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Pierre Bayle y las «Reflexiones sobre la historia» del padre Feijoo

Fernando Bahr





«Su información no venía directamente de los autores tratados, sino de diccionarios, misceláneas o revistas que le mantenían al día sobre los aspectos básicos de la cultura, la ciencia y la filosofía de su época»1. La frase de José Luis Abellán resume cierto consenso existente entre los estudiosos del pensamiento español acerca del método científico de Benito Jerónimo Feijoo. Ya lo habían señalado sus adversarios contemporáneos, quienes acusaron al padre gallego de reproducir páginas enteras de los Mémoires de Trévoux, y, más generalmente, de «marchar a remolque de los franceses»2. Feijoo se defendió de acusaciones semejantes en el prólogo del tomo III de su Teatro crítico, precisando que sólo había visto el tomo X del Journal des Savants y que nadie encontraría en sus escritos ni siquiera cuatro líneas seguidas tomadas de ese Journal o de las Memorias jesuitas3. De todas maneras, cita con frecuencia tales periódicos y algunas enciclopedias literarias franceses de enorme difusión como el Grand Dictionnaire historique de Louis Moréri4. También anota como fuente de su pluma, aunque con menos frecuencia, las Nouvelles de la République des Lettres y el Dictionnaire historique et critique, ambos famosos productos de un autor reconocido como «peligroso» para la ortodoxia europea, el calvinista y escéptico Pierre Bayle. Esta es la relación que me interesa indagar en el presente artículo.

En un trabajo anterior5, señalé algunos testimonios que daban cuenta de la difusión de Bayle en España durante el siglo XVIII. Entre esos testimonios -junto a Pablo de Olavide, Felipe Samaniego, Xabier de Munibe, Pedro Rodríguez de Campomanes, el conde de Aranda y el conde de Floridablanca-, estaba el de Feijoo, quien, según Américo Castro, tenía al Dictionnaire historique et critique entre «sus libros usuales»6. Los estudiosos han reconocido, en efecto, que Feijoo cita a Bayle en «más de veinte ocasiones» y recurre a él, en silencio, por lo menos otras tantas. En el artículo mencionado intenté precisar algo más este último número, identificando en dieciocho ocasiones semejanzas entre el Teatro y el Dictionnaire dignas de ser apreciadas. Entonces no era oportuno ni posible analizar con más cuidado las características y el sentido de tales semejanzas; simplemente las constatamos. Posteriormente, empero, el examen de un ensayo en particular del Teatro crítico me convenció de que un análisis más cuidadoso era impostergable.

El título del ensayo en cuestión es «Reflexiones sobre la historia»; forma parte del tomo IV del Teatro crítico universal. En él, a la manera de Francis Bacon, Feijoo se propone denunciar los «ídolos de la Tribu» elaborados y sostenidos por historiadores más sensibles a sus gustos o los intereses del presente que aplicados a la compulsa de los documentos con que trabajan7. Contra tales historiadores, defiende un método «crítico», término que interpreta tanto en su significado popular, esto es, denuncia de los errores y trampas, como en el más filosófico de poner límites al saber o reconocer su carácter conjetural, sólo asentado en pruebas intersubjetivas que exigen ser revalidadas. El primer sentido de la crítica ocupa cómodamente el ancho del discurso, reuniendo y corrigiendo falsedades, leyendas, malentendidos y embustes; pero el sentido filosófico nunca está ausente, mostrando las dificultades de la ciencia y ratificando, dice Feijoo, las palabras de «un gran crítico moderno», a saber, «que la verdad histórica es muchas veces tan impenetrable como la filosófica»8.

Este «gran crítico moderno» es Pierre Bayle9. Feijoo no lo nombra, pero claramente (y con algún fallo de memoria) alude a la Observación G del artículo «Concini» del Dictionnaire historique et critique, donde Bayle declaraba que en muchas ocasiones «les vérités historiques ne sont pas moins impenetrables que les vérités physiques»10. Con la conciencia de esa dificultad, precisamente, había proyectado su diccionario, para que sirviera como «chambre des assurances de la république des lettres» y para evitar que los lectores cayeran en una desconfianza continua que los apartase para siempre de la compañía de las letras11. Por consejo, entre otros, de G.W. Leibniz12, este plan será ampliado en la obra efectivamente publicada en 1697 para incluir también los «errores de derecho», es decir, los sofismas o incoherencias de las doctrinas filosóficas y teológicas; los «errores de hecho», no obstante, permanecerán como la justificación última de cada uno de los nombres elegidos, más allá de que el personaje que se retrate sea un filósofo, un humanista, una cortesana o un papa. Feijoo, lector de Bayle, no podía ignorarlo.

De todas maneras, lo que quiero defender aquí es algo más que la afirmación «Feijoo leyó con frecuencia a Bayle e incluso entendió parte su obra en conexión con el programa crítico desarrollado por el Dictionnaire». Después de espulgar «Reflexiones sobre la historia», mi tesis es más fuerte: no sólo que Bayle aparece casi a cada paso del discurso, sino que el discurso entero podría ser entendido como una versión abreviada del Dictionnaire historique et critique, una versión abreviada y corregida, esto es, «hispano-católica», donde tácitamente se discuten aquellas expresiones que podían ser lesivas para España y la Iglesia romana.

Exhibamos ordenadamente las razones que justificarían mi interpretación. Para empezar, en el párrafo I, aludiendo a las censuras que los historiadores suelen propinarse entre sí, Feijoo menciona entre otras las que «Pedro Baile» dirigió al italiano, de familia española, Arrigo (o Enrico) Caterino Dávila. Seguramente se refiere a la Observación 0 del artículo «François I»13. Es sólo una indicación, pero la misma da cuenta de la presencia del Dictionnaire en la memoria de Feijoo y de la autoridad que reconocía en su autor, a quien coloca entre los críticos más representativos, junto al padre Rapin, Vossius y «el Ilustrísimo Cano».

En el párrafo II, la duda sobre la fidelidad de las informaciones históricas se prolonga hasta los mismos historiadores: ¿hubo un tal Quinto Curcio o se trata de un «nombre supuesto debajo del cual se escondió algún autor moderno para conciliar mayor estimación a su historia»?14 Feijoo describe la controversia de los eruditos al respecto y cierra el tema con una alusión al tomo II del Arte crítico de «Juan Clerico», donde se muestran los errores de todo tipo cometidos por Curcio, sea moderno o romano. Los dos movimientos recuerdan a Bayle. La descripción de la controversia, en efecto, es muy semejante a la que había aparecido en una reseña publicada en marzo de 1685 en las Nouvelles de la République des Lettres, y hasta se podría sostener que hay por lo menos una alusión directa de Feijoo a esa reseña. Me refiero a la frase en que el fraile gallego dice que para algunos la pureza del latín de Curcio probaría su antigüedad: «a otros hace más fuerza la pureza de estilo, pareciéndoles que ha más de mil y quinientos años que no hubo Autor que escribiese tan bien el idioma latino»15. Bayle lo había dejado escrito: «on ne persuadera jamáis a aucun homme de bon goüt, que cet Ouvrage soit si nouveau. II y a plus de quinze cens ans qu'on n'écrit point en Latin comme fait cet Historien»16.

En cuanto a la referencia a Jean Le Clerc, podría verse en ella una prolongación de lo dicho en el artículo «Quinte Curce» del Dictionnaire17. Y, en todo caso, teniendo finalmente en cuenta que ambos críticos parecen concluir a favor de la antigüedad de Curcio amparados en el argumento de que los defectos señalados pertenecen a cualquier época y no permiten inferir nada respecto del siglo en que se cometieron, no es impertinente conjeturar que la fuente, o al menos una de ellas, de aquel párrafo del Teatro crítico pudo estar en los pasajes mencionados de las Nouvelles y el Dictionnaire18.

Sigamos adelante. En el párrafo VIII tenemos ya la citada referencia al «gran crítico moderno» y las dificultades de la verdad histórica; pero inmediatamente después se encuentran otras dos huellas. Una, señalada por el propio Feijoo, proviene de las Nouvelles de la République des Lettres y alude a una supuesta demostración de que Julio César jamás cruzó los Alpes19; la otra, acallada, copia casi textualmente una frase del artículo «Henri III» respecto de un libro donde se negaba que Jacques Clément fuera autor de la muerte del monarca. Feijoo lo dice así: «Un anónimo, no habiendo aún pasado cien años después de la muerte de Enrico III de Francia, se atrevió a afirmar en un escrito intitulado La fatalité de Saint Cloud, que aquel príncipe no le había quitado la vida Jacobo Clemente»20. Y éstas son las palabras de Bayle: «Il n'y avait pas encore cent ans qu'Henri III était mort, quand un anonyme osa publier un traité pour soutenir que Jacques Clément ne tua point ce monarque»21. La nota al pie nos da el título de ese tratado anónimo: La Fatalité de Saint-Cloud.

El párrafo IX guardaría también dos préstamos. El primero parece provenir del artículo «Paterculus» del Dictionnaire, cuya Observación C recuerda de manera semejante las adulaciones de Veleyo Patérculo a Tiberio y Seyano22. Podría tratarse de una casualidad, es cierto, pero la conjetura cobra mayor fuerza a continuación, cuando vemos que Feijoo incluye una larga cita de la Histoire de France de Du Haillan que empieza y termina casi exactamente en los puntos que Bayle había elegido para el artículo dedicado a este historiador, y, por si hiciera falta, alude inmediatamente después al emperador Piscennius Niger, traduciendo al español lo que el Dictionnaire en el mismo lugar y con una introducción muy parecida23 citaba en francés y en latín indicando su fuente: Aelius Spartianus24.

En el párrafo siguiente, el X, Feijoo lamenta las presiones que reciben, y a las que ceden, los historiadores para escribir a favor de una de las partes en conflicto. Recuerda particularmente dos casos; el de Marco Antonio Sabellicus, encomiasta de los venecianos y por ello recompensado, y el de Juan de Capriata, quien recibió las quejas de los mismos venecianos por haber relatado sus derrotas en los campos de batalla. Por el recuerdo de Julio César Escalígero respecto del poder del oro en el primer caso y la frase de Capriata respecto de las obligaciones del historiador en el segundo («habiéndoles sido los acontecimientos de la guerra muy dolorosos, no puedo yo escribirlos de modo que los encuentren gratos»)25, puede creerse sin mayor dificultad que sus fuentes se relacionan con los artículos «Sabellicus» y «Capriata» del Dictionnaire historique et critique. En el primero, Bayle evoca en francés los versos latinos de Escalígero («que l'argent des Vénitiens était la source des lumières historiques qui le dirigeaient ou à publier ou à supprimer les choses»); en el segundo, cita los versos de Capriata («Quando poi a' successi delle guerre tanto di mare, quanto di térra, non havendole recato gusto quando succedettono, è impossibile que glie'l recchino quando si descrivono») a los que Feijoo parece remitirse en su ensayo26.

En el párrafo siguiente continúa la antología de apremios que sufren los historiadores, aunque en este caso los apremios reunidos son de orden religioso, no patriótico. Dos casos, nuevamente, vinculan el escrito de Feijoo con artículos del Dictionnaire. En primer lugar, el del «piísimo y doctísimo cardenal Belarmino», acusado por sus enemigos, entre otros detalles, de ejecutar infantes recién nacidos, y el del protestante Buchanan, quien no dudó en inventar y difundir infamias contra la «inocente y admirable reina María Estuarda» Respecto de Bellarmino, los detalles que brinda Feijoo repiten con exactitud el relato de Bayle en el artículo «Bellarmin»27. En el caso de Buchanan, el fraile español compara la conducta innoble de éste con la objetividad del «excelente historiador de Inglaterra, Guillelmo Camden Historiador de Inglaterra, a quien sólo la verdad pudo inclinar a la justificación de María Estuarda, no la Religión, pues también fue Protestante»28. La misma consideración había hecho Bayle en la Observación G del artículo «Camden»29. Por cierto, en cualquier caso los artículos del Dictionnaire se muestran menos fervorosos en la exaltación de las virtudes del cardenal y la reina o en la condena de Buchanan, pero ya llegará el momento de interpretar los motivos de esta mesura, o del entusiasmo de Feijoo.

Entremos ahora en el párrafo XII de «Reflexiones sobre la historia», un pasaje importante para la tesis que me propongo sostener. En él, Feijoo alude a la dificultad para conocer los motivos por los cuales algunos historiadores cayeron en la mentira. Como ejemplo toma y relata la controversia entre dos historiadores franceses, Pierre Mathieu y Pierre Petit, en torno a si era cierto o falso que, un día antes del crimen, el astrólogo y matemático La Brosse había pronosticado ante el duque de Vendóme la muerte de Enrique IV, pronóstico que el duque comunicó al rey sin que éste lo tomara en serio. Mi hipótesis al respecto es que dicha controversia está tomada de la Observación F del artículo «Henri IV», donde Bayle, bajo el epígrafe «Des historiens disent que sa mort lui avait été prédite le jour précédent», cita largamente las fuentes, esto es, la Relation de la mort d'Henri IVde Pierre Mathieu y la Dissertation sur les comètes de Pierre Petit, poniendo en primer plano sus diferencias en torno a la existencia o no del pronóstico mortal. Feijoo no agrega nada a los datos históricos aportados por estas citas; se extiende en sus reflexiones en torno a la inseguridad de los testimonios históricos, es cierto, pero incluso en este aspecto su desarrollo parece apoyarse en los pasajes aportados por Bayle30.

No se terminan aquí los apoyos para mi composición de escena. En el siguiente párrafo de «Reflexiones sobre la historia» continúan las conjeturas en torno a los posibles motivos de la mentira de Pierre Matthieu, o de Pierre Petit. Uno de esos motivos, dice Feijoo refiriéndose a Matthieu, podría ser el deseo de volver más amena la tarea de lectura mediante el recurso a la fantasía novelada. En este punto recuerda el caso de la victoria de Carlos Martel sobre los sarracenos de Abderramen y cita una advertencia contra la «prolijidad» de los autores proveniente de la Historia de Francia de Cordemoi. La misma parece estar tomada del Dictionnaire historique et critique,Observación L del artículo «Abderame». Podemos confiar en ello si observamos que cierta frase de Feijoo («los modernos que reprehende aquí Cordemoi son Paulo Emilio y Fauchet, porque los señala a la margen»)31, repite textualmente, aunque adaptando los nombres, una nota de Bayle correspondiente a la Observación citada32.

El recorrido del padre por los artículos del Dictionnaire da la impresión de continuar. Inmediatamente después de citar a Cordemoi, hace memoria de las muy diferentes interpretaciones ofrecidas por los historiadores acerca del emperador Constantino y la «duplicada tragedia» que ordenó: el asesinato de su hijo Crispo y de su propia mujer, la emperatriz Fausta. Las hipótesis dictadas por la imaginación de Simón Metafraste al respecto, y la ingenuidad del padre Nicolás Caussin, que las repite, siguen muy de cerca, casi en detalle, lo que Bayle refiere en las Observación A del artículo «Fausta». Apoyemos nuestra conjetura en las palabras de Feijoo:

Así refiere el caso Simeón Metafraste, que no es de los Autores más exactos; y de quien dice el Cardenal Belarmino que suele escribir las cosas, no como fueron sino como debían ser. El Padre Causino, en el segundo Tomo de la Corte Santa, no sólo adoptó como verdadera la relación de Metafraste, mas la perifraseó a su modo, decorando la tragedia con todas las circunstancias que le pareció cuadraban bien a un suceso de esta naturaleza. Pinta la belleza de Crispo: describe el nacimiento y los progresos del amor de Fausta: el modo conque se declaró: el despecho de verse repelida: el artificio de que usó para vengarse; y en fin, añade (lo que ni Metafraste, ni otro dijo), que herida de un vivísimo dolor a la primera noticia que tuvo de la muerte de Crispo, ella propia se delató a Constantino, declarando su culpa y la inocencia del infeliz joven33.



Bayle, por su parte, habiendo señalado que el relato más detallado respecto del caso proviene de Metafraste, «que ce n'est pas un auteur bien digne de foi», primero comenta y luego cita La Cour Sainte de Caussin:

Rien n'est plus ragoûtant que cela pour des jeunes écoliers, ni plus fade pour les personnes avancées et en âge, et en jugement. Elles ne sauraient voir sans indignation qu'on leur décrive amplement la beauté de Crispus, la naissance et le progrès de l'amour de Fausta, la maniere dont elle se declara, son dépit d'avoir été rebutée, son artífice pour se venger, son regret de la mort de Crispus, etc.; qu'on leur fasse, dis-je, un portrait de toutes ces choses, quoiqu'elles ne soient tirées d'aucune histoire. Voici ce que l'auteur avance quant au dernier point. «Aussitôt que cette nouvelle fut venue à la cour, la méchante Fausta vit bien que c'était un effet de sa perfidie [...]; toute sa passion et sa haine se change en une douleur enragée, qui la fait crier et hurler aux pieds de son mari, confessant qu'elle avait tué le chaste Crispus par sa détestable calomnie»34.



Después de leer y comparar ambos textos cabe la pregunta: ¿Qué obra tenía sobre su mesa de trabajo el padre Feijoo, el segundo tomo de La Cour Sainte de Caussin o el segundo tomo del Dictionnaire historique et critique?

Para avanzar un poco más rápido, se me permitirá ahora tomar en consideración tres párrafos: el XIV, el XVI y el XVIII. El primero rememora el alborozo de «Wolfando Lacio» cuando creyó haber encontrado el manuscrito de Abdías de Babilonia, condenado poco después como apócrifo por el papa Paulo IV. Las dos circunstancias, el supuesto hallazgo y la condena papal, reiteran detalles que Bayle dio en el artículo «Abdias»35. El párrafo XVI toma el caso de la «hermosa Elena» y las dudas de los historiadores sobre si alguna vez había estado en Troya. Feijoo convoca al respecto las afirmaciones de Heródoto y Servio; así lo había hecho Bayle en la Observación N del artículo «Hélène», y por las semejanzas no es inoportuno pensar que en esas dos columnas estaba la fuente de la que se sirve el Teatro crítico36. En cuanto al párrafo XVIII, finalmente, sus trece líneas resumen las controversias encendidas por la castidad de Penélope. El tema no podía faltar en Pierre Bayle, por supuesto, quien cita prolijamente los análisis de historiadores modernos (Franciscus Floridus Sabinus, Tomas Dempsterus) y antiguos (Durius Samius, Lycophron y Lysander), es decir, los mismos a los que refiere Feijoo37.

En el párrafo XIX nuestra tarea se facilita porque de entrada tropezamos con una referencia a la «República de las letras» a propósito de cierta disertación de Gronovius titulada De origine Romuli38. Los párrafos siguientes, en cambio, no citan obras de Bayle. Parecen utilizarlas, de todas maneras. El XX, en efecto, recuerda al cruel rey Busiris, quien sacrificaba a Júpiter todos los extranjeros que visitaban Egipto, con detalles históricos y lingüísticos que Bayle desarrolla en el Dictionnaire. Hagamos una rápida comparación al respecto. Feijoo evoca la legendaria crueldad de Busiris y apunta una referencia erudita:

Diodoro Sículo condena esta por fábula, y declara que el origen de ella fue la costumbre bárbara que se practicaba en aquel País, de sacrificar a los Manes de Osiris todos los hombres rojos que se encontraban; y como casi todos los Egipcios son pelinegros, caía la suerte comúnmente sobre Extranjeros. Añade, que Busiris en lengua Egipcia significa el sepulcro de Osiris; y el nombre que significaba el lugar del Sacrificio, quisieron por equivocación que significase el Autor de la crueldad. Estrabón, citando a Eratóstenes (Autor de especialísima nota para las antigüedades Egipciacas, porque tuvo a su cuidado la gran Biblioteca de Alejandría en tiempo de Ptolomeo Evergetes) dice, que no hubo jamás Rey, ni Tirano del nombre de Busiris; y en cuanto al origen de la fábula, viene a decir lo mismo que Diodoro Sículo39.



Bayle, por su parte, dice en el cuerpo del artículo «Busiris»:

Ailleurs il [Diodoro Sículo] déclare que ce qu'on disait de la barbarie d'un Busiris était une fable des Grecs; mais une fable qui avait pour fondement une coutume qui, se pratiquait en Égypte. On y sacrifiait aux mànes du roi Osiris tous les rousseaux que l'on rencontrait; et comme les naturels du pays n'étaient presque jamais de cette couleur, il n'y avait guère que les étrangers qui servissent de victime. Or, en langue égyptienne, Busiris signifiait le sépulcre d'Osiris: voilà l'origine du conte qui a tant couru parmi les Grecs, que Busiris, roy d'Égypte, était si barbare, qu'il faisait égorger tous les étrangers40.



Los relatos son muy semejantes, sobre todo si incluimos en nuestro cotejo la Observación D del mismo artículo: «Strabon cite Eratosthène, qui assure qu'il n'y avait eu ni roi, ni tyran qui s'appelât Busiris; mais que le conte qu'on avait publié de lui était fondé sur la barbarie que les habitans de la ville et de la province de Busiris exerçaient sur les étrangers»41.

En cuanto al párrafo siguiente de «Reflexiones sobre la historia», el XXI, tiene por cometido sacar a luz las históricas confusiones entre las dos Artemisas, reinas de Caria: una guerrera, esposa de Mausolo e hija de Hecatomno, y la otra, que dio nombre a la hierba, hija de Ligdamis, un tema del cual ya se había ocupado Bayle. Feijoo dice: «La que dio nombre a la hierba Artemisa no fue la mujer de Mausolo (en que se equivocó Plinio), sino la hija de Ligdamis; pues en Hipócrates, que fue anterior a la mujer de Mausolo, se halla nombrada con esta misma voz la hierba Artemisa»42. Da la impresión de que podríamos haber hallado su fuente cuando encontramos este texto en la Observación F del artículo «Artémise, reine de Carie, et fille de Lygdamis»: «Il semble que Pline soit coupable de cette faute, car il dit qu'Artémise, femme de Mausole, donna son nom à l'herbe qu'on appelait parthenis. Or, comme Hippocrate fait mention de l'herbe artemisia et que la femme de Mausole n'a vécu qu'après Hippocrate, il s'ensuit que l'une des deux Artémises a été prise pour l'autre dans ce passage de Pline»43.

El párrafo XXV tiene apenas 15 líneas. En él, Feijoo refiere ciertas contradicciones entre Plinio y Eliano, por un lado, y Plutarco, por el otro, acerca de los amores de Apeles y la «hermosa concubina de Alejandro», Campaspe. He aquí el párrafo completo del Teatro crítico:

Cuéntase que estando Apeles en la tarea de pintar desnuda a Campaspe, hermosa concubina de Alejandro, de cuyo orden sacaba la lasciva copia, se encendió en el corazón del Pintor una violentísima pasión, respecto del objeto del pincel; de lo cual advertido Alejandro, ejercitó un género de liberalidad acaso no vista otra vez, cediendo a Apeles la posesión de Campaspe. Así lo refieren Plinio, y Eliano; pero esta relación es incompatible, ó por lo menos inverosímil, cotejada con lo que dice Plutarco, que la primera mujer con quien dejó de ser continente Alejandro, fue la hermosa viuda de Memnón, llamada Barsene; porque bien miradas las cosas, se halla data anterior al suceso de Apeles con Campaspe, respecto del de Alejandro con Barsene44.



Todo en él parece corresponder, resumiendo, lo que Bayle desarrolla con lujo de detalles en la Observación H del artículo «Macedoine»:

On debite [nota 24: Plutarch., in Alex., pag. 676] qu'il [Alejandro] porta son pucelage en Asie, et que la veuve de Memnon [nota 25: Elle s'appelait Barsène] a été la première femme dont il ait joui [...] Si cela est vrai, ceux que nous parlent de la complaice d'Alexandre pour Apelles se trompent. lis disent qu'ayant donné à peindre toute nue la plus chérie de ses concubines [nota 26: Élien le nomine Parteaste, et Pline Campaspe] à Apelles, et s'étant aperçu qu'Apelles en était devenu amoureux, il lui en fit un présent. Cette histoire et celle de Plutarque sont incompatibles; car la veuve de Memnon ne fut prise que lorsqu'Alexandre se rendit maître de Damas, et ce fut á Éphese qu'il connut Apelles, assez long-temps avant la prise de Damas45.



Algo parecido sucede con el artículo «Lucrèce, dame romaine», donde se busca conciliar lo que escribieron Tito Livio y Dionisio de Halicarnaso a propósito de Sexto Tarquino y Lucrecia; Feijoo, por su parte, refiere los mismos sucesos en el párrafo XXVI de «Reflexiones sobre la historia», pero mi sospecha es que no lo hizo a partir de la lectura de Livio y Dionisio, sino tomando un pasaje del cuerpo del artículo compuesto por Bayle y completándolo con datos de la observación B.

Observemos. Así escribe Feijoo:

El hecho, como lo refieren Tito Livio, y Dionisio Halicarnaseo, fue de este modo: Llegó Sexto en alta noche, con la espada desnuda en la mano, al lecho de Lucrecia; y despertándola, la intimó lo primero que no diese voces, porque al primer grito la pasaría el pecho con el acero que empuñaba. A esta intimación sucedieron los ruegos, a los ruegos las promesas, llegando a ofrecer hacerla Reina, según uno de los Autores alegados. Cuando vio Sexto, que no hacían fuerza ruegos ni promesas, pasó a las amenazas. Díjola, que la daría allí la muerte, si no condescendía a su apetito. No bastó esto para vencer la constancia de Lucrecia. En fin, vistas inútiles las demás máquinas, apeló el astuto joven a otra de especialísima fuerza. Trató de vencer el honor con el honor; como el diamante que a todo lo demás resiste, sólo se deja labrar de otro diamante. Intimó a Lucrecia, que si no condescendía, no solo la mataría a ella, pero juntamente a un esclavo, y pondría el cadáver de este junto al suyo en el propio lecho; conque hallada de aquel modo cuando llegase la luz del día, incurriría la pública nota de adúltera con tan vil persona, y quedaría para toda la posteridad manchada su fama. No tuvo valor Lucrecia para resistir a esta última batería. Rindió el honor por no padecer la infamia, y castigó después con demasiado rigor su condescendencia, quitándose la vida46.



Ahora citemos el pasaje de Bayle:

[I]l se glissa l'épée à la main dan la chambre de Lucrèce; et après l'avoir menacée de la tuer si elle faisait du bruit, il lui déclara sa passion: il se servit des prières les plus tendres, et des menaces les plus terribles, et de tous les biais imaginables dont on peut attaquer le coeur d'une femme. Tout cela fut inutile, Lucrèce persista dans sa fermeté: la crainte même de la mort ne l'ébranla point; mais elle ne put résister à la menace que Sextus lui fit enfin de l'exposer à la dernière infamie. Il lui déclara que l'ayant tuée il tuerait un esclave, et le mettrait dans son lit, et ferait accroire que ces deux meurtres avaient été la punition de l'adultère dans lequel il l'avait surprise47.



La Observación B, por su parte, bajo el epígrafe «Les historiens rapportent diversement l'aventure de Lucrèce», establece los puntos en común existentes en Tito Livio y Dionisio de Halicarnaso, agregando que fue este último quien sostuvo que, entre otras promesas, Sexto Tarquino ofreció a Lucrecia ser reina de Roma48.

El Dictionnaire parece estar presente, otra vez, dos párrafos más adelante. Efectivamente, en el párrafo XXIX, Feijoo escribe, de manera muy escueta: «Arriba dijimos que Carlos Sorel dudó de la existencia de Faramundo, a quien tienen por su primer Rey los Franceses. El señor Du-Haillan no se alarga a tanto; pero niega constantemente que aquel Príncipe pasase jamás a estotra parte del Rin. Niégale asimismo la institución de la Ley Sálica. Tiene también por fabuloso que Carlo Magno instituyese los Pares de Francia»49. Todos estos datos se encuentran en la dedicatoria con que el historiador francés abre la edición de 1584 de su Histoire de France. Bayle la cita en la Observación G del artículo «Haillan», artículo que, como vimos antes, Feijoo parece haber utilizado en el párrafo IX de las «Reflexiones», para referirse a Veleyo Patérculo y citar a Piscennius Niger50. No es difícil pensar que aquí lo tuviera nuevamente ante sus ojos.

Los apuntes en torno de Mahoma, párrafo XXXIII, merecen detener un momento más nuestro examen. El párrafo se abre con una mención al debate de los historiadores acerca de los orígenes sociales del profeta. Feijoo escribe: «Es tan corriente entre nuestros Escritores que el falso Profeta Mahoma fue de baja extracción, que viene a ser éste como dogma histórico en toda la Cristiandad. Pero los Escritores Árabes unánimes concuerdan en que fue de la Familia Corasina, antiquísima y nobilísima en Meca»51. Bayle había dicho algo muy parecido en la Observación C del artículo «Mahomet»: «Une infinité d'auteurs ont écrit que ce faux prophète était d'une basse naissance [...] M. Moréri a suivi ce sentiment, qui est peu conforme aux auteurs arabes: ils ne prétendent pas que le père de Mahomet fût riche: mais ils soutiennent qu'il était de grande naissance, et que la tribu de Koréischites, à laquelle il appartenait, surpassait en rang et en dignité toutes les autres tribus arabes»52.

Esta relación con el Dictionnaire se fortalece si observamos la nota al pie con que Feijoo acompaña el pasaje que acabamos de citar. Se lee en ella: «Monsieur de Prideux, que escribió la Vida de Mahoma, citado en el Diccionario Crítico de Bayle V. Mecque, dice que los ascendientes de aquel falso Profeta desde su cuarto abuelo llamado Cosa, poseyeron el gobierno de la Ciudad de Meca, y la custodia de un Templo de Idólatras que había en ella; el cual no era menos venerado entre los Árabes que el de Delfos entre los Griegos»53. Esta nota, efectivamente, parece estar apoyada sobre las Observaciones B y A del artículo «Mecque», cuyos epígrafes, respectivamente, rezan: «Mahomet était d'une famule qui possédait depuis long-temps le gouvernement de la ville et celui du temple»54 y «Elle avait un temple qui n était pas moins vénéré entre les Árabes que celui de Delphes entre les Grecs»55.

En la continuación del párrafo, sin embargo, el principal apoyo de Feijoo no parece haber sido el Dictionnaire de Bayle sino el Prodromo ad Refutationem Alcorani de Ludovico Marraccio. Es cierto que un pasaje de Marraccio también está citado por Bayle56. No obstante ello, las otras referencias al monje italiano, confesor del papa Inocencio XI, deben haber sido tomadas directamente de su obra o de la reseña publicada en Leipzig; en todo caso, esas referencias no se encuentran en Bayle.

Ahora bien, otro autor que Feijoo nombra a propósito de Mahoma es «Eduardo Pocok, Autor versadísimo en los escritos Orientales», quien dijo «que en ningún Autor Árabe halló el cuento de la paloma» que se le aparecía al profeta y en la que éste veía al Arcángel Gabriel57. Este dato, con la cita precisamente ubicada, sí está en el Dictionnaire, y la obra de Edward Pocock, Specimen Historiae Arabum (Oxford, 1650), es una de las principales fuentes del extenso artículo «Mahomet», que ocupa dieciséis páginas con más de treinta observaciones y doscientas ochenta notas al margen58. Feijoo podría haberlo leído allí. En tal sentido, observemos que la siguiente alusión de Feijoo al autor inglés, en relación con las supuestas infracciones físicas del féretro de Mahoma, traduce con exactitud un pasaje que Bayle había señalado. Feijoo dice, en efecto, que según «Eduardo Pocok [...] los Mahometanos sueltan la carcajada cuando oyen a alguno de los nuestros referir que esto acá se tiene por cosa cierta»59. Bayle, por su parte, tal como acostumbraba en el caso de no ser textos muy largos, antirreligiosos u obscenos, traduce en la Observación dando la cita original a pie de página60.

Pero, a nuestro juicio, la posibilidad de que Feijoo haya recurrido al artículo de Bayle para dar cuenta de las fábulas que circulaban alrededor del sepulcro de Mahoma se apoya en indicios que van más allá de la obra de Pocock. Vayamos a los textos. Feijoo afirma que la leyenda según la cual el cadáver de Mahoma está «suspendido en el aire, metido en una caja de hierro, a quien sostienen puestas en equilibrio perfecto las fuerzas de algunas piedras imanes colocadas en la bóveda de la Capilla» no resulta posible en buena física,

pues aún cuando se venciese la gran dificultad de poner en perfecto equilibrio las fuerzas de dos o más imanes, restaba otra igual en el hierro de la caja, el cual también se había de equilibrar, según las partes correspondientes a distintos imanes, para que una no hiciese más resistencia que otra a la atracción con el peso. Aún no bastaban estos dos equilibrios, sin otro tercero del peso de la caja con la fuerza de los imanes. Pero demos vencidas todas estas dificultades. Aún no hemos logrado cosa alguna para el intento; porque aún en caso que el hierro se suspendiese, solo por un brevísimo espacio de tiempo podría durar la suspensión, pues cualquiera levísimo impulso del ambiente desharía en el hierro suspendido el equilibrio61.



Lo que aquí sostiene Feijoo ya lo había afirmado Francois Bernier en su famoso Abrégé de la Philosophie de Gassendi. Bayle cita este texto en la Observación FF del artículo «Mahomet»62 . Es muy posible que Feijoo haya encontrado allí las consideraciones físicas. Más aún cuando vemos que, a continuación, ambos, Feijoo y Bayle, recuerdan un brevísimo experimento del «padre Cabeo», quien «con gran trabajo puso una aguja pendiente entre dos imanes, mas no duró en la suspensión sino el tiempo en que se podrían recitar cuatro versos hexámetros, y luego se pegó a uno de los dos imanes»63, experimento que Bayle cita a partir de la Description de l'aimant trouvé a Chartres de Pierre Le Lorrain de Vallemont64.

El paso siguiente de «Reflexiones sobre la historia» trata las leyendas que forjaron los historiadores acerca de «la traslación del imperio francés de la línea merovingia a la carlovingia». Feijoo observa que el origen último de tales leyendas podría estar en «Eginardo, secretario de Estado, muy favorecido de Cario Magno»65. Esta hipótesis es la que Bayle presenta en la primera remarque del artículo dedicado a ese historiador excesivamente fiel a su patrón, «Eginhart». Más aún, Feijoo, al aludir a los «Autores Franceses modernos» que dieron «la absoluta negativa» a Eginhart, está pensando seguramente en Eustache Le Noble De Tenneliére, anónimo autor de L'esprit de Gerson (1692) que Bayle sigue a lo largo del artículo. En todo caso, por la cita de este último sabemos que en el capítulo XXXVII de aquella obra se afirmaba que Eginhart había hecho pasar maliciosamente a los reyes merovingios por «des lâches et des fainéans»66 («la inacción y abatimiento en que vivían los reyes merovingios», dice Feijoo)67 y había puesto a circular diversas leyendas, como la de que los reyes merovingios paseaban en una carreta tirada por bueyes, cosa que también señala Feijoo. En el mismo capítulo de L'esprit de Gerson, por otra parte, se encuentra un argumento muy semejante al que utiliza Feijoo para considerar imposible que el papa Estéfano III participara en la deposición del rey Childerico y la entronización de Pipino: algo imposible, comenta Le Noble, «puisqu'il n'a été pape, élu dans Rome, qu'à la fin du mois de mars de l'an 752, et que la proclamation de Pepin fut faite des le premier de mars»68.

Feijoo vuelve a tomar episodios relevantes de la historia francesa dos párrafos después, al referirse a «La doncella de Francia», Juana de Arco. Su objetivo es impugnar «la moción divina que la atribuyeron (y aún hoy atribuyen los Franceses), como el crimen de hechicería que la imputaron los Ingleses»69. Para ello dice fundarse, nuevamente, en Du Hallain, quien postuló un «artificio político» detrás del supuesto impulso celestial que guiaba a la doncella de Orléans. Precisamente, la Observación G del artículo «Hallain» tiene como epígrafe «Il eut le courage de réfuter plusieurs traditions,... et de parler librement sur... la pucelle d'Orléans». Ahora bien, las observaciones de Du Haillan sobre la heroína francesa no provienen de la Histoire de France, como en las anteriores ocasiones, sino del segundo libro de De l'État et Succés des affaires de France publicado en París (1619). Bayle lo cita, nuevamente por extenso, a continuación del pasaje donde sostenía que Faramond no había cruzado el Rhin ni impuesto la ley sálica. Creemos que aquí, en el artículo de Bayle, está la fuente de Feijoo, y nos parece casi seguro si atendemos al hecho de que, después de parafrasear a Du Haillan, Feijoo continúa diciendo: «Sé que Gabriel Naude en sus Golpes de Estado siente lo mismo que Du Haillan, y cita por su opinión a Justo Lipsio, y al señor Langei; añadiendo que otros Autores así Extranjeros como Franceses, la llevan»70. Estas líneas resultan poco menos que un extracto de la nota 42 de Bayle, donde a continuación de la referencia al libro de Du Haillan, Bayle escribe así:

Notez que Gabriel Naudé est du méme sentiment. Les Anglais, dit-il dans le IIIe, chapitre des Coups d'état, pag. m. 329, étant presque devenus matîtres de la France, il fut nécessaire, sous Charles VII, d'avoir récours à quelque coup d'état pour les en chasser: ce fut done à celui de Jeanne la pucelle, lequel est avoué pour tel par Juste Lipse, en ses Politiques, et par quelques autres historiens étrangers; mais particulièrement par deux des nôtres, savoir du Bellay Langey, en son Art militaire, et par du Haillan, en son Histoire71.



Avancemos un paso más. El párrafo XL de «Reflexiones sobre la historia» lleva por título «Enrico VIII y Ana Bolena» y su propósito es incorporar los relatos históricos de este famoso romance a la colección de errores y quimeras. Son tantos los comentarios al respecto que el padre dedica casi tres páginas a su examen. Aquí, la principal fuente de los yerros ha estado en «Nicolao Sandero», quien, dice Feijoo, «queriendo por un indiscreto celo colocar la torpeza de los dos en lo sumo, confundió lo cierto con lo increíble; a que se siguió, que mucho vulgo del Catolicismo creyese lo increíble como cierto»72. En el artículo «Boleyn», Bayle había dedicado una observación a este tema que, bajo el epígrafe «Les catholiques en on dit de médisances très-faciles à réfuter», tenía como blanco principal, justamente, el De schismate anglicano, libri tres (en su versión francesa de 1683) del jesuita Nicholas Saunders Los datos que da Feijoo coinciden en buena parte con el resumen que ofrece Bayle del libro del jesuita, incluyendo el apodo de «Yegua anglicana» con el cual, dice Saunders. Ana Bolena fue conocida en la corte de Francois I73. También se asemejan mucho los argumentos que prueban la falsedad del De schismate anglicano. Ahora bien, la fuente de estas refutaciones está en The History of the Reformation of the Church of England de Burnet. Es cierto que Feijoo y Bayle pudieron haber consultado directamente el libro de Burnet; de todas maneras, cabe aquí señalar, por lo menos, que cuando el padre benedictino alude a «la cronología de los historiadores ingleses», su referencia directa o indirecta debió haber sido el famoso libro del obispo e historiador escocés Gilbert Burnet, cuya versión francesa se había publicado en Ámsterdam (1687)74.

Nos quedan dos párrafos, el XLI, correspondiente al mariscal de Ancre, y el XLII, que trata la leyenda de Urbain Grandier, supuesto hechicero de las monjas de un convento de Loudun. En ambos, las coincidencias son notables.

Respecto del primero, Feijoo señala la nefasta influencia del mariscal de Ancre, Concino Concini, en la corte francesa y la decisión de asesinarlo que tomó Luis XIII una vez coronado, recurriendo a los servicios de uno de los capitanes de las Guardias, Vitri. Describe a continuación el alegre furor que se despertó en el pueblo al enterarse del hecho:

Tumultuariamente arrancaron del Templo su cadáver, pusiéronle pendiente de una horca que el mismo Mariscal había levantado para ahorcar a los que murmurasen de él: luego descolgándole, le arrastraron por calles y plazas; dividiéronle en varios trozos; y hubo quienes compraron algunas porciones para conservarlas como un monumento precioso de la venganza pública. Dicen, que las orejas fueron vendidas a bien alto precio75.



Los detalles son algo escalofriantes; en cualquier caso, todos y cada de ellos se encuentran en el artículo «Concini» del Dictionnaire historique et critique tomados a partir de su fuente: la Décade de Louis XIII de Baptiste Le Grain76.

Quedémonos un momento más con el mariscal de Ancre. Inmediatamente, Feijoo recuerda que el duque de Estrée intentó justificar a Concini a pesar de las públicas vilezas de éste, y apunta lo que dijo el duque «en las Memorias que escribió de la Regencia de María de Médicis»77. Dicha justificación, parafraseada por Feijoo, está citada en la Observación G del articulo «Concini»78. También se encuentra en el Grand Dictionaire Historique de Louis Moréri, tal como aclara Pierre Bayle, y el fraile gallego podría haberlo tomado de allí. Sin embargo, ya tenemos pruebas bastante fuertes de que Feijoo leyó el artículo «Concini» y prestó atención a su Observación G (en ella está la referencia al «gran crítico moderno» según el cual «la verdad histórica es muchas veces tan impenetrable como la filosófica» con que empezamos nuestro recorrido79). Y, en cualquier caso, para el objeto del presente trabajo, tan interesante como el pasaje en sí mismo es su continuidad. Así se cierra el párrafo de «Reflexiones sobre la historia»:

¿Qué diremos pues? En estos encuentros toma la crítica el arbitrio de cortar por medio. Es de creer que el de Ancre incurrió el odio público, ya por su supremo valimiento, que por sí es bastante para hacer a cualquiera mal visto, ya por la circunstancia de extranjero, que junta con el poder, casi siempre produce en los que obedecen ojeriza e indignación; ya en fin, porque abusase en unas operaciones de su autoridad. Pero los más atroces crímenes de su proceso se puede hacer juicio que aunque constaron de los Autos, los inventasen sus enemigos; pues entre tantos millares de ellos y tan rabiosos, no faltarían quienes depusiesen contra la verdad y contra la conciencia cuanto les dictase la saña80.



Por su parte, el mismo testimonio en defensa de Concini había llevado a Bayle a un postulado semejante, que en parte, como dijimos, ya nos resultará conocido:

Ce n'est pas que je ne croie très-possible qu'avec de médiocres défauts un homme qui a beaucoup d'imprudence, et un grand nombre d'ennemis, ne devienne l'aversion du peuple, et ne passe pour un horrible scélérat. L'adresse d'un ennemi malin et puissant fait accroire bien des mensonges à la populace. Je crois même qu'on a outré bien des choses concernant ce malheureux Florentin, et que, pour démêler exactement et dans la dernière précision la vérité de ses affaires, il ne faudrait pas surmonter moins d'obstacles, que pour découvrir la cause des propriétés de l'aimant: et par occasion je dirai qu'en bien de rencontres les vérités historiques ne sont pas moins impenétrables que les vérités physiques81.



El principio puesto en juego por el historiador crítico, en ambos casos, es que los testimonios deben ser pesados y no contados82. Es decir, la palabra escrita de un testigo directo (en este caso, el duque de Estrée) vale más que los relatos montados sobre el «oui diré» por muy numerosos y coincidentes que aparezcan, sobre todo cuando se sospecha una oscura maniobra del poder y las pasiones más encarnizadas de los hombres, cuyo sujeto por excelencia es el populacho, se encuentran comprometidas. En semejantes ocasiones, el crítico elige las pruebas que su experiencia le señala como más calificadas, pero también toma una decisión teórica, «corta por medio» como dice Feijoo, porque las mil y una circunstancias que se encuentran al azar para producir un hecho no le son conocidas. Expresa su parecer, se atiene a la impresión que aparece más convincente, pero a la manera de los antiguos escépticos no dogmatiza, «continúa investigando» a la espera de que algún nuevo testimonio confirme o rectifique lo que su percepción por el momento le dice83. Bayle y Feijoo se encuentran en esta precaución del escepticismo.

Resta el caso de «Urbano Grandier», cura de Loudun que terminó en la hoguera por haber «hechizado» a un grupo de monjas ursulinas. Los pasajes de Feijoo al respecto parecen ser, como en otros casos, fruto de una tarea en continuidad y en lucha con el Dictionnaire de Bayle. Observemos. Por un momento, lo sigue. Grandier, dice Feijoo, fue un «hombre de más que medianas prendas, gentil presencia, bastantemente docto, Orador elocuente; pero amante, y aún amado del otro sexo con alguna demasía»84. Un momento después lo interrumpe, cuando le parece que algo no merece ser conocido. Así, mientras Bayle identificaba a quienes habían fraguado los hechos que llevaron a Grandier a la hoguera («Les capucins de Loudun, ses grands ennemis»)85, Feijoo mantiene la duda y alude solamente a lo que «hallaron ó fingieron los enemigos de Grandier»86. De la misma manera, Bayle detalla que esos capuchinos «écrivirent au père Joseph, leur confrère, qui avait beaucoup de crédit auprès de cette éminence [el cardenal de Richelieu], que Grandier était l'auteur d'un libelle intitulé la Cordonnière de Loudun, très-injurieux et à la personne et à la naissance du cardinal de Richelieu»87'. Feijoo, en cambio, se conforma con decir que el cardenal Richelieu dio crédito a la denuncia por «la noticia que le dieron los mismos acusadores del crimen de hechicería, de que este Eclesiástico había sido Autor de una sátira, intitulada la Cordonera de Loudun, muy injuriosa a la persona y nacimiento del Cardenal»88 y nota la irreverencia de decir, como Bayle, que los doce eclesiástieos que actuaron como jueces de la causa eran «tous personnes crédules, et par cette raison de crédulité tous choisis par les ennemies de Grandier»89. El reo marchó al suplicio «et le souffrit très-constamment et très-chrétiennement», dice Bayle, y Feijoo lo sigue90. Pero hasta allí: no es bueno que se difunda que el reo murió sin confesión después de haber rechazado varias veces al recoleto impuesto por sus enemigos y que cierto abejorro que volaba alrededor de la cabeza de Grandier fue identificado por un monje presente en la ejecución como Belcebú en persona y en trámite de llevar el alma del condenado a los infiernos91. Tales datos poco condecían con la caridad cristiana y el catolicismo ilustrado que el padre benedictino quería defender.

No fuimos exhaustivos92. Lo dicho hasta aquí, en cualquier caso, prueba a las claras que cuando Andrés Piquer y Arrufat denunciaba en Feijoo la «costumbre de escribir en muchísimos asuntos sin consultar los originales»93 probablemente sabía de qué estaba hablando. Esto no debe entenderse en desmedro del padre Feijoo, cuya labor se valora menos por el rigor académico original que por el impacto social resultante; de hecho, como afirma Eduardo Subirats, su objetivo no era elaborar «una ciencia nueva, sino una nueva sociedad a través del espíritu moderno de la ciencia»94, y para ello era preciso transmitir en un par de páginas al alcance del lego los conocimientos avalados tras siglos de cuidadoso trabajo. Pero sí puede servir para recuperar una de las obras más difundidas en Europa durante el siglo xvm y cuyas huellas parecen llegar sólo hasta la cumbre de los Pirineos, sin atreverse a descender del otro lado. En el trabajo anterior95 se demostró que no es así, que el Dictionnaire de Bayle sí cruzó los Pirineos y circuló clandestinamente en España. En éste, creo, probamos a partir de Feijoo que su influencia sobrepasa largamente las explícitas menciones a pie de página.

Ahora bien, nuestra tesis era que el ensayo «Reflexiones sobre la historia» del padre Feijoo podría entenderse como una versión abreviada del Dictionnaire

historique et critique. Contando con la semejanza de objetivos (reunir pifias y prejuicios de los historiadores elaborando a contrario un modelo de escritor ideal) y con la importante cantidad de pasajes del Dictionnaire que Feijoo utiliza para su propio relato, creo que la tesis se sostiene. Pero también decíamos entonces que se trata de una versión «corregida». Para justificar tal aserto deberemos mostrar brevemente cuáles son las posibles correcciones de Feijoo a la historia crítica de Bayle, esto es, lo que hemos llamado «señales hispano-católicas de su lectura».

La primera podría encontrarse en el parágrafo X, a propósito del historiador Juan de Mariana. En el artículo correspondiente, Bayle se limita a dejar constancia de que en París el 8 de junio de 1610 se ordenó la quema pública del libro De rege et regis institutione del jesuita español sin abrir juicio sobre tal condena y tan sólo aclarando que se equivocaban quienes, como Moréri, afirmaron que Mariana había publicado la obra «pour justifier l'assassinat du roi de France Henri III»96. Además, poco antes había sostenido: «Il n'y a rien de plus séditieux, ni de plus capable d'exposer les trônes à de fréquentes révolutions, et la vie même des princes au couteau des assassins, que ce livre de Mariana»97. Sus pruebas no eran exclusivamente teóricas: subrayaba la admiración de Mariana por la valentía de Jacques Clément, el asesino de Enrique III, y observaba que el jesuita encontraba en aquel hecho un caso de tiranicidio aceptable98.

Feijoo, nos imaginamos, pudo sentirse doblemente herido por las palabras de Bayle: en tanto español y en tanto católico. Su reacción es previsible; defiende la figura de Juan de Mariana frente a propios y extraños99, y afirma como «hecho constante, que su libro de Rege, & Regis institutione, con autoridad de la Justicia fue quemado en París por mano del verdugo. ¿Y esto por qué? porque reprendió en él la conducta de Enrico Tercero, Rey de Francia»100. Feijoo no nos dice quienes son esos franceses que tratan mal al padre Mariana por sus críticas a Enrique III, pero si además de los puntos de contacto ya señalados tenemos en cuenta que la Observación 0 del artículo «Mariana» lleva como epígrafe, precisamente, «Le mal qu'il dit du roi Henri III fut cause en partie que son livre de l'Institution du Prince fut condamné à París», bien podemos considerar identificado a uno de ellos.

La segunda marca correctiva parece más clara y más fuerte. Está en el párrafo siguiente, el XI. Ya hemos dicho algo al respecto. Bayle consideraba que las calumnias contra Bellarmino, por torpes e increíbles, resultaban finalmente beneficiosas para los jesuitas puesto que las podían refutar con facilidad incluyendo tácitamente en esa refutación otras acusaciones mucho mejor fundadas101. Feijoo, en cambio, citando la misma fuente, Théophile Raynaud, excluye con sus «piísimo» y «doctísimo» cualquier otro comentario102. En cuanto a María Estuardo, para Bayle era sólo la Marie Stuart a la que muchos historiadores trataban de criminal, entre ellos el historiador George Buchanan, «l'un des plus grands poetes latins du xvie. siécle»103. Afirmándose en la misma contienda, Feijoo, por su parte, califica a la reina de «inocente y admirable» y compara, como vimos, los retratos opuestos que dos historiadores ingleses, Camden y Buchanan, ofrecieron de ella:

¿Qué infamias no escribió el impío Buchanan, y no creen aún hoy los Protestantes de la inocente y admirable Reina María Estuarda? En que no extraño, que no los disuada el unánime consentimiento de los Autores Católicos a favor de aquella Reina (exceptuando uno, que copió a Buchanan); porque al fin los tienen por parciales, sino que no los haga fuerza la relación enteramente opuesta a la de Buchanan, de Guillelmo Camden, excelente Historiador de Inglaterra, a quien sólo la verdad pudo inclinar a la justificación de María Estuarda, no la Religión, pues también fue Protestante. En que también se debe notar la diferencia de costumbres entre Buchanan, y Camden: aquel un borrachón, mordaz, impuro: este contenido, modesto, amante de la verdad histórica, y en cuyas costumbres (dejando aparte la Religión), no se encontró la menor nota. Tanto preocupa contra todas las persuasiones de la razón el partido que se sigue104.



Este pasaje del Teatro críticoces de una enorme riqueza para nuestro tema; no sólo porque continúa una puesta en paralelo establecida por Bayle, sino porque lo hace, creemos, tomando una decisión contraria a la del autor del Dictionnaire historique et critique y con plena conciencia de ello.

En primer lugar, notemos que las consideraciones que Bayle ofrece acerca de los testimonios de Camden y Buchanan se dan en una Observación, la «G», que se propone evaluar tales testimonios en relación con la posibilidad misma del conocimiento histórico105. Camden y Buchanan aparecen en tal sentido como dos partes en conflicto, dos posiciones opuestas; ¿será posible superar al respecto la equivalencia (isosthéneia) de argumentos que desemboca en la «suspensión de juicio» o epoché?106La respuesta de Feijoo es un «sí» rotundo: hay un testimonio que vale más que el otro y por ése debe decidirse el historiador crítico. La respuesta de Bayle es «no», y en ella aparecen precisamente aquellos elementos que la decisión de Feijoo ha dejado de lado.

Observemos. Bayle apunta cuatro préjuges por los cuales el testimonio de Camden sería preferible: 1) la mala vida de Buchanan frente a la conducta intachable de Camden; 2) el hecho de que Camden no estuviera personalmente interesado en justificar a María Estuardo; 3) el hecho de que Buchanan tuviera por patrón al jefe del partido que destronó a esa reina; y 4) el hecho de que ambos fueran enemigos de los católicos107. Tres de esos cuatro préjuges son explícitamente mencionados por Feijoo para justificar su posición. La Observación de Bayle, sin embargo, continúa con los préjuges que debilitan la posición de Camden: que trabajó bajo el mando de Jacobo I, hijo de María Estuardo, y que su obra parece haber sido mutilada por orden de éste; que era tan enemigo de los católicos como de los puritanos escoceses, quienes detestaban a María. Cierra su recolección de pros y contras cediendo a la equivalencia de argumentos y suspendiendo el juicio: «Mais cette supposition est-elle vraie? Je n'en sais rien [...] Est-elle un sujet de pyrrhonisme? Sans doute; puisqu'à Londres même les uns la nient, les autres l'affirment»108. Feijoo no lo sigue hasta allí; escapa al peligro del pirronismo desoyendo una de las voces. «Corta por el medio», esta vez como historiador católico: «tanto preocupa contra todas las persuasiones de la razón el partido que se sigue».

En el caso que nos ocupa, además, de manera más notable que en el de Juan de Mariana, parece bastante claro que Feijoo extrema su parecer recurriendo a adjetivos elogiosos y condenatorios que apenas aparecen en otros pasajes del ensayo. Su escritura parece efectivamente el resultado de una discusión; una discusión con Bayle, conjeturamos, en la que Feijoo no puede contener su encono ante el aire franco-protestante que descubría en los artículos del Dictionnaire. En estos puntos, creemos que pensaba el padre benedictino, la información provista por el crítico francés sólo podía difundirse al público lector después de una adecuada rectificación de sus prejuicios y parcialidades. Es lo que hizo, contando la historia de una manera que Pierre Bayle, calvinista perseguido y refugiado, no podía haber hecho.

Podríamos preguntarnos, para terminar, si no es una paradoja inevitable que el acuerdo entre estos dos famosos defensores de la imparcialidad del relato histórico se rompa justamente en los momentos en que la mirada vuelve del pasado y debe enfrentarse a las convicciones presentes y sangrantes. Bayle soñaba con un historiador que fuera como Melquisedec, «sin padre, sin madre y sin genealogía»109, un relator puro de los documentos con que contara; Feijoo declaró tener por un Fénix no al historiador que excluyera toda falta, algo imposible, sino «a quien no incida en alguna o algunas de las más notables»110. Nuestra conclusión, por tanto, debería ser que también Melquisedec y el ave Fénix son personajes legendarios.





 
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