Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.

  —[224-226]→  

ArribaAbajoCartas literarias

  —227→  

ArribaAbajoAl doctor Joaquín Araujo

Señor doctor Joaquín Araujo.

Guayaquil, agosto 29-823.

Mi muy apreciado amigo:

Muchas veces le habría sucedido a usted leyendo la historia, que se le fatiga el alma al leer tantas páginas empapadas en sangre, y al ver tantos horrores y tantos crímenes con que los mismos hombres han labrado su propia infelicidad y la de los pueblos. Pero al pasar a aquellas épocas raras, en que se vio la filosofía sentada en el trono, y en que los hombres gozaron algunos intervalos de quietud y de paz, la fatiga y el sobresalto se le habrán a usted convertido en una sensación dulce y agradable, como el descanso después de un camino largo y fragoso.

Pues ya puede usted formarse idea de lo que me pasa cuando distrayéndome de las escenas lamentables de nuestra patria, mi imaginación vuela a consolarse a la dulce y filosófica soledad de usted. Un huerto, un jardín, un río, pocos y buenos libros, pocos y buenos amigos... y embotada la curiosidad de noticias políticas... ¿qué más es necesario para vivir feliz, para vivir como usted vive? Sepa usted, amigo, que hago estos recuerdos con satisfacción, y no sin envidia.

Mientras dura este laberinto, en que por desgracia estoy también metido, y mientras que se serena el cielo   —228→   político del Perú, me he quedado en el seno de mi familia como en un puesto de observación, pero siempre dispuesto a ir donde me llame el peligro y mi deber. ¿Qué he de hacer? Éste es mi destino.

Entre tanto no se olvide usted de mí, y dedíqueme algún rato ocioso; pues el juicio y severidad de un filósofo hacen un hermoso contraste con la imaginación de un poeta.

No pensé poder escribir hoy, porque me sobrevino una ocupación; pero por el recelo de que me sucediese lo del correo pasado, he aprovechado un momento para saludar a usted y repetirle que soy su más apasionado amigo y servidor,

JOSÉ JOAQUÍN OLMEDO.

(Archivo del Instituto Superior de Humanidades Clásicas. Cotocollao)



  —229→  

ArribaAbajoAl doctor Joaquín Araujo

Señor doctor Joaquín Araujo.

Guayaquil, septiembre 29-1824.

Mi querido amigo:

Si no he contestado la apreciable de usted a su debido tiempo, y si he aparecido a los ojos de usted como incivil y poco afectuoso, toda la culpa, todo el delito es de Vivero. Éste me entregó ha pocos días la carta de usted; es decir, a un tiempo en que ni pude contestarla en el correo anterior, ni complacer a usted en el presente con la versión del Polignac. En el siguiente procuraré hacer algo, pero con más desconfianza que cuando emprendí la de Horacio. ¿Con más desconfianza? Sí, señor ¿pues no es Horacio más difícil, más inaccesible? Sí, señor. ¿Pues de dónde proviene esa rareza a usted? Proviene, amigo mío, de que estoy seguro de que una mala versión de esa bella oda de Horacio agradará a usted más que una buena versión del cardenal. Pero yo siempre quedaré contento, si procuro complacer a usted, aunque no lo consiga. Sepa usted (aquí en secreto) que yo amo mucho a Lucrecio, y lo tengo por un genio extraordinario, y en sumo grado filósofo y poeta.

Los ascéticos de los primeros siglos y sus secuaces dieron en llamarle el príncipe de los materialistas. Yo   —230→   no sé por qué fueron a buscar el origen de ese error entre las tinieblas del paganismo, cuando las nubes que cubrían el mundo de esos primeros siglos del cristianismo, estaban más cerca de ellos y les ofrecían las verdaderas causas de los errores y de las supersticiones. Yo no creo que Lucrecio, un filósofo que divinizaba la materia, materializase el alma y la Divinidad.

Él materializó los dioses que adoraba su siglo; dioses que merecían ser menos que materia. Conoció toda la miseria de esos ídolos y antes de creerlos autores de la fábrica admirable del mundo, se persuadió más bien que cualquiera otra cosa que ellos, era el alma o principio de esta obra portentosa... Pero si mi pluma se desliza quizá muy ligeramente, y no hay tiempo sino para remitirme al correo siguiente y renovar a usted mis sinceros sentimientos de amistad.

J. J. DE OLMEDO.

(Archivo del Instituto Superior de Humanidades Clásicas. Cotocollao)



  —231→  

ArribaAbajoAl doctor Joaquín Araujo

(Fragmentos de una carta)


... tiempo bien distribuido alcanza y sobra para todo. El tiempo que he estado en el campo me ha parecido muy largo, pero no pesado ni fastidioso. Me parece que de los tres meses que he pasado en él, quitando uno de viajes a varios sitios y paseos de pocos días aquí y allí, me habrán quedado dos útiles; que creo que nunca he llenado mejor dos meses continuos de mi vida. He releído varias obras que no leía desde el colegio, y otras que he leído después; he hecho y escrito algunas observaciones sobre todo, y en fin he empezado y concluido mi segunda Popea. Cuando haya tiempo de copiarla la remitiré a usted para que la juzgue con imparcialidad. Desde ahora le adelanto que me parece muy inferior a la primera. La Musa estaba entonces mejor templada, y el alma mejor dispuesta: todavía no puedo adquirir mi actitud natural. Bien es verdad que siendo más filosófica esta segunda epístola, y teniendo un objeto mucho más circunscrito que la primera, no contiene ni las bellas descripciones, ni los grandes pensamientos que la primera.

(Archivo del Instituto Superior de Humanidades Clásicas. Cotocollao)



  —232→  

ArribaAbajoAl doctor Joaquín Araujo

Guayaquil, noviembre 14-1824.

Mi más apreciado amigo:

Acabo de volver de mi paseo; (digo mal) de mi penoso viaje que ha durado un mes, con el objeto de ajustar unas cuentas antiguas de la testamentaría de mi padre.

Llevé mi rancho acostumbrado; pero como me fue preciso pasar de un pueblo de la costa a otro interior, dejé en él mi equipaje militar; y si no llevo en el bolsillo un pequeño Horacio, habría pasado los 14 días más fastidiosos de mi vida, en una población miserable. Pero ya estamos en casa; y lo primero en que me he ocupado es en la traducción de los versos que usted me pidió desde septiembre. En mi anterior dije a usted los embarazos que hubo al principio por culpa de nuestro Vivero; después sobrevino mi viaje, y temo que esta obrilla le parezca a usted como cena de bodega, tarda y fría. De todos modos será una pequeña muestra de mi disposición a complacerle25.

  —233→  

Quizás dirá usted que la versión está muy difusa. Yo lo conozco; pero usted tiene la culpa de haberme señalado un circo tan estrecho: el genio es como un caballo fogoso; si se le agita y estimula en un pequeño recinto, o da mil y mil vueltas, o salta la barrera. Por otra parte, yo no tengo ni jamás he tenido esa fuerza de ingenio o de razón que reconcentra los pensamientos en un punto para darles más luz. Verdaderamente muchas veces sucede que esa concisión produce oscuridad, como en muchos lugares de Séneca y Lucano; pero no se puede negar que es una dote muy apreciable, cuando se usa con sabiduría, como hace Tácito, aunque algunos doctos le acusan de extremoso en este punto.

Yo sin ser docto también le acuso, más no por otra razón que porque me cuesta más trabajo entenderlo; quizá si yo tuviese más conocimiento de su lengua y de su historia, y más principios de política, me sería más fácil.

  —234→  

Por lo que hace a Lucrecio, son justas las observaciones que usted hace sobre mi carta anterior; pero creo que debió ser equivocación mía el hablar de los primeros siglos, así como fue una inexactitud llamar ascéticos a todos los que llaman a Lucrecio príncipe de los materialistas.

Yo quise, pues, escribir posteriores siglos, en lugar de primeros; y para hablar con más propiedad, yo quise hablar de los siglos filosóficos, es decir, de estos tiempos en que hizo más progresos la filosofía; y en que se abusó tanto de su nombre, como de las armas con que se combatía el abuso. Yo no me indigno de que se le llame materialista, porque lo es; lo que no sufro es que se le llame. el príncipe, cuando siglos atrás, filósofos de nombre sentaron los principios que después explanó, y hermoseó Lucrecio: Epicuri sunt omnia quae delirat Lucretius, decía Lactancio. Yo tengo un vicio capital, y quisiera que usted me diera un remedio eficaz: la pereza de releer lo que escribo; de modo que no tengo ocasión de corregir los errores o equivocaciones que se escapen a la pluma. Esto se entiende con las cartas y cosas privadas; pues para las públicas soy muy nimio verificador de fechas, nombres y hechos, aun en las materias que conozco más. En las cartas a mis amigos soy más descuidado porque sé que pierdo poco, aun cuando pierda la reputación de erudito; en las cosas públicas, soy más reservado, porque cualquier error puede ser nocivo a todo el que no tenga motivos de conocerlo; ni luces para confutarlo. Por esta causa es muy laudable mi propósito de escribir nada o poco para el público. A esto contribuye poderosamente el que voy sintiendo cada día una decadencia intelectual notable. Y conozco este mal todas las veces que me encuentro con alguna composición mía anterior, pues al instante digo: por mala que estés, yo no pudiera ahora hacer lo mismo. Dispense usted las enmendaduras, porque no hay tiempo de escribir otra correcta.

Vivero debió escribir a usted antes de su salida: antes de mi viaje le encargué dijera a usted que yo también me   —235→   ausentaba, para que no extrañase mis letras y mis versos.

Celebro mucho que usted sea amigo de mi amigo Lucano. Yo aconsejara a usted que no leyese entero el original, porque casi no hay página en que no se encuentre un enigma que adivinar, por el vicio de que le hablé antes, o locuciones poco inteligibles por la tumefacción de que justamente es censurado. Siento en mi alma el que tenga esos defectos, porque me parece un genio poético superior a Virgilio, a pesar de que la Farsalia es un astro que se oscurece al punto que la Eneida aparece sobre el horizonte. Es muy acertado el pensamiento de leer la traducción de Marmontel, que le despoja de la hinchazón y falso brillo, y expresa bien la belleza de muchos pensamientos del original. Sobre todo tiene el mérito de que al fin de cada libro Marmontel pone los mejores trozos de Lucano, que así desprendidos parecen más hermosos. En primera ocasión segura remitiré a usted esa traducción; y tengo gusto en proporcionarle a usted ese placer.

También por pereza no he copiado la 2.ª epístola de Pope, y como Bonilla no ha parecido, no puedo satisfacer tan pronto la curiosidad de usted. Pero no sé publicará sin que usted la lea, porque quiero y exijo de usted muchas y serias observaciones.

Aquí no han venido libros; a excepción de los que vinieron para el marqués de San José. Uno que otro que se compra es regularmente de las pequeñas librerías que traen los extranjeros para su uso: los capitanes de buques especialmente.

Adiós, amigo mío.

SU OLMEDO.

(Archivo del Instituto Superior de Humanidades Clásicas. Cotocollao)



  —236→  

ArribaAbajoAl doctor Joaquín Araujo

Guayaquil, noviembre 29-1824.

Mi querido amigo:

En este correo esperaba sus letras con más impaciencia que en otros; pero he sido malamente burlado. A pesar de que al presente no puedo escribir mucho, porque ha venido el correo muy tarde, a causa de la anticipación inesperada del invierno, dedico a usted un ratito para decirle que en el pasado le remití la traducción de Polignac, que me pidió anteriormente, y que después escribiré sobre esto con más extensión, porque recelo que por alguna de mis anteriores expresiones usted me haya hecho la injusticia de creerme poco afecto al anti-Lucrecio26. Por tanto deseo hacer a usted una profesión de fe sobre este punto; por ahora la reduzco a estos breves términos: Que Polignac fue uno de los más doctos y eruditos del siglo pasado, y que su poema es uno de los más bellos que han aparecido, después del renacimiento de las letras, y que siendo rival de Lucrecio en muchas partes   —237→   por la versificación, le es superior en la doctrina, en la piedad, en metafísica, en física, y que lucha con él con la ventaja que le daban tantos siglos; de adelantamiento de artes y ciencias.

Espero que se presente la ocasión de remitir el Lucano traducido por Marmontel. Creo que a usted le será más fácil cuando venga alguna persona de su conocimiento hacerle este encargo, que a mí encontrar alguna que lo lleve.

Y adiós. Su apasionado amigo

OLMEDO.

(Archivo del Instituto Superior de Humanidades Clásicas. Cotocollao)



  —239→  

ArribaAbajoAl libertador

Al Libertador, al siempre Vencedor Simón Bolívar.

Mi querido señor y muy respetado amigo:

En este momento me dicen que sale un buque para el Perú, y no quiero perder la primera ocasión de felicitar a usted por la memorable victoria de Ayax-cuco. Con mi licencia poética transformo así el nombre de Ayacucho, porque suena desagradablemente, y ninguna cosa fea merece la inmortalidad.

Ahora, ahora sí, me confieso absolutamente sorprendido, pues, aunque jamás desconfié del suceso, era precisa una divina inspiración para prever un triunfo tan completo y tan pronto. Hasta la sal de la sorpresa ha hecho más grata la victoria.

Éste verdaderamente ha sido el día de la América, el día de Bolívar.

He leído con trasporte la proclama de usted: es bella, es sublime. Nada deja que desear, nada; sino... sino que algunas palabras no despierten algunos celos en tierra, y... alguna tempestad en el mar. Usted ha perdido todo derecho de increparme por esta licencia, desde que dejó correr impunemente y aun aplaudió mis observaciones sobre su primera proclama desde Pasto. La última desde Lima es uno de los documentos clásicos de nuestra santa insurrección.

  —240→  

Las tres últimas palabras son dignas del mármol y del bronce. -¡Fi donc!- Ellas son dignas de los corazones: ¡¡¡No mandar más!!!27 Divina expresión, expresión de una alma que ya no puede soportar su propia gloria. Ella me suscita la idea de un hombre que habiendo fijado los ojos desnudos en el sol, los retira, los cierra atormentada de tanta luz.

¿Oyes?, ¿oyes? -o yo me engaño- ¿qué estrépito es aquél?- Es el carro de la libertad que se pasea en triunfo desde las majestuosas riberas del Orinoco hasta el último borde del destemplado lago en que sobrenada la isla de Titicaca, dibujando en su carrera los colores del iris.

Salud y gloria.

JOSÉ JOAQUÍN OLMEDO.

Guayaquil, enero 6-825.

(El Repertorio Colombiano, N.º X. 1879)



  —241→  

ArribaAbajoAl doctor Joaquín Araujo

Guayaquil, enero 29-1825.

Mi más apreciado amigo:

En el correo anterior recibí la atrasada que debió traer el compadre, hombre de bien. Usted no me sea precipitado: él debe quedar en la posesión de su hombre de bien y de su buen concepto, aunque tuvo la desgracia de no poder llegar a su primer destino. Yo sí debo quejarme de usted por haber creído que yo necesitaba de documentos para darle crédito, y así me acompañó usted la cartita del referido hombre de bien. Esto es tratarme con muy poca confianza: yo no escribo a usted cuando debo, sino cuando puedo.

Usted dice que es justo el elogio que le hice de Polignac. Más justo, más bello es el que hace un juez irrecusable en estas materias: Voltaire. Irrecusable en los juicios sobre buen gusto y mérito literario de otros; irrecusable en sus elogios a la religión y a la moral. Este genio extraordinario llamaba a nuestro poeta: Vengador del Cielo, vencedor de Lucrecio.

Siento mucho que usted haya leído a Lucano en su original, a ese autor republicano en medio de un pueblo esclavo. Las causas generales de la corrupción del idioma, las particulares de Lucano escribiendo bajo Nerón, la incorrección del poema y la juventud del autor, son circunstancias notables que influyen en la oscuridad y demás vicios de la obra, sin disminuir una línea la alteza del genio que la produjo. Deseo con ansia que usted me nombre el sujeto que debe llevarle la traducción de Marmontel; y usted hasta entonces no conocerá a Lucano.

Lo mismo digo de su tío Séneca. Ningún filósofo de la antigüedad le aventaja en número y exactitud de sus sentencias; pero su estilo encubre mil bellezas, que pocos   —242→   o nadie conocen. Yo por mí puedo decir lo mismo que usted sobre él; sin embargo, su tratado de ira, y muchos libros de beneficiis y de brevitate vitae merecen leerse y meditarse. Si él decía de las cartas de Cicerón que sólo contenían cosas inútiles, es porque los filósofos quieren que todos filosofen, los moralistas que todos moralicen; todo lo demás les parece inútil: sólo su materia le parece a cada uno importante. Las epístolas de Cicerón, especialmente las de Ático, contienen sentimientos nobles, excelentes preceptos de política, y documentos inestimables de la historia romana. Pero un filósofo, diría: ¿qué importa esto a la felicidad?; y un jurisconsulto diría: quid hoc ad...?28 Esto son los hombres.

Difícilmente podré encontrar las obras de Plutarco por Richard, mas estaré a la mira por si acaso. Han venido últimamente unos cajones de libros, pero ninguno de aprecio, exceptuando los teatros de Racine y de Corneille, de Molière, y todo el teatro francés en 40 tomos, etc. ¡Qué bien caracteriza usted a Dacier, de frío! Y si esto es en la historia, ¿qué deberemos decir de su mujer que con sangre fría ha traducido al divino Homero, de modo que con propiedad se puede decir de ella lo que los franceses llaman transir...?

Notas muy eruditas, observaciones prolijas, gramaticalmente profundas; pero un hielo como el de los páramos. Yo tengo la apreciable traducción de Amiot con todas las obras morales de Plutarco; el lenguaje es anticuado, y los conocedores lo estiman por esto; yo no estoy en esa altura para sentir todas esas gracias. Usted puede tener presente esta noticia para pedírmelo si gusta. Son 21 tomos en 4.º

Adiós, adiós.

SU OLMEDO.

(Archivo del Instituto Superior de Humanidades Clásicas. Cotocollao).



  —243→  

ArribaAbajoAl Libertador

A Simón Gótico.

Guayaquil, enero 31-825.

Mi querido señor y muy respetado amigo:

No pensaba escribir a usted hoy, porque ya le he quitado muchos ratos seguidos y yo fuera cualquier cosa para los otros menos fastidiosa; pero no debo dejar a usted en la curiosidad que le excitó lo de Simón Castellano de mi carta de diciembre.

Usted sabe que los antiguos capitanes tomaban el nombre del país en que triunfaban: así Publio Emilio fue llamado el Numantino, y uno de los Escipiones, Africano. Pero usted dirá que no ha triunfado en Castilla para ser llamado Castellano. No importa. Uno de los emperadores de Oriente fue llamado Wandálico y Gótico por haber vencido a los Vándalos y Godos; y no los venció en Wandalia ni en Gotia, sino en Italia y Alemania.

Usted escoja, pues, y dígame qué sobrenombre le gusta más (hablo de los de esta clase); si bien gótico, vandálico, castellano, etc. Peruano, no, porque usted no ha triunfado de los peruanos, ni el país del triunfo es un país extraño o enemigo de América.

Para librarme de toda inculpación en aquel dicho de que el Perú era una tierra de prueba y resbaladiza, diré   —244→   a usted solamente que cuando lo dije no pensé hablar a ese amigo como soldado, sino como a hombre. En otros días ha habido en Lima una célebre calle del peligro que en verdad era muy peligrosa y resbaladiza; y muchos filósofos se descortezaron allí y se mostraron muy hombres.

Pero suponga usted que hablase también en sentido militar: nada hay perdido. Porque una cosa es que el terreno sea resbaladizo, y otra que los hombres se resbalen. Usted sabe bien que el hielo es muy resbaladizo; y con todo se corre sobre él prodigiosamente. Quiere decir que cuantos más embarazos y peligros hay en la carrera, se llega al término con más gloria. ¡Que no se jacten todos ustedes de estar probados, ni crean que los portales de Lima son los fáciles campos de Junín o de Ayacucho!

Siento que usted me recomiende cantar nuestros últimos triunfos. Mucho tiempo ha, mucho tiempo ha que revuelvo en la mente este pensamiento. Vino Junín, y empecé mi canto. Digo mal; empecé a formar planes y jardines; pero nada adelanté en un mes. Ocupacioncillas que, sin ser de importancia, distraen, atencioncillas de subsistencia, cuidadillos domésticos, ruidillos de ciudad, todo contribuyó a tener la musa estacionaria. Vino Ayacucho, y desperté lanzando un trueno29. Pero yo mismo me aturdí con él, y he avanzado poco. Necesitaba de necesidad 15 días de campo, y no puede ser por ahora. Por otra parte, aseguro a usted que todo lo que voy produciendo me parece malo y profundísimamente inferior al objeto. Borro, rompo, enmiendo, y siempre malo. He llegado a persuadirme de que no puede mi Musa medir sus fuerzas con ese gigante. Esta persuasión me desalienta y resfría. Antes de llegar el caso estaba muy ufano, y creí hacer una composición que me llevase con usted a la inmortalidad; pero venido el tiempo me confieso no sólo batido sino abatido. ¡Qué fragosa es esta sierra de Parnaso, y qué resbaladizo el monte de la Gloria!

  —245→  

Apenas tengo compuestos 50 versos: el plan es magnífico. Y por lo mismo me hallo en una doble impotencia de realizarlo. El otro día me pidieron una marcha que debía cantarse en una de las funciones con que aquí hemos celebrado la victoria de Ayacucho. Esta marcha fue hecha a paso redoblado: se imprimió en el Patriota del 22 de enero, y ahora me avergüenzo de ella30. Usted dirá que yo soy sumamente ambicioso de gloria bajo la apariencia de despreciarla. Yo no sé si usted se engaña... pero mi actual desaliento proviene de que me ha llegado a dominar la idea de que nada vulgar,   —246→   nada mediano, nada mortal es digno de este triunfo. Yo no amo tanto la gloria como detesto la infamia. ¿Y qué responderé yo, si alguno me dice al leer mi oda, «Si te hallabas sin fuerzas para esta empresa, ¿para qué la acometiste? ¿Para deslustrar su resplandor? Más ganarías callando». Mi querido señor, dígame usted, ¿qué responderé yo entonces?

Usted ve estas humildades; pues aguarde usted un poco, y verá lo que son los poetas. Usted me prohíbe expresamente mentar su nombre en mi poema. ¿Qué le ha parecido a usted que porque ha sido dictador dos o tres veces de los pueblos, puede igualmente dictar leyes a las Musas? No, señor. Las Musas son unas mozas voluntariosas, desobedientes, rebeldes, despóticas (como buenas hembras), libres hasta ser licenciosas, independientes hasta ser sediciosas. Yo no debo dar a usted gusto por ahora: y no deba por muchas razones; la primera y capital, es porque no puedo. Ya tengo hecho mi plan con un trabajo imponderable; ya tengo media centenar de versos -ya no puedo retroceder. Sucre es un héroe, es mi amigo, y merece un canto separado: por ahora bastante dosis de inmortalidad le cabrá con ser nombrado en una oda consagrada a Bolívar. En fin, déjeme usted, por Dios, y no venga a ponerme una traba que me impediría, no digo volar o correr, pero aun andar. Déjeme usted. Si a usted no le gusta que le alaben, ¿por qué no se ha estado durmiendo, como yo, cuarenta años? Sin embargo, me atrevo a hacer a usted una intimación tremenda: y es que, si me llega el momento de la inspiración y puedo llenar el magnífico y atrevido plan que he concebido, los dos, los dos hemos de estar juntos en la inmortalidad. Si por desgracia no llegare el cuarto de hora feliz, entonces me contentaré con el placer (porque los placeres suplen muy bien todas las cosas) de ver la América libre y triunfante, con recordar el nombre de su Libertador, y con hacer cariños a mi Virginia en mi filosófica oscuridad.

Respetuoso amigo,

JOSÉ JOAQUÍN OLMEDO.

(El Repertorio Colombiano, N.º X, 1879).



  —247→  

ArribaAbajoAl doctor Joaquín Araujo

Señor doctor Joaquín de Araujo.

Guayaquil, febrero 28 de 1825.

Mi querido amigo:

El invierno trae tan desordenados los correos, que salen los de aquí sin que vengan los de allá. Acabo de recibir la apreciable de usted del 8, y no sé si, cuando llegue el correo atrasado, tendré otra más reciente.

Lo mismo que usted, yo deseo, mas no espero, que las cosas se arreglen pronto, aunque cese el estruendo de las armas. Mientras dure el régimen militar o su maligno influjo, difícilmente veremos tranquilo el imperio de las leyes. El Libertador mismo, con todas sus buenas intenciones y con todo su poder, no podrá sobreponerse al ímpetu hasta que todas las espadas se hayan convertido en arados. Entre tanto es preciso que nos consolemos; con esperanzas y con las probabilidades de que la generación venidera será más feliz.

Me tiene usted embarcado en un mar tempestuoso. Las Musas debían cantar las últimas victorias, y yo que suelo hacer versos me he creído comprometido con la patria a cantar en un tono que no he de poder desempeñar debidamente. El objeto es grande y sublime y yo me encuentro muy inferior a él. Además, he tenido la desgraciada felicidad de haber concebido un plan grande y magnífico, y éste es otro motivo que me tiene lleno de cobardía y timidez. Las Musas requieren una especie de confianza, que da libertad para emprender el vuelo con alas extendidas; pero cuando un poeta llega a ser avasallado por la desconfianza, como lo estoy yo, el vuelo   —248→   es rastrero, interrumpido, y las alas parecen mojadas y encogidas. Nada bueno puede esperarse de la situación: así todo lo que voy haciendo me parece frío y vulgar.

Pero ya no hay remedio; ya que no puedo trabajar para mi gloria y la de mi patria, me consolaré con que he puesto cuanto estaba de mi parte para llenar mi comprometimiento como poeta. Yo mentiría si dijera que no amo la celebridad; pero esta pasión es en mí muy subalterna; la pasión que me domina más es el deseo de evitar en todo la infamia, y no hacerme ridículo. Contemple usted con cuánto embarazo seguiré mi trabajo, persuadido como estoy de que mi oda ha de salir muy inferior al objeto y al plan que he concebido. Pero ya no hay remedio, y aun el mismo Libertador me ha comprometido.

Usted parece que se ha resfriado de Lucano, pues no parece por acá algún sujeto encargado de llevarle la traducción de Marmontel. Por lo que hace a la traducción de la 2.ª epístola de Pope, nada digo, pues ella bien merece ese resfrío.

En este correo remito a usted tres impresos sobre las virtudes de las botellas de la Roy y sobre el método de usarlas. Aquí se ha hablado bastante de este específico, pero no tanto para formar concepto. Uno de nuestros facultativos lo pone sobre las nubes; un periódico de Méjico, sobre la región etérea; y otro de Venezuela se ríe de su virtud universal. Lea usted los papeles impresos que le remito, y avíseme pronto lo que disponga para enviarle esas botellas que son 3 ó 4: una de vomitivo, otra de purgante; las demás no sé lo que serán, pues yo no he leído esos papeles.

Adiós. Su amante amigo:

OLMEDO.

(Archivo del Instituto Superior de Humanidades Clásicas. Cotocollao)



  —249→  

ArribaAbajoAl Libertador

Excelentísimo Señor Libertador Simón Bolívar.

Guayaquil, abril 15 de 1825.

Mi más respetado amigo y querido señor:

Siempre he dicho yo que usted tiene una imaginación singular, y que si se aplicara usted a hacer versos excedería a Píndaro y a Osián. Las imaginaciones ardientes encuentran relaciones en los objetos más diversos entre sí; y sólo usted pudiera hallar relación entre un poeta que canta con su flauta a orillas de su río, y entre un Ministro que representa una nación en las Cortes de los reyes. Pues bien, sea. Yo, para desempeñar a usted, lo más que puedo hacer, lo más que prometo, es trabajar con celo, portarme con honradez y vivir modestamente para no deshonrar la elección de usted ni el nombre republicano.

En el correo escribiré al Gobierno de Colombia pidiendo el permiso, pero no esperaré el resultado en caso de que deba salir antes de la contestación; pues estando estos departamentos a la disposición de usted, con más razón debe estarlo la cosa más pequeña de la República, mi persona.

Yo necesito unas instrucciones muy claras y prolijas, porque mi intención es no propasarme una línea de mis atribuciones. Aun la parte dispositiva que suele dejarse   —250→   a los apoderados según las circunstancias, quisiera que fuese lo más estrecha y circunscrita que ser pudiera. A los que no tienen bien sentado el pulso, cuando escriben sin pauta, suelen salirles torcidos los renglones.

Papá Icaza se llega en este momento a encargarme diga a usted que sólo por ser de usted este nombramiento, está contento y resignado. Sólo por eso.

Mi canto se ha prolongado más de lo que pensé. Creí hacer una cosa como de 300 versos, y seguramente pasará de 600. Ya estamos 520; y aunque ya me estoy precipitando al fin, no sé si en el camino ocurra dar un salto, o un vuelo a alguna región desconocida. No era posible, mi querido señor, dejar en silencio tantas cosas memorables, especialmente cuando no han sido cantadas por otra musa.

He padecido una fluxión que ha estado de moda; he tenido un malparto; es decir, que he perdido como un mes: y cuando hay tos, no está dispuesto el pecho para cantar. Haré toda fuerza de vela para remitir a usted en el correo que viene mi composición, sea como fuere.

Yo había pensado que había echado mi ancla para siempre: y ya me tiene usted entregado al mar. Pero, ¿acaso yo soy mío? Y, ¿qué mucho es que yo no sea mío, cuando ni usted es suyo; ni usted, a quien la Patria ya podía darle la libertad, que bien merecida la tiene?

Yo me había dicho muchas veces: ¿qué le basta a una abeja? Flores y una colmena. Y empezaba a vivir tranquilo, aun cuando no me salían muy buenos los panales.

El correo de Lima ha llegado pocas horas antes del tiempo en que debe salir. Y así apenas hay lugar de dar a usted sinceras gracias por su memoria y por el concepto con que honra a su más respetuoso y apasionado amigo.

JOSÉ JOAQUÍN OLMEDO.

(El Repertorio Colombiano, N.º X, 1879)



  —251→  

ArribaAbajoAl Libertador

Al Excelentísimo señor Libertador.

Guayaquil, abril 30 de 1825.

Mi querido señor y muy respetado amigo:

Pensé que esta carta fuese tan larga como mi canto; pero no puede ser, porque ya el correo apura, y todo el tiempo lo he gastado en copiar mis versos por cumplir la promesa que hice a usted de remitírselos en este correo. En el que viene haré todas las observaciones que me ocurran contra mí mismo. Porque yo no estoy contento con mi composición. Pensaba dejarla dormir un mes para limarla y podarle siquiera trescientos versos, porque su longitud es uno de sus vicios capitales. ¡Cómo va usted a fastidiarse!

Suplico a usted que separe siempre los defectos del poeta de los sentimientos de su respetuoso amigo,

JOSÉ JOAQUÍN OLMEDO.

(El Repertorio Colombiano, N.º X, 1879)



  —252→  

ArribaAbajoAl Libertador

Al Excelentísimo señor Libertador Simón Bolívar.

Guayaquil, mayo 15-825.

Mi querido señor y muy respetado amigo:

Ya habrá usted visto el parto de los montes. Yo mismo no estoy contento de mi composición, y así no tengo derecho de esperar de nadie ni aplauso ni piedad. Buena desgracia ha sido que en más de dos meses no haya tenido dos días de retiro, de quietud, ni de abstraimiento de toda cosa terrena para habitar en la región de los espíritus. Cuando el entusiasmo es interrumpido a cada paso por atenciones impertinentes, no puede inspirar nada grande, nada extraordinario: feliz quien en tal situación no se arrastra. Pero cuando el entusiasmo se sostiene y está desembarazado por algún tiempo de toda impresión extraña, nunca deja de venir el momento de los milagros. En el primer caso la musa va corriendo por los valles o trepando por las montañas, va registrando los árboles, los lagos y los ríos; su viaje es largo y quizá fastidioso. En el segundo, no: tiende sus alas, remonta el vuelo, desdeña la tierra, salva los montes, visita el sol, abre los cielos, y si le place se hunde a los infiernos un instante para suspender el lloro y los tormentos de los condenados. Yo me he visto en el primer caso; así mi canto ha salido largo y frío, o lo que es   —253→   peor, mediocre. Quizá si hubiera podido retirarme al campo quince días, habría hecho más que en tres meses; habría espiado el momento feliz, y en sólo trescientos versos habría corrido un espacio mucho mayor del que he corrido en ochocientos. Devuelvo, cedo y traspaso la parte de inmortalidad que me prometí al principio. Triunfe usted solo.

Cuando yo amenacé a usted con arrebatarle parte de su gloria, usted me tendría por un jactancioso; pero como mi jactancia a nadie dañaba, no tengo necesidad de hacer explicaciones sobre este punto. Mas cuando yo dile a usted que el plan que había concebido era grande y sublime, usted quizá lo creería; y como al leer mi poema, usted puede creerme mentiroso, me veo precisado a vindicarme.

Mi plan fue éste. Abrir la escena con una idea rara y pindárica. La Musa arrebatada con la victoria de Junín emprende un vuelo rápido; en su vuelo divisa el campo de batalla, sigue a los combatientes, se mezcla entre ellos y con ellos triunfa. Esto le da ocasión para describir la acción y la derrota del enemigo. Todos celebran una victoria que creían era el sello de los destinos del, Perú y de la América; pero en medio de la fiesta una voz terrible anuncia la aparición de un Inca en los cielos. Este Inca es emperador, es sacerdote, es un profeta. Éste, al ver por primera vez los campos que fueron el teatro de los horrores y maldades de la conquista, no puede contenerse de lamentar la suerte de sus hijos y de su pueblo. Después aplaude la victoria de Junín, y anuncia que no es la última. Entra entonces la predicción de la victoria de Ayacucho.

Como el fin del poeta era cantar sólo a Junín, y el canto quedaría defectuoso, manco, incompleto sin anunciar la segunda victoria, que fue la decisiva, se ha introducido el vaticinio del Inca lo más prolijo que ha sido posible para no defraudar la gloria de Ayacucho, y se han mentado los nombres del general que manda y vence y de los jefes que se distinguieron para dar ese   —254→   homenaje a su mérito y para darles desde Junín la esperanza de Ayacucho que debe servirles de nuevo aliento y ardor en la batalla. Concluye el Inca deseando que no se restablezca el cetro del imperio, que puede llevar el pueblo a la tiranía. Exhorta a la unión, sin la cual no podrá prosperar la América; anuncia la felicidad que nos espera; predice que la Libertad fundará su trono entre nosotros y que esto influirá en la libertad de todos los pueblos de la tierra; en fin, predice el triunfo de Bolívar. Pero la mayor gloria del héroe será unir y atar todos los pueblos de América con un lazo federal, tan estrecho que no hagan sino un solo pueblo, libre por sus instituciones, feliz por sus leyes y riqueza, respetado por su poder.

Apenas concluye el Inca, todos los cielos aplauden: de improviso se oye una armonía celestial; es el coro de las vestales del sol, que rodean al Inca como a su Gran Sacerdote. Ellas entonan las alabanzas del Sol, piden por la prosperidad del imperio y por la salud y gloria del Libertador. En fin, describen el triunfo, que predijo el Inca. Lima abate sus muros para recibir la pompa triunfal: el carro del triunfador va adornado de las Musas y de las Artes; la marcha va precedida de los cautivos pueblos, esto es, todas las provincias de España representadas por los jefes vencidos, etc.

Este plan, mi querido señor, es grande y bello (aunque sea mío). Yo me he tomado la libertad de hacer este análisis porque temo que, a pesar de la perspicacia de usted, usted no conociera toda la belleza de la idea ofuscada con la muchedumbre de los versos, que es el principal defecto, de mi canto. Dispénseme usted, pues: porque yo, descontento de la ejecución, me contento con la bondad del plan, y quisiera fijar las mientes de todos en este solo para evitar la infamia de cualquier modo.

¿Quiere usted saber hasta dónde van los ardides del amor propio? Pues sepa usted que en la desgracia de no haber hecho una cosa buena, me consuelo con la idea de que yo podía hacer algo mejor.

  —255→  

Deseo que usted me escriba sobre esto con alguna extensión, diciéndome con toda franqueza todas las ideas que usted quisiera que yo hubiera suprimido. Lo deseo y lo exijo de usted, porque en mi viaje pienso limar mucho este canto y hacer en Londres una regular edición, y para entonces quisiera saber el parecer y juicio de usted.

Como esta composición es toda de usted, yo no he querido tomarme la libertad de imprimirla. Pero me han asaltado varios amigos, y aunque he podido responder a todas sus razones, no he podido contestar a la última. Yo les decía, entre otras cosas, que esa composición era una propiedad de usted, y que yo no podía disponer de ella; y todos me repusieron que usted no tiene propiedad alguna, porque todas sus cosas son comunes entre sus amigos y entre los buenos conciudadanos. Yo dije entre mí: pues si las cosas más apreciables y preciosas de Bolívar no son suyas sino de sus amigos, ¿cómo no lo será este miserable canto? Me han convencido y queda bajo la prensa. Se puede sacar la ventaja de que esta impresión, aunque de muy mala letra, pues no hay otra, sirva de modelo a la que se pudiera hacer en Lima; pues he puesto gran cuidado en la corrección, en la ortografía y demás accidentes para hacerla clara y correcta.

Estoy esperando con ansia los papeles que me remitan de Lima sobre mi comisión. Quisiera que allá aprovecharan de la salida de algún buque para mayor brevedad. Saldré cuanto antes pueda: la vía de Panamá me parece la mejor; pero si en Lima no andan listos, temo que pase el julio sin estar yo en Jamaica; y entonces se pasa la buena estación de navegar por las Antillas. Usted sabe que en agosto no salen buques de Jamaica, y que es preciso esperar a los paquetes que salen cada mes, o cada mes y medio; y que cuando está amagado el mal tiempo suelen retardarse más. Yo estoy prevenido de modo que después de recibir mis credenciales, nada tengo que hacer sino embarcarme.

Perdóneme usted una franqueza: ¿cuántas veces después de mi nombramiento se habrá usted acordado del   —256→   señor Zea? Este ejemplo debe aterrar aun a los que se crean más honrados. Pero, señor, los escollos conocidos del mar sirven para hacer evitar muchos naufragios.

No diga usted que soy tan fastidioso en prosa coma en verso: concluyo, pues, reconociéndome como siempre, su más apasionado y más respetuoso servidor,

JOSÉ JOAQUÍN OLMEDO.

(El Repertorio Colombiano, N.º X, 1879)



  —257→  

ArribaAbajoAl doctor Joaquín Araujo

Señor doctor Joaquín Araujo.

Guayaquil, junio 29-1825.

Mi querido y respetado amigo:

La causa de no haber escrita a usted en tanto tiempo, no ha sido el que usted no me haya contestado, pues la verdadera amistad y la etiqueta son formas opuestas; sino el no saber en dónde estaba usted refundido. Pregunté por usted a unos pasajeros, y por ellos supe que estuvo en Riobamba dando pasto espiritual a esos vecinos, y creí que después de este ministerio se había usted anacoretizado por esos páramos de Dios, porque yo tiemblo con los melancólicos. Otros que posteriormente pasaron por Ambato me dijeron que usted no estaba allí, y que el tinajón estaba vacío. No había más remedio que esperar que usted resollase, y me dijese: aquí estoy. Apenas lo he sabido, me doy un lugarcito para escribir estas cuatro letras, porque no tengo ni tiempo, ni buena disposición.

Esta casa está en duelo. He sido nombrado Plenipotenciario del Perú en Londres, y tengo que arrancarme antes de un mes de las prendas más caras al corazón humano: una mujer y dos hijitas que están en la edad de   —258→   las gracias, y que son todo mi embeleso. Vaya usted preparando la lista de encargos.

Ha más de un mes que concluí mi poema proyectado. Remito un ejemplar, y espero sus observaciones: muchas y severas. Yo no estoy contento de esta composición, y creo que si hubiese tenido ocio y retiro, habría salido menos larga y menos imperfecta.

Usted me habla de la posteridad: y aun, hablando sobre mi composición se ha atrevido usted a mentar la Eneida. No, amigo; yo me conozco. La Eneida es un río del cual no merece mi poema ser tenido ni por una gota; y cuando más se podrá reputar como un grana de arena de la ribera por donde corre.

He dicho a usted que mi Plutarco está traducido por Amiot en francés, no sólo antiguo sino anticuado. Dificulto que agrade a usted especialmente en las obras morales, en que la expresión debe contribuir mucho a la inteligencia. Las obras históricas, como las vidas de los ilustres, no necesitan tanto del auxilio del estilo para interesarnos. Sin embargo, remitiré con nuestro amigo Saá un par de tomos, como usted desea, escogiendo los que contengan cuestiones más curiosas.

Y adiós, amigo mío. Aprueba que usted no apruebe las milagrosas panaceas. Adiós.

Suyo de corazón

JOSÉ JOAQUÍN DE OLMEDO.

(Archivo del Instituto Superior de Humanidades Clásicas. Cotocollao)



  —259→  

ArribaAbajoAl Libertador

Al Excelentísimo señor Simón Bolívar, Libertador.

Guayaquil, junio 30-825.

Mi querido señor y muy respetado amigo:

En mi anterior dije a usted las razones que me obligaron a imprimir el canto de Junín, a pesar de ser una propiedad de usted. Como he hecho algunas variaciones y adiciones de diez o doce versos, he creído que debía presentar a usted un ejemplar, aunque la impresión no merecía ese honor.

Esta impresión ha salido tan mala, que casi toda se ha inutilizado; y he tenido el ímprobo trabajo de ir pintando infinidad de letras con la pluma, imitando la letra de molde, para hacerla inteligible y presentar a usted un ejemplar en la forma que fuere menos indigna del héroe de mi canto. Vuelvo a rogar a usted que me escriba largas observaciones, sobre todo con la mayor franqueza, porque es muy probable que se haga en Londres una edición regular; y yo quisiera que ésta fuese la composición de mi vida.

Hasta ahora no he recibido los despachos del Gobierno ni parece mi compañero Paredes. Cuando recibí en abril el nombramiento de mi comisión, me formé estos   —260→   jardines alegres. Mientras llega mi aceptación se habrán extendido las instrucciones. El buque que debe llevar a los Diputados del gran Congreso al Istmo, estará pronto: saldrá luego de Chorrillos con escala en Guayaquil; me embarco, llego a Panamá a principios de junio; a fines del mismo llego a Jamaica; aprovecho el paquete que sale en julio, y en todo agosto puedo ver en Windsor la casa de Pope. Todo se ha disipado, y tengo ahora el sentimiento de que quizá mi viaje empezará por el mismo tiempo en que yo creía debía estar concluido.

Yo no podía tener, ni podía desear un compañera mejor que Paredes. Sus luces me ilustrarán y su conducta será el ejemplar y el freno de la mía.

La guerra está concluida: por lo mismo, contemplo a usted más ocupado y cuidadoso que nunca. Todas las ventajas del nuevo empréstito penden del aspecto que tomen las cosas del Perú. La guerra gótica dañaría menos al crédito peruano, que las nuevas turbulencias civiles que pudieran levantar la cabeza. Usted debe creerse en la posición de César, que reputaba no haber hecho nada si dejaba algo por hacer.

Toda la familia saluda a usted respetuosamente. Virginia es hoy mi embeleso, como será mi tormento dentro de pocos días. Su hermanita, la Rosita de Ayacucho, si no es muy graciosa, a mí me lo parece; y este engaño o esta verdad será mi segundo tormento.

Adiós, mi muy querido y respetado señor. No olvide usted nunca a su más apasionado y respetuoso amigo y servidor,

JOSÉ JOAQUÍN OLMEDO.

(El Repertorio Colombiano, N.º X, 1879)




ArribaAbajoAl Libertador

Al Excelentísimo señor Simón Bolívar, Libertador.

Guayaquil, agosto 5 de 1825.

Mi muy querido señor y muy respetado amigo:

Hoy salgo para Panamá. Como desde mi nombramiento estoy preparado, mi viaje se realiza luego que ha llegado mi compañero Paredes con los despachos e instrucciones.

Hoy salgo. Voy a dejar mi tranquilo hogar por el estrépito de las Cortes, o lo que es lo mismo, abandono las plácidas corrientes del Guayas por las tumultuosas olas del océano.

Hoy salgo. Este es el momento en que conozco que tiene algún valor el servicio que voy a hacer. Como después que soy marido y padre no me he separado ni a tanta distancia, ni por tanto tiempo, ni con tantos peligros, ni con tantas incertidumbres sobre el regreso, nunca he sentido un pesar como éste, que a la verdad es... inexplicable.

Este pesar se aumenta con la triste reflexión que jamás he hecho en otros tiempos sobre mi futura subsistencia y la de mi familia. Pero las obligaciones y el   —262→   amor paternal reforman y castigan con los días los sentimientos meramente filosóficos. Voy a pasar dos o tres años en inquietud, porque ya pasó la edad de las ilusiones. Me parece que volveré como me voy... Dios conserve muchos años a la cabeza de esta casa; pues ya sabe usted cuál fue la herencia de Alejandro. De todos modos, parto resignado, y en cierto modo, contento, porque voy a obedecer y complacer a usted, y porque voy a servir a la patria.

Me encomiendo, pues, a la memoria de usted, y encomiendo muy encarecidamente a mi cara familia a la memoria y protección de usted. Adiós, mi querido señor. Mucho siento partir sin haber recibido una carta de usted, después de haber leído mi pobre canto de Junín. Exijo de usted muchas observaciones que me sirvan para la edición de Londres.

Adiós otra vez. Ésta es la última despedida de su muy apasionado y muy respetuoso amigo.

JOSÉ JOAQUÍN OLMEDO.

(El Repertorio Colombiano, N.º X, 1879)



  —263→  

ArribaAbajoAl Libertador

(Fragmento de carta)


Londres, 19 de abril de 1826.

Todas las observaciones de usted sobre el canto de Junín tienen, poco más poco menos, algún grado de justicia. Usted habrá visto que en la fea impresión que remití a usted se han corregido algunas máculas que no me dejó limpiar en el manuscrito el deseo de enviar a usted cuanto antes una cantinela compuesta más con el corazón que con la imaginación. Después se ha corregido más y se han hecho adiciones considerables; pero como no se ha variado el plan, en caso de ser imperfecto, imperfecto se queda. Ni tiempo ni humor ha habido para hacer una variación que debía trastornarlo todo. Lejos de mi patria y familia, rodeado de sinsabores y atenciones graves y molestísimas, no, señor, no era la ocasión de templar la lira.

El canto se está imprimiendo con gran lujo, y se publicará la semana que entra; lleva el retrato del héroe al frente, medianamente parecido; lleva la medalla que le decretó el Congreso de Colombia y una lámina que representa la aparición y oráculo del Inca en las nubes. Todas estas exterioridades necesita el canto para aparecer con decencia entre gentes extrañas.

  —264→  

Una de las razones que he tenido, a más de las indicadas, para no hacer un trastorno general en el poema, es que así como vino ha tenido la fortuna duda agradar a paladares delicados y difíciles (será sin duda por su objeto). Rocafuerte, por una doble razón, lo aplaude en términos que me lisonjearían mucho, si él amase menos al héroe y al autor. Otros que se tienen y han tenido por conocedores han hecho y publicado análisis sobre esa composición; y yo me complazco, no por ser alabado, sino por haber cumplido (no muy indignamente) un antiguo y vehemente deseo de mi corazón, y por haber satisfecho esa antigua deuda en que mi Musa estaba con mi patria.

Todos los capítulos de las cartas de usted merecerían una seria contestación; pero no puede ser ahora. Sin embargo, ya que usted me da tanto con Horacio y con su Boileau, que quieren y mandan que los principios de los poemas sean modestos, le responderé que eso de reglas y de pautas es para los que escriben didácticamente, o para la exposición del argumento en un poema épico. ¿Pero quién es el osado que pretenda encadenar el genio y dirigir los raptos de un poeta lírico? Toda la naturaleza es suya; ¿qué hablo yo de naturaleza? Toda la esfera del bello ideal es suya. El bello desorden es el alma de la oda como dice su mismo Boileau de usted. Si el poeta se remonta, dejarlo; no se exige de él sino que no caiga. Si se sostiene, llenó su papel, y los críticos más severos se quedan atónitos con tanta boca abierta, y se les cae la pluma de la mano. Por otra parte, confieso que si cae de su altura, es más ignominiosa la caída, así como es vergonzosísima la derrota de un baladrón. El exabrupto de las odas de Píndaro, al empezar, es lo más admirable de su canto. La imitación de estos exabruptos es lo que muchas veces pindarizaba a Horacio.

Quería usted también que yo buscase un modelo en el cantor de Henrique. ¿Qué tiene Henrique con usted? Aquel triunfó de una facción, y usted.. ha libertado naciones. Bien conozco que las últimas acciones merecían una epopeya; pero yo no soy mujer de ésas; y aunque   —265→   lo fuera, ya me guardaría de tratar un asunto en que la menor exornación pasaría por una infidelidad o lisonja, la menor ficción por una mentira mal trovata, y al menor extravío me avergonzarían con la gaceta. Por esta razón, esas obras si han de tener algo de admirable, es preciso que su acción, su héroe y su escena estén siquiera a media centuria de distancia. ¡Quién sabe si mi humilde canto de Junín despierte en algún tiempo la fantasía de algún nieto mío!...

(Ensayos biográficos y críticos por Torres Caicedo. Tomo I, pp. 126-128)



  —266→  

ArribaAbajoAl Libertador

(Fragmento de carta)


En 14. 1827.

He recibido carta de septiembre de mi familia, llena de gozo, de esperanza y de gratitud a usted por la solemne promesa que le ha hecho de enviarme mi licencia. ¡Usted había de ser a quien yo debiese el primer momento de placer que tengo en un suelo ajeno!

Yo salí fuera de mí con aquella noticia; y en el primer rapto empecé a meditar un segundo canto, que siendo tan grande por su objeto, contrastase en género con el primero. Escenas campestres de Cachiri, en vez de los sangrientos campos de Junín: partidas de caza, rodeos de ganados, meriendas sobre la hierba, siestas bajo la fresca sombra de los árboles, en lugar de batallas y carnicería. También habría un vaticinio como el del Inca, sobre los planes pacíficos que usted meditaba para calmar a Venezuela, en contraposición con las horribles escenas de Ayacucho. Cantos y danzas de pastores en lugar de alaridos, de alarmas y encuentros sanguinarios; amores, en lugar de odios y rabia; comedimiento, en lugar de coraje; grupos de jóvenes de uno y otro sexo, en lugar de los cautivos que cerraron la pompa triunfal del vencedor. En fin, imitando a los antiguos, yo quería concluir con una apoteosis: y aquí fueron mis trabajos para elegir la parte del cielo en que debía colocar la constelación de mi héroe. No debía ser junto de León,   —267→   pues, siendo símbolo de España, usted no lo dejaría vivir en paz. No cerca de Virgo, ya porque, aun entre santa y santo, pared de cal y canto, ya porque no parecería bien esta proximidad entre vírgenes y militares; por cuya causa, yo los reservaría más bien para los poetas, que, según me dicen, son menos peligrosos. ¡Contemple usted qué trastorno en la astronomía, si un héroe, por un caso imprevisto, fuese a quitarle el nombre y el timbre a su vecina!... Tampoco cerca de Aries ni de Toro ni de Capricornio, porque yo no quiero para la frente de usted otras ramas que las de laurel. ¿Dónde, pues?, ¿dónde? No tema usted quedarse sin plaza. Yo mandaré al Escorpión (es decir, al Alacrán, que es mi paisano), yo le mandaré recoger su nudosa y larga cola, y ceder un espacio mayor del que cedió en otro tiempo a Augusto, por orden de Virgilio.

(Torres Caicedo, Ensayos biográficos..., pp. 128-129)



  —268→  

ArribaAbajoA don Andrés Bello

París, 8 de marzo de 1827.

Mi muy querido amigo:

Con un atraso inexplicable, he recibido la de 20 del pasado, y me apresuro a contestarla para neutralizar, si puede ser, el efecto que debe causar el temor de la amenaza del anatema que lancé ayer contra usted.

Hoy he visto a Madrid; y como siempre, hemos hablado de usted. Agradece las expresiones de usted, y me encarga decirle que hace mucho tiempo que le conoce y aprecia..., etc., etc.

Para dar a usted una idea del carácter de este amigo, bastará decir que tiene el candor y la bondad de darme sus versos para que se los corrija, y lo que es más raro, la docilidad de ceder a mis observaciones.

Nosotros (aquí entre los dos) los que tenemos poco genio y dirigir los raptos de un poeta lírico. Toda la (cosa muy fácil), podemos adquirir una reputación que no podemos sostener con nuestras composiciones. Las composiciones más perfectas tienen sus talones vulnerables, y toda nuestra manía está en acometerlas por la parte flaca. Y nos va perfectamente, pues usted sabe que, con semejante astucia aun el afeminado París derrocaba los Aquiles.

  —269→  

Es verdad que un amigo, a quien quiero mucho, y a quien usted conoce, me hizo una o dos veces en Londres el mismo cumplimiento. Pero ya me guardaré yo de creerlo por esto tan bueno como Madrid. Éste no tiene ninguna sospecha contra él, mientras que el otro picarón quién sabe si, entregándome sus versos, usaba conmigo un refinamiento de delicadeza (propia suya) como para cicatrizar las llaguitas que injustamente supondría abiertas con el cáustico saludable de su crítica en el amor propio del cantor de Junín.

Madrid está imprimiendo sus poesías; (aquí entre nosotros) lo siento. Sus versos tienen mérito, pero les falta mucha lima. Corren como las aguas de un canal; no como las de un arroyo susurrando, dando vueltas, durmiéndose, precipitándose y siempre salpicando las flores de la ribera. Le daña su extrema facilidad en componer. En una noche, de una sentada, traduce una Meseniana de Lavigne, o hace todo entero... el quinto acto de una tragedia.

Ni me manda usted, ni me habla del segundo número del Repertorio. Deseo mucho verlo. Diga usted al Señor Rossange que Latorre satisfará las cuentas de mi abono.

No crea usted, mi querido, que yo no adivinase la causa de su silencio; y usted ha debido conocerlo por alguna involuntaria expresión de una de mis cartas. Pero quizás no está lejos la serenidad.

Mis finas memorias a mi amable comadre, cien cariños a los Bellitos, mil a mi ahijado, de quien nada me dice usted, debiendo presumir que en ello daría usted mucho gusto a su tierno y constante amigo

OLMEDO.

Memorias a García. Entregué la carta a la señora Cea.

(Vida de don Andrés Bello por Miguel Luis Amunátegui, pp. 263-265)



  —270→  

ArribaAbajoA don Andrés Bello

París, marzo 20 de 1827.

Queridísimo amigo:

Si usted me dijera que desea verme para darme un abrazo, me haría una expresión dulce y lisonjera para mí; pero diciéndome que, desea verme para pedirme consejos; me hace usted un cumplimiento que debe ser risible, puesto que me ha hecho reír.

Yo pienso volver pronto; pero si se realiza el pensamiento de usted de venir en la primavera, que ya por todas partes está preparando las rosas de su corona, me detendría gustoso para pasar con usted siquiera un mes.

La carta para la señora Cea, está entregada. Madrid me encarga dar a usted unas memorias, y de pedirle en su nombre las fechas de las últimas cartas oficiales que usted ha recibido del Gobierno, pues las suyas son de noviembre.

Usted es el demonio. ¡Pensar que yo puedo hacer versos ahora, y aquí, y pronto, y para el Repertorio! Usted ha visto los pocos que tengo conmigo; indignos, no digo de la prensa pública, pero aun de la prensa de la carpeta en que duermen en paz. Si usted hubiera seguido mi insinuación, habría dado en uno de los primeros números noticia de la traducción de la primera epístola popea,   —271→   y de ese modo se habilitaba para poder imprimir en los siguientes la segunda, por supuesto, después de haberla limado, castigado y corregido, cosa que a nadie podía ser tan fácil como a usted. Así usted me habría procurado ese nuevo honor, y me habría estimulado a continuar una obra que cada día estoy más lejos de concluir.

Pero con el deseo de complacer a usted de algún modo, le propongo darle una composición muy superior a todo lo que yo puedo dar ni aun exprimido. Es una oda A los pueblos de Europa (1824), de ciento treinta versos en estrofas regulares, es buena composición de Madrid: la mejor de todas las suyas, en mi humilde opinión. Me ha permitido que se la ofrezca a usted, pero no debe llevar su nombre, porque, siendo un diplomático en Europa, sería muy mal visto que hablase de la Santa Alianza, de los reyes y de los pueblos, como habla en sus versos. Deberá, pues, salir firmada por «Un Colombiano. 1824».

Yo no debo ocultar a usted nada: esta composición es y no es inédita. No lo es, porque se imprimió en un periódico de Colombia, y lo es, porque la impresión en los diarios no se cuenta. Tan cierto es esto, que yo que soy lector, y estaba en Colombia por aquel tiempo, no la he visto hasta ahora.

Hábleme usted con franqueza; porque la permisión del autor es en términos, que no habrá nada perdido en caso de que usted tenga razones para no insertarla.

Deseo mucho ver el segundo Repertorio.

En fin, ya mis hijos no podrán escribir sobre mi losa:


Yace aquí Olmedo, que no era
Ni académico siquiera.



Adiós, suyo, suyo

OLMEDO.

Finísimas a mi comadre, ahijado, niños y García.

(Vida de don Andrés Bello por Miguel Luis Amunátegui, pp. 265-266)



  —272→  

ArribaAbajoA don Andrés Bello

París, junio 12 de 1827.

Queridísimo compadre y amigo mío:

Si no he contestado su bellísima carta del mes pasado, y si no he escrito a usted con la frecuencia que solía, a nadie culpe usted, sino a usted mismo. Desde que nos separamos, empecé a escribir a usted siempre que podía, y con la mejor fe del mundo dejaba correr mi pluma a salga lo que saliere. Pero apenas me dijo usted que se saboreaba con mis cartas, y me descubrió el secreto de que mi pluma era delicada y graciosa, cuando ya me tiene usted todo mudado, deseando por la primera vez escribir por agradar y por sostener la reputación de sabroso y delicado. Y como la negligencia ha ido siempre todo mi arte, apenas he tenido pretensiones, que me he encontrado fuera de mi elemento, embarazado, irresoluto, difícil, lento, descontentadizo; en fin, buscando para mis cartas otra cosa que expresiones sencillas de amistad.

Esta situación no era agradable, y sin pensar la he ido difiriendo de día en día, lentitud que me ha sido provechosa, pues, si no me engaño, me parece que ya van disipándose los humos de la embriaguez en que me puso la mágica eufonía de su carta. (Note usted que todavía no estoy bien curado)... De todo esto resulta, por último análisis, que yo soy un necio, que, no habiéndoseme   —273→   ocurrido cosas agradables y sabrosas que decir, me he privado de la dulcísima correspondencia de usted, por no perder el concepto; y que usted es tan dócil, que se ha conformado fácilmente con mi silencio.

A estas razones gravísimas se allegaron otras causas que me impidieron tomar la pluma. Contestaciones odiosas y largas con mi compañero; noticias de la próxima venida de usted (¡ojalá fuese pronta!); y una correspondencia oficial que he tenido en estas últimas semanas; etc., etc., etc.

No he visto el número tercero del Repertorio. Después de mes y medio de salido a luz, todavía no ha llegado a mis manos. Hasta el segundo vino tarde y por casualidad. Por esto no puedo decir nada sobre la crítica de Burgos. Usted se engaña diciéndome que no quiere poner a mi amistad en compromiso con mi sinceridad. Nunca soy más sincero, que cuando amo. Nadie como usted tiene la prueba de este mi carácter, a la primer visita, antes de conocerle, antes de amarle, acuérdese usted que fui sincero con usted.

No puedo prometer versos para el Repertorio. Ya me parece que he perdido esta gracia. En uno de aquellos días de la embriaguez consabida, y en que estaba templado de ambición, nuestro buen amigo Madrid leyó unos pocos versos de mi segunda epístola de Pope y como los alabase, me despertó el deseo de continuar la traducción. Pues, Señor, empecé la tercera con calor, han pasado cerca de dos meses y me da vergüenza decir que apenas tengo veintinueve versos. ¡Vaya!, ¡esto es perdido y quizá para siempre!

Sea que, los cuarenta versos improvisados como principio de una epístola, tengan un mérito real, sea que yo vea con preocupación las cosas de usted, sea que las palabras de Patria, Guayas y Virginia tengan una magia irresistible para mi oído y mi corazón, sea lo que fuera, lo cierto es que pocas cosas me han agradado tanto en ese género, como aquellos cuarenta versos. Los prefiero, hablando con candor, los prefiero a los mejores trozos de la mejor epístola del mejor de los Argensolas.

  —274→  

Nada hay comparable al elogio del cantor de Junín. Éste es el verdadero modo de alabar... ¿Quién puede sufrir una alabanza directa y descarada? ¿Y quién puede resistir a la que viene por un camino tortuoso, tímida, modesta como una virgen que desea y no puede expresar su pasión, pero que quiere que se la adivinen?


Y suspirando entonces por las caras
ondas del Guayas... Guayaquil un día,
antes que al héroe de Junín cantaras...



Sí, amigo, nada hay comparable a esta delicadeza. Cien veces leo estos versos, y cada vez me deleitan más. ¿Y qué decir de aquel amigo,


que al verme sentirá más alegría
de la que me descubra en el semblante?



¿Por qué no acaba usted esta epístola, mi Bello? Sepa usted que sería una composición exquisita.

Adiós, su

OLMEDO.

Afectuosas memorias a mi amable comadre, un beso a los Bellitos, tres a mi ahijado. Memorias al amigo García.

(Vida de don Andrés Bello por Miguel Luis Amunátegui, pp. 268-270)



  —275→  

ArribaAbajoA don Andrés Bello

París, julio 2 de 1827.

42 Taitbout.

Mi querido compadre y amigo:

Cuando ya se empezaban a abrir mis brazos por sí mismos para abrazar a usted, creyendo que a esta hora estuviese usted cuando menos en la barrera de Clichy, recibo con su carta del 28 de junio la enfriada más completa que puede recibir un amigo o un amante impaciente en sus esperanzas.

Mucho celebro que esté usted contento con Madrid. No podía ser de otra suerte. No he visto todavía el tercer Repertorio. Biré creyó que yo lo tenía aquí, y ni me lo envió, ni me lo trajo. Si yo no tuviera a usted tan conocido, habría tenido una pesadumbre con la detestabilidad (como usted llama) de su artículo sobre el HORACIO BURGOSINO... O yo estoy muy engañado sobre el carácter de usted, o usted tiene un amor propio muy exquisito.

Deseo mucho ver esa censura; y aunque no tengo en torna mis mamotretos, como era preciso, censuraré como pueda esa censura, (por acá ahora la censura es triunfo) ; y espere usted verdades en camisa; pero más honestidad.   —276→   Yo, por aparentar que sé algo, soy muy severo con las composiciones ajenas.

No es cierto que yo no quiero dar versos para el cuarto Repertorios lo que es cierto es que no puedo dar, y que usted quiere que yo no pueda. La gracia está perdida; y si usted no me confiesa, no podré recuperarla. Díceme usted que ponga la última mano a la segunda epístola de Pope. Hombre de Dios, ¿cómo quiere usted que yo remiende estos andrajos; cuando así como están me parecen primorosos y perfectos! Usted sólo podría entrar en esta penosa tarea. Para el cuarto Repertorio, que salga a luz el fragmento de los «Tres reinos» y aseguro a usted tres coronas. Dé usted allí una idea de la traducción de la primera epístola de Pope, prometa para el número siguiente la segunda, y éste será el modo de comprometerme o de comprometerse.

No admite usted mis disculpas que se fundan en el «ya no puedo»; pues sepa usted amigo, que es la verdad purísima. El otro día empecé la tercera de Pope, y me confirmo en la impotencia: aún permanece en sus veintinueve. Otro día se me antojó traducir la primera oda de Horacio, en el mismo metro, por ejemplo:


Cayo, de príncipes nieto magnánimo,
mi amparo y..., otros, cubriéndose
de polvo olímpico, busquen la gloria.
La meta...



Voilá tout. Y van cinco días, y después dirá usted que miento. No, amigo. La gracia (si merece ese nombre) es perdida. Sólo al lado de usted pudiera ir recuperándola.

Pido, suplico, insto oportune, importune31, que acabe usted la epístola que empezó a dirigirme. Cada vez me agrada más. Sígala usted del punto en que está: la continuación es muy natural y fácil; pínteme en medio   —277→   de escenas campestres, rodeado de mis dos niñas de mis ojos; derrame usted todas las gracias, todas las flores sobre las dos, y no tema quedar corto.

Pínteme usted embelesado, etc., etc., etc... Nada podía serme más agradable.

Noticias políticas, usted las debe tener más frescas, más prolijas, más ciertas que yo. Yo espero cartas de febrero de mi casa y de mis amigos para saber las cosas con exactitud y con imparcialidad. Entre tanto estoy lleno de sombras y temores.

El hombre no sabe retroceder: la oposición lo irrita; el desaire lo enfurece; la fortuita lo coronará.

Memorias y besos; aquéllas a mi amable comadre, éstos a los Bellitos; siempre ración doble o triple al mío. Siempre todo suyo

OLMEDO.

Memorias de Latorre. De mi parte a García.

(Vida de don Andrés Bello por Miguel Luis Amunátegui, pp. 270-272)



  —278→  

ArribaAbajoA don Andrés Bello

Guayaquil, enero 9 de 1833.

Mi querido compadre y más querido amigo:

Más vale tarde que nunca. Al cabo de mil años, tenga usted este recuerdo mío a cuenta de los frecuentísimos que hago de usted. Usted se vino sin decirme nada; y después de mucho tiempo, vine a saber que no estábamos tan lejos como cuando nos vimos la última vez. Quise escribir a usted, pero no me resolvía a hacerlo ligeramente; y la ocasión de escribir largo nunca venía, y si espero a que venga siempre viviremos en incomunicación. Me contento, pues, con saludar a usted, a mi amable comadre, a toda la familia, y separadamente a mi Andresito.

El señor Vicendón entregará a usted esta carta: es amigo mío y de mi casa; y aunque él se recomienda a sí mismo por sus modales, por sus prendas y mérito, no debo omitir esta recomendación como un grato oficio de amistad. Negocios de interés le llevan a ese país; y usted puede tener ocasión de prestarle servicios de que me constituyo deudor.

¿Qué noticias me da usted de las amigas Musas? Ha tanto tiempo que ni las veo, ni me ven, que recelo me hayan olvidado: desgracia que, por su sexo, es peor que si me aborrecieran. Habiéndose fijado, como me dicen, en Chile, y por consiguiente en casa de usted, no le será   —279→   molesto saludarlas en mi nombre, y hacerles un recuerdo de su antiguo y fiel votario.

Mil y mil cosas a nuestro carísimo don Mariano, bien se halle sentado en su curul, bien recostado en su tirio lecho con su deseada Rosario. Nunca olvido las estaciones de Londres. Dígale usted que me remita la edición completa de las obras de su recomendable y docto papá: sin falta.

Mándeme usted también algunas de sus nuevas composiciones, sin falta, sin falsa modestia, sin demora.

Y adiós, mi querido amigo. Si usted supiera la vida que me paso, me compadeciera. Adiós.

Su apasionado amigo de corazón

J. J. OLMEDO.

(Vida de don Andrés Bello por Miguel Luis Amunátegui, p. 288)



  —280→  

ArribaAbajoAl general Flores

(Fragmento de carta)


27 de marzo de 1835.

... Voy a dar a usted una noticia singular aunque de poca importancia. ¿Qué será? ¿Se lo diré?... No lo digo; que me da vergüenza... Pero fuera encogimientos; pues sepa usted que la victoria de Miñarica ha despertado la musa de Junín... En el próximo correo hablaré con extensión sobre este mal pensamiento y daré cuenta de lo que se haya avanzado. Ahora tendré como cincuenta versos solamente. Y adiós.

(Apuntes biográficos de don José Joaquín Olmedo por Pablo Herrera. 1887, p. 33)



  —282→  

ArribaAbajoAl general Flores

19 de abril (1835).

Después de diez años de sueño me despertó la victoria de Miñarica, lo que me sorprendió en términos que me creía poeta o versificador por la primera vez. Olvidado estaba ya de la impresión de semejantes agitaciones y me encontraba en una región nueva y extraña. Empiezo, y como el principio sólo es ya la mitad de una obra o de un camino, contaba con que mi composición, aunque no saliese buena, sería concluida a lo menos.

El principio (hablando con modestia poética) me pareció regular, y mejor diré... buena, aunque conocí que me llevaba muy lejos. La fiebre duró algunos días; y en un momento de excandecencia no pude guardar mi secreto (porque los secretos se guardan mal en la embriaguez) al amigo Rocafuerte. Éste se enardeció, se volatilizó con la noticia inesperada de haber despertado la musa de Junín. Y yo, participando de su entusiasmo, le ponderé mi exordio quizá más de lo que debía. Nos separamos; al otro día se me apareció muy de mañana, diciéndome que no había podido dormir toda la noche pensando en la oda de Miñarica, y que venía a leer precisamente lo poco o mucho que hubiese adelantado. Leyó. Y vea usted lo que es el orgullo o vanidad de los poetas: me confesaré con usted ya que estamos en Cuaresma, y ya que no me avengo con los padres para esta diligencia; me confesaré con usted, digo, siguiendo el consejo del Apóstol a los fieles «confesaos el uno al otro recíprocamente».   —282→   Leyó, y conocí que no había recibido la impresión que esperaba. Habló poco, discutió algo, disputamos, y el resultado fue que el genio quedó como la cumbre del Chimborazo, nevado. Volví a adormecerme por muchos días. De repente, y entre sueños, encontré la lira abandonada, y resolví seguir mi canto, considerando que si la lira no estaba templada por manos de la gloria, lo estaría al menos por las de la amistad. Ya están escritos más de ochenta versos, y pienso llegar al término, aunque sea con muletas, si me faltan las alas.

(Apuntes biográficos de don José Joaquín Olmedo por Pablo Herrera, 1887, pp. 33.34)



  —283→  

ArribaAbajoAl general Flores

8 de abril (1836).

... Siguiendo ahora la conversación que dejé pendiente en mi anterior, sobre la inesperada inspiración, diré con gusto que desde entonces no he avanzado nada, nada. Me han asaltado en estos días tantas ocupacioncillas inevitables que no sólo me han quitado el tiempo preciso y precioso, sino que me han indispuesto el humor poético, resfriado el entusiasmo; y las musas fastidiadas se han retirado quizás a buscar prados risueños, coros armoniosos y corazones de amantes favorecidos. Lo peor de todo esto será que, cuando pueda continuar, no me sea fácil coger el hilo. Éste fue un hilo roto cuando soplaba el viento, y a duras penas podré tomar los cabos sueltos y flotantes por esos aires de Dios.

... Cuando yo era niño componía con una facilidad extrema, ya porque la niñez es una estación mágica, ya porque no emprendía composiciones serias y elevadas; ya, en fin, porque, conociendo menos el arte, me aterraba menos el espectro de la perfección. Después avanzando más en edad y un poco más en el arte, he tenido siempre la desgracia de no componer en la situación que me convenía. Necesito de tantos accidentes que no es fácil reunirlos; y por esto compongo rarísimas veces. Necesito estar perfectamente libre de toda clase de ocupación; necesito de un lugar cómodo, agradable, con vista a los campos, a los ríos, a los montes; necesito de amigos que   —284→   me critiquen, de jueces que me aplaudan, y aun de porfiados que disputen sobre cada palabra, frase o pensamiento; porque he observado que la disputa me despierta más las ideas y me calienta más que el vino. Necesito, sobre todo, de otras cosas, de que hablaremos en alguna conversación. Nunca he gozado de estas ventajas reunidas, y ahora menos: por aquí empezará usted a formar algún concepto de la composición que le he anunciado. La idea sola de que puedo ser Diputado a la Convención me tiene en inquietud, será más cuando lo sea, y la pobre oda de Miñarica no aparecerá, como el gracioso yaraví de la cieguecita.

No sé, pues, cuando podré concluirla. Por ventura la estoy formando a la manera de Píndaro; es decir, que se puede terminar cuando menos lo piensen los lectores, y cuando menos lo piense yo mismo. Cuenta con que yo no he dicho que hago una composición pindárica, sino a la manera de Píndaro; extravíos largos y continuos... estudiado descuido y abandono del objeto; encontrarlo siempre como por casualidad, y soltarlo de improviso. Estoy seguro de que ese parto de los montes no agradará principalmente a los que no estén acostumbrados a ese género; y como quisiera agradar a todos, especialmente a usted, no me fuera indiferente que mis lectores, especialmente usted, trajeran a la mano, de cuando en cuando, las obras del lírico de Tebas para formar idea de su modo, para hacer justas comparaciones, y para criticarme con más o menos severidad; más bien diré con más o menos indulgencia.

(Apuntes biográficos de don José Joaquín Olmedo por Pablo Herrera, 1887, pp. 34-36)



  —285→  

ArribaAbajoAl Ministro del Interior

Hacienda de Virginia, 26 de julio de 1837.

Al señor Ministro del Interior y Relaciones Exteriores.

Señor Ministro:

Por mi venida al campo acabo de recibir, con atraso de un correo, la estimable nota de Vuestra Señoría del 10 del presente; por esta causa se ha retardado una contestación que por todas circunstancias no debía haberse diferido ni un instante.

El encargo que Vuestra Señoría se sirve hacerme de parte de Su Excelentísima, el Presidente, es muy honroso para mí; y para las letras humanas. Para mí, por el alto concepto que le han merecido mis débiles talentos; y para la poesía, porque entre los graves cuidados de la administración ha merecido la atención del Gobierno un Arte mirada generalmente con desdén y menosprecio.

Yo creo, señor Ministro, que el primer cuidado de un buen Gobierno debe ser buscar el medio más natural y expedito de promover la felicidad pública, sin lo cual siempre serán infructuosos sus mejores deseos. Este medio natural me parece que no podrá hallarse sino observando   —286→   y conociendo bien la índole y carácter de cada pueblo. El bien y prosperidad de un pueblo estúpido y bárbaro no podrá obtenerse sino con medidas rudas y violentas; en los pueblos dotados de sensibilidad y de imaginación, los bienes más sólidos no podrán adquirirse sin proteger y fomentar las artes liberales; de otro modo los mayores esfuerzos no producirán sino un efecto débil y tardío. Por estas reflexiones no puedo menos de ver con la mayor satisfacción que el Gobierno no se desdeña de dar entre nosotros a las artes la protección y honor de que han estado privadas tanto tiempo. Justo será, y muy ventajoso a la República, concederles todos los derechos y honores de nuestra ciudadanía.

Tengo la honra, mejor diría, la vergüenza de acompañar a Vuestra Señoría la canción que se me pide para el aniversario del memorable diez de agosto. Ésta no debe tenerse por una canción nacional; para merecer ese nombre debía ser más estudiada, y contener ideas más generales, y pensamientos más elevados, de una manera que nos fuese propia; y, en fin, estar arreglada a una música original para poder llamarla nuestra. Yo estoy comprometido ya para esta composición, y un patriota de Guayaquil promete una música nueva de un afamado compositor de Europa.

Si el tiempo no estrechase tanto, sería en verdad una imprudencia inexcusable presentar al Gobierno una composición improvisada; pero el sol de agosto no puede detenerse; y por otra parte no me es posible dejar de satisfacer los deseos de Su Excelencia, ni resistir a la ocasión de dar esta pequeñísima prueba de amor patrio, aunque sea a expensas de mi reputación.

Con sentimientos de la mayor consideración soy de Vuestra Señoría muy atento y respetuoso servidor

J. J. OLMEDO.

  —287→  



Canción


Del 10 de agosto



Coro

   Saludemos la aurora del día
    para Quito de gloria inmortal,
   en que osado Pichincha el primero
   proclamó libertad, libertad.

   El Pichincha indignado del yugo,
lo sacude de su noble frente:
dio un bramido, y se vio de repente
el rugido del León acallar:
    Infundiole el pavor nueva saña,
y se lanza feroz y violento:
¡Santo Dios!, destrozado y sangriento
de la Patria se mira el altar.

   Saludemos la aurora del día
    para Quito de gloria inmortal,
   en que osado Pichincha el primero
   proclamó libertad, libertad.

   Mas la Patria, de tantos horrores
al fin triunfa de constancia llena,
como nave que burla serena
los embates de la tempestad.
   Y el destino ordenó que el sepulcro
del tirano en su loca fortuna32,
fuese el monte, do se alzó la cuna
primitiva de la LIBERTAD.

Saludemos la aurora del día
para Quito de gloria inmortal,
en que osado Pichincha el primero
proclamó libertad, libertad.

    ¿Quiénes son esos genios gloriosos
que asomados desde el firmamento,
mezclan gratos su armónico acento
a este coro de canto triunfal?
—288→

   Son los héroes que osados y fuertes
con su sangre, cadenas y llanto
propagaron la verdad del santo
evangelio de la LIBERTAD.

   Saludemos la aurora del día
    para Quito de gloria inmortal,
   en que osado Pichincha el primero
   proclamó libertad, libertad.

   Conservemos ilesa esta gloria,
que los cielos nos dieron propicios:
no se pierdan al fin sacrificios
que festiva coronó la PAZ.
   No profanen jamás este suelo
el error y nefanda . discordia: y los pueblos en dulce concordia:
vivan siempre en amor fraternal.

   Saludemos la aurora del día
    para Quito de gloria inmortal,
   en que osado Pichincha el primero
   proclamó libertad, libertad.



(Archivo del Instituto Superior de Humanidades Clásicas. Cotocollao)



  —289→  

ArribaAbajoAl señor Brandin

Al señor doctor, el caballero A. V. Brandin.

Guayaquil, marzo 1 de 1839.

Mi muy apreciado amigo y señor:

Con sumo placer he recibido el primer cuaderno impreso de la historia de Quito por el jesuita Velasco. Hace mucho tiempo que leí ese precioso manuscrito: es muy sensible que se haya retardado por tantos años la esperanza de verlo impreso: pero más sensible es, que usted no haya podido concluir la impresión en Europa, porque allí habría sido pronta y poco costosa, y porque aquí será lenta, carísima, y sobre todo expuesta a interrupciones frecuentes, ya por falta de fondos, ya por el mal servicio de nuestras imprentas, ya por otras causas imprevistas, que siempre vienen entre nosotros a entorpecer el buen éxito de los mejores proyectos.

La obra no puede ser más importante para nosotros, porque, después de pasar por la vergüenza de leer nuestra propia historia escrita por extraños, queda siempre el disgusto de no poder satisfacer debidamente nuestra curiosidad. Las obras impresas sobre la América, son raras: los manuscritos rarísimos e invisibles; y todas ellas, incluso la historia del Inca Garcilaso, se contraen más a los hechos de la conquista, con cuyo motivo suelen dar algunas noticias, siempre interesantes, es verdad, pero   —290→   insuficientes a darnos a conocer nuestro propio país. Se puede decir de todas esas historias americanas que son como los descubrimientos que se hacen por el mar, que nos dan a conocer la posición y límites de los diferentes países, la con figuración de sus costas, la demarcación de las altas montañas y cabos, y la naturaleza y capacidad de sus puertos, dejándonos en una completa ignorancia del interior.

Algunos libros sobre la historia natural de América son tan desconocidos como lo ha sido hasta ahora la historia del Padre Velasco. Y como ésta nos da noticias nuevas y particulares que son las que nos convienen más, creo que usted no ha podido manifestar su instrucción y amor al país de mejor modo, que emprendiendo la publicación del estimable manuscrito, y esforzándose en llevarla a su conclusión.

A tan útil empresa concurriré muy gustoso con la parte que pueda, tanto para la impresión de la obra y excitar lectores y suscritores, cuanto para la reforma que usted discretamente ha proyectado del estimable original.

He remitido al señor general Flores con la recomendación más expresiva el ejemplar que por mi conducto le dirige usted en esta ocasión.

Doy a usted sinceras gracias por el interés que usted manifiesta por mi país, y me ofrezco como

Su más afecto amigo y servidor,

J. J. OLMEDO.

(En la edición trunca de la Historia del Reino de Quito. París, 1837. -Sin paginación)



  —291→  

ArribaAbajoA don Andrés Bello

Guayaquil, enero 10 de 1840.

Mi querido compadre y más querido amigo:

Nos escribimos tan pocas veces, que nadie creerá que nos queremos tanto. Me parece que ahora años empecé otra carta con la misma introducción; pero supuesto que es una verdad, y que además contiene un sentimiento de cariño nada se pierde en repetirla.

Entre otras causas de mi silencio, no es la menos eficaz esta borrasca perpetua en que estamos viviendo, de manera que no hay ni tiempo, ni ánimo, ni conciencia, ni humor para entregarse a these sweet unbosomies de los amores y de las amistades. A mí no me ha ido mal poniendo en práctica aquel célebre símbolo de Pitágoras -cuando soplan los vientos con violencia, adora los ecos-.

Lo diré en griego para mayor claridad:

'Ane/mwn pneo/ntwn h( h)xa/ prosXu/ez



Du grec! o ciel! du grec!...

Du grec, quelle douceur!



Entre los varios comentos de este símbolo prefiero aquél que dice que aquí los vientos designan las revoluciones, las sediciones, las guerras, y que el eco es el   —292→   emblema de los lugares desiertos; y que Pitágoras ha querido exhortar a sus discípulos a dejar las ciudades donde se levantasen guerras y turbaciones civiles, y hundirse en las soledades.

¡Vaya que no tiene usted motivo para quejarse de falta de erudición en esta epístola!

Tanto prólogo era indispensable en esta ocasión para presentar a usted con algún aparato a mi amigo el general Pallares, que va a Chile de encargado de negocios por el Ecuador. Él desea conocer a usted y ser su amigo; y usted tendrá la complacencia de conocer y tratar un gallego de aquéllos que vale por mil, cuando llega a despuntar. Yo también tengo el interés de que usted y él conozcan cuáles son los que yo llamo mis verdaderos amigos.

No sé si le será a usted fácil buscar, hallar y remitirme un Mercurio de Chile de marzo de 1829. También algún libro nuevo y curioso: todavía no tengo el quinto tomo de las obras de Martínez de la Rosa.

Después de saludar al amigo Egaña muy afectuosamente, dígale usted que se ha olvidado de la promesa de remitirme la colección de las obras de su padre, y que yo le conocí en Londres más hambre de bien y más amigo.

A mi muy amada comadre, afectuosísimas memorias, y a todos mis ahijados y sobrinos, especialmente a mi Andrés.

Y adiós, su apasionado y cordial amigo

J. J. OLMEDO.

(Vida de don Andrés Bello por Miguel Luis Amunátegui, pp. 292-293)



  —293→  

ArribaAbajoAl doctor José Fernández Salvador

Señor doctor José Fernández Salvador.

Guayaquil, noviembre 18 de 1840.

Mi más apreciable amigo:

Las expresiones de la estimable carta de usted pudieran seducirme, si yo conociera menos lo que pueden las ilusiones de la amistad. Cuanto pierde usted de concepto en punto de imparcialidad y rectitud de sus juicios, tanto más gana en darme nuevas pruebas de afecto y amistad.

La estadística de los establecimientos de enseñanza pública en esta provincia debe ser muy imperfecta; porque este encargo se me hizo el mes pasado, y yo no tenía motivos de haber a la mano datos necesarios, ni tiempo para indicar las reformas que deban hacerse. Sin embargo, usted no desaprueba ese ligero trabajo.

La alocución que dije para la apertura del teatro, ha merecido el aplauso de usted. Sin embargo, esa composición debe ser imperfecta, en el solo hecho de que con la mitad de los versos pudo decirse lo mismo.

La oda de Miñarica... El argumento no es favorable. No es bueno cantar guerras civiles: el elogio de los vencedores no puede hacerse sin mengua de los vencidos; y vencidos y vencedores, todos son nuestros hermanos. Con todo mi corazón quisiera borrar algunos versos de esa composición. Yo no he querido distribuir   —294→   los ejemplares que me dieron de la impresión; pero no; puedo excusarme de remitir a usted esos dos adjuntos, ya porque usted lo desea, y ya porque estoy seguro de que usted suprimirá lo que debe suprimirse.

Ahora tiempos escribí unas leccioncitas de lógica propias para niñas. Después se aumentaron de modo que podían servir para niños. Posteriormente agregué algunas notas, y ya podían servir para los jóvenes; pero esas lecciones, son diminutas y por estar en forma de diálogo, no las creo a propósito para estudiantes de un colegio. A pesar de estos inconvenientes he sabido que se han destinado para que sirvan en las aulas de la capital, y esto me tiene sumamente disgustado. El señor Juan. Campuzano me escribió para que le remitiese la conclusión de este tratadito; como yo no conocía ese sujeto, supuse que sería algún profesor del colegio, y en este concepto le encargué que corrigiese esas lecciones. Ahora he sabido que es el impresor y que no puede desempeñar ese encargo. En este caso, usted como literato, coma patriota, como director de estudios, y como amigo mío, debe tomar providencias para que ese tratado sea provechoso, en caso de que insistan en adoptarlo, y para que los niños no pierdan su tiempo.

Me han hecho senador; el deseo que tengo de ver a mis amigos de Quito concurrirá en gran parte a hacerme vencer las dificultades que se oponen a mi viaje.

Estimaré a usted muy particularmente que haga afectuosas expresiones de mi parte a la señora Carmencita y familia. La mía retorna a usted sus memorias; y yo reitero a usted mis sinceras expresiones de amistad.

Soy su afectísimo amigo.

J. J. OLMEDO.

(Revista de la Escuela de Literatura. Quito. Año II, n.º 3, p. 165. 1887)



  —295→  

ArribaAbajoA la señora Josefa Guzmán

Señora doña Josefa Guzmán.

Paita, abril 12 de 1846.

Muy apreciada señora y amiga mía:

No puedo explicar a usted el gusto con que he leído las cartitas de las niñas, no sólo por las expresiones con que tanto me lisonjean, sino también por el esmero y perfección de la escritura. Será una lástima que no se adelanten en todo, y mayor lástima si se atrasan. Aseguro a usted que yo sentiría tanto el que perdiesen las gracias que tienen como el que me olvidasen.

Usted (debe) empeñarse en que todos los días consagren siquiera una hora o dos a leer, a escribir, a estudiar (sin molestarse) un poco de gramática castellana, ortografía, geografía, historia y mitología.

Estos estudios son muy agradables, y adornan mucho a una señorita. Sirven también para entender los libros que se leen y las conversaciones de las gentes.

Voy a tomarme la libertad de hacer algunas observaciones a sus preciosas cartitas.

Poxitivo -se escribe- positivo.
escrivir...escribir
  —296→  
berificado
...verificado
muy ...mui
ciempre...siempre
conserbo...conservo
apacionado...apasionado
hirce...irse
ciento...siento
deceo...deseo
se haya...se halle

Dispénseme usted esta confianza que nace de mi buena intención y del deseo de que esas amables amiguitas sean completas en todo.

Probablemente saldré dentro de 8 días, antes si me resuelvo a ir a Panamá en el vapor que llegará aquí el jueves 16, y de Panamá a Guayaquil. Éste es un rodeo, pero nada me asienta tanto como navegar. En todo lugar, en todo tiempo, usted y toda su amable familia deben persuadirse de que no olvidaré jamás el afecto con que ustedes me han distinguido, y de que seré siempre su

Más afectuoso amigo y servidor

J. J..OLMEDO.

(Museo Municipal de Guayaquil)



  —297→  

ArribaAbajoA J. M. Gutiérrez

Guayaquil, diciembre 31-846.

Señor don José María Gutiérrez.

Mí más apreciado amigo:

El vapor va a salir, y no tengo tiempo sino para saludar a usted (a quien pensé no poder escribir en esta ocasión), y decirle que en el empeño de complacerle, aunque sea a costa de mi pequeña reputación, he encontrado registrando mis borrones, esas dos piececitas ligeras, incompletas, y quizás no dignas de hacer una página en la brillante Pléyade Americana. Pero usted lo quiere, y allá van. No me atrevo a hacer lo mismo con algunas poesías eróticas.

Y adiós. De usted afectísimo amigo y servidor

J. J. OLMEDO.

Mucho me ha asustado usted diciéndome que a más de Junín, Miñarica, Epístola de Pope, tiene otras cositas mías para publicarlas. Cuidado, amigo. ¿Qué serán esas casitas? No se desacredite usted ni me desacredite. Ni mi edad, ni el nombre de usted, ni el mérito de su empresa, ni el tiempo es de cositas.

  —298→  

Amigo, vea usted hasta dónde va mi pereza, para corregir las pocas composiciones de mi musa, aun cuando están amenazadas de salir al público, que han pasado años antes de pensar en ese trabajo. Ahora por las insinuaciones de usted siento por la primera vez un lento y casi imperceptible desea de consagrar algunos ratos a esa ocupación verdaderamente ímproba y quizás infructuosa. Veremos lo que resulta.

Hoy -ahora- me ocurre una pequeña alteración en el canto de Junín, que en verdad está plagado de mil lunares. Ojalá que no sea tarde para que esta corrección tenga lugar en la América poética.

En la página 40 se dice, al fin:


Tal el astro de Venus refulgente
brilla de modo...



Parece cosa impropia en la boca de un inca tan grave, tan venerable este lenguaje astro de Venus, y así recomiendo a usted que esos últimos versos de la página 40 se reformen de esta suerte:


Tal se ve Héspero arder en su carrera;
y del nocturno cielo
suyo el imperio sin la luna fuera.



(La Prensa, Buenos Aires, 8 de agosto de 1948)



  —299→  

ArribaAbajoA don Andrés Bello

Guayaquil, enero 31 de 1847.

Mi muy querido compadre y más querido amigo:

Después de una larga peregrinación he vuelto del Perú, adonde fui a buscar salud, y no la encontré. Escribí a usted de Paita; y después de Lima, buscando la satisfacción de ver letras de usted, y no la encontré. Pedí la Gramática latina de Bello, y otros opúsculos del padre y del hijo, y todavía los deseo.

Con el Ministro del Ecuador, señor Millán (amigo mío particular, y a quien recomiendo mucho), va en clase de adjunto mi sobrino Juan Icaza, joven apreciable, de muy buena conducta, y que ha hecho gran parte de sus estudios en París. Él tiene inclinación a esa carrera, y empieza con el mejor agüero, pues, deseando aprovechar, y necesitando luces y consejos, fácilmente todo lo encontrará en usted, y ahí se lo entrego. Igualmente recomiendo al Ministro principal, y espero que hallará en usted todas las facilidades que necesita para llenar el laudable objeto que le lleva. De la maldita y fantástica expedición de Flores, ya no hay que hablar. Si se realiza (que lo dudo), me parece que la mayor parte de nuestra libertad y de nuestra gloria está reservada para Chile.

  —300→  

Si en las copiosas librerías de Chile, se encuentra la Divina epopeya de Soumet, muy mucho agradeceré a usted que me la mande. Empezaba a leerla en Lima, cuando me vine, y el dueño de ese único ejemplar me lo quitó al salir. Le aseguro a usted que me ha llenado, mejor diré, rebosado, el argumento de ese poema. ¿Qué es el incendio de Troya y la ruina de un imperio?, ¿qué es la fundación de otro, venciendo pequeñas hordas de salvajes?, ¿qué es la conquista de un sepulcro vacío, y la fundación de un reino pequeño y efímero?... ¿Qué es todo esto en comparación de la libertad de los infiernos, y la redención de los ángeles precitos? Yo no sé si en otros hará esta idea tanta impresión como en mí. Puede ser que no; porque en mí ha llovido sobre mojado... hace muchos años que, con mucha frecuencia, me asalta el pensamiento de que (aquí entre nosotros) es incompleta, imperfecta, la redención del género humano, y poco digna de un Dios infinitamente misericordioso. Nos libertó del pecado, pero no de la muerte. Nos redimió del pecado, y nos dejó todos los males que son efecto del pecado. Lo mismo hace cualquier libertador vulgar, por ejemplo, Bolívar: nos libró del yugo español, y nos dejó todos los desastres de las revoluciones.

No hay más tiempo que para saludar a mi comadre y a toda la familia, haciendo una expresión particular a mi Andrés.

Y adiós, mi querido amigo. Su

J. J. OLMEDO.

Se disipó la expedición de Flores. El gobierno inglés mandó embargar los dos grandes vapores, y el gran transporte, cuando iban a salir. Hasta el carbón que traían quedaba ya vendido públicamente.

(Vida de don Andrés Bello por Miguel Luis Amunátegui, pp. 289-291)





  —301→  

ArribaAbajoCartas históricas y políticas

  —[302]→     —303→  

ArribaAbajo(1811-1817)

  —[304]→     —305→  

ArribaAbajoA los señores comisionados del cabildo de Guayaquil

(INÉDITA)

Con esta fecha he recibido los poderes, instrucciones, lienzo de armas de la ciudad y los demás documentos, en 21 piezas numeradas desde el número 1 hasta el 21, que me remiten Vuestras Señorías por comisión del Excelentísimo Cabildo. Si como son justas y patrióticas estas instrucciones, tienen un éxito feliz, será para mí un doble motivo de satisfacción, ya por el bien que le resultará a mi patria, y ya por desempeñar en parte la grande obligación en que estoy constituido para con Su Excelentísima por el honor de haberme confiado su representación.

Sírvanse Vuestras Señorías hacer presente a Su Excelentísima que, teniendo ya en mi poder las instrucciones y el dinero que se me ha destinado, aprovecharé la primera oportunidad para salir a mi destino; y que en él será mi primera atención, mi única atención, procurar justificar de algún modo a los ojos de la Nación la elección de Su Excelencia.

Dios guarde a Vuestras Señorías muchos años.

Guayaquil; enero 27 de 1811.

JOSÉ JOAQUÍN OLMEDO.

Señores Comisionados del Excelentísimo Cabildo:

Don José Ignacio Gorrichátegui,

Don José López Merino, y

Don Manuel Ignacio Moreno y Santistevan.

(Archivo de la familia Pino Icaza)



  —306→  

ArribaAbajoAl Ayuntamiento de Guayaquil

(INÉDITA)

Excelentísimo Señor:

Como acabo de llegar y no tengo todavía alojamiento, no hay más tiempo que para dar a Vuestra Excelencia parte de mi feliz arribo a esta ciudad el día de ayer y de reproducir mis anteriores sentimientos.

Sería mucha ligereza en mí dar a Vuestra Excelencia alguna idea de estas cosas habiendo llegado apenas; pero algo se puede ver por los adjuntos impresos.

Dios guarde a Vuestra Excelencia muchos años.

Cádiz, septiembre 24-811.

Excelentísimo señor,

JOSÉ JOAQUÍN DE OLMEDO.

Al Excelentísimo Ayuntamiento de la Ciudad de Guayaquil.

(Archivo de la familia Pino Icaza)



  —307→  

ArribaAbajoAl Ayuntamiento de Guayaquil

(Número 4 Duplicado)

Excelentísimo Señor:

Hasta ahora solamente he recibido el atrasado y único Oficio de Vuestra Excelencia de marzo, en que me participa el arribo a esa plaza del nuevo Gobernador, el señor don Juan Vasco y el aplauso general de su recibimiento. Todo me ha sido de la mayor satisfacción, y todo corresponde a la idea que aquí se me ha dado de su carácter, y de su probidad.

No he querido presentar en las Cortes aquel Oficio, porque no es necesario. Las Cortes, el Gobierno, todos por acá están bien persuadidos de la acendrada lealtad y del genio naturalmente quieto y pacífico de esa Provincia. Así cuando los Ministros van en su día señalado a informar a las Cortes del estado de los negocios de su ministerio, y tratan de América, siempre se hace justicia a Guayaquil, siempre se le nombra con elogio, y siempre mi alma rebosa de placer oyendo las alabanzas de mi patria.

De nada más necesita ésta para florecer y ser feliz, que de un buen jefe, que conozca las proporciones ventajosas de ese país y las haga servir al provecho común. La instrucción, la actividad, el amor del orden y de la policía, y otras prendas que la opinión da al señor Vasco, me prometen tanto de su gobierno en beneficio de   —308→   esa Provincia, que anticipadamente me felicito de la próspera suerte que le espera.

Las noticias que tenemos de otros puntos de América, al par que hacen brillar más la conducta de Guayaquil y de todo el Perú, nos entristecen sobremanera. Y al fin, ¿qué conseguirán? Debilitarse, empobrecerse, derramar sangre americana, y dejar yermos y desolados unos países que están llamados por la naturaleza a ser el teatro de la agricultura, el templo de las artes, el centro del comercio de todas las naciones y el depósito de las riquezas del mundo.

Es verdad que tan hermosa perspectiva no se presenta sino a lo lejos, y no podrá realizarse ni en los pueblos quietos, en estos días nublosos y desgraciados. Días más claros y serenos brillarán en breve, se disiparán las nubes y tempestades, y los pueblos tranquilos y leales, bajo el nuevo y liberal gobierno español, hallarán abiertos los caminos por donde marchaban a su engrandecimiento, mientras los otros se encontrarán al fin con ruinas y con campos perdidos o erizados de abrojos, en lugar del trigo, del cacao, del arroz y del maíz, y, secas todas las fuentes de prosperidad, habrán retrocedido doscientos años en su carrera.

Nadie como Vuestra Excelencia puede contribuir a que sea constante la conducta de ese pueblo, tan inclinado por sí mismo al bien y a la paz; y nadie como Vuestra Excelencia será más acreedor a las gracias y reconocimiento de la Nación.

Dios guarde a Vuestra Excelencia muchos años.

Cádiz, diciembre 10 de 1811.

JOSÉ JOAQUÍN DE OLMEDO.

Al Excelentísimo Ayuntamiento de la Ciudad de Guayaquil.

(Archivo del Instituto Superior de Humanidades Clásicas. Cotocollao)



  —309→  

ArribaAbajoAl Ayuntamiento de Guayaquil

(INÉDITO)

(Nº. 8)

Excelentísimo Señor:

Por mis repetidos oficios he procurado remitir los papeles públicos para que Vuestra Excelencia forme idea del estado de la Península, y de las esperanzas que promete nuestra situación.

También he participado a Vuestra Excelencia de los pasos que he dado en nuestras pretensiones, cuya noticia duplico en esta ocasión por la fragata Cantabria.

Dije a Vuestra Excelencia que había trabajado una memoria bien circunstanciada sobre la erección de Obispado en esa provincia. Pero ésta no ha tenido curso por ahora, porque están suspensos todos los asuntos en que es necesaria la intervención del Papa; y mientras se resuelve el modo de suplirla, están durmiendo una multitud prodigiosa de expedientes; cuya circunstancia es otro motivo que hará muy lenta una solicitud que yo miraba con el mayor interés. Espero que las demás, sin esos embarazos, tengan más fácil expedición, como son la erección de un consulado en esa ciudad y la representación sobre el desproporcionado impuesto con que la Junta de millones de México gravó los cacaos de esa provincia. La de consulado pasará estos días a la nueva Regencia, y   —310→   la otra, después de hacerla buscar en la Secretaría de Hacienda de Indias, ha pasado antes de ayer al Ministro a quien verbalmente he repetido lo que en aquella representación con tanta fuerza expone Vuestra Excelencia.

Las Cortes han concluido ya la Constitución política de España; han formado un gobierno estable con el nombre de Regencia del Reino, y han constituido un nuevo Consejo del Estado, el cual por ahora se ha compuesto de veinte individuos de los cuales seis son americanos. La Constitución pide para el Consejo de Estado cuarenta, de los que doce cuando menos serán naturales de América; pero se han elegido ahora veinte solamente, dejando la elección del resto para cuando vuelva el Rey, o para cuando varíen las circunstancias.

La Regencia se compone de cinco individuos, dos americanos, y hasta ahora ha llenado la expectación pública. La conclusión de estos trabajos anuncia la proximidad de la disolución de las Cortes, que se verificará dentro de dos meses . No por esto pienso que podré concluir mi comisión, pues debe quedar una diputación permanente hasta que se congreguen las primeras Cortes futuras; y temo que la circunstancia de ser yo propietario me haga preferir a otros a quienes cedo en luces y talentos. Esta prolongación de mi encargo será en las actuales circunstancias la perfección del sacrificio que he hecho tan voluntariamente a mi patria.

En esta ocasión por la fragata Cantabria remito a Vuestra Excelencia una colección de los decretos de las Cortes desde 24 de septiembre de 1810, el reglamento de la Regencia y otros papeles. No remito la Constitución porque está imprimiéndose. La que corre en tres cuadernitos no la incluyo porque muchos de sus artículos no están aprobados, y se imprimió antes de la discusión, para repartirla entre los Diputados y para que estudiasen y meditasen los puntos antes del examen y de la aprobación.

No sé a qué atribuir la falta de letras de Vuestra Excelencia que   —311→   yo quisiera ver con más frecuencia para dirigirme mejor.

Dios guarde a Vuestra Excelencia muchos años.

Cádiz, febrero 23 de 1812.

Excelentísimo Señor.

JOSÉ JOAQUÍN DE OLMEDO.

Somos 26.

Se me acaba de avisar que se ha decretado por la Regencia que los Virreyes del Perú y México informen sobre nuestra representación por el impuesto con que la Junta de millones gravó los cacaos de esa provincia. Ya esperaba más. Se me ha prometido que esta misma ocasión seguirá la providencia para el del Perú, lo que servirá a Vuestra Excelencia de gobierno.

La colección de decretos de las Cortes, gacetas y otros impresos diferentes de los que acompañan este oficio, van por mano de don José Cerdá, Canónigo de Guamanga.

Al Ilustrísimo Ayuntamiento de la Ciudad de Guayaquil.

(Archivo de la familia Pino Icaza)



  —312→  

ArribaAbajoAl Ayuntamiento de Guayaquil

(INÉDITO)

(Nº. 10, duplicado)

Excelentísimo Señor:

Hasta esta fecha sólo he recibido un oficio de Vuestra Excelencia; yo he escrito todas las ocasiones que expresa el número del presente.

Como acabo de salir de una larga y grave enfermedad, y además las Cortes están sumamente recargadas de expedientes muy anteriores a los que yo he promovido en bien de mi provincia, no puedo dar hoy a Vuestra Excelencia una justa idea del estado de nuestras pretensiones. Muchas de ellas están ya concedidas por la Constitución de la Monarquía, que está ya sancionada y publicada; de la que incluyo un ejemplar.

Como las Cortes temen que el nuevo orden de cosas que se ha establecido halle algunos embarazos después que ellas se disuelvan, han resuelto velar ellas mismas sobre su obra, y no disolverse hasta la congregación de las Cortes próximas que será en octubre de 813. Para este fin se ha hecho ya la convocatoria que está bajo la prensa y seguirá en próxima ocasión. Como los actuales diputados no pueden ser reelegidos, y además los nuevos deberán venir con la mayor brevedad, anticipo esta noticia a Vuestra Excelencia para que empiece a arreglar y organizar el   —313→   censo de esa provincia, y se haga la elección oportunamente.

Los adjuntos papeles públicos y gacetas darán a Vuestra Excelencia idea del estado de nuestra situación política y militar.

Dios guarde a Vuestra Excelencia muchos años.

Cádiz, junio 7 de 1812.



Cádiz, agosto 3 de 1812.

A la anterior no ocurre nada que añadir sino los felices sucesos de las armas aliadas cerca de Salamanca, y las noticias de la paz de Rusia y Turquía y su alianza contra Francia y el Austria. Ambas circunstancias han dado a nuestra situación el aspecto más favorable. Vuestra Excelencia se instruirá más individualmente por los adjuntos papeles.

Dios guarde a Vuestra Excelencia muchos años.

Excelentísimo Señor:

JOSÉ JOAQUÍN DE OLMEDO.

Excelentísimo Ayuntamiento de la ciudad de Guayaquil.

(Archivo de la familia Pino Icaza)





  —314→  

ArribaAbajoA Su Alteza Doña Carlota Joaquina de Borbón

Señora:

El honor de una carta tan expresiva como la de Vuestra Alteza Real no sólo ha sido sobre mis esperanzas, sino aun sobre mis deseos; y por esta gracia tan superior a mi mérito como a todo encarecimiento, me obliga Vuestra Alteza Real desde hoy a vivir y morir siéndole ingrato.

La declaración de los derechos eventuales a la corona de las Españas que han hecho las Cortes en favor de Vuestra Alteza Real siguiendo nuestras primeras leyes injustamente anticuadas, ha sido recibida con general aplauso. ¡Oh, pueda este acontecimiento traer los gloriosos días de Isabel, y apresurar los grandes destinos a que está llamada la nación española!

Mi imaginación, Señora, se adelanta a estos días de gloria; me felicito de la parte con que he contribuido, y recibo de antemano, como única recompensa, la parte que me toque de las bendiciones que darán los pueblos a las Cortes, cuando ensanchando los límites de nuestro imperio acá y allá del mar, vean aumentarse su riqueza, vivan libres y felices en su patria, y sean envidiados y temidos de todas las naciones.

A Su Alteza Real Doña Carlota Joaquina de Borbón, Princesa del Brasil.

Señora.

JOSÉ JOAQUÍN DE OLMEDO.

Cádiz, agosto 8 de 1812.

(El borrador autógrafo en el Museo Municipal de Guayaquil)



  —315→  

ArribaAbajoAl Ayuntamiento de Guayaquil

(INÉDITO)

Excelentísimo Señor:

El oficio de Vuestra Excelencia de 20 de abril me da la mayor satisfacción con la noticia de haberse verificado ya la elección de Diputado por esa Provincia a las Cortes ordinarias; lo que me es muy plausible, no sólo porque, mejorando esa Provincia de representante, conseguirá mejor sus justas solicitudes, sino también por haber recaído la elección en un amigo mío de tanto mérito como don Vicente Rocafuerte, cuyo patriotismo y actividad me son tan conocidas.

Es muy justa la observación de Vuestra Excelencia sobre mi insinuación en favor de don Miguel Moreno; y yo jamás pretendí por ella coartar la debida libertad de la elección. Entonces hablaba yo con el anterior Ayuntamiento, y hablándole creía hablar con el pueblo que representaba; además de que, reducidos los antiguos regidores a la clase de ciudadanos en el tiempo de la elección, no podrían tener más influjo en ella que el que les daba su simple voto.

Por la acta de sesiones N.º 20 que incluyo se informará Vuestra Excelencia de la satisfacción con que las Cortes oyeron la exposición de ese Ayuntamiento participándoles la elección de Diputado.

Vuestra Excelencia extrañará, como lo extraña ese vecindario, el que yo no haya promovido las pretensiones del Ayuntamiento que constaban de las instrucciones. Para vindicarme de estas reconvenciones no tengo más que decir   —316→   sino que la Constitución y los decretos de las Cortes generales sobre el gobierno económico de las Provincias, sobre arreglo de tribunales y las atribuciones concedidas a los Ayuntamientos (en todo lo cual tengo la satisfacción de tener parte como individuo que he sido de alguna de esas comisiones, y como diputado) todo deja allanadas las pretensiones de ese cuerpo y satisfechos sus patrióticos deseos, si no en el todo a lo menos en la mayor parte. Solamente dos puntos están pendientes y son precisamente aquellos en que yo estaba más empeñado y miraba con el mayor interés: a saber el obispado y el consulado.

Por lo que hace a lo primero, nadie puede acusarme de inacción y descuido, pues todo el trabajo estaba ya hecho; y si yo lo hubiera creído oportuno, nada más había que hacer sino presentarlo a las Cortes. Los individuos del anterior Ayuntamiento saben muy bien y alguno del primero constitucional, como el señor Trejo, que yo trabajé una extensa y circunstanciada memoria sobre la necesidad de erigir allí un obispado, venido aquí la di a examinar a personas que saben más que yo, y tuve la satisfacción de no haberla enmendado. De esto se infiere que si yo no he entablado esta solicitud tan deseada de todos y de mí, ha sido por razones muy poderosas que no es lugar de referir ahora, las cuales si yo hubiera dado algún paso, habrían entorpecido para mucho tiempo la solicitud Rocafuerte y yo aprovecharemos la oportunidad de hacer la pretensión con provecho.

Por lo que hace al consulado yo había pensado en una diputación independiente, pero razones políticas y la situación de Lima han inutilizado todas mis tentativas. ¡Quiera Dios que, mudando de semblante las cosas, el nuevo diputado sea más feliz, ya que no pueda amar a su patria más que yo!

Aprobada la elección creía yo que podría regresar; pero no se verificará mi vuelta, porque seguramente quedaré de suplente por los diputados que faltan del Perú. Desde entonces ya mis dietas no correrán de cuenta de esa Provincia.

  —317→  

Las Cortes han resuelto trasladarse a Madrid, ya por huir de la epidemia de Cádiz, y ya especialmente porque la situación militar de España lo exigía. Venimos a esta isla de León en donde hemos permanecido dos meses y dentro de cuatro días salimos a nuestro destino a pesar del rigor de la estación y de los peligros del camino. El día 15 de enero del año que viene debe celebrarse en Madrid la primera sesión. Desde allá escribiré a Vuestra Excelencia lo que de nuevo ocurriere.

Las noticias del norte no pueden ser más favorables; Bonaparte derrotado y abandonado de todos sus amigos se halla sin recursos, y, si se aprovechara bien el fruto de estas nuevas victorias, se puede asegurar que ha llegado el día de su ruina. Por todas partes se encuentra con una guerra en los mismos límites de su imperio; pues por aquel lado Maguncia está sitiada por los Reyes aliados, y por éste nosotros estamos en las cercanías de Bayona. Vuestra Excelencia se informará de todo por los adjuntos impresos.

En memoria de la publicación de la Constitución las Cortes generales mandaron acuñar una medalla que debía repartirse entre todos los que tuvimos el honor de firmarla. Yo no puedo dar un mejor destino a la que me ha cabido en parte que ofrecerla a ese Ayuntamiento y suplicarle admita ese obsequio pequeño por la materia y por el sujeto que la ofrece, pero grande por la voluntad, y mucho mayor por lo que representa.

Dios guarde a Vuestra Excelencia muchos años.

Excelentísimo Señor:

JOSÉ JOAQUÍN DE OLMEDO.

Isla de León, diciembre 18 de 1813.

Al Excelentísimo Ayuntamiento Constitucional de Guayaquil.

(Archivo de la familia Pino Icaza)



  —318→  

ArribaAbajoAl Secretario de Estado y del Despacho universal de Indias

( Informe N.º 2)

Excelentísimo Señor:

Este informe debe reputarse como un suplemento al informe principal N.º 1 que con esta misma fecha han presentado a Vuestra Excelencia los dos diputados de la provincia de Guayaquil.

Como esta provincia por su población, que es de 60000 almas poco más o menos, no debía tener más que un solo diputado en Cortes, para evitar alguna equivocación, es preciso advertir que yo vine elegido por aquella provincia, más ha de dos años, y que, sin embargo de haber venido en el último mes de las Cortes mi sucesor don Vicente Rocafuerte, seguí yo en la diputación, por no estar completa la representación del Perú. Hago esta observación para dar, separadamente por mí solo, cuenta al Ministerio de las pretensiones que hice durante mi diputación, y de las razones que me movieron para no entablar otras, sin embargo de que eran de la mayor importancia.

1.º: Tiene el primer lugar entre esas pretensiones la erección de un obispado, que muchos años ha deseado en vano mi provincia. Sus recursos y representaciones han sido despreciados por espacio de veinte años; pero al   —319→   fin ha llegado la época en que el Gobierno español tiene abiertos los ojos sobre las necesidades de los pueblos de América, abiertos sus oídos para oír sus quejas y pretensiones, y abiertas las manos para dispensarles gracias, beneficios y justicia.

La memoria que hoy presento a Vuestra Excelencia relativa a la erección del obispado estaba trabajada casi desde los principios de mi incorporación en las Cortes, esperando la oportunidad para ser presentada; pero la total incomunicación con la Santa Sede, sin cuya intervención todos los pasos habrían sido inútiles en esta materia, me retrajo de promoverla por entonces, observando que las Cortes, en asuntos aun menos difíciles de esta clase (como era la confirmación de Obispos electos tan reclamada por los Prelados y por los pueblos), procedían con una morosidad excesiva, retraídas quizá por la autoridad y delicadeza de la resolución o quizá también por el presentimiento de que pronto sería restituido a la Iglesia su Pastor ausente y perseguido.

Pero, aun sin este embarazo, quizá me habría excitado a no promover esta solicitud con precipitación la consideración de que entonces aún vivía el Reverendo Obispo de Cuenca don Andrés Quintián, pues este celoso Prelado ha cía los más importantes servicios a la buena causa mientras ardía el fuego de la insurrección en la provincia de Quito y amenazaba a la de Cuenca, y no convenía separar de aquella diócesis un Pastor que tanto la servía, persuadiéndome que no debería verificarse la división del obispado sin trasladar a su benemérito Obispo a mejor mitra, en lo cual habría perdido mucho la causa pública. Pero felizmente ha mudado de aspecto la insurrección de Quito, y también por desgracia ha muerto el celoso obispo Quintián, de cuya pérdida podrá consolarse mi provincia si Vuestra Excelencia, acogiendo benignamente sus ardientes deseos, promoviese la erección en ella de un obispado, por tantas y tan sólidas razones que van expuestas extensamente en el informe N.º 1. Acompaño ahora los documentos fehacientes que acreditan la extensión de aquella provincia, el número de sus habitantes,   —320→   el número de curatos y de pueblos, la cantidad a que ascienden sus diezmos y finalmente lo que rinde la provincia de Cuenca por sí sola desmembrada de la de Guayaquil. -Documentos N. A.

2.º: La pretensión que hace mi provincia en el informe principal al N.º 6 para que se erija allí un tribunal de consulado o a lo menos una diputación consular independiente, es importantísima y la reclama hoy con la mayor eficacia. Aunque las Cortes negaron igual solicitud al diputado de Montevideo, considerando yo que mi provincia, si no tenía mayores derechos que la otra, tenía mayores proporciones y mayor necesidad de aquel establecimiento, presenté en la Secretaría de Cortes la misma memoria que hoy presento a Vuestra Excelencia; pero por aquel tiempo empezó a tratarse del proyecto de ley de arreglo de tribunales, según el cual se debía dar cuanto antes una forma uniforme a todos los cuerpos en que se ventilaban los negocios de fuero particular, como los de comercio, etc. Esta circunstancia hacía conocer que no era justo promover entonces una medida particular que después había de extinguirse o variarse por la nueva ley. Mas, habiendo cesado ya los motivos que entorpecieron esta pretensión, es preciso que Vuestra Excelencia, en vista de los fundados motivos expuestos con extensión en el citado informe, se persuada de que son muy graves los perjuicios que sufre el comercio de Guayaquil por no tener un tribunal de consulado, no sólo porque, para introducir sus recursos al tribunal de quien depende, tiene que ocurrir a más de trescientas leguas, sino también porque con esa dependencia sufre exhibiciones frecuentes y considerables que lo imposibilitan de atender a las necesidades del país. Así la ría se obstruye cada día más y más, porque no hay fondos para limpiarla, y el Hospital está en la mayor decadencia, mientras Guayaquil contribuye al fomento de los hospitales de otros pueblos, teniendo que recurrir para sostener el suyo a la caridad de los vecinos. Y aunque este fondo de caridad parece inagotable en un pueblo tan religioso y generoso como el de Guayaquil; sin embargo, está siempre expuesto a todas   —321→   las vicisitudes que sufren ordinariamente la virtud y la fortuna de los hombres.

3.º: El primer Consejo de Regencia pidió al Reino de Nueva España un empréstito forzoso de veinte millones de pesos para las urgencias de la Madre Patria, y estableció para su recaudación una Junta presidida por el Virrey, dándole facultades extraordinarias para hacer impuestos sobre el comercio, pagar crecidos intereses y adoptar arbitrios de cualquiera clase para llenar su objeto. La Junta para hacer efectivo el empréstito no se paró en el examen de los medios, y con poco acuerdo gravó los cacaos de Guayaquil con una desproporción enorme respecto de los de Caracas y Soconusco, imponiendo a los de mi provincia un gravamen igual y quizá mayor al principal sobre cada fanega, cuyas circunstancias constan extensamente en la representación que por entonces hizo el Ayuntamiento de Guayaquil al Virrey de México, inserta en el informe general al N.º 11. Luego que llegué a Cádiz agité este asunto y reclamé tantos perjuicios, en una representación que existe en la Secretaría de Hacienda. El resultado de esta diligencia fue que se pidió por el Gobierno informe a los Virreyes del Perú y México. Éste es aún el estado de esta solicitud pendiente, que merece toda la atención de Vuestra Excelencia para que no sufra un mal tan considerable el comercio de mi provincia, que por la situación de la Península y la insurrección del reino Mexicano ha venido a un estado verdaderamente deplorable.

4.º: En la Secretaría de Guerra existe un informe del actual Presidente de Quito que tan importantes servicios ha hecho en la pacificación de aquella provincia, proponiendo las ventajas que resultarían de trasladar la Comandancia General de las Armas a Guayaquil, que hoy existe en Quito, dejando la Audiencia o bien en el mismo Quito o bien en Cuenca. Como esta variación, atendido el estado de aquellas provincias puede traer los más felices resultados en la duradera pacificación y fomento   —322→   del país, la recomiendo eficazmente a Vuestra Excelencia para que adopte lo que crea más conveniente y político en estas circunstancias, añadiendo solamente que la situación local de Guayaquil es tan favorable a este proyecto como pudiera desearse.

5.º: Igualmente recomiendo a Vuestra Excelencia todos los demás puntos insertos en el Informe principal, no sólo aquéllos en que se interesa el bien público de la provincia, sino también aquéllos que contribuyen al mayor decoro del Ayuntamiento de Guayaquil y de los beneméritos individuos que lo componen.

6.º: Por último, mi provincia reclama una grande injusticia que está sufriendo cerca ha de diez años, y de intento he reservado este asunto para el último lugar para fijar más en la atención de Vuestra Excelencia. El comercio de Guayaquil alcanzó de la benignidad del Rey la gracia de rebaja de las tres cuartas partes de derechos de todos los frutos y manufacturas nacionales que se comerciasen recíprocamente de unos puertos con otros, por Real Orden de 12 de enero de 1804, referente a la de 1 de febrero de 1800 en que se extendió al Perú la misma gracia concedida al reino de Nueva España en 10 de abril de 1796. Asimismo mandó Su Majestad en la citada Real Orden se devolviesen los derechos que se habían exigido desde que el Virrey de Santa Fe (de quien dependía entonces Guayaquil) mandó a los oficiales principales de la Aduana llevar cuenta separada de aquellos daños, hasta que se declarase en la Corte que también Guayaquil estaba comprendida en aquella gracia. Declarose en efecto, pero como cuando llegó la declaración estaba ya agregada mi provincia al Virreinato del Perú en los ramos de hacienda y guerra, el Virrey de Santa Fe, que había apoyado la solicitud, tuvo que pasar la Real Orden al Virrey de Lima para su cumplimiento. En efecto, se puso en práctica por muy corto tiempo, cuando repentinamente fue una contraorden de Lima suspendiendo la gracia. Esta suspensión provino de que el Administrador de la   —323→   Aduana de Lima, queriendo labrar mérito sobre la ruina del comercio de Guayaquil, interpretó que la gracia le había sido concedida en consideración de que mi provincia estaba sujeta a Santa Fe, y que hallándose en el día agregada al Perú, no debía gozar de ese favor, pues la gracia no debía entenderse con lo que se comerciaba entre los puertos de un mismo Virreinato, sino entre los puertos de un Reino con otro. Esta cavilosidad sorprendió al Virrey Marqués de Avilés e hizo revocar la Real Orden por un mero decreto en enero de 1806, aun sin consultar a su Majestad. La frívola razón del Administrador de Lima se funda en que no debía comprender la gracia a Guayaquil por hallarse agregado al Perú y ser uno de los puertos de un mismo Virreinato. Pero compárense las fechas de las Reales Ordenes, y se descubrirá el error (por no decir injusticia) con que se ha procedido. La orden de agregación de mi provincia al Perú es de 13 de agosto de 1803, y la orden en que se amplía a Guayaquil la rebaja de derechos es de 12 de enero de 1804, muchos meses posterior a la primera. Por aquí se conoce claramente la voluntad del Rey en favorecer mi provincia; se conoce el derecho que ella tiene a esa gracia; se conoce la injusticia que se le ha hecho, los perjuicios considerables de su comercio y la moderación con que los ha sufrido tanto tiempo, sólo en consideración al estado en que se ha hallado la Real Hacienda acá y allá del mar y las graves atenciones y cuidados en ambas partes de la monarquía.

Esta justa solicitud no fue presentada a la Regencia del Reino, porque las Cortes estaban uniformando el sistema de derechos y contribuciones con absoluta igualdad en todos los puertos de la monarquía. Vuestra Excelencia, pues, debe fijar su consideración en que Guayaquil está privado de un beneficio de que gozan todos los otros puertos del sur, que ni solicitaron esa gracia, ni han hecho tantos servicios y sacrificios por la buena causa de la América y de la Madre Patria. Véanse los documentos N.º B.

Finalmente espero que estos principales artículos de las instrucciones de la fiel provincia de Guayaquil y de   —324→   sus pretensiones particulares, como las demás insertas en el informe principal no desmerecerán la atención de Vuestra Excelencia, que tantas pruebas ha dado de desvelarse en el fomento y prosperidad de la América confiada a su ilustrado celo y patriotismo.

Dios guarde a Vuestra Excelencia muchos años.

Madrid, septiembre 10 de 1814.

Excelentísimo señor:

JOSÉ JOAQUÍN DE OLMEDO.

Excelentísimo señor Secretario de Estado y del Despacho Universal de Indias.

(Archivo de la familia Pino Icaza)