escritores, o al prosaísmo de Iriarte? No está de más recordar que Forner, se vale de una expresión parecida, diciendo que D. Tomás expresa «en prosa su furor»,...28

Por último, la «alimaña», al menos según la nota de la copia, sería el mismo Iriarte, presunto autor de las Cartas del Flebotomiano de Calatayud, es decir del barbero, que también solía ejercer, como es sabido, el oficio de sangrador. Pero ¿le califica de alimaña con intención particular? ¿por sus fábulas, que ya habían provocado la reacción de Forner en El Asno erudito? En cuanto a lo de sátiro, el retrato «oficial» de D. Tomás no ofrece ningún rasgo que permita compararle a un sátiro, a menos que se trate de un juego de palabras entre «sátiro» y «sátiras», pues lo son al fin y al cabo las fábulas. Pero en el romance primero de Jovellanos contra Huerta, posterior sin la más mínima duda a El P. d. (con perdón) y que Caso fecha en 1795 o principios del año siguiente, dos alusiones -una más claramente que otra- hacen eco al contenido de la nota arriba citada.


... ni a aquel gavilán Garnacha,
archibufón de la legua,
perdones que ande adobando
las navajas y lancetas,
aquel que en lánguidos versos
zurcidos a la violeta
—31→
quitó el crédito a Celinda
y el buen nombre al mal profeta29



Fue traductor de una tragedia italiana de Orazio Calini, intitulada Celinda (Pantaleón Aznar, 1784), según Aguilar Piñal -y de otra francesa, El conde de Warwick (sic; Barcelona, Francisco Generas, 1778)-, un tal Xavier de Ganoa, y no Francisco de Paula Núñez y Díaz, según opina Caso limitándose, creo yo, a utilizar la lacónica nota aclaratoria («Núñez») de Cueto en el tomo LXIII de la B.A.E. Desgraciadamente no dispongo de más noticias acerca de dicho escritor, el cual también debió al parecer de redactar una traducción infeliz de una obra teatral relativa a Mahoma, que desconozco y que por otra parte tampoco consta en el libro de Lafarga; pero si nos atenemos a la obra magna del antes citado bibliógrafo, Núñez, nacido en 1766, no empezaría a escribir hasta los años noventa, y de todas formas, si fue tal vez «gavilán», no consta que haya sido «garnacha», pues no pasó de ser sacerdote y profesor de filosofía en la Universidad de Granada. En cambio, sí lo fue, como Fiscal que era, Ignacio Núñez de Gaona, académico supernumerario de las Academias Española y de la Historia, del que cita Aguilar dos impresos ajenos al teatro: y precisamente la nota correspondiente de la copia del romance primero de Jovellanos que perteneció a Gayangos30 dice que el tal «gavilán Garnacha» era Dn Ygnacio Núñez. ¿Se tratará de una confusión entre los apellidos Gaona y Ganoa? Más iluminativa, como decía antes, me parece la indudable alusión, confirmada por Cueto y Caso González, -y el manuscrito de Gayangos- de «Jovino» a Samaniego,


...aquel follón
que con azote y palmeta
fabulizó una doctrina
digna de niños de escuela;



y agrega a continuación Jovellanos:


a aquel Momo bascongado
que al compás de su vihuela,
calado el yelmo y cubierto
con máscara aragonesa,
supo epistolar sus pullas
y encartar sus cuchufletas.31



¿No se tratará para el asturiano del mismo personaje a quien el comentador de la sátira de Huerta identifica por su parte con el otro fabulista, con el «Mimi-Esopo» del romance primero, esto es, Iriarte? En el romance segundo de «Jovino» es Forner quien se convierte por arte de magia ante Huerta «en barbero / con guitarra y con bacía», y más lejos, gracias a un nuevo prodigio, desaparecen «el burro, el flebotomiano, / la guitarra y la bacía».32 ¿Pensaría entonces el asturiano que las anónimas Cartas del flebotomiano eran parto ya no de la pluma de Samaniego sino de la de Forner? Es cuestión difícil de resolver, pero lo cierto es que también trataron los contemporáneos   —34→   de resolverla con no mayor éxito.

De todas formas -y haga cuenta el lector de que tengo la sensación de andar en una maroma, no sé si con pies de plomo o peligrosa ligereza, que en este caso es todo uno-, Samaniego podía ser comparado más que Iriarte, no sin alguna buena voluntad y malicia, y éste era precisamente el caso, a un sátiro (me refiero, claro es, al mitológico). Sabemos que el escritor vascongado, parapetándose tras el seudónimo de Cosme Damián, fue el que abrió el fuego, con no tanta moderación como se ha dicho, por cierto, contra el vibrante prólogo al Theatro Hespañol, que apareció en el primer tomo de la parte primera de dicha colección, anunciada por la Gazeta el 5 de abril de 1785. La Continuación de las Memorias críticas por Cosme Damián no tardó mucho en aparecer, pues se menciona en la Gazeta el 17 de mayo, es decir, antes de que saliese de los tórculos de la Imprenta Real la parte segunda (tomos 1 y 2), de la que da cuenta el mismo periódico en su número del 24 de junio. Una sátira, al parecer desconocida, de D. Vicente, conservada en el citado tomo manuscrito de Rodríguez-Moñino (fols. 54 v. a 58 r.), hace una descripción física de su contradictor, a quien ha identificado ya indudablemente, que corresponde, casi por cada una de las facciones y particularidades físicas, al autorretrato burlesco -y por lo tanto también caricaturesco como la pintura hecha por Huerta- que dejó inédito Samaniego a su muerte y se publicó en sus Obras inéditas o poco conocidas, dadas a luz en 1866 por Eustaquio Fernández de Navarrete, y que reproduce, añadiéndole una nueva estrofa, Emilio Palacios Fernández en su Vida y obra de Samaniego,33 de donde, como es natural, sacaré mis ejemplos.

El poema satírico de Huerta, en endechas reales, se redactó presumiblemente en junio o julio de 1785, es decir cuando el poeta también estaba redactando o ya se disponía a dar a la imprenta su Lección crítica... que fue su primera respuesta, pues en él se refiere D. Vicente al «nuevo Criticastro», «nuevamente aparecido», o quizá poco tiempo después, ya que en la Lección crítica... no parece haberle identificado aún («el crítico pseudónimo»); no creo sin embargo que el verso 36, por aludir al «papel sobre el teatro», con t minúscula en la copia, apunte al Discurso XCII del Censor sobre este tema, más tardío, fechado por «Cosme Damián» el día de «Año nuevo de 86», remitido el día 4 «del presente mes», según reza una nota del editor, y anunciado por la Gazeta del 16 de febrero del mismo año: si en él se trata de una crítica del arte dramático contemporáneo, sólo se alude alguna que otra vez a Huerta, mientras que la continuación del poema que ahora se transcribe muestra a las claras que el motivo de la reyerta es el prólogo del Theatro Hespañol, publicado con poca anterioridad. El texto es el siguiente:

Señas y Fazañas del Criticastro Esópico nuevamte aparecido con el nombre de Cosme Damián. Estas Coplas son de Huerta contra Samaniego, el Autor de las Fábulas, a quien Huerta atribuie la Memª Crítica que se imprimió contra su Teatro con el nombre de Cosme Damián.34


Si oír queréis las señas
Del nuevo Criticastro,
que hasta los pollinos
osan trepar la cumbre del Parnaso,
    Y aun hasta las Lechuzas,  5
los Búhos y los Grajos
como Aguilas caudales
—35→
quieren beber al Sol los puros rayos,
    Atended su pintura,
que juro ha de agradaros,  10
pues por estravagantes
suelen tal vez gustar los mamarrachos.
    Para la insigne copia
voi el pincel mojando
en el vacín de un Fraile  15
estadizo, relleno y remostado,
    Que a tal Héroe se debe
obsequio y honor tanto
como pintar con mierda
para blasón eterno su retrato.  20
    Al ver su personilla,
diréis que anduvo escaso
hasta el cielo al formarle,
pues poco menos le dexó que enano.
    Su figurilla sucia  25
es el remedo exacto
de los amoladores
que nos entran por vía de Bilbao.35
    A tal vaso es conforme
su espíritu tacaño,  30
pues es el hombrecillo
insulso, frío, insípido y menguado.
    Mas con todo hay quien dice
ser sus gracias un pasmo:
diránlo por lo frías,  35
vervigracia el papel sobre el teatro.
   Remedando la vieja
dicen que hace milagros:
más milagros haría
en remedar la moza un vegetastro,  40
    Pues su estraño gestillo
enigma es o acertajo,
que ni es pexe ni es ave,
y es medio entre sardina y entre gallo
    Son sus ojos ojetes  45
hundidos y arrugados,
ojos que aun a los ojos
aojaran de los culos de los diablos.
    Su narigueta rara
parece garavato  50
de desmotar traseros
cascarrientos, mohosos y cagados.
    Sus dientes volaverun
y en su lugar dexaron
un portillo que dice:  55
aquí estuvimos hace algunos años.
    Su color verdinegro
es de un viejo zapato
—36→
que fue negro y el tpo.
en meadero le trocó de gatos.  60
    Su voz es voz de grillo
que está arromadizado,
y por colmo de gracia
es gangueta el Señor Escaga-olfatos.
    Esta pues sabandija  65
es quien tomó a su cargo
el vengar los entuertos
del partido Glacial Transpirenaico,
    Por que al tal avechucho
estaba reserbado  70
ofrecerse a los manes
del glorioso Voltaire en holocausto.
    Al duelo se previene
con furor endiablado,
como el de una tortuga  75
quando en sangrienta lid combate un sapo,
    Porque tales engendros,
según dice Elïano,
suelen tener por sangre
zumo de verengenas o de nabos,  80
    Contra el follón de Huerta
y el prólogo malvado
del Teatro insolente
empieza a armarse, bien qe mui despacio.
    Suspende una gran obra  85
que estaba remendando,
que por lánguida y fría
no la pueden tragar ni aun los muchachos;
    Aquella por exemplo
en que lección tomando  90
el Loco de Chinchilla
salió tan diestro en dar sus garrotazos,
    Y después de tres meses
en qe anduvo acopiando
frigideces francesas,  95
lógica ruin embuelta en dicharachos,
    Torpes inconseqüencias,
insípidos sarcasmos,
necias inconexiones,
capciosidades pª ingenios chatos,  100
    Suposiciones falsas
para argumtos falsos,
doctrina de los libros
que hacen a tantos Españoles fatuos,
    Y en fin con cierto estilo,  105
sólo arena y chinarros,
propio de los discursos
de los graves Demóstenes bracatos,
    Guerra intima sangrienta
—37→
al colector nefando,  110
mas de vergüenza o miedo
salió el paladinzuelo enmascarado;
    Y como spre. hay ruines
y pobres mentecatos,
y embidiosos de gracia,  115
pues no hay tuerto qe guste de ojos claros
    Se le ofrecen padrinos
y con ellos al lado,
pues para empresas tales
hacen liga los necios y los malos.  120
    Andaba tras de Huerta
con un testillo armado
de cierto viejo Zoilo
como con un cañón de a veinte y quatro;
    Hallóle pues durmiendo,  125
pues nunca le han quitado
el sueño Satireros,
ni el continuo ladrar de canes tantos;
    Adviértelo Cosmillo,
y el lance aprovechando,  130
le embiste, pero el ruido
le despertó en el hecho del asalto;
   Volvió Huerta la cara,
y a nadie divisando,
pues es nadie tal gente,  135
sólo vio la Alimaña que he pintado;
    Y por no incomodarse,
alzándose a pisarlo,
arrancando una flema,
le abismó en el diluvio de un gargajo.  140
    Huieron los Padrinos,
temiendo igual estrago,
al ver que no son menos
ominosas sus flemas que sus flatos.
    Este el fin triste ha sido  145
del Héroe Bascongado;
lamenten su tragedia
Hispano-Celtas, Rútulos y Galos.



Esta «flema», esto es: esputo, se parece mucho más al «estornudo» evocado por Leandro Moratín en el fragmento de su Huerteida que al maloliente «dispersador», a que también se alude como arma defensiva de recambio, aunque le concedo a M. A. Lama que también puede tratarse de un eufemismo o atenuación en boca -en pluma- de «Inarco». Pero volvamos al supuesto sátiro: en primer lugar, tanto en El P. d. como en este nuevo poema se califica de «alimaña» al «criticastro esópico», e incluso de «sabandija», injurias por cierto corrientes en Huerta: «soy animal de cerda», leemos en una de las décimas del Ridículo retrato de un ridículo señor, de Samaniego, quien insiste en su pequeña estatura («en el tamaño gorrión» - «Mi cuerpo, por todas caras /   —38→   pigmea talla promete»), a lo cual corresponde la calificación de «enano»,«hombrecillo», «figurilla» y «personilla», que el cielo «anduvo escaso» en formar, en el poema huertiano. En cuanto a la «suciedad» del individuo, oigamos cómo sigue definiéndose D. Félix María:


Lóbrega, oscura y fatal,
forma tal noche mi frente,
...................................
negra, arrugada y chiquita,
siempre de mal en peor;
...................................
mis negras barbas...



No pasa por supuesto de referirse a su rostro el vizcaíno, pero prosigamos: al «espíritu tacaño» de Samaniego le hace eco esta parte del autorretrato en la décima tercera: «Mi cara, si se examina, / verá el curioso en un año / que es page del Gran Tacaño / anuncio de hambre canina»; las «gracias» que algunos le atribuyen según Huerta pueden recordar que el vizcaíno, según se autodefine, «según probable opinión / [es] en el ingenio zorra», o sea, socarrón, y, naturalmente, el «papel sobre teatro» es la Continuación de las Memorias Críticas por Cosme Damián. Los versos 37 a 40 de la sátira significan que más que cualquiera, el fabulista se esfuerza por parecerse a la cuaresma (éste es el sentido de la voz «vieja» en la provincia de Álava, y sabido es que Samaniego nació en Laguardia, en la Rioja alavesa, donde su familia estuvo largo tiempo afincada, pero también usa Goya esta voz en uno de sus dibujos intitulado «Parten la vieja»), o sea, según confirmará él mismo, que se encarece, creo yo, su suma delgadez. La endecha siguiente, que es explicación de lo que antecede («Pues...»), corresponde perfectamente, incluso en la forma de expresarse, al autorretrato caricaturesco: éste, escribe el fabulista, «está más feo que [el modelo], más raro, más singular», y agrega:


...aunque de todo blasone,
siempre en duda se me pone
qué especie de cosa soy;



y, más adelante:


...y por tu [ilegible] lavado,
sería de carne o pescado.



A primera vista, la descripción que hace el extremeño de los ojos de Cosme Damián parece contradecir la correspondiente de éste en su décima sexta: en ella declara el autor que son ojos «bellos», pero añade a renglón seguido que Marica, a quien va dirigido el poema, no gusta de ellos «por más que [él se] desceje», y, después de seguir elogiando la misma parte de su rostro, concluye diciendo que de «...nada sirve, porque / nadie repara en pelillos», palabra cuyo sentido propio son los pelos de las cejas, y efectivamente, el retrato más conocido de Samaniego, que ilustra la edición de sus fábulas, nos lo muestra con unas cejas particularmente pobladas y negras, por lo cual se justifica la referencia de Huerta a sus ojos «hundidos y arrugados», si bien las arrugas   —39→   están más bien en la frente según propia confesión del vizcaíno. Su «narigueta» la define así el fabulista:


   Mis narices son mejores
que las echizas de palo,
y si algo tienen de malo
es el meterse a mayores.
Mi cara con mil colores
se avergüenza en su presencia,
y huye con tal resistencia
que la deja sin cimientos,
mas como soplen los vientos
no es obra de permanencia.



Se vale Samaniego para describir su boca del mismo procedimiento que para la pintura de los ojos: buena la tiene, dice, pero «...no le falta otra cosa / sino, un dedo por delante», es decir que, como bien ha observado D. Vicente, los dientes volaverunt, expresión entonces corriente (incluso se escribía fonéticamente: «bolaberun») para referirse a lo ausente o desaparecido. En resumen, la estatura del personaje, sus «cerdas» y su rostro con sistema piloso que ocupa una desacostumbrada superficie, y su ambigüedad corporal podían sugerirle a un contrincante tan despiadado como Huerta la comparación de su contrario a un sátiro, máxime si se tiene en cuenta que dicho personaje mitológico andaba con patas de cabra... como el mismo Cosme Damián, quien se describe ante Marica como «cimentado / en piernas de hueso seco», encareciendo luego:


Tanta y tal es mi carencia
que segura de conciencia
en Cuaresma comerías
una pierna de las mías
sin quebrantar la abstinencia.



Y Samaniego, como el Huerta de varios romances satíricos suscitados precisamente por los «entuertos» causados al «partido Glacial Transpirenaico» en el Prólogo del Theatro Hespañol, se va preparando para un combate singular. No cabe duda de que el zumo de berenjenas y de nabos, sangre de horchata diríamos hoy, es el que produce «frigideces», obras «lánguidas y frías» y provoca la lentitud de una tortuga en el nuevo campeón; y la referencia de Huerta a Eliano, escritor militar griego del siglo tercero, llamado «El Táctico» y que ha dejado un Tratado de la táctica, nos trae a la memoria que D. Vicente fue también autor, en 1760, de una Bibliotheca Militar española, y también, según afirma al final del Registro de algunas de las innumerables mentecatadas... en que, según él, incurrió Vargas Ponce, citado en la nota 13, que, «sin ser soldado ha presentado un plan de fortificacón provisional y defensa de una de las más considerables plazas de la monarquía y la Corte adoptándole ha mandado se ponga en ejecución». La «gran obra» que suspende Samaniego por la cercana lid dice Huerta que la estaba «remendando»: quizá sea errata por «remedando», esto es: contrahaciendo, ya que Samaniego se inspiró mucho en las fábulas de La Fontaine, al menos en la primera parte   —40→   de su obra, publicada en Valencia por Benito Monfort en 1781 (la segunda lo fue por Joaquín Ibarra en Madrid, 1784), a no ser que se refiera a la preparación de la segunda edición, la de 1787, suponiendo que el autor le iba añadiendo «remiendos», y si no la «pueden tragar ni aun los muchachos» (recuérdense los versos de Jovellanos: «fabulizó una doctrina / digna de niños de escuela») es que se destinaba a los jóvenes alumnos del Real Seminario Vascongado, según reza el título.

Ahora surge otra dificultad de interpretación, la de los versos 89-92, interpretación de tipo gramatical y, por si fuera poco, doble: el Loco de Chinchilla a quien alude Huerta (como también Jovellanos en su romance primero, sin que consiga explicarlo José Caso),36 es el héroe de un poema satírico que el zafreño publicó en la segunda edición de sus obras poéticas por Aznar y se volvió a editar por Cotarelo y Mori,37 el cual cita además una versión manuscrita de la Biblioteca Nacional, pero que no está en el volumen de la B.A.E. que contiene las poesías de Huerta, de manera que no me ha parecido ocioso reproducirlo en una nota, a partir de una copia con no pocas variantes procedente del ya tantas veces citado tomo manuscrito de Rodríguez-Moñino.38 Se trata de una «Fábula a la moda, esto es insulsa y frívola», y por lo mismo, con toda probabilidad, se satiriza en ella no tanto al Forner de El Asno erudito, según afirma, sin más explicaciones, Cotarelo,39 como a uno de los dos fabulistas más conocidos de la época, Samaniego, alias Cosme Damián, si no es equivocada mi interpretación de las Señas y fazañas del Criticastro Esópico, o quizás a Iriarte, al menos según Forner (y la nota de Cueto), pues éste, en la «segunda parte» de su romance contra Huerta, escribe que la fama del reto de D. Vicente clavado en la puerta de la librería de «Copinzuelo»,


...asaltando
La tranquilidad ociosa
De aquel varón que hacer supo
Sabios de burros y zorras,
Chisméale la insolencia,
Represéntale la docta
Primacía arrebatada
Por las arrogancias locas
De un descamisado orate...,



o sea que El loco de Chinchilla, como fábula contra los mismos fabulistas, cuya moraleja incita por otra parte a mostrarse más agresivos que éstos para vencerlos (el «Refrán» a que se alude debe de ser, según Correas: «el loko, por la pena es kuerdo») es superior a las ya publicadas; así creo, salvo meliori, poder interpretar los versos de Forner, y no carece de interés observar que se mantuvo algún tiempo la duda acerca de quién era realmente Cosme Damián. Pero ¿qué significan los cuatro versos antes citados de las Señas y fazañas...? Supongo que más o menos lo dicho por Forner: «aquella» no puede referirse más que a «obra», y, mejor aún -torturando un tanto la sintaxis y si no hay errata del copista- a «obra.../...lánguida y fría», es decir que la fábula del Loco de Chinchilla, calificada por su propio autor de -provocativamente- «insulsa», adjetivo que Huerta emplea prácticamente como sinónimo de los otros dos, la «remeda» el fabulista contaminado por la «frivolidad francesa», pues su doctrina procede de los «Demóstenes bracatos», latinismo equivalente a «galos», los cuales   —41→   solían vestir «bracas». En cuanto a la «fatuidad», baste recordar que Samaniego, en su prólogo, como Iriarte en el suyo por cierto, se consideraba iniciador del nuevo género literario en España... y que D. Vicente, en suma, invierte los papeles declarando que lo fue él. Y para criticar al «colector nefando» del Theatro Hespañol salió el contrincante «enmascarado» bien sea con el seudónimo de Cosme Damián o, como pensaba Jovellanos, «con máscara aragonesa», esto es, como «flebotomiano de Calatayud». En cuanto a sus padrinos, es posible que la alusión al refrán del tuerto que no gusta de ojos claros apunte hacia el odiado Forner, a quien Jovellanos llama precisamente «el tuerto Segarra», y el propio Huerta trata de «tuerto que ponía notas a cierta tragedia moderna» (la Raquel) en una nota de su Lección crítica..., y en estas condiciones también puede suponerse que los versos: «pues para empresas tales / hacen liga los necios y los malos» es eco lejano del folleto de Iriarte contra El Asno erudito de aquél, Para casos tales suelen tener los maestros oficiales, que firmó un tal Eleuterio Geta (considerado generalmente como mero seudónimo de D. Tomás, pero que figura entre los suscriptores a las Obras de éste en 1787, y que tuvo al menos un tocayo, si no fue la misma persona, un empleado del estado después de cuya muerte pidió su esposa que le abonasen la viudedad que le correspondía).40 De la «envidia» («embidiosos de gracia») como móvil de los ataques contra Huerta, digamos simplemente que es lugar común en las réplicas de éste, el cual «explica» incluso de la misma manera la crítica de la comedia nueva por Cervantes.

Por lo que hace a la retahíla de defectos que va enumerando D. Vicente en los versos siguientes, es coincidente con los que le achaca a Samaniego en la Lección crítica a los lectores del papel intitulado Continuación de las Memorias críticas de Cosme Damián, publicada por la Imprenta Real en 1785, incluso la atribución del disfraz o seudónimo por el temor.41 Debe de ser Voltaire el «viejo Zoilo», es decir crítico apasionado e injusto, supuesto modelo cuyo «testillo», o textillo, le sirvió de arma ofensiva al fabulista cántabro, pues denuncia Huerta en la Lección crítica... la «graciosa lógica Volteriana» de su «Volterista» contrario; pero la manera como consigue el extremeño ahuyentar al enemigo, esto es abismándolo en «el diluvio de un gargajo» por no incomodarse alzándose a pisarlo, e imponiendo silencio por lo mismo al «ladrar de canes tantos», quizá se inspirase -aunque no le hacían falta antecedentes para empresas tales, como dice- en una de las Poesías varias del Pe Butrón, de la Compañía de Jesús, custodiadas en la Sección de Manuscritos de la Biblioteca Nacional de Madrid42 y no mencionadas por Aguilar Piñal; en este poema se nos dice que

Haviendo predicado el Pe Butrón en un Lugar, le censuraron los vecinos algunas de las cosas que dijo en su sermón, y al partirse dijo la siguiente Décima:


Viendo un Dogo Forastero
se alegran los gozquecillos,
y con saltos, con vrinquillos,
se le llegan al trasero;
él los desprecia severo
y los registra mohíno,
y viendo que en torbellino
confuso el tropel vocea,
alza la pata y los mea
—42→
y prosigue su camino.



A esta nueva manera de «dispersar» a los importunos, y casi seguramente al poema antes citado, se refiere el anónimo autor de un romance burlesco parecido a los de Jovellanos y Forner y que publico en el ya citado artículo de próxima aparición en la Revista de Literatura. Sea como quiera, el que las «flemas» de Huerta tengan tanta eficacia como sus «flatos» permite afirmar que la sátira de las Señas y fazañas del Criticastro Esópico se escribió después de redactado y dado a conocer El Pedo dispersador, en que también acaba en «tragedia» -la palabra no es casual- el enfrentamiento del autor con los «Hispano-Celtas» afrancesados, los «Rútulos» del Lacio, y sus inspiradores galos, o, digámoslo con el entonces famoso entre todos los neologismos huertianos, transpirenaicos...





 
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