ADVERTENCIA.-El moblaje de la pieza, aquí descrito,
es, poco más o menos, el que resulta del inventario
mandado levantar, después de la caída de Rosas,
por el gobierno de la Provincia y existente en el Archivo
general de la Nación.
Escena I
|
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CORVALÁN,
DON BERNARDO VICTORICA, jefe de policía, un ORDENANZA.
|
LA VOZ DEL SERENO.-
¡Viva la Federación! ¡Mueran
los salvajes unitarios!¡Las doce y media han dado y serenooo!...
|
VICTORICA.-
Las doce y media, y nada todavía del
Restaurador ni de su hija. ¿A qué atribuye usted,
Corvalán, una demora tan insólita? |
CORVALÁN.-
Muy claro me parece, Victorica: al deseo de ocultar a Manuela,
siquiera hasta mañana el asesinato de esta tarde...
|
VICTORICA.-
(Sombrío.) Días terribles se nos
anuncian, Corvalán; hace una semana, el fusilamiento
de Cullen; hoy, el asesinato del doctor Maza, y esta noche
¿quién sabe qué suerte espera al hijo de la
reciente víctima? Y esto, es lo que trasciende
—117→
al
público, fuera de lo que sólo nosotros sabemos.
Momentos tengo, mi viejo amigo, en que se me hace intolerable
esta existencia. Sin contar con que de estos actos, algún
día se nos pedirá cuenta, por más que
pretendamos no haber sido sino instrumentos de obediencia
pasiva. |
CORVALÁN.-
Tan cierto es, que yo suelo bendecir
esta vejez mía que probablemente me evitará
esa hora fatal de la liquidación, señalando
a mi vida un término más breve que a la tiranía...
|
VICTORICA.-
[Lo único que me incita a continuar en
este odioso oficio, entre las patadas del amo y los insultos
de los enemigos, es precisamente ¿lo creerá usted?
el mismo vociferar continuo, y calumnioso por su exageración,
de aquella prensa unitaria que desde el extranjero nos cubre
de ignominia...] ¡Qué destino el nuestro! Esta noche,
al venir de casa al departamento, la ciudad me semejaba un
cementerio, y me sentía tétrico como al volver
de un entierro de familia.
|
—118→
|
CORVALÁN.-
(Meneando
la cabeza.) Sí, nuestra vida es triste.
(Un ORDENANZA
asoma a la puerta.)
¿Qué hay? |
EL ORDENANZA.-
(Dirigiéndose
a CORVALÁN.) El teniente coronel Maestre y el capitán
Manuel Gaetán, que se encuentran en la antesala desde
las nueve, hacen preguntar al señor general si seguirán
esperando... |
CORVALÁN.-
El comandante Maestre puede
retirarse, pero el capitán debe quedar hasta la venida
del señor Gobernador, que no puede tardar...
(Venia
y salida del ORDENANZA.)
Basta y sobra (Mueca de repugnancia.)
con el tal Gaetán. (Parando el oído hacia la
calle.) Siento un ruido de coche: han de ser ellos.
|
|
(Se levantan
los dos, ya abierta la puerta del patio, se colocan a uno
y otro lado. Entran ROSAS, MANUELA y MARÍA JOSEFA.
ROSAS está de poncho y sombrero de copa alta y cónica,
a la moda del tiempo; las señoras de velo y vestido
negro, bajo sus abrigos. Éstas saludan afablemente
a los dos FUNCIONARIOS; ROSAS apenas les mueve la cabeza,
tratándolos como sirvientes.)
|
Escena II
|
|
Dichos,
ROSAS, MANUELA, MARÍA JOSEFA.
|
ROSAS.-
(Sombrío.)
Victorica, pasemos un momento a mi despacho particular, para
que me dé el parte de la noche. (Entran a la derecha.)
|
CORVALÁN.-
(A MANUELA.) Ante todo, Manuelita, le
aviso que Rosita Fuentes ha estado aquí dos veces
esta noche, en busca de usted; la acompañaba Jaime
Thompson. Muy abatida, la infeliz, con la tragedia de esta
tarde, como usted sabrá... sin contar, demás...
|
MANUELA.-
(Impetuosamente.) ¿Qué tragedia? Si no
sé nada... |
MARÍA JOSEFA.-
Pero ¿está
usted loco, Corvalán? Recibirnos con esos chismes...
|
MANUELA.-
(Imperiosa.) No te entremetas, ¿no, María
Josefa? a querer engañarme como a una chicuela...
Y
—120→
usted, Corvalán, refiérame en dos palabras
lo que ha sucedido. |
CORVALÁN.-
(Desabrochándose
a la fuerza.) Pues, esta tarde, a las seis y media, en su
despacho de la Junta, ha sido asesinado el doctor Maza...
|
MANUELA.-
(Dando un grito y llevándose las manos
a la cabeza.) ¡Oh! ¡qué horror!... (Silencio.) Por
eso habría venido Rosita, llena de aflicción,
y también acaso... (Con acento febril.) No me oculte
nada, Corvalán: Ramón está, como quien
dice en capilla, ¿verdad?
(CORVALÁN inclina la cabeza
sin contestar.)
Pues, hágame un gran favor: ordene
de mi parte que vaya el coche a traer a Rosita; ha de estar
todavía en casa de Salomé Guerrico... Que la
espero...
(CORVALÁN se inclina y sale a cumplir.)
Gracias, mi viejo amigo. (A MARÍA JOSEFA.) ¿Por
qué no aprovechas el coche que cruza la calle de Potosí
y te deja en tu casa? |
MARÍA JOSEFA.-
Me parece bien.
Buenas noches, Manuelita: no te aflijas tanto. (Le da un
beso y se va.)
|
—121→
|
MANUELA.-
Buenas noches, María Josefa.
Disculpá mis nerviosidades que harto motivo tienen.
Yo paso a mi dormitorio, aunque por cierto no me acostaré...
(Se separan, yéndose MARÍA JOSEFA por el foro
y MANUELA por la izquierda. Al rato vuelve CORVALÁN,
a tiempo que salen de la pieza inmediata ROSAS y VICTORICA.)
|
CORVALÁN.-
(Desde la puerta sin fijarse en que MANUELA
no está.) Ya está todo cumplido... (Aparte.)
¡Oh! ¡ya se ha retirado!... (Se queda sobrecogido delante
de ROSAS.) |
Escena III
|
|
Dichos; después el CAPITÁN
GAETÁN.
|
ROSAS.-
(Suspicaz.) ¿Qué ha ocurrido
Corvalán? |
CORVALÁN.-
(Procurando evitar el
chubasco.) Nada que merezca atención, Excelentísimo
Señor. La señorita Manuelita, sabedora de que
Rosita Fuentes la había buscado esta noche, le ha
mandado el coche para que venga
—122→
a hablarla, si tiene urgencia.
|
ROSAS.-
Pero, ¿sospecha algo la Niña? |
CORVALÁN.-
(Balbuciendo.) Señor, me ha interrogado en forma tan
apremiante que no he podido ocultar... |
ROSAS.-
(Con un gesto
de ira.) ¡Ah, viejo estúpido! ¡Ya la embarró!...
(Al punto se contiene.) ¿Y qué hizo Manuela al recibir
la noticia? |
CORVALÁN.-
(Temblando.) Entre suspiros
y lágrimas, se retiró a sus habitaciones, disponiendo
que después de dejar a doña María Josefa,
fuese el coche a buscar... |
ROSAS.-
(Interrumpiéndole
brutalmente.) ¡Ya lo dijo! ¡Que está chocho! (Después
de reflexionar.) ¡Bah! tanto vale... De todos modos era imposible
mantener por más tiempo el secreto. |
VICTORICA.-
(Para
acabar de disipar la tormenta.) Excelentísimo Señor,
el Capitán Gaetán está esperando las
órdenes de Vuestra Excelencia.
|
—123→
|
ROSAS.-
¿Gaetán?
¿Por qué no también el comandante Maestre?...
|
VICTORICA.-
Señor, también estaba; pero le
permitimos retirarse porque Gaetán solo es quien ha
ejecutado el acto; el otro apenas lo ha presenciado, como
éste se lo explicará... Pero si Vuestra Excelencia...
|
ROSAS.-
Luego veremos. (Con cierta repugnancia.) Que entre
el Gaetán. (Se sienta al escritorio de la derecha.)
|
GAETÁN.-
(Con uniforme de cuartel; hace la venia.)
Excelentísimo Señor... |
ROSAS.-
(Indicándole
su derecha, a tres pasos.) Póngase delante de mí,
a la luz, y refiera lo hecho, en pocas palabras, sin rodeos
ni floreos... |
GAETÁN.-
(Cuadrándose, habla
sin un gesto.) Excelentísimo Señor: a las seis
y media, conforme a la orden recibida, siendo ya de
—124→
noche
obscura, penetramos en el local de la Junta el teniente coronel
Maestre y yo, quedando afuera, para guardar la entrada, el
pardo Félix Patín. Encontramos al presidente
Maza escribiendo en su despacho, a la luz de una vela, que
a gatas alumbraba la mesa. Entrando de puntillas por la puerta
que él tenía a la espalda, pudimos acercarnos
sin ser sentidos. Yo traía mi daga desnuda; en momento
de levantarla nos vio el oficial de sala don Domingo Cabello,
que estaba junto a la mesa. Echó a correr hacia la
sala de sesiones, donde se perdió, perseguido por
Maestre, mientras yo me arrimaba al presidente hasta tocarlo
y le hundía mi puñal en el pecho. Dio un grito
sordo y se levantó a medias al recibir el golpe, repitiendo:
«Basta, paisano, basta...» Le contesté, asestándole
una segunda puñalada... No sé si debo repetir
lo que me salió... |
ROSAS.-
(Aparentando calma.) Diga
no más... |
GAETÁN.-
«¡Qué basta, ni
qué basta, traidor, hijo de una tal...» Hizo un último
esfuerzo para incorporarse y volvió a caer: estaba
muerto.
—125→
Limpié mi puñal en el papel en que
estaba escribiendo y que resultó ser su renuncia.
Es todo... |
ROSAS.-
(Después de un rato de silencio
angustioso en que todos contienen su respiración.)
Ignoro si han cumplido una orden de la Sociedad Popular...
Pero supongo (Con acento de ira y desprecio.) que nadie les
mandó ultrajar a la víctima en su agonía...
|
CORVALÁN.-
(Desconcertado y balbuciente.) Excelentísimo
Señor... |
ROSAS.-
(Aparte.) ¡Mi viejo Manuel Vicente!...
(Reportándose; alto a VICTORICA.) Aunque le consta
a usted que no se ha obrado de orden mía, no debo
desautorizar a la Sociedad Popular.... A lo hecho, pecho...
(A GAETÁN.) Puede retirarse. (GAETÁN se retira,
haciendo la venia sin que ROSAS se digne mirarlo.) A éste
no se le pierda de vista, por si reclama una presa la vindicta
pública. (A CORVALÁN.) ¿Se habrá recogido
la Niña?
|
—126→
|
CORVALÁN.-
Excelencia, voy a preguntarlo
a la negra Eugenia... (Sale por la puerta de la izquierda.)
|
ROSAS.-
(Solo.) ¿Con quién abrirme? ¿De quién
escuchar una opinión que no sea la sugestión
del miedo o el impulso del egoísmo? (Vuelve CORVALÁN.)
|
CORVALÁN.-
Me contestan que la señorita Manuela
se encerró en su dormitorio después de marcharse
doña María Josefa... |
ROSAS.-
(Usando un tono
de insólita consideración.) Aunque sea tarde,
no se vaya todavía, Corvalán; ¡ésta
sí, mi viejo amigo, que es de veras y para los dos,
noche de servicio extraordinario! (CORVALÁN se inclina
y queda inmóvil, mientras ROSAS emprende un paseo
por la pieza, visiblemente perturbado y hablando solo, apenas
consciente de quien lo está oyendo.) Me siento como
nunca perplejo y desorientado... Quisiera oír una
voz de verdadero amigo. Pero, ¿a quién dirigirme?
Felipe
—127→
Arana no hará sino galoparme a la par, asintiendo
a cuanto yo diga, y convirtiendo en aguachirle mi pensamiento.
¿Mis parientes ricachos? Así Plata Blanca como Macuquino
estarán a estas horas enroscados en sus cobijas, fuera
de que uno y otro, temiendo comprometerse... ¿Garrigós,
Mariño, Medrano y demás? Unos serviles, faltos
de sinceridad o consistencia... Sólo en mi viejo compañero
y compadre Terrero me confiaría, por lo mismo que
nada me deja pasar... Pero, si no está recogido, ¿en
qué tertulia pescarlo a media noche, para meterlo
en estas andanzas...
(Abre la puerta un ORDENANZA.)
¿Qué
hay? ¿Quién está ahí? |
EL ORDENANZA.-
Pregunta el señor don Juan Nepomuceno Terrero...
|
ROSAS.-
(Su primer impulso es precipitarse hacia la puerta;
pero luego, reflexionando, se detiene.) No; (Aparte.) será
mejor escuchar primero a qué viene... (A CORVALÁN.)
Recíbalo mientras yo voy a buscar un papel y vuelvo
en seguida. (Entra a la derecha.) |
CORVALÁN.-
(Al
ORDENANZA.) Que entre el señor Terrero. |
|
(Vase el
ORDENANZA.)
|
Escena IV
|
|
CORVALÁN, DON JUAN NEPOMUCENO
TERRERO, luego ROSAS.
|
TERRERO.-
Buenas noches, Corvalán.
(Se dan la mano.) |
CORVALÁN.-
Vamos tirando, Terrero.
El Restaurador ha entrado un momento en su habitación...
Estaba por mandarlo buscar a usted cuando se ha presentado...
|
TERRERO.-
Sí; el taimado de siempre: me mandaba llamar
y ahora que vengo se hace el sorprendido. Óigame,
amigo Corvalán, y no necesito recalcar en la importancia
de mis palabras. Rosita Fuentes va a llegar en busca de Manuelita,
y sin duda pasará directamente a sus habitaciones.
Le ruego que la vea a la entrada y le diga que, después
de recibido su mensaje, ha venido aquí para servirla
en cuanto pueda...
|
|
(Entra ROSAS trayendo una carta abierta,
que deja en la mesa. Apretones de manos.)
|
—129→
|
ROSAS.-
(Efusivo.)
Perdoná5 que te haya hecho esperar un minuto, Juan
Nepomuceno; y decime, ¿a qué debo tan grata visita,
a estas horas?... |
TERRENO.-
(Más frío.) Estaba
aquí cerca, de tertulia en casa de Lahitte, donde,
como pensarás, no se ha hablado sino de la tragedia
de la Legislatura6. Al retirarme, he experimentado el deseo,
casi diría la necesidad, de hablarte, de oírte,
aunque esto de andar solo a deshoras en Buenos Aires...
|
ROSAS.-
No te preocupes: te haré llevar en mi coche...
No necesito que me digas con qué ánimos entras
a verme. Pues bien: para prevenir tu primera pregunta o destruir
una falsa prevención -y no ignoras que jamás
te he ocultado la verdad:- yo no he ordenado el asesinato.
|
TERRERO.-
Cuestión de forma. A todos, en torno suyo,
les consta cómo hace días nada ignorabas de
—130→
lo que se tramaba; sabían tus sicarios que podían
acometer impunemente al anciano desarmado, ¡a tu amigo de
treinta años!... Y tampoco esta vez, como cuando se
trató de perseguir a los sayones de Barrancayacu,
instrumentos visibles de un brazo oculto... |
ROSAS.-
(Interrumpiéndole
con un principio de irritación.) Mirá, Juan;
mejor será que no revuelvas lo pasado... |
TERRERO.-
(Sin inmutarse.) Me parece sentir en tus palabras como un
retintín de amenaza... |
ROSAS.-
(Reprimiéndose
y en tono afectuoso.) No te amenazo, Juan Nepomuceno, mi
viejo amigo y compadre, bien sabés que puedes hablarme
hoy con la misma libertad que hace veinte años, cuando
éramos socios en estancias y saladeros... En prueba
de ello, te confesaré que estaba por mandarte buscar
cuando entrastes, previniendo mi deseo. Así, no hagas
caso de alguna brusquedad que se me escape. (Con expresión
sincera.) Estoy desazonado, Juan. La relación que
se me ha hecho del asesinato me ha movido algo aquí
dentro (Tocándose el pecho.) . Basta ya. De esa maldita
conspiración, en que estaba metido Manuel
—131→
Vicente
con los salvajes de aquí o de allá, y haya
sido él instigador o instigado, te juro que no quisiera
saber más... |
TERRERO.-
(Vivamente.) ¡Pero, precisamente,
lo que te falta saber, y tenés que oír ahora,
es la verdad! |
ROSAS.-
(Trayendo la carta que ha dejado sobre
la carpeta.) ¡La verdad!... Lee esta carta. Está,
como ves, dirigida a Valentín Alsina; es tan breve
como significativa: en ella, Manuel Vicente insiste con su
yerno para que Lavalle se pronuncie sin dilación...
|
TERRERO.-
Ante todo, decime ¿cómo ha llegado a tus
manos este documento? |
ROSAS.-
Por la policía, que
lo recibió de la Sociedad Popular Restauradora...
|
TERRERO.-
¿Por qué no dices de la Mazorca? ¡Esa pandilla
criminal de veinte lobos que atraíllan
—132→
a doscientos
podencos, y en cuya lista ¡gracias a Dios! no se ha visto
ni se verá el apellido de Terrero! (Sarcásticamente.)
Te felicito por la procedencia... Veamos, con todo. (Toma
el papel y lo lee con atención.) ¡Ah! ya di con lo
que buscaba y estaba seguro de encontrar: la prueba del fraude.
El estilo de esta carta (Devolviéndosela.) aparece
tan burdamente falsificado como su letra. Me consta que Manuel
Vicente nunca tuteaba a Alsina, ni lo llamaba por su nombre
de pila, sino siempre por su apellido. Son indicios que saltan
a la vista. |
ROSAS.-
¡Qué avisado estás, Juan
Nepomuceno! Nunca (Con ironía.) te creí tan
legisperito. ¡Cómo se ve que salís de aquella
tertulia de lomos negros, donde te has afilado el pico y
el espolón para la riña!... |
TERRERO.-
(Gravemente.)
Burlas a un lado, Juan Manuel. ¡Espero que todavía
no haya llegado a tanto tu falta de sensibilidad que eches
a broma un asunto en que, después de la muerte del
padre, está en juego la vida del hijo!...
|
—133→
|
ROSAS.-
(Recobrando su seriedad.) Si has venido a pedirme el indulto
de Ramón, no puedo concedértelo. ¡Y lo que
te niego a ti, mi mejor amigo, y negaría a esa pobre
criatura que va a enviudar al mes escaso de casada, tendré
asimismo que negarlo, cuando venga a suplicarme- ¡y sabemos
de qué modo suplica para otros!- a mi hija Manuela,
¡al ser que más quiero en el mundo! Y esto, creemeló,
no por crueldad ni resentimiento, sino por el alto concepto
que tengo de mi deber como gobernante. Es posible que el
padre no mereciera morir; el hijo lo merece diez veces. Además
de su inteligencia con Lavalle y la facción unitaria
vendida a los franceses, Ramón Maza era el jefe reconocido
del complot urdido contra mi vida y que se frustró
el 24. En mi presencia, hirió mortalmente a un oficial
en servicio cerca de mi persona, apuntándome luego
con su pistola cargada. Después de este doble atentado,
tomado preso y reducido a la impotencia, me ha dirigido en
público, a mí, jefe del Estado y autoridad
suprema del ejército, insultos sangrientos... Te repito,
Juan, que ha merecido la sentencia de muerte por mí
pronunciada, y que irremisiblemente se cumplirá dentro
de una hora, en el mismo patio de la cárcel...
|
—134→
|
TERRERO.-
(Sin desconcertarse.) Vamos por partes. (Se sienta mientras
ROSAS queda de pie, yendo, agitado, de un extremo al otro
de la pieza.) Te concedo que Ramón -unido, siquiera
en intención, a la mitad del pueblo de Buenos Aires-
esté comprometido en una vasta conspiración
contra tu gobierno. Reconozco que, después de preso,
Ramón te ha dirigido graves insultos personales. En
cuanto a la «muerte» de Álvarez
Montes7, el caso se
reducirá, según el cirujano, a una herida curable...
Creo que es todo. Y ahora, Juan Manuel, quiero que me declares,
hablando aquí con toda sinceridad, ¿cuál de
los delitos enumerados te parece merecer la pena capital
que, como juez y parte, has pronunciado?... |
ROSAS.-
(Con
vehemencia medio sincera, medio histriónica.) Cualquiera
de ellos, como atentado de lesa patria. Pero, por sobre todos
los citados, la connivencia sacrílega de esos unitarios
con la tentativa de conquista extranjera, la que ya se puso
de manifiesto en el asalto de Martín
—135→
García,
primer avance violento de este bloqueo francés que
nos arruina... Ayer, cuando sacrificaba a Cullen, la prensa
adversa -y perversa- de Montevideo me acusó de no
haber perseguido en él más que la satisfacción
de mis odios personales. Es una de las cien calumnias propaladas
por mis enemigos: a quien únicamente perseguí
fue al aliado venal de la Francia invasora. En este caso,
como en cualesquiera otros análogos, la causa santa
que defendí no fue siquiera la de mi partido, fue
la de la patria; ¡y los ejecutores de mis órdenes
no tenían por qué exhibir la mezquina escarapela
de un bando, cobijándose bajo los gloriosos colores
de mi bandera!... |
TERRERO.-
(Con amarga ironía.)
¡Los colores de tu bandera!... Mirá, Juan Manuel:
yo no soy más que un buen estanciero, acaso algo más
leído que vos; si bien, en cambio, desprovisto de
toda experiencia en los negocios del Estado. Pero me doy
cuenta de la parte de verdad que encierran tus razones. No
niego que, en el fondo, defiendas quizá la causa de
la patria; pero sí afirmo que este fin plausible,
si es el tuyo, intentas realizarlo por medios abominables.
¿Cómo podés afirmar que no acaudillas un
—136→
bando
si, a estas horas, para los llamados federales, un compatriota
unitario es mucho más odioso y odiado que el aparente
o supuesto invasor? Proclamas, y te hacen coro tus periodistas,
unísonos con tus legisladores, que la dictadura fue
indispensable para salvar al país de la disolución;
y entonces dijistes, para conseguirla y cohonestarla, lo
que repites hoy: a saber, que tu tiranía providencial
era el único baluarte preservador de la anarquía...
Yo, que creí en tus promesas y he marchado en tus
huellas, me detengo ahora, perplejo y ya sin fe ni confianza,
en las tinieblas del caos actual... ¿Qué mayor y más
atroz anarquía puede existir, decime, que la presente,
con la guerra civil en diez provincias y el Terror en Buenos
Aires, donde contemplamos a los hijos de la misma ciudad
persiguiéndose unos a otros, puñal en mano,
con vociferaciones feroces y soeces, desde las bancas de
la escuela hasta el interior de los hogares, y desde las
cátedras universitarias, ya casi desiertas, hasta
las de los templos, profanados por invocaciones y anatemas
igualmente sacrílegos? |
ROSAS.-
Esos males transitorios
han sido necesarios para destruir los privilegios de una
oligarquía
—137→
urbana que abusivamente pesaba sobre la
desheredada mayoría campesina; aquellas violencias
representan las imposiciones de un gobierno fuerte y despótico
-te lo confieso- empeñado en esbozar un pueblo civilizado
con nuestra muchedumbre bárbara... |
TERRERO.-
¿Qué
pueblo civilizado vas a formar, si bajo tu tiranía
no se ha creado otra institución que la Mazorca? ¡Si
en diez años de dictadura omnímoda no has hecho
sino apagar las antiguas luces sin encender ninguna nueva?
|
ROSAS.-
¡Famosas luces las que propagan tus unitarios de
levita!... |
TERRERO.-
¿Por qué llamarlos mis unitarios?
Bien sabés que yo soy federal, y más legítimo
que vos, puesto que mi federalismo repudia los crímenes
tolerados o fomentados por el tuyo. Condeno en general las
conspiraciones, los complots tenebrosos que combaten la ilegalidad
gubernativa con la emboscada alevosa e irresponsable... Por
lo mismo, cortando estas
—138→
vanas disputas y volviendo al objeto
especial de mi visita, te declaro que no apruebo la actitud
sediciosa de Ramón Maza y que admito en principio
la justa vindicta de la ley, aunque no el castigo arbitrario
y cruel impuesto por tu resentimiento. Pero, ya que tienes
poder para ser implacable, usalo esta vez para mostrarte
clemente. Lo que solicito no es una absolución, sino
un indulto, bajo el compromiso formal de renunciar Ramón
a todo manejo subversivo y entregarse a sus trabajos de campo...
Te pido que algo pese en tu balanza el sacrificio injusto
del padre inocente, como circunstancia atenuante o redentora
de la culpa del hijo. (Con emoción.) Te lo pido en
nombre de nuestra amistad de treinta años, de tu hija
Manuela, cuyos sentimientos conozco; por fin, en nombre de
esta desgraciada Rosita Fuentes, hermana de tu nuera y criada
casi en tu hogar. |
|
(Se presenta un ORDENANZA.)
|
EL ORDENANZA.-
Está en la sala de espera la señora doña
Rosita Fuentes con el caballero Thompson... Dice que ha sido
llamada por la señorita doña Manuela y vienen
en su coche...
|
—139→
|
ROSAS.-
Hacelos pasar a la salita de la
Niña y que le avisen... (Refunfuñando a media
voz.) ¡Todavía ese boquirrubio por acá!..
|
TERRERO.-
¿Cómo querías que Rosita cruzara
sola la ciudad, a la una de la mañana? |
ROSAS.-
Ya
sé; pero no me gustaría que el gringuito diera
en menudear sus visitas. Sabrás que, según
informes que tengo, anda ya «salvajeando»... |
TERRERO.-
¿Se
habrá hecho unitario con frecuentar a Manuelita?...
Dejate de cavilaciones... |
ROSAS.-
Es que el tal Jaimito
se me viene sentando en la boca del estómago... |
TERRERO.-
Naturalmente, es tu tema de siempre: te basta sospechar alguna
simpatía entre él y Manuela... Y será
el décimo pretendiente, o tenido por tal, a quien
despaches. Pero en
—140→
eso no me meto y (Mirando el reloj.)
ya es hora de tocar retirada. Con que, compadre y amigo,
¿en qué quedamos? ¿Qué quieres que diga a esta
afligida criatura que va a detenerme al pasar? |
ROSAS.-
(Después
de reflexionar.) Mirá, Juan; sos, te repito, la única
persona en el mundo a quien nunca he intentado encubrir la
verdad. No te oculto que tus razones me han impresionado,
si no convencido. No te prometo todavía modificar
mi resolución, pero sí procurar algún
modo fundado para modificarla. Como juez supremo y sin apelación,
voy a ordenar que traigan aquí a Ramón, para
interrogarlo en presencia de Victorica y de Corvalán,
como testigos. Entiendo que él nada sabe todavía
de la muerte de su padre: no puede, pues, abrigar contra
mí nuevas prevenciones sobre las antiguas, que es
de suponer se hayan atenuado un tanto en tres días
de calabozo. Así que, según lo que resulte
del interrogatorio, procederé, te lo juro, sin odio
ni rencor. |
TERRERO.-
Pero, Juan Manuel, no me dejes ir bajo
esta dolorosa incertidumbre. ¿Cuál es tu intención,
tu previsión acerca del resultado?
|
—141→
|
ROSAS.-
(Sincero.)
Pues bien, (Le da la mano despidiéndolo.) mi presentimiento,
amigo y compadre, acorde con mi deseo, es que de esta conferencia
ha de resultar ser puesto Ramón en libertad. Todo
depende de su actitud: en sus manos está su propia
suerte. Adiós. (Camina TERRERO hacia la puerta, acompañado
por ROSAS; pero éste se detiene antes de llegar al
umbral.) Y ahora (Prestando el oído.) te dejo en poder
del grupo mujeril que se nos viene; mientras yo aprovecho
doblemente el paréntesis, descansando unos minutos
y esquivando la enojosa escena de llantos y suspiros. Pero,
cuidado con excederte en tus confortaciones a Rosita; sería
quizá prepararle desengaños: lo dicho y nada
más. (Al ORDENANZA.) Llámeme al oficial de
servicio. (Al OFICIAL que al punto se presenta.) Vaya al
Departamento de policía y prevenga de mi parte al
señor jefe que se sirva venir trayendo al reo teniente
coronel don Ramón Maza, con la correspondiente escolta.
(Sale el OFICIAL por el foro, mientras ROSAS se va por la
puerta de la derecha.)
|
Escena V
|
|
TERRERO, MANUELA, ROSITA,
de luto, THOMPSON.
|
ROSITA.-
(Corre hacia TERRERO.) ¿Qué
nuevas me tiene, mi gran amigo? |
TERRERO.-
He hablado largamente
con Juan Manuel; y me limito, Rosita, a transmitirte mi estado
de ánimo: tengo mucha esperanza... |
ROSITA.-
(Con
precipitación febril.) Pero, Terrero, ¡dese cuenta
de mi agonía, cuando puede estar tan próximo
el momento fatal! A las once, he recibido una carta de Ramón
dándome el supremo adiós, pues su ejecución
estaba fijada para las dos de esta madrugada... |
TERRERO.-
Calma, hijita. Queda un recurso que quizá importe
la salvación. Ramón va a venir para comparecer
ante el Gobernador. Hacele decir, o mejor decíselo
vos, si logras hablarle, que en esta conferencia se abstenga
de toda
—143→
expresión irritante para Rosas o injuriosa
contra su política: de su moderación pende
su vida. ¡Ah! decime: parece que Ramón no está
informado de la catástrofe de esta tarde, importa
que siga ignorándola una hora más, para evitar
(Bajando la voz y echando una mirada a MANUELA.) algún
estallido irreparable. Y ahora, hija mía (Con afecto
paternal.) Dios nos dé buena suerte... (A MANUELA.)
Tu tatita se ha retirado allí (Señalando la
puerta de la derecha.) , diciendo que iba a descansar un rato.
Pero estas fórmulas no rezan con vos: entrate sin
miramiento, que el tiempo urge, y hablale como sabes hacerlo,
llevando a cabo lo que dejo empezado. ¡Adiós! (Vase.)
|
MANUELA.-
Me parece buen consejo el de Terrero, y sin más
tardanza voy a seguirlo. (Entra a la derecha.) |
ROSITA.-
(Siguiéndola con la mirada.) ¡Alma noble y valiente,
Dios te oirá! |
THOMPSON.-
(Hablando consigo.) Sí:
es un ángel en la puerta del infierno. En esta monstruosa
dictadura del padre, la hija se ha reservado el ministerio
de la caridad. Y reconcilia con la naturaleza humana
—144→
el
comprobar que del coro formado por la depravación
de los malos y la abdicación de los buenos, no se
alza una voz desafinada para desconocer la virtud de Manuela
Rosas... [Y ¿quién sabe si de esta fusión de
los ánimos en un concierto de alabanza a la hija,
no resultará algún día la «gracia» del
padre ante la opinión: parte de la enmienda del déspota,
parte de la amnistía que le concedan los despotizados?...]
|
ROSITA.-
[¡Qué bien dicho, amigo mío!...]
En medio de mis angustias presentes, Jaime, me es un inmenso
consuelo tenerlos a los dos cerca de mí, y ver cómo...
se entienden. (Silencio.) |
MANUELA.-
(Volviendo del cuarto
vecino.) Tatita dice que pases, que consiente en hablarte.
Es excelente síntoma. Pero (Notando en ROSITA ciertos
recelos y timidez.) , no es el momento de acortarse ¿entiendes?
sino de hablar con fuerza y vehemencia. Ya sabes cómo
tatita te quiere. ¡Vamos, valor! |
ROSITA.-
(Caminando resueltamente
hacia la puerta.) ¡Vaya si lo tendré! ¡Para salvar
a Ramón me metería en la jaula de un tigre!
|
—145→
|
THOMPSON.-
(Aparte, mientras MANUELA abre la puerta a ROSITA.)
No está mal hallado el símil... |
Escena VI
|
|
THOMPSON, MANUELA.
|
MANUELA.-
(Alegremente.) Ya que toman
mejor cariz los asuntos graves, hablemos algo de los suyos,
que felizmente no lo son tanto. ¿Sabe en qué actitud
encontré a tatita? Releyendo la solicitud de usted
para ausentarse a las provincias, junto al pasaporte que
acababa de firmar... |
THOMPSON.-
(Sonriendo con algo de ironía.)
¡Qué celeridad! ¿No será el caso del refrán
«¿Al enemigo que huye, puente de plata?» [ (Seriamente.) De
todos modos, Manuela, le agradezco este servicio más
que debo a su inagotable bondad...] |
MANUELA.-
¿Por qué
[me habla así, con fórmula de trivial cortesía,
como a persona extraña?...
—146→
¿Por qué, sobre
todo, (En tono de suave reproche.) alude siempre a tatita
con ironía o acritud? |
THOMPSON.-
(Con acento sencillo
y profundo.) Sí, tiene usted razón; son de
pésimo gusto estas saetillas irónicas que en
presencia de usted todavía se me escapan. Mucho más,
cuando parece que Rosita y todos los que queremos a Ramón,
nos vamos a ver en el caso de celebrar un acto de gobierno
que importe un gesto de generoso olvido... |
MANUELA.-
(Aprobando
con la cabeza.) Espero que así sea... Y ¿será
larga su ausencia? |
THOMPSON.-
Por lo menos de algunos meses;
acaso un año... |
MANUELA.-
(Pensativa.) ¡Un año
de trabajos, de luchas en aquel desierto, bajo un clima riguroso,
entre gente tan primitiva! ¿Por qué, Jaime (Con interés
afectuoso.) , condena usted su juventud a tan austero sacrificio?
|
—147→
|
THOMPSON.-
Podría decirle -y no mentiría-
que primero me movió la ambición de ser útil
a mi país. Pero, al atractivo natural que me volvía
a la patria, no se me ocultaba que estaba unido otro más
íntimo y profundo. Y hoy, por fin (Tomándole
la mano.) , si tengo premura en alejarme de usted, tesoro
y bien supremo de mi vida, es sobre todo porque así
anticipo la hora del retorno, confiando en Dios que, para
entonces, habranse quitado los obstáculos que alzan
hoy una valla insuperable a nuestra felicidad. |
MANUELA.-
Un año más sin vernos ¡qué eternidad!
Con todo, nos será breve si trae ese cambio de fortuna
que pueda unirnos para siempre. ¡Oh, gozar la paz deliciosa
de la obscuridad! ¡Verme libre de papeles decorativos! ¡Sacudir
este disfraz paródico de no sé qué ridícula
princesa pampeana, para no ser sino una esposa amada y reina
de su apacible hogar!... |
THOMPSON.-
(Atrayéndola
a sus brazos.) Sí; tal viviremos juntos, siéndolo
todo el uno para el otro en el universo, aquí o en
—148→
cualquiera parte de la tierra. Y acaso entonces no esté
de más al lado nuestro tu anciano padre, redimido
por su caída y amnistiado por la proscripción...
Dime una vez más que me amas... |
MANUELA.-
¡¡Oh, Jaime
mío!! |
|
(Silencio palpitante; la puerta se abre, apareciendo
en ella ROSITA.)
|
ROSITA.-
(Secándose los ojos, exclama
con alegría.) ¡Vivan los novios!... (Se acerca.) ¡Al
fin, parece que salvaremos este paso terrible! Tu padre está
dispuesto a perdonar, siempre que Ramón se avenga
a desistir definitivamente de sus malditas ideas revolucionarias.
¡Yo le hablaré aquí mismo, dentro de un momento,
y espero, amigos míos, espero, espero!... ¡Ah, Dios
santo, qué rayo de luz en mis tinieblas! [Y por lo
visto, todos aquí vamos a ser felices: sí,
nosotros seremos testigos satisfechos de la dicha suya, como
han sido ustedes partícipes de nuestra aflicción...]
(Presta atención hacia afuera.) Creo que ahí
vienen...
|
Escena
VIII
|
|
Dichos, MAZA, VICTORICA, un OFICIAL y SOLDADOS; luego
ROSAS.
|
ROSITA.-
(Ha quedado fuera del escondite y se acerca
a CORVALÁN.) Le suplico, general, que me permita hablarle
aparte algunas palabras... (Seña de asentimiento.
MAZA se acerca a ROSITA que ha quedado anhelante en medio
del escenario: abrazo convulsivo; luego se apartan hacia
el ángulo izquierdo del proscenio.) |
MAZA.-
(Procurando
dominar su emoción.) ¡Rosita mía!... |
ROSITA.-
(Entre sollozos.) ¡Oh! mi Ramón, verte así...
imposibilitado hasta de apretarme en tus brazos...
|
—151→
|
ROSAS.-
(Entra por la derecha y después de mirar un segundo
al grupo.) ¡Quítenle las esposas!... (A VICTORICA,
con rudeza.) ¿Que tienen miedo que se les escape? |
VICTORICA.-
Excelencia, como no había orden... Con verdadero gusto
obedezco. (Le desaprisionan las muñecas.) |
MAZA.-
(Con pasión, estrechando a su mujer.) ¡Ven ahora,
que te dé yo el fuerte abrazo, bien mío!...
|
ROSITA.-
(Viendo una seña de ROSAS.) Nos están
separando, pero confío en que no será sino
por unos minutos... (Hablando a media voz y con precipitación.)
Sé que a Rosas le animan las mejores intenciones:
acaba de decírmelo. Sólo quiere que accedas
a algo que te va a pedir, no sé qué dato y
compromiso sobre tu conducta política. No te negués,
Ramón, te lo pido de rodillas: en nombre mío
y... en nombre... (Le desliza una breve frase el oído,
cuyo sentido se adivina.)
|
—152→
|
MAZA.-
(Con viva emoción.)
¡Oh! sí, te lo prometo: me contendré y cederé
hasta los límites de mi honor de hombre y de soldado...
(Después de alejarse un paso, vuelve.) Pero, decime,
Rosita, ¿por qué estás de luto? |
ROSITA.-
No
estoy de luto; visto de negro desde que estás lejos
de mí... |
MAZA.-
Estoy inquieto; ¿no has tenido esta
tarde noticias de mi padre? Desde ayer nada he sabido de
él... |
ROSITA.-
(Con esfuerzo para ocultar la verdad.)
No; no sé nada... Ha de estar en la quinta... Pero,
no te inquietes. ¡Otro abrazo! (ROSAS se sienta tras el
escritorio de la derecha. MAZA está de pie, delante
de la misma mesa, en actitud reglamentaria de formación;
CORVALÁN también de pie, al lado de ROSAS;
VICTORICA en el fondo; los dos SOLDADOS guardan la puerta.
ROSITA se ha retirado por la puerta de la izquierda, segundo
término; aparecerá luego, junto a MANUELA,
tras de la cortina. Un ESCRIBIENTE de gobierno, sentado en
la cabecera de la mesa escritorio, está tomando apuntes
para la redacción del acta.)
|
—153→
|
ROSAS.-
(Con acento
breve, apenas imperativo.) Teniente coronel Maza: deseo que
este interrogatorio sea tan breve como decisivo. Conoce usted
las causas de su prisión: no volvamos sobre ello...
Lo considero a usted como un oficial pundonoroso, extraviado
quizá por sugestiones y doctrinas perversas (Movimiento
de RAMÓN, al punto reprimido.) le pido primero que
jure aquí solemnemente, bajo su palabra de soldado,
renunciar para siempre a tomar parte en cualesquiera maquinaciones
o complots subversivos contra el Estado y el gobierno legal
del país... |
MAZA.-
(Con voz clara y firme.) Excelentísimo
Señor: si he de conservar la vida, me consideraré
desde este momento, y para en adelante, en la situación
de un prisionero de guerra que contrae la obligación
solemne de no llevar las armas contra el enemigo durante
toda la campaña. Juro, pues, sobre mi honor -ya que
no tengo espada,- como militar y como ciudadano, que no tomaré
parte en ninguna tentativa tendiente a combatir el actual
régimen gubernativo.
|
—154→
|
ROSAS.-
Acepto y tengo por
bueno el compromiso jurado del teniente coronel Ramón
Maza, que oportunamente se formalizará. Ahora, como
primera sanción de este mismo compromiso, exhorto
al comandante Maza, a que, renunciando a la actitud de obstinado
mutismo, en que hasta ahora ha persistido, se avenga a revelar,
como secreto importante a la seguridad del Estado, los nombres
de sus cómplices en la criminal intentona del día
24. |
MAZA.-
(Después de unos segundos de angustioso
silencio.) Excelentísimo Señor: me siento obligado,
por un dictamen de conciencia, a mantener mi anterior actitud;
[por lo tanto, rehúso categóricamente delatar
a uno solo de los que fueron mis compañeros de causa].
|
|
(Sensación en el auditorio.)
|
ROSAS.-
(Sin irritarse
todavía.) Teniente coronel Maza: piense bien en las
consecuencias de su negativa... (Después de unos segundos
de reflexión.) Pues bien: para que conste mi actual
inclinación a la lenidad
—155→
en este asunto, declaro
no ser mi propósito perseguir criminalmente a los
miembros de cierta logia, culpables o sospechosos de conspiración.
Y en prueba de ello, anuncio que, terminada la información,
serán puestos en libertad los presos Avelino Balcarce,
Santiago Albarracín, José María Ladines
y Carlos Tejedor, comprometidos en dicho complot. Pero tengo
especial y justo empeño en descubrir a algunos empleados
del Gobierno que abusan de sus funciones para traicionarlo;
y aquí me refiero en particular al individuo que en
la citada tarde, con la señal hecha desde la ermita
de Palermo, fue causa de que los fautores del atentado escaparan
al condigno castigo. El nombre de este servidor desleal -probablemente
militar,- a quien vio conferenciando con usted (Dirigiéndose
a MAZA.) un testigo que actualmente no está en condición
de declarar, es el que pido (Con un marcado acento de amenaza.) ,
el que exijo serme revelado sin demora. |
MAZA.-
(Con fría
e imperturbable firmeza.) He pesado las consecuencias probables
de mi negativa, Excelentísimo Señor, y persisto
en ella: no cometeré la felonía que se me exige.
|
—156→
|
ROSAS.-
(En un estallido de ira.) ¡Basta ya de miramientos
y contemplaciones! (Al OFICIAL de la escolta.) Que se repongan
los grillos al reo y se le vuelva preso a su calabozo hasta
la hora de dar cumplimiento a la sentencia.
(Óyese
un grito de mujer tras de la cortina: es ROSITA que se había
adelantado fuera de la puerta y cae desfallecida en brazos
de MANUELA; ésta indica a THOMPSON que la lleve al
interior de la habitación, quedando sola a la vista,
después de cerrada la puerta. Entretanto, la escolta
lleva al preso.)
General Corvalán: vea lo que hay
allí... |
MANUELA.-
(Presentándose en escena.)
Yo soy, padre mío: y el grito que ha oído era
de Rosita, que ha presenciado este horrible interrogatorio
hasta donde sus fuerzas se lo han permitido. Voy a disponer
que sea conducida a su casa y luego volveré a conversar
a solas con usted. (Mirando a su padre con firmeza y honda
intención.) Y créame, padre mío, esta
conferencia es necesaria y urgente, pudiendo tener consecuencias
tan graves para usted como para mí.
|
|
(Se retira por
la puerta de la izquierda, después que ROSAS le ha
contestado con una seña de asentimiento.)
|
Escena
IX
|
|
ROSAS, VICTORICA, CORVALÁN; después MANUELA.
|
ROSAS.-
(Con siniestra frialdad.) Victorica, ¿para qué
hora se fijó el fusilamiento? |
VICTORICA.-
Excelentísimo
Señor: un oficial lo notificó al reo a las
diez de la noche, dándole un plazo de cuatro horas
para sus últimas disposiciones: será, pues,
ejecutado, en el patio de la Policía, hoy a las dos
de la mañana, salvo que otra cosa disponga Vuestra
Excelencia. |
ROSAS.-
Nada tengo que modificar en la orden
dada: la sentencia ha de cumplirse (Recalcando.) exactamente
¿oye usted? a la hora fijada. Ello entendido, ponga toda
su atención en el alcance de mis palabras. Dígame
primero: ¿en cuántos minutos suele uno de sus gendarmes,
al galope corto del caballo, recorrer las tres cuadras que
median entre esta casa y la Policía?
|
—158→
|
VICTORICA.-
Excelentísimo Señor: en dos minutos, segundos
más o menos. |
ROSAS.-
Bien. Ahora, Victorica, no pierda
una sílaba de mis instrucciones, que sólo debe
conocer y hacer cumplir sin apartarse un punto de ellas.
A las dos menos cinco minutos, estará formado en el
patio de la cárcel el pelotón ejecutor al mando
de un oficial. El reo será luego extraído de
su calabozo y sentado en el banquillo, de modo que, junto
con el toque de las dos por el reloj del Cabildo, se ejecute,
sin pérdida de segundos, el fusilamiento ordenado,
levantándose después el acta correspondiente.
Todo ello, por supuesto, salvo orden contraria, escrita y
firmada de mi puño y letra... (Mirada significativa
a VICTORICA.) que probablemente no le llegará. |
VICTORICA.-
(Inclinándose.) Así se hará, Excelentísimo
Señor... Ahora, sólo falta, para la ejecución,
la orden escrita de Vuestra Excelencia...
|
—159→
|
ROSAS.-
(Mostrándose
poco inclinado a esta formalidad.) En caso tan especial,
Victorica, ¿la cree usted indispensable? ¿No bastaría
la orden verbal? |
VICTORICA.-
Indispensable, Señor,
para el oficial ejecutor y para el Archivo. |
ROSAS.-
(Después
de un segundo de vacilación.) Sea, pues... (Se sienta
en el escritorio de la derecha, donde se pone a escribir
con la esmerada aplicación y la mueca de un pendolista
convencido; se le ve subscribir sus cuatro líneas
con su firma y la complicada rúbrica. Entretanto,
ha entrado por la izquierda MANUELA, que se detiene allí.)
Un momento, Niña. |
MANUELA.-
(Indica a CORVALÁN
que se acerque para hablarla aparte.) Tengo que pedirle un
favor, Corvalán. (Seña de aquiescencia.) Rosita
se retira a su casa, acompañada de Thompson. Éste
ha quedado en volver aquí, a saber el resultado de
mi conferencia con tatita. Le ruego que
—160→
ordene al soldado
de guardia que deje penetrar a Thompson, y al ordenanza,
que lo conducirá a la salita de espera (Indicando
la primera puerta de la izquierda.) hasta que yo le pueda
hablar. Gracias, mi buen amigo... |
ROSAS.-
(Se levanta con
el papel en la mano; después de indicar a VICTORICA
que se acerque, se pone a leerle lo escrito, barbotando las
primeras palabras y pronunciando distintamente las siguientes:)
«Y se ordena al Jefe de policía que el reo parricida
de lesa América, teniente coronel Ramón Maza,
sea fusilado en el patio de la Cárcel pública,
a las dos de la mañana del día de hoy, 28 de
junio de 1839.- Juan Manuel de Rosas.-» (Entrega el papel
a VICTORICA, que lo guarda después de echarle una
rápida ojeada.) |
VICTORICA.-
(Despidiéndose
con un profundo saludo.) Excelentísimo Señor:
todo será cumplido estrictamente. (Se va.) |
LA VOZ
DEL SERENO.-
(En la calle.) ¡Viva la Federación! La
una y media ha dado y serenooo...
|
—161→
|
CORVALÁN.-
(Aparte.)
A Ramón Maza le queda media hora de vida... |
ROSAS.-
Déjenos solos, Corvalán, y que nadie nos interrumpa
ni se acerque a esta pieza. |
|
(CORVALÁN se retira
por el foro, cerrando la puerta.)
|
Escena X
|
|
ROSAS y MANUELA.
|
ROSAS.-
Sentate, Manuelita. (Le indica el sofá que
ella no acepta, quedando de pie, apoyada en un sillón;
él se sienta adelante del escritorio, revelando con
su actitud, además del cansancio, cierta inquietud
y como aprensión de lo que va a ocurrir.) Debería
dejarte la palabra, ya que sos vos quien ha querido esta
conversación, a la una y media de la mañana.
Pero me siento esta noche algo cansado de cuerpo y espíritu;
y como preveo de antemano, por el tema probable de la discusión,
que ella será penosa
—162→
para los dos prefiero abreviarla
lo más posible. ¿No te parece mejor así? |
MANUELA.-
(Con fría aquiescencia.) Será como usted gusta,
padre mío... |
ROSAS.-
¡Hum! «padre mío»: mal
principio. ¿Ya no soy tu tatita? |
MANUELA.-
(Con una débil
y forzada sonrisa.) No me salió de pronto el tratamiento
infantil; pero no me costará volver a él: hable
usted, tatita... (Se sienta en un sillón.) |
ROSAS.-
Comprendo tu aflicción presente: te has criado como
hermana con Rosita, y debes sentir casi a la par suya la
gran desgracia que la hiere. Pero de esto a la actitud que
te veo pronta a asumir, como si te unieras a mis enemigos,
hay todo lo que va del respeto por los deberes filiales al
olvido completo de esos deberes. Y te prevengo que ni un
instante habría de tolerar tal conducta. |
MANUELA.-
(Con una calma que encubre su indignación aunque recalcando
cada palabra.)
—163→
Señor: no pienso rehuir la explicación
completa que usted mismo provoca; aunque temo que en el curso
de ella llegue mi lenguaje a asumir una forma que por cierto
no me es habitual y podría sorprender en boca de una
hija que se dirige a su padre. Pero segura estoy de que usted
(Con amarga ironía.) no compartirá tal extrañeza:
usted que, de algún tiempo acá, me expone al
vil contacto de su clientela plebeya y hasta de sus inmundos
bufones, desde que me falta la presencia tutelar de una madre
que sabría preservar a su hija de toda salpicadura
exterior, ya que, para la custodia interna, gracias a Dios,
ella sola se basta... |
ROSAS.-
(Con inusitada mansedumbre,
entre fingida y sincera.) Convengo, Manuela, en que algunas
veces pude incurrir en el descuido de hacerte testigo y hasta,
en cierto modo, partícipe de mis groseras diversiones.
|
MANUELA.-
Sea; dejemos por ahora esas miserias, indignas
de recuerdo y mucho más en este momento crítico;
¿sera creíble, señor, que esté pendiente
de un hilo la vida de un militar
—164→
valiente y leal, a quien
sólo se reprocha -ya que los otros cargos se daban
por excusables o compurgados- una actitud tan honrosa como
la de no querer convertirse en delator de un amigo y compañero
de causa?... |
ROSAS.-
(Severamente.) Si la prevaricación
de un funcionario es un delito punible, no puede ser acto
honroso su encubrimiento, que importa una complicidad. |
MANUELA.-
En alguno de los documentos que usted me obliga a leer y
copiar, me parece haber visto, que no es delito sino el hecho
que como tal califica la ley, interpretada por juez competente.
¿Qué tribunal ha juzgado a Ramón y sus amigos?
|
ROSAS.-
(Recobrando su habitual grosería.) ¡Qué
bachillera estás! ¡Y cuán diversa de la hija
sumisa y buena federal que hasta ayer veíamos lucirse
en las fiestas de las parroquias y hasta en los bailes de
tambor!... |
MANUELA.-
(Indignada.) ¿Cómo puede usted,
padre mío, mentar nuevamente aquellos fétidos
candombes, y
—165→
no siempre de negros, a que me arrastraba,
alegando conveniencias políticas, y de cuyo ambiente
nauseabundo me retiraba mareada y medio enferma? Pero, a
buen seguro que tales condescendencias no se repetirán.
A falta de quien en mi familia se cuidara de evitarme contactos
que manchan, ha bastado que me abriera los ojos la presencia
de un amigo, dechado de nobleza y sinceridad, para que nunca
más tolere en adelante tan abyectos rozamientos...
|
ROSAS.-
(Soltando ya la rienda gauchesca.) ¡Hola, todas
estas novedades tenemos! No me sorprende ya sino tu frescura
en manifestarlas. Días hace que he visto andarte rondando
el galancete que sin duda te sopla estos remilgos. Me ha
bastado observarlos juntos el otro día, en Palermo,
para saber a qué atenerme. Bueno, yo sabré
atajarle los piropos al mozalbillo. No tendré más
que ponerles sobre el rastro a mis sabuesos de la Sociedad
Popular que, te prevengo, vienen husmeando la presa. Me avisan
que Cuitiño ya lo tiene clasificado como salvaje unitario...
¡Verás qué prontito le arreglan la cuenta!
|
—166→
|
MANUELA.-
(Alzándose impetuosamente y con voz vibrante.)
¿Son amenazas que usted profiere contra Thompson? Escúcheme
ahora sin asombro, padre mío, aunque siento que me
van a salir de los labios algunas palabras muy poco parecidas
a las que con usted he venido usando hasta hoy. El sentimiento
que usted no comprende es una pasión tan honda y pura
que ella absorbe todas las potencias de mi ser, como si en
ella se resumieran a un tiempo los afectos filiales que me
van fallando: así el de la madre perdida, como el
del padre que me había quedado y temo estar a punto
de perder... (Movimiento de ROSAS.) Ahora bien: por odio
instintivo a lo que no concibe, y obedeciendo a no sé
qué sugestiones perversas o prevenciones voluntariamente
infundadas, -pues es sabido que Jaime Thompson no ha rozado
la política sino para interesarse en la desgracia
de Ramón Maza... |
ROSAS.-
(Interrumpiendo.) Está
afiliado en una logia unitaria...
|
—167→
|
MANUELA.-
¡No es cierto!...
A este hombre superior, digo, dotado del cerebro más
privilegiado, puesto sobre el corazón más noble
y altivo; al elegido de mi alma -lo proclamo sin rubor,-
que desde la infancia encarnó mi lejano ideal y en
quien hoy coloco mi suprema esperanza de felicidad: ¡es a
él a quien se atreve usted a amenazar, designándole
como presa a una horda de asesinos! Pues bien, padre mío,
escuche lo que me falta decirle y debe mirar como un propósito
inquebrantable: el día en que Jaime Thompson sucumbiera
bajo algún atentado alevoso, indudablemente instigado
por usted; ¡ese día (Dando unos pasos hacia el retrato
de DOÑA ENCARNACIÓN colgado en la pared y extendiendo
la mano para el juramento.) juro a Dios, ante el retrato
de mi madre, que usted ya no tendría hija!... |
ROSAS.-
(Más que estupefacto, fulminado por el inesperado
estallido.) ¡Manuela! ¡Es posible que sea mi hija quien me
habla así: el ser de mi carne en quien he puesto todo
mi cariño!...
|
—168→
|
MANUELA.-
(Con acento de firme resolución.)
Todo está previsto y fácilmente realizable
a una indicación mía. María Josefa está
pronta para seguirme a España, donde tengo parentela
materna y podré residir hasta que, gracias a mi mayor
edad -recién cumplida,- resuelva por mí sola
si debo o no entrar en religión y terminar en un convento
esta ostentosa y desgranada orfandad... |
ROSAS.-
(Con una
expresión sombría en que al dolor paterno se
une el despecho del déspota.) ¡Tu orfandad! ¡Será
cierto que de veras hayas alguna vez arrostrado fríamente
el pensamiento impío de irte, única lumbre
de mi enlutado hogar, dejándome solo delante de cenizas
apagadas!... ¡Qué existencia de desesperada soledad
sería la mía, faltándome tu presencia
querida, única tregua de refresco e íntimo
solaz después del choque horrible con los hombres!
Y luego (Hablando consigo mismo.) ¡qué triunfo para
mis enemigos! ¡Cómo harían retumbar ante el
mundo mi catástrofe doméstica, mostrando a
mi propia hija fugitiva de la para ella intolerable mansión
paterna, y cuyo abandono vendría
—169→
a confirmar los
peores ataques de sus libelos! ¡Es la obra de toda mi vida
la que se raja en su pared maestra; el confortativo de mis
fuerzas, que amenaza fallarme cuando ellas ya declinan en
el umbral de la vejez!... (Después de una pausa de
reflexión, echa una mirada rápida a MANUELA,
que ha vuelto a sentarse en un sillón de la izquierda.)
No, esto no puede ser. Quiero evitarlo a cualquier precio...
tanto más cuanto que (Mirando el reloj y cruzándosele
ya una sugestión de su incurable bellaquería.)
quizá todo pueda conciliarse.... (Toca una campanilla
y al ORDENANZA que se senta.) Al general Corvalán,
que venga al punto... |
|
(A los pocos segundos se presenta
CORVALÁN.)
|
Escena XI
|
|
Dichos, CORVALÁN;
después THOMPSON, VICTORICA, un OFICIAL, dos SOLDADOS.
|
ROSAS.-
(A CORVALÁN.) Tenga la bondad, general,
de escribir las líneas que le voy a dictar. (Movimiento
de atención de MANUELA.) : «El Gobernador de la Provincia
ordena al señor Jefe de policía don Bernardo
Victorica, que suspenda hasta segunda orden la ejecución
del reo teniente
—170→
coronel Ramón Maza. Despacho de
gobierno, 28 junio de 1839, una y media de la mañana...»
Y firmo. (Llama al ORDENANZA, mientras se sienta a firmar,
CORVALÁN mira el reloj, moviendo la cabeza.) Ahora,
entregue esta orden a un soldado para que la lleve al Departamento
en seguida, que apenas hay tiempo... |
MANUELA.-
(Dirigiéndose
a la puerta de la izquierda.) ¡Oh! ¡Qué dicha! ¡Voy
a anunciar la feliz nueva a Thompson, para que vuele a casa
de Rosita!... (Vase por la puerta de segundo término,
para volver a los pocos segundos.) |
CORVALÁN.-
(Entra
por el foro y de nuevo mira el reloj.) ¡Y no poder decir
a estos pobres ilusos que todo este aparato es una farsa
monstruosa del tirano que no quiere perder su venganza!...
(Fija la mirada en ROSAS, quien sigue la marcha del reloj;
ambos aplican el oído, ansiosos por lo que preven
próximo a producirse; MANUELA ha vuelto y está
de pie, apoyada al sillón. El reloj del cabildo toca
las dos: a los pocos segundos de angustioso silencio, se
escucha la voz del sereno en la calle.)
|
—171→
|
EL SERENO.-
¡Viva
la santa Federación! Las dos han dado... (Cubre
su voz una descarga de fusilería que indica haberse
cumplido la sentencia.) |
ROSAS.-
(Aparte, ocultando una
sonrisa diabólica.) ¡Esto es hecho!... |
MANUELA.-
(Lanzando un grito de horror.) ¿Qué es eso santo cielo?...
|
ROSAS.-
(Fingiendo sorpresa pesarosa.) Dios ha querido que
el indulto llegara demasiado tarde... |
MANUELA.-
(Con acento
indignado y sin mirar a su padre.) ¡Dios ha permitido que
una vez más prevaleciera la perversidad humana!...
(Silencio. Al rato se oye un tumulto de gritos y tropel
en el patio. Abrese la puerta del foro y aparece THOMPSON
pálido, el traje en desorden, las facciones demudadas,
arrastrado por SOLDADOS; entre éstos un sereno, en
su arreo tradicional: gorro de manga, capota de capucho,
farol y lanza con trapo federal. También entra en
el
—172→
grupo CORVALÁN, que se adelanta en la escena.
Para hacer méritos, un SARGENTO, por detrás,
empuja brutalmente a THOMPSON gritando: «¡Marche!» Éste
se vuelve airado contra el agresor, y con una sorda exclamación:
«¡Cobarde inmundo!» le aplica, según los principios
del más correcto boxeo londinense, tan formidable
«directo» en la mandíbula, que lo lanza desmayado
en brazos de los SOLDADOS. ROSAS tiene un gesto airado, pero
se reprime al punto.)
|
CORVALÁN.-
(Que interiormente
admira el golpe.) Téngase, Thompson. (A los SOLDADOS.)
Suelten al preso. ¡Dos pasos atrás!... (Al OFICIAL.)
Dé usted parte de lo ocurrido a Su Excelencia. (Aparte.)
¡Y qué puños los del mozalbete!... |
EL OFICIAL.-
Excelentísimo Señor: junto con la descarga
hecha en la cárcel, indicando la ejecución
del reo, sentimos gritos desaforados en esta cuadra; corrimos
y encontramos a este hombre que volvía hacia esta
casa, profiriendo injurias atroces contra el ilustre Restaurador.
Lo hice detener inmediatamente y lo traigo a presencia de
Vuestra Excelencia, para que se sirva dictaminar sobre su
suerte... |
|
(Silencio general en presencia de ROSAS, que
también está callado, reflexionando.)
|
—173→
|
CORVALÁN.-
(Creyendo interpretar el mutismo de ROSAS.) Su Excelencia
está esperando las explicaciones del señor
Thompson. |
|
(Desde el extremo del proscenio, MANUELA ha dado
un paso hacia THOMPSON, aunque éste al pronto no ve
su actitud patética.)
|
THOMPSON.-
(Con voz vibrante.)
He protestado y protesto, no sólo contra la injusta
sentencia, sino también contra la perfidia de un indulto
falaz... |
MANUELA.-
(Juntando las manos en ademán
de súplica, a media voz.) ¡Jaime!... |
THOMPSON.-
(Se
interrumpe ante la actitud de MANUELA y se ve que, para obedecer
la muda súplica, está conteniendo las imprecaciones
que se agolpan a sus labios.) Nada más tengo que explicar...
|
ROSAS.-
(Después de una lucha interna, ha tomado
su resolución: habla sin mirar a THOMPSON, que espera,
impasible, un acto de rigor.) Me doy cuenta de cómo
el señor Thompson, recién vuelto a su patria
y amigo íntimo
—174→
del reo, se haya conmovido, por el
acto de cruel justicia que acaba de consumarse, hasta incurrir
en un verdadero extravío. [No dudo de que le pesará
(Muda denegación de THOMPSON.) su protesta violenta
contra el merecido castigo, cuando conozca mejor las razones
en que se ha fundado,] Sea como fuere, excuso ofensas que
no me alcanzan, ni quiero conocer injurias que no he oído
y doy por no proferidas. El señor Thompson queda en
libertad. Pero, como a estas horas las calles de la ciudad
no estarían muy seguras para él, acompáñenlo
dos soldados de escolta hasta el domicilio que él
indique. |
THOMPSON.-
(Haciendo una seña negativa.)
No; si estoy en libertad, iré solo... (En medio de
un silencio de estupefacción, se cumple la orden,
saliendo THOMPSON después de una mirada de MANUELA.
Se retiran los SOLDADOS.) |
VICTORICA.-
(Acaba de entrar y
se acerca a ROSAS, revelando emoción en su semblante
sombrío.) Excelentísimo Señor; se ha
cumplido la sentencia. (Silencio.) Para terminar con el señor
Thompson, me permitiré preguntar a Su Excelencia ¿qué
curso se da al pasaporte
—175→
otorgado a dicha persona para ausentarse
a las provincias? |
ROSAS.-
Envíeselo a su domicilio
para que haga uso de él a su albedrío.
(VICTORICA
se inclina.)
Hoy mismo, general (A CORVALÁN.) se
servirá usted pasar en mi nombre un oficio al gobernador
de Córdoba, rogándole que, al saber la llegada
allí del señor Thompson, tenga a bien proporcionarle
todas las facilidades posibles para su viaje al interior.
También escribirá usted a mi amigo Brizuela,
gobernador de La Rioja, pidiéndole que atienda en
todo al ingeniero don Jaime Thompson, como si fuera... una
persona de mi familia. |
MANUELA.-
(Que permanecía
sentada, mirando al suelo, se levanta al oír las últimas
palabras de ROSAS, clava en éste sus ojos y luego,
conmovida, camina algunos pasos hacia su padre, despidiéndose
a media voz.) Buenas noches, tatita. (Se retira por la puerta
de la izquierda, después de una seña amistosa
a CORVALÁN y a VICTORICA.)
—176→
|
ROSAS.-
(Muy quedo.)
Buenas noches, Niña... (Se dirige a su habitación
de la derecha, despidiendo desde la puerta a sus subordinados.)
Caballeros, pueden retirarse. (Vase.) |
VICTORICA.-
(Se dispone
a salir con CORVALÁN por la puerta del foro; allí
detiene un instante a su compañero poniéndole
la mano en el hombro y señalando la puerta de la derecha.)
Vea, general: a ese hombre, ni en veinte años de estudio
y contacto diario, acabaremos de conocerlo. |
|
|
LOVE, ANGELIS.
|
|
(Primero LOVE, luego ANGELIS, entran uno tras otro, con
intervalo de segundos, por la puerta de la derecha, y siguen
un rato, sin
—178→
conocerse, tomando apuntes en su respectivo
cuaderno de bolsillo. Visten de etiqueta, a la moda del año
40. ANGELIS luce una constelación de cruces y medallas
europeas que hacen marco a la divisa federal. Acento napolitano
de ANGELIS, más marcado que el inglés de LOVE.)
|
LOVE.-
(Mirando al recién entrado.) ¡Oh, señor
de Angelis, cuánto gusto! |
ANGELIS.-
Good evening,
mister Love. (Se estrechan la mano.) Siempre al pie del cañón...
|
LOVE.-
Lo mismo que usted, querido colega... |
ANGELIS.-
¡Oh! yo no estoy aquí esta noche más que como
periodista de ocasión. He venido, de orden superior,
únicamente a tomar algunas impresiones de visu para
una crónica en francés destinada al Messager
de Montevideo. Si por mí fuera, muy otras serían
mis tareas de pluma. |
LOVE.-
Me doy cuenta del desapego de
usted, conociendo sus antecedentes literarios. Por eso
—179→
mismo,
más de una vez me he preguntado, ¿cómo ha podido
un hombre de su talla intelectual, después de cometer
el primer desatino de desterrarse adonde nada lo llamaba,
incurrir en el segundo, mucho mayor, de perpetuar su destierro,
estableciéndose donde nadie se lo agradecerá?
|
ANGELIS.-
En dos palabras le daré la explicación
de mi venida y permanencia en el Plata. Soy de Nápoles,
donde, después de educar a los hijos de Murat, serví
a su sucesor, el rey Fernando, que me nombró su ministro
residente en San Petersburgo. De aquella corte autócrata
me sacó la revolución carbonaria, mandándome...
a completar mi aprendizaje liberal en la Francia ultra de
la Restauración. En París, tropecé con
Rivadavia; y, conquistado por su ardiente apostolado civilizador,
acepté la idea de venir a secundar su obra, prestándole
mi concurso periodístico que, por supuesto, no había
de retardar una hora el fracaso de la prematura utopía
unitaria. Después, urgido por la hereje necesidad
-que agravaba la presencia de una esposa amada,- he continuado
más y más este oficio de foliculario oficial,
siguiendo la misma curva descendente que el gobierno a quien
servía. Y es así como, venido para
—180→
coadyuvar
a una cruzada civilizadora, me encuentro, después
de doce años, asociado a una reacción vandálica
de ignorancia y barbarie... |
|
(Pausa silenciosa.)
|
LOVE.-
(Algo impresionado por la confesión.) Permítame
decirle que, al deprimirse así, usted exagera notablemente.
En lo que a mí respecta, y guardadas las distancias,
procuro no cavar tan hondo, contentándome con envolver
en una capa de escepticismo mi rebajada condición
actual. Así, con no mirar sino el buen lado de las
cosas, consigo no ver el malo. Tal me pasa, por ejemplo,
con el jubileo de hoy, celebrando -por una «providencial»
coincidencia que no dejaré de hacer resaltar en mi
British Packet,- además del glorioso aniversario patrio,
el vigésimo cumpleaños de nuestra graciosa
reina Victoria y el vigésimo segundo de la encantadora
hija del Restaurador. Dicho está que en este rumboso
tirar la Casa Rosada por la ventana, en plena crisis del
bloqueo francés, abundarán los tropezones de
gusto; pero no los querré notar. Al describir las
pompas de esta noche no habré visto sino el lujo desplegado
—181→
en los tres salones de baile y sus anexos: todo iluminado
a giorno, alegrado por dos orquestas, donde se agita un vivo
calidoscopio de uniformes militares y diplomáticos...
Y para olvidar una hora las miserias populares y los horrores
callejeros, (Se acerca a la mampara del foro y la entreabre
sin mostrarse.) me basta contemplar aquella corona de beldades
porteñas, de ojos más centelleantes que sus
joyas, de carne más blanca y perfumada que las rosas
y jazmines de los floreros, quedando miope para las feas,
si las hay... Ahí están sentadas y formando
marco deslumbrador, algunas hijas de las familias patricias
de Buenos Aires: las de Riglos, Azcuénaga, Beláustegui,
Alvear, Arana, Lasala, Peña, Oromí... |
ANGELIS.-
Y no omita consignar que también se encuentran allí
codeándose con ellas, las de González Salomón,
Mariño, Álvarez Montes, Maestre, Parra y...
otras cepas análogas. Pues, lo que caracteriza al
régimen actual no es, como lo proclaman aquellos emigrados
unitarios, el predominio de la plebe con exclusión
de la clase decente, sino la mezcolanza de una y otra sin...
distinción. Siam frantelli...
|
—182→
|
LOVE.-
(Que ha dejado
caer la cortina.) Acaba usted de mencionar a la familia de
Álvarez Montes. Yo no creía que fuera también
de aquella estofa. |
ANGELIS.-
No; era gente buena, aunque
modesta; son los dos hombres, padre e hijo, los que la han
encanallado, sobre todo este último. Sé que
usted se encontraba en Palermo, el año pasado, momentos
antes de que Ramón Maza le asestara en el pecho el
balazo que se creyó mortal... y, dicho sea de paso,
poco se habría perdido con que lo fuera. Desde entonces
-o sea después de los tres o cuatro meses que duró
su curación,- el que antes no pasaba de ser un tronera
de taberna y garito, resucitó hecho un malvado. Hase
convertido en un proveedor activísimo de la «Sociedad
Popular», rival de Salomón y Maestre, que también
brillan en esta fiesta. No parece sino que la vista próxima
de la laguna Estigia le hubiera inoculado instintos infernales.
|
LOVE.-
Yo atribuyo a la degradación del tipo un origen
menos mitológico. Procede, para mí, de una
pasión loca -¡oh, sí, verdaderamente
—183→
insensata!-
de este obscuro oficial Paraguayo por... ¿a que no adivina
usted por quién? |
ANGELIS.-
¿Cómo quiere usted...?
|
LOVE.-
Pues, nada menos que por la que podría elegir
entre cien candidatos, así argentinos como extranjeros...
|
ANGELIS.-
¿Qué me dice usted? ¿Pretender a Manuela
Rosas, aquel mostrenco marcado en la frente por el desprecio
público? |
LOVE.-
Lo que oye. De más está
decir que, en lo tocante a Manuela, está desahuciado;
pero parece que algo esperara por el lado del padre, con
exagerar su fanatismo federal... |
ANGELIS.-
Nada conseguirá.
Todos sabemos que Rosas es opositor nato a toda candidatura
matrimonial. Además está visible que la independencia
de Manuelita es hoy casi absoluta.
—184→
Con toda su bondad ingénita
y suavidad de modales, deja revelar muy a las claras ser
ella sola quien regla su conducta. Tampoco las relaciones
entre padre e hija son ahora lo que antes fueran. Hay mar
de fondo. Algo ha debido ocurrir que ignoramos. Por simple
conjetura, lo vinculo a la persona del joven Jaime Thompson,
aquél -¿recuerda usted?- que movió tan descomunal
alboroto cuando la ejecución de Ramón Maza,
y cuyos insultos al Restaurador quedaron sin castigo por
razones desconocidas... Para explicar tan rara impunidad,
se habló entonces de una intervención de Manuela
en favor de aquél, por quien guarda una profunda simpatía
de infancia, si no algo más... Sea lo que fuere, supe
que a los pocos días Thompson se había marchado
al interior, de donde volvió hace algunas semanas.
Ignoro el resto... Pero usted, familiar de la legación
británica ha de tener noticias más frescas
del inglesito... |
LOVE.-
(Después de alguna vacilación.)
Voy a confiarle un secreto, pidiéndole -siquiera por
una hora- la más absoluta reserva, como que en ello
va la vida de aquel joven. (Se acerca a la ventana de primer
término, cuya cortina entreabre un momento.) Sabrá
usted
—185→
que yo vivo en aquella casa de enfrente. Es un departamento
del antiguo hotel de Faunch, recién convertido en
cuartos de huéspedes, todos ingleses. Ayer fui llamado
a la Legación por el ministro Mandeville, que me manifestó
tener el mayor interés en ofrecer, por un par de días,
un asilo seguro a un joven argentino de distinción,
perseguido por la Sociedad Popular. Tuvo a bien agregar que
no lo asilaba en la misma Legación porque aquél
necesitaba hospedarse lo más cerca posible del embarcadero
inmediato a la Casa de gobierno. Habiéndole parecido
muy adecuado para el caso mi boarding house, convinimos en
que Thompson -pues de él se trataba- ocupara un cuarto
del piso alto, comiendo en su dormitorio para no ser visto
de nadie. Desde anoche, en efecto, Thompson está instalado
en su refugio. (Volviendo a la ventana.) Su ventana es aquella
que se ve con luz encendida, lo que prueba estar él
allí, esperando sin duda la hora de su embarco clandestino.
De su riesgo personal, lo único que él sabía,
por aviso seguro, es que, clasificado como «salvaje unitario
de frac», según la rúbrica, su casa debía
ser asaltada esta misma noche por una partida de la Mazorca.
Parece que la treta ha sido eficaz y que los sabuesos han
perdido el rastro pues en todo el día no se ha divisado
por
—186→
aquí ninguna de las caras patibularias que hasta
ayer rondaban el domicilio de Thompson. ¿Conseguirá
éste salvarse, como lo han logrado muchos fugitivos,
gracias a nuestra Legación? ¿O bien, vendido por algún
espía, correrá la misma suerte que otras víctimas,
sacrificadas en la playa por asesinos oficiales?... Tiempos
lúgubres son los que atravesamos, don Pedro, y, mucho
me temo que no sean sino anuncios de otros peores en lo futuro...
|
ANGELIS.-
Sí; es de prever una próxima furiosa
embestida del tigre popular, azuzado por los mismos que,
después de cebarlo, no se atreven a ponerle bozal:
¡arremetida tanto más sanguinaria cuanto que, para
cohonestar sus excesos, se la presentará como una
defensa necesaria a la Santa Federación! Y a esa irrupción
de la ferocidad plebeya, no le pongo plazo más lejano
que unos pocos meses. Auguro que ocurrirá cuando terminen
las negociaciones entabladas con el enviado francés:
¡será el premio de la dichosa paz -¡satánico
regocijo!- un desencadenamiento tal de matanzas y violencias
callejeras, que quedará
—187→
estigmatizado en la historia
el Terror del año 40! |
LOVE.-
¡Tétrica perspectiva!
Pero, dígame, señor de Angelis, usted, más
metido que yo entre telones gubernativos, ¿cree también
que sea Rosas el que ordena aquellos atentados y a quien
debe tenerse por responsable de todos ellos? |
ANGELIS.-
(Con
acento convencido.) A Rosas le toman de improviso muchas
de esas infamias, que no ha ordenado ni previsto. Con decirle
a usted que ignoró el alevoso asesinato que, hace
veinte días, horrorizó esta población:
aquel bárbaro degüello de Lynch, Maison, Oliden
y Riglos, quienes, al intentar embarcarse para Montevideo,
fueron sorprendidos por una partida mazorquera en el camino
de Barracas, ¡junto a la quinta del ministro inglés!...
Con todo: es justiciera la vindicta de la opinión,
cuando achaca al tirano la responsabilidad de los crímenes
cometidos con el instrumento forjado por la tiranía
-hasta de aquellos en que él no tomó parte
ni acaso llegaron a su noticia. |
|
(Aparece en la puerta
de la izquierda, segundo término, el mayor ÁLVAREZ
MONTES; uniforme de gala, con la divisa.)
|
Escena IV
|
|
MANUELA, MARÍA JOSEFA.
|
|
(Aparecen
por la puerta de la derecha, primer término, vestidas
de baile, medio luto: MANUELA de terciopelo negro; rich black
velvet dress, dirá la crónica de LOVE.)
|
—192→
|
MARÍA JOSEFA.-
(Entra jadeante por la subida de la
escalera.) ¡Uf! Estos pisos altos con su escalera de mis
pecados!... ¡Estoy sofocada!... (Se deja caer en un sofá.)
|
MANUELA.-
(Durante toda la escena aparece preocupada y nerviosa.)
No te fatigues, María Josefa; toma asiento mientras
yo me echo una mirada en el espejo. (Se acerca al tocador
y sigue hablando mientras se arregla el tocado.) Pero te
prevengo que quiero aprovechar la tardanza de los banqueteadores
oficiales en la Legación británica, para charlar
con vos largo y tendido... |
MARÍA JOSEFA.-
(Enderezándose.)
[Siendo así, descansada estoy. El día que me
declare impedida para charlar con vos, encanto y gloria mía,
estaré en los últimos.] Abrime, pues, tu corazón,
niña querida. (Se ha levantado y la abraza, mirándola
a la cara.) Bien me doy cuenta hace tiempo de que algo serio
te está pasando... Por Jaime estás pensativa
y triste, ¿no es así?
|
—193→
|
MANUELA.-
Sí, por causa
de él, pero no por culpa suya. [Son escrúpulos
respetables, si no todos fundados, los que le detienen en
el umbral de nuestra común felicidad.] Constándole
que cedería la oposición de tatita con sólo
adherirse a la causa federal, se resiste a admitir una condición
que le repugna. |
MARÍA JOSEFA.-
(Alzando los ojos
al cielo.) ¡Haceme favor!... Pero, decime, ¿es cierto que,
desde su vuelta no se han visto sino una vez? |
MANUELA.-
Sólo aquella tarde, en casa de la pobre Rosita, [donde
vos me dejastes y volvistes a tomarme. Hace diez días,
pues, tuvimos allí nuestra explicación completa].
Todo lo que teníamos que decirnos, nos lo dijimos
entonces para no tener que repetir las entrevistas. Pero
ayer... escuchame, María Josefa: antes de revelarte
un secreto de que pende la vida de mi Jaime, necesito oírte
declarar que puedo contar con tu dedicación entera
a mi persona... aunque fuera contrariando (Ensayando una
débil sonrisa.) tu chifladura federal...
|
—194→
|
MARÍA
JOSEFA.-
(Con sentimiento profundo bajo lo sencillo o vulgar
de la expresión.) Mirá, Manuelita: Yo conozco
mis defectos y mis ridículos, que la opinión
se encarga de exagerar; pero, llegando a ponerse en cuestión
la suerte de mi Manuelita, nada en el mundo existiría
para mí: sólo me acordaría de que Dios
me ha puesto a tu lado como una segunda madre. Y para evitarte
un disgusto... mirá... ¡sería capaz de arrojar
al brasero mi moño punzó!... (Se toca la cabeza.)
|
MANUELA.-
(Bromeando para disimular su emoción.)
¡Y qué humo daría!... Pero estás exagerando,
y no te pido tanto. |
MARÍA JOSEFA.-
No te burles.
Estoy dispuesta a sacrificarlo todo por vos y sin que me
cueste el sacrificio... |
MANUELA.-
(Abrazando a la vieja,
que enjuga una lágrima.) Doy completa fe a tus palabras,
vieja querida. He aquí, pues, el grave asunto de que
se trata. Al regresar de La Rioja, Jaime, en
—195→
abril último,
quiso pasar por Tucumán, y se encontró con
que ese loco de La Madrid acababa de sublevar la provincia
contra tatita, que lo había mandado en comisión.
Jaime simpatizó con el movimiento, aceptando, al venir,
ser portador de comunicaciones para la Comisión argentina
de Montevideo. Estas cartas, substraídas, han caído
en poder de la Sociedad Popular, que al punto ha inscrito
a Jaime en su lista de sangre. Me consta que él, desde
que llegó, no se acuerda más de su llamarada
unitaria, y sólo se ocupa de su viaje a Europa. Se
disponía, pues, a embarcarse en estos días
para Montevideo e Inglaterra; lo que, sabido por la Sociedad
Popular, le ha bastado para lanzarse tras la presa que se
le escapaba. Esta misma noche debía asaltar su casa
una partida de mazorqueros, a quienes capitanea el infame
delator de Ramón Maza... |
MARÍA JOSEFA.-
¿Álvarez
Montes? Pero, ¿por qué tanto ensañamiento contra
Thompson, a quien apenas conoce? |
MANUELA.-
(Con asco visible.)
¿Por qué? Me da repugnancia decirlo: porque ese «tape»
abyecto tiene la insolencia
—196→
de pretenderme. Despreciado
por mí, quiere vengarse en el que amo: ¡cosa más
fácil en estos tiempos de restauración!...
|
MARÍA JOSEFA.-
No te exaltes, Manuela, ¿No temes
acaso que tus acusaciones alcancen a tu padre? |
MANUELA.-
(Arrebatada por la indignación.) Nada temo cuando
expreso la verdad. En cuanto a mi padre, cosas más
duras ha oído de esta boca; y precisamente, para no
exponerme a repetirlas, he preferido tomarte de intermediaria
en este conflicto... [Pero parece que estuvieras, más
que conmigo, con los verdugos de los Maza, que también
quieren serlo de Jaime Thompson...] |
MARÍA JOSEFA.-
(Que se ha dejado caer en un sillón, habla con voz
entrecortada en la que se siente próximo el sollozo.)
[Yo estoy con vos y con nadie más, bien lo sabés,
y deberías ahorrarme cualquier palabra dura...] |
MANUELA.-
(Abrazándola.) Perdoname el repentón, mi vieja;
sigo con lo que te quería decir... Fui avisada ayer
—197→
del asalto preparado contra Jaime. Ya citados los de la
cuadrilla, faltaba tiempo para atajar el golpe. Sólo
quedaba la fuga, que el ministro Mandeville combinó
el mismo día. A esta hora -para ser breve- Jaime se
encuentra refugiado en esa casa de enfrente, esquina de 25
de Mayo. (La indica abriendo un postigo de la ventana.) Todo
está arreglado; su equipaje puesto a bordo del buque
inglés, y él esperando una señal mía
para venir aquí por una puerta y galerías secretas,
a despedirse y juntarse con el oficial que ha de embarcarlo.
Creo que nada se ha dejado de rever, y que he logrado poner
a Jaime en salvo, [aunque sea (Hondo suspiro.) desgarrándome
el corazón...] |
MARÍA JOSEFA.-
¿Por qué
no desembarcaría en Montevideo, donde tiene parientes,
desde luego a don Juan Thompson?... |
MANUELA.-
Si desembarca,
será por muy corto tiempo; tiene que volver a Inglaterra,
a dar cuenta de su cometido. Allá, sin duda, se establecerá,
[subsistiendo, para no regresar a su país, las razones
que tiene para dejarlo]. Él me ha declarado que, por
dolorosa que le sea
—198→
la separación, no ha de volver
a Buenos Aires durante la dictadura. Por otra parte, sé
que tatita no aceptará nunca un yerno hostil a su
política. Ahora comprenderás cómo, a
la dicha de apartar de Jaime este peligro mortal, se mezcle
la amargura de no haberlo salvado sino a costa de perderlo...
[Trance tan duro que, por instantes, alzo mis ojos al cielo,
preguntando si es justicia de Dios que en este conflicto,
sólo sea inmolada la víctima inocente: o bien,
si ésta, al cabo (Como afrontando una resolución
que no formula.) , no tendría algún derecho
para defenderse del sacrificio, aunque fuera pasando sobre
deberes que hasta hoy ha respetado...] |
MARÍA JOSEFA.-
(Inquieta por la reticencia de MANUELA.) Hija mía,
no te des por vencida: tenemos todavía una hora de
plazo. Cuando venga Jaime, procura inclinarlo a una conciliación,
mientras yo intercedo con Juan Manuel... Pero si resultasen
vanos nuestros esfuerzos y te resolvieras a un partido extremo
(Le toma la cabeza y la besa en la frente.) cuenta con esta
madre, que te acompañará a donde quieras y
para lo que quieras...
|
|
(Se oyen afuera las cornetas que
tocan ¡atención! rompiendo cajas y clarines con la
marcha de honor por la llegada de la comitiva oficial.)
|
—199→
|
MANUELA.-
Ahí viene el intermedio de alta comedia,
emparedado entre escenas de drama. [Teniendo que recibir
aquí al Ministro británico y su cortejo], traeme
a Agustina, Mercedes Fuentes, Mercedes Arana y dos o tres
más, para que me rodeen.
(Sale MARÍA JOSEFA
y quedan abiertas las dos hojas de la puerta del foro.)
Vamos, Manuelita. (Aparte.) ¡A tu papel de reina Victoria
platense! (Se acerca al espejo para acabar de arreglarse
ligeramente algunos detalles del tocado y traje. La banda
rompe con los primeros compases del Himno de los Restauradores,
mientras entra el cortejo oficial.) |
Escena V
|
|
Dichas,
AGUSTINA, MERCEDES FUENTES DE ORTIZ DE ROSAS, MERCEDES ARANA
y demás señoras, después ROSAS, MANDEVILLE,
CORVALÁN, MANSILLA, SOUZA DÍAZ, ministro del
Brasil, y algunas personas del cortejo, diplomáticos
y generales9.
|
|
(Las señoras, menos MERCEDES FUENTES,
que también está de medio luto, lucen trajes
—200→
de baile amplios y con prendidos de flores en la falda,
a la moda francesa de 1840. ROSAS ostenta uniforme de capitán
general; MANDEVILLE, el diplomático de gala, y así
el resto del séquito. Los civiles visten calzón
claro ajustado y frac negro con botones de metal sobre el
chaleco punzó. Todos los argentinos llevan la divisa,
y las señoras el moño federal.)
|
|
(Coro de
señoras formando un murmullo de saludos y felicitaciones,
etc., etc. Cesa la música a una seña de ROSAS.
Mientras ROSAS suelta a media voz algunas chabacanerías
que causan risa a sus vecinas, MANDEVILLE se acerca a saludar
gravemente a MANUELA, besándole la mano, y después
a las damas vecinas, quedando luego cerca de la primera.)
|
MANDEVILLE.-
(A media voz.) Confío, señorita
Manuela, en que todo aquello seguirá marchando a medida
de sus deseos... Más tarde conversaremos... |
SOUZA
DÍAZ.-
(A AGUSTINA, siguiendo una charla mundana.)
¿Qué no se decidirá, señora, a visitar
algún día nuestra capital?... |
AGUSTINA.-
(Creyendo
mostrarse amable.) Tendría muchísimo gusto,
señor Ministro, pero temo un poco esa fiebre amarilla.
¿Hace muchos estragos, verdad?
|
—201→
|
SOUZA DÍAZ.-
(Con
una sonrisa diplomática.) No es negable que causa
todavía algunas víctimas... Representa algo
así como nuestra Sociedad Popular... despobladora.
|
AGUSTINA.-
(Sin comprender.) ¡Ah!... |
ROSAS.-
(A MANDEVILLE.)
Señor Ministro: esta brillante concurrencia, y especialmente
la juventud, está impaciente por dar principio a su
diversión. Espero que en homenaje al doble aniversario,
que hoy, coincidiendo con nuestro día patrio, con
tanto júbilo celebramos, se dignará Vuestra
Excelencia, en unión del señor Ministro del
Brasil, inaugurar el baile. |
|
(MANDEVILLE se inclina y se
acerca a ofrecer el brazo a MANUELA; así también
el MINISTRO DEL BRASIL que le hará vis-a-vis con AGUSTINA.)
|
MANDEVILLE.-
(A MANUELA.) El honor será doble para
mí si la señorita Manuela se digna acompañarme...
(Se dirigen al salón, seguidos de las demás
parejas. La puerta queda abierta, y a los pocos segundos
toca la orquesta el minué de Don Giovanni que, fuera
de la vista del público, las dos parejas oficiales
empiezan a bailar.)
|
—202→
|
ROSAS.-
(Ha quedado en pie cerca de
la puerta, mirando la danza, por cortesía. A MANSILLA
que está por entrar.) ¿Por qué abren el baile
con esa marcha de procesión, y no con nuestro minué
federal? |
MANSILLA.-
El minué serio es de regla al
empezar, Juan Manuel. A su tiempo vendrá el otro,
más alegre, con su injerto de «Cielito, cielito, que
si...» |
ROSAS.-
Enhorabuena. Y de veras que el gringo no
lo hace tan mal... para la edad que tiene. (A un EDECÁN.)
Llámeme a Victorica, y que traiga los partes de policía.
(Sigue mirando. A los pocos segundos se presenta VICTORICA.)
|
Escena VI
|
|
ROSAS, VICTORICA.
|
ROSAS.-
¿No le parece
bien recuperar algo del tiempo perdido en tanto holgorio?
|
—203→
|
VICTORICA.-
(Con varios pliegos en la mano.) Estoy a las
órdenes de Vuestra Excelencia... (Se inclina respetuosamente.)
|
ROSAS.-
(Retirándose de la puerta.) Bueno, para política,
basta ya de mosquetería. (Al EDECÁN.) Cierre
la puerta y la mampara, que vamos a trabajar, invadiendo
unos minutos los dominios de la Niña. (Con una punta
de burla.) Me avisa cuando termine la danza el señor
Ministro británico... ¿Ha traído los partes
del día? |
VICTORICA.-
(Preocupado.) Aquí están,
Excelentísimo Señor... |
ROSAS.-
Sentémonos
para despachar a unos cuantos salvajes... (Con risita sardónica
que VICTORICA, caviloso se esfuerza en festejar.) al compás
de ese minué... (Se sientan a la mesa central, ROSAS
frente al público, VICTORICA al lado derecho, con
un lápiz para apuntar las observaciones, mientras
ROSAS escribirá con tinta sus notas o decretos.)
¿Hay alguna novedad de bulto?
|
—204→
|
VICTORICA.-
Nada que merezca
especial atención. Cinco o seis muertes en las calles;
una docena de riñas con cuchilladas en pulperías
y garitos; asaltos y otras menudencias. Total: unos treinta
presos nuevos entre delincuentes y salvajes denunciados.
Tengo aquí los partes de las comisarías...
|
ROSAS.-
Esta noche, no me exponga sino los casos de individuos
conocidos, prescindiendo de la chamuchina de poncho o chaqueta.
A ver algunas clasificaciones nuevas, entre los salvajes
unitarios de frac o levita... |
VICTORICA.-
(Empieza a leer
rápidamente.) Santiago Viola, Pedro Goyena, doctor
Zorrilla, Joaquín Belgrano, Juan Rubio, Gregorio Tagle,
doctor Roque Pérez, el clérigo Agüero,
Manuel José Cobo... |
ROSAS.-
(Interrumpiéndole.)
¿Éste es el casado con la hermana del salvaje unitario
Lavalle?
(Seña afirmativa de VICTORICA.)
Bueno,
basta; ya me doy cuenta. Vayan todos destinados al servicio
de las armas,
—205→
con multas los pudientes, desde dos hasta
cuatro mil pesos, y diez personeros para no marchar... |
VICTORICA.-
(Con voz notablemente alterada.) Sólo quedan, Excelentísimo
Señor, dos asuntos dignos de su atención. El
primero se refiere a cuatro jovencitos clasificados como
salvajes unitarios [y presos en el Depósito de policía]
por conato de conspiración: resultan convictos y confesos,
si bien el propósito criminal no ha tenido principio
de ejecución: esperan la resolución de Vuestra
Excelencia. |
ROSAS.-
(Impasible.) Escriba: (Dictando a VICTORICA,
que ha tomado la pluma con mano mal segura.) «Trasládense
a la cárcel pública, con grillos, para ser
fusilados el jueves próximo, Juan Manuel de Rosas.»
|
|
(VICTORICA que, desde el principio, ha revelado la más
intensa agitación, se detiene, temblando su mano hasta
imposibilitarle escribir.)
|
VICTORICA.-
(Alejando de sí
el papel y balbuciente.) Señor: mi mano se rehúsa
a trazar esas líneas...
|
—206→
|
ROSAS.-
(Ya irritado.) ¿Qué
es lo que le pasa ahora, so gallina? |
VICTORICA.-
(Con voz
apagada.) Excelentísimo Señor: creo que uno
de ellos... es hijo mío...
|
|
(Silencio angustioso.
Al fin, ROSAS toma la pluma y escribe lo siguiente en el
papel, leyéndoselo después a VICTORICA.)
|
ROSAS.-
(Leyendo.) «A mérito del fausto aniversario
de hoy y por celebrarse el jueves próximo la fiesta
de la Ascensión del Señor: sobreséase
en la causa para reverla en oportunidad. Juan Manuel de Rosas.»
|
VICTORICA.-
(Con un gran suspiro de alivio.) Excelentísimo
Señor: le quedo, por lo que me toca, profundamente
agradecido. Para terminar, me permitiré detener un
instante a Vuestra Excelencia con un último asunto.
Hasta ahora no sale del carácter privado, pero, dada
la condición de la persona en él comprometida
[me he creído en el caso de solicitar una decisión
de la suprema autoridad].
|
—207→
|
ROSAS.-
(Ya de pie.) Diga ligero.
¿De quién se trata? |
VICTORICA.-
(Observándolo.)
Excelentísimo Señor, se trata de Jaime Thompson...
|
ROSAS.-
(Súbitamente interesado.) Veamos eso... (Vuelve
a sentarse.) |
VICTORICA.-
(Continuando.) Don Jaime Thompson,
que regresó hace poco del interior, ha sido denunciado
ante la Sociedad Popular como salvaje unitario y partícipe
en la reciente traición de La Madrid, en Tucumán,
acusándosele de haber traído comunicaciones
para los salvajes de Montevideo. En vista de ello, la Sociedad
ha dispuesto que una partida armada se presente esta noche
en la casa de Thompson... |
ROSAS.-
¿Quién ha sido
el delator? |
VICTORICA.-
Es el mayor Álvarez Montes.
|
—208→
|
ROSAS.-
(Refunfuñando.) ¡Mal enemigo se ha echado
encima el Jaimecito!... (A VICTORICA.) ¿Sabe usted si se
ha comprobado la complicidad de Thompson en la chirinada
del pilón La Madrid y de ese mequetrefe de Avellaneda?
|
VICTORICA.-
Hasta ahora, Excelentísimo Señor,
la policía no ha tomado cartas... |
ROSAS.-
¡Famosa
policía! Eso es lo primero que debe averiguarse. A
resultar probada su culpa reincidente, no habrá sino
dejar que las cosas sigan su curso, lavándose las
manos. (Se abre la puerta del foro y aparece el EDECÁN;
sin darle tiempo para hablar, ROSAS aprovecha la diversión
para dirigirse hacia el foro.) ¿Ya terminó aquello?
¡Allá voy! |
VICTORICA.-
(Aparte.) ¡Lavarnos las manos!
Si será otra vez con sangre... Y siempre queda uno
sin adivinar su pensamiento, y con la duda de si en el fondo
el muy socarrón está o no porque den su golpe
los asesinos... (Sale.)
|
Escena VII
|
|
Dichos, MANDEVILLE
dando el brazo a MANUELA; después MARÍA JOSEFA.
|
ROSAS.-
(Amablemente.) Me dirigía a felicitarle,
señor Ministro, por la perfección con que se
ha desempeñado... |
MANDEVILLE.-
(Devolviendo el cumplido.)
Con tal elegante y distinguida compañera, no habría
danzador novicio que no saliera airoso... (Saluda a MANUELA
al separarse de ella. Ésta se aleja hacia la derecha,
inquieta por ver llegar a MARÍA JOSEFA, que al fin
aparecerá, mientras los dos conversan de política.)
Ante todo, Excelencia, permítame reiterarle mis sinceros
parabienes por el brillo de estas fiestas doblemente conmemorativas.
|
ROSAS.-
(Con mucha dignidad y empaque de jefe de Estado.)
Gracias, señor Ministro y muy apreciado amigo. Sé
todo lo que en las presentes circunstancias debemos a su
gobierno, de cuyas vistas pacíficas tengo ahora testimonio
fehaciente por la nota secreta que el mismo
—210→
mariscal Soult
dirigió hace poco a su agente en Montevideo y que
he logrado procurarme en el texto original. |
MANDEVILLE.-
(Con verdadera sorpresa.) ¿Es posible? Pica en extremo mi
curiosidad esta noticia y me interesaría sobremanera...
|
|
(En este momento aparece MARÍA JOSEFA en la puerta
de la derecha, cerca de donde MANUELA estaba en espera; las
dos cambian el siguiente diálogo, mientras ROSAS refiere
a MANDEVILLE la historia del documento substraído.)
|
MANUELA.-
A toda costa, María Josefa, es necesario
que ahora mismo converses con tatita. Quiero saber a qué
atenerme antes que venga Jaime, para tomar un partido definitivo...
|
MARÍA JOSEFA.-
Perdé cuidado; Juan Manuel
no se irá de aquí sin oírme. (Siguen
hablando en voz baja, en tanto continúa el diálogo
de los dos hombres, ya perceptible para el público.)
|
ROSAS.-
(Volviendo a su tono jovial y campechano.) Sí,
mi querido Ministro; este escamoteo me cuesta diez mil pesos
oro; pero no siento
—211→
el desembolso, que me deja informado
sobre la actual orientación de la política
francesa. Contemplo, pues, con serenidad el porvenir; y confío
en que bastarán los seis meses de mi breve y recién
renovado mandato, para someter a los rebeldes y entregar
la república en paz a mi sucesor... |
MANUELA.-
(Aprovechando
el momento para acercarse.) Señor Ministro, si ha
terminado la conferencia, me tomaré la libertad, con
permiso de tatita, de recordarle que hace un rato me avisó
usted que algunos marinos de la división inglesa solicitaban
serme presentados. |
MANDEVILLE.-
(Inclinándose y ofreciéndole
el brazo.) Me es altamente satisfactorio de servir de intermediario
para el favor que la señorita Manuela dispensa a mis
compatriotas. (Se dirigen hacia la puerta del foro.) |
ROSAS.-
(Preparándose para seguirlos.) Pues, yo aprovecharé
estos minutos para ir a charlar un rato con mis viejos amigos
Terrero, Arana, Beláustegui y otros, en algún
rincón tranquilo... (Al intentar salir se ve atajado
por MARÍA JOSEFA; MANUELA se ha detenido en la puerta.)
|
—212→
|
MARÍA JOSEFA.-
Juan Manuel: necesito absolutamente
que me escuches un momento... |
ROSAS.-
(Con mal humor.) Dejalo
para más tarde o mañana; no estoy ahora para
oír tus historias... |
MANUELA.-
(Dándose vuelta
desde la puerta.) Yo conozco, tatita, las razones que tiene
María Josefa para insistir, y créame (Con intención
muy marcada.) nos importa a todos que la escuche... |
ROSAS.-
(Resignándose, después de unos segundos de
vacilación.) Sea, pues; (A MARÍA JOSEFA.) te
escucharé, con tal que no te alargues... |
|
(Salen MANDEVILLE
y MANUELA.)
|
Escena VIII
|
|
ROSAS, MARÍA JOSEFA.
|
MARÍA JOSEFA.-
(Se expresa con un acento resuelto
y cortante que hace contraste con su cháchara habitual.)
—213→
[Para concederme esta audiencia, Juan Manuel, a mí,
hermana de tu Encarnación -¡tan sentida después
de muerta!-] me has exigido ser breve. Te prometo que lo
seré; y para no perder tiempo empiezo por decirte
que Jaime Thompson, el prometido de tu hija... |
ROSAS.-
(Interrumpiéndola
con una mezcla de asombro e irritación.) ¿Qué
decís, mujer? ¿Estás loca? |
MARÍA JOSEFA.-
Vos sos quien ya empieza a alargar la plática con
interrupciones destempladas. Continúo. Jaime Thompson,
el novio de tu hija ya mayor de edad, se encuentra perseguido
por una cuadrilla de la Mazorca; no quiero preguntarte si
lo sabes -para no oírte contestar que lo ignoras,-
y acaso sea verdad... Veo por tu semblante que te sorprende
lo resuelto de mi lenguaje: [es que nunca, hasta ahora, había
visto en peligro la felicidad de Manuelita]. El dolor de
tu hija, la previsión de su desgracia, si ella no
se resuelve, como se dice a cortar por lo sano: es lo que
me da valor para desafiar tus iras.
|
—214→
|
ROSAS.-
(Más
alarmado ya que iracundo.) ¡Manuela desgraciada, si no toma
una resolución...! ¿Qué querés decir,
María Josefa? |
MARÍA JOSEFA.-
Oíme:
para salvar su vida amenazada, Jaime no tenía otro
recurso que la fuga al extranjero. La realizará, sin
que haya obstáculo que lo impida. Pero esta separación
sin término destroza el alma de Manuelita, y debes
temer algún partido extremo [que pudiera presentarse
a su espíritu...] |
ROSAS.-
(En un arranque de furor
da un paso hacia MARÍA JOSEFA.) ¡Tal vez el de seguir
a su amante! ¿Y es el consejo que te atreverías a
darle, miserable mujer?... |
MARÍA JOSEFA.-
(Que se
encoge de hombros ante el gesto amenazador.) ¡Un amante!
¡Así te expresas, insultando a ese ángel! En
ningún caso, no se trataría sino de un esposo.
Por otra parte, ella no necesita aconsejarse de esta pobre
vieja... Pero, ¿parece que no conocieras a tu hija?...
|
—215→
|
ROSAS.-
(Moviendo la cabeza, dominado ya por la situación.)
Sí, que la conozco... Sé toda la firmeza de
carácter que se oculta bajo su dulzura. Hace un año
me amenazó con un abandono posible. Pero la razón,
entonces, era su creencia en un atentado mío contra
su Jaime. Hoy el caso es distinto... Viniendo a lo presente:
ya que según tu propio dicho, Jaime no corre peligro,
¿qué es lo que en realidad pretende Manuela? |
MARÍA
JOSEFA.-
Lo único que pide Manuela es no sufrir el
dolor de esta separación... No se le escapa, en presencia
de dos voluntades tan poco flexibles, lo difícil de
llegar a un acuerdo. Con todo, entre las resistencias morales
del uno y las conveniencias políticas del otro, no
parece imposible una conciliación. Consistiría,
según entiendo, en que los dejaras vivir separados
de vos después del casamiento, quedando Jaime -y naturalmente
también Manuela- sin contacto alguno con la persona
del Dictador ni mucho menos con su partido...
|
—216→
|
ROSAS.-
(Con
gravedad, después de una pausa.) La alternativa en
que ustedes me ponen, María Josefa, es la de elegir
entre la negación de mi causa y la ruina de mi hogar,
entre el suicidio del gobernante y la agonía del padre.
La disyuntiva es cruel. Con lo primero, la obra de mi vida
entera es la que se vería gravemente comprometida,
si no arruinada, por la actitud condenatoria de los llamados
a ser sus primeros adeptos... Ahora (Con visible esfuerzo.)
queda la otra solución, o sea la huida de mi hija
al extranjero, espero que en tu compañía ¿no
es así? |
MARÍA JOSEFA.-
(Sencillamente.) Es
seguro que si Manuelita se decidiese por este partido, no
la dejaría sola hasta después de casada. |
ROSAS.-
Se casaría, pues, en Montevideo, en el Brasil, en
Europa, para vivir allá con su marido. Y mientras
ellos saboreasen su colmada felicidad, edificada sobre los
escombros de la mía, yo envejecería aquí,
en el aislamiento helado de la omnipotencia, -hasta que un
brazo criminal o un movimiento sedicioso diera cuenta de
mi resto de vida...
|
—217→
|
MARÍA JOSEFA.-
No exageres;
abundan en todas partes los ejemplos de hijas casadas contra
la voluntad de sus padres y que, transcurrido algún
tiempo, se reconcilian y viven en paz. Además, ¿por
qué hablas de tu completa soledad? ¿No tienes a tu
hijo Juan, a tus hermanas y sus niños? Te avendrás
a reemplazar a la ausente con los presentes... |
ROSAS.-
(Sombrío.)
Hablas lo que no sientes, María Josefa; bien sabés
que Manuela representa para mí más que todos
aquellos juntos. Ella es -era, tendré quizá
que decir mañana (Su voz se altera.) - algo más
que mi hija: es mi conciencia, mi salvaguardia, mi fuerza
y supremo refugio; todo eso es lo que no me resigno a perder,
porque nada lo reemplazaría. (Su voz se quebranta
y desfallece, terminando en un ahogado sollozo mientras MARÍA
JOSEFA se seca los ojos.) Andá, María Josefa:
referile lo que estás presenciando; pero no digas
a otros que has visto a Rosas próximo a llorar: que
sería tema de mofa para mis enemigos...
|
|
(Se abre
la puerta del foro y aparecen MANUELA y MANDEVILLE.)
|
Escena XII
|
|
MANUELA, THOMPSON.
|
|
(Éste,
que ha dejado su capa en una silla, cerca de la puerta, aparece
vestido de etiqueta, hecho un «fashionable» de Bond Street.)
|
MANUELA.-
(Disimulando su emoción bajo el tono festivo.)
Buenas noches. ¡Y qué elegante ha venido!.. (Con solicitud.)
¿No teme cruzar así la rada, a la intemperie? |
THOMPSON.-
(Sonriendo.) Como venía a un salón de fiesta
y no sabiendo qué papel me tocaría desempeñar
en
—222→
ella... Por lo demás no hay cuidado; envuelto
en esa capa, he pasado más de una noche al raso, en
Famatina. |
MANUELA.-
Hablemos de lo nuestro. [Ya que ¡gracias
a Dios! ha logrado penetrar aquí sin tropiezo, cambiemos
algunas palabras de suprema despedida.] ¡De nuestra triste
y angustiosa separación, acaso eterna, sólo
porque no quieren los que están en pugna ceder un
punto de su rígida intransigencia! |
THOMPSON.-
(Suavemente.)
No quiera Dios, Manuela, que mis últimas palabras
hoy puedan herirla en sus más nobles sentimientos.
No debo, en su presencia, volver a proferir queja alguna,
si no es contra el bárbaro destino que opone a nuestra
felicidad un obstáculo insalvable. |
MANUELA.-
¿Por
qué habría de ser insalvable? Hace menos de
una hora, delante de María Josefa, tatita no se ha
mostrado hostil a nuestra unión, siempre que usted
consintiera en adherirse a su causa... ¡Oh! Jaime, amado
mío, ¿le es de veras imposible hacerme la concesión
de no tomar en cuenta esos extravíos o
—223→
excesos que
acaso, sean el fruto de la barbarie más que de la
perversidad? No le pido que abjure sus convicciones, sino
que las reserve; que desvíe la vista de aquellas miserias,
o de aquellas infamias, para sólo fijarla en el cuadro
radiante de nuestra dicha ¡ay! tan distante, pudiendo ser
tan próxima... Si es cierto que me ama, como lo dice
y lo creo, ¿no me da este amor algún derecho para
pedirle que le sacrifique algo de su noble rigorismo moral,
¡el que por cierto admiro, al deplorarlo! (A media voz, bajo
un impulso irresistible.) ¿No lo merece tu Manuela, que durante
cinco años, a través del tiempo y la distancia,
te ha guardado su fe? |
THOMPSON.-
¡Todo lo mereces, criatura
adorable!... [Desde que volví a respirar el aire de
la patria, sentí en torno mío tu protección
tutelar, como parte de la influencia benéfica que
esparces sobre el país entero]. Y cuando pienso que
este tesoro de perfección pudo haberme sido destinado,
siento subírseme del pecho a los labios una efusión
de agradecimiento y ternura, fervorosa como un himno y dulce
como una plegaria... |
|
(Pausa. MANUELA se ha sentado en el
sofá y JAIME, inclinado hacia ella, la contempla;
—224→
sus manos se han juntado. Bruscamente, se abre la puerta
de la derecha, primer plano, y aparece en el umbral ÁLVAREZ
MONTES. MANUELA lanza un grito y se incorpora, en tanto que
THOMPSON da un paso hacia el intruso.)
|
Escena XIV
|
|
Dichos; menos ÁLVAREZ
MONTES.
|
THOMPSON.-
(Queda de pie.) La intrusión de ese villano nos vuelve
a la realidad. Después de lo dicho, no necesito agregar,
Manuela, que, orgulloso y agradecido,
—225→
le consagraría
mi vida. Lo poco que soy y pueda valer, lo pongo a sus pies,
mirándome satisfecho si se digna recogerlo. Todo lo
que poseo es suyo y de todo puede disponer, menos de mi honor.
Ahora bien: este honor viril -[y perdóneme, ángel
mío, si, para justificar mi actitud, vuelvo a lastimar
su piedad filial-] es el que me prohíbe amnistiar
los crímenes que forman el programa y la historia
cotidiana de este régimen de terror, de cuya persecución
sólo por la fuga consigo preservarme... |
MANUELA.-
(Con amargura.) ¡Oh! ¡qué conclusión desconsoladora!
¡De suerte que su amor está pronto para cualquier
sacrificio, excepto el que nos traería la felicidad!...
|
THOMPSON.-
(Suavemente.) Sí, Manuela; mi honor de
hombre -en el que no entra un átomo de odio ni de
rencor- es el que opone a nuestra felicidad una valla más
alta aún que la erigida por su amor filial ante la
idea de dejar solo, en el hogar desierto, el que su santa
ilusión de hija contempla exento de culpas si no de
errores. Ahora bien: (Con acento insinuante.) ¿no quiere
usted que cerremos tan penoso debate,
—226→
examinando juntos,
con nuestros corazones leales, este angustioso trance de
nuestro común destino, que es fuerza resolver sin
dilación? |
MANUELA.-
Hable, mi Jaime: ante la inminente
catástrofe que nos amenaza, estoy tan ansiosa como
usted de conciliar mi amor con mi deber... |
THOMPSON.-
Yo
no puedo quedar un día más en Buenos Aires,
lo sabe usted mejor que yo. [Desafiar a la jauría
mazorquera, azuzada por el que acaba de sorprendernos, no
sería muestra de valor sino de insensatez. Para escapar
con vida, tengo, pues, que valerme del ardid salvador que
usted, mi ángel tutelar, ha discurrido.] Así
las cosas, [y unidas como están nuestras almas por
un vínculo indisoluble], ¿por qué he de partir
solo? [¿Qué sentencia justa y fatal nos manda sacrificarnos
en nombre de una convención que la misma ley positiva
no siempre respeta, al fijar límites a la potestad
paterna si se torna despótica? Su padre, Manuela,
contra toda razón, se muestra implacable en negarnos
su consentimiento; ¿por qué hemos de acatar, a costa
de nuestra dicha, una imposición tan arbitraria?
—227→
Sí, después de un último esfuerzo, se
estrellan en una obstinada negativa todas sus súplicas],
¿por qué no cruzaría usted, con María
Josefa, el río de la Plata, para reunirse conmigo
en Montevideo y celebrar allí nuestro matrimonio,
en presencia de nuestros parientes y por cierto, con general
aprobación de nuestros compatriotas y amigos?...
|
MANUELA.-
(Soñadora, murmura algunas palabras ante
el cuadro evocado.) Montevideo... sólo el río
de por medio, tan cerca, que desde allá se divisa
la patria. |
THOMPSON.-
(Persuasivo.) Sí, Manuela,
un destierro tan cercano y, sin duda, tan breve que sería
nuestro viaje de bodas, nuestra luna de miel iluminando un
paraíso. (Se acerca a ella, que parece arrobada en
la delicada visión, y al hablar, poco a poco la va
enlazando en sus brazos.) Piensa en la delicia de nuestra
unión allá, lejos del mundo, en la divina soledad,
sin una nube en nuestro cielo, pues tu padre no soportaría
mucho tiempo la tristeza de tu alejamiento y se avendría
a perdonar sin condiciones... ¡Oh! consiente, amada mía,
dame tu promesa, tú que nunca has mentido; dime que
esta noche puedo partir
—228→
solo, pero lleno de júbilo,
sabiendo que voy a preparar allá el nido de nuestro
amor... (Pausa. Luego continúa, pero bajando de las
alturas, sin sospechar que la insinuación «práctica»
tendrá por efecto volver a MANUELA al terreno de la
fría realidad.) Y acaso, para ahorrarte otra escena
dolorosa, podrías embarcarte callada, dejando a tu
padre una carta de explicación... (MANUELA, como recién
despierta de su sueño, queda frunciendo el ceño,
moviendo negativamente la cabeza.) ¿Pero, qué te pasa,
en qué estás pensando? |
MANUELA.-
(Irguiéndose
resueltamente.) ¡Yo, Manuela Rosas, huir de la casa paterna,
ocultamente como una culpable!... No, no ¡¡eso no se verá!!
¡Rechazo una felicidad vergonzante, fundada en una fuga a
hurtadillas! Lo que me propones, Jaime mío, no sería
digno de nosotros; y por mi lado, lo miro impracticable:
no porque me faltara resolución para seguirte en el
destierro, confiada en tu lealtad, sino porque me sobra afecto
a mi padre para asestarle este golpe terrible. Hablabas de
su reciente entrevista con María Josefa: ¡ella te
dirá cómo, ante la perspectiva de un posible
abandono, ha visto a Rosas sollozar! Ante esta tortura de
mi padre, no veo ya sino mi deber de hija; y ese deber, por
doloroso que se presente, lo
—229→
acepto entero y lo cumpliré
hasta el fin. |
|
(Aparece MARÍA JOSEFA en la puerta
de la derecha.)
|
Escena XVII
|
|
Dichos, MANUELA, THOMPSON, después
UN OFICIAL INGLÉS.
|
MANDEVILLE.-
Sólo esperaba
su vuelta para despedirme del señor Thompson. (A THOMPSON.)
Todo está listo. El oficial inglés que le va
a acompañar hasta el bote está esperando en
ese pasadizo. (Señalando la puerta de la derecha,
primer término.) De todo corazón le deseo a
usted un feliz viaje y (Con intención.) un pronto
retorno.
|
—234→
|
THOMPSON.-
Señor Ministro: no necesito
protestarle a usted que le guardaré una gratitud eterna
por el gran servicio que me está prestando. Espero
volver a verle antes de mucho en Londres, para reiterarle
esta expresión de mi reconocimiento; entre tanto,
hago votos sinceros por su bienestar en mi país, donde
tanto le aprecian... (Se dan un cordial apretón de
manos. Se retira MANDEVILLE. A MARÍA JOSEFA:) Adiós,
María Josefa, se la confío. (Le da un abrazo;
y MARÍA JOSEFA, llorosa y discreta, se va a sentar
en un sillón de espaldas al grupo, a la izquierda.
THOMPSON y MANUELA quedan de pie, estrechadas las manos,
mirándose un instante con indecible angustia.) Adiós,
Manuela: no encuentro palabra que encierre mayor dulzura
que tu solo nombre pronunciado. Un cruel destino nos separa;
pero quizá esta ausencia no sea tan larga como la
primera, a que nuestro amor supo resistir...
|
—235→
|
MANUELA.-
(Meneando tristemente la cabeza.) Entonces me sonreía
la indefinida juventud. Ahora, con cada año que llegue,
irá estrechándose más y más mi
horizonte. Mientras allá, entre el placer y el estudio,
el mundo te brinde distracción, si no completo olvido,
yo me sentiré aquí, al paso del tiempo inexorable,
invadida gradualmente por la vulgaridad del medio, contra
el que, antes, una cara imagen bastaba a defenderme; y mi
segunda juventud, desteñida como el recuerdo, habrá
de parecerse cada vez menos a la primera iluminada de esperanza...
Pero yo nunca olvidaré. Quedaré fiel a la engañosa
ilusión que me forjé en las breves horas de
tu presencia, [aunque muy caras las pague ahora con el dolor
de tu partida...] ¡Adiós, mi Jaime, el Cielo te proteja!...
|
THOMPSON.-
¡Adiós, mi paraíso perdido!...
[Quizá querrá la suerte reunirnos antes que
sea tarde para transformar en una felicidad dos infortunios...]
Esperemos: que esta palabra nos quede en el oído como
el eco prolongado de la despedida, sellada (Con voz apenas
—236→
perceptible.) por el silencio doloroso y divino de nuestros
labios juntos... |
|
(Se estrechan, dejando MANUELA caer su cabeza
en el hombro de JAIME, mientras MARÍA JOSEFA se seca
los ojos, tras de su sillón. Al fin, THOMPSON se arranca
de MANUELA, que va a caer en el sofá vecino, y se
dirige a la puerta de la derecha, donde se presenta EL OFICIAL
INGLÉS, quien le hace la venia: When you please, sir...
Desaparecen los dos en el instante en que MANUELA, por un
impulso irresistible, se ha alzado, dando un paso y abriendo
los brazos hacia el que ya no está. Vuelve a desplomarse
en el sofá.)
|