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Capítulo II

Que trata hasta la segunda vuelta á Malta


Llegué [á Palermo] en breve tiempo y luego me recibió por paje de rodela el capitán Felipe de Menargas, catalán; servíle con voluntad de paje de rodela, y él me quería bien. Ofrecióse una jornada para Levante donde iban las galeras de Nápoles y de Sicilia, su General D. Pedro de Toledo, y las galeras de Sicilia, su General D. Pedro de Leyva; iban á tomar una tierra que se llama Petrache36; tocó embarcar la compañía de mi capitán en la galera capitana de César Latorre, de la escuadra de Sicilia; llegamos á Petrache, que está en la Morea, y echamos la gente en tierra haciendo su escuadrón firme; la gente suelta ó volante emprendieron entrar con sus escalas por la muralla; aquí fueron las primeras balas que me zurrearon las orejas, porque estaba delante de mi capitán con mi rodela y jineta; tomóse la tierra, pero el castillo no; hubo muchos despojos y esclavos, donde, aunque muchacho, me cupo buena parte, no en tierra sino en galera, porque me dieron á guardar mucha ropa los soldados, como á persona que no me lo habían de quitar; pero luego que llegamos á Sicilia, de lo ganado hice un vestido con muchas colores, y un soldado de Madrid que se me había dado por paisano, de quien yo me fiaba, me sonsacó unos vestidos de mi amo el capitán, diciendo eran para una comedia; yo pensé decía verdad y que me había de llevar á ella, con lo cual cargó con toda la ropa, que era muy buena, lo mejor que tenía mi amo en los baules, porque él lo escogió, junto con unos botones de oro y un cintillo; á otro día vino el sargento á casa y dijo al capitán cómo se habían ido cuatro soldados, y el uno era mi paisano; quedéme cortado cuando lo oí, y no dándome por entendido supe cómo las galeras de Malta estaban en el puerto y fuíme á embarcar en ellas; y llegado á Mesina, escribí una carta al capitán mi amo dándole cuenta del engaño de mi paisano; que yo no le había pedido licencia de temor, con que pasé mi viaje hasta viaje hasta37 Malta, y en la mesma galera unos caballeros españoles trataron de   —158→   acomodarme con el Recibidor del Gran Maestre, un honrado caballero que se llamaba Gaspar de Monreal, que se holgó mucho de que le sirviese; hícelo un año con gran satisfacción suya, y al cabo le pedí licencia para irme á ser soldado á Sicilia38, que el capitán mi amo me solicitaba con cartas diciéndome cuánta satisfacción tenía de mi persona; dióme licencia el Comendador Monreal, con harto pesar suyo, y en vióme bien vestido; llegué á Mesina, donde estaba el Virrey, Duque de Maqueda; senté plaza de soldarlo en la compañía de mi capitán, donde serví como soldado y no como criado ni paje; de ahí un año, el Virrey armó en corso una galeota y mandó que los soldados que quisieran ir en ella les darían cuatro pagas de contadas; fuí uno de ellos, y fuimos á Berbería; era capitán della Ruy Pérez de Mercado, y no habiendo topado nada en Berbería, á la vuelta topamos otra galeota poco menos que la nuestra en una isla que llaman la Lampadosa39; entramos en la cala, donde se peleó muy poco, y la rendimos, cautivando en ella un cosario, el mayor de aquellos tiempos, que se llamaba Caradali, y junto con él otros 90 turcos; fuimos bien recebidos en Palermo del Virrey, y con la nueva presa se engolosinó, que armó dos galeones grandes: uno se llamaba galeón de Oro y otro galeón de Plata; embarquéme en galeón de Oro y fuimos á Levante, donde hicimos tantas presas que es largo de contar, volviendo muy ricos, que yo con ser de los soldados de á tres escudos de paga, traje más de 300 escudos de mi parte en ropa y dinero; y después de llegados á Palermo mandó el Virrey nos diesen las partes de lo que se había traído; tocóme á mi un sombrero lleno hasta las faldas de reales de á dos, con que comencé á engrandecerme de ánimo; pero dentro de pocos días se había jugado y gastado, con otros desórdenes. Tornóse á enviar los dos galeones40 á Levante, donde hicimos increíbles robos en la mar y en la tierra, que tan bien afortunado era este Virrey; saqueamos los almagacenes que están en Alejandreta, puerto de mar, donde llegan á estos almagacenes todas las mercadurías que traen por tierra de la India de Portugal, por Babilonia y Alepo; fué mucha la riqueza que trajimos.   —159→   En el discurso de estos viajes no dormía yo, porque tenía afición á la navegación, y siempre praticaba con los pilotos viéndoles cartear y haciéndome capaz de las tierras que andábamos, puertos y cabos, marcándolos, que después me sirvió para hacer un Derrotero de todo el Levante, Morea, y Natolia, y Caramania, y Suria, y Africa, hasta llegar á cabo Cantín, en el mar Océano; islas de Candia, y Chipre, y Cerdeña, Mallorca y Menorca; costa de España, desde cabo San Vicente, costeando la tierra, Sanlúcar, Gibraltar hasta Cartagena, y de ahí á Barcelona y costa de Francia hasta Marsella, y de ahí á Génova, y de Génova á Liorna, río Tíber y Nápoles, y de Nápoles toda la Calabria hasta llegar á la Pulla y golfo de Venecia, puerto por puerto, con puntas y calas, donde se pueden reparar diversos bajeles mostrándoles el agua; este derrotero anda de mano mía por ahí, porque me lo pidió el Príncipe Filiberto para velle y se me quedó con él.

Llegamos á Palermo con toda nuestra riqueza, de que el Virrey se holgó mucho y nos dio las partes que quiso, y con la libertad de ser leventes de el Virrey y dinero que tenía, no había quien se averiguase con nosotros, porque andábamos de hostería41 en hostería y de casa en casa. Una tarde fuimos á merendar á una hostería, como solíamos, y en el discurso de la merienda dijo uno de mis compañeros, que éramos tres: trae aquí comida bujarrón; el hostero le dijo que mentía por la gola; con que sacó una daga y le dio, de suerte que no se levantó.

Cargó toda la gente sobre nosotros con asadores y otras armas, que fué bien menester el sabernos defender; fuímosnos á la iglesia de Nuestra Señora de Gruta, donde estuvimos retraídos hasta ver como lo tomaba el Virrey, y sabido que había dicho que nos había de ahorcar si nos cogía, dije: hermanos, más vale salto de matas que ruego de buenos; y recogiendo nuestra miseria cada uno, lo hicimos moneda y hice que nos trujeran nuestros arcabuces, sin que supieran para qué, y traídos, como la iglesia está á la orilla del mar en el mismo puerto, yo me valí de mi marinería y puse los ojos en una falucha que estaba cargada de azúcar, y á media noche les dije á las camaradas: ya es hora; vuestras mercedes se embarquen; dijeron que seríamos sentidos; yo dije: no hay dentro de la faluca mas del mogo que la guarda; y   —160→   entrando dentro y tapando la boca al muchacho, zarpamos el ferro, diciéndole que callase, que lo mataríamos. Tomamos nuestros remos y comenzamos á salir de la cala, y al pasar por el castillo dijeron: ¡ah de la barca!, respondimos en italiano: barca de pesca; con que no nos dijeron más. Puse la proa á la vuelta de Nápoles, que hay 300 millas de golfo, y siendo Dios servido llegamos sin peligro en tres días. Vino el guardián del puerto por la patente; contamos la verdad, y que temerosos de que el duque de Maqueda no nos ahorcase, nos habíamos huído como está dicho. Era virrey el Conde de Lemos viejo, y había hecho capitán de infantería á su hijo, el Señor Don Francisco de Castro, que después fué Virrey de Sicilia y hoy Conde de Lemos, aunque fraile. Quísonos ver el Conde, y viéndonos de buena traza y galanes, mandó sentásemos la plaza en la compañía de su lujo, y que la faluga se enviase á Palermo con la mercaduría de azúcar que tenía; llamábanmos en Nápoles los leventes del Duque de Maqueda y nos tenían por hombres sin alma.

A pocos días que estuvimos allí en buena reputación y en una casa de camaradas los tres sin admitir otras camaradas, una noche vino á nuestra casa un soldado de la mesma compañía, valenciano, con otro; dicen eran caballeros, y nos dijeron: vuestras mercedes se sirvan de venir con nosotros, que nos ha sucedido aquí en el cuartel de los florentines un pesar; nosotros, por no perder la opinión de leventes, dijimos: vamos, ¡voto á Cristo! y dejamos el ama sola en casa. Yendo por el camino, hallamos un hombre que debía de estar haciendo el amor; y quedándose atrás el valenciano42, oímos una voz; volvimos á ver lo que era, y venía el valenciano con una capa y un sombrero, y díjonos: no se quejará más el bujarrón. Yo le dije ¿qué era aquello?-dijo: un bujarron, que le he enviado á cenar al infierno y me ha dejado esta capa. Yo me escandalicé cuando tal oí, y arrimándome á uno de mis camaradas, le dije: por Dios, que venimos á capear y no me contenta esto. Respondió: amigo, paciencia por esta vez, no perdamos con estos la opinión; yo dije: reniego de tal opinión; y llegando á una casa donde vendían vino, que al parecer era donde les habían hecho el mal, entramos por un postigo; y diciendo y haciendo, comenzaron á dar tras el patrón, y dando cuchilladas   —161→   á las garrafas de vidrio, que eran muchas, y ansimismo á las botas de vino á coces, de suerte que las destaparon y corría el vino como un río; el dueño, de la ventana dando voces; salimos por el postigo á la calle, y de la ventana dieron á una camarada de las mías con un tiesto, que lo derribaron redondo y quedó sin sentido; y á las grandes voces que daban, llegó la ronda italiana y comenzamos á bregar y menear las manos; el caído no se podía levantar, que era lo que sentía; últimamente nos apretaron con las escopetas de manera y con las alabardas, que á uno de los valencianos le pasaron una muñeca de un alabardazo, y prendieron juntamente con el que estaba en tierra. Nosotros nos retiramos hacia nuestro cuartel; y la ronda, llevando los presos, toparon con el muerto á quien quitó43 la capa el valenciano; dieron aviso al cuerpo de guardia principal de los españoles y salió luego una ronda en busca de mi camarada y de mí y del otro valenciano; y habiéndonos despedido del valenciano, nos íbamos á casa por la miseria que había, para irnos, cuando vimos la ronda con cuerdas encendidas á nuestra puerta; yo dije: amigo, cada uno se salve, pues no me quisistes creer cuando la capa; y echando por una callejuela, me fui hacia el muelle, y en una posada que está junto al Aduana, llamé, á donde estaba un caballero del hábito de San Juan, que había venido de Malta á armar un galeón para ir á Levante, amigo mío, que se llamaba el capitán Betrian, y vístome, se espantó; contéle la verdad y escondióme y tuvo veinte días, hasta que estuvo de paciencia; y aquella noche me embarcó y metió en la cámara del bizcocho, donde sudé harto hasta que estuvimos fuera de Nápoles, que me sacó fuera y me llevó de buena gana hasta Malta; y el valenciano y mi camarada á quien derribaron con el tiesto, los ahorcaron dentro de diez días; de las otras camaradas no supe jamás.




Capítulo III

En que trata hasta el milagro de la isla Lampadosa


En Malta se holgó el Comendador Monreal de verme, y al cabo de algunos días que estuvimos allí, nos partimos para Levante   —162→   con el galeón y una fragata; estuvimos más de dos meses sin hacer presa; y un día, yendo á tomar puerto en cabo Silidonia, hallamos dentro un bizarro caramuzal que era como un galeón; embestimos con él y los turcos se echaron en la barca á tierra por salvar la libertad. Ordenó el capitán fuésemos tras ellos, con ofrecimiento de diez escudos por cada esclavo. Había un pinar grande, y yo fuí uno de los soldados que saltaron á tierra en seguimiento de los turcos; llevaba mi espada y una rodela, y sin pelo de barba. Embosquéme en el pinar y topé con un turco como un filisteo, con una pica en la mano, y en ella enarbolada una bandera naranjada y blanca, llamando á los demás; yo enderecé con él y le dije: sentabajo; pero el turco me miró y riyó, diciéndome: bremaneur casaca cacomiz; que quiere decir: putillo, que te hiede el culo, como un perro muerto. Yo me emperré y embracé la rodela y enderecé con él; con que ganándole la punta de la pica le dí una estocada en el pecho que dí con él en tierra, y quitando la bandera44 de la pica me la ceñí; y estaba despojando cuando llegaron dos soldados franceses diciendo: á la parte; yo me levanté de encima del turco, y embrazando mi rodela les dije que lo dejaran, que era mío: si no que los mataría; ellos les pareció que era de burla y comenzamos á darnos muy bien, sino que llegaron otros cuatro soldados con tres turcos que habían tomado y nos metieron en paz; con lo cual nos fuimos todos juntos al galeón sin que despojásemos al herido de cosa alguna. Contóse todo al capitán, el cual, tomada la confesión al turco, dijo que yo solo era el dueño de todo; los franceses casi se amotinaban porque yo solo era español en todo aquel galeón, y había de franceses más de 100, y así hubo de dejar el capitán el caso hasta Malta, delante de los señores del Tribunal del armamento. Tenía el turco encima 400 cequíes de oro; el caramuzal estaba cargado de jabón de Chipre; metieron gente dentro y envióse á Malta; y nosotros nos quedamos á buscar más presas y fuimos á la vuelta de las cruceras de Alejandría, y de parte de tarde descubrímos un bajel, al parecer grandísimo, como lo era; tomámosle por la juga por no perdelle, y así nos encontramos á media noche; y con la artillería lista le preguntamos: ¿qué bajel?; respondió: bajel que va por la mar; y como él venía listo también, porque de un bajel no se le   —163→   daba nada, á causa que traía más de 400 turcos dentro y bien astillado, diónos una carga que della nos llevó al otro mundo 17 hombres sin algunos heridos; nosotros le dimos la nuestra, que no fué menos; abordamos y fué reñida la pelea, porque nos tuvieron ganado el castillo de proa y fué trabajoso el rehacerlos á su bajel; quedámonos esta noche hasta el día con lo dicho, y amaneciendo nos fuimos para él, que no huyó; pero nuestro capitán usó de un ardid que importó, dejando en cubierta no más que la gente necesaria y cerrados todos los escotillones, de suerte que era menester pelear ú saltar á la mar; fué reñida batalla45, que les tuvimos ganado el castillo de proa muy gran rato y nos echaron de él, con que nos desarrizamos y le combatíamos con la artillería, que éramos mejores veleros y mejor artillería. Aquí ví dos milagros este día, que son para dichos, y es: que un artillero holandés se puso á cargar una pieza descubierto, y le tiraron con otra, de manera que le dió en medio de la cabeza, que se la hizo añicos y roció con los sesos á los de cerca, y con un hueso de la cabeza le dió á un marinero en las narices, que de nacimiento las tenía tuertas, y después de curado quedaron las narices tan derechas como las mías, con una señal de la herida. Otro soldado estaba lleno de dolores que no dejaba dormir en los ranchos á nadie, echando porvidas y reniegos; y aquel día le dieron un cañonazo ú bala de artillería raspándole las dos nalgas; con lo cual jamás se quejó de dolores en todo el viaje y decía que no había visto mejores sudores que el aire de una bala. Pasamos adelante con nuestra pelea aquel día á la larga, y viniendo la noche trató el enemigo de hacer fuerza para embestir en tierra, que estaba cerca; y siguiéndole nos hallamos todos muy cerca de tierra con una calma, al amanecer, día de Nuestra Señora de la Concepción, y el capitán mandó que todos los heridos subiesen arriba á morir, porque dijo: señores, ú á cenar con Cristo ú á Costantinopla; subieron todos y yo entre ellos, que tenía un muslo pasado de un mosquetazo y en la cabeza una grande herida que me dieron al subir en el navío del enemigo, con una partesana el día antes, cuando ganamos el castillo de proa; llevábamos un fraile carmelita calzado por capellán, y díjole el capitán: Padre, échenos una bendición, porque es el día postrero; el buen fraile lo hizo, y   —164→   acabado, mandó el capitán á la fragata que nos remolcase hasta llegar al otro bajel que estaba muy cerca; y abordándonos fué tan grande la escaramuza que se trabó, que aunque quisiéramos apartarnos era imposible, porque habían echado un áncora grande con una cadena grande del otro bajel porque no nos desasiéramos; duró más de tres horas, y al cabo dellas se conoció la victoria por nosotros, porque los turcos, viéndose cerca de tierra, se comenzaron á echar á la mar y no vían que nuestra fragata los iba pescando; acabóse de ganar; con que después de haber aprisionado los esclavos se dió á saquear, que había mucho y rico; y eran tantos los muertos que había dentro que pasaban [de] 250 y no los habían querido echar á la mar porque nosotros no lo viéramos; echémoslos nosotros, y vi aquel día cosa que para que se vea lo que es ser cristiano, digo: que entre los muchos que se echaron á la mar muertos hubo uno que quedó boca arriba, cosa muy contraria á los moros y turcos, que en echándolos muertos á la mar, al punto meten la cara y cuerpo hacia abajo y los cristianos hacia arriba; preguntamos á los turcos que teníamos esclavos que como aquel estaba boca arriba, y dijeron que siempre lo habían tenido en sospecha de cristiano y que era renegado bautizado, y cuando renegó era ya hombre de nación francesa. Reparamos nuestro bajel y el preso, que todos dos lo habían menester, y tomamos la vuelta de Malta, donde llegamos en breve tiempo; y como la presa era tan rica mandó el capitán nadie jugase, porque cada uno llegase rico á Malta; mandó echar los dados y naipes á la mar y puso graves penas quien los jugase, con lo cual se ordenó un juego de esta manera: hacían un círculo en una mesa como la palma de la mano, y en el centro de él, otro círculo chiquito como de un real de á ocho, en el cual todos los que jugaban cada uno metía dentro de este círculo chico un piojo, cada uno tenía cuenta con el suyo, y apostaban muy grandes apuestas, y el piojo que primero salía del círculo grande tiraba toda la apuesta, que certifico la hubo de 80 cequíes. Como el capitán vió la resolución dejó que jugasen á lo que quisiesen; ¡tanto es el vicio del juego en el soldado! En Malta puse pleito46 por mi esclavo se en Malta por que tomé en tierra en cabo Silidonia; y habiéndose hecho de una parte y otra lo necesario, dieron sentencia los señores del armamento   —165→   que los 400 cequíes entrasen en el número de la presa y que á mí se me diesen cien ducados de joya por el prisionero, y la bandera, con facultad que la pusiese en mis armas por despojo, si quería; lo cual hice con mucho gusto, y entregué la bandera á una iglesia de Nuestra Señora de la Gracia. Tocóme con las partes y galima que hice más de 1.500 ducados, los cuales se gastaron brevemente; y viendo que las galeras de la Religión estaban de partencia para Levante, á hacer una empresa, me embarqué en ellas por venturero y en 24 días fuimos y venimos, habiendo tomado una fortaleza que está en la Morea, que se llama Pasaba, de la cual se trujeron 500 personas entre hombres y mujeres y niños; el Gobernador y mujer, hijos y caballos y 30 piezas de artillería de bronce, que se espantó el mundo, sin perder un hombre; verdad es que pensaron era la armada de cristianos que estaba en Mesina junta. Luego el mismo año, que fué 1601, fueron las mismas galeras á Berbería á hacer otra empresa. Embarqueme venturero como el viaje pasado, y fuimos y tomamos una ciudad llamada la Mahometa47; fué de esta suerte: llegamos á vista de la tierra la noche antes de que hiciéramos esta empresa, y caminamos muy poco hasta la mañana que estuvimos muy cerca; mandó el General que todos nos pusiésemos turbantes en la cabeza y desarbolaron los trinquetes; de suerte que parecíamos galeotas de Morató raez, y ellos lo pensaron, enarboladas banderas y gallardetes turquescos y con unos tamborilillos y charamolas tocando á la turquesca; de esta manera llegamos á dar fondo muy cerca de tierra; la gente de la ciudad, que está en la misma lengua del agua, salió casi toda: niños y mujeres y hombres; estaban señalados 300 hombres para el efeto, que no fueron perezosos á hacerlo, y con presteza embistieron con la puerta y ganaron, con que quedó presa; yo fui uno de los 300; cogimos todas las mujeres y niños y algunos hombres, porque se huyeron muchos; entramos dentro y saqueamos, pero mala ropa, porque son pobres vagarinos. Embarcáronse 700 almas y la mala ropa; vino luego socorro de más de 3.000 moros á caballo y á pie; con que dimos fuego á la ciudad y nos embarcamos. Costonos tres caballeros y cinco soldados que se perdieron por cudiciosos; con que nos volvimos á Malta, contentos, y gasté lo poquillo que se había   —166→   ganado, que las quiracas de aquella tierra son tan hermosas y taimadas, que son dueñas de cuanto tienen los caballeros y soldados.

De allí á pocos días me ordenó el Señor Gran Maestre Viñancur48 fuese á Levante con una fragata á tomar lengua de los andamentos de la armada turquesca, por la práctica que tenía de la tierra y lengua; llevaba la fragata, entre remeros y otros soldados, 37 personas de que yo era capitán, y para ello me dieron mi patente firmada y sellada del Gran Maestre. Fuí y entré en el Archipiélago; tuve noticia de unas barcas, como la armada había salido de los castillos afuera y que quedaba en una isla que se llama el Tenedo49 y que iba la vuelta de Xío; yo me entretuve hasta ver que llegase á Xío, y sabiendo que estaba allí, aguardé á ver si iba á Negroponte, que está en la Morea fuera del Archipiélago; porque si no sabía la certidumbre si iba á tierra de cristianos ú se quedaba en sus mares, no hacía nada, y es á saber: que todos los años el General de la mar sale de Costantinopla á visitar el Archipiélago, que son muchas islas habitadas de griegos, pero los Corregidores son turcos; y de camino recoge su tributo, que es la renta que tiene, y hace justicia y castiga y absuelve; además que todas aquellas islas le tienen guardado su presente conforme es cada una, y tiene la habitación y muda los Corregidores; trae consigo la Real con otras veinte galeras que están en Costantinopla; la escuadra de Rodas que son nueve; las dos de Chipre y una de las dos de Alejandría; dos de Tripol de Suria; una de Egito; otra de Nápoles de Romania; tres de Xíos; otras dos de Negroponte; otra de la de Caballa; otra de Mitilín; estas no son del Gran Turco; solas las de Costantinopla y las de Rodas, que las demás son de los Gobernadores que gobiernan estas tierras que he nombrado. Acuérdome de las dos de Damiata, que es por donde pasa el Nilo y en él están estas dos galeras y juntas hacen su visita como digo, al Archipiélago; y cuando ha de salir de él y venir á tierra de cristianos, se juntan las de Berbería, Argel, Biserta, Tripol y otras que arman para hacer cuerpo de armada   —167→   como lo hicieron este año; pero si no llegan á despalmar y tomar bastimentos á Negroponte, no hay pensar vayan á tierras de cristianos. Supe de cierto despalmaban y tomaban bastimentos en Negroponte y fuime aguardar á cabo Mayna, y del dicho cabo descubrí la armada, que era de 53 galeras con algunos bergantinillos. Partime para la isla de la Sapiencia que está enfrente de Modón, ciudad fuerte de turcos y cerca de Navarín; de allí me vine al Çante, ciudad de venecianos, en una isla fértil, y estuve hasta saber había partido de Navarín y atravesé á la Chifalonia, también isla de venecianos, y de allí me vine al golfo á la Calabria que hay 400 millas; tomé el primer terreno y di aviso como la armada venía, y costeando la tierra fuí dando aviso hasta llegar á Ríjoles, donde tuve noticia cierta iba á saquear, como lo había hecho otro General su antecesor que se llamaba Cigala. Fuí bien recibido del Gobernador de Ríjoles50, que era un caballero del hábito de San Juan, que se llamaba Rotinel, el cual se previno llamando gente de su distrito y caballería, y fué menester darse buena prisa, porque la armada estuvo dada fondo en la fosa de San Juan, distante de Ríjoles 15 millas; al tercer día, y por los caballos que iban y venían de la fosa de San Juan á Ríjoles, supimos cómo la armada echaba gente en tierra. El Gobernador les hizo una emboscada que les degolló 300 turcos y tomó á prisión 60; con que se embarcaron sin hacer daño ninguno, y á mi me mandó el Gobernador me metiese en mi fragata y atravesase el foso y diese aviso á las ciudades Tabormina51 y Çaragoça y Agusta que están en la costa de Sicilia enfrente de la de San Juan, distante veinte millas; lo cual hice atravesando por medio de su armada, y habiendo hecho lo que se me ordenó, pasé á Malta y di aviso de lo referido y estúvose con cuidado, con que la armada vino á la isla del Goço, donde tenemos una buena fortificación, y como estaban ya con aviso, cuando el enemigo quiso desembarcar, la caballería que hay en aquella isla no se lo consintió, ni que hiciesen agua. Este fin tuvo este año la armada del turco en nuestras tierras. Pasáronse algunos días con las quiracas   —168→   y enviáronme á Berbería á reconocer la Cántara, que es una fortaleza que está en Berbería cerca de los Gelves y es cargador de aceite, y se tenía nueva cargaban dos urcas para Levante. Salí del puerto de Malta con mi fragata bien armada, camino de Berbería, y á medio camino hay una isla que llaman de Lampadosa, donde cogimos á Caradali aquel cosario; tiene un puerto capaz para seis galeras, y hay una torre encima del puerto, muy grande, disierta; dicen está encantada y que en esta isla fué donde se dieron la batalla el Rey Rugero y Bradamonte; para mí, fábula; pero lo que no lo es que hay una cueva que se entra á paso llano; en ella hay una imagen de Nuestra Señora con un niño en brazos, pintada en tela sobre una tabla muy antigua, y que hace muchos milagros; en esta cueva hay su altar en que está la imagen, con muchas cosas que han dejado allí de limosnas cristianos, hasta bizcocho, queso, aceite, tocino, vino y dinero. Al otro lado de la cueva hay un sepulcro, donde dicen está enterrado un morabito turco, que dicen es un santo suyo y tiene las mismas limosnas que nuestra imagen, más y menos, y mucho ropaje turquesco; solo no tiene tocino; es cosa cierta que esta limosna de comida la dejan los cristianos y turcos, porque cuando llegan allí si se huye algún esclavo tenga con que comer hasta que venga bajel de su nación y le lleve si es cristiano ó turco; hémoslo visto, porque con las galeras de la Religión se nos ha[n] huído moros y guardádose allí hasta que ha venido bajel de moros y se embarca[n] en él; inter, comen de aquel bastimento; saben si son bajeles de cristianos ú moros los que quedan allí, en esta forma: la isla tiene la torre dicha, donde suben y descubren á la mar, y en viendo bajel van de noche entre las matas y al puerto, y en el lenguaje que hablan es fácil de conocer si es de los suyos; llaman y enlbárcanlo; esto sucede cada día. Pero adviértese que ni él ni nenguno de los bajeles se atreverá á tomar el valor de un alfiler de la cueva, porque es imposible salir del puerto, y esto lo vemos cada día. Suele estar ardiendo de noche y día la lámpara de la Virgen sin haber alma en la isla; la cual es tan abundante de tortugas de tierra que cargamos las galeras cuando vamos allí, y hay muchos conejos; es llana como la palma; bojea ocho millas.

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Toda esta limosna, que es grande, no consiente la imagen la tome ningún bajel de nenguna nación, si no son las galeras de Malta, y lo llevan á la iglesia de la Anunciada de Trápana; y si otro lo toma, no hay salir del puerto.




Capítulo IV

En que se sigue viajes de Levante y sucesos [hasta que llegué á la isla de Estampalia]52


Yo seguí mi viaje la vuelta de Berbería aquella noche y amanecí en el Seco, diez millas largo, donde estaba una galeota de decisiete bancos, que no me holgué de verla; la cual como me vió enarboló un estandarte verde con tres medias lunas, que llegaba al agua; mi gente comenzó á desmayar y el patrón dijo: ¡ay de mi! que somos esclavos, que es la galeota de Çayte Mamí de Tripol; yo le reñí y dije: ea, hijos, que hoy tenemos buena presa; paré y no navegué, por prevenirme; puse mi moyana en orden y enllenela de clavos y balas y saquillos de piedra y dije: dejáme, que esta galeota es nuestra; cada uno tenga su espada y rodela á su lado; y los soldados con sus mosquetes, que llevaba ocho que eran españoles de quien me fiaba; comencé á caminar hacia la galeota; ella se estaba queda y hacía bien, porque yo no podía huir, aunque hubo pareceres dello; pero era mi total ruina, además de la infamia; díjelos: amigos, ¿no veis que de aquí á tierra de cristianos hay 120 millas y que este bajel es reforzado y á cuatro paladas nos ancorará y les damos valor en huir?; dejáme hacer á mí, que yo tamién (sic) tengo vida; mirá, en llegando á abordarla nos esprolongaremos y daremos la carga de mosquetería; ellos se meterán abajo á recebilla, y cuando se levantasen á darnos la suya les daría con la moyana que estaba á mi cargo y los arrasaría; parecioles bien, y arbolando nuestras banderas53 fuí con el mayor valor á embestirla, que se quedaron atónitos; y vista mi resulución ya que estábamos cerca se puso en huida;   —170→   seguila mas de cuatro horas no pudiéndola alcanzar y mandé que no bogasen y que comiese la gente; la galeota hizo lo mesmo sin apartarse; torné á dar caza y ellos á recebilla, hasta la tarde que hice lo mesmo; estúveme quedo toda la tarde y la noche con buena guarda por ver si se iría con la escuridad y yo hacer mi viaje á la Cántara. Antes de amanecer dí de almorzar á la gente, y vino puro, por lo que se podía ofrecer; y amanecido me los hallé á tiro de arcabuz; puse la proa sobre ellos y los iba alcanzando, y tiré la mosquetería; ellos apretaron los puños en huir; yo en seguir, que no los quise dejar hasta que los hice embestir en tierra, debajo de la fortaleza de los Gelbes, donde saltaron en tierra, el agua á la cintura, porque esto todo es bajo; y aunque me tiraron algunas piezas, no por eso dejé de dar un cabo á la galeota y saqué fuera donde no me alcanzaba la artillería, habiendo quedado dentro dos cristianos que eran esclavos; el uno mallorquín y el otro siciliano de Trápana; hubo algunas cosillas, como escopetas y arcos y flechas y alguna ropa de vestir; quitele las velas y la bandera, y el buque, con hartas cosillas que no quise por no cargar la fragata, lo mandé quemar. Partime de allí la vuelta de la Cántara y no había en el cargador bajel nenguno. Olvidóseme decir de donde era la galeota, y era de Santa Maura, que venía á Berbería [á] armar para andar en corso.

De la Cántara me fuí á Tripol el Viejo, y en una cala que está doce millas me metí desarbolado todo un día y noche; y á otro día al amanecer pasaba un garbo cargado de ollas con 17 moros y moras. No se me escapó nenguno y meti los en mi fragata y eché á fondo el garbo en que le quité una tinaja llena de azafrán y algunos barraganes. Di la vuelta á Malta, donde fui bien recebido. Dióseme lo que me tocaba de los esclavos, que los toma la Religión á 60 escudos, malo con bueno, y del monte mayor me tocó á siete por ciento. Gastóse alegremente con amigos y la quiraca, que era la que mayor parte tenía en lo que ganaba con tanto trabajo. En este tiempo se llegó el día de San Gregorio, que está fuera de la ciudad seis millas, donde va toda la gente y el Gran Maestre y no queda quiraca54 en el lugar. Yo había de ir y de celos que tenía no quise ir ni que fuera la quiraca; y este día, después de comer, estando con la tal quiraca tratando nuestros   —171→   celos, oí disparar una pieza de el castillo de San Telmo, cosa nueva y al punto otra; salí á la calle y daban voces que se huían los esclavos del horno de la Religión donde hacen el pan para toda ella. Partí al punto al Burgo, donde tenía mi fragata, y pensando hallaría mi gente, fue en balde, porque se habían ido á San Gregorio; tomé luego de los barqueroles que andan ganando á pasar gente y armé la fragata, no metiendo más que la moyana y medias picas. Salí del puerto en seguimiento de los esclavos que iban en una buena barca y llevaban por bandera una sábana; llegando cerca les dijo que se rindiesen, y con poca vergüenza me dijeron que llegase; eran 23 y llevaban tres arcos con cantidad de flechas y dos alfanjes y más de 30 asadores; torneles á decir que mirasen los había de echar á fondo; que se rindiesen, que no los harían mal; que obligados estaban á buscar la libertad; no quisieron, diciendo querían morir, pues les había quitado la libertad. Dí fuego á la moyana y perniquebré á cuatro de ellos, y abordando me dieron una carga de flechazos que me mataron á un marinero y hirieron dos; entré dentro y maniatados los metí en la fragata y la barca que traje de remolco; acerté á estropear uno de ellos y era el cabo y se iba muriendo de las heridas; y antes que acabase lo ahorqué de un pie y colgado del entré en el puerto, donde estaba toda la gente de la ciudad en las murallas, y el Gran Maestre, que había venido al sentir la artillería. Llevaban más de doce mil ducados de plata y joyas de sus dueños, que anque55 huían del horno no había más que cuatro dél; que los demás eran de particulares. Valióme lo que yo me sé; salté en tierra, besé la mano al Gran Maestre y estimó el servicio y mandó que se me diese 200 escudos; pero si yo no me hubiera pagado de mi mano, no tocara ni un real, porque cargaron aquellos señores dueños de los esclavos, que eran todos Consejeros, y aun me puso pleito uno por el que ahorqué, á que se le pagase; no tuvo efecto, que se quedó ahorcado y la quiraca satisfecha de no haber ido á la fiesta, porque gozó todo lo que hurté en la barca, de que hoy día tiene una casa harto buena, labrada á mi costa.

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De allí á pocos días se ofreció que venían á Malta tres Padres capuchinos56 de Sicilia y se habían embarcado en un bajel cargado de leña, y salió un bergantín y los cautivó. Súpolo el Maestre y á media noche me envió á llamar y mandó en todo caso saliese del puerto en busca del bergantín, aunque fuese hasta Berbería. Hícelo, y llegado á Sicilia á la torre del Poçal tomé lengua como el bergantín iba á la Licata; seguile y allí me dijeron había ido á Surjento57 y allí me dijeron que había ido hacia Marçara58 y allí me dijeron había ido hacia el Maretimo, isla, la vuelta de Berbería, que hay un castillejo del Rey; dijéronme que allí había más de siete horas se había partido á Berbería. Resolvime seguille; la gente se amotinó contra mí porque no llevaba el bastimento necesario, y era verdad; pero yo me fiaba en que estaba en el camino la Madre de Dios de la Lampadosa, á quien le quitáramos todo el bastimento y al morabato con intención de pagárselo, y así se lo dije á todos, con que se quietaron. Hice vela la vuelta de Berbería en Nombre de Dios y á menos de ocho horas la guarda de arriba descubrió el bajel; apreté á remo y vela porque no me faltase el día y ganábale el camino á palmos; el bergantín se resolvió irse á una isla que se llama Calinosa, con parecelle se salvaría por venir la noche; pero yo me dí tan buena maña que le hice embestir antes de tiempo en la isla; huyéronseme todos los moros, que eran 17 y hallé el bergantín con solos los tres frailes y una mujer y un muchacho de catorce años y un viejo; retirele á la mar y estuve con buena guarda hasta la malsana; era lástima ver los Padres con las esposas en las manos; cenamos y á la mañana envié dos hombres diligentes á lo alto de la isla á reconocer la mar, y que se quedase uno de guarda y el otro bajase con lo que había; dijo estaba limpia de bajeles la mar, con lo cual envié al bosque, que es chiquito, á pegar fuego por cuatro partes, y en el aire salieron todos 17 moros sin faltar nenguno: aprisionelos y metí dentro de la fragata la mitad, y en el bergantín la otra mitad con otra mitad de mi gente, con lo cual hicimos vela la vuelta de Malta, donde entramos con el gusto que   —173→   se deja considerar, valiome mis 300 escudillos el viaje, además del agradecimiento, con que echó un remiendo la quiraca.

Dentro de pocos días me enviaron á Levante á tomar lengua; púseme en orden y partí de Golfo Lançado; fué el primer terreno que tomé el Çante 600 millas distante de Malta entre el Arcipiélago y en la isla de Cerfanto una mañana topé con un bergantinillo chico medio despalmado con diez griegos; metilos en mi fragata y pregunté dónde iban tan aprestados; dijeron que á Xío; yo como era bellaco les dije que ¿dónde tenían los turcos que traían?; dijeron y juraron que no tenían á nadie; yo dije: pues estos tapacines, ¿cuyos son? No véis que son en que comen los turcos? Que vosotros no traéis éstos; negaron; yo comencé á darles tormento y no como quiera; pasáronlo todos eceto un muchacho de quince años á quien hice desnudar y que le atasen y sentasen en una piedra baja; y dije: díme la verdá; si no, con este cuchillo te [he] de cortar la cabeza; el padre del muchacho, como vió la resulución, vino y echóse á mis pies y díjome: ¡ah, capitán! no me mates á mi hijo, que yo te diré dónde están los turcos; este tal se había ensuciado en el tormento; miren el amor de los hijos. Fueron soldados y trujeron tres turcos: uno señor y dos criados, con su ropa ú aljuba de escarlata aforrada en martas y sus cuchillos damasquinos con su cadenilla de plata; echóse á mis pies con una barba bermeja muy bien castigada. Despedí el bergantinillo con los griegos; pero olvidábaseme que trujeron con el turco cinco baules de estos redondos turquesos, llenos de damasco de diferentes colores y mucha seda sin torcer encarnada, y algunos pares de zapaticos de niños.

Traté de tomar lengua y éste me la dió, porque venía de Costantinopla y traía un caramuzal cargado, y de miedo de los cosarios venía en aquel bergantinillo, que parecía estaba seguro; y del turco tenía razón; díjome cómo la armada del turco iba al Mar Negro; con que descuidé y traté si quería rescatarse59; díjome que sí; venimos ajustar tras largas pláticas en que me daría 3.000 cequíes de oro y que para ello había de empeñar dos hijos en Atenas, de donde era; fuí hacia allá y no quise entrar en el puerto, porque tiene la boca estrecha y pueden no dejar salir, si quieren, con veinte arcabuceros; fuí á una cala que está cinco millas de la tierra;   —174→   fué necesario enviar uno de los dos criados, con tiempo tres horas, no más, para ir y venir; hízolo y vino con él toda la nobleza de Atenas á caballo; cuando ví tanta caballería retiréme á la mar, y en una pica enarbolaron una toalla blanca, con que me aseguré y yo arbolé la de San Juan; entraron dentro tres turcos venerables, y que yo saliese á ajustar; hícelo con uno que parecía ú debía de ser el Gobernador, por la obediencia que tenían; díjome que hasta otro día no se podía juntar el dinero; respondí qne con irme estaba hecho; que bien sabía que Negroponte estaba por tierra muy poco camino y podían avisar á Morató Gancho, que era el Baxá de aquella ciudad y podía venir con su galera que era de 26 bancos y cogerme; que si quería asegurarme de la mar y de la tierra, que yo aguardaría lo que mandase; díjome que de la mar no podia; que de la tierra, sí; yo dije: pues dame licencia, que me quiero ir, y llama tus turcos que están dentro la fragata. El, como me vió resuelto, me dijo que gustaba dello; y así, delante de todos alzó el dedo diciendo Hala ylala; con lo cual es más cierto este juramento que veinl escrituras cuarentijas60; hablamos de muchas cosas, porque entendía español; alviértese (sic) que había enviado á llamar al Morató Gancho; comimos de una ternera que se mató y en lugar de vino bebimos aguardiente de pasas de Corinto; hicieron que subiese á caballo; yo dije que no lo había ejercitado, si no el andar pemar; hiciéronlo ellos y corrieron y escaramuzaron, que era de ver, porque los caballos eran buenos y traían todos encima de las ancas una cubierta corta de damasco de diferentes colores y eran más de 250. Trujeron el dinero en reales de á ocho segovianos nuevos y me rogaron los tomase, que no se hallaba oro; dije al patrón que los tomase y contase y parecíale que tanto dinero nuevo y tan lejos ¿de donde se hace?; no hubiese alguna tramoya; vino á mí; díjomelo; mandéle cortase uno y eran el centro de cobre y el borde de plata; quejéme luego, y juramentando por Alá que no eran sabidores de ello, quisieron matar á dos venecianos mercaderes que lo habían traído; y lo hicieran si yo   —175→   no les fuera á la mano: rogáronme tuviese paciencia mientras se volvía á la ciudad á traer el dinero; y en cuatro caballos fueron cuatro turcos como el viento; estando en esto asomó por la puerta de la cala la galeota de Morató Gancho; yo cuando la ví me quedé helado, y al punto se pusieron á caballo y enarbolaron una bandera blanca en una lanza; la galera fué á la vuelta dellos y la hicieron dar fondo lejos de mí casi un tiro de arcabuz; que esta ley tienen estos turcos; y desembarcado el arraez, vino donde estaba yo con otros turcos; yo me fui para él y nos saludamos, él á su usanza y yo á la mía; fué á ver al que yo tenía esclavo, pidiéndome licencia; yo mandé al punto le echas en en tierra con su aljuba y cuchillos, como le tomé, que lo estimaron mucho; estuvimos de buena conversación y me pidieron fuese á ver la galera; fuimos y al entrar me saludaron con las charamelas; estuve un poco y luego nos salimos á tierra y pasamos en conversación hasta que vinieron con el dinero, que no tardó dos horas en ir y venir; trujéronlo en cequíes de oro, y más me presentaron dos mantas blancas como una seda, dos alfanjes con sus guarniciones de plata, dos arcos y dos carcajes con 500 flechas hechas un ascua de oro, mucho pan y aguardiente y dos terneras. Mandé sacar la seda por torcer y los zapaticos y dílos al que era mi cautivo, que me besó en pago dello; y más le dí una pieza de damasco, y otra presenté á el arraez de la galera; dióme él unos cuchillos damasquinos. Con que ya anochecía y quiriéndome yo partir me rogó cenase con él, que por la mañana me iría. Aceté y regalóme muy bien; estando cenando envió un billete mi cautivo al arraez, pidiéndole rescatase sus dos criados y que me lo rogase; hízolo con grande instancia; envié por ellos al punto á la fragata y díjele: véslos aquí ya á su voluntad; estimolo mucho; dábame 200 cequíes; no quise recebirlos y así me dijo: pues llévate este cristiano que me sirve en la popa á mí; yo le dije que lo adcetaba (sic) porque cobraba libertad. Fuíme á mi fragata y á la mañana envié á pedirle licencia para zarpar; díjome que cuando yo quisiese: hícelo, y al pasar por cerca la galera la saludé con la moyana; respondióme con otra pieza; con que nos fuimos cada uno su viaje. Tomé la derrota hacia el canal de Rodas y llegué á una isla que se llama Estampalia, con buena habitación de   —176→   griegos; en ésta no hay Corregidor, sino es Capitán y Gobernador un griego con patente del General de la mar; yo era muy conocido en todas estas islas y estimado, porque jamás los hice mal, antes los ayudaba siempre que podía; cuando tomaba alguna presa de turcos y no la podía llevar á Malta, daba de limosna el bajel y les vendía el trigo ú arroz y lino, que de ordinario eran la carga que traían; y fué tanto ésto, que cuando había algunas discusiones grandes, decían: aguardemos al Capitán Alonso, que así me llamaban, para que las sentenciase; y cuando venía, me hacían relación y las sentenciaba aunque aguardasen un año, y pasaban por ella como si lo mandara un Consejo Real, y luego comíamos todos juntos los unos y los otros.




Capítulo V

En que se sigue hasta que vine á Malta otra vez de Levante


Llegado que fuí á Estampalia61, entré en el puerto; era día de fiesta; y así como conocieron que era yo, avisaron y al punto bajaron casi toda la tierra y el capitán Jorge, que asi se llamaba, apellidándome o morfo pulicarto, que quiere decir mozo galán; venían muchas mujeres casadas y doncellas en cuerpo con sus basquiñas á media pierna y jaquetillas coloradas con media manga casi justa y las faldas della redondas hasta media barriga; medias de color y zapatos y algunas chinela abierta por la punta, y algunas las traen con terciopelo de color como el vestido también; quien puede de seda y quien no de grana; sus perlas, como las traemos en la garganta acá las traen en la frente, y sus arracadas y manillas de oro en las muñecas quien puede. Entre éstas había muchas que eran mis comadres, á quien había yo sacado de pila sus hijos. Venían todos tristes como llorando y á voces me pidieron les hiciese justicia; que una fragata de cristianos había con engaño llevádoles el pápaz, que es el cura, y que habían pedido por él dos mil cequíes. Yo dije, dónde estaba ú cuándo le habían cautivado; dijeron que esta mañana y no habían oído misa y era esta hora las dos de la tarde. Torné á preguntar; ¿pues dónde está la fragata de cristianos que le llevó? dijeron   —177→   que en el Despalmador, que es un islote cerca de dos millas. Enderecé allá con mi fragata y muy en orden, porque era fuerza el pelear aunque eran cristianos, porque son gente que arman sin licencia y todos de mala vida y hurtan á moros y á cristianos, como se vía, pues cautivaba el cura y lo rescataba en dos mil cequíes. En suma, llegué al islote62 con las armas en la mano y la artillería en orden; hallé la fragata con una bandera enarbolada, con la imagen de nuestra Señora; era la fragata chica, de nueve bancos, con veinte personas; mandé al punto entrase el capitán de ella en mi Fragata, que al punto lo hizo, y preguntéle dónde había armado; dijo que en Meçina; pedíle la patente y diómela, pero era falsa, y así luego hice entrar en mi fragata la mitad de la gente y que les echasen esposas y envié á su fragata otros tantos; comenzaron á quejarse diciendo que ellos no tenían culpa; que Jacomo Panaro les traía engañados, que así se llamaba su capitán, diciéndoles traía licencia del Virrey, y que querían ir sirviéndome al cabo del mundo y no andar un punto con el otro; que ellos no habían sabido quería cautivar al pápaz, y que así como vieron entrar mi fragata en el puerto, quiso huirse el capitán con el pápaz y ellos no quisieron, sino aguardar. Con ésto me resolví á que no los echasen esposas y desembarqué al capitán en el islote, desnudo, sin sustento nenguno, para que allí pagase su pecado muriendo de hambre. Partí con las dos fragatas y llegado al puerto estaban casi toda la gente della; desembarqué al pápaz, y así como le vieron comenzaron á gritar y á darme mil bendiciones; supieron cómo dejaba desnudo al capitán en la isla y sin comida: pidiéronme de rodillas enviase por él; dije que no me enojasen, que así se castigaban los enemigos de cristianos, ladrones; que agradeciesen que no le había ahorcado; subimos á la iglesia del lugar, dejando en guarda las fragatas, sin que subiese sino una camarada; entrando en la iglesia, se sentaron en los bancos los más caballeros, si es que los había, quiero decir los más granados, que en todas partes hay más y menos; á mí me sentaron sólo en una silla con una alfombra debajo los pies; y de allí un poco salió revestido el cura, como de Pascua, y comenzó á cantar y á responder toda la gente con Cristo saneste, que es dar gracias á Dios; incensóme y después   —178→   me besó en el carrillo y luego fué viniendo toda la gente; los hombres primero y luego mujeres, haciendo lo mesmo; cierto es que había hartas hermosas de que no me pesaba sus besos, que templaba con ellos los que me habían dado tantos barbados y bien barbados. De allí salimos y fuimos á casa de el Capitán, donde se quedaron á comer el pápaz y la parentela; enviaron luego á las fragatas mucho vino y pan y carne guisada y frutas, de las que había en abundancia.

Sentámonos á comer, que había harto y bueno; sentáronme á la cabecera de mesa; no lo consentí, sino que se sentase el pápaz; sentáronse las mujeres del Capitán y su hija, que era doncella y hermosa y bien ataviada; comióse y hubo muchos brindes, y acabada la comida dije que me quería ir á las fragatas; levantóse el pápaz con mucha gravedad y dijo: capitán Alonso, los hombres y mujeres desta tierra te han cerrado la puerta y quieren, rogándotelo, seas su caudillo y amparo, casándote con esta señora hija del capitán Jorge, el cual te dará toda su hacienda y nosotros la nuestra, y nos obligaremos á que el General de la mar te dé el cargo de capitán; que con un presente que le hagamos y pagalle el xarache acostumbrado, no habrá contradicción nenguna, y todos te seremos obedientes esclavos; y advierte que lo hemos jurado en la iglesia y que no puede ser menos; por Dios, que nos cumplas este deseo que tenemos muchos días há. Yo respondí que era imposible hacer lo que me pedían63, porque además de que había de tornar á Malta á dar cuenta de lo que se me había encomendado, era dar nota de mi persona y no dirían quedaba casado en tierra de cristianos y con cristiana, sino en Turquía, y renegado la fe que tanto estimo. Además, que aquella gente que traía quedaban en el riñón de Turquía y se podrían perder, y así sería yo causa de su perdición, perdiendo su libertad; y aunque les pareció mis razones fuertes, era tanto el deseo que tenían que dijeron me había de quedar allí; vístoles con tal resulución dije que fuese mi camarada á las fragatas y diese un tiento, a ver como lo tomaba mi gente, y conforme viera haría yo.

Bajó mi camarada y contó el caso, de que todos se espantaron; y si acá, arriba, me tenían amor, mucho más me tenían ellos; con lo cual comenzaron á armarse y sacaron una moyana de cada   —179→   fragata y la pusieron en un molino de viento que estaba enfrente de la puerta, poco distante, y enviaron á decir con mi camarada que si no me dejaban salir que habían de entrar por fuerza y saquear la tierra; que ese era el mejor pago que daban de las buenas obras que siempre les había hecho; espantáronse de tal amor y dijeron que no estaban engañados en haberme querido por señor; que por lo menos les diese la palabra de que volvería en habiendo cumplido con mis obligaciones; yo se la dí y quisieron diese la mano á la muchacha y besase la boca; yo lo hice de buena gana, y estoy cierto que si quisiera gozarla no hubiera dificultad. Dióme el pápaz tres alfombras harto buenas, y la muchacha dos pares de almohadas bien labradas y cuatro pañizuelos y dos berriolas labradas con seda y oro; enviaron gran refresco á las fragatas, y despedíme, que fué un día de juicio.

De Estampalia me fuí á una isla que se llama Morgon64, y allí despedí la fragata, con juramento que me hicieron de no tocar á ropa de cristianos, porque en aquellas tierras no se ha de andar más de con una fragata, y esa bien armada, y hermanada la gente y en un pie como grulla.

De Morgon me fuí la vuelta de la isla de San Juan de Padmos donde escribió el Apocalipse el santo evangelista, estando desterrado por el Emperador; y aquí está la cadena con que le trujeron preso.

En el camino topé con una barca de griegos que llevaba dentro dos turcos, el uno renegado, y era cómitre de la galera de Açan Mariolo; venía de casarse en una isla que se llama Sira; echéles sus manetas y despedí la barca; preguntéle si había junta de armada, como á persona que era fuerza el saberlo; dijo que no; con que seguí mi viaje, y tomando lengua en la ciudad de Padmos, hallé la mesma nueva; aquí se toma cierta, porque hay un castillo que sirve de con vento y es muy rico; tienen tráfago de bajeles en todo Levante y traen las banderas como los bajeles de San Juan. Con esto me fuí á una isla que está cerca quince millas, disierta, que se llama el Formacon, con pensamiento de   —180→   hacer las partes de el damasco y dinero, que por esto era tan amado de mi gente que no aguardaba el hacer las partes en Malta.

Envié tres hombres á lo alto á que hiciesen la descubierta la vuelta de tierra firme y á la mar y que con lo que hubiese viniese uno abajo, y entre tanto mandé que se sacasen á tierra los cuarteles y el damasco. Estando en esto llegó uno de los de arriba y dijo: Sr. Capitán, dos galeras vienen hacia la isla. Torné á mandar que metiesen el damasco y cuarteles dentro, y mandé hacer el coro á las velas y enjuncarla, y que estuviesen izadas. Luego bajaron los otros diciendo: señor, que somos esclavos. Mandé se sentase cada uno en su lugar, y zarpé el hierro y me estuve quedo: yo estaba en una cala. Las galeras no tenían noticia de mí por la navegación que traían, porque si la tuvieran, ciñeran la isla, que era chica, una por cada lado; y así me estuve quedo cuando asomó la una por la punta, á la vela: no me vió hasta que había pasado un buen rato; como vió la fragata, volvió sobre mí que estaba muy cerca; la otra galera hizo lo mesmo, y amainaron de golpe con gran vocería. Vino á quedar mi popa con la proa de la galera; y el arraez ú capitán, se puso con un alfanje encima de sus filaretes, no dejando entrar á nadie dentro, porque en su bulla no le trabucasen, y dando voces ¡dá la palamara, canalla! La palamara, es un cabo que quería darme la galera para tenerme atado. Yo, como los ví tan embarazados, dije entre mí: ó cien palos, ó libertad; y cazando la escoba que tenía en la mano, hice vela y alarguéme de la galera. Icé la otra vela y la galera, como estaba la una y la otra embarazada con la vela en crujía, primero que hicieron iza, escurre, é hicieron vela tras de mí, ya yo estaba más de una milla de ellos. Comenzáronme á tomar el lado de la mar, y yo era fuerza que para salir pasase por debajo de su proa. Faltó el viento y diéronme caza ocho ampolletas, sin que me ganasen un palmo de mar. Tornó á venir el viento y icé la vela y ellos y todo; tiráronme de cañonazos con el artillería, y con una bala me llevaron ó pasaron el estandarte de arriba del árbol y otra bala me quitó la forqueta de desarbolar, donde se pone el árbol y entenas. Cuando se desarboló la que está abajo, temí mucho no me echase á fondo y más que para alcanzarme usó de astucia marinera, y fué que cargaba toda la gente á la proa de la galera   —181→   por ver la fragata y no la dejaba caminar, y haciendo retirada con tres bancadas hacia la proa, comenzó á resollar la galera y me iba acercando palmo á palmo. Yo, como me ví casi perdido, valíme de la industria; ellos me tenían gana da la mar y yo iba de la parte de tierra, que era fuerza embestir en élla ó pasar por sus proas. En este paraje hay un islote cerca de tierra firme, que se llama el Xamoto; tiene un medio puerto, donde solemos estar cubiertos con las galeras de Malta para hacer alguna presa. Yo enderecé la fragata hacia allá é hice que subiese un marinero encima del árbol con una gabeta con pólvora, y que hiciese dos humadas, y que luego con un capote, llamase á la vuelta del islote. Las galeras que vieron esto, amainaron de golpe é hicieron el coro, volviendo á deshacer su camino con cuanta fuerza pudieron, pensando que estaban allí las galeras de Malta, con que en poco tiempo no nos vimos. Yo me fuí á una isla que se llama Nacaria, donde estuve con buena guarda, porque es alta y descubre mucho, hasta otro día al anochecer, que me partí para la isla de Micono, donde topé una tartana francesa cargada de cueros de cabras, que venía de Jío. Dióme nueva, como el arraez, que me dió caza con las dos galeras, que se llamaba Solimán de Gatanea, jefer65 ginovés, había estado á la muerte, de pesar de habérsele escapado una fragata debajo de la palamenta. Dije que yo era, y se espantó el patrón de la tartana y no acababa de decir, y avisóme que estaba de partencia para irme á buscar y aguardar á la salida del Arcipiélago (sic). Con esto me resolví de hacer el viaje para Malta y aguardé una tramontana recia con que me hice á la vela y salí de estos cuidados. Llegué á Malta donde se espantaron del suceso, é hicimos las partes del dinero y damasco, sacando del monte mayor para un terno para la iglesia de Nuestra Señora de la Gracia, que se dió con mucho gusto, y así mismo se descuidó en que no había armada por aquel año.

De allí á pocos días me enviaron á corsear con dos fragatas; una del Maestre y otra del Comendador Monreal, mi amo antiguo, sin orden de tomar lengua.

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Partí de Malta66 con las dos fragatas que parecían dos galeras, con 37 personas en cada una. Engolfeme la vuelta de Africa y tomé el primer terreno en cabo de Bonandrea, 700 millas de golfo; costeé las salinas y fuime á Puerto Soliman á refrescar la aguada, donde quiso mi desgracia que pasaban á la Meca, donde está el cuerpo de Mahoma, gran cantidad de moros, los cuales me hicieron una emboscada67 alrededor de un pozo donde había de ir á hacer el agua, que todo es juncales altos alrededor; y como los moros andan desnudos y de su color, no los vió la gente. Iban 27 marineros con barriles y 16 soldados españoles con sus arcabuces, y estando sobre el pozo se descubrió la emboscada y dieron sobre la gente. Los marineros echaron á huir sin barriles y los soldados á pelear retirándose y al trueno de los arcabuces salí yo con otros veinte hombres á socorrerlos, que ya venían cerca de la marina, y visto el socorro se detuvieron. Cautiváronme tres soldados y matáronme cinco, que me hicieron falta. Nuestra gente cautivó dos, un viejo de 60 años y otro poco menos. Alzamos bandera de paz y tratamos del rescate. Yo les daba sus dos por dos y el otro le rescataba. Dijeron que no, que todos tres; que los que yo tenía me los llevase. Dejámoslo, y tornáronme á llamar diciendo si quería los barriles llenos de agua, que qué les daría. Dije que ya no había menester agua sino los cristianos, y cierto que había menester más los barriles con el agua que la gente, porque no me había quedado vasijas en que meterla, sino dos carreteles y sino me los dan era fuerza perdernos; y como de burla dije: ¿qué quieres por cada barril lleno? Pidieron un cequí de oro y aunque se lo quisiéramos dar era imposible porque no habíamos hecho presa. Díjeles que no teníamos cequíes. Dijeron, pues danos bizcocho. Contenteme y diles por cada barril lleno de agua una rodela llena de bizcocho que no me hacía falta. Recogí todos mis 27 barriles y torné á rogallos me diesen los dos cristianos por los suyos. No quisieron y así traté de enterrar en la playa los muertos. Puse una cruz á cada uno. A la mañana los hallé encima de la arena, que me quedé espantado pensando los hubieran desenterrado algunos lobos. Pero cuando los ví me asombré, porque estaban sin narices y sin orejas y sacados los corazones. Pensé perder el juicio y arbolé   —183→   bandera de paz y dije lo mal que lo habían hecho. Respondieron llevaban á Mahoma á presentarle aquellos despojos en señal de la merced que les había hecho. Yo con la cólera dije que había de hacerlo mismo de los dos que tenía. Dijeron que querían más diez zequíes que treinta moros; y así delante de ellos les corté las orejas y narices y se las arrojé en tierra diciendo: ¡llevá también estas! y atándolos las espaldas con espalda me alargué á la mar y los arrojé á sus ojos y caminé la vuelta de Alejandría. No topé nada en esta costa y pasé á la ciudad de Damiata que es Egipto, y entré en río Nilo por si topaba algún bajel cargado. No topé nada. Atravesé la costa de Suria quo hay 130 millas. Llegué á las riberas de Jerusalén que están 24 millas de aquella santa ciudad. Entré en el puerto de Jafa y hallé unas barcas; huyóse la gente. De allí pasé á Castel Pelegrin en la mesma costa: de allí á Caifás; en una punta de este puerto hay una ermita, un tiro de arcabuz de la mar, y menos, donde dicen reposó Nuestra Señora cuando iba huyendo á Egipto. Caminé adelante al puerto de San Juan de Acre y había dentro bajeles, pero eran grandes y hube de pasar adelante á la ciudad de Beruta; también pasé y llegué á la de Surras, que estas dos ciudades y puertos son de un poderoso que casi no reconoce al Gran Turco: llamase el Amí de Surras. Un hermano de este vino á Malta y fué festejado y regalado y tornado á enviar con grandes presentes que le hizo la Religión, y así somos hospedados los bajeles de Malta y regalados en sus puertos, que para si estos señores príncipes cristianos quisiesen emprender la jornada de Jerusalén, tan santa, hay lo más andado en tener estos puertos y por amigos estos que ponen treinta mil hombres en campaña y los más son á caballo.

Entré en el puerto de Surras y como vieron era de Malta me regaló el Gobernador, que no estaba allí el Amí, y me dió refresco.

Pasé la vuelta de Tripol de Suria, gran ciudad; pero á la larga porque no saliesen dos galeras que hay allí. Fuime á la isla de la Tortosa que está en frente de la costa de Galilea, poco distante; es una isla chica y llana y florida todo el año. Dicen que estuvo en ella escondida Nuestra Señora y San Josef, de Herodes. Yo me remito á la verdad. Aquí despalmé mis fragatas y comimos muchos palominos, que hay infinitas palomas y tienen los   —184→   nidos en unas que debieron ser antiguamente cisternas. En todas estas partes ya se deja entender que estaría siempre con buena guarda, la cual hizo señal que venía un bajel; fuí á verlo y era caramuzal turquesco. Puse en orden mi gente y al emparejar con la isla les salí al encuentro. Peleó muy bien, que lo saben hacer los turcos, y al último le rendí con muerte de cuatro marineros mios y un soldado68, y de ellos trece muertos; cogí vivos y heridos veintiocho y entre ellos un judío con toda la tienda de bujerías, que era tendero. Estaba cargado de jabón lindo de Chipre y algún lino. Hice que toda la gente de la otra fragata se metiese dentro y llevasen la fragata de remolco y se fuesen á Malta, porque para dos fragatas me faltaba mucha gente, y quedeme con la mía bien armada. De allí costeé á Alejandreta, donde estaban los almacenes que saquearnos, y de allí entré en la Caramania, costeándola hasta Rodas, en esta forma: de Alejandreta al Bayaso, de allí á Lengua de Bagaja y de allí á Escollo provenzal, Puerto Caballero, Estanamur, Satalia, Puerto ginovés, Puerto veneciano, cabo de Silidonia, la Finica. Aquí hay una fortaleza buena; Puerto Caracol, el Cacamo, Castilrojo, Siete cavas, Aguas frías, Lamagra, Rodas; y de allí me fuí á la isla de Escarponto, de donde me engolfé para la isla de Candia; y en el golfo me dió una borrasca, que me hizo correr dos días y dos noches camino del Archipiélago y el primer terreno que topé fué una isla que se llama Jarhe, donde dicen estuvo uno de los cuerpos, San Cosme ó San Damián. Diéronme los griegos refresco por mis dineros y en tomándolo me partí para la isla de Estampalia, donde me querían casar: entré en el puerto y bajó todo el lugar por mí, pensando venía á cumplir la palabra. No hubo medio de saltar en tierra, diciéndoles que quedaban las galeras de Malta, con quien había venido, en la isla de Pares, y que yo me había alargado á vellos y si habían menester algo. Sintiéronlo mucho y diéronme gran refresco y dijeron como después que me fuí el viaje pasado, habían ido con una barca, por el Capitán Jacomo Panaro á la isla, y le habían traído y regalado hasta que llegó una tartana francesa que venía de Alejandría y se lo habían dado para que lo llevasen á tierra de cristianos, habiéndola dado buen refresco y diez zequíes para su camino. Yo me despedí dellos   —185→   y me fui mi viaje y en el golfillo de Nápoles de Romanía topé con un caramuzal cargado de trigo con siete turcos y seis griegos.

Los griegos juraban que el trigo era suyo y con el tormento confesaron era de turcos. Eché los griegos en tierra y caminé con el caramuzal á brazo de Mayna, que hay poco camino. Este brazo de Mayna es un distrito de tierra que está en la Morea, asperísimo, y la gente de ella son cristianos griegos: no tienen habitación ninguna, sino son en grutas y cuevas, y son grandes ladrones; no tienen superior electo, sino el que es más valiente á ese obedecen, y aunque son cristianos jamás me parece hacen obras de ello. No ha sido posible el sujetallos los turcos, con estar en el centro de su tierra, antes á ellos es á quien hurtan los ganados y se los venden á otros. Son grandes hombres del arco y las flechas. Yo vi un día que apostó uno á quitalle una naranja de la cabeza á un hijo suyo con una flecha á veinte pasos y lo hizo con tanta facilidad que me espantó. Usan unas adargas como broqueles, pero no son redondas, y espadas anchas y de cinco palmos y más. Son grandes corredores y se bautizan cuatro y cinco veces y más, porque los compadres tienen obligación de presentalles algo; y así siempre que pasaba por allí bautizaba algunos.

Llegué al puerto de Quoalla, que este es su nombre, con mi caramuzal de trigo: luego vino mi compadre, que se llamaba Antonaque y era el capitán de aquella gente, con su aljuba de paño fino y sus cuchillos damasquinos con cadenas de plata y su alfanje con guarnición de plata69. En entrando en la fragata, luego me besó. Mandé nos diesen á beber, como era costumbre; díjele como traía aquel caramuzal de trigo, que si me le quería comprar. Dijo que sí, y concertámosle en ochocientos zequíes, con bajel y todo, que él solo valía más. Dijo que por la mañana traería el dinero, que se había de recoger, y á media noche me cortaron los cabos con que estaba dado fondo y lo llevaron á tierra. Cuando echamos de ver el daño no tenía ya remedio, porque estaba ya encallado el bajel. Amaneció y ya no había casi trigo dentro, que tan buenos trabajadores eran. Vino luego mí compadre con otros dos, excusándose que él no había tenido culpa, que ya yo conocía la gente. Yo hice que no se me daba nada y mandé nos diesen de   —186→   almorzar, y estando almorzando hice levantar el ferro y salir fuera con mi fragata. Dijo, compadre, échame en tierra. Dije luego compadre, que voy á hacer la descubierta; y estando fuera, dije: compadre, fuera ropa, que es decir se desnudase. Él dijo que era traición. Dije: mayor es la que vos habéis hecho; pocas palabras y fuera ropa, y agradeced que no os ahorco de aquella entena. Desnudose en carnes y tendiéronlo, agarrado de cuatro buenos mozos, y le dieron con un cabo embreado más de cien palos, y luego le hice lavar con vinagre y sal, á usanza de galera, diciendo: envía por los 800 zequíes ú sino he de ahorcarte. Vió que iba de veras y envió uno de los que traía, echándose á nado, que no quise llegar á tierra. Trújolos en una hora y menos, en un pellejo de un cabrito, con lo cual se fueron á nado, que son bravos nadadores; y desde este día me llamaban, en Malta y el Archipiélago, el compadre de Brazo de Mayna.

Salí de allí, la vuelta de la Sapiencia, y de allí me engolfé para Malta, donde llegué en cinco días, y se holgaron con mi venida.

Habían vendido el jabón y los esclavos que envié con el caramuzal y la otra fragata. Hicieron las partes, tocóme buen por qué, con que la quiraca pasaba adelante con su fábrica de la casa. Entró también en parte los 800 zequíes y los siete esclavos que entraba yo. Holgámonos unos días, que no fueron muchos, porque luego me tocaron arma, mandándome despalmar la fragata sin saber para dónde. Es á saber, hubo nuevas que el Turco armaba una gruesa armada y no sabían para dónde, con que estaban con cuidado en Malta, y usaron de su buen juicio para salir de este cuidado en esta forma.

Cuando el Gran Turco apresta una armada para fuera de sus tierras, los judíos le proveen con una cantidad gratis, y cundo es la armada dentro de sus tierras hacen lo mesmo; pero diferente cantidad. El recogedor del distrito de la Caramania y Costantinopla está en Salónique, y éste tal sabíamos que estaba en una casa fuerte, cinco millas de la ciudad, con su casa; y los señores me dieron órden fuese por él, como si fuera ir á la plaza por unas peras. Diéronme una espía y un petardo ó hice mi partencia en nombre de Dios. Llegué al golfo de Salónique, no con poco trabajo, que está en el riñón de la Turquía, pasado el Archipiélago, que también   —187→   toma parte dél. Salté en tierra con 16 hombres y mi petardo y la espía, que me temí harto dél. Llegamos á la casa, que estaba como una milla de la marina y menos, púsose el petardo, hizo su efeto; entramos y cogimos al judío, su mujer70 y dos hijas pequeñas y un criadillo y una vieja, que los hombres se huyeron. Cargué con ellos al punto sin dejallos tomar ni una aljuba y sin que saquease la gente un trapo, y caminé á la marina, donde por mucha prisa que me dí, tenía, embarcándome, más de 400 caballos el agua á los pechos alanceándome; pero no hicieron nada, que estábamos ya dentro de la fragata. Comenzaron á dar carreras por aquella campaña, y yo saludándolos con mi moyana, que echaba cinco libras de bala. Ofrecíame el judío todo lo que yo quisiere porque lo dejase con toda seguridad, y aunque pude no me atreví, porque luego me dijo para dónde era la armada, que era contra los venecianos, y pedíanlos un millón de zequíes ú que les tomaría á Candía, que es una isla tan grande como Sicilia de longitud, y está en tierras del Turco y sus mares. Consoléle diciendo que venía á Malta. Viniendo mi viaje topé con una barca de griegos, y preguntando de dónde venían, dijeron de los Despalmadores del Xio. Pregunté si había algunas galeras, dijeron que no y que se había partido Solimán de Catania, Bay de Xío, con su galera Bastarda, y que había dejado á su mujer allí en una recreación. Dijo mi piloto, ¡juro á Dios, que la hemos de llevar á Malta! que sé su casa como la mía; y pues se ha ido anoche Solimán con la Bastarda, estarán descuidados.

Yo no me atrevía por llevar lo que llevaba. Animóme tanto y asegurómelo, que fué menos de lo que decía. Aguardamos la noche y á la media en punto desembarcamos con diez hombres y el piloto se fué como á su casa y llamó, y habló de Solimán como que venía de Jío, y abrieron; entramos dentro y sin nenguna resistencia cogimos la turca71 renegada, húngara de nación, la más hermosa que ví. Cogimos dos putillos y un renegado y dos cristianos esclavos, de nación corso el uno y el otro albanés. Cogimos la cama y ropa sin haber quien dijese nada; embarcámonos y caminamos á más no poder hasta salir del Archipiélago, que Dios nos dió buen tiempo. La húngara no era mujer, sino amiga. Regaléla con extremo, que lo merecía, aunque en rebeldía supe que   —188→   Solimán de Catania había jurado que me había de buscar y en cogiéndome había de hacer á seis negros que se holgasen con mis asentaderas, pareciéndole que yo me había amancebado con su amiga, y luego me había de empalar. No hubo tanta dicha en cogerme, aunque me hizo retratar y poner en diferentes partes de Levante y Berbería para que si me cogiesen le avisasen estos retratos. Supe los habían llevado de Malta cuando llevaron la húngara y los putillos rescatados, que fué el segundo año, siendo proveído por Rey de Argel.




Capítulo VI

En que se cuenta cómo salí de Malta y fuí á España, donde fui alférez


Yo llegué á Malta, donde fuí recebido como se deja considerar, que con cal aviso se quietó todo y dejaron de traer la infantería que habían enviado á hacer á Nápoles y á Roma, italiana, que la española va de Sicilia en semejantes ocasiones.

Peor le sucedió á mi piloto, que le cogieron dentro de cuatro meses, yendo en corso en una tartana, y le desollaron vivo y hincheron su pellejo de paja, que hoy está sobre la puerta de Rodas; era griego, natural de Rodas, y el más prático en aquellas tierras de cuantos pilotos hubo.

A estos tiempos que estaba gastando mi hacienda, que tanto me costaba el buscarla, topé la quiraca con una camarada mía, encerrados, á quien estaba haciendo tanto bien; díle dos estocadas de que estuvo á la muerte, y en sanando se fué de Malta de tensor no le matase, y la quiraca se huyó; aunque me echaron mil rogadores y rogadoras jamás volví con ella, que como había en club escoger, presto se remedió, y más que era yo pretendido cuido los oficios de importancia.

Estuve muchos días de asiento y aun meses en Malta, que fué milagro, hasta que me enviaron á Berbería con una fragata, y en nueve días fuí y vine y traje un garbo cargado de lienzo, que hinché casi un almacén, y catorce esclavos; valióme bien esta presa, y cuando dentro de pocos días llegó al puerto un galeón catalán que   —189→   venía de Alejandría cargado de ricas mercadurías para España, acordándome de mi tierra y madre, á quien jamás había escrito ni sabía de mí, resolví de pedir licencia al Gran Maestre, que me la dió de mala gana, su rostro con el mío al despedir.





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