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- LXXVI -



ArribaAbajoLas doloras

A doña Juana Barrera de Campos.




    ¿Conque una buena dolora
me pides, Juana, tan llena
      de candor?
Tal vez tu inocencia ignora
que será, si es la más buena,  5
      la peor.

   ¿Te he de alabar, fementido,
desventuradas venturas
      que gocé,
y amores que he aborrecido  10
e inagotables ternuras
      que agoté?

   Perdona si en mis doloras
siempre mi pecho destila
      la ansiedad  15
de unas sombras vengadoras
que asaltan mi no tranquila
      soledad.

   Jamás en ellas escrito
dejaré, imbécil o loco,  20
      el error
de que el bien es infinito,
ni que es eterno tampoco
      el amor.

   Bueno es que, aunque terrenales,  25
nuestras venturas amemos;
      pero ¡ah!
bienes de acá son mortales,
¡la dicha y el bien supremos
      son de allá!  30

   ¡Qué inconsolables cuidados
da el ver, desde la rendida
senectud,
los tesoros disipados
de la por siempre perdida  35
      juventud!
—[275]→

   ¡Qué manantial tan fecundo
de engañosas esperanzas
      es amor!
¡Qué doctor es tan profundo  40
en útiles enseñanzas
      el dolor!

   ¡Cuán ciego el amor, cuan ciego,
falta al deber más sagrado!
      Y es de ver  45
¡cómo al amor faltan luego
los que primero han faltado
      al deber!

   ¡Pérfido amor, y cuál huye
tras los primeros momentos  50
      del ardor!
¡Santa amistad, que concluye
por cumplir los juramentos
      del amor!

   ¡Siento a fe que esta dolora  55
hiera, Juana, tu ternura!
      Mas ya ves
que toda dicha de ahora
es siempre la desventura
      de después.  60

   Por eso, olvidado, quiero
ya sólo el eterno olvido
      esperar,
aunque del mundo en que espero,
más siento el haber venido  65
      que el marchar.

   Hasta de mí, el pensamiento
hastiado, y arrepentido
      del vivir,
huye cual remordimiento  70
que del crimen cometido
      quiere huir.

   Aunque, de dolor ajenos,
la vida ven placentera
      los demás,  75
si la despreciara menos,
yo acaso la aborreciera
      mucho más.

   Deja ya, corazón mío,
cuanto encuentras deleitable,  80
      sin saber
que al gozar, mueres de hastío,
galeote miserable
      del placer.

   ¡La vida!¡Cuán fácil fuera  85
sus más aciagos momentos
      soportar,
si en el pecho se pudiera
algunos remordimientos
      enterrar!  90

   Mas ¡ay! Juana encantadora,
¡cuál de espanto retrocede
      tu candor,
al mirar que esta dolora,
si es buena, tampoco puede  95
      ser peor!

   Y es que derramo sincero
de mi dolor la medida
      sin querer,
siempre que las aguas quiero  100
de mi soñolienta vida
      remover.

   Ya, cual todo penitente
en el lodo derribado
      por su cruz,  105
me agito impacientemente
por revolverme hacia el lado
      de la luz.

   Yo antes vivir anhelaba,
más hoy morir sólo fuera  110
      mi ilusión,
si estuviese como estaba
el día de mi primera
      comunión.

   ¡Juana! el respeto adoremos  115
que aun nos liga complaciente
      al deber,
y los lazos desatemos
que habrá el tiempo tristemente
      de romper.  120

   ¿A qué esperar a mañana
en dejar esto, y de aquello
      en huir,
si aunque tú lo sientas, Juana,
lo que no dejemos, ello  125
      se ha de ir?

   Al fin, de tu santo celo
las huellas de buena gana
      sigo fiel.
Cuando va el perfume al cielo,  130
todo lo que siente, Juana,
      va con él.
—[276]→

   Ya en mi inútil existencia
sólo el ímpetu modero
      del dolor,  135
con paciencia y más paciencia,
ese valor verdadero
      del valor.

   Y hoy que humilde, si antes tierno,
sus culpas el alma mía  140
      va a expiar,
¡perdóname, Dios eterno!
¡Entonces ¡ay! no sabía
      sino amar!

   Ya en nada inmutable creo  145
más que en Dios Omnipotente;
      y también
en que engaña mi deseo
por llevarme más clemente
      hacia el bien.  150

   ¡Sí! me lleva al bien cumplido
que busco cual nunca, fuerte,
      pues ya sé
que, aunque todo me ha vencido,
hoy venceré hasta la muerte  155
      con la fe.

   Y adiós, Juana, que extasiado,
del supremo bien que anhelo
      voy en pos.
¿Quién será el desventurado  160
que sólo mirando al cielo
      no halle a Dios?...





- LXXVII -



ArribaAbajoLa Gran Babel

A don Rafael Cabezas.





- I -

   Refiere el vulgo agorero
que de los cantos del mundo,
el tarará fue el primero,
y el tururú fue el segundo.

   Y hay quien cree que estos sonidos  5
de tururú y tarará,
son los últimos gemidos
que una lengua al morir da.

   Oye, y al fin de esta historia,
¡dichoso, Rafael, los dos,  10
si al perder la fe en la gloria,
aun nos queda la de Dios!


- II -

   A un Romano un caballero
regalo un pájaro un día
que, lo mismo que un Homero,  15
voces del griego sabía.

   -Y es fama que el patrio idioma
charloteaba con tal fuego,
que al pájaro toda Roma
le llamó el último griego.  20

   Si con preguntas la gente
le importunaba quizá,
respondía impertinente
el pájaro: -Tarará.

   -¿Qué es tarará? -preguntó  25
lleno el Romano de celo.
Soñó un sabio y contestó:
-¿Tarará? Patria del cielo.

   Que a un sueño hambrienta de fama,
se agarra la tradición,  30
como un náufrago a la rama
prenda de su salvación.

    Después de mucho aprender,
ni al cabo de la jornada
llegó el Romano a saber  35
que tarará no era nada.

   Sólo por presentimiento
pudo asegurar un día,
que era el pájaro del cuento
el que más griego sabía.  40

   Y es que sin duda perece,
cual lo mezquino también,
hasta aquello que merece
de Dios y la historia bien.
—[277]→


- III -

   Pues dando a esta historia cima  45
refiere otra tradición
que siendo virrey en Lima
nuestro Conde de Chinchón,

   Le regalaron un día
un loro experto en historia,  50
el solo eco que existía
de la peruviana gloria.

   -¿Quién fue, le pregunta el Conde,
el primer Rey del Perú?-
Habla el loro, y le responde  55
en ronca voz: -Tururú.

   -¿Sabremos que frase es ésta?-
dice a un sabio el español.
Sueña el sabio y le contesta:
-¿Tururú? Patria del sol.-  60

   El pobre sabio aquí miente,
cual mintió iluso el de allá:
¿quién renuncia fácilmente
a la ilusión que se va?

   Toda lengua y toda gloria,  65
cumplida ya su misión,
se tiende sobre la historia
como un fúnebre crespón.

   Pues lo mismo aquí que allá,
en Roma y en el Perú,  70
como el Griego a un tarará,
llegó el Inca a un tururú.

   ¡Paciencia! en queriendo el cielo
nuestras glorias eclipsar,
no nos deja más consuelo  75
que el consuelo de llorar.


- IV -

   Muy pronto, Rafael, quizá,
por más que de ello te espantes,
cual Homero un tarará,
será un tururú Cervantes.  80

   ¡Cuánto los hombres se humillan
viendo el eclipse total
de estas estrellas que brillan
en nuestro mundo moral!

   ¡Ay! esta lengua en que está  85
brillando un vate cual tú,
¿dará fin en tarará
o acabará en tururú?

   Corre el tiempo, y confundido
lo grande con lo pequeño,  90
juntos en perpetuo olvido
los une un perpetuo sueño.

   Mas tú, cual yo, a Dios alaba
pues ya sabemos los dos,
que allí donde todo acaba  95
es donde comienza Dios.





- LXXVIII -



ArribaAbajoTodo y nada


    -¡Cuánta dicha! y ¡cuánta gloria!-
dije, entre humillado y fiero,
leyendo una vez la historia
del Emperador Severo.

   Y cuando a verle llegué  5
subir a Rey desde el lodo,
-Yo en cambio, -humilde exclamé-,
no fui nada, y nada es todo.-

   Mas con humildad, mayor,
vi que al fin de la jornada  10
exclamó el Emperador:
-Yo fui todo, y todo es nada.-



  —[278]→  

- LXXIX -



ArribaAbajoLos dos cetros


1860

A S. A. R.
El Príncipe de Asturias (Don Alfonso XII)





- I -

   Vine un convento a heredar,
y al mismo convento, anejo
un templo a medio arruinar,
donde hallé un santo muy viejo
encima de un viejo altar.  5

   -Cogí un bastón que tenía
de caña el santo bendito,
y dentro un papel habla
que, por don Pelayo escrito,
de esta manera decía:  10


- II -

   -Escucha, lector, la historia
del postrer Rey español,
y a los que amengüen su gloria,
les ruego que hagan memoria
que hay manchas hasta en el sol.  15

   Meses anduve cumplidos
del Rey don Rodrigo en pos,
desde el día en que, vendidos,
fuimos en Jerez vencidos
los del partido de Dios.  20

   Hallé al fin al Rey de España
al pie de este santüario,
llevando un cetro de caña,
pobre pastor solitario,
rey de una pobre cabaña.  25

   Y al verme, casi llorando,
Rodrigo habló de esta suerte:
-Porque te estaba esperando,
no me hallo ya descansando
en los brazos de la muerte.  30

   Llegué aquí desesperado,
citando mi trono se vio
por traidores derribado...
¡Dios les haya perdonado
como les perdono yo!  35

   Desde entonces, entre flores,
vagando por los oteros,
recuerdan a mis dolores
el cetro, amigos traidores,
la caña, mansos corderos.  40

   Tú, elegido por mi amor
y mi heredero por ley,
escoge aquí lo mejor
entre este cetro de rey
y esta caña de pastor.  45

   Sé humilde o grande. Yo ahora
me quedo a ejercer contento
la virtud que el cielo adora,
que es el que en la sombra reza y llora.-

   Dijo, y siguiendo el destino  50
de su alegre adversidad,
lleno de un fervor divino,
tomó Rodrigo el camino
de la eterna soledad.

   Yo, Pelayo, os doy la historia  55
del postrer Rey español,
y a los que amengüen su gloria,
les ruego que hagan memoria
que hay manchas hasta en el sol.

   ¡Dios eterno! ¿y de estas flores  60
he de dejar los senderos,
recordando a mis dolores
el cetro, amigos traidores,
la caña, mansos corderos?

   ¡Sí! que aunque mi alma cansada  65
tomaría de buen grado
el arado por la espada,
tomo por ti, patria amada,
la espada en vez del arado.
—[279]→

   Parto, y lo escrito, al marchar,  70
con la caña al santo dejo.-
Caña que a mí vino a dar
cuando hallé aquel santo viejo
encima de un viejo altar.

   Y he aquí por qué suerte extraña  75
del Rey don Rodrigo, así
han llegado cetro y caña,
grande el cetro al Rey de España,
y humilde la caña a mí.


- III -

   A vos, Príncipe y Señor,  80
desde la cuna rodeado
de todo humano esplendor,
os escribo ésta, sentado
sobre unas hierbas en flor.

   Vinimos por suerte extraña  85
a un Rey a heredar los dos,
vos su cetro, y yo su caña;
vos el cetro Real de España,
yo el que humilde llevo Dios.

   Cansancio o tedio espantoso  90
el cetro os dará algún día;
la caña, más venturoso,
al menos ¡ay! os daría
en la oscuridad reposo.

   Yo, en vez de Rey desdichado,  95
seré un dichoso pastor,
pues ya el mundo me ha enseñado
que, entre el cetro y el cayado,
el cayado es lo mejor.

   ¡Cuánto seréis bendecido  100
desde mi humilde rincón,
cuando os lleven perseguido,
la calumnia, si vencido;
si vencéis, la adulación!

   Cuando yo ande indiferente  105
por el monte o por el llano,
a vos os dirá la gente,
-¡Rey débil! -si sois clemente;
si justiciero, -¡tirano!

   ¡Cuál será vuestro cuidado,  110
mientras que todo, Señor,
yo lo olvidaré, olvidado,
en mi trono recostado
de humildes hierbas en flor!

   Noble, cual vuestra Nación,  115
a vuestra Madre imitad,
en cuyo Real corazón,
se aman justicia y perdón,
se abrazan dicha y verdad.

   Y Dios, para bien de España,  120
de su gracia os dé el tesoro,
dado en mi pobre cabaña;
yo, el rey de cetro de caña,
a mi Rey de cetro de oro.

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  —[280]→  

ArribaAbajoCuarta parte



- LXXX -



ArribaAbajoLos dos miedos


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   Al comenzar la noche de aquel día,
       ella, lejos de mí,
-¿Por qué te acercas tanto? -me decía;
      -¡Tengo miedo de ti!-

   Y después que la noche hubo pasado,  5
      dijo, cerca de mí:
-¿Por qué te alejas tanto de mi lado?
      ¡Tengo miedo sin ti!-





- LXXXI -



ArribaAbajoLa vuelta al hogar



- I -

      Después de un viaje por mar,
volviendo hacia su alquería,
oye Juan con alegría
las campanas del lugar.


- II -

      Llega, y maldice lo incierto  5
de las venturas humanas,
al saber que las campanas
tocan por su padre a muerto.





- LXXXII -



ArribaAbajoA rey muerto, rey puesto

El principio de toda tentación
es no ser uno constante...


(KEMPIS, lib. I cap. XII)                



   Murió por ti; su entierro al otro día
pasar desde el balcón juntos miramos;
y espantados tal vez de tu falsía
en tu alcoba los dos nos refugiamos.
   Cerrabas con terror los ojos bellos.  5
El requiescat se oía. Al verte triste,
yo la trenza besé de tus cabellos,
y -¡traición! ¡sacrilegio! -me dijiste.

   Seguía el de profundis y gemimos...
El muerto y el terror fueron pasando...  10
Y al ver luego la luz, cuando salimos,
-¡Qué vergüenza! -exclamaste suspirando.
Decías la verdad. ¡Aquel entierro!...
¡El beso aquel sobre la negra trenza!...
Después ¡la oscuridad de aquel encierro!...  15
¡Sacrilegio! ¡Traición! ¡Miedo! ¡Vergüenza!



  —[281]→  

- LXXXIII -



ArribaAbajoHastío

   Sin el amor que encanta,
la soledad de un ermitaño espanta.
¡Pero es más espantosa todavía
la soledad de dos en compañía!





- LXXXIV -



ArribaAbajoLas dos copas



- I -

   Le dijo a Rosa un doctor:
-«Se curan de un modo igual
las dolencias en amor,
en higiene y en moral.

   »Yo, aunque el método condene,  5
lo dulce en lo amargo escondo:
esta copa es la que tiene
dulce el borde, amargo el fondo.

   »Y por si quiere esa boca
cumplir una vez mi encargo,  10
tiene esta segunda copa
dulce el fondo, el borde amargo.

   »Dios, sin duda, así lo quiso,
y esto siempre ha sido y es:
tomar lo amargo es preciso,  15
bien antes o bien después».


- II -

   Rosa luego, de ansia llena,
dice en su amoroso afán:
-«Mezclados, cual dicha y pena,
lo dulce y lo amargo van.  20

   »Merced a doctor tan sabio,
ve, aunque tarde, mi razón,
que aquello que es dulce al labio
es amargo al corazón.

   »Yo, que hasta el postrer retoño  25
agoste en mi edad primera,
brotar no veré en mi otoño
flores de mi primavera.

   »Fui dejando, por mejor,
lo amargo para el final,  30
y esto, según el doctor,
sabe bien, mas sienta mal.

   »Cumpliré una vez su encargo:
tú, copa segunda, ven,
pues tomar antes lo amargo,  35
si sabe mal, sienta bien.

    »¡Oh, cuán sabio es el doctor
que cura de un modo igual
las dolencias en amor,
en higiene y en moral!».  40





- LXXXV -



ArribaAbajoMal de muchas

   ¿Qué mal, doctor, la arrebató a la vida?
Rosaura preguntó con desconsuelo.
-Murió, dijo el doctor, de una caída.
-Pues ¿de dónde cayó? -Cayó del cielo.





- LXXXVI -



ArribaAbajoBodas celestes

   Te vi una sola vez, sólo un momento;
mas lo que hace la brisa con las palmas
lo hace en nosotros dos el pensamiento;
y así son, aunque ausentes, nuestras almas
dos palmeras casadas por el viento.  5





- LXXXVII -



ArribaAbajoLas dos esposas

   Sor Luz, viendo a Rosaura cierto día
      casándose con Blas,
   -¡Oh, qué esposo tan bello! se decía,
      ¡pero el mío lo es más!-
   Luego en la esposa del mortal miraba  5
      la risa del amor,
   y, sin poderlo remediar, ¡lloraba
      la esposa del Señor!





- LXXXVIII -



ArribaAbajoConversiones

   Brotó un día en Rosaura el sentimiento
de su primer amor, y en el momento
volando un ángel, con fervor divino,
para guiarla al bien del cielo vino,
mientras un diablo del infierno, ardiendo,  5
para arrastrarla al mal, llegó corriendo.
   Ante Rosaura bella,
ángel y diablo, enamorados de ella
divinizado el diablo se hizo bueno,
y el ángel se impregnó de amor terreno;  10
y al ser transfigurados de este modo,
por voluntad del que lo puede todo,
fue el ángel al infierno condenado,
y el diablo al cielo fue purificado.
¿De qué gracia y malicia estará llena  15
mujer que con mirar salva o condena?



  —[282]→  

- LXXXIX -



ArribaAbajoMemorias de un sacristán



- I -

   Dos de abril. -Un bautizo. -¡Hermoso día!
El nacido es mujer, sea en buen hora.
Le pusieron por nombre Rosalía.
La niña es, cual su madre, encantadora.
Ya el agua del Jordán su sien rocía;  5
todos se ríen, y la niña llora.
Cruza un hombre embozado el presbiterio-,
mira, gime y se aleja: aquí hay misterio.


- II -

   A unirse vienen dos de amor perdidos.
El novio es muy galán, la novia es bella,  10
¿Serán en alma como en cuerpo unidos?
Testigos, primas de él y primos de ella.
En nombre del Señor son bendecidos.
Unce el yugo al doncel y a la doncella.
Dejan el templo, y al salir se arrima  15
un primo a la mujer, y él a una prima.


- III -

   ¡Un entierro! ¡Dichosa criatura!
¿Fue muerto, o se murió? Todo es incierto.
Solos estamos sacristán y cura.
¡Cuán pocos cortesanos tiene un muerto!  20
Nacer para morir es gran locura.
Suenan las diez. La iglesia es un desierto.
Dejo al muerto esta luz, y echo la llave.
Nacer, amar, morir: después... ¡quién sabe!





- XC -



ArribaAbajoEl anónimo

   Sobre la tumba de ella escribió un día:
-¡Por darte vida a ti, me matarla!-
Y al otro día, por autor incierto,
con lápiz al final se vio añadido:
-Si ella hubiese vivido,  5
ya de, hastío tal vez la hubieras muerto.-





- XCI -



ArribaAbajoNuevo Tántalo

   Hay un rincón maldito en el infierno
desde el que, en vaga y celestial penumbra,
para aumentar el sufrimiento eterno,
otro rincón del cielo se columbra.
   ¿Por qué de mi alma el tenebroso invierno  5
la hermosa luz de tu semblante alumbra,
si es mirarse en tus ojos retratado
hacerle ver el cielo a un condenado?





- XCII -



ArribaAbajoEl almez



- I -

   Junto a este mismo almez, a Rosa un día
hice votos de amarla eternamente.
Se está oyendo en el aire todavía
      de mi acento el rumor.
¿Por qué siento, mis votos olvidados,  5
esclavo de otra fe, nuevos ardores?
Pasa el tiempo de amar y ser amados,
      mas no pasa el amor.


- II -

   Otro día, a Rosaura encantadora
al pie del mismo almez juré lo mismo,  10
y recuerdo que, entonces, como ahora,
      cantaba un ruiseñor.
Pasó el tiempo, y los nuevos ruiseñores
vinieron a cantar a otra hermosura:
porque se van amados y amadores,  15
      pero queda el amor.


- III -

   Después, al pie de este árbol, he sentido,
extático mirando a Rosalía,
momentos de emoción, en que he perdido
      para siempre el color.  20
¡Ay! ¿Pasarán, como pasaron antes,
si no el amor, las almas que lo sienten?
¡Sí! ¡que es siempre, siendo otros los amantes,
      uno mismo el amor!


- IV -

   Almez, a cuyo pie tanto he adorado;  25
de amores, que aun vendrán, altar querido;
que enciendes, recordando mi pasado,
      de mi sangre el ardor...
Tú morirás, cual muere nuestra llama,
y otro árbol nacerá de tu semilla,  30
porque, aunque es tan fugaz todo lo que ama,
      es eterno el amor.


- V -

   Y cuando el mundo al fin sea extinguido
y se oiga en las regiones estrelladas
del orbe entero el último crujido  35
      en inmenso fragor,
Dios de nuevo la nada bendiciendo,
de ella hará otros almeces y otros mundos,
e irá un hervor universal diciendo:
      -¡Amor! ¡amor! ¡amor!...-  40



  —[283]→  

- XCIII -



ArribaAbajo¡Así!



- I -

   -Mira hacia allá. Tu eléctrica mirada
¿por qué se clava con ardor en mí?
¡Es mi pecho un volcán! ¡muero abrasada!
      ¡No me mires así!-


- II -

   -Mira hacia acá. Tus ojos inconstantes  5
ya no se clavan con ardor en mí;
si he de vivir, mirame así... como antes...
      Fíjate bien: ¡así!-





- XCIV -



ArribaAbajoEl alma en venta


   Así con Satanás Julio habló un día:
-¿Quieres comprarme el alma? -Vale poco.
-Tan sólo por un beso la daría.

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-Antiguo pecador, ¿te has vuelto loco?
¿La compras? -No. -¿Por qué? -Porque ya es mía.  5





- XCV -



ArribaAbajoEl ojo de la llave

No te ocupes en cosas ajenas,
ni te entrometas en las cosas de los mayores.


(KEMPIS, lib. I, cap. XXI)                




- I -

A los quince años


   Dos hablan dentro muy quedo;
Rosa, que a espiar comienza,
oye lo que le da miedo,
ve lo que le da vergüenza.
Pues, ¿qué hará que así le espanta  5
su amiga a quien cree una santa?
No sé qué le da sonrojo,
mas... debe ver algo grave
      por el ojo,
por el ojo de la llave.  10

   El corazón se le salta
cuando oye hablar, y después
mira... mira... y casi falta
la tierra bajo sus pies.
¡Ay! si ya a vuestra inocencia  15
no desfloró la experiencia,
no miréis por el anteojo
del rayo de luz que cabe
      por el ojo,
por el ojo de la llave.  20

   Desde que a mirar empieza,
de un volcán la ebullición
sube a encender su cabeza,
va a inflamar su corazón.
Claro; el ser que piensa y siente,  25
siempre, cual ella, en la frente,
tendrá del pudor el rojo
cuando de mirar acabe
      por el ojo,
por el ojo de la llave.  30

   De aquel anteojo a merced
mira más... y más... y más...
y luego siente esa sed
que no se apaga jamás.
Mas, ¿qué ve tras de la puerta  35
que tanto su sed despierta?
¿Qué? Que a pesar del cerrojo,
ve de la vida la clave
      por el ojo,
por el ojo de la llave.  40

   Haciendo al peligro cara,
ve caer su ingenuidad
la barrera que separa
la ilusión de la verdad.
Pero ¿qué ha visto, señor?  45
Yo sólo diré al lector
que no hallará más que enojo
todo el que la vista clave
      por el ojo,
por el ojo de la llave.  50

   Siguen sus ojos mirando
que habla un hombre a una mujer,
—[284]→
y van su cuerpo inundando
oleadas de placer.
Su amiga de gracia llena,  55
¿no es muy buena? ¡ah! ¡sí, muy buena!...
Pero ¿hay alguien cuyo arrojo
de ser mirado se alabe
      por el ojo,
por el ojo de la llave?  60


- II -

A los treinta años


   Mas, quince años después, Rosa ya sabe
      con ciencia harto precoz,
que el mirar por el ojo de la llave
      es un crimen atroz.

   Una noche de abril a un hombre espera:  65
      la humedad y el calor
siempre son en la ardiente primavera
      cómplices del amor.

Húmeda noche tras caliente día...
      Rosa aguarda febril.  70
¡Cuánta virtud sobre la tierra habría
      si no fuera el abril!

   Y como ella ya sabe lo que sabe,
      después que el hombre entró,
de hacia el frente del ojo de la llave  75
      cual de un espectro huyó.

Y cuando al lado de él, junto a él sentada,
      en mudo frenesí
se hablan ambos de amor, sin decir nada,
      Rosa prorrumpe así:  80

   -¿El ojo de la llave está cerrado?
      ¡Ay hija de mi amor!
Si ella mirase, como yo he mirado...
      Voy a cerrar mejor.





- XCVI -



ArribaAbajoMis lecturas

   Después de Job, para templar mi enojo
leo cantos de Byron con ardor;
pero, espantado de los dos, arrojo
si a Job con pena, a Byron con horror.
   Entre un vil muladar y un negro infierno  5
me quita éste la fe, y aquél la calma;
y al fin, entre el antiguo y el moderno,
prefiero el Job del cuerpo al Job del alma.





- XCVII -



ArribaAbajoCuando pitos flautas...

   Nunca de joven, mi bien,
me diste a besar tu mano,
y hoy me besan, siendo anciano,
tus nietas cuando me ven.
   Las mandas besar, a quien  5
tú no has besado jamás,
porque humillándome vas,
por medios de astucia llenos,
joven... por carta de menos,
viejo... por carta de más.  10





- XCVIII -



ArribaAbajoLo de siempre



- I -

   Un galán la adoraba,
y ella reía, mientras él lloraba.


- II -

   Después de cierto día,
mientras ella lloraba, él se reía.





- XCIX -



ArribaAbajoEl juego de las gramáticas

   Para entenderse mejor,
dos que se vieron y amaron,
con avidez estudiaron
ella ruso y él francés.
   Pero pronto un nuevo amor  5
sus lenguas vino a cambiar,
y tuvieron que estudiar
ella español y él inglés.





- C -



ArribaAbajoLa viuda y el filósofo

ELLA: -Muerto mi bien, me matará la pena.
ÉL: -¡Ay! ¡cuánto envidia ese dolor mi hastío!
ELLA: -¡Urna es mi corazón de polvo llena!
ÉL:- Mi pecho es un sarcófago vacío.


ELLA: -¡No hay suerte tan cruel como mi suerte!  5
ÉL: -¡Dichosa la que amo y ha sido amada!
ELLA: -¡Hoy en mi corazón reina la muerte!
ÉL: -¡En el mío es peor, reina la nada!



  —[285]→  

- CI -



ArribaAbajoEl gaitero de Gijón

A mi sobrina Guillermina Campoamor y Domínguez.




ima285


- I -

    Ya se está el baile arreglando.
Y el gaitero ¿dónde está?
-Está a su madre enterrando,
pero enseguida vendrá.
-Y ¿vendrá? -Pues ¿qué ha de hacer?  5
Cumpliendo con su deber
vedle con la gaita... Pero,
¡como traerá el corazón
el gaitero,
el gaitero de Gijón!  10


- II -

   ¡Pobre! ¡Al pensar que en su casa
toda dicha se ha perdido,
un llanto oculto le abrasa
que es cual plomo derretido!
Mas, como ganan sus manos  15
el pan para sus hermanos,
en gracia del panadero,
toca con resignación
el gaitero,
el gaitero de Gijón.  20


- III -

   ¡No vio una madre más bella
la nación del sol poniente!...
¡Pero ya una losa, de ella
le separa eternamente!
¡Gime y toca! ¡Horror sublime!  25
Mas, cuando entre dientes gime,
no bala como un cordero,
pues ruge como un león
el gaitero,
el gaitero de Gijón.  30


- IV -

   La niña más bailadora,
-¡Aprisa! -le dice- ¡aprisa!
Y el gaitero sopla y llora,
poniendo cara de risa.
Y al mirar que de esta suerte  35
llora a un tiempo y los divierte,
¡silban, como Zoilo a Homero,
algunos sin compasión
al gaitero,
al gaitero de Gijón!  40


- V -

   Dice el triste en su agonía,
entre soplar y soplar:
-¡Madre mía, madre mía,
cómo alivia el suspirar!
Y es que en sus entrañas zumba  45
la voz que apagó la tumba;
¡voz que, pese al mundo entero,
siempre la oirá el corazón
del gaitero,
del gaitero de Gijón!  50
—[286]→


- VI -

   Decid, lectoras, conmigo:
¡Cuánto gaitero hay así!
Preguntáis ¿por quién lo digo?
Por vos lo digo, y por mí.
¿No veis que al hacer, lectoras,  55
doloras y más doloras,
mientras yo de pena muero,
vos la recitáis, al son
del gaitero,
del gaitero de Gijón?...  60





- CII -



ArribaAbajo

   Para querer a un rico, que es un necio,
por pobre me entregaste al abandono.
Si ha sido por codicia, te desprecio;
si ha sido por amor... ¡te lo perdono!





- CIII -



ArribaAbajoAmores de ultratumba



- I -

   Que le enterrasen mandó
Almanzor el aguerrido,
entre el polvo recogido
en las batallas que dio.


- II -

   De una muerta que adoré,  5
y a la que nunca he olvidado,
cuando me muera, enterrado
entre sus restos seré.


- III -

   ¡Yo, más feliz que Almanzor,
en mortaja diferente,  10
gozaré perpetuamente,
si él la gloria, yo el amor!





- CIV -



ArribaAbajoEllos y ellas

   Se quieren dos; y él y ella
de amor, o de bondad, el pecho lleno,
mientras él nos pregunta: -¿es bella, es bella?
ella va preguntando: -¿es bueno, es bueno?





- CV -



ArribaAbajoEl amor y la fe

Al pie del retrato de Quintana,
en el álbum de la señora condesa de Antillón.



    Jamás cantó la fe ni los placeres,
pero probó su musa soberana
que no son ilusiones los deberes,
ni el patriotismo una palabra vana.
Mas, no adorando a Dios ni a las mujeres,  5
¿cómo amaba y creía el gran Quintana?
Yo, exceptuando el amor, nada deseo.
Si suprimís a Dios, en nada creo.





- CVI -



ArribaAbajoCuestión de nombre

   De una hermosa pagana la existencia
salvo un cristiano, y, con fervor divino,
la pagana dio gracias al Destino,
y el cristiano alabo la Providencia.





- CVII -



ArribaAbajoLos extremos se tocan

   Mientras la abuela una muñeca aliña
y, haciéndose la niña, se consuela;
haciéndose la vieja, usa la niña
el báculo y la cofia de su abuela.





- CVIII -



ArribaAbajoLa condición

   Al regresar del otero,
lleno de gozo y cariño
les dio a una niña y un niño
dos pájaros un cabrero.
Dándole un beso primero,  5
la niña al suyo soltó;
al pájaro que quedó
no se le pudo soltar,
porque el niño, por jugar,
el cuello le retorció.  10





- CIX -



ArribaAbajoLas tres Navidades



- I -

   Colgó un zapato Luz con blanca mano
en la noche de Reyes al sereno.
Pasó, haciendo de Rey, Ana su tía,
Y, al despertar la niña muy temprano,
viendo de dulces el zapato lleno,  5
se puso colorada de alegría.


- II -

    Puso Luz su zapato a la ventana
en la noche de Reyes con recato.
—[287]→
Pasó un Rey, que era un joven de alma pura,
y Luz, al despertar por la mañana,  10
encontrando una flor en el zapato
se puso colorada de ternura.


- III -

   Ya es Luz una mujer; mas suele ahora
el zapato colgar lo mismo que antes;
y un Creso, que en poder no hay quien lo venza,  15
pasa haciendo de Rey, y ella a la aurora
al ver lleno el zapato de brillantes,
se pone colorada de vergüenza.





- CX -



ArribaAbajoCuestión de fe

   Ya el amor los hastía
y hablan de astronomía;
y en tanto que él, impío,
llama al cielo el vacío,
¡ella, con santo celo,  5
llama al vacío el cielo!





- CXI -



ArribaAbajoAmor al mal

   Por más que me avergüenza, y que lo lloro,
no te amé buena, y pérfida te adoro.





- CXII -



ArribaAbajoVerdad de las tradiciones



- I -

   Vi una cruz en despoblado
un día que al campo fui,
y un hombre me dijo: -«Allí
mató a un ladrón un soldado».


- II -

   Y ¡oh pérfida tradición!  5
cuando del campo volví,
otro hombre me dijo: -«Allí
mató a un soldado un ladrón».





- CXIII -



ArribaAbajoMal de amor

   ¡Ya no tengo esperanza
de que acabe jamás la pena mía,
pues al perder en ti mi confianza
no he perdido el amor que te tenía!





- CXIV -



ArribaAbajoLa Noche-Buena



- I -

   Son hija y madre; y las dos
con frío, con hambre y pena,
piden en la Noche-Buena
una limosna por Dios.


- II -

   -Hoy los ángeles querrán-  5
la madre a su hija decía,
-que comamos, hija mía,
por ser Noche-Buena, pan.


- III -

   Y al anuncio de tal fiesta,
abre la madre el regazo,  10
y sobre él a aquel pedazo
de sus entrañas acuesta.


- IV -

   Al pie de un farol sentada,
pide por amor de Dios...
y pasa uno... y pasan dos...  15
mas ninguno le da nada.


- V -

   La niña con triste acento
-Pero ¿y nuestro pan? -decía,
-Ya llega, -le respondía
la madre... y ¡llegaba el viento!  20


- VI -

   Mientras de placer gritando
pasa ante ellas el gentío,
la niña llora de frío,
la madre pide llorando.


- VII -

   Cuando otra pobre como ella  25
una moneda le echó,
recordando que perdió
otra niña como aquella,


- VIII -

   -Ya nuestro pan ha venido-,
gritó la madre extasiada...  30
Mas la niña quedó echada,
como un pájaro en su nido.


- IX -

   ¡Llama... y llama!... ¡Desvarío!
Nada hay ya que la despierte:
—[288]→
duerme; está helando, y la muerte  35
sólo es un sueño con frío!


- X -

   La toca. Al verla tan yerta,
se alza; hacia la luz la atrae,
se espanta, vacila... y cae
a plomo la niña muerta.  40


- XI -

   Del suelo, de angustia llena,
la madre a su hija levanta...
Y en tanto un dichoso canta:
-¡Esta noche es Noche-Buena!...





- CXV -



ArribaAbajoLas buenas pecadoras

   Después de días de tormentas llenos
te vi en misa rezar con santa calma,
y dije para mí: -«Del mal el menos;
da el cuerpo al diablo, pero a Dios el alma!».





- CXVI -



ArribaAbajoLa ley del embudo

   De su honor en menoscabo,
faltó un esposo a su esposa;
ella perdonó amorosa,
y el público dijo: -¡Bravo!
Faltó la mujer al cabo,  5
harta de tanto desdén,
y el falso esposo ¿también
perdono a la esposa? No:
el esposo la mató,
y el público dijo: -¡Bien!  10





- CXVII -



ArribaAbajoRogad a tiempo

   Marchando con su madre, Inés resbala,
cae al suelo, se hiere, y disputando
se hablan así después las dos llorando:
-¡Si no fueras tan mala!... -No soy mala.
-¿Qué hacías al caer?... -¡Iba rezando!  5





- CXVIII -



ArribaAbajoHero y Leandro



- I -

   A Hero Leandro adoraba,
y, por verla, enamorado
el Helesponto cruzaba
todas las noches a nado.


- II -

   Y, según la fama cuenta,  5
Hero una luz encendía
que en las noches de tormenta
de faro al joven servía.


- III -

   Una noche a Hero, cansada
de mirar hacia Bizancio,  10
rendida, aunque enamorada,
la hizo dormirse el cansancio.


- IV -

   Y esto su amor no mancilla,
pues todas, lo mismo que Hero,
tienen el cuerpo de arcilla  15
aun teniendo alma de acero.


- V -

   Y lo más triste es, que apenas
la pobre Hero se durmió,
cuando un aire desde Atenas
la luz, soplando, apagó.  20


- VI -

   Viendo él la luz apagada,
sintió aquel olvido tanto,
que maldiciendo a su amada,
abrasó el mar con su llanto.


- VII -

   Y queriendo, o sin querer,  25
de pena se dejó ahogar,
sin que él pudiese saber
si le ahogo el llanto o la mar.


- VIII -

   Lo cierto es que al desdichado,
al rayo del sol primero,  30
la tormenta le echó, ahogado,
al pie de la torre de Hero.


- IX -

    Y cuando muerto le vio,
Hero, cual Leandro fiel,
se arrojó al agua y murió,  35
como él, por él, y con él.


- X -

   ¡Que ellas, fuertes en amar
y flacas en resistir,
si duermen para esperar,
despiertan para morir!  40