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Las traducciones en la prensa literaria: el «Seminario Pintoresco Español»

Enrique Rubio Cremades





Universidad de Alicante

La prensa del segundo tercio del siglo XIX ofrece al estudioso de las traducciones un material noticioso de gran valor. Tanto el Semanario Pintoresco Español como revistas coetáneas a dicha publicación insertaron en sus páginas noticias relativas a la traducción de piezas teatrales, novelas, poesías y obras en general. En unas ocasiones como simple advertencia de la calidad de la traducción; en otras, a modo de señal o aviso de la ausencia de la misma. Un rápido escrutinio de las principales publicaciones de las décadas de los años treinta y cuarenta -principal periodo de la existencia del Semanario Pintoresco Español- demostraría el auténtico aluvión existente de piezas teatrales traducidas y representadas en la escena española. Traducciones pedestres y chapuceras que enervaban al propio Fígaro. En un artículo suyo poco conocido, fechado el 4 de junio de 1833 y publicado en La Revista Española («Una obra de circunstancia y una mala traducción.- El músico y el poeta, pieza en un acto alusiva a los días del Rey nuestro Señor.- Primera representación de El expósito de Londres, drama en cinco actos, traducido del francés, en verso, por don Andrés Prieto») arremete contra el traductor de forma cáustica y agresiva. El cúmulo de incorrecciones es tal que cunde la desesperación en el ánimo de Larra, pues una mala traducción no sólo puede provocar el fracaso de la obra sino también la desesperación del crítico teatral. En El Pobrecito Hablador -«Carta a Andrés desde las Batuecas por el Pobrecito Hablador»- resume del mismo modo y con no poca virulencia el oficio del traductor, cuyas traducciones eran preferidas y mejor pagadas que las obras originales1.

El criterio establecido por Larra en materia de traducción presenta similitudes con el de Mesonero Romanos, pese a que la animadversión por lo francés en este último y su actitud respecto a ciertos motivos son bien distintas, pues el tono displicente de El Curioso Parlante es diferente al del crítico e irónico Larra. En la década de los años treinta del siglo XIX se produce un auténtico aluvión informativo sobre las traducciones realizadas en España y su adaptación a la escena española. El material noticioso ofrecido se refiere, especialmente, a escritores franceses adscritos tanto a la narrativa como a la dramaturgia romántica. Cabe señalar desde un principio que durante la primera y segunda serie del Semanario Pintoresco Español2 las noticias sobre traducciones son mínimas. Mesonero Romanos, director de ambas series, fue el principal artífice de ello. En el ejemplar correspondiente al último año de su dirección, tras seis años y medio como director, manifiesta su pesar por las influencias extranjeras, especialmente por las francesas. Ello explicaría que bajo su directorio las traducciones apenas tuvieran cabida en el Semanario, pues en su artículo «Variedades críticas. Las traducciones o emborronar papel» manifiesta su disconformidad al respecto:

Los literatos, en vez de escribir de su propio caudal, se contentan con traducir novelas y dramas extranjeros; los sastres nos visten a la francesa, los cocineros nos dan de comer a la parisiense, pensamos en inglés, cantamos en italiano y nos enamoramos en griego. (Segunda serie, IV, 1842: 288)

Esta tonalidad o actitud, la del repudio por lo extranjero, es un rasgo peculiar del escritor costumbrista, de ahí su peculiar xenofobia por la invasión de costumbres extranjeras. El Semanario, considerado por la crítica como una publicación ecléctica, en ciertas ocasiones manifiesta su fobia por lo romántico de forma contumaz, alineándose, en ocasiones, en la corriente ideológica de revistas antirrománticas. Esta actitud es esporádica, dándose sólo en contadas ocasiones y en consonancia con otras revistas de la época consideradas también eclécticas, como El Correo Nacional (1838-1842), Liceo Artístico y Literario (1838)3, El Panorama (1838-1841)4, La Revista de Madrid (1838-1845)5, entre otras. Durante la etapa de Mesonero como director del Semanario se incluyen escasas traducciones en sus páginas, aunque sí numerosas lamentaciones por el gran número de obras traducidas del francés, como en el caso de la sección de Teatros, publicada el día 10 de abril de 1836 a raíz del estreno de las obras Las gradas de la vejez y La reina de quince años.

El silencio de la crítica teatral se percibe con nitidez a causa de la nula presencia de obras originales y dignas de ser analizadas. Ante el aluvión de traducciones, un crítico anónimo, suponemos que se trata de Juan de la Revilla, apunta al respecto que el Semanario Pintoresco Español «se abstendrá de hablar de ellas, siempre que no pueda hacerlo al mismo tiempo que los demás periódicos, o que no ofrezcan algún notable motivo de interés, como, por ejemplo, el de ser originales y haber agradado al público. Por este doble motivo consagraremos en el número de hoy algunas líneas, aunque no tantas como desearíamos, al análisis de Elvira de Albornoz» (Primera serie, I, 1836: 80). El autor del drama histórico, no citado en la reseña crítica, es José María Díaz, autor novel cuya obra citada supone la primera de un extenso repertorio que alcanzó un gran éxito en su época, como sus célebres dramas Baltasar Gozza, Gabriela de Bergy, basada en la leyenda trágica del trovador provenzal Guillermo de Cabestany, Juan sin Tierra y Andrés Chénier. En dicho artículo se aclara que la obra adolece de graves defectos6, aunque la versificación sea fluida y su lenguaje castizo. Lo realmente interesante es constatar la ilusión y la deseada esperanza del crítico por ver en los teatros de Madrid piezas no traducidas, sino originales, aunque adolezcan de defectos.

Es evidente, pues, que durante la época de Mesonero Romanos como director del Semanario, las traducciones brillaron por su ausencia, pues tan sólo aparecen en contadas ocasiones, como las tituladas Diálogo de dos buitres. Fragmento satírico traducido del alemán, por M. S. Sevillano (Segunda serie, I, 1839: 187-188), La tumba y la rosa. Traducción de V. Hugo, por R. Satorre (Segunda serie, III, 1841: 72) y Una traducción de Byron. Parisina, por H. V. (Segunda serie, III, 1841: 339-343 y 349-352). En el año 1839 aparece un artículo demoledor del conocido escritor costumbrista Antonio María de Segovia, cuyo seudónimo, El Estudiante, figura al frente del artículo «Traducción y traductores» (Segunda serie, I, 1839: 367-368). La socarronería, el humor, la agudeza y el ingenio sirven para censurar a los malos traductores. El artículo supone una diatriba clara contra una profesión plagada de aficionados y majaderos que destrozan las obras ajenas y mutilan con sus malas traducciones el verdadero sentido de la obra. Los malos traductores son equiparados a los corredores de oreja del Quijote que «con sus puntas y collar de majaderos, debieran ir a bogar a galeras ¡los traductores buenos a mandallas y a ser generales de ella! Porque no es así como quiera el oficio de traductor, que es oficio discreto y necesarísimo en la república bien organizada, y no le debía hacer sino gente de buen entendimiento» (Segunda serie, I, 1839: 367)7. La actitud ecléctica del articulista es bien manifiesta, pues no censura la figura del traductor por el mero hecho de ser traductor. Es evidente que dicha profesión debe estar avalada por profundos conocimientos de los idiomas manejados. Acepciones, giros, variantes, correlación y adaptación de situaciones, expresiones convenientes y análogas a la índole del idioma a que se transmite y al público para quien se escribe son, entre otros múltiples aspectos, condiciones básicas y necesarias para un buen traductor. Escritores con una sólida preparación literaria, como Moratín, pese a ser excelente traductor y adaptador, erró escandalosamente en la traducción de Hamlet, y eso -indica Segovia- «que Moratín era hombre instruidísimo, crítico juicioso, y dramático eminente ¿Qué no harán, pues, esos traductorcillos miserables que sin talento ni instrucción, y trabajando a destajo, se emplean en hacer pasar dramas y más dramas del uno al otro lado de Los Pirineos, con la misma impasibilidad y descuido que el barquero Caronte conduce las almas de una a la otra orilla del Cocito?» (Segunda serie, I, 1839: 368).

La actitud tanto del propio Mesonero como de otros redactores del Semanario Pintoresco Español contrasta con la de otras publicaciones literarias coetáneas que sí ofrecieron noticias de las traducciones e incluyeron diversos corpora poéticos o prosísticos traducidos y pertenecientes a afamados escritores extranjeros. Por ejemplo, El Artista (1835-1836)8, archiconocida revista defensora del ideal romántico, no sólo defenderá y admirará sin reserva alguna el drama romántico, sino que también defenderá y traducirán sus fundadores -como en el caso de Ochoa- dramas y novelas escritas por autores franceses, como las debidas a su admirado Victor Hugo9. Incluso el propio Ochoa será responsable de la crítica de traducciones de obras afamadas, como, por ejemplo, las tituladas Lucrecia Borgia (1835, II: 47-48) y Marino Fallero (1835, II: 130-132). La revista No me olvides (1837-1838) editada tan sólo once meses después del Semanario Pintoresco Español y cuyo contenido y matiz ideológico es bastante similar al semanario El Siglo XIX (1837-1838), ofrece noticias sobre traducciones y adaptaciones de obras extranjeras. Así, en Apuntes biográficos, alude a las traducciones de escritores u obras conocidas, desde la comedia La razón contra la moda, óperas de Metastasio (1838, 33: 6-7), hasta el drama en cinco actos Cronwell (1838, 38: 7). Incluso No me olvides da noticia sobre traducciones y representaciones llevadas a cabo fuera de Madrid. Así en la sección crítica Teatros encontramos noticias de esta guisa:

Escriben de Granada que uno de los primeros días de este mes [diciembre de 1837] se ha ejecutado en el teatro de aquella capital el drama de Alejandro Dumas titulado Ángela, traducido por D. José Felipe de Zaragoza. [...] En Barcelona creemos que también se haya ejecutado este drama, porque hace pocos correos que hemos recibido impresa una traducción de él, hecha con mucho tino por D. José Llausas, apreciable literato. (1838, 35: 7-8)10.

A diferencia del Semanario Pintoresco Español, la publicación No me olvides, pese a censurar acerbamente a los traductores de obras francesas, da noticias cumplidas de las obras traducidas y representadas en los principales teatros de Madrid, como el artículo «Teatros» firmado por Jacinto de Salas y Quiroga, en el que una vez más censura con no poca acritud el aluvión de malas traducciones de obras francesas realizadas en España. Tras un rosario de lamentaciones finaliza Salas el artículo de esta forma: «Concluimos rogando a la dirección de teatros se sirva decir qué pecado han cometido los autores de obras originales para ser peor tratados que los traductores» (1837, nº 24: 7-8)11. Pese a ello, no siempre desde las páginas de No me olvides se censura al traductor, pues aunque sea en contadas ocasiones, se elogia tanto al traductor como al autor de la comedia francesa, como en el caso del estreno en el teatro de la Cruz de la obra Primera lección de amor (Salas y Quiroga 1839, nº 11: 7-8), pues, según el crítico, tanto uno como el otro han demostrado la suficiente calidad literaria para el éxito de la obra.

Las revistas anteriormente aludidas y otras, como en el caso de El Alba (1838-1839)12 y El Arpa del creyente (1842)13 muestran una actitud parecida durante el tiempo que Mesonero estuvo al frente del Semanario Pintoresco Español, pues insertan en sus páginas contadas noticias sobre traducciones. El Alba, por ejemplo, se aproxima en gran medida al Semanario, pues sus lamentos referidos al descuido de nuestros escritores clásicos y su censura al aluvión de modismos y costumbres extranjeros, canalizados a través de las traducciones, son de idéntico corte. Pese a ello todas estas publicaciones, aun siendo menos longevas que el Semanario, ofrecen proporcionalmente más noticias que dicho hebdomadario.

A finales del año 1842 Mesonero cesa como director de la publicación y vende el periódico a Gervasio Gironella por la cantidad de diez mil reales. La cabecera editorial que anuncia el índice de esta nueva serie comienza así: «Dio principio el Semanario en 1836, y en el año que cumple hoy 31 de diciembre de 1843 concluye el primer tomo de la tercera serie (octavo de la colección), y ha publicado en dicho año los siguientes artículos con sus grabados correspondientes» (Tercera serie, III, 1843: índice, s. p.). Gervasio Gironella estaría, pues, como responsable máximo desde el año 1843 hasta el año 1844, inclusive. En 1845 figura ya como director Vicente Castelló. Durante este periodo el credo estético del Semanario, en cuanto a obras teatrales se refiere, es idéntico al de la época de Mesonero, pues elogia el drama o comedia original, y censura con no poca virulencia e ingenio el drama patibulario y plagado de situaciones truculentas e inverosímiles. La ausencia de obras originales la constata el propio Mesonero instantes inmediatos a la venta del Semanario, ya que en el extenso artículo «Rápida ojeada sobre la historia del teatro español» incluye a modo de conclusión un listado de comedias originales españolas desde 1823 a 1843 y nombres de sus autores (1842: 400). Dicha relación cabe en tan sólo una página del Semanario, de lo cual ya se puede hacer una idea el lector del escaso número de producciones originales. Tan sólo Martínez de la Rosa, Gil y Zarate, Bretón de los Herreros, Rivas, Hartzenbusch, Rodríguez Rubí, entre otros, destacan en este panorama sombrío de la escena española, pues el público prefiere los insulsos melodramas traducidos del francés a cualquier estreno de una obra original española.

A mediados del año 1843, época de Gervasio Gironella, se da en reiteradas ocasiones noticia de las traducciones trasladadas a la escena española. El principal escritor traducido sigue siendo Scribe, cuyas obras son censuradas por estar plagadas de enredos y situaciones poco creíbles. En la crítica teatral publicada el 11 de junio de 1843 se alude al propio Scribe con el apelativo de fecundísimo:

Seremos concisos con las traducciones representadas en la Cruz, del Duque de Altanara, y de las piececitas ¡Es un niño! y ¿Quién será su padre? El padre es Scribe, y lleva en verdad su sello; la primera es traducción de un libreto de ópera cómica, embrollado e inverosímil como todos, y que sólo puede sostenerse con auxilio de la música; las otras dos pertenecen a aquel vulgo de producciones que salen diariamente de la fábrica del fecundísimo. (Tercera serie, tomo I, 1843: 192)14

Tanto Scribe como Pixérecourt, Caigniez, Bouchardy o Ducange, entre otros, fueron los escritores más traducidos y representados en los principales teatros de la época15, especialmente el fecundísimo Scribe. Tanto él como V. Hugo y A. Dumas, serían el mejor reclamo utilizado por los empresarios de la época. Evidentemente es Scribe, a juicio del Semanario, el escritor preferido por el público madrileño, el más prolífico y el más traducido.

Respecto a los géneros narrativos el Semanario Pintoresco Español muestra especial prevención por el relato histórico, por las traducciones y difusión de las novelas de W. Scott. Muestra también su disconformidad con las obras debidas a G. Sand, Balzac y Dumas, pues ninguna de ellas se muestra perfecta ante los ojos de Mesonero Romanos. A raíz del cese de Mesonero como director del Semanario, los juicios críticos adversos se truecan en elogiosas palabras, pues se conceptúa de forma distinta la obra de estos escritores. A partir del año 1843 G. Sand, A. Dumas, V. Hugo y E. Sue son los escritores más leídos y admirados según el Semanario Pintoresco Español. Por ejemplo, en el artículo «Sobre las novelas en España», su autor, J. Guillén Buzarán, señala por primera vez la trascendencia e importancia en España de los novelistas franceses (Tercera serie, II, 1844: 338-340). Durante los años posteriores la situación no cambia en el Semanario, pues se describen con toda suerte de elogios las novelas de E. Sue y se le considera «el primer novelista de la época» en la sección Miscelánea del 27 de abril de 1845. Las noticias que el Semanario Pintoresco Español ofrece sobre Los misterios de París son numerosísimas, especialmente las relacionadas con las traducciones llevadas a cabo durante estos años, algunas de ellas no citadas en los principales estudios sobre las traducciones y adaptaciones realizadas en esta época. La incidencia del suismo en España fue excepcional, pues a raíz de la publicación de Los misterios de París aparecerá en España un aluvión de imitaciones, como Los misterios de Chamberí (1844)16, Los misterios de Barcelona (1844), Los misterios de Madrid17. En 1847 la situación del Semanario es bien distinta respecto a la época anterior, de tal suerte que sin empalago alguno se rinde homenaje público a los novelistas franceses y se comenta con detenimiento el enfoque de sus novelas y traducciones realizadas. En 1847, Ramón de Navarrete, reputado crítico de la época, se refiere a Los misterios de París como la novela más sabia y conveniente para denunciar los males sociales de la época. Todo es interés e inteligencia. No existe ningún defecto que, en su opinión, pueda afear el relato (Nueva época, II, 1847: 118). En la década de los años cuarenta sería la obra más admirada, traducida y representada con sumo éxito e interés. El Semanario anuncia con gran celebridad las traducciones de las obras de Sue. Así, por ejemplo, en la Crónica publicada el 5 de julio de 1846 señala al respecto que Martín el Expósito o Memoria de un ayuda de cámara va a repartirse por entregas a los nuevos suscriptores del Semanario y El Siglo, actitud motivada por la fama y calidad de los escritos del autor francés. Más adelante, en la Crónica del 19 de julio de 1846 señala que Martín el Expósito se publica casi al mismo tiempo que en los folletones de los periódicos franceses: «A los ocho días de publicarse en París el primer folletín del Constitucional que contenía la novela, se repartió ya medio cuaderno de nuestra edición y continúa con tal rapidez que camina casi a la par con los periódicos» (Nueva época, I, 1846: 224). Rapidez y éxito de los que no sólo da testimonio el Semanario Pintoresco sino también otras publicaciones de la época, como El Siglo Pintoresco18 o su rival en materia de folletones El Español19, que por aquel entonces publicaba en sus folletones las Memorias de un médico de A. Dumas. Las traducciones de este escritor solían también adaptarse a la escena española, tal como señala la Crónica del Semanario Pintoresco Español publicada el 7 de noviembre de 184620.

El material noticioso referido a traducciones a partir del año 1843 es, en verdad, copioso. Durante los años 1843, 1844 y 1845 no sólo aparecen en el Semanario Pintoresco informaciones sobre las traducciones de obras extranjeras, sino que también incluye traducciones de Manzoni, Mattison o Pfeffeb, entre otros. Sin embargo, el mayor número de referencias, noticias y análisis de obras traducidas se producirá durante el año 1846, cuando Navarro Villoslada asume la dirección literaria del Semanario. Durante este año y posteriores se traducen y publican cuentos alemanes debidos a Kotzebue, piezas escritas en inglés cuyo autor es J. Mieg -Transmigración del alma de un hombre al cuerpo de una pulga- o fábulas debidas a los principales escritores alemanes traducidas por J. E. Hartzenbusch. No faltan tampoco traducciones un tanto curiosas como la titulada Refranes rusos, traducida del francés por Fernán Caballero. Burger, Gallart, Goethe, Thompson, Vitorelli, entre otros, aparecen también vertidos al castellano en las páginas del Semanario Pintoresco Español. Sin embargo, lo realmente interesante en el específico campo de la traducción se encuentra en las sucesivas Crónicas literarias insertas en el Semanario, especialmente las correspondientes al año 1846 por su alto porcentaje de obras reseñadas provenientes del francés.

A las ya citadas traducciones de Victor Hugo, Dumas y Scribe, por ejemplo, cabría señalar la innumerable presencia de obras cuya paternidad francesa ni siquiera figura en la referencia crítica, pues sólo se alude al traductor de la «pieza francesa recién traducida». E. Bravo, J. M. Heredia, A. Villa, F. Corona, R. de Navarrete, A. Fernández de los Ríos, M. S. Sevillano, N. Ramírez de Losada, F. Sanz, J. E. Hartzenbusch, R. de Satorres, G. Gómez de Avellaneda, J. de Quevedo, T. Rodríguez Rubí, M. del Campo, J. Lombía, Fernán Caballero, V. de la Vega y J. González de Tejada son los principales traductores que figuran en las páginas del Semanario. Algunos de ellos más conocidos por sus obras que por sus traducciones y adaptaciones, como en el caso de Hartzenbusch, Rodríguez Rubí, Fernán Caballero, Gómez de Avellaneda o R. de Navarrete. El listado de obras teatrales traducidas, citadas y analizadas por toda esta relación de nombres es muy enriquecedor, pues nos permite adentrarnos con enorme precisión en los gustos y tendencias literarias de la sociedad española en un específico año o época. Obras hoy desconocidas, ignoradas y sin paternidad alguna, como Un cambio de mano, Genoveva o los celos paternales, Un matrimonio bien avenido, Uno de tantos bribones, Los dos sargentos franceses, Un marido como hay muchos, El diablo nocturno, Fortuna te dé Dios, hijo, Daniel el tambor, etc., etc., hicieron las delicias del público a mediados del siglo XIX. La longeva vida del Semanario Pintoresco Español posibilita desde la perspectiva actual el análisis de los cambios estéticos del segundo tercio del siglo XIX. Las referencias a la literatura extranjera y las correspondientes traducciones o adaptaciones comentadas por los respectivos críticos que formaron parte del equipo de redacción del Semanario hacen posible que dicha publicación se convierta en un documento de gran precisión informativa para los historiadores de la literatura.






Referencias bibliográficas

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