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ArribaAbajo Teatro Nacional

Roberto F. Giusti



ArribaAbajoPara vencer por Leopoldo Longhi

Diversas sensibilidades han de darle naturalmente a un drama de esta índole, nebuloso e impreciso, interpretaciones diversas. Por consiguiente séanos permitido rememorar aquí el argumento del drama a través de nuestras impresiones personales, glosándolo con nuestro especial modo de sentir. Si no siempre hemos de lograr que coincida nuestra interpretación con las ideas del autor, convéngase sin embargo, en que la culpa no será toda nuestra.

Entre Raimundo y Elisa, casados desde hace algunos años, existe un desacuerdo espiritual, que va ahondando entre ellos, con el transcurso del tiempo, un abismo infranqueable. Raimundo, escritor, persigue su ideal: la gloria. Elisa, joven y hermosa, también acaricia su ideal. Ella quiere amar y ser amada. Y siente que no lo es. ¿Lo siente? Por cierto. Estos son sentimientos de los que más que un claro, un nítido concepto, sólo tiénese una vaga intuición. Su esposo no puede amarla, no: otras preocupaciones lo absorben. Él no puede dedicarle a ella, pequeña cosa frente a la inmensidad de sus aspiraciones, aquel cuidado que éstas le roban. Es -no lo negamos- una lucha de sentimientos tan sutil, que permanece oculta a la penetración vulgar; una oposición quizás incomprensible para los más, por su misma rareza; pero cuya posibilidad no puede rotundamente negarse. ¿No es admisible que   —59→   en un espíritu superior se excluyan el amor a la gloria y el amor a la mujer; que uno de los dos deba necesariamente ser dejado en segundo plano, para que pueda el otro triunfar?

Y lo que Elisa no halla en su esposo, es decir, una correspondencia a su insatisfecho deseo de amor, lo encuentra en el poeta Leonardo, íntimo amigo de Raimundo. Elisa y Leonardo llegan fatalmente a amarse; pero aún logra contenerlos el sentimiento de sus respectivos deberes. Ella todavía ha tenido energías suficientes para suplicarle que parta, que se aleje, y él lo ha prometido, mas le ha faltado el ánimo para cumplir la promesa. Esto en el acto primero.

En el segundo, Raimundo ya comienza a ver cuál abismo va cavándose entre él y su esposa. Es algo que él siente, pero que no logra explicarse. ¿Qué es lo que la aleja siempre más de su lado, qué visiones cruzan las pupilas de ella que él no puede aferrar a su paso? Por el momento no tiene de la verdad sino una vaga intuición; pero bastará un gesto, una palabra, un detalle insignificante, para que lo comprenda todo.

Y llega la catástrofe. Carvi, amigo de la familia, especie de viejo Néstor de Raimundo, tiene antes que él la revelación del secreto, y no titubea en enrostrarle su delito a Leonardo. Éste, avergonzado de su culpa se decide a partir. Pero la escena que hay entre él y Elisa cambia la situación. Es una escena pasional que el autor ha verdaderamente sentido. Ésta y la siguiente, última del acto segundo, son, sin duda, las mejores del drama. Leonardo quiere irse, pero ahora es ella quien lo detiene. No, no partirá. Y, por desarrollo lógico de la escena, surge en ellos la resolución de irse juntos. Mas, en el momento en que ella ya se prepara para seguir a su amante, que acaba de salir, entra Raimundo, que todo por fin lo ha comprendido. ¿Adónde va Elisa? ¿por qué huye Leonardo? Los ademanes, los rostros, lo que está sucediendo en la casa están delatando a los culpables a grandes voces. Raimundo, furioso, delirante, se arroja sobre su mujer. Ella en el primer instante niega. Luego, acosada por su esposo, confiesa. «-Tú lo amas -él le grita». Y ella, en su despecho, en su afrenta, con voz sorda, orgullosamente afirma: «Sí». Es la revelación. E inmediatamente, toda la amargura que lleva en el fondo   —60→   de su alma, se desborda por sus labios en una tirada pasional, que viene a ser como la exposición de la lucha de sentimientos a que aludimos poco antes.

Raimundo entonces, enceguecido por el dolor y la ira se arroja sobre su mujer para estrangularla. Pero a tiempo se contiene, cuando ya sus dedos crispados iban a hundirse sin remedio en la garganta de ella. ¿Qué es lo que lo detiene? ¿El horror del crimen? ¿la rápida comprensión de la inutilidad de esa muerte? ¿o acaso el miedo al escándalo que promovería esa tragedia? Se detiene y retrocede aterrorizado. Luego, a ese terror de los primeros instantes, sucede nuevamente en su corazón la cólera de que antes se hallara poseído, y en un arrebato pasional la arroja a Elisa de la casa. Y ella huye, aun perseguida por la trágica visión de la muerte, que viera poco antes cerca, muy cerca de sí.

Pasan dos años. Raimundo en su aislada vida dolorosa asediada a todas horas por los recuerdos de la dicha perdida, ha tenido sin embargo la energía, el valor suficientes para lograr la ansia de victoria. La gloria por fin ha descendido a besarle la frente. Todos ahora lo aclaman, todos lo respetan. Pero, cuando ya casi cerradas las antiguas heridas de su corazón, disfruta del triunfo completo, he aquí que a turbar su reposo vuelve ella. Es en el tercer acto. Durante una fiesta que en él se da en honor de Raimundo, Elisa ha entrado en la casa, para verlo por última vez. Vuelve pálida, demacrada, agobiaba por su dolor. Viste de riguroso luto. Su relato es triste y sencillo. Leonardo después de hundirse en el juego, se halla ahora encerrado en un manicomio de París. Si ella viste de luto, es porque tuvo un hijo, y ese hijo -su única dicha- murió. Todo ya ha concluido para ella, todo. Si ha vuelto es porque quiso contemplarlo en medio de su triunfo, para arrojarle una vez más al rostro su crimen, que fue el de haber sacrificado una existencia a su ansia loca de triunfar. Y allí mismo -última venganza que se ha reservado-, se mata, cumpliendo con su propia mano y en el mismo lugar, lo que él no supo hacer años antes.

El drama es defectuoso. Su argumento adolece de grandes incorrecciones. Todo explicado, ¿cómo explicar, sin embargo, ese final del tercer acto? Más humano, más lógico hubiera sido que Elisa volviese humilde y -¿por qué no?- aún capaz de arrepentimiento.   —61→   Pero ella, a pesar de su aparente humildad de los primeros momentos, vuelve con el pecho henchido de odio y de rebeldía, vuelve con un arma, que implica lógicamente la premeditación del suicidio y de toda la escena final. Y ese final es propiamente el que da un vuelco completo a la interpretación que del carácter de Elisa nos formáramos en los dos actos anteriores. La pregunta se impone: ¿cuál de ambos fue el culpable? ¿Elisa o Raimundo? ¿O quizá ninguno de los dos? ¿Quizá fueron dos fuerzas ciegas que marcharon en opuestas direcciones, ambas en pos de distintos ideales encontrados? Y aquí vendría la explicación del título. Para vencer, Raimundo, persiguiendo el ideal que se propusiera, todo lo arrolló a su paso. Él fue quien inconscientemente, despedazó esa pobre vida de mujer, ansiosa de dicha y de amor. Sin la escena final esta última tesis se explicaría, pero tal como ella se desarrolla, otra pregunta surge al contrario: ¿O es Elisa una mujerzuela perversa y egoísta? Pues convengamos en que no hay motivo para que ella culpe a su esposo de tanto crimen.

Por las razones apuntadas, aun admitiendo que el drama terminara con el suicidio de Elisa, más explicable hubiera sido que ese suicidio surgiese de la discusión entre ambos esposos, de la rememoración del pasado, que, naturalmente, llevaría consigo la reabertura de las viejas heridas mal cerradas, de la exasperación, en una palabra, a que ambos llegasen en el transcurso de la escena. Pero esa arma que ella lleva consigo, todo lo echa a perder.

Sobre la veracidad de los caracteres valga lo dicho.

El señor Longhi ha demostrado en este drama no conocer aún a fondo todos los resortes de la técnica teatral. Falta en él movimiento, falta vida, falta habilidad en el manejo de los personajes. La repetida uniformidad en cada acto de las entradas y salidas de los esposos López (en los que el autor ha querido quizá simbolizar la armonía posible entre los espíritus sin altos ideales, frente s la desarmonía que existe entre Elisa y Raimundo) es la prueba palpable del mencionado desconocimiento de la técnica teatral.

Fluido el diálogo, aunque retórico y abundante en imágenes, no siempre de buena ley.

Pero son todos esos defectos que el autor irá fácilmente corrigiendo   —62→   a medida que vaya acumulando mayor experiencia en estas lides, razón que hace mayormente resaltar la injusticia de ciertos criticastros que sin compasión atacaron el drama, errado hasta cierto punto, pero acusador de un fresco talento juvenil.

Ningún respeto por el talento del autor que en todas las escenas del drama se revela; ninguna consideración al atenuante de que se estaba en presencia de un novicio en arte tan difícil. Nada.

Pero -¡qué diablos!-, un chiste bien vale el sacrificio de una reputación.

Buena la interpretación. Blanca Podestá sobresaliente en algunas escenas en su papel de Elisa.




ArribaAbajoEl mejor tesoro por Emilio Ortiz Grognet

El viernes 2 del corriente estrenáronse en este teatro, con éxito franco, la graciosa comedia en un acto del señor Alberto de Zabalía, titulada Otras músicas, y El mejor tesoro por el señor Emilio Ortiz Grognet.

El mejor tesoro es un drama sin pretensiones y de rápido desarrollo. Su acción, algo lánguida en principio, anímase a medida que se aproxima a la escena final, en el que el autor, de la no muy novedosa situación del esposo engañado frente a frente de los dos culpables, ha sabido sacar infinito partido, pintándonos una complicada e intensa lucha de sentimientos.

Delicada la factura del drama, fácil y galano el diálogo, bien delineados los caracteres en cuanto lo permite un boceto semejante, y por doquier desparramados pequeños rasgos fugaces sin importancia aparente, casi imperceptibles detalles característicos, reveladores de un espíritu curioso y sutil.

¡Lástima que ninguno de los actores estuviera la noche del estreno bien posesionado de su papel!

El señor Ortiz Grognet ha acreditado su fino talento dramático en dos estimables ensayos. Hecha ya la mano a las dificultades de la escena, ha llegado el momento en que se empeñe en una obra de proporciones mayores. Indudablemente lo acompañará el éxito más completo.

Marconi: En este teatro viene actuando con éxito la compañía de Pablo Podestá, que acaba de estrenar el drama Parientes pobres por don Martín Coronado. Nos ocuparemos de él en el próximo número.