 El
viaje por Italia
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MATA.- ¿Después vinisteis por mar
a Nápoles?
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PEDRO.- No, sino por tierra. ¿Por tan
asno me tenéis que habla por entonces de tentar más a
Dios?
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JUAN.- ¿Cuántas leguas son?
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PEDRO.- Ciento, toda Calabria.
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MATA.- ¿A tal anda don García o en
la mula de los frailes?
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PEDRO.- No, sino a caballo con el percacho.
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MATA.- ¿No decíais agora poco ha
que no teníais blanca?
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PEDRO.- Fiome una señora, mujer de un
capitán que había estado preso conmigo, que en
llegando a Nápoles pagaría, porque allí
tenía amigos.
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MATA.- ¿Qué es percacho?
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PEDRO.- La mejor cosa que se puede imaginar; un
correo, no que va por la posta, sino por sus jornadas, y todos los
viernes del mundo llega en Nápoles, y parte los martes y
todos los viernes llega en Mecina.
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MATA.- ¿Cien leguas de ida y otras tantas
de vuelta hace por jornadas en ocho días?
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PEDRO.- No habéis de entender que es uno
sino cuatro que se cruzan, y cada vez entra con treinta o cuarenta
caballos, y veces hay que con ciento, porque aquella tierra es
montañosa, toda llena de bosques y andan los salteadores de
ciento en ciento, que allá llaman «fuera
exidos», como si acá dijésemos encartados o
rebeldes al rey; y este percacho da cabalgaduras a todos cuantos
fueren con él por seis escudos cada una, en estas cien
leguas, y van con éste seguros de los «fuera
exidos».
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JUAN.- ¿Y si los roban percacho y todo,
qué seguridad tienen?
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PEDRO.- El pueblo más cercano adonde los
roban es obligado a pagar todos los daños, aunque sean de
gran cuantía.
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JUAN.- ¿Qué culpa tiene?
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PEDRO.- Es obligado cada pueblo a tener limpio y
muy guardado su término de ellos, que muchos son de los
mismos pueblos; y porque saben que sus parientes, mujeres e hijos
lo tienen de pagar no se atreven a robar el percacho, y si esto no
hiciesen así, no sería posible poder hombre ir por
aquel camino.
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MATA.- ¿Qué dan a esos percachos
porque tengan ese oficio?
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PEDRO.- Antes él da mil ducados cada
año porque se le dejen tener, que son derechos del correo
mayor de Nápoles, el cual de solos percachos tiene un cuento
de renta.
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JUAN.- ¿Tan grande es la ganancia que se
sufre arrendar?
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PEDRO.- De sólo el porte de las cartas
saca los mil ducados, y es el cuento que si no lleva porte la carta
no hayáis miedo que os la den, si no dejársela en la
posada.
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JUAN.- Grande trabajo será andar a dar
tantas cartas en una ciudad como Nápoles o Roma.
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PEDRO.- El mayor descanso del mundo, porque se
hace con gran orden, y todas las cosas bien ordenadas son
fáciles de hacer; en la posada tiene un escribano que toma
todos los nombres de los sobrescritos para quien vienen las cartas
y pónelos por minuta, y en cada carta pone una suma de
guarismo, por su orden, y pónelas todas en un cajón
hecho aposta como barajas de naipes, y el que quiera saber si tiene
cartas mira en la minuta que está allí colgada y
hallará: Fulano, con tanto de porte, a tal número, y
va al escribano y dícele: «Dadme una carta».
Pregúntale: «¿A cuántas
está?» Luego dice: «A tantas»; y en el
mismo punto la halla.
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MATA.- En fin, acá todos somos bestias, y
en todas las habilidades nos exceden todas las naciones
extranjeras; ¡dadme, por amor de mí, en España,
toda cuan grande es, una cosa tan bien ordenada!
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PEDRO.- No hay caballero ni señor ninguno
que no se precie de ir con el percacho, y a todos los que quieren
hace la costa, porque no tengan cuidado de cosa ninguna más
de cabalgar y apearse, y no les lleva mucho, y dales bien de
comer.
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JUAN.- ¿Y solamente es eso en
Calabria?
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PEDRO.- En toda Italia, de Nápoles a
Roma, de Génova a Venecia, de Florencia a Roma, toda la
Apulla y cuanto más quisiéredes.
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JUAN.- ¿Deben de ser grandes los tratos
de aquella tierra?
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PEDRO.- Sí son, pero también son
grandes los de acá, y no lo hacen; la miseria de la tierra
lo lleva, a mi parecer, que no los tratos.
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JUAN.- ¿Mísera tierra os parece
España?
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PEDRO.- Mucho en respecto de Italia;
¿paréceos que podría mantener tantos
ejércitos como mantiene Italia? Si seis meses anduviesen
cincuenta mil hombres dentro la asolarían, que no quedase en
ella hanega de pan ni cántaro de vino, y con esto me parece
que nos vamos a acostar, que tañen los frailes a media
noche, y no menos cansado me hallo de haberos contado mi viaje que
de haberle andado.
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JUAN.- ¡Oh, pecador de mí!
¿Y a medio tiempo os queréis quedar como
esgrimidor?
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PEDRO.- Pues, señores, ya yo estaba en
libertad, en Nápoles. ¿Qué más
queréis?
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MATA.- Yo entiendo a Juan de Voto a Dios; quiere
saber lo que hay de Nápoles aquí para no ser cogido
en mentira, pues el propósito a que se ha contado el viaje
es para ese efecto, después de la grande consolación
que hemos tenido con saberlo; gentil cosa sería que dijese
haber estado en Turquía y Judea y no supiese por
dónde van allá y el camino de enmedio;
diríanle todos con razón que había dado salto
de un extremo a otro, sin pasar por el medio, por alguna
negromancia o diabólica arte que tienen todos por imposible;
a lo menos conviene que de todas esas ciudades principales que hay
en el camino hasta acá digáis algunas
particularidades comunes, entretanto que se escalienta la cama para
que os vais a reposar, y yo quiero el primero sacaros a barrera.
¿Qué cosa es Nápoles? ¿Qué tan
grande es? ¿Cuántos castillos tiene? ¿Hay en
ella muchas damas? ¿Cómo habéis proseguido el
viaje hasta allí? ¡Llevadle al cabo!
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PEDRO.- Con que me deis del codo de rato en
rato, soy de ello contento.
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MATA.- ¿Tanto pensáis mentir?
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PEDRO.- No lo digo sino porque me carga el
sueño; hallé muchos amigos y señores en
Nápoles, que me hicieron muchas mercedes, y allí
descansé, aunque caí malo siete meses; y no
tenía poca necesidad de ello, según venía de
fatigado; es una muy gentil ciudad, como Sevilla del tamaño,
proveída de todas las cosas que quisiéredes, y en
buen precio; tiene muy grande caballería y más
príncipes que hay en toda Italia.
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MATA.- ¿Quiénes son?
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PEDRO.- Los que comúnmente están
ahí, que tienen casas, son: el príncipe de Salerno,
el príncipe de Vesiñano, el príncipe de
Estillano, el príncipe de Salmona, y muchos duques y condes:
¿para qué es menester tanta particularidad? Tres
castillos principales hay en la ciudad: Castilnovo, uno de los
mejores que hay en Italia, y San Telmo, que llaman San
Martín, en lo alto de la ciudad, y el castillo del Ovo,
dentro de la misma mar, el más lejos de todos.
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MATA.- Antes que se nos olvide, no sea el mal de
Jerusalén, ¿llega allí la mar?
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PEDRO.- Toda Nápoles está en la
misma ribera, y tiene gentil puerto, donde hay naves y galeras, y
llámase el muelle; los napolitanos son de la más
pulida y diestra gente a caballo que hay entre todas las naciones,
y crían los mejores caballos, que lo de menos que les
enseñan es hacer la reverencia y bailar; calles comunes, la
plazuela del Olmo, la rúa Catalana, la Vicaría, el
Chorillo.
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MATA.- ¿Es de ahí lo que llaman
soldados chorilleros?
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PEDRO.- De eso mismo; que es como acá
llamáis los bodegones, y hay muchos galanes que no quieren
poner la vida al tablero, sino andarse de capitán en
capitán a saber cuándo pagan su gente para pasar una
plaza y partir con ellos, y beber y borrachear por aquellos
bodegones; y si los topáis en la calle tan bien vestidos y
con tanta crianza, os harán picar pensando que son algunos
hombres de bien.
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MATA.- ¿Qué frutas hay las
más mejores y comunes?
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PEDRO.- Melocotones, melones y moscateles, los
mejores que hay de aquí a Jerusalén, y unas manzanas
que llaman perazas, y esto creed que vale harto barato.
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MATA.- ¿Qué vinos?
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PEDRO.- Vino griego de la montaña de
Soma, y latino y brusco, lágrima y raspada.
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MATA.- ¿Qué carnes?
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PEDRO.- Volatería hay poca, si no es
codornices, que esas son en mucha cantidad, y tórtolas y
otros pájaros; perdices pocas, y aquéllas a escudo;
gallinas y capones y pollos, harto barato.
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MATA.- ¿Hay carnero?
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JUAN.- ¡Oh, bien haya la madre que os
parió, que tan bien me sacáis de vergüenza en el
preguntar, agora digo que os perdono cuanto mal me habéis
hecho y lo por hacer!
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PEDRO.- No es poca merced que os hace en
eso.
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MATA.- Tampoco es muy grande.
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PEDRO.- ¿No? ¿Perdonar lo que
está por hacer?
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MATA.- Con cuantos con él se confiesan lo
suele tener por costumbre hacer cuando ve que se le seguirá
algún interés.
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PEDRO.- No puede dejar de cuando en cuando de
dar una puntada.
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JUAN.- Ya está perdonado; diga lo que
quisiere.
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PEDRO.- Pues de esa manera, yo respondo que no
solamente en Nápoles, pero en toda Italia no hay carnero
bueno, sino en el sabor como acá carne de cabra; lo que en
su lugar allá se come es ternera, que hay muy mucha y en
buen precio y buenísima.
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MATA.- ¿Pescados?
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PEDRO.- Hartos hay, aunque no de los de
España, como son congrios, salmones, pescados seciales; de
éstos no se pueden haber, y son muy estimados si alguno los
envía desde acá de presente; sedas valen en buen
precio, porque está cerca de Calabria, donde se hace
más que en toda la cristiandad, pero paño muy bueno y
no muy caro, principalmente raja de damas, es tierra mal
proveída.
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MATA.- ¿Cómo? ¿No hay
mujeres?
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PEDRO.- Hartas; pero las más feas que hay
de aquí allá, y con esto podréis satisfacer a
todas las preguntas.
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MATA.- ¿Qué iglesias hay
principales?
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PEDRO.- Monte Oliveto, Santiago de los
Españoles, Pie de Gruta, San Laurencio, y otras mil. De
ahí vine en Roma, con propósito de holgarme
allí medio año, y vila tan revuelta que quince
días me pareció mucho, en los cuales vi tanto como
otro en seis años, porque no tenía otra cosa que
hacer. De esta poco hay que decir, porque un libro anda escrito que
pone las maravillas de Roma. Un día de la Ascensión
vi toda la sede apostólica en una procesión.
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MATA.- ¿Visteis al Papa?
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PEDRO.- Sí, y a los cardenales.
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MATA.- ¿Cómo es el Papa?
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PEDRO.- Es de hechura de una cebolla, y los pies
como cántaro. La más necia pregunta del mundo;
¿cómo tiene de ser sino un hombre como los otros? Que
primero fue cardenal y de allí le hicieron Papa. Sola esta
particularidad sabed que nunca sale sobre sus pies a ninguna parte,
sino llévanle sobre los hombros, sentado en una silla.
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MATA.- ¿Qué hábito traen
los cardenales?
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PEDRO.- En la procesión unas capas de
coro, de grana, y bonetes de lo mismo. A palacio van en unas
mulazas, llenas de chatones de plata; cuando pasan por debajo del
castillo de San Ángel les tocan las chirimías, lo que
no hacen a otro ningún obispo ni señor; fuera de la
procesión, por la ciudad, muchos traen capas y gorras, con
sus espadas.
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JUAN.- ¿Todos los cardenales?
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PEDRO.- No, sino los que pueden servir damas,
que los que no son para armas tomare estanse en casa; algunos van
disfrazados dentro de un carro triunfal, donde van a pasear damas,
de las cuales hay muchas y muy hermosas, si las hay en Italia.
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MATA.- ¿De buena fama o de mala fama?
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PEDRO.- De buena fama hay muchas matronas en
quien está toda la honestidad del mundo, aunque son como
serafines; de las enamoradas, que llaman cortesanas, hay
¿qué tantas pensáis?
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MATA.- No sé.
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PEDRO.- Lo que estando yo allí vi por
experiencia quiero decir, y es que el Papa mandó hacer
minuta de las que había, porque tiene de cada una un tanto,
y hallose que había trece mil, y no me lo creáis a
mí, sino preguntadlo a cuantos han estado en Roma, y muchas
de a diez ducados por noche, las cuales tenían muchos
negociantes echados al rincón de puros alcanzados, y
haciendo mohatras, cuando no podían simonías; yo vi a
muchos arcedianos, deanes y priores que acá había
conocido con mucho fausto de mulas y mozos, andar allá con
una capa llena y gorra, comiendo de prestado, sin mozo ni haca,
medio corriendo por aquellas calles como andan acá los
citadores.
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MATA.- ¿Capa y gorra siendo
dignidades?
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PEDRO.- Todos los clérigos, negociantes,
si no es alguno que tenga largo que gastar, traen capa algo larga y
gorra, y pluguiese a Dios que no hiciesen otra peor cosa, que bien
se les perdonaría.
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JUAN.- ¿De qué procede que en
habiendo estado uno algunos años en Roma luego viene cargado
de calongías y deanazgos y curados?
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PEDRO.- Habéis tocado buen punto; estos
que os digo, que, por gastar más de lo razonable, andan
perdidos y cambiando y recambiando dineros que paguen acá de
sus rentas, toman allá de quien los tenga quinientos ducados
o mil prestados, por hacerle buena obra, y como no hay ninguno que
no tenga, juntamente con la dignidad, alguna calongía o
curado anexo, por la buena obra recibida del otro le da luego el
regreso, y nunca más el acreedor quiere sus dineros, sino
que él se los hace de gracia, y cuando los tuviere sobrados
se los pagará.
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JUAN.- Esa, simonía es en mi tierra,
encubierta.
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MATA.- ¡Oh, el diablo! Aunque estotro
quiera decir las cosas con crianza y buenas palabras, no le
dejaréis.
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PEDRO.- ¿Pues pensabais que traían
los beneficios de amistad que tuviesen con el Papa? Hágoos
saber que pocos de los que de acá van le hablan ni tienen
trabacuentas con él.
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JUAN.- ¿Pues cómo consiente eso el
Papa?
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PEDRO.- ¿Qué tiene de hacer, si es
mal informado? ¿Ya no responde: «si sic est
fiat»?, más de cuatro que vos
conocéis, cuyos nombres no os diré, que tenían
acá bien de comer, comerían allá si tuviesen,
que yo pensaba que la galera era el infierno abreviado, pero mucho
más semejante me pareció Roma.
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MATA.- ¿Es tan grande como dicen, que
tenía cuatro leguas de cerco y siete montes dentro?
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PEDRO.- De cerco solía tener tanto, y hoy
en día lo tiene; pero mucho más sin
comparación es lo despoblado que lo poblado. Los montes es
verdad que allí se están, donde hay agora huertas y
jardines. Las cosas que, en suma, hay insignes son: primeramente,
concurso de todas las naciones del mundo; obispos de a quince en
libra sin cuento. Yo os prometo que en Roma y el reino de
Nápoles que pasan de tres mil obispos de doscientos a
ochocientos ducados de renta.
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MATA.- ¿Esos tales serán de San
Nicolás?
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PEDRO.- Y aún menos, a mi parecer; porque
si no durase tan poco, tanto es obispo de San Nicolás como
cardenal al menos. Ruin sea yo si no está tan contento como
el Papa. Las estaciones en Roma de las siete iglesias es cosa que
nadie las deja de andar, por los perdones que se ganan.
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JUAN.- ¿Cuáles son?
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PEDRO.- San Pedro y San Pablo, San Juan de
Letrán y San Sebastián, Santa María Mayor, San
Lorencio, Santa Cruz. Bien es menester, quien las tiene de andar en
un día, madrugar a almorzar, porque hay de una a otra dos
leguas; al menos de San Juan de Letrán a San
Sebastián.
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JUAN.- Calles, ¿cuáles?
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PEDRO.- La calle del Pópulo, la plaza In
agona, los Bancos, la Puente, el Palacio Sacro, el castillo de San
Ángelo, al cual desde el Palacio Sacro se puede ir por un
secreto pasadizo.
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MATA.- ¿Es en San Pedro el palacio?
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PEDRO.- Sí.
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JUAN.- Suntuosa cosa será.
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PEDRO.- Soberbio es por cierto, así de
edificios como de jardines y fuentes y placas y todo lo necesario,
conforme a la dignidad de la persona que dentro se aposenta.
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MATA.- ¿Caros valdrán los
bastimentos por la mucha gente?
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PEDRO.- Más caros que en Nápoles;
pero no mucho.
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MATA.- ¿Tiene mar Roma o no? Esto nunca
se ha de olvidar.
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PEDRO.- Cinco leguas de Roma está la mar,
y pueden ir por el río Tíber abajo, que va a dar en
la mar, en barcas y en bergantines, que allá llaman
«fragatas», en las cuales traen todo lo necesario a
Roma.
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JUAN.- Cosa de grande majestad será ver
aquellas audiencias. ¿Y la Rota?
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PEDRO.- No es más ni aun tanto que la
Chancillería y el Consejo Real. Así, tienen sus salas
donde oyen. De las cosas más insignes que hay en Roma que
ver es una casa y huerta que llaman la Viña del Papa Julio,
en donde se ven todas las antiguallas principales del tiempo de los
romanos que se pueden ver en toda Roma, y una fuente que es cosa
digna de ir de aquí allá a sólo verla; la casa
y huerta son tales que yo no las sabré pintar, sino que al
cabo de estar bobo mirándola no sé lo que me he
visto; digo, no lo sé explicar. Bien tengo para mí
que tiene más que ver que las siete maravillas del mundo
juntas.
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JUAN.- ¿Qué tanto
costaría?
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PEDRO.- Ochocientos mil ducados, dicen los que
mejor lo saben; pero a mí me parece que no se pudo hacer con
un millón.
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JUAN.- ¿Y quién la goza?
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PEDRO.- Un pariente del Papa; pero el que mejor
la goza es un casero, que no hay día que no gane más
de un escudo a sólo mostrarla, sin lo que se le queda de los
banquetes que los cardenales, señores y damas cada
día hacen allí.
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JUAN.- Pues, ¿cómo no la
dejó al Pontificado una cosa tan admirable y de tanta costa?
Más nombrada fuera si siempre tuviera al Papa por
patrón.
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PEDRO.- No sé; más quiso favorecer
a sus parientes que a los ajenos.
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MATA.- ¿Si le había pesado de
haberla hecho?
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PEDRO.- Bien podrá ser que sí.
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MATA.- Cuánto más triunfante
entrara el día del Juicio ese Papa con un carro, en el cual
llevara detrás de sí cincuenta mil ánimas que
hubiera sacado del cautiverio donde vos salís y otras tantas
pobres huérfanas que hubiera casado, que no haber dejado un
lugar adonde Dios sea muy ofendido con banquetear y borrachear y
rufianear. Por eso me quieren todos mal, porque digo las verdades;
estamos en una era que en diciendo uno una cosa bien dicha o una
verdad, luego le dicen que es satírico, que es maldiciente,
que es mal cristiano; si dice que quiere más oír una
misa rezada que cantada, por no parlar en la iglesia, todo el mundo
a una voz le tiene por hereje, que deja de ir el domingo, sobre sus
finados, a oír la misa mayor y tomar la paz y el pan
bendito; y quien le preguntase agora al papa Julio por
cuánto no quisiera haber malgastado aquel millón,
cómo respondería que por mil millones; y si le
dejasen volver acá, ¿cómo no dejaría
piedra sobre piedra? ¿Qué más hay que ver, que
se me escalienta la boca y no quiero más hablar?
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PEDRO.- El Coliseo, la casa de Virgilio y la
torre donde estuvo colgado; las termas y un hombre labrado de metal
encima de un caballo de lo mismo, muy al vivo y muy antiguo, que
dicen que libró la patria y prendió a un rey que
estaba sobre Roma y la tenía en mucho aprieto, y no quiso
otro del Senado romano sino que le pusiesen allí aquella
estatua por memoria. Casas hay muy buenas.
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JUAN.- El celebrar del culto divino, ¿con
mucha más majestad será que acá y más
suntuosas iglesias?
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PEDRO.- Por lo que dije de los obispos
habíais de entender lo demás. No son, con mil partes,
tan bien adornadas como acá; antes las hallaréis
todas tan pobres que parecen hospitales robados; los edificios,
buenos son, pero mejores los hay acá. San Pedro de Roma se
hace agora con las limosnas de España; pero yo no sé
cuándo se acabará, según va el edificio.
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JUAN.- ¿Es allí donde dicen que
pueden subir las bestias cargadas a lo alto de la obra?
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PEDRO.- Eso mismo. En Sena hay buena iglesia, y
en Milán y Florencia, pero paupérrimas; los
canónigos de ellas como racioneros de iglesias comunes de
acá; pobres capellanes, más que acá.
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JUAN.- Con sólo eso basto a cerrar las
bocas de cuantos de Roma me quisieren preguntar.
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PEDRO.- Aunque sean cortesanos romanos,
podréis hablar con ellos; y no se os olvide, si os
preguntaren de la aguja que está a las espaldas de San
Pedro, que es de una piedra sola y muy alta, que será como
una casa bien alta, labrada como un pan de azúcar cuadrado.
Bodegones hay muy gentiles en toda Italia, adonde cualquier
Señor de salva puede honestamente ir, y le darán el
recado conforme a quien es. Tomé la posta y vine en Viterbo,
donde no hay que ver más de que es una muy buena ciudad, y
muy llana y grande. Hay una santa en un monasterio que se llama
Santa Rosa, la cual muestran a todos los pasajeros que la quieren
ver, y está toda entera; yo la vi, y las monjas dan unos
cordones que han tocado al cuerpo santo, y dicen que aprovecha
mucho a las mujeres para empreñarse y a las que están
de parto para parir; hanles de dar algo de limosna por el
cordón, que de eso viven.
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MATA.- ¿Y vos no trajisteis alguno?
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PEDRO.- Un par me dieron, y diles un real, con
lo que quedaron contentas; y díjeles: «Señoras,
yo llevo estos cordones porque no me tengáis por menos
cristiano que a los otros que los llevan; mas de una cosa estad
satisfechas, que yo creo verdaderamente que basta para
empreñar una mujer más un hombre que cuantos santos
hay en el cielo, cuanto más las santas».
Escandalizáronse algo, y tuvimos un rato de palacio.
Dijéronme que parecía bien español en la
hipocresía. Yo les dije que en verdad lo de menos que
tenía era aquello, y yo no traía los cordones porque
lo creyese, sino por hacerlo en creer acá cuando viniese, y
tener cosas que dar de las que mucho valen y poco cuestan.
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JUAN.- Pues para eso acá tenemos una
cinta de San Juan de Ortega.
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PEDRO.- ¿Y paren las mujeres con
ella?
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JUAN.- Muchas he visto que han parido.
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MATA.- Y yo muy muchas que han ido allá y
nunca paren.
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JUAN.- Será por la poca devoción
que llevan esas tales.
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MATA.- No, sino porque no lleva camino que por
ceñirse la cinta de un santo se empreñen.
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JUAN.- Eso es mal dicho y ramo de
herejía, que Dios es poderoso de hacer eso y mucho
más.
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MATA.- Yo confieso que lo puede hacer, mas no
creo que lo hace. ¿Es artículo de fe no lo creer? Si
yo he visto sesenta mujeres que después de ceñida se
quedan tan estériles como antes, ¿por qué lo
he de creer?
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JUAN.- Porque lo creen los teólogos, que
saben más que vos.
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MATA.- Eso será los teólogos como
vos y los frailes de la misma casa; pero asnadas que Pedro de
Urdimalas, que sabe más de ello que todos, que de eso y
sudar las imágenes poco crea; ¿qué
decís vos?
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PEDRO.- Yo digo que la cinta puede muy bien ser
causa que la mujer se empreñe si se la saben
ceñir.
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JUAN.- Porfiará Mátalas Callando
en su necedad hasta el día del juicio.
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MATA.- ¿Cómo se ha de
ceñir?
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JUAN.- ¿Cómo, sino con su estola
el padre prior y con aquel debido acatamiento?
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PEDRO.- De esa manera poco
aprovechará.
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JUAN.- ¿Pues cómo?
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PEDRO.- El fraile más mozo, a solas en su
celda, y ella desnuda, que de otra manera yo soy de la
opinión de Mátalas Callando.
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JUAN.- Como sea cosa de malicias y ruindades,
bien creo yo que os haréis presto a una.
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PEDRO.- Más presto nos aunaremos con vos
en la hipocresía. Sabed también que en Viterbo se
hacen muchas y muy buenas espuelas, más y mejores, y en
mejor precio que en toda Italia, y no pasa nadie que no traiga su
par de ellas; tiene también unos baños naturales muy
buenos, adonde va mucha gente de Roma, aunque yo por mejores tengo
los de Puzol, que es dos leguas de Nápoles, en donde hay
grandísimas antiguallas; allí está la Cueva de
la Sibila Cumana y el Monte Miseno, y estufas naturales y la laguna
Estigia, adonde si meten un perro le sacan muerto al parecer, y
metido en otra agua está bueno, y si un poco se detiene, no
quedará sino los huesos mondos; y esto dígolo porque
lo vi; sácase allí muy gran cantidad de azufre.
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MATA.- ¿Y eso se nos había pasado
entre renglones siendo la cosa más de notar de todas? Pues
agora se me acuerda, porque decís de azufre,
¿qué cosa es un monte que dicen que echa llamas de
fuego?
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PEDRO.- Eso es en Sicilia tres o cuatro montes;
el principal se llama Mongibelo, muy alto, y tiene tanto calor que
los navíos que pasan por junto a él sienten el aire
tan caliente que parece boca de horno, y una vez entre muchas
salió de él tanto fuego que abrasó cuanto
había más de seis leguas al derredor. De allí
traen estas piedras como esponjas, que llaman
«púmices», con que raspan el cuero. Hay otros
dos que se llaman Estrómboli y Estrombolillo, y otro
volcán, que los antiguos llamaban Ethna, donde decían
que estaban los cícoplas y gigantes.
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JUAN.- ¿Pues de los mismos montes, de la
concavidad de dentro, sale el fuego?
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PEDRO.- Perpetuamente están echando humo
negro y centellas, como si se quemase algún
grandísimo horno de alcalleres, y aquello dicen que es la
boca del infierno.
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MATA.- ¿Qué ven dentro subiendo
allá?
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PEDRO.- ¿Quién puede subir nunca?
Nadie pudo, porque ya que van al medio camino, comienzan a hirmar
en tierra quemada como ceniza, y más adelante pueden menos,
por el calor grandísimo, que cierto se
abrasarían.
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MATA.- ¿Qué ciudades nombradas
tiene Sicilia?
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PEDRO.- Palermo es de las más nombradas,
y con razón, porque, aunque no es grande, es más
proveída de pan y vino y carne y volatería y toda
caza, que ciudad de Italia; Zaragoza también es buena
ciudad, Trapana y Mecina.
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JUAN.- ¿Cae Venecia hacia esa parte?
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PEDRO.- No; pero diremos de ella que es la
más rica de Italia y la mayor y de mejores casas, y muchas
damas; aunque la gente es algo apretada, en el gastar y comer son
muy delicados; todo es cenar ellos y los florentines ensaladitas de
flores y todas hierbecitas, y si se halla barata, una perdiz la
comen o gallina; de otra manera, no.
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MATA.- ¿Es la que está armada
sobre la mar?
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PEDRO.- La misma.
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MATA.- ¿Qué, es posible
aquello?
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PEDRO.- Es tan posible que no hay mayor ciudad
ni mejor en Italia.
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JUAN.- ¿Pues cómo las
edifican?
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PEDRO.- Habéis de saber que es mar
muerta, que nunca se ensoberbece, como ésta de Laredo y
Sevilla, y tampoco está tan hondo allí que no le
hallen suelo. Fuera de la mar hacen unas cajas grandes a manera de
arcas sin cobertor, y cuando más sosegada está la mar
métenles dentro algunas piedras para que la hagan ir a
fondo, y métenla derecha a plomo, y en tocando en tierra
comienzan a toda furia a hinchirla de tierra o piedras o lo que se
hallan, y queda firme para que sobre ella se edifique como
cimientos de argamasa, y si me preguntáis cómo lo
sé, preguntadlo a los que fueron cautivos de Zinan
Bajá y Barbarroja, que nos hicieron trabajar en hinchir
más de cada cien cajas para hacer sendos jardines que
tienen, donde están enterrados, en la canal de
Constantinopla, legua y media de la ciudad, y con ser la mar
allí poco menos fuerte que la de Poniente, quedó tan
perpetuo edificio como cuantos hay en Venecia.
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JUAN.- ¿Y qué tantas cajas ha
menester para una casa?
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PEDRO.- Cuan grande la quisiere, tantas y
más ha menester.
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JUAN.- ¿Grande gasto será?
|
PEDRO.- Una casa de piedra y lodo no se puede
acá hacer sin gasto; mas no cuesta más que de cal y
canto y se tarda menos.
|
MATA.- Y las calles, ¿son de mar o tienen
cajas?
|
PEDRO.- Todo es mar, sino las casas, y adonde
quiera que queráis ir os llevarán, por un dinero, en
una barquita más limpia y entoldada que una cortina de cama;
bien podéis si queréis ir por tierra, por unas cajas
anchas que están a los lados de la calle, como si
imaginaseis que por cada calle pasa un río, el cual de parte
a parte no podéis atravesar sin barca; mas podéis ir
río abajo y arriba por la orilla.
|
MATA.- Admirable cosa es esa;
¿quién por poco dinero se querrá cansar?
|
JUAN.- Mas ¿quién quisiera dejar
de haber oído esto de Venecia por todo el mundo, y
entenderlo tan a la clara de persona que tan bien lo ha dado a
entender que me ha quitado de la mayor confusión que puede
ser? Jamás la podía imaginar cómo fuese cada
vez que oía que estaba dentro en la mar.
|
MATA.- ¿Acuérdaseos de aquel
cuento que os contó el duque de Medinaceli del pintor que
tuvo su padre?
|
JUAN.- Sí, muy bien, y tuvo mucha
razón de ir.
|
PEDRO.- ¿Qué fue?
|
JUAN.- Contábame un día el duque,
que es mi hijo de confesión, que había tenido su
padre un pintor, hombre muy perdido.
|
MATA.- No es cosa nueva ser perdidos los
pintores; más nueva sería ser ganados ellos y los
esgrimidores y maestros de danzar y de enseñar leer a
niños. ¿Habéis visto alguno de éstos
ganado en cuanto habéis peregrinado?
|
PEDRO.- Yo no; dejadle decir.
|
JUAN.- Tan pocos soldados habréis visto
ganados; y, como digo, fuese, dejando su mujer e hijos, con un
bordón en la mano a Santa María de Loreto y a Roma,
viendo a ida y a venida, como no llevaba prisa, las cosas insignes
que cada ciudad tenía, y en toda Italia, no dejó de
ver sino a Venecia; estuvo por allá tres o cuatro
años, y volviose a su casa; y el duque dábale de
comer como medio limosna, y el partido mismo que antes
tenía, y mandole, como daba tan buena cuenta de todo lo que
había andado, que cada día mientras comiese le
contase una ciudad de las que había visto, qué sitio
tenía, qué vecindad, qué cosas de notar.
Él lo hacía, y el duque gustaba mucho, como no lo
había visto. Y decía: «Señor, Roma es
una ciudad de esta y de esta manera; tiene esto y esto».
Acabado de comer, el duque le prevenía diciendo: «Para
mañana, traed estudiada tal ciudad», y traíala,
y aquel día le señalaba para otro. Mi fe, un
día díjole: «Para mañana traed estudiada
a Venecia». El pintor, sin mostrar flaqueza, respondió
que sí haría; y salido de casa viose el más
corrido del mundo por habérsela dejado. No sabiendo
qué se hacer, toma su bordón, sin más hablar a
nadie, y camina para Francia y pásase en Italia otra vez, y
vase derecho a Venecia, y mírala toda muy bien y
particularmente, y vuélvese a Medinaceli como quien no hace
nada, y llega cuando el duque se asentaba a comer muy descuidado, y
dice: «En lo que vuestra señoría dice de
Venecia, es una ciudad de tal y tal manera, y tiene esto y esto y
lo otro». Y comienza de no dejar cosa en toda ella que no le
diese a entender. El duque quedose mudo santiguando, que no supo
qué se decir, como había tanto que faltaba.
|
PEDRO.- El más delicado cuento que a
ningún señor jamás aconteció es ese en
verdad; él merecía que le hiciesen mercedes.
|
JUAN.- Hízoselas conforme a buen
caballero que era, porque le dio largamente de comer a él y
a toda su casa por su vida.
|
MATA.- Pues a fe que en la era de agora pocos
halléis que hagan mercedes de por vida; antes os
harán diez mercedes de la muerte que una de vida. De Viterbo
¿adónde vinisteis?
|
PEDRO.- A Sena y su tierra, la cual no hay nadie
que la vea que no haga los llantos que Jeremías por
Jerusalén; pueblos quemados y destruidos, de edificios
admirables de ladrillo y mármol, que es lo que más en
todo el Senes hay, y no pocos y como quiera, sino de a mil casas y
a cuatrocientas y en gran número, que no hallarais quien os
diera una jarra de agua; los campos, que otro tiempo con su gran
soberbia florecían abundantísimos de mucho pan, vino
y frutas, todos barbechos, sin ser en seis años labrados;
los que los habían de labrar, por aquellos caminos pidiendo
misericordia, pereciendo de la viva hambre, hécticos,
consumidos.
|
MATA.- ¿Y eso todo de qué era?
|
PEDRO.- De la guerra de los años de 52,
53, 54, 55, cuando por su propia soberbia se perdieron. La ciudad
es cosa muy de majestad; las casas y calles todo ladrillo. Una
fortísima fortaleza se hace agora, con la cual
estarán sujetos a mal de su grado. Hay que ver en la ciudad,
principalmente damas que tienen fama, y es verdad que lo son, de
muy hermosas; una iglesia que llaman el Domo, que sólo el
suelo costó más que toda la iglesia.
|
JUAN.- ¿Es de plata o de qué?
|
PEDRO.- De polidísimo mármol, con
toda la sutileza del mundo asentado, y todo esculpido de mil
cuentos de historias que en él están grabadas, que
verdaderamente se os hará muy de mal pisar encima. En Italia
toda no hay cosa más de ver de templo.
|
MATA.- Pues, ¡qué necedad era hacer
el suelo tan galán!
|
PEDRO.- Soberbia que reinó siempre mucha
en los seneses. Una placa tiene también toda de ladrillo,
que dudo si hay de aquí allá otra tal; y una fuente,
entre muchas, dentro la ciudad, que sale de una peña por
tres ojos o cuatro, que cada uno basta a dar agua a una rueda de
molino.
|
MATA.- ¿Está junto a la mar?
|
PEDRO.- No, sino doce leguas hasta puerto
Hércules y Orbitelo. Luego fui en Florencia, ciudad, por
cierto, en bondad, riqueza y hermosura, no de menos dignidad que
las demás, cuyas calles no se pueden comparar a ningunas de
Italia. La iglesia es muy buena, de cal y canto toda, junto a la
cual está una capilla de San Juan, donde está la pila
del bautismo, toda de obra musaica de las buenas y costosas piezas
de Italia, con cuatro puertas muy soberbias de metal y con figuras
de culto.
|
MATA.- ¿Qué llaman obra
musaica?
|
PEDRO.- Antiguamente, que agora no se hace,
usaban hacer ciertas figuras todas de piedrecitas cuadradas como
dados y del mismo tamaño, unas doradas, otras de colores,
conforme a como era menester.
|
JUAN.- No lo acabo bien de entender.
|
PEDRO.- En la pared ponen un betún
blanco.
|
JUAN.- Bien.
|
PEDRO.- Y sobre él asientan un papel
agujerado con la figura que quieren, que llaman padrón, y
déjala allí señalada. Ya lo habréis
visto esto.
|
JUAN.- Muchas veces los bosladores lo usan.
|
PEDRO.- Así, pues, sobre esta figura que
está señalada asientan ellos sus piececitas
cuadradas, como los vigoleros las taraceas.
|
JUAN.- Entiéndolo agora muy bien.
¿Pero será de grandísima costa?
|
PEDRO.- En eso yo no me entremeto, que bien creo
que costará.
|
MATA.- Muchas veces había oído
decir obra musaica, y nunca lo había entendido hasta agora;
y apostaré que hay más de mil en España que
presumen de bachilleres que no lo saben.
|
PEDRO.- Con cuán ricos son los
florentinos, veréis una cosa que os espantará, y es
que si no es el día de fiesta ninguna casa de principal ni
rico veréis abierta, sino todas cerradas con ventanas y
todo, que os parecerá ser inhabitada.
|
JUAN.- ¿Pues dónde están?
¿Qué hacen?
|
PEDRO.- Todos metidos en casa, ganando lo que
aquel día han de comer, aunque sean hombres de cuatrocientos
mil ducados, que hay muchos de ellos; quién, escarmenando
lana con las manos; quién, seda; quién, hace esto de
sus manos, quién, aquello, de modo que gane lo que aquel
día ha de comer; que tampoco es menester mucho, porque todo
es ensaladillas, como dije de los venecianos. De pan y vino, cebada
y otras cosas es mal proveída, porque es todo de acarreo y
por eso vale todo caro. De sedas, paños y rajas es muy bien
bastecida y barato, y otras muchas mercancías. Tiene buen
castillo y huertas y jardines. El palacio del duque es muy bueno, a
la puerta del cual está una medalla de metal con una cabeza
de Medusa, cosa muy bien hecha y de ver. Una leonera tiene el duque
mejor que ningún rey ni príncipe, en la cual
veréis muchos leones, tigres, leopardos, onzas, osos, lobos
y otras muchas fieras. Así en Florencia como en todas las
grandes ciudades de Francia e Italia, tienen todos los que tienen
tiendas, de cualquier cosa que sea, unas banderetas a la puerta con
una insignia, la que él quiere, para ser conocido, porque de
otra arte sería preguntar por Pedro en la Corte, y
así cada uno dice: «Señor, yo vivo en tal
calle, en la insignia del Cisne, en la del León, en la del
Caballo», y así.
|
JUAN.- ¿Es de eso unas figuras que traen
todos los libros en los principios, que uno trae la Fortuna, otro
no sé qué?
|
PEDRO.- Lo mismo; eso significa que donde se
vende o se imprimió tienen aquella insignia.
|
JUAN.- Agora digo que tiene razón
Mátalas Callando, que nos podrían echar acá en
España a todos sendas albardas, que no sabemos tener orden
ni concierto en nada. ¿Qué cosa hay en el mundo mejor
ordenada?
|
PEDRO.- Pues aun en el reloj pusieron los
florentinos orden, que porque daba veinticuatro y los oficiales se
detenían en contar, y perdían algo de sus jornales,
hicieron que no diese sino por cifra de seis en seis.
|
JUAN.- Eso me haced entender, por amor de Dios,
porque algunos de los soldados que de allá pasan, blasonan
del arnés: «Fuimos los nuestros a las quince horas a
cierta correduría, e hiciéronnos la escolta tantos y
volvimos a las veinte». El reloj de Italia y acá,
¿no es todo uno o es diverso sol el de allá que el de
acá?
|
PEDRO.- Uno mismo es, como la luna de Salamanca
decía el estudiante; pero Italia, de lo que los antiguos
astrólogos tenían y de lo que agora tenemos en
España, Francia y Alemania difieren en la manera del contar
el día natural, que se cuenta noche y día, son veinte
y cuatro horas. Éste, nosotros contamos de medio día
a medio día, como los matemáticos; la mitad hacemos
hasta media noche y la otra mitad de allí al día, a
medio día. Estas veinte y cuatro horas, los italianos las
cuentan de como el sol se pone hasta que otro día se ponga,
y así como nosotros decimos a medio día que son las
doce, que es la mitad de veinte y cuatro, así ellos, en el
punto que el sol se pone dicen que son las veinte y cuatro; y como
nosotros una hora después de medio día decimos que es
la una, y cuando da las cuatro quiere decir que son cuatro horas
después de medio día, así en Italia, si el
reloj da una significa que es una hora después de puesto el
sol, y si las cuatro, cuatro horas después de puesto el
Sol.
|
JUAN.- ¿Y si da veinte, qué
significa?
|
PEDRO.- Que ha veinte horas que se puso el sol
el día pasado.
|
JUAN.- Mucha retartalilla es esa.
|
PEDRO.- Más tiene cierto que el
nuestro.
|
JUAN.- Hoy a las dos del día en nuestro
reloj, ¿cuántas serán en el de Italia?
|
PEDRO.- Las 21.
|
JUAN.- ¿Por qué?
|
PEDRO.- Porque agora son quince de enero, y el
sol, a nuestra cuenta, se pone a las cinco; pues de las dos a que
el sol se ponga, ¿cuántas horas hay?
|
JUAN.- Tres.
|
PEDRO.- Quitad aquellas de veinte y cuatro,
¿cuántas quedarán?
|
JUAN.- Veinte y una.
|
PEDRO.- Pues tantas son.
|
MATA.- Yo, con cuan asno soy, lo tengo
entendido, y vos nunca acabáis. Si no, preguntadme a
mí.
|
JUAN.- ¿Qué hora es en este punto
que estamos?
|
MATA.- Las siete y media.
|
JUAN.- ¿Cómo?
|
MATA.- Porque media hora ha que tañeron
los frailes a media noche, y de las cinco que el sol se puso
acá son siete horas y media.
|
PEDRO.- Tiene razón.
|
JUAN.- Ello requiere, como las demás
cosas, ejercicio para ser bien entendido.
|
PEDRO.- Aquí no se dice esto sino para
que así, en suma, lo sepáis, dando algún
rastro de haber estado donde se usa, y para si fuéredes
allá tenerlo deprendido.
|
MATA.- ¿Qué os parece, si yo
estudiara, de la habilidad del rapaz?
|
PEDRO.- Bien en verdad; paréceme que
cuando yo me partí comenzabais a estudiar de Menores en el
Colegio de Alcántara.
|
JUAN.- ¿No le quitaron un día la
capa por el salario y vino en cuerpo como gentil hombre?
|
MATA.- Nunca más allá
volví. Acerté a llevar aquel día, que nevaba,
una capilla vieja, y quedose por las costas. Decorar aquel arte se
me hacía a mí gran pereza y dificultoso como el
diablo, principalmente en aquel «gurges, merges, verres,
sirinx et meninx et inx», que parecen más palabras de
encantamiento que de doctrina. Tan dificultosas se me hacían
después, que me las declaraban, como antes. Parécenme
los versos del Antonio como los Salmos del Salterio, que cuanto
más oscuros, son más claros; mejor entiendo yo, sin
saber latín, los versos del Salterio que en romance.
«Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi
diestra hasta que ponga tus enemigos por escaños de tus
pies. En la salida de Israel de Egipto, la casa de Iacob, del
pueblo bárbaro»; dice el Antonio: «La hembra y
el macho asientan el género sin que ninguno se lo
enseñe». Mas parece que enseñen a hacer
corchetes que no latinidad. Machos te serán los cuasi machos
y hembras las como hembras.
|
PEDRO.- Malditos seáis si no me
habéis hecho echar tantas lágrimas de risa como esta
tarde de pesar con vuestros corchetes.
|
MATA.- ¿No os parece que quien tuviese
hilo de yerro y unas tenazuelas que podría hacerlos por
estos versos?
|
JUAN.- ¿Qué entendimiento os le
daban a esos versos?
|
MATA.- No son ni más ni menos como yo
dije vueltos en romance, o el licenciado Alcántara y Pintado
mienten.
|
JUAN.- El pie de la letra eso es; mas
¿qué inteligencia le daban?
|
MATA.- ¿Qué? ¿Por
inteligencia tengo yo de estudiar la gramática?
¡Pardiós! La que ellos daban no tenía
más que hacer con la significación de los versos que
agora llueve.
|
PEDRO.- Nunca medre yo sino es más
literal sentido el que Mátalas Callando le da, y más
arrimado a la letra.
|
MATA.- Pues si por esas inteligencias o
fantasmas, o como las llamáis, tengo de entender
latín, ¿no es mejor nunca lo saber? Mejor entiendo
sin saber latín lo que dice el profeta: «Et tu,
Bethlem, terra Juda, nequaquam minima es»; y el
otro: «Egrediet virga de radice
Jese», que no esas enigmas del Antonio, y aun
él mismo las debía de entender mejor.
|
PEDRO.- ¿Pues todavía se lee la
gramática del Antonio?
|
JUAN.- ¿Pues cuál se había
de leer?¿Hay otra mejor cosa en el mundo?
|
PEDRO.- Agora digo que no me maravillo que todos
los españoles sean bárbaros, porque el pecado
original de la barbarie que a todos nos ha tenido es esa arte.
|
JUAN.- No os salga otra vez de la boca, si no
queréis que cuantos letrados y no letrados hay os tengan por
hombre extremado y aun necio.
|
PEDRO.- ¿Qué agravio me
hará ninguno de ésos en tenerme por tal como
él es? No me tengan por más ruin, que lo demás
yo se lo perdono. Gracias a Dios que Mátalas Callando, sin
saber gramática, ha descubierto todo el negocio; parece cosa
de revelación. Entretanto que está el pobre
estudiante tres o cuatro años decorando aquella
borrachería de versos, ¿no podrá saber tanto
latín como Cicerón? ¿No ha menester saber
tanto latín como Antonio cualquiera que entender quisiere su
arte? Doy os por ejemplo los mismos versos que agora os han
traído delante; ¿qué es la causa que para la
lengua latina, que bastan dos años se gastan cinco, y no
saben nada, sino el arte del Antonio?
|
JUAN.- Antonio dejó muy buen arte de
enseñar, y vosotros decid lo que quisiéredes, y fue
español y hémosle de honrar.
|
PEDRO.- Ya sabemos que fue español y
docto, y es muy bien que cada uno procure de imitarle en saber como
él; mas si yo lo puedo hacer por otro camino mejor que el
que él me dejó para ello, ¿por qué no
lo haré?
|
JUAN.- No le hay mejor.
|
PEDRO.- Esa os niego, y cuantas al tono
dijéredes; pregunto: italianos, franceses y alemanes,
¿son mejores latinos que nosotros o peores?
|
JUAN.- Mejores.
|
PEDRO.- ¿Son más hábiles
que nosotros?
|
JUAN.- Creo yo que no.
|
PEDRO.- ¿Pues cómo saben
más latín sin estudiar el arte del Antonio?
|
JUAN.- ¿Cómo sin estudiarle?; pues
¿no aprenden por él la gramática?
|
PEDRO.- No, ni saben quién es; que tienen
otras mil artes muy buenas por donde estudian.
|
JUAN.- ¿Que no conocen al Antonio en
todas esas partes ni deprenden por él? Agora yo callo y me
doy por sujetado a la razón. ¿Qué artes
tienen?
|
PEDRO.- De Erasmo, de Felipo Melanthon, del
Donato. Mirad si supieron más que nuestro Nebrisense; cinco
o seis pliegos de papel tiene cada una, sin versos ni
burlerías, sino todos los nombres que se acaban en tal y tal
letra, son de tal género, sacando tantos que no guardan
aquella regla, y en un mes sabe muy bien todo cuanto el Antonio
escribió en su arte. La gramática griega
¿teneisla por menos dificultosa que la latina?
|
JUAN.- No.
|
PEDRO.- Pues en dos meses se puede saber de esta
manera, con ser mucho más dificultosa. Lo que más
hace al caso es el uso del hablar y ejercitar a leer. Luego los
cargan acá de media docena de libros, que de ninguno pueden
saber nada.
|
JUAN.- ¿Y allá?
|
PEDRO.- Uno no más les dan, que es Tulio,
porque si aquél saben no han menester más
latín, y comienzan también por algunos versos del
Virgilio, para diferenciar, y poco a poco, en dos años, sabe
lo que acá uno de nosotros en treinta; porque su fin no es
saber fábulas, como acá, de tantos libros, sino
entender la lengua, que después que la saben cada uno puede
leer para sí el libro que se le antojare.
|
MATA.- Pluguiera a Dios que yo hubiera estado lo
que en Alcalá, en París o en Bolonia, que a fe que de
otra manera hubiera sabido aprovecharme.
|
JUAN.- Yo estaba engañado por pensar que
no hubiese en todo el mundo otra arte sino la nuestra; agora digo
que aun del maldecir he sacado algún fruto, apartando lo
malo y en perjuicio de partes.
|
PEDRO.- ¿Qué malo, qué
maldecir, qué perjuicio de partes veis aquí? Lo que
yo decía el otro día: maldecir llamáis decir
las verdades y el bien de la República; si eso es maldecir,
yo digo que soy el más maldiciente hombre del mundo.
|
MATA.- ¿Por cuánto quisierais
dejar de saber esta particularidad?
|
JUAN.- Por ningún dinero; eso es la
verdad.
|
PEDRO.- Nunca os pese de saber, aunque
más penséis que sabéis, y haced para ello esta
cuenta que sin comparación es más lo que no
sabéis vos y cuantos hay que lo que saben, pues cuando os
preguntan una cosa y no la sabéis holgaos de deprenderla, y
haced cuenta que es una de las que no sabíais.
|
MATA.- ¿No sabremos por qué se
levantó nuestra plática de disputar?
|
JUAN.- Por lo del reloj de Italia.
|
MATA.- ¡Válgame Dios cómo se
divierten los hombres! Mirad de dónde adónde hemos
saltado, aunque no es mucho, que en fin no hemos salido de las
cosas insignes de Italia. ¿De manera que los florentines
hicieron dar al reloj por cifra?
|
PEDRO.- Sí; de seis en seis.
|
JUAN.- ¿Cómo?
|
PEDRO.- Cuando ha de dar veinte y cuatro que no
dé sino seis, y cuando ha de dar siete da una; sé que
yo no me puedo engañar en seis horas, aunque esté
borracho, que si me da una a estas horas no he de entender que es
una hora después de puesto el sol.
|
JUAN.- Es verdad. ¿Y Florencia,
cúya es?
|
PEDRO.- Del duque, que es un grande
señor; tiene de renta ochocientos mil ducados, según
el común, pero con los tributos que echa a los vasallos bien
llega a un millón.
|
MATA.- Más tiene él solo que
veinte de acá.
|
PEDRO.- Hay muy grandes dictados en Italia: el
Ducado de Ferrara, el de Milán, el de Saboya, el de
Plasencia y Parma; todos estos son grandísimos.
|
JUAN.- ¿Y el de Venecia?
|
PEDRO.- Ése no es más de por tres
años, que es señoría por sí, y eligen a
uno de ellos, como en Génova. Todo el tocino, pan y vino que
se vende en Florencia dicen que es del duque, lo cual le renta un
Perú. De Florencia vine a Bolonia, por un pueblo que se
llama Escarperia, donde todos son cuchilleros, y se hacen muy
galanos, y muchos aderezos de estuches, labrados a las mil
maravillas; y lo que más de todo es que por muy poco dinero
lo dan, y no pasa caminante que, apeándose, no lleguen en la
posada veinte de aquéllos a mostrar muchas delicadezas, y
fuerzan, dándole tan barato, a que todos compren.
Pasé los Alpes de Bolonia, que son unos muy altos montes,
donde está una cuesta que llaman «Descarga el
Asno».
|
JUAN.- ¿Por qué?
|
PEDRO.- Porque no pueden bajar las bestias
cargadas sin grande fatiga, y así todos se apean, y
entré en Bolonia, ciudad que no debe nada en grandeza y
cuanto quisiéredes a todas las de Italia.
|
JUAN.- ¿Cuál es?
|
PEDRO.- Del Papa.
|
MATA.- ¿Está junto al mar?
|
PEDRO.- No, ni Florencia tampoco. Hay que ver el
Colegio de los españoles, cosa muy insigne y de toda la
ciudad venerada, aunque más mal quieran a los
españoles.
|
JUAN.- ¿Qué hábito
traen?
|
PEDRO.- Unas ropas negras fruncidas, hechas a la
antigua, con unas mangas en punta, que acá llamáis, y
unas becas moradas. El rector de ellos suele ser también de
la Universidad, y estonces trae la ropa de raso y la beca de
brocado, que llaman el «capucio», el cual le dan con
tanta honra y triunfo como en tiempo de los romanos se solía
hacer; gastó, porque lo vi, uno en el capucio, ochocientos
ducados, y los que sacaron las libreas cada uno la hizo a su costa
por honrarle, que de otra manera no lo hiciera con seis mil.
|
JUAN.- ¿Y qué le dan aquel
año que es rector?
|
PEDRO.- Cuatrocientos ducados le podrá
valer y la honra.
|
JUAN.- Y la Escuela, ¿qué tal
es?
|
PEDRO.- Muy excelente, y donde hay varones
doctísimos en todas Facultades.
|
JUAN.- ¿Qué estudiantes
tendrá?
|
PEDRO.- Hasta mil y quinientos o dos mil.
|
JUAN.- ¿Y esa decís que es buena
Universidad? Mal lograda de Salamanca, que suele tener ocho
mil.
|
PEDRO.- No alabo yo la Universidad porque tenga
muchos estudiantes ni pocos, sino por los muchos y grandes letrados
que de ella salen y en ella están; y el ejercicio de las
letras no menos anda que en París, que hay treinta mil y
más, ¿deja una casa de ser buena porque no viva nadie
en ella?
|
JUAN.- ¿Todas Facultades se leen
allí?
|
PEDRO.- Y muy bien y curiosamente.
|
JUAN.- ¿Es bien proveída?
|
PEDRO.- Tanto que la llaman Bolonia la grasa; de
cuantas cosas pidiéredes por la boca; lo que por acá
se trae de allí y se lleva en toda Italia son jabonetes de
manos, de la insignia del melón o del león, que son
los mejores, aunque muchos los hacen; son tan buenos que parecen
pomas de almizque y ámbar; no se dan manos veinte criados en
cada tienda de estas a dar recado. Al Rey se le puede acá
presentar una docena de aquéllos.
|
MATA.- ¿Cuestan caros?
|
PEDRO.- No muy baratos; más de a real
cada uno, y dos si son de los crecidos. Hay también guantes
de damas, labrados a las mil maravillas y no caros, todos cortados
de cuchillo, con muchas labores. No hay quien pueda pasar sin traer
algo de esto.
|
MATA.- ¿Quién cree que el
zurroncillo no trae alguna fiesta de estas?
|
PEDRO.- Sí traía; mas todo lo he
repartido por ahí, que no me ha quedado cuasi nada.
Todavía habrá para los amigos. Una cosa entre muchas
tiene excelente: que os podéis ir, por más que
llueva, por soportales sin mojaros.
|
MATA.- ¿Como la calle Mayor de
Alcalá?
|
PEDRO.- Mirad la mala comparación. No hay
casa de todas aquellas que no sea unos palacios; tan grande y mayor
es que Roma; cada casa tiene su huerta o jardín, empedradas
las calles de ladrillo. En aquella plaza son muy de ver las
«contadinas» que llaman, que son las aldeanas que
vienen a vender ensaladas, verduras, cosas de leche, frutas cogidas
de aquella mañana; hasta los gatillos que le parió la
gata viene a la ciudad a vender, cuando otra cosa no tenga.
|
JUAN.- Cosa real es esa.
|
PEDRO.- Yo os diré; cuanto que como todas
están puestas en la plaza por su orden, hacen unas calles
que toda la plaza, con cuan grande es, hinchen; de trescientos
abajo no hayáis miedo de ver; junto a una iglesia
está una torre que sale toda ladeada, que si la veis no
diréis sino que ya se cae, y es una muy buena
antigualla.
|
JUAN.- ¿En qué iglesia?
|
PEDRO.- En Santo Domingo creo que es, y
allí está el cuerpo santo suyo. Pasa un río
pequeño por la ciudad, en medio, en el cual hay muchas
invenciones de papelerías, herrerías, sierras de agua
y, lo mejor, torcedores de seda.
|
JUAN.- ¿Cómo puede el agua torcer
la seda?
|
PEDRO.- Una canal de agua trae una rueda, la
cual tuerce a otra grande, que trae puestos más de mil y
doscientos husos; y pasa una como mano dando bofetones a todos los
husos, y antes que se pare ya le ha dado otro y otro, de tal manera
que da bien en que entender a quince o veinte hombres en dar recado
de anudar si algo se quiebra, que es poco, y quitar y poner
husadas; una jerigonza es que yo no la sé explicar, mas de
que es un sutilísimo ingenio.
|
JUAN.- Yo la medio entiendo así, y me
parece tal.
|
PEDRO.- ¿Pareceos que podréis
hablar con esto de Bolonia donde quiera?
|
JUAN.- Sí puedo; mas de los grados no
hemos hablado.
|
PEDRO.- Allá no hay bachilleres ni
licenciados; el que sabe le dan el grado de doctor, y al que no
echan para asno, aunque venga cargado de cursos; el coste no es
mucho.
|
MATA.- Necio fuisteis en no os graduar por
allí de doctor, que acá no lo haréis con tanta
honra sin gastar lo que no tenéis, y según me parece
podéis vivir por vuestras letras tan bien como cuantos hay
por acá.
|
PEDRO.- ¿Qué sabéis si lo
hice? Y aun me hicieron los doctores todos de la Facultad mil
mercedes, por intercesión de unos colegiales amigos
míos; y como yo les hice una plática de
suplicacionero, no les dejé de parecer tan bien, que
perdonándome algunos derechos, me dieron con mucha honra el
doctorado, con el cual estos pocos días que tengo de vivir
pienso servir a Dios lo mejor que pudiere; pero avísoos que
no me lo llaméis hasta que venga otro tiempo, porque veo la
medicina ir tan cuesta abajo en España, por nuestros
pecados, que antes se pierde honra que se gane.
|
MATA.- Sea para bien el grado, y hacerse ha lo
que mandáis; mas hago saber que como la gente es amiga de
novedades todos se irán tras vos con decir que venís
de Italia, aunque no sepáis nada, y las obras han de dar
testimonio, aunque acordándose de quien solíais ser,
todos no os tendrán por muy letrado, pensando que no os
habéis mudado; mas como hagáis un par de buenas curas
es todo el ganar de la honra y fama.
|
PEDRO.- Subido en una montañica que
está fuera de Bolonia, en donde hay un monasterio, se ve el
mejor campo de dehesas, grados y heredades, llano como un tablero
de ajedrez, a todas partes que miren, que hay en la Europa. Y de
Bolonia hasta Susa dura este camino.
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MATA.- ¿Cuántas leguas?
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PEDRO.- Más de ciento. Primeramente vine
a Módena, ciudad razonable; de allí a Rezo, otra
pequeña, y a dormir en Parma; y por ser español no me
dejaban entrar dentro la ciudad. Al cabo entré y la vi: es
muy buena y muy grande ciudad, y por estas tierras es menester
traer poca moneda, porque de una jornada a otra no corre. De Parma,
en un día, vine en Plasencia, que son doce leguas, la cual
tiene la más hermosa muralla que ciudad de cuanto he andado;
toda nueva, con un gentil foso, que le pueden echar un río
caudaloso, que se llama el Po; tiene buena iglesia y es grande
ciudad, pero tiene ruines edificios de casas pequeñas y
bajas, y posadas para los pasajeros ruines; en Parma y Plasencia,
con su tierra se hace el queso muy nombrado placentino, que son
grandes como panes de cera, y aunque allí vale barato, en
todas partes es caro. Para venir a Milán, que es doce
leguas, se pasa el Po en una barca allí cerca, y luego se
entra en Lombardía, el mejor pedazo de Italia, que no es
más caminar por ella que pasear por un jardín; los
caminos, muy llanos y anchos, y por cada parte del camino corre un
río pequeño que riega todo aquel campo, donde se coge
pan y vino y leña, todo junto.
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JUAN.- ¿Cómo?
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PEDRO.- Las viñas en Italia son de esta
suerte: que las heredades están llenas de olmos y por ellos
arriba suben las parras, y es tan fértil tierra que aunque
la siembren cada año no deja de traer mucho pan, y cada cepa
de aquéllas trae tres o cuatro cargas de uva y algunas diez,
y los olmos dan harta leña.
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JUAN.- ¿Todo en un mismo pedazo?
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PEDRO.- Todo; y ver aquellos ingenios que tienen
para los regadíos, que acontece cuatro ríos en medio
el camino hacer una encrucijada y llevar los unos por encima de los
otros, unos corriendo hacia abajo y otros hacia arriba y por toda
esta tierra podréis llevar los dineros en la mano y caminar
solo, que nadie os ofenderá. Vine en Milán, que ya
habréis oído su grandeza; ninguna ciudad tan grande
en Italia; buena gente, más amiga de españoles que
los otros; dos mesones tiene insignes, adonde cualquier
príncipe se puede aposentar, que los llaman
hosterías: la del Falcón y la de los Tres Reyes; no
menos darán de comer a cada uno en llegando que si un
señor le hiciese acá banquete, y así, aunque
vayan príncipes ni perlados, no comen ni pueden más
de lo que el huésped les da.
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JUAN.- ¿Cuánto paga cada
día un hombre con su caballo?
|
PEDRO.- El ordinario es cuatro reales y medio, y
no paga más el señor que el particular, porque no le
dan más, sea quien quiera, ni hay más que le dar. En
cada uno hay un escribano, que tiene bien en qué entender en
tomar dineros y asentar el día y hora a que vino, y
así allí como en toda Francia bien podéis
descuidaros del caballo, que os le darán todo recado y os le
limpiarán, y no os harán la menor traición del
mundo; por allá no hay paja, sino heno; ni cebada, sino
avena.
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MATA.- ¿El huésped da de comer al
caballo?
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PEDRO.- Tiene seis criados de caballeriza, que
en ninguna otra cosa entienden sino en darles de comer, y otros
tantos de mesa que sirvan, y otros tantos cocineros, y otros tantos
despenseros.
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JUAN.- ¿Y a ésos que les da?
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PEDRO.- ¿Qué les ha de dar sino el
comer? Por sólo esto le sirven, y alzan las manos a Dios de
que los quiera tener en casa.
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JUAN.- ¿Qué interés se les
sigue?
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PEDRO.- Grande. La buena «andada»,
que llaman; y es que por los servicios que hacen a los
huéspedes, quién les da un cuarto y quién una
tarja, y habiendo tanto concurso de huéspedes es mucho. No
es más ni menos la entrada de la casa que uno de los
palacios buenos de España. Pregunté al escribano me
dijese en su conciencia cuántos escudos tocaba cada
día. Díjome, mostrándome la minuta, que
cincuenta, uno con otro.
|
JUAN.- Gran cosa es ésa; ¿y no hay
más de ésos?
|
PEDRO.- Muchos otros; pero éstos son los
nombrados, por estar en lo mejor de la ciudad. El castillo es muy
fuerte, y poco menos que una ciudad de las pequeñas de
acá. Cosas de armas y joyas valen más baratas que en
toda Italia y Flandes; espadas muy galanas de atauxia, con sus
bolsas y talabartes de la misma guarnición, y dagas, cinco
escudos cuestan, que sola la daga se lo vale acá.
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MATA.- ¿Qué es atauxia?
|
PEDRO.- Graban el yerro, y en la misma grabadura
meten el oro, que nunca se quita como lo que se dora; arneses
grabados y muy galanes, 25 escudos, que acá valen 200;
plumas, bolsas y estas cosillas, por el suelo. La plaza de
Milán es tan bien proveída, que a ninguna hora
llegaréis que no podáis hallar todas las perdices,
faisanes y francolines y todo género de caza y fruta que
pidiéredes, y en muy buen precio todo.
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MATA.- ¡Válgame Dios!
¿Qué es la causa que en Florencia y por ahí
son tantos los ricos?
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PEDRO.- Por la multitud de pobres que hay.
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MATA.- No lo dejo de creer.
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PEDRO.- En ninguna de todas éstas
iréis a misa que seáis señor de la poder
oír, que cargarán sobre la persona las manadas de
ellos, que no caben en la iglesia, y si acaso sacáis un
dinero que dar alguno, cuantos hay en la iglesia vendrán
sobre vos que os sacarán los ojos. Ningún remedio
tenía yo mayor que no dar a nadie. Cosa muy hermosa es de
ver la iglesia mayor, de las mejores de Italia, y harto antigua; vi
en ella una particularidad que pocos deben haber mirado: el que
dice la misa, primero dice el pater noster que
el credo, y después del prefacio, cuando quiere tomar la
ostia para alzar, se lava las manos, y otras cosillas que no me
acuerdo.
|
JUAN.- ¿Qué mejor cosa
queréis acordaros que de esa, que en verdad nunca tal
ceremonia oí?
|
PEDRO.- Muchas cosas hay por allá que
acá no las usan: todos los clérigos y frailes traen
barbas largas, y lo tienen por más honestidad, y allá
no se alza en ninguna parte la hostia postrera.
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JUAN.- Eso de las barbas me parece mal y
deshonesta cosa. Dios bendijo la honestidad de los sacerdotes de
España con sus barbas raídas cada semana.
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PEDRO.- Más deshonestidad me parece a
mí eso, y aun ramo de hipocresía pensar que
perjudique al culto divino la barba.
|
JUAN.- No digáis eso, que es mal
dicho.
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PEDRO.- No es sino bien. Veamos, el Papa y los
cardenales y perlados de Italia, ¿no son cristianos?
|
JUAN.- Sí son, por cierto.
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PEDRO.- Pues creo que si pensasen ofender a
Dios, que no lo harían ni lo consentirían a los
otros. Decid que es uso, y yo concederé con vos; pero
pecado, ¿por qué? De Milán me vine en
Génova, pensando de embarcarme allí para venirme por
mar, y no hallé pasaje. Es una gentil ciudad, y muy rica;
las calles tiene angostas, pero no creo que hay en Italia ciudad
que tenga a una mano tantas y tan buenas casas; la ribera de
Génova es la mejor que nadie ha visto en parte ninguna,
porque aunque es toda riscos y montañas y no da pan ni vino,
cosa de jardines en las vivas peñas hay muchos, que traen
naranjas y toda fruta en cantidad, y hay tantas casas soberbias,
que los genoveses llaman «vilas», que toda la ribera
parece una ciudad.
|
JUAN.- ¿Qué tan grande es?
|
PEDRO.- Desde Sahona a la Especia, que
serán veinte leguas.
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JUAN.- ¿Y todo eso está lleno de
casas?
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PEDRO.- Y qué tales, que la más
ruin es mejor que las muy buenas de España.
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MATA.- ¿Por qué lo hacen eso?
|
PEDRO.- No tienen en qué gastar los
dineros, y a porfía les dio esta fantasía de edificar
y hacer aquellas «vilas», donde se ir a holgar. Hacen
esta cuenta: «Fulano gastó en su casa cincuenta mil
ducados; pues yo he de gastar sesenta mil»; el otro dice
«Pues vos sesenta, ¡voto a tal!, yo setenta», y
el otro: «Yo ochenta», y así hay de este precio
casas muy muchas sin cuento.
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MATA.- ¿Y en el campo?
|
PEDRO.- Y aun cuatro y seis leguas de la
ciudad.
|
MATA.- Gran soberbia es esa; nunca se deben de
pensar morir.
|
PEDRO.- Tierra es bien sana, y adonde hay
más viejos que en cuantas ciudades he visto; un
capitán de la guarda de la ciudad quiso hacer una casa y no
se halló con dineros para ser nombrado, y determinó
en una huerta, no de las más galanas que había afuera
de la ciudad, de hacer una fuente porque tenía allí
el agua, que gastó en ella doce mil ducados, la más
delicada cosa que imaginarse puede, y que más honra
ganó, porque no hay que ver sino la fuente del
capitán en Génova.
|
JUAN.- ¿Qué tiene, que
costó tanto?
|
PEDRO.- No sé sino que si la vieseis con
tantos mármoles, corales, nácaras, medallas y otras
figuras, parecerá poco lo que costó; unos gigantes
hechos todos de unas guijitas como media uña, tan bien
formados que espanta verlo, y cuando quieren que manen, por cuantas
coyunturas tienen les hacen sudar agua en cantidad, y unos cuervos
y otras aves de la misma manera; es imposible saberlo nadie dar a
entender.
|
JUAN.- ¿Y en qué parte está
ésa?
|
PEDRO.- Junto a las casas del príncipe
Doria. La iglesia mayor, que se llama San Laurencio, no es de las
mayores de Italia ni de las buenas, pero tiene dos muy buenas
joyas: la una es el plato en que Cristo cenó con sus
discípulos el día de la Cena, que es una esmeralda de
tanta estima, dejada aparte la grande reliquia, que valdría
una ciudad; la otra es la ceniza de San Juan Bautista.
|
JUAN.- Reliquias son dignas de ser tenidas en
veneración.
|
PEDRO.- De las damas de Milán se me
olvidó que son feas como la noche.
|
MATA.- ¿Está junto a la mar?
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PEDRO.- No, sino bien lejos. Las damas genovesas
son muchas y hermosas; tienen grandísima cuenta con sus
cabellos; más que en toda Italia; no dejará ninguna
semana del mundo, principalmente el sábado, de lavarse y
poner los cabellos al rayo del sol, aunque sea verano, por la vida.
Yo les dije hartas veces que si así cumplían los
mandamientos como aquello, que bienaventuradas eran. No gastan en
tocados nada, porque todas hacen plato de los cabellos:
quién los lleva de una manera, quién de otra; menos
gastan en vestir, porque ninguna puede traer ropa de seda, con
haber allí más seda que en toda Italia; ni anillo, ni
arracada, ni otra cosa de oro, sino una cadena que valga de doce
ducados abajo.
|
JUAN.- Y las viudas, ¿qué
traen?
|
PEDRO.- Muchas maneras de chamelotes y de
diversos colores, y otras telillas, y muy buen paño
finísimo y bien guarnecido, aunque tampoco pueden echar toda
la guarnición que quieren.
|
MATA.- ¿Traen por allá
chapines?
|
PEDRO.- Ni mantos, si no es en Sicilia.
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JUAN.- ¿Con qué van a la
iglesia?
|
PEDRO.- En cuerpo, y darán por llevar
aquel día una clavelina, jazmín o rosa, si es por
este tiempo, uno y dos ducados.
|
JUAN.- Y las viudas, ¿qué
traen?
|
PEDRO.- Ni más ni menos andan que las
otras en cabello, salvo que una redecica muy rala que las otras
traen de oro, ellas negras.
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JUAN.- Deshonestidad parece ésa.
|
PEDRO.- Todo es usarse; también andan con
vestidos negros, que no traen de color.
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MATA.- ¿Y qué traen calzado?
|
PEDRO.- Las piernas no las cubren las ropas
más de hasta las espinillas, y las calzas traen de aguja,
más estiradas que los hombres, y unas chinelicas.
|
JUAN.- Mejor hábito es ese que el de
acá.
|
PEDRO.- También quiero que sepáis
que las mujeres de acá naturalmente son más chicas de
cuerpo que las de por allá. Vanse todos los domingos y
fiestas a una ribera de un río, que se llama Bisaño,
y allí danzan todo el día con cuantos quieren.
|
JUAN.- Y los hombres, ¿son buena
gente?
|
PEDRO.- De todo hay; no son muy largos en el
gastar.
|
MATA.- Algo os han hecho, que no parece que
estáis muy bien con ellos.
|
PEDRO.- Yo os diré: en el cautiverio
estaba uno, que era principal, y porque le enviaban a trabajar con
los otros encomendóseme, y a pesar de todos los guardianes,
le hice que no trabajase más de un año, fingiendo que
era quebrado, y para cumplir con ellos mandaba a un barbero que
cada día le pusiese en la bolsa una clara de huevo, y al
tiempo que se hizo la almoneda de los esclavos de mi amo, yo fui
parte para que le diesen por doscientos ducados, que no
pensó salir por mil y quinientos. Después un
día le topé en su tierra y casa, hombre de cuenta en
la ciudad, y llevome a un bodegón y convidome allí, y
nunca más me dio nada ni fue para preguntarme si
había menester algo.
|
MATA.- Eso hiciéralo él de miedo
que le dijerais de sí; mas con todo fue gran crueldad.
|
PEDRO.- Otros cuatro o cinco topé
también allí en sus casas, que les había yo
allá hecho placer, e hicieron lo mismo. Pues éstos
son así, de creer es que a quien menos bien
hiciéredes, menos os hará.
|
MATA.- Todavía dice el refrán:
«Haz bien y no cates a quien; haz mal y guarte».
|
PEDRO.- El día de hoy veo por
experiencia, ser mentiroso ese refrán, y muy verdadero al
revés: «Haz mal y no cates a quien; haz bien y
guarte». Muy muchos males me han venido por hacer bien, y de
los mismos a quien lo hacía. No digo yo que es mejor hacer
mal, pero el dicho es más verdadero. Salido de
Génova, vine a Casar de Monferrar, que es en el Piamonte, y
de allí a Alejandría la Palla, y luego a Nohara y de
allí a Berse; todas estas son ciudadelas del Piamonte, y de
allí a Turín, que está por Francia, una muy
fuerte tierra, y pasa por ella el Po, y es llave de todo el
Piamonte; di luego conmigo en Susa, y comencé de ir al pie
de las montañas, que hasta allí todo era llano, y vi
que por aquella tierra las mujeres y muchos de los hombres todos
son papudos, y preguntando yo si vivían menos los que
tenían aquellos papos, dijéronme que no, porque
aquella semana había muerto un hombre de noventa
años, y tenía el papo tan grande, que le echaba sobre
el hombro porque no le estorbase.
|
MATA.- Válgame Dios, ¿pues de
qué puede venir eso?
|
 La
vida en Turquía. La religión
|
JUAN.- Pues no estamos muy ocupados al presente,
me saquéis de una duda en que me tiene puesto mi
entendimiento, y es que cuando un turco pide a un cristiano se
vuelva a su perversa secta, de qué suerte se lo pide y el
orden que tienen, que estarán seguro de él para le
tomar y la legalidad y juramento que conforme a su secta le
toman.
|
PEDRO.- Toda su secta consiste en que, alzado el
dedo, diga tres veces estas palabras; aunque no se circuncidase,
queda atado de manera que si se volviese atrás le quemaran:
«La Illa he hilda da Mahamed resulula».
|
JUAN.- ¿Qué quiere decir?
|
PEDRO.- Que Dios es criador de todas las cosas,
y no hay otro sino Él y Mahoma junto a Él, su
Profeta, que en su lengua se dice «acurzamam
penganber»: «último profeta».
|
JUAN.- ¿Y qué confesión
tienen?
|
PEDRO.- Ir limpios cuando van a hacer su
oración, que llaman «zala», y muy lavados; de
manera que si han pecado se tienen de lavar todos con unos
aguamaniles, arremangados los brazos; y si han orinado o descargado
el vientre, conviene que vayan lavadas lo primero las partes
bajeras.
|
JUAN.- ¿Y si es invierno?
|
PEDRO.- Con agua caliente; no puede nadie ir a
la necesaria si no lleva consigo un jarro de agua con que se
limpie, como nosotros con paño. Si con papel se limpiasen es
uno de los más graves pecados que ellos tienen, porque dicen
que Dios hizo el papel y es malo hacer poco caso de él;
antes si topan acaso un poco de papel en suelo, con gran reverencia
lo alzan y lo meten en un agujero, besándolo y
poniéndolo sobre su cabeza.
|
JUAN.- ¿No hay más fundamento de
eso?
|
PEDRO.- No cabe demandarles razón de cosa
que hagan, porque lo tienen de defender por armas y no disputar. Lo
mismo hacen si topan un bocado de pan, diciendo que es la cara de
Dios. La boca, brazos y narices y cabeza se han de lavar tres veces
y los pies.
|
JUAN.- ¿Qué iglesias tienen?
|
PEDRO.- Unas mezquitas bien hechas, salvo que ni
tienen santos ni altar. Aborrecen mucho las figuras,
teniéndolas por gran pecado. Están las mezquitas
llenas de lámparas. En lugar de torre de campanas tienen una
torrecica en cada una mezquita, muy alta y muy delgada, porque no
usan campanas, en la cual se suben una manera de sacerdotes
inferiores, como acá sacristanes, y tapados los
oídos, a las mayores voces que pueden llaman la gente con
este verso: «Exechnoc mach laila he hillala, calezala
calezala, etc.». No se les da nada, sino son
sacerdotes, ir a las mezquitas como acá, sino donde se
hallan hacen su oración, y los señores siempre tienen
en sus casas sacerdotes que les digan sus horas.
|
JUAN.- ¿Cuántas veces al
día lo hacen?
|
PEDRO.- Cinco, con la mayor devoción y
curiosidad; que si así lo hiciésemos nosotros, nos
querría mucho Dios. La primera oración es cuando
amanece, que se llama «sala namazi»; la segunda, a
medio día, «uile namazi»; la tercera, dos horas
antes que el sol se ponga, «iquindi namazi»; la cuarta,
al punto que se pone, «acxam namazi», la postrera, dos
horas de noche, «iatsi namazi». De tal manera entended
que oran estas cinco veces, que no queda ánima viva de turco
ni turca, pobre ni rico, desde el emperador hasta los mozos de
cocina, que no lo haga.
|
JUAN.- ¿Tienen relojes, o cómo
saben esos sacerdotes la hora que es para llamar la gente?
|
PEDRO.- Para sí tienen los de arena, mas
para el pueblo no los hay, como no haya campanas.
|
JUAN.- ¿Pues cómo sabe la gente
qué hora es?
|
PEDRO.- Por las oraciones, poco más o
menos. Cuando a la mañana oyen gritar, ya saben que amanece;
cuando a medio día, también saben qué hora es;
y así de las otras horas; de manera que si quiero saber
qué hora es, conforme, poco más o menos de
día, pregunto: «¿Han cantado a medio
día?» Respóndenme: «Presto
cantarán» o «Rato ha que cantaron». Y no
penséis que cantan en una o dos mezquitas, sino en
trescientas y más, que hunden la ciudad a voces más
que campanas. Lo mismo hago de las otras horas; pregunto si han
cantado al «quindi», que es la oración dos horas
antes que el sol se ponga, y conforme aquello sé la hora que
es. Congregados todos en la mezquita, viene el que llamaba y
comienza el mismo salmo recado, y todos se ponen en pie muy
mesurados, vueltos hacia mediodía, y las manos una sobre
otra en la cintura, mirando al suelo. Este sacerdote que canta en
lo alto se llama «meizin»; luego se levanta otro
sacerdote de mayor calidad, que se llama «imam», y dice
un verso, al cual responde el «meizin», y acabado el
verso, todos caen de hocicos en tierra y la besan, diciendo:
«Saban Alá, saban Alá, sabán
Alá», que es: «Señor,
misericordia»; y estanse así sobre la tierra hasta que
el «imam» torne a cantar, que todos se levantan, y esto
hacen tres o cuatro veces. Últimamente, el
«imam» comienza, estando todos de rodillas en tierra, a
decir una larga oración por la cual ruega a Dios que inspire
en los cristianos, judíos y los otros, a su manera de
hablar, infieles, que tornen a su secta, y oyendo estas palabras
todos alzan las manos al cielo diciendo muchas veces: «amin,
amin»; y tócanse todos los ojos y barba con las manos,
y acábase la oración.
|
JUAN.- ¿Y cinco veces hacen todo eso cada
día?
|
PEDRO.- Tantas. Mirad qué higa tan grande
para nosotros, que no somos cristianos sino en el nombre.
|
JUAN.- ¿Qué fiestas celebran?
|
PEDRO.- El viernes cada semana, porque dicen que
aquel día nació Mahoma. Tienen también dos
pascuas; la mayor de ellas es en la luna nueva de agosto, que dura
tres días, y toda una luna antes tienen su cuaresma, que
dura un mes, y la llaman «ramazán».
|
JUAN.- ¿Y ayunan esos días?
|
PEDRO.- Todos a no comer hasta que vean la
estrella; pero estonces pueden comer carne y cuanto quisieren toda
la noche.
|
JUAN.- ¿Y qué significa ese
«ramazán»?
|
PEDRO.- Los treinta días que Mahameto
estuvo en ayunos y oraciones esperando que Dios le enviase la ley
en que habían los hombres de vivir; y la pascua es cuando
bajó del cielo un libro en el cual está toda su ley
que llaman «Coraham».
|
JUAN.- ¿Con quién dicen que se le
envió Dios?
|
PEDRO.- Con el ángel Gabriel. Tienen este
libro en tanta veneración, que no pueden tocar a él
sino estando muy limpios y lavados o con un paño envuelto a
las manos. El que le tiene de leer es menester que tenga resonante
voz, y cuando lee no le puede tener más abajo de la cintura,
y está moviendo todo el cuerpo a una y a otra parte. Dicen
que es para más atención. Los que le oyen leer
están con toda la posible atención, abiertas las
bocas.
|
JUAN.- ¿De manera que ellos creen en
Dios?
|
PEDRO.- Sí, y que no hay más de
uno, y sólo aquél tiene de ser adorado, y de
aquí viene que aborrecen tanto las imágenes, que en
la iglesia, ni en casa, ni en parte ninguna no las pueden tener, ni
retratos, ni en paramentos.
|
JUAN.- ¿Qué contiene en sí
aquel «Alcoram»?
|
PEDRO.- Muchas cosas de nuestra fe, para mejor
poder engañar. Ocho mandamientos: amar a Dios, al
prójimo, los padres, las fiestas honrarlas, casarse, no
hurtar ni matar y ayunar el «ramazán» y hacer
limosna. Así mismo todos los siete pecados mortales les son
a ellos pecados en su «Coraham». Y dice también
que Dios jamás perdona a los que tienen la maldición
de sus padres. Tienen una cosa, que no todos pueden entrar en la
mezquita como son: homicidas, borrachos y hombres que tienen males
contagiosos, logreros, y lo principal las mujeres.
|
JUAN.- ¿Las mujeres no pueden entrar en
la iglesia?
|
PEDRO.- Muy pocas veces, y éstas no
todas. Cantoneras en ninguna manera, ni mujeres que no sean casadas
a ley y bendición suya; vírgenes y viudas,
después de cinco meses, pueden entrar, pero han de estar en
un lugar apartado y tapadas, donde es imposible que nadie las vea,
porque dicen que les quitan la devoción.
|
JUAN.- Ponerlas donde nadie las pueda ver en
ninguna manera, bien hecho me parece; mas vedarles que no entren
dentro, no. ¿Y hacen sacrificios?
|
PEDRO.- La pascua grande, que llaman
«bairam biuc», son obligados todos a hacer cualquier
sacrificio de vaca o carnero o camello, y repartirlo a los pobres,
sin que les quede cosa ninguna para ellos, porque de otra manera no
aprovecha el sacrificio. Cuando están malos mucho, usan,
según la facultad de cada uno, sacrificar muchos animales,
que llaman ellos «curban», y darlos por amor de Dios.
Los príncipes y señores, cuando se ven en necesidad,
degüellan un camello, y dicen que la cosa que más Dios
oye es el gemido que da cuando le degüellan; y en todo dicen
que, así como Dios libró a Isach de no ser degollado,
quiera librar aquel enfermo.
|
JUAN.- ¿El mismo «Alcoram»
les manda que den limosna?
|
PEDRO.- Hallan escrito en él que, si
supiesen la obra que es dar limosna, cortarían de su misma
carne para dar por Dios, y si los que la piden supiesen el castigo
que por ello les está ordenado, comerían primero sus
propias carnes que demandarla; porque dice la letra: «Ecsa de
chatul balla ah».
|
JUAN.- ¿Qué quiere decir?
|
PEDRO.- Que la limosna quita al que la da los
tormentos y tribulaciones que le están aparejados, y caen,
juntamente con la limosna, sobre el pobre que la recibe, y por
experiencia ven que nunca están sanos los pobres.
|
JUAN.- ¿Y el matar también lo
tienen por pecado?
|
PEDRO.- Y de los más graves; porque dice
el «Coraham» que el segundo pecado del mundo fue el de
Caim, y por eso el primero que irá al infierno el día
del juicio será él. Y cuando Dios le echó la
maldición, se entendió por él y todos los
homicidas.
|
JUAN.- ¿Confiesan infierno y juicio?
|
PEDRO.- Y aun purgatorio.
|
JUAN.- ¿Quién dicen que ha de
juzgar?
|
PEDRO.- Dios. Dicen que está un
ángel en el cielo que tiene siempre una trompeta en la mano,
y se llama Israfil, aparejado para si Dios quisiese que fuera el
fin del mundo, tocaría y luego caerían muertos los
hombres todos y los ángeles del cielo.
|
JUAN.- ¿Siendo los ángeles
inmortales, han de morir?
|
PEDRO.- Cuestión es que ellos disputan
entre sí muchas veces, pero concluyen con que dice el
«Coraham» que Dios dijo por su boca que todas las cosas
mortales han de haber fin, y no puede pasar la disputa adelante,
como ni en las otras cosas. Y hecho esto, vendrá un tan gran
terremoto, que desmenuzará las montañas y piedras; y
luego Dios tornará a hacer la luz, y de ella los
ángeles, como hizo la primera vez, y vendrá sobre
todo esto un rocío, que se llama «rehemetzu»,
«lluvia de misericordia», quedará la Tierra
tornada a masar, y mandará Dios, de allí a cuarenta
días, que torne el ángel a sonar la trompeta, y al
sonido resucitarán todos los muertos, desde Abel hasta aquel
día; unos con las caras que resplandezcan como el sol, otros
como luna, otros muy oscuras y otros con gestos de puercos, y
gritarán diciendo: «Nesi, nesi».
«¡Ay de mí, mezquino!»
|
JUAN.- ¿Qué significan esas
caras?
|
PEDRO.- Los que las tienen resplandecientes son
los que han hecho bien; los otros, mal; y Dios preguntará
por los emperadores, reyes, príncipes y señores que
tiranizaban, y no les calerá negar, porque los miembros
todos hablarán la verdad. Allí vendrá
Moisén con un estandarte, y todos los judíos con
él, y Cristo, hijo de María, virgen, con otro, debajo
del cual estarán los cristianos; luego Mahoma con otra
bandera, debajo la cual estarán todos los que le siguieron.
Todos los que de éstos habrán hecho buenas obras
tendrán buen refrigerio debajo la sombra de sus estandartes,
y los que no, será tanto el calor que habrá aquel
día, que se ahogarán de él; no se
conocerán los moros de los cristianos ni judíos que
han hecho bien, porque todos tendrán una misma cara de
divinidad. Y los que han hecho mal todos se conocerán. A las
ánimas que entrarán en el paraíso dará
Dios gentiles aposentos y muy espaciosos, y habrá muchos
rayos del sol sobre los cuales cabalgarán para andar ruando
por el cielo sin cansarse, y comerán mucha fruta del
paraíso, y en comiendo un fruto hará Dios dos, y
beberán para matar la sed unas aguas dulces como
azúcar y cristalinas, con las cuales les crecerá la
vista y el entendimiento, y verán de un polo a otro.
|
MATA.- ¿Y si comen y beben, no
cagarán el Paraíso?
|
PEDRO.- Maravillábame como no
salíais ya; toda la superfluidad ha de ir por sudor de mil
delicados manjares que tienen de comer, y han de tener muchas mozas
vírgenes de quince a veinte años, y nunca se tienen
de envejecer, y los hombres todos tienen de ser de treinta sin
mudarse de allí.
|
JUAN.- ¿Han de tener acceso a las
vírgenes?
|
PEDRO.- Sí, pero luego se tienen de
tornar a ser vírgenes. Moisés y Mahoma serán
los mejor librados, que les dará Dios sendos principados que
gobiernen en el cielo.
|
JUAN.- Pues si tienen que los cristianos y
judíos que han hecho buenas obras van al cielo, ¿para
qué ruegan a nadie que se haga turco?
|
PEDRO.- Entienden ellos que todos los
judíos que vivieron bien hasta que vino Cristo, y todos los
buenos cristianos hasta que vino Mahoma son los que van al
cielo.
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JUAN.- ¿Mas no los que hay después
que vino Mahoma, aunque hagan buenas obras?
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PEDRO.- Ésos no. Los que irán
condenados llevará cada uno escrito en la frente su nombre y
en las espaldas cargados los pecados. Serán llevados entre
dos montañas, donde está la boca del infierno; y de
la una a la otra hay una puente de diez leguas de largo, toda de
hierro muy agudo y llámase «serrat cuplisi»,
«puente de justicia». Los que no son del todo malos
caerán en el purgatorio, donde no hay tanto mal; los otros
todos irán la puente abajo al infierno, donde serán
atormentados; en medio de todos los fuegos hay un manzano que
siempre está lleno de fruta, y cada una parece una cabeza de
demonio; llámase «zoacum agach», árbol de
amargura, y las ánimas, comiendo la fruta, pensando de
refrescarse, sentirán mayor sed y grande amargura que los
atormente. Llenos de cadenas de fuego serán arrastrados por
todo el infierno. Y los que llamaren a Dios por tiempo al fin
saldrán, aunque tarde; los que le blasfemaren
quedarán por siempre jamás. Veis aquí todo lo
que cerca de esto tienen de fe de su «Alcoram».
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JUAN.- Una merced os pido, y es que, pues no os
va nada en ello, que no me digáis otra cosa sino la verdad;
porque no puedo creer que, siendo tan bárbaros, tengan
algunas cosas que parezcan llevar camino.
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PEDRO.- ¿No sabéis que el diablo
les ayudó a hacer esta secta?
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JUAN.- Muy bien.
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PEDRO.- Pues cada vez que quieren pescar es
menester que lo haga a vueltas de algo bueno. Si hicieseis juntar
todos los letrados que hay en Turquía, no os dirán un
punto más ni menos de esto que yo os digo, y fiaos de
mí, que no os diré cosa que no la sepa primero muy
bien.
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JUAN.- Tal confianza tengo yo. Sepamos del
estado sacerdotal. ¿Tienen papa y obispos?
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PEDRO.- Ocho maneras hay de sacerdotes.
Primeramente el mayor de todos, como acá el papa, se llama
el «cadilesquier»; luego es el «mufti», que
no es inferior ni sujeto a este otro, sino como si hubiese dos
papas; el tercero es el «cadi»; cuarto, los
«moderiz», que son provisores de los hospitales;
quinto, el «antipi», que dice el oficio los días
solemnes, puesto sobre una escala y una espada desnuda en la mano,
dando a entender lo que arriba dije, que no se tiene de poner su
ley en disputa, sino defenderla con las armas. El sexto es el
«imam», que son los que dicen el oficio al pueblo cada
día. El postrero, «mezin», aquellos que suben a
gritar en las torres. El «cadilesquier» eligen que sea
un hombre el más docto que puedan y de mejor vida, al cual
dan grandísima renta, para que no pueda por dinero torcer la
justicia; éste es allá como si dijésemos
presidente del Consejo real, y de éste y de lo que en el
Consejo se hace se apela para el «mufti», que no
entiende sino en lo eclesiástico. También tiene
éste gran renta por la misma causa.
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JUAN.- ¿Tanta como acá el
Papa?
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PEDRO.- Ni aun la mitad. ¿No le basta a
un hombre que se tiene de sentar él mismo cada día a
juzgar, y le puede hablar quien quiera, cien mil ducados?
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JUAN.- Y sobra. ¿Pero no tienen su
Consejo que haga la audiencia y ellos se estén holgando?
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PEDRO.- Eso sólo es en los señores
de España, que en lo demás que yo he andado, todos
los príncipes y señores del mundo hacen las
audiencias como acá los oidores y corregidores. En
Nápoles, si queréis pedir una cosa de poca
importancia a algún contrario vuestro, lo haréis
delante el mismo virrey, y en Sicilia lo mismo y en Turquía
lo mismo.
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MATA.- Ese me parece buen uso, y no poner
corregidores pobres, que en ocho días quieren, a tuerto o a
derecho, las casas hasta el techo.
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PEDRO.- El «cadi», que es el
inferior a éstos, está como son acá los
provisores de los obispos, administrando su justicia de cosas
bajas, porque las de importancia van a los superiores. Ante
éstos se hacen las cartas de dotes, castiga los borrachos,
da cartas de horros a los esclavos, conoce también de los
blasfemos.
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JUAN.- ¿Qué merece quien
blasfema?
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PEDRO.- De Dios, cien palos; de Mahoma,
muerte.
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JUAN.- ¿Pues en más tienen a
Mahoma que a Dios?
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PEDRO.- Dicen que Dios es grande y puede
perdonar y vengarse; mas Mahoma, un pobre profeta, ha menester
amigos que miren por su honra.
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JUAN.- ¿Están dotadas las
mezquitas como nuestras iglesias?
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PEDRO.- Todas, pero las dignidades de
«cadilesquier», «mufti» y
«cadi» el rey lo paga; las otras maneras de sacerdotes
tienen sus rentas en las mezquitas; quién tres reales,
quién cuatro y quién uno al día; y si esto no
basta, como todos son casados y en el hábito no difieren de
los seglares, hacen oficios mecánicos; ganan mucho, como
allá no hay imprentas, a escribir libros, como el
«Alcoram», el «Musaf» y otros muchos de
canciones.
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JUAN.- ¿Caros valdrán de esa
manera?
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PEDRO.- Un «Alcoram»,
comúnmente, vale ocho ducados; cuando murió el
médico del Gran Turco, Amón, se apreció su
librería en cinco mil ducados, por ser toda de mano, y le
había costado, según muchas veces le oí jurar,
ocho mil, y cierto los valdría, aunque yo para mí no
daría cuatro reales.
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MATA.- Tampoco daría él dos por la
vuestra.
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PEDRO.- Cuanto más por la que agora
tengo.
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JUAN.- ¿Tienen escuelas allá?
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PEDRO.- Infinitas. Los señores, y
primeramente el emperador, las tienen en sus casas para los pajes;
tienen maestros salariados que van cada día a leerles su
«Alcoram», que es en arábigo, y el
«Musaf»; de manera que, como a nosotros el
latín, les es a ellos el arábigo. Léenles
también filosofía, astrología y poesía;
verdad es que los que enseñan saben poco de esto y los
discípulos no curan mucho de ello; pero, en fin,
todavía saben más que los griegos cristianos y
armenos, que son todos bestias.
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JUAN.- No me maravillo que sepan algo de eso,
que árabes hubo muy buenos astrólogos y
filósofos.
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PEDRO.- En aquellas cuatro mezquitas grandes hay
también escuelas como acá universidades, muy bien
dotadas, y colegiales muchos dentro, y es tan grande la limosna que
en cada una se hace, que si tres mil estudiantes quisiesen cada
día comer en cualquiera de las mezquitas podrían, y
cierto, si fuesen curiosos de saber, habría
grandísimos letrados entre ellos; pero en sabiendo hacer
cuatro versos se contentan.
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JUAN.- ¿Es posible que usan
poesía? ¡Por vida de quien nos dijere un par de ellos,
por ver cómo son!
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PEDRO.- «Birichen, beg, ori ciledum
derdumi, iaradandam iste miscem iardumi, terch, eiledumza anumi
gurdumi, ne ileim ieniemejun gunglumi». Esta es una
común canción, que cantan ellos, de amores a la diosa
Asich, que es diosa de amor.
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JUAN.- ¿Qué quieren decir?
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PEDRO.- «Una vez, cinco y diez he estado
apasionado, demandando del Criador ayuda; menosprecié el
consuelo y placer de mi tierra. ¿Qué haré, que
no puedo vencer la voluntad?»
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MATA.- Buena va.
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PEDRO.- Sabed que para quien las entiende no hay
en ninguna lengua canciones más dolorosas que las
turquescas; mas es la gente que allá sabe leer y escribir,
mucha, que no acá.
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MATA.- Dense prisa, señores; ya saben que
ha rato que estoy mudo.
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JUAN.- Callad hasta que yo acabe, que
después tendréis tiempo sin que nadie os estorbe.
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MATA.- Con esa esperanza estoy más ha de
una hora.
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JUAN.- Pasemos a las religiones.
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PEDRO.- Cuatro órdenes hay de
religión, tal cual: «calender»,
«derbis», «torlach», «isachi».
Los calenderos andan desnudos y en cabellos, los cabellos largos
hasta la cintura, llenos de trementina; visten cilicio hecho de
cerdas, y sobre las espaldas traen dos cueros de carnero la lana
afuera; las ijadas desnudas; en las orejas y brazos traen ciertas
sortijas de hierro, y para mayor abstinencia traen colgada del
miembro una sortija de metal que pese tres libras; andan de esta
manera por las calles, cantando canciones vulgares, y danles
limosna, porque ninguna de estas órdenes tiene como
acá monasterios, sino como ermitaños. El inventor de
éstos, en un libro que escribió, fue más
cristiano que moro. La segunda orden, de los
«dervises», andan como éstos, en el traer los
pellejos, mas los zarcillos son unas sortijas de piedra, la
más fina que hallan; piden limosna con estas palabras:
«Alá iche», «por amor de Dios». En
la cabeza traen una caperuza de fieltro blanco a manera de pan de
azúcar, y en la mano un bastón lleno de nudos tan
grueso como pueden. Éstos tienen en la Anotolia un sepulcro
de uno por quien dicen que se conquistó la mayor parte de
Turquía, y fue de su orden, que llaman Cidibatal, donde
habitan una multitud de más de quinientos, y cada año
van allí a hacer el capítulo general, donde concurren
muchas veces más de ocho mil, y están siete
días con grandes fiestas y triunfos. El general de
éstos se llama «azan babá», que significa
«padre de padres». Entre ellos hay algunos mancebos muy
doctos, que traen unas vestiduras blancas hasta en pies; y cada uno
de éstos en llegando es obligado a contar una historia, y
luego la escriben con el nombre del autor y dánsela al
general.
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JUAN.- ¿De qué es la historia?
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PEDRO.- Una cosa de las más de notar que
ha visto por donde ha peregrinado, que nunca paran de andar en todo
el año. Luego el viernes, que es su fiesta, tienen en un
prado un gran banquete, sobre la misma hierba, y siéntase el
general entre todos aquellos mancebos, y sobre comida toman ciertas
hierbas en polvo, que llaman «aseral»; yo creo que es
cáñamo, que los hace estar, aunque no quieran, los
más alegres del mundo, como borrachos. También le
mezclan opio, que llaman «afion», y toma el general el
libro de las historias y hácele leer públicamente que
todos le oigan, y a la tarde hacen grandes hogueras, alrededor de
las cuales bailan, como todos están borrachos, y cada uno
con un cuchillo agudo se da muchas cuchilladas muy largas por los
pechos, brazos y piernas, diciendo: «Ésta por amor de
Ulana», «ésta por amor de la tal». Otros
labran con la punta de una aguja en las manos corazones, o lo que
quieren; y las heridas se sanan con un poco de algodón viejo
quemado. Tras todo esto piden licencia del general y vanse todos.
La tercera orden, de los «torlacos», viste ni
más ni menos pellejos de carnero; pero en la cabeza no traen
caperuza ni cabello, sino cada semana se raen a navaja, y por no se
resfriar untan las cabezas siempre con aceite; y todos, por la
mayor parte, por ser apasionados de catarro, se dan unos cauterios
de fuego en las sienes con un poco de trapo viejo, porque no
carguen los humores a los ojos y los cieguen. Son
grandísimos bellacos, chocarreros, y no hay quien sepa entre
ellos leer ni escribir; ándanse de taberna en taberna
cantando y pegándose a donde ven que les han de dar de
comer: salen a los caminos en cuadrilla, y si topan alguno que
puedan quitar la capa, no lo dejan por miedo ni vergüenza; en
las aldeas hacen como gitanos en creer que saben adivinar por las
manos, y con esto allegan queso, huevos y pan y otras cosas; traen
los bellacos de tantos en tantos un viejo de ochenta años
que haga del santo, y adóranle como a tal, y muchas veces
habla mirando al cielo cosas que dice ver allá y a grandes
voces dice a sus discípulos: «Hijos míos,
sacadme presto de este pueblo, porque acabo de ver en el cielo que
se apareja un gran mal para él», y ellos fingen
quererle tomar acuestas, y el vulgo les ruega con grandes
dádivas que por amor de Dios no les lleven aquel santo de
allí, sino que ruegue a Dios alce su ira, pues
también está con él, y él comienza
luego a ponerse en oración, y aquí veréis que
la gente no se da manos a ofrecer, y todos salen cargados como
asnos y se van riendo de las bestias que les creían. Son
sobre todo esto grandísimos bujarrones. Los
«isaches», que es la postrera orden, andan vestidos de
lienzo y traen unos tocados turquescos groseros y pequeños,
y cada uno una bandera en la mano, andan cantando por las calles
pidiendo.
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JUAN.- Paréceme que me dijisteis que
tenían dos pascuas, y no me declarasteis más de la
una, de cuando les envió Dios la ley.
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