| Yo lo he visto... Severos los ojos y profundos, | | | | grave ceño; la frente con largos surcos llena, | | | | su guadaña que abarca los infinitos mundos, | | | | y el implacable chorro de su reloj de arena. | | |
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| Era una noche acaso para el ensueño propia. |
5 | | | Recuerdos y nostalgias... En la tersa laguna | | | | seguía de los astros la refulgente copia | | | | y se ahogaban mis penas persiguiendo a la luna. | | |
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| Yo lo invoqué: «Saturno ¿dónde
estás? Cuál estrella | | | | es esta noche, eterno destructor, tu morada, |
10 | | | de dónde, di, me envías la primavera bella, | | | | El otoño, el invierno, el sudario y la nada. | | |
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| Dime adónde tus alas como una inmensa sombra | | | | de dolor y de muerte caerán sobre la tierra, | | | | dilo, mientras tu nieve mis jardines alfombra, |
15 | | | y la cuna se abre y el ataúd se cierra. | | |
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| Responde -¿Por qué tornas mi primavera breve | | | | y del otoño siendo las ráfagas cercanas?, | | |
—99→
| | ¿Por qué los prematuros copos de blanca nieve | | | | dejan en mis cabellos el fulgor las canas?» |
20 | |
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| ... Y el Dios del implacable ceño, de la severa | | | | gran mirada que rige nuestro oculto destino, | | | | apareció en las sombras y por la vez primera | | | | desviando sus pasos, a responderme vino. | | |
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| «Oye, tú que te quejas y en la noble
poesía |
25 | | | te escudas. Tú que vienes a buscar en mi imperio, | | | | el único consuelo de la melancolía | | | | que te ha dado el otoño con su mortal misterio. | | |
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| »Tú poeta que sueñas sin cesar, de tal
suerte | | | | que es la vida de altivas ilusiones cadena, |
30 | | | tú poeta que sueñas y que temes la muerte | | | | ¿tiene la muerte acaso más rigor que tu pena? | | |
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| » La Muerte es una hermana del Amor y la Vida. | | | | Ella arranca las almas caducas, las ligeras | | | | almas de aquellas flores cuya esencia es perdida, |
35 | | | ¡para que sean puras las nuevas primaveras! | | |
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| »La lleva sabiamente mi infatigable diestra. | | | | ¡Cómo corta los hilos del vivir la
guadaña! | | | | Y no sabéis vosotros que la Parca | | | | Tiene un germen fecundo de la vida en su entraña. |
40 | |
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| » Lo que se va, lo que huye, lo que al mundo reacio | | | | desparece en el curso sereno de las horas, | | | | cae como el sol, que lleva su radiante topacio, | | | | de ocasos infinitos a infinitas auroras. | | |
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| » No temas pues la Parca de mano flaca y
pálida, |
45 | | | ni al invierno que ahoga la canción y el arrullo, | | | | en cada flor que cae marchita hay un capullo | | | | y en cada mariposa que muere una crisálida»... | | |
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—100→
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| Y no habló más Saturno. El implacable viejo | | | | recobró la ligera marcha, y en su camino |
50 | | | el mismo Dios soplando su arrugado entrecejo | | | | le ordenó deshilara todo nuestro destino. | | |
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| Yo lo he visto... Los ojos severos y profundos, | | | | grave ceño; la frente con largos surcos llena, | | | | su mirada que abarca los infinitos mundos |
55 | | | y su reloj de arena. | | |
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