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ArribaAbajo Presente griego

1er Premio del Concurso Dramático del Teatro Nacional


Fantasía trágica en un acto, original de


Otto Miguel Cione


Personajes
DOCTOR GUERRASr. Guillermo Battaglia
BLANCA (hija del anterior)Sta. Blanca Podestá
JULIO (novio de la id.)Sr. Julio Escarsela
TRISTÁN (asistente de laboratorio)Sr. Arturo Podestá
D.ª JOSEFA (vieja criada)Sra. Josefa Lanaro


Acto único

 Un gabinete de química. Lateral derecha dos puertas, id a la izquierda. Al foro, puerta vidriera y dos ventanas a sus lados, por entre las cuales se divisa un invernáculo y varias jaulas de víboras en fila.   Una mesa de laboratorio, con tubos de ensayo, frascos de hidrógeno, matraces, alambiques, pipetas, mechero Bunsen, estante con frascos de varios colores y una estufa de desecación. Dos ampollas de suero. Un microscopio, soportes, una jeringa hipodérmica. Una pequeña biblioteca. Mesita y cerca de ésta a la derecha, una chaise-longue   Al levantarse el telón, TRISTÁN estará en la mesa del laboratorio, estudiando al microscopio; luego de un rato consulta el termómetro de la estufa, abre ésta y saca una lámina de cristal y la observa. Cuando se haya hecho absoluto silencio en la sala del   —169→   teatro, entrará GUERRA con un libro en mano; al llegar al centro de la escena, leerá en voz alta, claramente y con toda lentitud, haciendo pesar lo que lee. 


Escena I

 

TRISTÁN luego GUERRA

 
 

Ambos visten blusas de laboratorio.

 

GUERRA.-   (Leyendo).  «Cada una de nosotros lleva en sí un fragmento del dolor universal, presente griego que nos ha legado en herencia, la fatalidad que preside los destinos de los seres humanos!»  (Marca el margen de la hoja con un lápiz y cierra el libro). .

TRISTÁN.-    (Presentándole una lámina de cristal).  Aquí está el venero del Cobra Capelo.

GUERRA.-    (Examinando la lámina). ¡Ah! ¡El veneno del Cobra!, muy bien. ¿Lo has desecado en la estufa?

TRISTÁN.-  Sí.

GUERRA.-  ¿A cuántos grados?

TRISTÁN.-  67 grados centígrados.

GUERRA.-   (Mirando).  ¡Bien! Mira, Tristán, qué peculiaridad. El veneno desecado del Cobra da laminillas cristalizadas que parecen topacios. Sólo he encontrado el mismo carácter en el veneno de la Pao Preto del río Marañón.

TRISTÁN.-  Pero la Pao Preto es una viborita.

GUERRA.-  Claro; el cobra es grande, que tiene que ver. Toma el veneno  (Se lo da).  y haz la solución infinitesimal para las inyecciones que me voy a dar.

TRISTÁN.-  ¿Se va a dar?

GUERRA.-  ¡Claro! Pienso inmunizarme contra la picadura de las víboras. ¿Acaso no la he logrado ya con una liebre? Pues lo mismo he de conseguirlo conmigo mismo.

TRISTÁN.-    (Tristemente).  Si se pudiera inmunizar uno contra el dolor que nos acecha eternamente.

GUERRA.-   (Observándole).  ¿Filósofo estás?

TRISTÁN.-  El dolor nos hace filósofos.

GUERRA.-  ¿El dolor? ¿Tú sufres?

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TRISTÁN.-   (Profundamente).  ¡Mucho!

GUERRA.-   (Meditabundo).  ¡Ah! ¿El casamiento de mi hija?... ¿es la causa?

TRISTÁN.-    (Signo afirmativo). 

GUERRA.-  ¡Ah! ¿Creo que ustedes fueron novios de niños?

TRISTÁN.-  ¡Eso es!

GUERRA.-  ¡Juegos de la infancia! ¿Y ahora que Blanca se casa con otro te ha invadido el dolor?  (Burlón).  ¡Oye Tristán! Podremos inmunizar nuestro cuerpo contra todos los venenos existentes, pero para el dolor sólo hay un antídoto: el ser fuertes como yo. Tranquilízate. ¿Hay cloruro de oro?

TRISTÁN.-  Sí.  (Guarda el veneno del cobra en el estante). 

GUERRA.-  ¿Lo suficiente para cuántas inyecciones?

TRISTÁN.-  Para una o dos. Suero Calmette hay dos ampollas.

GUERRA.-  Apunta en la lista de pedidos, no se te olvide el cloruro.  (Pausa).  ¿Ha comido el trigonocéfalo?

TRISTÁN.-  No quiere, desde hace más de un mes.

GUERRA.-  Habrá que hacerle ingerir un conejo a la fuerza mañana sin falta. ¿Revisaste las jaulas? ¿Cierran bien?

TRISTÁN.-  Sí. ¡Ah! ¿Le doy de comer a las sérpulas blancas?

GUERRA.-  No. Quiero comprobar si son caníbales. ¡Hay muchas ya!...

TRISTÁN.-  La sección de las sérpulas está llena. Se han procreado prodigiosamente. Pululan de a millares. ¡Si las soltáramos, ahora que están hambrientas!

GUERRA.-  Nos invadirían toda la casa y nos devorarían en un instante como si fuéramos ratones.

TRISTÁN.-   (Con fruición).  ¡Qué hermosa muerte!

GUERRA.-   (Estupefacto).  ¿Cuál?

TRISTÁN.-  ¡La de ser sorbido lentamente por las sérpulas blancas del Cambodge!...  (Gesto de supremo gozo). 

GUERRA.-  Vaya... Vaya... ¡Estás loco! ¿Qué fecha es hoy?

TRISTÁN.-  15 de agosto. El cumpleaños de su hija.

GUERRA.-  ¡Pero no acordarme! Es cierto. ¡Hoy es el día del cumpleaños de Blanca!

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TRISTÁN.-  ¡Ah!

GUERRA.-  Pobrecita. Me estará esperando en casa para la comida... No llegaré a tiempo. El tren tarda una hora y cuarto en llegar a Buenos Aires.  (Aterrado).  ¿A que es capaz de venirse a San Martín?

TRISTÁN.-    (Sobresaltado).  ¡Ella aquí!

GUERRA.-  Sí, es capaz de hacerlo, a pesar de mi prohibición... ¡Un día como hoy! ¡Dónde tengo la cabeza!

TRISTÁN.-  Apúrese, si quiere llegar a tiempo a la comida.

GUERRA.-  ¡Realmente que mis distracciones de sabio pasan ya de la medida! Hace seis días que no voy a Buenos Aires. Ese maldito suero que no resulta eficaz, tiene la culpa.  (Pausa). 

TRISTÁN.-  Sin embargo debe estar satisfecho de sus trabajos. La Academia de Ciencias de París le ha nombrado socio honorario por su monografía acerca del veneno de las yararás...

GUERRA.-  ¡Oh!, lo que vale más para mí, es la felicitación del doctor Calmette, el toxicólogo más grande de los tiempos modernos.

 (Suena el timbre). 

 

(Va TRISTÁN y vuelve con un cajoncito y una carta)

 

GUERRA.-   (Abre la carta).  Escucha, Tristán, es del doctor Nilson.  (Lee lentamente).  «Mi querido doctor Guerra: De vuelta de mi viaje por la India, he creído que el mejor obsequio que podía traerle, es un hermoso ejemplar de hamadrías. Me ha costado infinitos trabajos conservarlo vivo a pesar de las penurias propias de un viaje tan largo. Pero felizmente he llegado bien y el regalo que le hago en iguales buenas condiciones. Muy afectuosamente, etc. etc.»  (Hablando).  ¡Un hamadrías! La víbora más venenosa del mundo. No hay ser que pueda seguir viviendo después de su picadura.  (Mirando el cajoncito).  Está viva. ¿Hay alguna jaula disponible, bien abrigada?

TRISTÁN.-  ¡Sí! La del Pitón Egipcio que murió antiyer.

GUERRA.-  ¿Qué temperatura hay en el invernáculo?

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TRISTÁN.-  28 grados.

GUERRA.-  Habrá que elevarla a 37 grados.

 

(Se oyen voces en la escalera. TRISTÁN lleva el cajoncito hacia la izquierda mientras el doctor va a la puerta).

 



Escena II

 

Dichos. BLANCA, JULIO y JOSEFA.

 

BLANCA.-    (Entrando).  ¡Papá!, ¡Papá!

GUERRA.-  ¡Hija mía!

BLANCA.-  ¡Olvidarme en el día de mi cumpleaños! ¡Eso no tiene perdón de Dios!

GUERRA.-  Es cierto. ¿Que tal, Julio?

JULIO.-  ¡Querido Doctor!

GUERRA.-  También la buena Josefa, ¡eh! ¿Cómo ha consentido usted en ser de la partida?

JOSEFA.-  Yo no quería venir, sabiendo que usted tiene prohibida la entrada, a todo el mundo en la quinta, pero Blanca se empeñó en hacerlo, y hemos tenido que venir.

GUERRA.-  ¡Han hecho mal! Esta casa está llena de peligros.

BLANCA.-   (Mimosa).  Bueno, hoy no quiero sermones. Hemos venido y san se acabó. Tú te vistes en seguida y nos vamos a la ciudad donde nos espera una buena comida.  (A JOSEFA).  Vete a recoger unas cerezas a la quinta; hoy quiero comer muchas cerezas. ¡Tenía tantos deseos de visitar la casita donde nací! Desde que te has dedicado a estos estudios ya no me permites venir...

GUERRA.-  Y con mucha razón, hija mía. ¡Que sea esta la primera y última vez que suceda!

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TRISTÁN.-  Muy bien, Señorita Blanca.  (GUERRA y JULIO se apartan conversando). 

BLANCA.-    (Burlándose).  Señorita, Señorita... dime Blanquita. ¿Te acuerdas, cuando jugábamos a los novios?

TRISTÁN.-   (Dolorosamente).  ¡Cuando jugábamos a los novios!

BLANCA.-   (Seria).  Cuando se es niño, se hacen tantas tonterías. Felizmente de todas esas locuras no queda ya nada...

TRISTÁN.-  ¡Felizmente no queda ya nada!...

BLANCA.-   (Apartándose hacia GUERRA).  Dime Papá: ¿Están los baúles en la pieza del fondo?

GUERRA.-  Sí.

BLANCA.-  Figúrate que a Julio se le ha ocurrido que le regale mi retrato de primera comunión, y me acordé que tenía uno.

TRISTÁN.-   (En voz baja).  El retrato.

BLANCA.-   (Oyéndolo).  ¿No está ya?...

TRISTÁN.-  Sí... No... creo que sí... los otros días estuve buscando unos apuntes del doctor y creo haberlo visto.

BLANCA.-  ¿Dónde Tristán?

TRISTÁN.-    (Resueltamente).  En el canasto... de la izquierda, entrando...

BLANCA.-  ¿Está abierta la pieza?...

TRISTÁN.-  No. Voy a traerle la llave...

 

(Vase por la derecha llevándose la mano al lado del corazón).

 

BLANCA.-   (Observándolo).  Que raro está...

GUERRA.-  Siempre ha sido maniático. Desde que era niño y lo recogí en mi casa, ha sido de naturaleza sombría. Bueno, voy a mudarme de ropa y vuelvo. No se les vaya a ocurrir entrar en el invernáculo. ¡Está lleno de víboras!  (Vase por la izquierda). 



Escena III

 

BLANCA y JULIO

 

BLANCA.-   (Tomándolo del brazo va con él hacia la vidriera y tras breve pausa después de mirar hacia adentro).  ¡Me da miedo!

JULIO.-  ¿De qué te asustas, Blanquita?

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BLANCA.-  No, estoy tranquila. Cuántas víboras encerradas en sus jaulas, durmiendo perezosamente. ¡Mira! Mira aquel enjambre de viboritas blancas ¡qué horribles!... ¿Habrá un millón?

JULIO.-  No tanto...

BLANCA.-  ¡Cómo saltan!

JULIO.-   (Apartándola).  ¡Hablemos de otra cosa!

BLANCA.-  ¿De qué quieres que hablemos?...

JULIO.-  De nuestro amor, de nuestra felicidad futura.

BLANCA.-  ¡Oh!, ¡mi Julio querido! ¿Dónde pasaremos nuestra luna de miel?

JULIO.-  Donde tú quieras... Un viaje...

BLANCA.-  No, seamos egoístas... Iremos a un paraje solitario, donde no haya importunos, donde la felicidad más completa nos rodee... Dime Julio: ¿Acaso no somos acreedores a la felicidad? Jóvenes...

JULIO.-    (Burlón).  ¡Lindos!

BLANCA.-  ¡No te burles! ¡Así no quiero!

JULIO.-  ¡Amándonos sobre todas las cosas!

BLANCA.-  ¿Verdad, que nada hay más fuerte que el amor, Julio?

JULIO.-  ¡Creo que nada hay tan fuerte como el amor!  (Va a besarla en la frente). 

GUERRA.-   (Desde adentro).  Muchachos, vengan que les voy a mostrar una cosa muy rara; ¡el veneno del cobra! Van a creer que son topacios!  (JULIO y BLANCA van a ver y ya cerca de la puerta entra TRISTÁN.

BLANCA.-   (Deteniéndose).  No, yo no quiero ver eso. Ve tú.

JULIO.-  ¡Ya vuelvo!  (Vase). 



Escena IV

 

BLANCA y TRISTÁN

 

TRISTÁN.-  Señorita Blanca, aquí está la llave.

BLANCA.-   (Indiferente).  ¡Ah!, la llave.  (Va a tomarla y queda perpleja al notar su aspecto). 

TRISTÁN.-   (En voz baja).  Oígame usted, Blanca, unas pocas palabras tan solo...

BLANCA.-  Pero...

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TRISTÁN.-    (Sombrío).  Ya sé que usted no querrá oírme pero... tiene que oírme.

BLANCA.-   (Asustada).  Habla, Tristán.

TRISTÁN.-  ¿Usted se va a casar?

BLANCA.-  Creo que lo has oído bien claro...

TRISTÁN.-  ¿Y no meditó usted un solo instante en un compromiso contraído anteriormente?

BLANCA.-  ¡Un compromiso!

TRISTÁN.-  ¡Un compromiso conmigo!...

BLANCA.-   (Ingenuamente).  ¡Cosas de chicos!...

TRISTÁN.-    (Conteniéndose).  No, Blanca. Cuando jugábamos a los novios, como usted dice, ya éramos un poco grandes...

BLANCA.-  No. Tristán, mientras fui niña, creí que tú eras el único ser capaz de labrar mi felicidad; pero después que me llevaron a la ciudad y me separé de ti, me di cuenta que te tenía un afecto fraternal, nada más, y que mi corazón, ¡era libre de amar... como le diera la gana!

TRISTÁN.-  ¿De modo que se va a casar con Julio?

BLANCA.-  Claro que sí.

TRISTÁN.-  Y a mí, el pobre recogido, el pobre huérfano, sin madre en el mundo, ¡la limosna de un poco de afecto fraternal!

BLANCA.-  No pretenderás que te ame a la fuerza...

TRISTÁN.-  Si yo fuera un civilizado, quizá diría que tiene usted razón, pero como soy un salvaje de alma -siempre he sido salvaje-, desde el fondo de mi ser, con toda mi sangre bastarda e ignoble, si usted quiere, protesto con una voz que quisiera hacer llegar al infinito, del robo que me hacen...

BLANCA.-   (Compadecida).  Tristán yo te quiero...

TRISTÁN.-    (Sin oírla).  Tú, Blanca, mi única esperanza, te vas sonriente, dejándome a mí, al pobre huérfano, en medio de las más insensibles fieras de la creación. Al ver tu indiferencia, he aprendido a quererlas; hay más he aprendido de ellas, el ser artero, el ser malo, con   —176→   disimulo, ocultando el veneno, en el fondo de mi alma... Soy un impuro, Blanca.  (Pausa).  Tú, quizá me hubieras salvado.  (Pausa).  Cada uno a su destino...  (Pausa grande).  Yo a mis víboras, ¡tú a la felicidad eterna!  (Se calma).  ¡Adiós Blanca, hasta que algún día nos encontremos en la eternidad!  (Pausa).  ¡Tome usted la llave!

BLANCA.-   (Tomándola).  Nada de rencores...

TRISTÁN.-  ¡Nada!

BLANCA.-  ¿En el canasto de la izquierda?

TRISTÁN-   (Lúgubremente).  En el primer canasto de la izquierda.

 

(Vase BLANCA y TRISTÁN la sigue con la vista. Después de un momento entran GUERRA y JULIO. TRISTÁN inquieto escucha)

 



Escena V

 

Dr. GUERRA, TRISTÁN y JULIO

 

JULIO.-  Dígame, doctor, ¿qué son esas víboras blancas que pululan en un rincón del invernáculo?

GUERRA.-  ¡Ah!, son las sérpulas del Cambodge.

JULIO.-  ¿Muy venenosas?

GUERRA.-  Al contrario, inofensivas.

JULIO.-  ¿Peligrosas?

GUERRA.-  Peligrosas por el número.  (Mirando).  Están agitadas. Hace tres meses que no comen.

JULIO.-  ¿Y con qué objeto no las alimenta?

GUERRA.-  Quiero comprobar si son caníbales, pero creo que no.

JULIO.-  ¿Y desde que las tiene no comen?

GUERRA.-  Sí. De cuando en cuando les echo una media res... la devoran ávidamente en menos de lo que tardo en contarla, dejando sólo los huesos desnudos...

JULIO.-  ¿Y aquella serpiente grande que duerme en la jaula de la derecha?

GUERRA.-  Es un crótalo... la otra vez se tragó entera una frazada de lana y la devolvió hecha una papilla...

JULIO.-  ¿Usted no les teme a las víboras?

GUERRA.-  No; se me han hecho familiares, y luego estoy inmunizado contra el veneno como las águilas, y contra el   —177→   dolor como los filósofos.  (A TRISTÁN).  ¡Ah! ¿Y el hamadrías?...

TRISTÁN.-   (Como saliendo de un sueño).  ¿El hamadrías?

GUERRA.-  Sí. ¿El hamadrías?

TRISTÁN.-  Estará en su cajoncito.

GUERRA-    (A JULIO).  ¿Quieres conocer la víbora más venenosa de la tierra?

JULIO.-  Bueno. Siempre que no haya peligro.

GUERRA.-   (A TRISTÁN).  Trae el cajoncito.

TRISTÁN.-   (Va hacia la pieza).  ¡Ah, sí!...

GUERRA.-  A este muchacho le pasa algo.

JULIO.-  ¿Y no habrá peligro en ver la víbora?

GUERRA.-  No. Tomaremos precauciones; luego la caja de madera tiene otra interna de alambre.  (Trae TRISTÁN la caja). 

GUERRA.-   (Poniéndose unos guantes).  Con estos guantes.  (A TRISTÁN).  Prepara por las dudas una inyección de cloruro de oro.

 

(TRISTÁN hace que prepara).

 

JULIO.-  ¿El cloruro de oro?

GUERRA.-  Sí. Una o varias inyecciones oportunamente dadas bastan para evitar los efectos del veneno más terrible.

JULIO.-  Es una suerte contar con ese contraveneno...

GUERRA.-  También tenemos el suero Calmette.  (Tomando el cajoncito).  ¡Caramba, pesa poco!  (Destornilla las tablas y lanza un grito).  ¿Pero es posible? ¡El hamadrías no está! Se ha escapado... Tristán ¿cómo es eso?  (Fuera de sí).  ¿Y Blanca?

TRISTÁN.-  No sé nada... Blanca estará en la quinta.

GUERRA.-  Hay que salvar a Blanca. ¡Corramos!  (Desesperado). 

 

(Se oye un grito estridente y entra BLANCA pálida, cayéndose).

 



Escena VI

 

Dichos, BLANCA, luego JOSEFA

 

BLANCA.-  ¡Ay!, me muero... ¡me muero!... me ha mordido aquí.  (Muestra la mano). 

 

(TRISTÁN abre la puerta del foro y desaparece lúgubremente).

 

GUERRA.-  ¡La inyección!  (Toma la jeringa preparada y le da una inyección en el brazo derecho). 

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JULIO.-  ¿Cómo fue?

BLANCA.-   (Desfallecida).  Revolvía el cesto, y sentí una cosa fría... después... después...

GUERRA.-   (Tomándole el pulso).  Se muere... se muere... alcance el frasquito que dice «Cloruro de oro».

JULIO.-    (Tomándolo).  ¡Maldición, no hay más!

GUERRA.-  ¿El suero Calmette, entonces?...

JULIO.-  ¡Tampoco hay! Las ampollas están vacías.

GUERRA.-   (Soltando el brazo).  ¡Todo sería inútil! ¡Ha muerto ya!

 (Lanza un sollozo). 

JULIO.-    (Sollozando).  ¡Mi Blanca!

GUERRA.-   (Queda un instante indeciso entre sombrío y sollozando, preocupado; luego toma la jeringa hipodérmica y prueba una gota de su contenido).  ¡Esto no es cloruro de oro! ¡Es agua pura!  (Fuera de sí).  ¿Por qué ahora no había ampollas de suero y hoy sí? ¡Dios mío! ¡Entonces hay un criminal, hay un asesino! Hay alguien que ha colocado intencionalmente el hamadrías en...  (Como un rayo de luz).  ¿Y Tristán? ¡Él!

JULIO.-  ¿Tristán?

GUERRA.-  ¡Sí, él!  (Con voz estentórea).  ¡Tristán! ¡Tristán! ¡No contesta, habrá huido! Hay que agarrarlo... ¡asesino!...  (Buscándolo).  ¿Dónde? ¿Dónde está?

JULIO.-   (Se detiene junto a la vidriera horrorizado).  ¡Qué horror! Ha abierto todas las jaulas. Las sérpulas blancas se lo están devorando. ¡Está blanco, blanco!

GUERRA.-   (Mira fríamente, y vuelve a su hija quedando en silencio contemplándola. JULIO cae de rodillas detrás de BLANCA). 

JOSEFA.-   (Entra alegremente).  Niña, las cerezas. ¡Aquí están las cerezas! ¡Niña, niña las cerezas!  (Al notar que está muerta arranca un sollozo y deja caer las cerezas desgranándolas sobre la falda de BLANCA). 

GUERRA.-  ¡Y yo que creía estar inmunizado contra el dolor! ¡Pobre, pobres seres humanos!  (En un inmenso sollozo).  ¡Hija mía!





 
 
TELÓN