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ArribaAbajo Beltrán y Faustino

(Fragmento de una crónica del siglo VI)


Emilio Becher


Lo que va a continuación ha sido sacado de una crónica latina de la época merovingia. Es de autor anónimo, y el manuscrito no da indicaciones suficientes sobre el lugar ni sobre la fecha precisa de su redacción. Es fácil inferir sin embargo, de algunos detalles, que ha sido escrita por un contemporáneo. Es casi seguro que el autor vivió en Tours, y contribuyen a robustecer esta conjetura las frecuentes alusiones a la basílica de San Martín, y su especial devoción por este sitio. Es evidente también que su crónica fue escrita ante de fines del siglo VI. El autor parece haber conocido a Gregorio de Tours. En dos pasajes diferentes cita el Tratado de la gloria de los confesores y el Comentario sobre los salmos. Además su estilo es una visible imitación del de Gregorio, y muchas expresiones parecen haber sido tomadas de la Historia eclesiástica. El fragmento publicado comprende la introducción de la historia de Beltrán, y el episodio del diácono Faustino. El resto del capítulo que aún no he podido traducir narra algunos otros milagros del anacoreta.

En el año 575 de la natividad de Nuestro Señor y 163 de la muerte de San Martín, antorcha de las Galias, apareció en el cielo una estrella de brillo sobrenatural y de forma desusada, que anunció grandes calamidades, pues antes de un mes el Ródano salió de madre devastando la campiña adyacente, y cerca de Soissons un rebaño de lobos causó enormes perjuicios. Este inexplicable fenómeno celeste fue interpretado como un signo del próximo fin del mundo. Semejante opinión es hija de la ignorancia popular, pues las señales que precederán a la destrucción han sido minuciosamente   —27→   descritas en el Apocalipsis, y es evidente, por otra parte que el reino del Antecristo empezará mil años después de la gloriosa muerte y resurrección de Nuestro Señor, por quien hemos sido salvos. Pero esta creencia introdujo un gran espanto en los espíritus, y muchos, suponiendo que la hora del juicio universal estaba próxima, se entregaron a toda clase de crímenes y de excesos, imitando en esto las costumbres de los paganos.

Ese mismo año, Beltrán fue a establecerse cerca de Poitiers. Beltrán había nacido en Tours, y durante su juventud vivió en el siglo, sometido a las pasiones perversas. Una noche se retiraba a su casa, cuando una viejecita encorvada se le acercó, pidiéndole limosna. El joven buscó en su cinto una moneda, pero se halló absolutamente desprovisto de dinero. Entonces, quitándose una cadena de oro que llevaba al cuello se la entregó. Esa misma noche tuvo un sueño de origen divino. Vio a Santa María, Nuestra Señora, en su trono celeste, con una cadena de oro en la mano, y que decía: «Me la ha regalado mi hijo Beltrán cuando aún vivía en el error». De la misma manera fue convertido San Martín. Esta notable visión hizo comprender a Beltrán a cuan profundo abismo le había llevado su vida detestable. Al día siguiente repartió sus bienes entre los pobres y no queriendo vivir allí donde tanto había ofendido a Dios con sus crímenes se retiró a la soledad.

Su abstinencia era grande, y sólo se alimentaba de leche y de pan. La fama de sus virtudes no tardó en esparcirse por la provincia y de los pueblos más lejanos una multitud de enfermos acudía a implorar su intercesión. Daba la vista a los ciegos y curaba a los poseídos por medio del signo de la santa cruz y con la aplicación de hierbas saludables. Permanecía a veces durante tres días y tres noches sin comer ni beber.

Vivía entonces en Poitiers un sacerdote llamado Faustino, diácono, de familia senatorial, hombre que no tenía de cristiano sino el nombre, pues sus acciones eran dignas de un hereje. Escarneciendo la santidad de su ministerio, repudió a su legítima mujer y se unió con un amor criminal a la mujer de su prójimo. Sabía la gramática latina, y había leído no sólo la Consolación de Boecio, sino también la Eneida que pocos conocen por   —28→   entero, por lo cual mostraba una vanidad insoportable. Algunos suponen que era arriano y que admitía diferencias absurdas entre las personas de la Santísima Trinidad. Se entregaba con furor a todos los vicios y blasfemaba de los santos, hasta que Nuestro Señor en su misericordia quiso advertirle, privándole de la vista. Esta señal evidente de la voluntad divina no modificó las costumbres del sacrílego. Sin embargo, como los dolores propios de su dolencia llegarán a ser intolerables, pareció arrepentirse: se hizo llevar hasta donde estaba Beltrán y confesó sus pecados.

Beltrán hizo sobre él la señal de la cruz. Pero como Faustino estaba desprovisto de fe, la intercesión del santo no bastó para curarle. Y vuelto a su casa llamó a un físico para que le asistiera.

Este acto inicuo no tardó en atraer sobre su cabeza la cólera de Dios, pues una semana más tarde, mientras se paseaba por la orilla del río, cayó al agua y se ahogó.