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ArribaAbajo 19 bis. Cooperador Primero

Apenas hubo el augusto Verdugo de la Sombra, desde los altos ventanales del Este, desperreligatizado la irregular y roñosa superficie de la Gran Capital del Sud, cuando se levantó Sancho y acudió solícito a la Sala de las Decisiones Provisionales, para resolver los asuntos del día. Apenas los pajes le dieron aguamanos, dos sángüiches y una copa de grapa, cuando le introdujeron dos reos que se miraban con furor, uno vestido de un guardapolvo inmaculado y otro con uniforme de tenedor de libros; y detrás de ellos aparecieron los testigos, a saber: una señora gorda, un petizo flaco con inequívoca traza de gallego y un chico vestido de marinerito. Los cinco se alinearon al tresbolillo enfrente de la tarima. El Alguacil Mayor informó:

-Señor, hemos agarrado a estos dos interfectos peleando a piña seca delante de una escuela.

-Y a mí ¿qué me cuentan? -dijo el Gobernador.

-Es que uno es el Director de la Escuela y el otro el Presidente de la Cooperadora.

-Eso es otra cosa -dijo Sancho-. Las escuelas en mi Reino tienen que ir como una seda; y si el Director se pelea a piña seca con el Presidente, ¿qué hará el portero?

-Ezo no me diga uztez a mí -dijo el Testigo Flaco- que zoy el Portero y cumplo con mi obligazión, que de no todoz diré lo mizmo. Cada uno en su puezto y razón.

-¿Por qué riñen ustedes? -interrogó Sancho.

-Excelencia, se me desacató en una reunión de Padres.

-Excelencia, hace mucho que me está robando.

-¿Robando? Los puestos de Cooperadores son gratis y ad honorem y sine cura lucrando.

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-¡Es un ladrón! ¡Es un abusador y un profesor taxímetro!

-A vos se te han subido los humos y querés meterte en todo, farabute.

-¡Paz! -dijo el Alguacil, dándole un mojicón a cada uno-. ¡Que se están ustés desacatando al Gobernador!

-A mí que me desacaten todo lo que quieran, menos las calzas, o sea pantalones -dijo Sancho-, con tal que se expliquen. ¿Qué pasa?

-Señor, las Cooperativas son para ayudar a la escuela -dijo la señora gorda agarrando al marinerito.

-¿Quién es usté?

-Soy una madre de familia honrada, pero pobre.

-Ya lo veo. Pero ¿cómo se llama?

-¡Tremebunda! -dijo el Vicedirector.

-¡Tremena me llamo, que es un santo muy grande, el 17 de agosto; y al primero que me llame Tremebunda, lo hago polvo!

-¡Tremebunda se llama! -dijeron todos los testigos y la mitad de los Cortesanos. Viendo lo cual, el Ministro de Educación Democrática y Gimnasia tuvo que tocar la campana y sujetar a la señora. Por lo cual, Sancho se alzó y dando un taconazo tremendo en la tarima puso orden; porque los otros dos se habían agarrado de nuevo a piñas.

-Adelántese usted, señora, que me va a informar de todo; póngase ahí, entre esos dos soldados -agregó cuando vio que se le arrimaba demasiado.

-Pues señor -dijo la gorda-, somos los Cooperadores, este, digo, y tuvimos una reunión, y éste es hijo mío y es el primero de la clase, y, este, digo, no sabe nada; y se lo dijimos al señor, este, digo, y él dijo, este, digo, que los Cooperadores están para traer plata y el señor aquí, este, digo, dijo que la plata se sabía donde iba, y el señor allá, este, digo, le dijo que era un chancho, y el resultado, este, digo, fue que se armó la gorda, y los dos se sacaron, este, digo, los trapitos a la cara, como si dijeramo. Aquí entré yo...

-¡Mentirosa!

-¡Mentirosa! -gritaron los dos acusados.

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-Queda en uso de la palabra el Señor Subdirector de la Escuela Teniente Coronel Pedro Calderón de la Barca -dijo Sancho-. Asujetelón. Traiga un vaso de agua fría, Alguacil, y se lo va echando despacito por el cogote abajo hasta que pueda usar de la palabra. Hágalo sentar, vamos.

Sentose el Subdirector y sentose Sancho y esto viendo sentáronse también los Cortesanos, menos el Alguacil, el Capellán, y uno que tenía almorranas.

-Señor Gobernador -dijo el Vicedirector-, con licencia de Su Señoría Ilustrísima y mejorando todos los presentes, las Cooperativas se fundaron para ayudar a las escuelas y a sus pobres Directores, moral y materialmente, en un franco espíritu de democracia, conforme a la gloriosa tradición liberal de esta Ínsula...

-¡Abreviar! -dijo Sancho-. Para eso las fundé yo en mi primer gobierno; pero me parece que en el tiempo que me derrocaron los milicos del Brasil y el Uruguay y estuve en cana acusado de traición a la patria, esto se ha descompuesto bastante...

-¡Este señor y esta señora se me meten en todo! -gritó el Subdirector-. ¡En vez de aflojar la menega para comprar máquinas de escribir!

-Eso está mal. Buena es la democracia pero no tanto. Cada uno en su puesto y razón, como dijo no sé quién -aprobó el Gobernador.

-¿Máquinaz de ezeribir? ¡Quiá! -dijo el Portero-. De cazta le viene al galgo el ser rabilargo.

-Compró seis máquinas y me quería hacer firmar por catorce -gritó el Cooperador.

-¡Lo que vos querías era quedarte con la mitad de la colecta!

-¡Mentira! ¡Es que él me debe una docena de moraditos, Señor Gobernador!

-Puez trabaja. Atiende su conzultorio. Ez dentizta.

-¿Qué son moraditos? -preguntó Sancho, y todos se rieron; porque el buen Sancho hacía años que no veía un billete de mil.

-¿De qué te los debo, vamos a ver? -decía el uno-. ¿Querés que te saque todos tus chanchullos a la cara? -vociferaba el otro.

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-¡Portero! -dijo Sancho al petizo-. ¡Vaya a buscarme al Director!

-¡El Directó! ¡Quiá! -dijo el Portero-. ¿Y dónde eztá el Directó!

-¡En la escuela! -le gritó Sancho-. Tiene que estar.

-Válgame el Zeñó Zantiago de Compoztela y la Virgen de laz Alpujarraz -dijo el otro-, que haze treze añoz que zoy portero y haze un año que no falto un zolo día y el Directó debe de entra por la ventana, puez por la puerta maz de trez vezez no ha dentrao.

-¿Pues qué hace el Director?

-Puez trabaja. Atiende su conzultorio. Ez dentizta.

-¿Dentista y además Director?

-Oh, y profezó de pedagogía; y catedrático de Eztética y Ética en la Univerzidá y Directó del Laboratorio de Pzicología del Inztituto de Equilibrazión Burocrática de la Enzeñanza de Taradoz Mayorez, ademáz de la Azezoría Generá para la enzeñanza del Latín Clázico.

-¡No! -dijo Sancho-. No puede trabajar tanto. Ni yo sería capaz de atender a todo eso, y eso que soy Gobernador; y a tarado y eso, nadie me gana.

-Trabajo y dezcanzo, zeñó. El conzultorio ez trabajo, y lo otro ez distraizión. Como tiene tan güena labia, dar una clazezita sobre cualquier material que uzté le ponga alante, digamoz Política Educazional de loz Eztadoz Unío, pa él ez nada; ze diztrae maz bien. ¡Y poco que lo alaban loz alumno! ¡Pico de oro! Da una clazona dézaz, mira el reló, faltan diez minuto, zale a loz piquez, toma zu Ztudebáquero, zalta a la Univerzidá, ze manda otra -como dizen uztez- mira el reló, raja -como dizen uztez-, ze manda otra en el Iztituto, habla por teléfono con la direzión, todo anda bien, yo eztoy ayí, zalta al conzultorio... Profezó tazímetro, llamamoz a eztoz.

-¡Es una infamia! -gritó el Subdirector-. ¿Qué vamos a hacer, Señoría Ilustrísima, con los sueldos misérrimos que nos da el Estado para mantener a la familia?

-¿Ah, pero cobran sueldos? -preguntó Sancho-. ¿Todos esos sueldos?

-¿Y tus coimas? -vociferó el Cooperador.

-¡Familia! ¡Quiá! -dijo el Portero.

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-¡A vos te voy a hacer saltar en cuanto salgamos de aquí! -dijo el Pedagogo Didacta-. ¡Traidor! ¡Felón! ¡Soberbio!

-Está por ver si saldrá de aquí, y en qué forma -dijo Sancho-; y le hizo un encargo en voz baja al Alguacil. Y ahora, tráigame al Consejo Nacional de Educación. ¡Al instante! ¡Todo entero!

-Aquí va a pasar algo grave -dijo la señora Tremebunda- si a mí no me dejan hablar. Señor Gobernador...

-¡Todo a su tiempo y los nabos en Adviento, y cállese -dijo el jerarca- hasta que vengan los responsables! Para emplear bien el tiempo, entretanto, el señor Capellán aquí nos hará un sermoncito sobre la sacralidad de la enseñanza, la sacralidad del niño, la sacralidad de la Verdad y la sacralidad del sacrenún que me ha puesto un cascote encima del asiento -dijo Sancho- levantándose de golpe y torcido y levantando del asiento un objeto que resultó ser una tremenda pistola.

-¡Señor! -gritó el Alguacil-. ¡El encargo que me hizo; y Vuescencia dijo que se lo allegase sin verse!

-Ahora la han visto todos, maldita sea -dijo Sancho; y disparó dos tiros al aire; a cuyo badulacoso estruendo todos los circunstantes, alborotados y perplejos por la entrada tumultuosa del Consejo de Educación en pleno, cayeron en ominoso silencio.

-Acabáramos -dijo Sancho-. Ahora el señor Capellán nos endilgará su discursito sobre la enseñanza.

-¡De todo esto tiene la culpa el Monopolio de la Enseñanza! -principió el prebendado...

No lo hubiera dicho. El director y to dos los Consejeros, más parte del público, comenzaron a gritar:

-Laica sí, curas no. Laicismo es igualdad. Curas son desigualdad. ¡Democracia, democracia, democracia!

El clérigo se abatató y escabulléndose de su sitial fue y se dio un cabezazo tremendo en la puerta de salida, que estaba cerrada; y Sancho disparó dos tiros más; después de lo cual sacó el cargador, miró y dijo: «No me van a alcanzar las balas». El aire estaba lleno de un humo amarillento y pegajoso. Mas la Tremebunda se liberó de un sacudón de los milicos que la sujetaban y subiendo   —178→   a la tarima los hizo caer otra vez en ominoso silencio. Bastaba verla.

-Señor Gobernador -dijo-, este, digo, vamos al grano. Vusía está complicando el caso porque le da por arreglar todo de una vez. Aquí nosotros hicimos una coleta para comprar catorce máquinas de escribir para el aula de dactilogarcía porque tiene tres máquinas y cien alumnos; y mi hijo aquí es el primero de la clase; y no ha tocado una máquina en su vida; y está en sexto grado y estamos a fin de curso, y este, digo...

-Un momento. Esos gastos ¿no los debe afrontar el Ministerio de Educación?

-Sí. Pero no los afruenta. Tenemos que cinchar nosotros. Y entonces ¿no podemos ver un poco, este, digo, lo que se hacen los mango?

-Adelante -dijo Sancho, tomando una nota...

-Juntamo la plata, se la dimo al Presidente, el Presidente al Vicedirector, compró sei máquina, hizo firmar por catorce y entre lo dó se repartieron el resto, a medias, como las medias París, este, digo. Eso es todo.

-¡Infame calumnia! -gritó el Presidente-. ¡Hace dos años no toco un mango!

-Señor Gobernador: lo que pasa es que el otro es más vivo; y a promesas lo ha mantenido -dijo la gorda.

-¡Infame calumnia! -gritó el otro-. ¡Éste quería aumentarse al sesenta por ciento! ¡Que lo diga el Inspector!

-¡Paz! -gritó Sancho-. Aquí el Inspector soy yo; y esto lo afruento yo solo y lo arreglo yo, ¡hip!, en un periquete. ¡Hip!

Miraron todos los presentes al Gobernador con sorpresa y vieron que su rechoncho y abundoso -aunque feo- rostro estaba cubierto de cristalino aljófar, vulgo lágrimas; y los que estaban cerca le oyeron pronunciar estas palabras:

-¡Mi Sanchica y mi Teresica, que van a la escuela; y mi Fernandico y mi Rosalía y mi Roger y mi Simplicio y mi Alonsito y mi Bebito, que van a tener que ir un día!

Después de lo cual, secándose gravemente el rostro con los dos puños, mandó a los tabeliones preparasen papel y pluma y después, volviéndose al público, ordenó:

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-Usté, señora, usté, Portero y el chico, los tres aquí, a mi lado. El Director ahí enfrente; al lado, el otro; ¡en fila, de frente! Ahora el Consejo por orden de cargos, Préside, Vicepréside, Secretario, Tesorero, Asesor Pedagógico, Asesor Didáctico, Asesor Paidológico, Asesor Técnico, Asesor Ad Casum, Asesor Administrativo, Asesor Extraordinario, Asesor Religioso... y los demás asesores en número de dieciséis... los vocales por orden de edad... el Profesor de Religión. ¡Listos! Firmes y no moverse. Todos los demás de mi Corte a los dos costados contra la pared. ¡Rápido, vamos! ¡Formación, mar!

Y levantando deliberadamente la pistola lo bajó de un tiro al Vicedirector; con lo cual los otros salieron a los gritos hacia el porticado, pero antes de alcanzarlo, como tiro al pichón, uno a uno los fue bajando Sancho, sobre todo que de enloquecidos corrían al sejo y unos a otros se contrachocaban y a veces dos pájaros rodaban de un tiro. A cuya espantosa y sangrienta vista todos los Cortesanos cayeron de rodillas, implorando por sus vidas. Después de lo cual, el Tiránico Dictador, dictó el siguiente

Decreto

Considerando:

Que Jesucristo dijo que el que hace negocio con los niños menores y mayores de edad mejor sería que lo mataran cuanto antes; que la escuela debe ser no sagrada, como dicen las maestritas, sino decente; que por ésta que he visto se me hace una pinta general y omnímoda de cómo andarán las otras, y que eso no lo voy a tolerar y aunque me cueste el trono segunda vez, por ser padre de familia contribuyente, aunque indigno, y el Primer Cooperador de este Reino... y todo lo demás que aquí el Secretario querrá añadir, tomado de la Sagrada Escritura, la Biblia protestante y las obras de José Ingenieros, vengo en decretar y decreto:

1. Se cierran las escuelas del país, que total faltan dos meses; y se perdonan los exámenes a todos los chicos;

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2. Se da de baja a todos los Asesores jurídicos y otras yerbas de la Educación, sustituyéndose como Asesores por tiempo provisorio indeterminado, el Gobernador aquí, es decir, Yo; este Portero hispánico; y este chiquillo de marinero;

3. Se hace un proceso al Ministro de Educación Democrática y Gimnasia Física, a cargo de la señora aquí, Tremebunda -perdón, como se llame, señora, no la quise ofender-, a ver qué culpa ha tenido el Ministro en todos estos sinfundios; y como haya tenido culpa, pasa a mi fuero; es decir, a este pistolón alemán;

4. Se suspende la paga a todos los maestros, profesores y catedráticos de la Ínsula; y cuando un maestro presente ante nuestro alto tribunal unos discípulos que sepan leer, escrebir y contar, pero bien, ¿eh? se le pagará mil escudos por cabeza rata quantitate; ídem, ídem, un profesor que presente bachilleres que sepan realmente bachillerear, cinco mil escudos ídem, ídem; un catedrático que presente médicos que sepan pleitear y abogados que sepan curar o viceversa, cinco mil escudos por pata o séase veinte mil por cabeza; en tanto que se reorganiza entre nosotros, de lo cual me encargo yo, la educación democrática.

Después de lo cual iba a dar el feliz Gobernador la señal de los festejos, pero resulta que todos los Cortesanos se las habían guillado y en la sala quedaban sólo lastimosos cuerpos extendidos. Visto lo cual, hizo venir la cuadrilla de los monos sabios y ordenó los llevasen con cuidado a la cárcel, y pusiesen a cada uno en una cama bien cómoda, pero a doble cerrojo. Después de lo cual, dijo al Portero y a la Tremebunda, que estaban tiritando a su lado:

-Nunca jamás hice un escarmiento como hoy, en mi vida, y por eso me fue mal en mi primer gobierno. No se aflijan mucho, les tiré con balas de hacer dormir, estas pistolas Schlafenschutz que he hecho venir de Alemania, para mi policía; que te revienta la ampolleta cerca y te hace dormir tres horas; pero cuando despierten, de un año de cárcel no se libra ni uno, anoser que pruebe su completa inocencia, lo cual no creo.

Y Sancho se echó a llorar de nuevo.

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-Perdonen ustés -dijo moqueando-, he estado pelando cebollas. ¡Ahora comprendo! ¡Así andaba el país! ¡Y yo haciendo chistes! ¡Ahora comprendo por qué me derrocaron con ayuda de los brasileros! ¡Ahora comprendo por qué mi pueblo me ligió de nuevo con cuatro millones de votos! ¡Ahora comprendo todo!

Y dio finalmente la señal de los festejos, los cuales consistieron aquel día principalmente en una pepitoria general con antorchas, acompañada por vociferaciones lingüísticas por radio y viajes de estudio a Europa de los diputados y senadores.



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ArribaAbajo19 ter. Reforma de la Enseñanza6

Apenas hubo el rubicundo Apolo tangenciado la comba convergente -como dice David Fogelmán copiando a Telar de Cardón- del paralelo 37 del horizonte agatháurico, cuando arrancaron a Sancho I de las lavadas lanas y lo llevaron sin ambages ni vestimentas a la Sala de las Tremendas Terminaciones para resolver los asuntos del día; vistiéndolo de paso apresuradamente de unos gregüescos verdes acuchillados de amarillo y jubón y ropón colorados con gorbiones blancos y negros y vivos de raso azul, que era ni más ni menos lo que tenían a mano; o sea, el uniforme de gala del Verdugo del Reino. Apenas húbose recostado en su trono y mandado llamar a la Gobernadora, que estaba dándose ruye y belladona por toda la cara, cuando introdujeron a empujones a dos sujetos que venían sujetándose con los brazos trabados como bueyes al yugo, y lanzándose miradas de muerte. Preguntó Sancho la nómina y le dijeron eran el jefe de Celadores y el Profesor de Mineralogía y Dactilografía del Colegio Nacional Aníbal Ponce.

-¿Qué han hecho? -inquirió Sancho.

-Esplendencia, han dicho zafadurías delante de los chicos.

-¿Qué han dicho?

-Éste le ha dicho al otro «ladrón de eme» y el otro una palabra no soportable a los castos oídos de los presentes; después de lo cual se liaron a piñas; y el portero del Colegio no me dejará mentir.

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-Se dececiona por una vez y a título precario la Ley de la Decencia ante Damas n.° 577, porque quiero saber qué diablos le dijo, y más pidiéndolo todas las damas presentes...

-Señor, que lo diga el Capellán del Reino...

-No permito -dijo éste, tragando apresuradamente el resto de sángüiche de queso- que sea afrentado en público consorcio mi gran amigo el multiprofesor Zureta, que es el más enciclopédico polidocente de la Ínsula; pues además de lo ya dicho, es profesor de Gimnasia en el Nacional Capitán Ghandi, profesor de Literatura Hispanoamericana en el Nacional José Ingenieros, de Álgebra en el Nacional Silvano Santander, de Botánica y Zoología en el Lisandro de la Torre, de Francés en el Américo Ghioldi, de Ética y Moral en la Facultad de Filosofía, y de Labores en el Liceo de Señoritas Alfonsina Storni.

-Sabio es el hombre -observó Sancho-. Y es, además, profesor mío de inglés, ahora lo reconozco.

-Como a mí me educaron, así educo -hizo éste altivamente, sin soltar al otro, al cual propinaba un sacudón de tanto en tanto.

-¿Y qué le dijeron, al final? -bramó Sancho.

-Señor -dijo el Capellán tapándose la cara con el pañuelo-, ese deslenguado zascadil de Celadores lo llamó Profesor Taxímetro...

-¡Horroroso! -concedió Sancho-. Y eso ¿qué quiere decir?

-Señor -dijo el Capellán-, este profesor es insigne por su actividad: llega cinco minutos tarde, pongamos, al Aníbal Ponce, pregunta la lección siguiendo con el dedo el libro de texto, sale cinco minutos antes de la campana, toma un taxi, pues posee cinco táxises de alquiler, se va al Capitán Ghandi y hace lo mismo; sale si acaso un cuarto de hora antes, y de un vuelo se pone en el Ingenieros, y así sucesivamente hasta morir en Alfonsina Storni...

-¿Y quién es esa Alfonsina Storni, que cada día la oigo alabar por la radio?...

-Señor, fue una poetisa extraordinaria que hizo poesías amorosas para educar a todas las chicas de la Ínsula; que de no haber tenido un hijo natural, haberse   —185→   escapado de su casa, haberse concubinado dos veces y haberse suicidado en Mar del Plata, sería una Santa más grande que Teresa de Ávila...

-A mi mujer no me toquen -interrumpió Sancho-, que habrá nacido en Ávila y será un poco gallega, como dicen aquí, que no saben para dónde queda Galicia; pero es mi mujer y basta; y es más santa que todas las poetisas del mundo.

Riose el Profesor Taxímetro de la ignorancia de Sancho, y soltando al otro, y con grandes y espaciosos ademanes, comenzó a declamar una poesía de la Storni, o de su escuela:


«Si tus besos me ponen loquita
tus abrazos me ponen peor...».



-Entendido -interrumpió Sancho-; pero lo que aquí de vosé quiero saber es por qué anda con su cófrade, que es también docente aunque solamente asimilado, como perro y gato.

-Nones -dijo el Profesor Taxímetro-. Ladrón de porquería.

-Nones -repitió como un eco el otro-. Deso no le vamos a dar dato ni a palos.

Los miró Sancho con peligrosa detención y ordenó:

-Que me traigan isofazto por teléfono al Director del Colegio Ponza o como sea.

-Nones -repitió Pedro Recio-. El Director está ausente con permiso.

-El Vicedirector -insistió Sancho.

-Ausente sin permiso.

-Últimamente -gritó Sancho-, cualquiera que se halle en autos y pueda ser testigo contra la pelea destos dos interfectos.

Salieron, y después de un rato que gastó Sancho en hablar muy bajito y concitadamente con la Teresa y dar una orden al Jefe de Policía, le entraron un gallego gordo y bonachón en mangascamisa y con un cordel sujetando las bombachas, que lo miró con cierta simpatía en los ojos azules e hizo un guiño a Teresa Sancha.

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-El Portero -anunció Pedro Recio-. El único que se hallaba de cuerpo presente en el establecimiento.

-¿Dónde está el Director? -le gritó Sancho.

-¿El Dire? -hizo el gallego bonachonamente-. Pal cazo, zoy tan Dire yo como el Padre Zanto de Roma. El Dire no vino hoy ni ayer ni antiyer. Pal cazo, viene zolamente cuando le deja ezpazio el eztudio de dentizta que tiene; doz tiene, uno en Palermo y otro en Zan Martín, gran Buenoz Airez. Pal cazo, puede que haya venido ezta zemana doz mediaz horaz cuando mucho.

-Por eso se pelean los docentes -reflexionó Sancho-, ahora comprendo...

-No, Uzía -dijo el gordo-, que zí viene ez pior. Pal cazo, ézte le robó a ézte otro zeiz máquinaz dezcrebir...

-¿Al Profeso de Dátilesgrafías?

-Ezo. Pal cazo, zeñor Uzía, la Coperativa de Padrez y Madrez regaló al Colegio quinze máquinaz dezcrebir, puez no había ni una, y yo sé ónde fueron a parar las anteriorez, y el Profesor aquí daba clazez teóricaz, de la eztoria del ezcrebir a máquina, dende loz fenizioz de Grezia hasta loz luteranoz de Coztantinopla, y el alumnado tomaba apuntez... Eze fue el cazo...

-No veo motivo -apuntó Sancho.

-Ez que, Uzía, entreztoz doz ze repartieron una dozena de máquinaz mitá y mitá; y eztotro le encajó a ézte laz zeiz que no ezcrebían y ze guardó laz que ezcrebían; y al alunado, que zon ziento y trez rapazez, lez puzieron laz trez que ezcrebían al revez... y el Profezor se enfurruñó, aunque francamente a máquina él no zabe ezcrebir... Ezte ez el cazo y no maz, zeñor Uzía...

-¡Dios de Dios! -exclamó Sancho-. ¿Qué vos parece, Teresa? Este Profesor Tasímetro es un endriago...

-¿Y qué quieren, que yo medre con dos cátedras roñosas que tienen doce índices y no nos aumentan nunca la cuota alícuota por índice? De sobra les he dicho a mis cofrades que debemos hacer huelgas intermitentes de tres días por semana todo el año, como hace el Dire, hasta que nos aumenten... Hasta entonces, trece cátedras... Hay que vivir.

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-¡Endriago! -repitió Sancho con furor-. ¿Éste es el respeto que tenes a la educación de la Ínsula? ¿Y cuándo preparás las clases y cuándo corregís las composiciones?

-Paso, marido -lo atajó Teresa-, que no es el peor de los profesores de la Ínsula; que hay otros que enseñan que no hay Dios, y hasta enseñan que los chicos no vienen de París ni de los repollos sino que vienen ¡de los monos! De donde yo resulto mona y no mona de linda sino mona zoológica.

-¿Está pervertida la educación de mi Ínsula?

-No ze puede negar que ze va empiorando poco a poco -respondió el Portero-. En ezo eztamoz todoz, mecachiz.

Sancho se puso los dos purlos en los ojos y se paró pálido como una pared; visto lo cual, los Cortesanos se pusieron los puños en los ojos y se pararon colorados. Sancho dio un gran suspiro, en lo cual lo secundaron los Cortesanos, y dijo con voz lacrimosa:

-Teresa, ¿y Patricio, Aparicio, Alonsillo, Rodriguillo, Policarpo, Sanchica y Juan Manuel? ¡Hijos míos de mi alma! Teresa, a esta manga de in-responsables hemos confiado nuestros hijos. Aquí hemos pecado, Teresa.

Hubo una risita sorda por toda la sala, pues nunca los Cortesanos habían visto al ínclito e inédito Gobernador tan enternecido.

-Y la Sanchica se está poniendo neura -agregó la Gobernadora-, Policarpo es un respondón, Juan Manuel está raquítico, Alonsillo lo tengo fichado de un si es no es mujeriego y galante, y Patricio hace tres años que no cumple por Pascua. No me digáis ahora que yo soy la culpable, porque vos sois Gobernador, y yo una pobre mujer de su casa: y en la escuela lo que pasa nadie lo sabe.

-Teresa -dijo el Manchego-, aquí creo voy a hacer la mayor justicia que se ha hecho en mis Reinos, porque esto no lo voy a dejar pasar, así me muera ya mismo de un tabardillo pintado. Este profesor es un pan cae Dios, sólo que sabe demasiado, no tiene más culpa que vos y yo; hay que ir a la cabeza. Que me traigan némine discrepante a la Dirección de la Enseñanza; y además al Ministro de Educación, Pedagogía y Afines.

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-¿Al Consejo Insular de Educación, Pedagogía y Afines? -dijo Pedro Recio-. Esplendencia, justamente están todos a la puerta para presentar a su Magnanimidad los nuevos programas y el Nuevo Estatuto del Docente. Granadero, adentro los Pedagogos.

Irrumpieron una manga de señorones vestidos de casimir inglés con sendos papeles en las manos; y cuando el Presidente del Consejo -que era presidenta, aunque no lo parecía- iba a comenzar su discurso, bramó Sanchó:

-¿Qué se ha hecho del Trasiego Total de la Enseñanza Escuelera que promulgó este Real Resorte un año ha? ¿Cómo es que siguen los abusos?

Miráronse con sorpresa los pedagogos y se rieron a mandíbula batiente los Cortesanos, diciendo: «¡No se cumple! ¡Qué se va a cumplir!».

Interrumpió con un rugido Sancho a la Presidenta que ya había iniciado el señoras-y-señores, y preguntó al público en general:

-¿Quién es esta bachillera y marisabidilla?

-¡Señor! -dijo Pedro Recio-. ¡No la conoce! Es paidóloga. Es la paidóloga mayor del Reino.

-Pai... ¿qué?

-Paidóloga. Pai-dó-lo-ga. Algunas dicen pedóloga, pero eso es francés. Paidólogo es griego.

-Más decente es en griego -dijo Sancho-. ¿Y por qué no ha cumplido mi Ley de Trasiego Estudiantil Total Estatal?

Levantó los ojos la Magnata y dijo:

-Está loco, usted perdone. No se puede cumplir. No nos toca a nosotros. Toca a la enseñanza privada. No nos sobra tiempo para ocuparnos desas minucias de profesores taxímetros, bedeles ladrones, directores ausentistas y maestras gandulas y haraganas. De vez en cuando, eso sí, echamos algún maestro, cuando encontramos que ha maltratado alguna chica y es del partido contrario.

¿Y en qué ocupan el tiempo? Un momento, primero, ¿cuánto gana su Excelencia la Paisecuencia?

-Yo tengo 289 índices sin contar la antigüedad porque para eso soy funcionaria gubernativa superior. Estos compañeros míos tienen solamente alrededor de   —189→   doscientos índices. A los maestros vulgares les quedan doce.

Sacó la cuenta mentalmente Sancho y vio que la Presidenta ganaba más que él en un año de gobierno, y más que un maestro correntino en siete. Y muy suavemente preguntó:

-¿Y en qué llenan tan fructuosamente el tiempo?

-No va a pedir usted por desaforado que sea, que una comisión de doce figurones desde la Capital va a gobernar bien las 12376 escuelas primarias oficiales desta anchurosa Ínsula...

-¡Ezo! -dijo el Portero, que cruzadas las piernas se había repantigado en un sillón y se rascaba el lomo plácidamente-. No hay tiempo, rediez.

-Hacemos nuevos programas y nuevos Estatutos del Docente, trasladamos de lugar a los maestros que tienen cuñas, y elaboramos el puntaje de todas las maestras del país, corrigiendo a las comisiones de clasificación, en orden a los ascensos y directorias, con referencia a los antecedentes. Eso, mis cólegas: yo viajo a Europa de tanto en tanto para observar las novedades paidológicas y copiarlas en el país, no sea que las maestras se arrutinen demasiado...

-Las maestras son las que tienen toda la culpa -dijo Teresa Sancha, que no se sabe por qué, no las podía ver.

-Calma, Teresa -reprendió Sancho-, que las mujeres no tienen culpa, ni siquiera ésta aquí, que ha aprobado sexto grado; sino los varones; porque cuando las mujeres matrerean, es porque los varones las consienten.

Sonrió seductoramente la Presidentesa a Sancho, y prosiguió:

-Por ejemplo, he traído últimamente de Bélgica el método Embeté para enseñar a leer y escribir en diecisiete días, que es sencillamente portentoso.

-¡Con ese método la pusieron neurasténica a mi Sanchica! -gritó Teresa Sancha con rabia.

-Para que usted lo sepa, madama -dijo la otra-, su hija Sanchica tiene de nivel intelectual con el test Raven la ínfima escala de 3,075; es decir, es una mema; y con el test Rohrbach...

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Levantose como un rayo la Gobernadora, y si no la para Sancho, allí pasaba un descalabro; ordenó brevemente éste que se pusieran Presidenta, Vice, Vocales, Secretario y Tesorero contra la pared del fondo; y gritó impaciente que le trajeran al Ministro y al Rector de la Universidad, un tal Risiero Gilson. Respondió Pedro Recio:

-Esplendencia, lo siento mucho. El Ministro, cuando sintió lo que se trataba aquí, se fugó a Europa con la caja del Ministerio y la mujer de un amigo.

-Mejor -dijo Sancho-. Yo soy Ministro de Educación agora, con la poca que tengo. Yo aprendí a leer y ezcrebir, como dice mi amigo Caamiño acá, con los palotes y la anagnosia; y después dentré al Seminario donde aprendí las diclinaciones del latín en dos años y medio; deonde me echaron al decir por desaplicao, pero me sospecho que por porro y maula. Y con esta educación, he llegado a Gobernador; de modo que esta educación, pero llevada por todo lo fino, ha de ser la de mi Ínsula. Aó, Alférez. ¿Dónde está lo que he encargao? -gritó sacando de entre las ropas un pistolón negro.

Salieron por el foro seis morochones de uniforme con sendas pistolas negras, que dirigieron a todos los acusados y testigos; los cuales se amontonaron y arrinconaron contra la pared como tropilla de yeguas ante el puma. Y Sancho sentenció con voz clamorosa:

-Aunque yo también tengo culpa y Teresa Sancha un poco, aquí voy a hacer yo más muertos que Dios en el Diluvio Universal: porque eso mandó Jesucristo; porque el que abusa de la iznorancia de las criaturas, ninquesea para ganar dinero y vivir sin trabajar, merece más castigo que el que falsifica billetes o envenena clientes en los restorantes. Palabra de Cristo. Vos, portero Caamiño, salíte de ahí; que con vos no va; y todos estos docentes no decentes, hacer ustes a prisa un buen acto de contrición.

Adelantose Teresa Sancha con las manos en alto:

-Sancho, nosotros dos no tenemos culpa ni éstos tampoco. Siempre ha sido así: hemos seguido simplemente la tradición liberal de la Ínsula.

-Yo esa traición ni siquiera la conozco -dijo Sancho-, si es que existe. ¡Apartaos Teresa, que vos bajo a vos también de un tiro! Hemos pecao gravemente contra   —191→   la educación de la Ínsula: ahora comprendo por qué estamos tan sodesarrollaos. Yo voy a castigar a éstos; y Dios nos va a castigar a nosotros dos, acordaos lo que vos digo Teresa, a vos mandándoos una pluresía o una lepra si a mano viene, y a mí una verruga en un ojo o un grano golondrino en salva sea la parte; porque nos hemos dormido y éstos han jugao con lo más sacro que existe en toda gobernación de cualquier ínsula. ¿Dónde está el Capellán? ¡Que venga incontinenti a confesar a estos reos in-responsables!

Salió el Portero y dijo:

-Ze ezcapó el Reverendo y ha dejado ezto:

Era un papel con membrete de la Curia, dirigido a Sancho, donde se leía:

«Suprimir el mito del monopolio de la enseñanza estatal y entregar toda la enseñanza en manos de la Iglesia. Que las únicas escuelas públicas sean escuelas privadas».



-¿Y esto qué quiere decir? -dijo Sancho-. ¡Basta! ¡No de balde visto hoy el atuendo de Verdugo de la Ínsula! -Y levantando la poderosa pistola bajó de un solo tiro al Profesor y al Bedel, que se habían agarrado de nuevo a piñas.

A la detonación levantaron sus pistolas los seis mocetones hacia el montón de docentes y comenzó un tiroteo graneado como en la fiesta de San Pedro de Génova que los derribaba uno a uno, con unas balas de vidrio tamaño nueces. El fondo de la sala se llenó de un humito verduzco. Los interfectos andaban a los saltos, detrás de las sillas y contra las paredes, pero implacablemente iban cayendo; y Teresa se juntó al Capellán, a Tirteafuera y a Sansón Carrasco, que andaban escondiditos buscando una salida, pues vistamente Sancho se había vuelto loco; mientras los Cortesanos estaban todos panza a tierra de boca al suelo. Aquello era un campo de Agramante.

Cuando no quedó de los docentes ni uno en pie, miró Sancho el tendal de pedagogos, golpeó el gongo y comandó:

-Ustedes aquí. Atentos todos. Que falta el Decreto.

  —192→  

-¡Ajá! -dijo el Portero-. Me guzta. Primero la ejecuzión y dimpuez la zentenzia. Como en mi tierra.

-¡Asesino! -gritó Teresa Sancha a su marido.

-Teresa -dijo pesaroso Sancho, poniendo las manos en la panza-, me extraña, tantos años de casados, y entavía no me has conocido. No es nada -prosiguió-. Estas pistolas son las nuevas que he armado a mi Polecía, que andaba matando malevos a porrillo desque se suprimió la pena de muerte; y éste es un invento alemán que dispara una ampolleta con gas anestéchico, que lo deja al que le ha desmayao y dormido por una hora, sea quien sea. Así que los agarramos ahora sin matarlos a los criminales. Después los mato yo si acaso, o el Verdugo del Reino que hoy yo represento, previo juicio, convición, sentencia, confesión general y demás requilorios, si es el caso. No creo con éstos haya de hacerse, que con el sueño y el susto que se han llevao, desta hecha no vuelven a docentear en falso en la vida de Dios; teniendo ojo a que yo tamién tuve culpa por dormilón y confino, y mi mujer un poco. En fin allá veremos; porque este delito de decaer, pervertir o emponzoñar la crianza de los críos es tal que aun a mí, con ser quien soy, me da temblores en la barriga -dijo, y se dio dos palmadas en ella.

Después de lo cual el Gobernador mandó llamar a todos sus hijos, se despojó del vestido verdugado, se vistió de botas altas, bombachas blancas y un gabán azul de terciopelo de aguas, y empuñando la tranca dictó el siguiente

Decreto

Visto y considerando que:

1. Antes de morir tengo de hacer algo, ni aunque me cueste el trono y la vida, porque de no, dadas las ecelsas cualidades que Dios me dio, nunca podría salvar mi alma.

2. Que la educación en mi Ínsula anda muy mal, como se ha visto, y en parte tengo la culpa, pero la principal culpa todos estos in-responsables como yo; porque yo soy in-responsable ante los hombres y responsable   —193→   ante Dios; y éstos, in-responsables ante Dios y responsables ante los políticos; y mi mujer Teresa, ante nadie, anoser ante mí cuando me enojo;

3. Que si no arreglamos isofazto y némine disculpante este grave asunto de la paidosecuencia, estamos todos perdidos y recondenados en esta vida o bien en la otra, si a mano viene, por sécala seculorum y ultra...

Ordeno dispongo y mando:

1. Nómbrase Maestro Honorario Principal desta Ínsula a Jesucristo Hijo de Dios, conforme Él mesmo dispuso desde los siglosinfinitos.

2. Suprímese el Consejo Ínsular de Educación, Paidosecuencia y Afines el Ministerio símilicadente y respetivo; para que la educación retorne a sus cauces naturales.

3. Nómbrase Ditador Provisorio de toda la Educación, menos Mineralogía, al presente humilde Gobernador aquí, aladeriado por el nuevo Inspector General el Portero Gallego Caamiño acá, y como Asesor de Mineralogía y Materias Difíciles al científico Bachiller Sansón Carrasco.

4. Desfundansén todas las Universidades y fundansén de nuevo por mano de los cinco sabios reconocidos del país con poderes ultratotalitarios.

5. A mi augusta esposa Teresa Sancha, considerando que ha educado siete hijos, aunque bastante mal, sin contar dos que nacieron muertos, se la nombra Asesora Consejera Ínclita de la Crianza de Chicos Displásticos, Poliédricos y Atravesados.

6. Todo el que tenga capacidad y quiera, queda autorizado a fundar y amueblar Escuelas, Colegios y Orfanotrofios con ayuda dente Superior Resorte y sometidos a su inspección continua e irrefragable.

7. El supracitado Inspector General escogerá un cuerpo de ispectores entre los porteros, barrenderos y pintores interiores de Escuelas, que están interiorizados de lo que anda allí dentro, desde luego más que yo; y al primer Director que falta a su deber, ninquesea Monseñor Derisi, trancazo en serio; es decir multa que te crió.

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8. Ninguno aprobará sexto grado sin pasar por un desamen riguroso que acredite sabe leer bien, corrido y entonado, escribir de buena letra, ortografía y ortodoncia, cuentas hasta división por enteros y quebrados, Catecismo Mayor hasta los Siete Dones del Espíritu Santo -que es donde yo llegué-, ejercicio militar de pistolas alemanas, andar a caballo, nadar, guiar auto, y trabajo manual de hacer hondas, barriletes y boleadoras; con más breves nociones de Mineralogía Comparada, Historia de la Iglesia, las Declinaciones del Latín y Educación Democrática Ínsular.

9. Todos los que han de ser Médicos, Abogados o Dentistas...

-¡Basta, Gobernador! ¡Mire que se están despertando los Docentes! -dijo lastimero Pedro Recio; y efectivamente, todos los difuntos estaban restregándose los ojos.

-Acabo... -o Dentistas o Curas, no ejercerán hasta pasar un desamen general ante las autoridades respetivas presididas personalmente por el hijo de mi madre acá; y una internación de tres meses en el Monasterio Trapense para hacer Ejercicios Espirituales con un desamen de moral personal.

10. Todo Director que viole, trespase o tropelle ninquesea el artículo más ínfemo -que no hay ninguno ínfemo- de nuestra Ley de Trasiego Total, primera admonición, segunda multa, tercera esoneración, y cuarta y última pena capital infradorsal de mano y rebenque del Verdugo del Reino.

11. Ninguno podrá enseñar que no sea dotor desaminao y comprobao; y cada dotor que haya enseñado siete años con provecho y aplauso, será nombrado Conde Duque de los Olivares y recibirá un feudo hereditario de setenta kilómetros por veinte en las Islas Malvinas.

12. Los dos primeros interfectos, que veo están de nuevo a los puñetazos, se los deja darse puñetazos hasta el fin de su existencia, ya que eso les peta y engorda.

13. A los demás docentes desafectados se los deja sin castigo hasta más ver, que no es cosa de dejar despoblada mi Ínsula en cuatro patadas locas, ahora que tanta falta hace la población rural.

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Después de lo cual se frotó las manos, dio un trancazo confirmatorio, e impartió el ya compungido Gobernador la señal de los festejos; los cuales consistieron aquel día principalmente en dos cosmogénesis convergentes, acompañadas de sendas notas por radio sobre La Actualidad al Minuto de David Fogelmán, Celia Paskero y Telar de Cardón, respectivamente, guarnecidas de berenjenas en su tinta, crémor tártaro, puerros, pasta de anchoas y picadillo, en baño de anhídrido sulfuroso y dinamita.