—20→
Historiografía romana2
Durante el Renacimiento los historiadores romanos fueron leídos y estudiados en Italia con el mismo sentimiento de devoción con que un creyente lee los evangelios, y es que la antigua gloria romana se consideraba como nacional. Eran italianos los que habían conquistado el mundo: levantar dudas sobre una relación de Livio, de Salustio o de Tácito era atentar contra la patria.
Como Bossuet meditaba sobre los Evangelios, Maquiavelo meditó sobre Livio, prestándole toda aquella sabiduría política que hacía maravillar a Napoleón, para quien no había libro comparable con los discursos del secretario florentino sobre las décadas del historiador paduano. Era sobreabundancia de devoción, y no, falta de crítica.
El siglo de la erudición fue para Italia el XVIII. El criterio histórico se hace en él más independiente. Pero es natural que tan sólo en Alemania, que debe a los latinos su civilización, sin participar de su gloria, podía surgir quien leyera en la historia de Roma con ojo desinteresado; en Alemania, a fines del siglo XVIII y a principios del XIX, cuando aún el espíritu nacional no —21→ existía, que más tarde ese espíritu hizo considerar como prueba de patriotismo el odio a Roma.
El que llevó a cabo una revolución en la historia romana fue Niebuhr, cuya obra (Römische Geschichte) apareció en 1811. Antes de él, ya habíanse publicado obras que no han perdido todavía su valor. El período tratado con preferencia fue el del imperio: baste con citar la Historia de la decadencia y ruina del imperio romano por Gibbon, publicada en 1776. El material para el estudio de este período ya había sido reunido y ordenado por Muratori. También, ya desde 1738, habían sido puestas de relieve por Luis de Beaufort las incertidumbres y contradicciones que presentan los cinco primeros siglos de la historia romana. Ni se puede tampoco pasar en silencio a Vico, precursor universal.
Con Niebuhr, sin embargo, comienza la moderna historiografía romana, cultivada sobre todo en Inglaterra y Alemania. Descartando las monografías innumerables, las biografías diligentes, y todos los autores que pisaron las huellas de Niebuhr, merece ser citada aparte la historia por biografías de Drumann, en la que si abundan la erudición y la penetración, desearíase sin embargo mayor imparcialidad.
Baste decir que pareció demasiado audaz al mismo Mommsen.
Mientras tanto se volvió a repasar todo el material, a ilustrar todos los puntos oscuros, y a tratar separadamente todas las cuestiones. Entre los italianos merecen ser citados sobre los demás, Rafael Borghesi, que estudió los nuevos fragmentos de los fastos capitolinos, Garzelli, que ilustró las condiciones de Italia bajo el imperio (1833), Micali, que se ocupó de la Italia antigua (1810), y mil más.
No bastando ya los manuales de Goldsmith, de Gilliers, etc., aparecieron otros muchos para las escuelas, cuando en 1855, a satisfacer el deseo de una relación detallada, vino la historia romana de Mommsen, que tuvo una aceptación que acaso el mismo autor no esperaba.
La erudición de Mommsen era inmensa sin duda, habiendo sido puesta de relieve con rara competencia por Coen, en un estudio publicado en la Nuova Antología.
Hablar ahora de ella sería llevar vasos a Samos; pero lo que —22→ no afirmaría es que su imparcialidad sea igual a su erudición.
Así por lo menos no le pareció a Ellero. Por lo demás, su marcado imperialismo; su poca simpatía para el romanismo en general, a pesar de haberle consagrado toda su vida de estudio; el modo superficial con que habla de Catón, de Pompeyo, de Cicerón, le han hecho más daño a él que a sus víctimas.
Niebuhr admitía una epopeya romana primitiva, con la que dábase cuenta de muchas leyendas; Mommsen niega a Roma toda aptitud poética, y sin razón. El haberse la literatura desarrollado tarde en Roma y bajo la influencia helénica, nada dice respecto de las aptitudes naturales del pueblo latino para el arte. Volvieron a las ideas de Niebuhr, Lange, Peter, Ihne, Nitzche, etc., con obras mereciendo asimismo ser citados entre los mil manuales que aparecieron, los de Leo, Patz, Siddell, etcétera.
En Italia debe mencionarse la historia romana de Atto Vannucci en cuatro volúmenes, que no merece ser pasada en silencio, como algunos lo hacen. Si Vannucci no acepta todos los dictámenes de la crítica alemana, siempre docta, pero no siempre imparcial, tiene sus razones. Por lo demás, su preparación es perfecta, y su erudición tan grande como su buen gusto.
No tan diligente como a Ovidio parécele es la historia de Bonghi, de la que no han aparecido sino dos volúmenes.
Todas las veces que en una cuestión toma él la palabra, evidencia su impreparación. Vaya un ejemplo. Sabido es lo que vale Apiano. Bonghi, no obstante, hace un desmedido elogio de su escrupulosidad, porque -dice- quiso visitar todos los lugares de que habla: Cartago, Corinto, Numancia, etc. Ahora bien, Apiano en el pasaje citado, da la razón del porqué dejando el orden cronológico, prefirió dividir su historia por naciones, y dice, más o menos:
«He elegido esta división porque siguiendo el orden cronológico el lector veríase con disgusto trasladado de Cartago a Corinto, a Numancia, etc.». |
¡Vamos! Son errores estos que no revelan ni diligencia ni agudeza.
No me detendré ahora sobre la historia romana de Ampère (París, 1861), ni sobre el manual de Bertolini, que tuvo un momento de suceso, ni sobre la historia de Víctor Duruy, digna ésta —23→ de consideración, ni sobre la de Schiller, de la edad imperial, ni tampoco sobre las obras dignas de mención de Cantú, ni sobre el volumen de la historia romana en la universal de Oncken, etcétera.
El solo trabajo de tomar nota de tantos autores, excede los límites de la capacidad humana. Antes de todo hay que ordenar las fuentes antiguas, de lo que ocupose Nitzche (Die Römische Annalistik-Berlín, 1873), y después de él C. Peter en su crítica de las fuentes (Halle, 1879). La colección de los fragmentos débese en vez a H. Peter. En Italia un minucioso estudio de las fuentes se ha hecho en el primer volumen de la historia de Roma de Pais. Con todo, aún no ha aparecido al respecto una obra definitiva.
Esto en lo que concierne a los antiguos, que en cuanto a las obras modernas, hace falta una bibliografía de ellas. En las páginas anteriores sólo he indicado aquellas obras que representan síntesis más o menos vastas, mientras que en esta materia el trabajo de los sabios ha llegado al summum de la subdivisión. Cada acontecimiento, cada ley, cada nombre, sea de lugar, sea de familia o de individuo, tienen a su respecto toda una bibliografía parcial. Estos estudios se hacen por monografías, que aparecen con preferencia en periódicos especiales.
Así, pasando a Italia, prevalece hoy allí la monografía, el estudio parcial sobre tal o cual documento, tal o cual pasaje, siendo en esos estudios donde más se revela el carácter nacional. En efecto, cuanto más limitado es el campo, tanto más fácil es dominarlo, y poder, pues, formarse una opinión: en esto, la intuición, en la que sobresalen los italianos, puede hacerse valer con provecho.
Y no faltan tampoco las relaciones continuas con los estudios que se hacen en los demás países, y los resúmenes, y las valuaciones: agréguese la importancia que han adquirido las excavaciones y las continuas publicaciones a que aquellas dan lugar, siendo en esta rama de los estudios históricos en la que, a pesar de su amplitud, se trabaja con más orden y disciplina.
El interés histórico anda en Italia conquistando el profesorado; pero, ¿qué puede hacer un profesor con el mísero sueldo que recibe? ¿Cómo procurarse las obras? ¿cómo abonarse a tantos —24→ periódicos? Y las bibliotecas -a excepción de algunas- no se hallan del todo bien provistas.
Pero, quien se dedica a esta clase de estudios, si quiere que su voz se distinga en concierto tan vasto, ha de renunciar a toda otra preocupación. El elogio de los competentes ha de bastarle. Por desgracia, el periodismo que podría sacarlo a la luz y señalarlo al público, se halla todo en manos de hábiles editores, de demagogos, de gente que no tiene sino un culto, el del dinero; que conoce, todos los resortes de la réclame, y que sabe cuán explotables son la ignorancia y la inconsciencia humanas. Se alaba, se ensalza al correligionario, se le crea una reputación ficticia. En condiciones semejantes no ha de extrañar que sólo pueda sostenerse la monografía, la ilustración parcial.
A pesar de todo es verdaderamente asombroso lo que se alcanza a hacer; asombroso en razón de las mismas circunstancias.
En Alemania, donde los estudiosos, en continua relación entre sí, forman una gran orquesta, surgen de vez en cuando síntesis, organizaciones del material conquistado, en las que aparece reunida toda la labor individual.
Trabajos de tal índole, metódicos, exactos, con su bibliografía completa, son los que ayudan al estudioso italiano.
Ayudas también lléganle de Francia, donde todo se pretende verlo claro, y el respeto de la tradición modera el vuelo de la hipótesis y le corta las alas; ayudas también lléganle de Inglaterra, de modo que no faltan en Italia quienes no desesperan toda vía de reconquistarle la primacía en estos estudios sobre su pasada grandeza.
He nombrado poco antes la historia de Pais, obra que no satisface en conjunto, pues, si bien llena de erudición, lo está también de hipótesis desatinadas.
Superior a ella bajo todo concepto es la Storia dei Romani por G. de Sanctis, alumno de Beloch, obra últimamente aparecida.
Si en fisiología pudo Italia dar al mundo un Luciani, si producir casi en cada ciencia, obras que reflejan el estado del saber contemporáneo, ¿por qué no ha de ser posible que haga lo mismo en historia romana? Pues bien, esta historia de de Sanctis, que aún —25→ no comprende sino el primer período, no será acaso definitiva, pero, sin duda alguna, no es inferior a ningún trabajo extranjero en la materia, ni por la amplitud de la erudición y preparación que evidencia, ni por el método. Todas las cuestiones son en ella tratadas serenamente y con independencia de juicio: el texto anda acompañado de su correspondiente bibliografía al pie de la que no tienen ninguno aparenta no conocerlas; pero si, ya por una razón, ya por otra, alguna obra o publicación antigua puede servir, no deja de citarla, y nunca cita un autor sin juzgarlo. Además introduce al lector en cada cuestión, no dejando nunca de citar los pasajes controvertidos que la ocasionan.
Si de Sanctis alcanza a poner fin a su obra, Italia tendrá una historia romana a la altura de los estudios contemporáneos.