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Da más quehacer interpretar las interpretaciones que dilucidar las cosas; y más libros se compusieron sobre los libros que sobre ningún otro asunto: no hacemos más que entreglosarnos unos a otros. El mundo hormiguea en comentadores; de autores hay gran carestía. El primordial y más famoso saber de nuestros siglos, ¿no consiste en acertar a entender a los sabios? ¿no es éste el fin común y último de todo estudio? Nuestras opiniones se injertan unas sobre otras; la primera sirve de sostén a la segunda, la segunda a la tercera; así, de grado en grado, vamos escalonándolas, por donde acontece que el que ascendió más alto frecuentemente atesora mayor honor que mérito, pues no ascendió sino en el espesor de un grano de mijo sobre los hombros del penúltimo.

¡Cuán frecuente, y torpemente quizás, amplifiqué yo mi libro hablando de él mismo! Torpemente, aun cuando no fuera más que por la sencilla razón que debiera moverme a acordarme de lo que digo de aquellos que hacen otro tanto, o sea: «que esas ojeadas tan frecuentes a su obra son testimonio de un corazón estremecido de puro amor; y hasta las asperezas del menosprecio con que la combaten, no son sino melindres y afectaciones enconados de un sentimiento maternal», según Aristóteles, para quien avalorarse y menospreciarse, nacen a veces de arrogancia semejante. La excusa que yo presento de «que debo disfrutar en aquello mismo libertad mayor que los demás, puesto que ex profeso escribo de mí y de mis escritos, como de mis demás acciones, y que mis argumentos se revelen contra mí mismo», ignoro si alguien la tomará en consideración para disculparme.

En Alemania he visto que Lutero ha dejado tantas divisiones y altercaciones sobre la interpretación de sus ideas, y más todavía de las que promovió sobre la Santa Escritura. Nuestro cuestionar es puramente verbal: yo pregunto, por ejemplo, lo que es Naturaleza, Voluptuosidad, Círculo y Sustitución; la cosa no depende sino de palabras, y con ellas se paga. Una piedra es un cuerpo: mas quien apurase siguiendo, «y cuerpo ¿qué es? - Sustancia.- ¿Y sustancia?», y así sucesivamente, acorralaría por fin al que respondiera en los confines de su calepino. Una palabra se cambia por otra, a veces más desconocida que la primera; conozco mejor lo que es Hombre, que no lo que es Animal, Mortal o Racional. Para aclarar una duda se me propinan tres; es la cabeza de la hidra. Sócrates preguntaba a Memnón: «¿Qué era virtud?» -Hay, decía Memnón, virtud de hombre y de mujer; de funcionario y de hombre privado, de niño y de anciano. -¡Buena es ésa! exclamó Sócrates, buscábamos una virtud y nos presentas un enjambre.» Comunicamos una cuestión, y se nos facilita una colmena. De la propia suerte que ningún acontecimiento ni ninguna   —430→   forma se asemejan exactamente a otras, así ocurre que ninguna cosa difiere de otra por completo: ¡ingeniosa mezcolanza de la naturaleza! Si nuestras caras no fueran semejantes, no podría discernirse el hombre de la bestia; si no fueran desemejantes, tampoco se acertaría a distinguir, el hombre del hombre; todas las cosas se ligan mediante alguna similitud; todo ejemplo cojea, y la relación que por la experiencia se alcanza, es siempre floja e imperfecta. Júntanse de todos modos las comparaciones por algún cabo así también las leyes se adaptan a nuestros negocios a expensas de alguna interpretación apartada, obligada y oblicua.

Puesto que las leyes morales, cuya mira es el deber particular de cada uno en sí, son tan difíciles de establecer como por experiencia tocamos, no es maravilla que las que gobiernan el conjunto lo sean más aún. Considerad la índole de esta justicia que nos rige, la cual es un verdadero testimonio de la humana debilidad: tan grande es la contradicción y el error que alberga. Lo que nosotros creemos favor o rigor en la justicia, y reconocemos tanto que no sé si con el término medio se tropieza con igual frecuencia, no son sino partes enfermizas y miembros injustos del cuerpo mismo y esencia de ella. Unos campesinos acaban de advertirme apresuradamente que han dejado en un bosque de mi pertenencia a un hombre acribillado de heridas, que todavía respira, y que por piedad les ha pedido agua, y socorro para que le levantaran: ellos dicen que ni siquiera osaron acercarse a él, y han huido, temiendo que las gentes de justicia los atraparan, y que como ocurre cuando se encuentra a alguien junto a un muerto, los obligaran a dar cuenta del sucedido para la cabal ruina de todos, puesto que carecen de capacidad y dinero con que defender su inocencia. ¿Qué los hubiera yo repuesto? Es ciertísimo que ese deber de humanidad les hubiera colocado en un aprieto.

¿Cuántos inocentes no hemos descubierto que fueron castigados hasta sin culpa de los jueces, y cuántos más que no descubrimos? El hecho siguiente ocurrió en mi tiempo. Algunos fueron condenados a muerte por homicidio; la sentencia si no dictada fue al menos en principio acordada. Así las cosas, ocurre que los jueces son advertidos por los magistrados de mi tribunal subalterno vecino, de que guardar algunos prisioneros, quienes confiesan resueltamente el homicidio, llevando al proceso una claridad indudable. Delibérase si a pesar de ello, se debe interrumpir y diferir la ejecución de la sentencia emitida contra los primeros; considérase la novedad del ejemplo, y su consecuencia, para suspender los juicios; que la condena fue jurídicamente sentada, y los jueces de arrepentimiento exentos. En suma, aquellos pobres diablos, se sacrifican a   —431→   las fórmulas de la justicia. Filipo (o algún otro) proveyó a un inconveniente parecido de la manera siguiente: había condenado a un hombre a pagar a otro recias multas, por virtud de un juicio bien determinado, y como la verdad se hallara algún tiempo después, viose que el juicio había sido injusto. De un lado estaba la razón de la causa, de otro la razón de las formas judiciales: el rey satisfizo en cierto modo a ambos, dejando la sentencia en su primitivo estado y recompensado con su bolsillo los perjuicios del lesionado. Pero este accidente era reparable; los individuos de que hablo fueron irreparablemente ahorcados. ¡Cuántas condenas he visto más criminales que el crimen mismo!

Esto trae a mi memoria aquellas opiniones antiguas: «Que es fuerza ejecutar males particulares a quien quiere obrar bien en conjunto; e injusticias en las cosas pequeñas a quien pretende hacer justicia en las grandes; que la justicia humana se formó o modeló con la medicina, según la cual, todo cuanto es útil, es al par justo y honrado: y me recuerda también lo que dicen los estoicos, o sea que la naturaleza misma procede contra la justicia en la mayor parte de sus obras; y lo que sientan los cirenaicos: que nada hay justo por sí mismo, y que las costumbres y las leyes son las que forman la justicia; y lo que afirman los teodorianos, quienes para el filósofo encuentran justo el latrocinio, el sacrilegio y toda suerte de lujuria, siempre y cuando que le sean provechosos.» La cosa es irremediable: yo me planto en el dicho de Alcibíades, y jamás me presentaré, en cuanto de mi dependa, ante ningún hombre que decida de mi cabeza, donde mi honor y mi vida penden del cuidado e industria de mi procurador, más que de mi inocencia. Arriesgaríame a semejante justicia quien considerara el bien obrar y también el malo; donde me cupiera tanta esperanza como temor: la indemnización no es recompensa suficiente para un hombre cuya conducta supera al no incurrir en falta. No nos muestra nuestra justicia más que una de sus manos, y ésta ni siquiera es la derecha: quien con ella se las ha, pierde seguramente.

En China, donde las leyes y las artes, sin mantener comercio ni tener conocimiento de las nuestras, sobrepujan nuestros ejemplos en muchas partes de excelencia, y cuya historia me enseña cuánto más amplio es el mundo y más diverso de lo que los antiguos y nosotros penetramos, los oficiales comisionados por el príncipe para estudiar la situación de sus provincias, de la propia suerte que castigan a los malversadores del erario, también remuneran con liberalidad cabal a los que se condujeron por cima de lo ordinario y excedieron el deber que su cargo los imponía: ante aquéllos se comparece no sólo para responder de la misión encomendada, sino para adquirir con ella, ni simplemente   —432→   para ser remunerado, sino para ser gratificado. A Dios gracias, ningún juez hasta ahora me habló como tal, ni por negocio mío ni por el de un tercero, ni criminal ni civilmente: ninguna prisión me recibió, ni siquiera para por ella pasearme; la fantasía misma muéstrame ingrata la vista de tales recintos. Tan loco estoy de libertad, que si alguien me prohibiera el acceso de algún rincón de las Indias, viviría en algún modo contrariado; y mientras encontrara tierra o aire libres por otras partes, no me estancaría en lugar donde me fuera necesario ocultarme. Bien sabe Dios que yo soportaría mal la condición en que veo a tantas gentes, clavadas en un barrio de estos reinos, privadas de la entrada en las principales ciudades y cortes y de la frecuentación de los caminos públicos, por haber infringido las leyes. Si aquellas a quienes sirvo me amenazaran, siquiera fuera en lo que monta un grano de anís, partiría incontinenti en busca de otras, donde quiera que fuese. Toda mi insignificante prudencia en estas guerras civiles en que vivimos, encaminada va a que no interrumpan mi libertad de ir y venir.

Ahora bien, éstas se mantienen en crédito, no porque sean justas, sino porque son leyes, tal es la piedra de toque de su autoridad; de ninguna otra disponen que bien las sirva. A veces fueron tontos quienes las hicieron, y con mayor frecuencia gentes que en odio de la igualdad, despliegan falta de equidad; pero siempre fueron hombres, vanos autores o irresueltos. Nada hay tan grave, ni tan ampliamente sujeto a error como en leyes, en ellos caen siempre de continuo. Quien las obedece porque son justas, no lo hace precisamente por donde seguirlas debe. Las nuestras, francesas, nos dan la mano en algún modo, merced a su desbarajuste y deformidad para el desorden y corrupción que vemos en su promulgación y ejecución: la autoridad es tan turbia o inconstante que excusa algún tanto la desobediencia, y el vicio de interpretación en la administración y en la observancia. Cualquiera que sea, pues, el fruto que de la experiencia podamos alcanzar, apenas servirá gran cosa a nuestro régimen el que sacamos de los ejemplos extraños, si tan mal utilizamos el que de nosotros mismos tenemos, el cual nos es más familiar y en verdad capaz de instruirnos en lo que nos precisa. Yo me estudio más que ningún otro asunto: soy mi física y mi metafísica.


   Qua Deus hauc mundi temperet arte domum:
qua venit exoriens, qua deficit, unde coactis
    cornibuss in plenum menstrua luna redit;
unde salo superant venti, quid flamine captet
    eurus, et in nubes unde perennis aqua;
sit ventura dies, mundi quae subruat arces,
    quaerite, quos agitat mundi labor.1444



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En esta universalidad me dejo ignorante y negligentemente llevar por la ley general del mundo: de sobra la sabré cuando la sienta; mi ciencia no puede hacerla mudar de sendero: no se diversificará por mí; considero que es locura esperarla y más grande aún apenarse por ella, puesto que en todo es necesariamente semejante, pública y común. La bondad y capacidad de gobernador nos debe pura y plenamente descargo del cuidado del gobierno: las inquisiciones y contemplaciones filosóficas sólo sirven de alimento a nuestra curiosidad. Con harta razón los filósofos nos remiten a los preceptos de la naturaleza, pero éstos nada tienen que hacer con un conocimiento tan sublime: ellos lo falsifican, presentándonos disfrazado el semblante de aquéllos, subido de color y sofístico en demasía, de donde nacen tantos retratos diversos de un asunto tan uniforme. Como nos proveyó de pies para andar, también nos suministró prudencia para manejarnos en la vida, no tan ingeniosa, robusta, ni pomposa como la que para nuestro uso inventaron, sino fácil, queda y saludable; ésta cumple a maravilla lo que la otra ordena en quien sabe emplearla de una manera ingenua y ordenada, es decir, de una manera natural. El más sencillo encomendarse a la naturaleza, es el más prudente entregarse. ¡Oh, cuán dulce almohada, blanda y sana es la ignorancia e incuriosidad, para el reposo de una cabeza bien conformada!

Mejor preferiría entenderme bien conmigo mismo que no con Cicerón. Con la experiencia que tengo de mí propio en lo bastante con que hacerme prudente si fuera buen escolar: quien ingiere en su memoria el exceso de su cólera pasada y hasta dónde esta fiebre lo llevó, ve toda la fealdad de esta pasión mejor que en Aristóteles, y de ella concibe un odio más justo; quien recuerda los males que lo atormentaron, los que le amenazaron, las ligeras sacudidas que le cambiaron de un estado en otro, con ello se prepara a las mutaciones futuras y al reconocimiento de su condición. La vida de César no es de mejor ejemplo que la nuestra para nosotros mismos; emperadora o popular, siempre es una vida acechada por todos los accidentes humanos. Ecuchémonos vivir, esto es todo cuanto tenemos que hacer; nosotros nos decimos todo lo que principalmente necesitamos; quien recuerda haberse engañado tantas y tantas veces merced a su propio juicio, ¿no es un tonto de remate al no desconfiar de él para siempre? Cuando por ajenas razones me convenzo de la evidencia de una   —434→   falsa opinión, no tanto veo lo que de nuevo se me ha dicho (flaca adquisición sería), como en general pienso en mi debilidad y en la traición de mi entendimiento, de lo cual saco enseñanza para mi corrección en conjunto. Con todos mis demás errores hago lo propio, y experimento con esta regla utilidad grande para la vida: no considero la especie ni el individuo como una piedra donde haya tropezado, sino que aprendo a desconfiar en todo de mis remedios, deteniéndome a mejorarlos. Los yerros en que mi memoria me hizo caer con frecuencia tanta, hasta cuando estuvo más segura de sí misma, no fueron cabalmente perdidos: inútil es ahora que me jure y perjure afianzarse para en adelante: hago con la cabeza la señal de quien desconfía; el primer reparo que se presenta a su testimonio me deja, suspenso y no osaría fiarme de ella en cosa de alguna monta ni fundamentarla en autoridad ajena. Y si no considerara que en el defecto en que yo incurro por falta de memoria los otros caen con frecuencia mayor por falta de fe, cogería, siempre la verdad de la boca del prójimo, mejor que de la mía, tratándose de hechos. Si cada cual expiara de cerca los efectos y circunstancias de las pasiones que le regentan como yo hice con aquellas en que caí, veríalas venir, procurando hacer un poco más lenta la impetuosidad y la carrera de las mismas: no saltan de una vez a nuestra garganta; muéstranse a veces con gradaciones y amenazas:


Fluctus uti primo caepit quum albescere vento,
paniatim sese tollit mare, et altius undas
erigit, inde imo consurgit ad aethera fundo.1445



El juicio ocupa en mi un lugar primordial, o al menos cuidadosamente se estuerza para ello; deja a mis apetitos amplio campo, así al odio como a la amistad, hasta la que a mí mismo me profeso, sin alterarlo ni corromperlo: si no puede reformar las demás partes según él, por lo menos no se deja deformar por ellas; cumple su misión aislado.

El advertimiento común «De conocerse», debe de ser de un importante efecto, puesto que aquel Dios de ciencia y de luz1446 lo hizo plantar al frente de su templo como comprensivo de cuanto tenía que aconsejarnos: Platón dice también que prudencia no es otra cosa que la ejecución de esta enseñanza; y Sócrates lo verifica por lo menudo en Jenofonte. Las dificultades y obscuridades no se descubren   —435→   en las ciencias sino por aquellos que las penetraron, pues precisa todavía algún grado de ver la ignorancia; para saber si una puerta está cerrada, menester es empujarla; de donde nace esta sutileza: «Ni los que saben necesitan inquirir, puesto que saben; ni tampoco los que no saben, puesto que para informarse precisa saber en lo que se trata de inquirir.» Así en punto a, «Conocerse a sí mismo», lo de que todos se muestren tan resueltos y satisfechos, y lo de que cada cual crea hallarse suficientemente competente, significa que nadie entiende jota, conforme Sócrates enseña a Eutidemo. Yo que de otra cosa no hago profesión, en ello encuentro una profundidad y variedad tan infinitas que en mi aprendizaje no reconozco otro fruto que el de hacerme sentir cuánto me queda por aprender. A mi debilidad, tantas veces reconocida, debo mi inclinación a la modestia, la sujeción a las creencias que no fueron prescritas, la constante frialdad y moderación de opiniones, y el odio de esa arrogancia importuna, y querellosa que en sí se cree, y todo lo fía, y en sí todo lo confía, capital enemiga de disciplina y de verdad. Oíd cómo ejercen de maestros; para las primeras torpezas que anticipan emplean el estilo de un profeta o el de un legislador. Nihil est turpius, quam cognitioni et perceptioni assertionem approbationemque praecurrere.1447 Aristarco decía que antiguamente apenas si se encontraron siete sabios en el mundo, y que en su tiempo apenas se encontraban siete ignorantes; ¿no tendríamos nosotros mayor motivo de sentar lo mismo de nuestro tiempo? La afirmación y testadurez son signos expresos de torpeza. Quien ha caído de bruces en el suelo cien veces en un día, vedle al instante sobre sus espolones sustentado, tan resuelto y cabal como antes: diríase que al punto le infundieron algún alma y vigor de entendimiento nuevos y que le acontece lo propio que a aquel antiguo hijo de la tierra1448, que alcanzaba nueva firmeza y se reforzaba con su caída;


      Cui quum tetigere parentem,
jam defecta vigent renovato robore membra1449:



ese indócil porfiado, ¿cree recuperar un nuevo espíritu emprendiendo una nueva disputa? Por experiencia propia acuso la humana ignorancia, que es a mi entender el más serio partido de la mundanal escuela. Los que en sí mismos no quieren reconocerla, valiéndose de ejemplo tan vano como el mío, o como el suyo propio, que la descubran   —436→   por Sócrates, el maestro de los maestros; pues Antístenes el filósofo decía a sus discípulos: «Vamos todos a oírle; ante él, seré yo discípulo con vosotros»; y sentando el dogma de su secta estoica, según el cual, «la virtud basta a hacer la vida plenamente dichosa sin necesidad de ningún otro aditamento», añadía: «si no es de la fuerza de Sócrates».

Esta dilatada atención que yo pongo en considerarme me enseña también a juzgar medianamente de los demás; y pocas cosas hay de que hable de una manera más dichosa y admisible. Acontéceme con frecuencia ver y distinguir más exactamente la condición de mis amigos de lo que ellos la reconocen; a alguno dejé admirado por la pertinencia de mi descripción, y de sí mismo le advertí. Por haberme acostumbrado desde mi infancia a mirar mi vida en la de los otros adquirí una complexión estudiosa en este punto, y cuando en ello me empleo, pocas cosas se me escapan en mi derredor que dejen de ilustrarme: continente, humores, razonamientos. Todo lo estudio, lo que me precisa fluir como lo que he menester seguir. Así en mis amigos descubro por el modo cómo se producen sus inclinaciones internas; y no para ordenar tan infinita variedad de acciones, tan diversas y tan recortadas, en ciertos géneros y capítulos, y distribuir distintamente mis pareceres y divisiones en clases y regiones conocidas


Sed neque quam multae species, et nomina quae sint,
est numerus.1450



Los doctos hablan, y denotan sus fantasías más específicamente y a la menuda: yo que no veo en ellas sino lo que el uso me informa, sin regla alguna, presento las mías generalmente a tientas, como aquí formulo mi sentencia mediante artículos descosidos, como cosa que no se pueda decir en conjunto ni en montón: la relación y conformidad no se encuentran en almas como las nuestras, bajas y comunes. Es la prudencia un edificio sólido y entero en el cual cada pieza ocupa su rango y lleva su marca correspondiente: sola sapientia in se tota conversa est1451. Yo dejo a los artífices (y no estoy muy seguro de si logran su empeño en cosa tan complicada, menuda y fortuita) el ordenar en categorías esta variedad innumerable de aspectos, detener nuestra inconstancia y disponerla en orden. No solamente considero difícil el ligar nuestras acciones las unas a las otras, también aisladas juzgo poco hacedero el designarlas propiamente, por alguna cualidad principal:   —437→   tan dobles son todas ellas y abigarradas, según el cristal con que se miran. Lo que por raro se advierte en Perseo, rey de Macedonia, o sea: «que su espíritu a ninguna condición se sujetaba, sino que iba errando por todos los géneros de vida y representando costumbres tan libres en su vuelo y tan vagabundas que ni él mismo ni los demás conocían qué clase de hombre fuera», me parece aproximadamente convenir a todo el mundo y por cima de todos he visto algún otro de su medida a quien esta conclusión podría aplicarse todavía más propiamente, a mi ver1452. Ninguna posición media; yendo a dar del uno al otro extremo por causas inadivinables; ninguna clase de rumbo, sin experimentar contrariedad portentosa; ninguna facultad completamente buena ni enteramente mala, de tal suerte que lo más verosímilmente que algún día pueda representársele será diciendo que gustaba y estudiaba el darse a conocer por ser desconocido. Hay que tener oídos bien resistentes para escuchar el juicio franco de sí mismo; y porque son pocos los que pueden sufrirlo sin mordedura, los que se determinan a emprenderlo de nosotros nos muestran una amistad singular, pues es querer raramente el tomar a su cargo el ofender y el herir para buscar provecho. Duro es a mi entender el juzgar a aquel cuyas malas condiciones sobrepujan a las buenas: Platón recomienda tres cualidades a quien pretende examinar el alma ajena: ciencia, benevolencia y resolución.

Alguna vez se me ha preguntado para qué me hubiese reconocido yo apto en el caso de que a alguien se lo hubiera ocurrido servirse de mí cuando de ello estaba en edad;


Dum melior vires sanguis dabat, aemula necdum
temporibus geminjis canebat sparsa senectus1453:



«A nada», contestaba yo: y me excuso de buen grado de no saber hacer cosa que a otro me esclavice. Pero habría dicho las verdades a mi maestro, y hubiera fiscalizado sus costumbres si él lo hubiese deseado: no en conjunto, por medio de lecciones escolásticas, que ignoro por completo (y ninguna enmienda veo nacer en los que las conocen), sino observándolas paso a paso, con toda oportunidad, y juzgando a la vista, parte por parte, de manera sencilla y natural; haciéndole ver quién es conforme a la opinión común, oponiéndome a sus cortesanos. Ninguno hay de entre nosotros que no valiera menos que los reyes si fuera así, continuamente corrompido, como ellos lo son, por esa canalla de gentes: ¿y cómo si hasta Alejandro, aquel gran monarca y filósofo, no pudo de ellos libertarse? Yo hubiera   —438→   poseído fidelidad bastante y también resolución de juicio para expresarme con desahogo. Sería un cargo sin razón de ser en la casa de un príncipe si así no se desempeñara, no respondiendo al efecto para que se instituye, y es un papel que no todos pueden indistintamente desempeñar, pues hasta la verdad misma carece del privilegio de ser empleada a cada instante, y en todas las cosas; tan noble como es su causa, tiene sus circunscripciones y sus límites. Con frecuencia ocurre, siendo el mundo como es, que se desliza en el oído de un monarca, no solamente sin provecho, sino también perjudicial e injustamente; y nadie podrá hacerme creer que un santo advertimiento no pueda a veces ser viciosamente aplicado, ni que el interés de la substancia no tenga que inclinarse en ocasiones al de la fórmula.

Quisiera yo, para este oficio, un hombre contento de su fortuna,


Quod sit, esse velit; nihilque malit1454,



y nacido en situación mediana; con tanta más razón cuanto que de una arte no temería tocar viva y profundamente el corazón de su señor por no desviarse con esta conducta del curso de su carrera; por otro lado, siendo de aquella condición tendría más fácil comunicación con toda suerte de gentes. Quisiera también un solo hombre, pues extender a varios el privilegio de esta libertad y privanza, engendraría una perjudicial irreverencia; exigiría, sobre todo, en el hombre de que hablo la fidelidad y la reserva.

Un soberano no es de creer cuando se alaba de su firmeza en aguardar el encuentro del enemigo para su gloria, si para su provecho y mejoramiento no es capaz de soportar la libertad de las palabras amigables, cuyo fin no es otro que el de pellizcarle el oído (el complemento efectivo en su mano está). Ahora bien; no hay ninguna condición humana que más haya menester que los reyes de verdaderas y libres advertencias: pública es su vida, y han de ser gratos a la opinión de tantos espectadores, mas como se acostumbra a callarlos cuanto puede apartarlos de la resolución que formaran, cuando menos lo piensan se muestran sin sentirlo entregados al odio y execración de sus pueblos por circunstancias que acaso hubieran podido evitar sin detrimento de placeres mismos, de haber sido avisados y, desde luego, bien encaminados. Comúnmente los favoritos miran a sí mismos más que al soberano y así no les va mal, pues, a la verdad, casi todos los deberes de la amistad verdadera se colocan cuando en aquél se emplean en prueba ruda y peligrosa. De suerte que precisa para con ellos no solamente mucha afección y franqueza, sino también la entereza y el ánimo.

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En fin, toda esta pepitoria que yo emborrono aquí, no es más que un registro de las experiencias de mi vida, la cual, por lo que a la salud interna toca, es bastante ejemplar, no como un modelo que imitar, sino que evitar; mas por lo que respecta a la salud corporal, nadie mejor que yo puede poveer de experiencias más útiles, ni presentarla pura, en ningún modo corrompida ni adulterada, por parte ni opinión preconcebidos. En las cosas tocantes a lo medicina, todo lo puede la experiencia, aun cuando la razón impere. Decía Tiberio que quien había vivido veinte años debía estar bien al cabo de las cosas que le eran perjudiciales o favorables, y saber manejarse libre de medicinas; lo cual acaso aprendiera en Sócrates, quien cuidadosamente aconsejaba a sus discípulos como un estudio principal el estudio de su salud, añadiendo que era difícil para un hombre de entendimiento que pusiera reparo en sus ejercicios, en comer y en beber, el no discernir mejor que cualquier médico lo que era bueno o malo. Así la medicina hace siempre profesión de mostrar constantemente la experiencia como piedra de toque de sus operaciones, y así Platón decía bien al asegurar que para ser médico verdadero sería necesario haber pasado por todas las enfermedades que han de curarse por todas las circunstancias y accidentes de que un facultativo debe juzgar. Es razón que padezcan el mal venéreo si pretenden saber curarlo. En las manos de uno así resolveríame yo encomendarme, pues los otros nos guían a la manera de aquel artista que pintara los mares, escollos y los puertos, tranquilamente sentado en su gabinete, e hiciera pasear la figura de un navío con seguridad cabal: lanzadle a la realidad, y no sabrá por dónde se anda. Hacen igual descripción de nuestros males que el pregonero de la ciudad, cuando grita la pérdida de un caballo o la de un perro de tal color, alzada u oreja, a quien, cuando el animal es presentado, le desconoce por completo sabiendo sus señas puntuales. ¡Pluguiera a Dios que la medicina me procurase algún día un evidente y buen socorro; entonces gritaría con buena fe sus milagros,


Tandem efficaci do manus scientiae!1455



Las artes que nos prometen mantener el cuerpo en salud y lo mismo el alma, mucho es lo que nos prometen, así no hay ningunas otras que más desencanten ni desilusionen. Y en nuestro tiempo, los que entre nosotros las ejercen, muestran menos los efectos que todos los demás hombres; puede decirse de ellos, a lo sumo, que venden drogas medicinales, mas que sean médicos no puede asegurarse. Yo he vivido bastante tiempo para poder tener en cuenta el régimen que tan largo me condujo: para quien   —440→   quiera gustarlo me presento como escanciador. He aquí algunos artículos tal como el recuerdo me los muestra: ninguno de mis humores ha dejado de cambiar a medida de los accidentes; registro sólo los más ordinarios, los que me dominaron hasta el momento actual.

Mi manera de vivir es la misma, cuando sano que cuando enfermo: reposo en el mismo lecho y a horas idénticas, tomo los mismos alimentos e igual bebida, y la única diferencia consiste en la moderación del más o del menos, según mis fuerzas y apetito. Consiste mi salud en mantener sin trastorno mi natural estado. Yo veo que la enfermedad me deja libre de un lado, y, si otorgo crédito a los médicos me desvían del otro, de suerte que, por acaso y por arte, héteme fuera de mi camino. Nada más que esto creo con mayor certeza: que en manera alguna podrán ocasionarme quebranto las cosas con que me familiaricé de tan antiguo. La costumbre imprime norma a nuestra vida, tal cual la place, y todo lo puede en este punto; es el brebaje de Circe, que diversifica a su antojo nuestra naturaleza. ¡Cuántas naciones, hasta las situadas a cuatro pasos de nosotros, consideran ridículo el temor al sereno, que nos hiere tan sensiblemente! Un alemán enferma acostándose sobre un colchón, un italiano sobre la pluma blanda y un francés sin cortinaje ni fuego. El estómago de un español no soporta nuestra manera de comer, ni el nuestro el beber a la suiza. Plugiéronme las palabras de un alemán en Augsburgo el cual censuraba las molestias de nuestros hogares con iguales argumentos a los de ordinario por nosotros empleados para condenar sus estufas, pues a la verdad ese calor estadizo, junto con el olor de la substancia que las compone, recalentada, aturde a casi todos los no habituados; a mi no me hace mella, pero por lo demás, aun siendo el calor igual, constante y general, sin llama ni humo, y sin el viento, que la abertura de nuestras chimeneas nos procura, tiene por qué ser con el nuestro comparado. ¿Por qué no imitamos la arquitectura romana? Dícese que en lo antiguo el fuego no se encendía en las casas sino por fuera, y al fin de ellas, de donde el calor se extendía al interior por medio de tubos practicados en el recio de los muros, los cuales iban a dar a los lugares, que debían ser calentados, cosa que he visto claramente manifiesta en Séneca, no recuerdo en qué pasaje. Como mi alemán me oyera encarecer las comodidades y hermosura de su ciudad (y eran justas mis alabanzas), empezó a compadecerme porque tenía que alejarme, y entre las molestias primeras con que me brindó, figuraba la pesantez de cabeza que me procurarían las chimeneas en otras partes. De este mal había oído quejarse a alguien y me colgaba a mí, privado como estaba por la costumbre de advertirlo en su país. Todo calor proveniente del fuego me debilita y   —441→   amodorra; Eveno decía, sin embargo, que el mejor condimento de la vida era el fuego: mejor prefiero yo todo otro modo de escapar al frío.

Tenemos nosotros el vino cuando en los toneles queda poco, los portugueses constituyen con él sus delicias, y es entre ellos el brebaje de los príncipes. En conclusión, cada pueblo tiene algunos usos y costumbre que son no solamente desconocidos para los demás, sino también milagros y repulsivos. ¿Qué hacer de un pueblo que sólo acoge los testimonios impresos, que no cree a los hombres sino a los libros, ni lo verdadero cuando su edad no es competente? Dignificamos nuestras torpezas al meterlas en el molde: para el común de las gentes es de mayor peso decir: «Lo he leído» que si decís: «Lo he oído decir.» Pero yo que creo lo mismo en la boca que en la mano de los hombres; que sé que se escribe tan indiscretamente como se habla, y que juzgo este siglo de la propia suerte que cualesquiera otros de los que pasaron, lo mismo traigo a cuento a un mi amigo que a Macrobio o Aulo Gelio, y lo que vi como lo que éstos escribieron. Y del propio modo que la virtud no es más grande por ser más añeja, creo que la verdad por ser más vieja no es más prudente. A veces me digo que es torpeza pura lo que nos hace correr tras los ejemplos extraños y escolásticos: la fertilidad de éstos es igual en los momentos en que vivimos que en los tiempos de Homero y Platón. ¿Mas no es cierto que buscamos más bien el honor de la alegación que la verdad del razonamiento? Como si no fuera lo mismo extraer nuestras pruebas de las oficinas de Vascosan o Plantino que de lo que se ve en nuestro lugar; o más bien ocurre que carecemos de espíritu para escudriñar y hacer valer lo que pasa ante nosotros, y juzgarlo vivamente para convertirlo en ejemplo; pues si decimos que la autoridad nos falta para dar fe a nuestro testimonio, expresámonos torcidamente, tanto más cuanto que a mi entender de las más ordinarias cosas comunes y conocidas, si a luz supiéramos sacarlas, podrían formarse los prodigios más grandes de la naturaleza y los ejemplos más maravillosos, principalmente en lo tocante a las acciones humanas.

Ahora bien, para volver a mi asunto, y dejando a un lado los ejemplos antiguos que sé por los libros, y lo que Aristóteles refiere de Andrón el argiano, sobre que atravesaba sin catar el agua los áridos desiertos de Libia, diré que un gentilhombre, el cual desempeñó dignamente algunos cargos, aseguraba en mi presencia haber hecho el viaje de Madrid a Lisboa en pleno estío sin beber gota; para los años que cuenta, goza de salud vigorosa, y nada de extraordinario ofrece su género de vida, sino el permanecer dos o tres meses, y a veces hasta un año, sin probar el agua. Siente sed, pero la deja pasar, considerando que es un apetito   —442→   que fácilmente por sí mismo languidece, y bebe más bien por capricho que por necesidad o por placer.

He aquí otro caso. No ha mucho tiempo que encontré yo a uno de los hombres más sabios de Francia, y de los que gozan de fortuna no mediocre, estudiando en el rincón de una sala, al abrigo de un espeso cortinaje; en derredor suyo los criados promovían un estrépito lleno de licencia, y me dijo (Séneca casi decía otro tanto de sí propio) que alcanzaba su provecho de la barahúnda, cual si derrotado su espíritu por el ruido se recogiera y encerrara más en sí mismo para la contemplación, añadiendo que la tempestad de las voces hacía repercutir sus pensamientos en su interior. Siendo este señor escolar en Padua tuvo su estudio instalado durante tanto tiempo en un cuarto que daba a la plaza, donde nunca tenía fin el tumulto ni el estruendo de los carruajes, y así se había hecho no sólo a menospreciar, sino a apetecer el ruido para el provecho de sus estudios. Sócrates contestó a Alcibíades, quien se maravillaba de que pudiera soportar el continuo machaqueo de la mala cabeza de su mujer: «Como los que se familiarizan con el ruido ordinario de las norias», repuso el filósofo. Mi manera de ser no es así; mi espíritu es blando, y fácilmente toma vuelo, mas cuando algún impedimento le tropieza, hasta el zumbido de una mosca le asesina.

Séneca, siendo joven, como abrazara ardientemente el ejemplo de Sextio, quien no comía cosa ninguna a que se hubiera dado muerte, mantúvose así durante un año, y muy a gusto, según dice, abandonando solamente tal costumbre para que no oyeran que seguía los preceptos de algunas religiones nuevas que lo sembraban. Al propio tiempo siguió el ejemplo de Átalo, de no acostarse muellemente en colchones de los que se hunden con el peso del cuerpo, usando hasta la vejez los que no ceden al tenderse. Lo que el uso de su tiempo consideraba como rudo, el del nuestro lo convierte en voluptuoso.

Parad mientes en la diferencia que existe entre el vivir de mis braceros y el mío; los escitas y los indios nada tienen que más se aleje de mi fuerza y de mi forma de vida. Ocurriome a veces arrancar a algunas criaturas de la limosna para que me sirvieran, y bien pronto me dejaron, y mi cocina y mi librea, sólo por convertirse a su existir primero; uno encontré luego recogiendo almejas en medio del arroyo para su comida, a quien ni por ruegos ni amenazas supe distraer de lo sabroso y dulce que encontraba en la indigencia. Tienen los pordioseros sus magnificencias y voluptuosidades, como los ricos, y dícese que también cuentan con sus dignidades y órdenes políticas. Estos son efectos de la costumbre; la cual puede habituarnos no sólo a tal o cual forma que la plazca (por eso dicen los filósofos que debemos plantarnos en la mejor, pues al punto nos facilitará   —443→   el camino), sino también al cambio y a la variación, que es el más noble y útil de sus aprendizajes. La mejor de mis complexiones corporales consiste en ser flexible y escasamente porfiado; algunas de mis inclinaciones me son más propias y ordinarias y también más agradables que otras, pero a costa de poco esfuerzo las sacudo y me deslizo fácilmente a la manera contraria. Para despertar su vigor debe un joven trastornar sus reglas, evitando al par así que aquél se enmohezca y apoltrone; ningún género de vida tan tonto ni tan flojo como el de conducirse por prescripción y disciplina;


Ad primum lapidem vectari quum placet, hora
sumitur ex libro; si prurit frictus ocelli
angulus, inspecta genesi, collyria quarit1456:



lanzarase con frecuencia hasta en los excesos mismos, si me cree; de otra suerte el menor desorden ocasionará su ruina; en la conversación truécase en desagradable e incómodo. La cualidad más opuesta a la esencia del hombre cumplido es la delicadeza y sujeción a cierto hábito particular, y es particular cuando no es plegable y flexible. Es vergonzoso dejar de hacer algo por impotencia o por no atreverse a practicar lo que se ve hacer a los compañeros: que gentes tales permanezcan en su cocina, junto al fuego. Indecoroso es en todos, pero en un guerrero es vicioso además e insoportable. Éste, como decía Filopómeno, debe acostumbrarse a todas las vidas, por desiguales y diversas que sean.

Aun cuando yo haya sido enderezado, tanto como fue posible, a la libertad e indiferencia, como por incuria envejeciendo me detuve en ciertos hábitos (mi edad está ya libre de toda educación, y nada tiene que considerar si no es la persistencia), la costumbre, sin darme cuenta de ello imprimió tan maravillosamente en mí su carácter en ciertas cosas, que llamo excesos al desvíarme; y sin efecto sensible no puedo dormir durante el día; ni tomar nada entre las comidas, ni desayunar, ni acostarme sino pasado un largo intervalo, como de tres horas largas, después de cenar; ni procrear sino antes del sueño, ni de pie; ni soportar el sudor, ni beber agua pura o vino puro, ni permanecer largo tiempo con la cabeza descubierta, ni resistir que me afeiten después de comer; tan difícilmente prescindiría de mis guantes como de mi camisa; de lavarme al acabar de comer y al levantarme de la cama y del dosel y cortinas de mi lecho, como de las cosas más necesarias, no pondría ningún reparo en comer sin mantel, pero a la alemana, sin servilleta blanca, lo haría con incomodidad   —444→   sobrada; más que ellos y que los italianos las ensucio, ayudándome poco de tenedor y cuchara. Siento que no se haya seguido una costumbre que yo he visto iniciada, a ejemplo de los reyes, o sea que nos cambiaran de servilleta, según los manjares, como de plato. De Mario, aquel soldado rudo, sabemos que con la vejez trocose delicado en el beber, y que sólo lo hacía en una copa que llevaba consigo lo mismo me dejo yo cautivar por cierta forma de vasos, y no bebo de buena gana, en los de vidrio común; todo metal me disgusta comparado con una substancia clara y transparente; quiero que mis ojos prueben las cosas en la medida de lo posible. Algunos de entre tales regalos me los procuró la costumbre. Naturaleza también me favoreció con los suyos, como el no poder soportar ya dos comidas fuertes en un mismo día sin recargar mi estómago, ni la abstinencia cabal de una de las comidas sin llenarme de vientos, tener la boca seca y perturbar mi apetito. El sereno dilatado me hace daño, pues de algunos años acá, en los quebrantos de la guerra, cuando toda la noche se va de un lado a otro, como acontece comúnmente, pasadas cinco o seis horas, mi estómago empieza a removerse, procurándome vehemente dolor de cabeza, y el día no llega sin que haya vomitado. Como los demás van a tomar el desayuno, yo me voy a dormir, y después del sueño me encuentro muy a gusto y bien dispuesto. He considerado siempre que el sereno no se extendía sino con el nacimiento de la noche, mas frecuentando familiarmente en estos últimos años durante largo tiempo a un señor imbuido en la creencia de que es más rudo y perjudicial al declinar del sol, una o dos horas antes de ponerse (el cual evita cuidadosamente menospreciando el de la noche), faltome poco para que imprimiera en mí, más que su razonamiento, su propia sensación. ¿Qué decir de nosotros, puesto que la duda misma y la investigación hieren nuestra fantasía modificándonos? Los que instantáneamente se inclinan ante esas pendientes, atraen hacia sí la completa ruina. Yo compadezco a muchos gentileshombres a quienes la torpeza de sus médicos hizo languidecer, encerrándose en sus hogares en plena juventud y con las fuerzas cabales: mejor sería sufrir un catarro que perder para siempre por desacostumbrarse el comercio de la vida común. ¡Desdichada ciencia, que nos avinagra las horas más dulces de la jornada! Dilatemos nuestro dominio echando mano hasta de los últimos medios: comúnmente nos endurecemos al resistir al mal, corrigiendo así la propia complexión, como César con el epiléptico, a fuerza de menospreciarlo y descuidarlo. Deben ponerse en práctica los preceptos mejores, mas no a ellos esclavizarse, si no es a aquellos (si los hay) cuya obligación y servidumbre sean cabalmente provechosos.

Defecan los monarcas y los filósofos, y también las damas:   —445→   a ceremonia se debe la reputación que envuelve las vidas públicas; la mía, privada y obscura, goza de toda dispensa natural; soldado y gascón son también cualidades algo apartadas de lo discreto, por lo cual diré lo siguiente de ese acto: Que precisa dejarlo para cierta hora determinada de la noche, obligarse por costumbre y sujetarse, como yo hago; mas no dejarse avasallar, como hice envejeciendo, por el cuidado de la comodidad particular de lugar y sitio para esta operación, convirtiéndola en molesta por dilatación y molicie. Sin embargo, hasta en los más sucios quehaceres, ¿no es en algún modo excusable exigir algo de miramiento y limpieza? Natura homo mundum et elegans animal est.1457 De todas las acciones naturales es ésta la en que peor de mi grado soporto el ser interrumpido. Conocí muchas gentes de guerra molestadas por el desorden su vientre: el mío y yo nunca fallamos a nuestro señalamiento, que es al saltar de la cama, si alguna apremiante ocupación o enfermedad no nos perturban.

Juzgo, pues, como decía ha poco, que allí donde los enfermos no puedan mejor ponerse al abrigo de accidentes los mantengamos quietos, conforme al género de vida ordinario, en el jugar donde se engendraron y prosperaron el cambio, cualquiera, que sea, perturba y hiere. Resignaos a creer que las castañas dañan a un perigordano o a un luqués, y la leche o el queso a los que habitan en la montaña. Va ordenándoseles, no solamente una nueva, sino contraria forma de vida, modificación que ni siquiera un hombre sano soportaría. Aconsejad el agua a un bretón de setenta años; encerrad en una estufa a un marino, prohibid el pasearse a un lacayo vasco: así agarrotan a los enfermos, quitándolos por fin aire y luz.


An vivere tanti est?
Cogimur a suetis animum suspendere rebus,
    atque, ut vivamus, vivere desinimus...
Hos superesse reor, quibus et spirabilis aer,
    et lux, qua regimur, redditur ipsa gravis?1458



Y si no realizan otra buena obra, al menos logran la de preparar a los pacientes tempranamente a la muerte, minándoles poco a poco y cercenándoles el uso de la vida.

Lo mismo sano que enfermo, déjeme fácilmente llevar por los apetitos que me asaltaron. Yo otorgo gran autoridad a mis deseos y propensiones: no gusto de curar el mal por el mal mismo, y detesto los remedios que son más importunos   —446→   que la enfermedad. Encontrarme sujeto al cólico e imposibilitado del placer de comer ostras, es caer en dos males por evitar uno solo: el dolor nos pellizca por un lado, el precepto por otro. Puesto que al riesgo de engañarnos estamos abocados, expongámonos más bien en seguimiento del placer. El mundo hace lo contrario y nada cree útil que no sea doloroso; la facilidad es para él sospechosísima. Mi apetito en algunas cosas se acomodó bastante felizmente por sí mismo, e inclinó a la salud de mi estómago; la acrimonia y el picante de las salsas me agradaron cuando joven, mi estómago se hastió después, el paladar le siguió muy luego: el vino perjudica a los enfermos, es lo primero con que mi boca se contraría con invencible contrariedad. Todo lo desagradable me hace daño y nada me ocasiona dolor de lo que tomo con apetito y contento. Nunca me ocasionó perjuicio la acción que me fue muy grata, de suerte que hice ceder siempre ampliamente en pro de mi placer toda conclusión medicinal; y en mi juventud


Quem circumcursans huc atque huc saepe Cupido
    fulgebat crocina splendidus in tunica1459,



me, presté tan licenciosa e inconsideradamente como cualquiera otro al deseo que me amarraba:


Et militavi non sine gloria1460;



más, sin embargo, que por arranques fuertes, por continuidad y duración:


Sex me vix memini sustinuise vices.1461



En verdad, es desdichado al par que sorprendente, el confesar la edad débil en que vine a caer en esta sujeción. El hecho fue casual de todo en todo, pues tuvo mucho antes de los años en que la razón desenvuelta ya conoce: mi recuerdo no remonta a tales lejanías y mi fortuna, en este punto, puede hermanarse con la Cuartilla1462, quien de su doncellez no guardaba memoria:


Inde tragus, celeresque piti, mirandaque matri
    barba meae.1463



Ordinariamente pliegan los médicos con provecho sus preceptos yendo contra la violación de los apetitos rudos que asaltan a los enfermos; esos grandes deseos no pueden   —447→   considerarse tan extraños ni viciosos que naturaleza deje de tener en ellos alguna parte. Además, ¿cuán avasalladora no es el ansia de aplacar la fantasía? A mi entender esta facultad todo lo arrastra, o a lo menos, predomina sobre todas las otras. Los más dañosos y ordinarios males son aquellos que la mente nos acarrea: este decir español me place por muchos motivos, Defiéndame Dios de mí1464. Lamento, cuando estoy enfermo, el no sentir algún deseo que me procure la satisfacción de saciarlo; apenas si la medicina de ello me apartaría. Hago lo mismo en cabal salud; o no descubro cosa alguna sino el esperar y el querer. Es lastimoso languidecer y debilitarse hasta el apetecer.

El arte médico no es tan evidente que a nosotros nos deje de toda autoridad desposeídos, sea lo que fuere lo que hagamos: se modifica según los climas y según las lunas; según Fernel o Escalígero1465. Si vuestro doctor no encuentra provechoso que durmáis ni que uséis del vino o de cualquier manjar, nada os importe; otro os encontraré que de su parecer no participe: la diversidad de los argumentos y opiniones medicinales abarca toda suerte de formas. Yo vi retorcerse y reventar de sed a un pobre enfermo para curarse; otro facultativo que le visitó después condenó tal régimen como dañoso: ¿valió la pena su tormento? Recientemente murió del mal de piedra un hombre de ese oficio, el cual se había servido de la extrema abstinencia para combatir su enfermedad: sus colegas afirman que debió seguir un régimen contrario, porque el ayuno, decían, secó y coció la arena en sus riñones.

He advertido que en las heridas, y también en las enfermedades, el hablar me perjudica y conmociona lo mismo que el mayor descuido en que pudiera incurrir. La voz me cuesta esfuerzo y fatiga, pues la tengo aguda y resistente; de tal modo que, cuando hablé a los grandes al oído de negocios importantes, tuvieron necesidad de que la moderase.

Este cuento merece detenerme. Alguien1466 en cierta escuela griega hablaba como yo, en voz alta; el maestro de ceremonias le ordenó que bajara de tono: «Que me haga saber, repuso el amonestado, el diapasón en que quiere, que me exprese», y aquél replicó: «Que adopte el tono del oído que le escucha.» La observación era acertada siempre y cuando que se entienda: «Hablad con arreglo a lo que tratéis con vuestro oyente»; pues en el caso que quisiera decir: «Basta con que os oiga, u ordenaos por él», no me parece razonable. El tono y el movimiento de la voz, guardan alguna expresión y significación de mi sentido; a mí   —448→   me incumbe el conducirlo para representarme: hay una voz para instruir, otra para alabar o censurar. Yo quiero que la mía, no solamente llegue a quien me escucha, sino también acaso que le hiera y atraviese. Cuando yo regaño a mi lacayo con tono agrio y duro, sería bueno que me dijera «¡Mi amo, hablad con mayor dulzura, que os oiga bien!» Est quaedam vox ad auditum accommodata, non magnitudine, sed proprietate.1467 La palabra pertenece por mitad a quien habla y a quien escucha; éste debe prepararse a recibirla, según el movimiento que ella adopta: como en el juego de pelota el que recula y avanza lo efectúa según los movimientos del contrario, y con arreglo a la dirección que éste imprime a aquella.

La experiencia me ha enseñado además esta verdad: que la impaciencia nos pierde. Tienen los males su vida y sus límites, su salud y su enfermedad. La constitución de las dolencias está formada conforme al patrón constitutivo de los animales; tienen su carrera y sus días limitados desde la hora en que nacen: quien imperiosamente intenta abreviarlas por la fuerza, al través de su curso, las alarga y multiplica, y las atormenta, en lugar de apaciguarlas. Mi parecer es el de Crántor, o sea: «que no hay que oponerse obstinadamente a los males de manera desatentada, ni sucumbir ante ellos blandamente, sino que precisa cederlos el paso según su condición y la nuestra». Debe dejarse libre entrada a las enfermedades, y creo que en mí se detienen menos porque las consiento obrar: despojeme de aquellas que se consideran como más persistentes y tenaces, por su propia decadencia, sin ayuda ni arte contra los preceptos que las combaten. Dejemos trabajar un poco a la naturaleza: ella entiende mejor que nosotros sus negocios. «Pero, se me repondrá, fulano así murió.» Vosotros haréis lo mismo, si no es de este mal, de otro: ¿y cuántos no dejaron de morir teniendo tres médicos en sus asentaderas? Es el ejemplo un espejo vago, general y aplicable en todos sentidos. Si se trata de una medicina deleitosa, aceptadla, puesto que en ello hay un bien inmediato: yo no me detendré en el nombre ni en el color; si es grato y apetecible, el placer es de las principales especies de provecho. Yo he dejado envejecer en mí, de muerte natural, catarros, fluxiones gotosas, relajaciones, palpitaciones de corazón, dolores de cabeza y otros accidentes, que perdí cuando a medias iba ya acostumbrándome a soportarlos: mejor se los conjura por cortesía que por altanería. Es preciso sufrir con dulzura las leyes de nuestra condición: existimos para envejecer, para debilitarnos y para enfermar, a despecho de toda medicina. Es la lección primera que los mejicanos suministran a sus hijos cuando al salir del vientre de las   —449→   madres van así saludándolos: «Hijo, viniste al mundo para pasar trabajos: resiste, sufre y calla.» Es injusto dolerse porque haya acontecido a alguien lo que puede suceder a todos: Indignare, si quid in te inique proprie constitutum est.1468

Ved al anciano que pide a Dios que le conserve su salud cabal y vigorosa, es decir, que de nuevo le devuelva la juventud:


Stulte, quid haec frustra votis puerilibus optas?1469



¿no es estar loco de remate? su condición se opone a tal floreciente estado. La gota, el mal de piedra y la indigestión son síntomas de luengos años, como de luengos viajes es proprio el soportar el calor, las lluvias y los vientos. Platón no cree que Esculapio se molestara en proveer el empleo de regímenes diversos a la duración de la vida en un cuerpo estropeado y débil, inútil a su país, inútil a su profesión y a procrear hijos sanos y robustos; tampono cree este cuidado en armonía con la justicia y prudencia divinas que debe trocar en útiles todas las cosas. ¡Buen hombre! no hay remedio: es ya imposible de nuevo enderezaros; se os revocará cuando más y apuntalará un poco, alargando así en alguna hora vuestra miseria:


Non secus instantem cupiens fulcire ruinam,
    diversis contra nititur objicibus;
donec certa dies, omni compage soluta,
    ipsum cum rebus subruat auxilium1470:



Es necesario aprender a sufrir lo que no se puede evitar: nuestra vida está compuesta, como la armonía del mundo, de cosas contrarias, y también de diversos tonos, dulces y ásperos, agudos y llanos, blandos y graves: el músico que no gustara más que de una clase de diapasón, ¿qué podría hacer de bueno? Es preciso que sepa servirse en común y que acierte a continuarlos; así debemos hacer nosotros con los bienes y los males consustanciales con nuestra vida: nuestro ser no puede subsistir sin esta mezcla, y una de las dos categorías no es menos necesaria que la otra. Intentar revolverse contra la necesidad natural es representar a lo vivo la locura de Ctesiphon, que quería luchar a puntapiés con su mula.

Yo me consulto rara vez las alteraciones que experimente, pues aquellas gentes1471 tienen mucho terreno ganado cuando dependemos de su misericordia: os aturden siempre   —450→   los oídos con sus pronósticos; como me sorprendieran antaño debilitado por el mal, maltratáronme injuriosamente con sus dogmas y continente magistrales; amenazáronme tan pronto con grandes dolores, como de muerte próxima. Sus palabras ni me abatieron ni tampoco me sacaron de quicio, pero me chocaron y empujaron: si mi juicio no se modificó ni alteró, imposibilitose por lo menos, lo cual supone agitación y combate.

Trato yo a mi fantasía con la mayor dulzura que me es dable, y la descargaría, si pudiera, de toda pena y alteración; precisa socorrerla y acariciarla, y engañarla cuando se pueda: mi espíritu es apto para este oficio, y no le faltan recursos en nada; si cual predica persuadiera dichosamente, dichosamente me socorrería. ¿Os place ver un ejemplo? Dice así: «Que por mi bien padezco el mal de piedra: que las construcciones de mi edad es natural que tengan alguna gotera; tiempo es ya de que principien a resquebrajarse y a venirse abajo: cosa es ésta perteneciente a la común necesidad, y no había de realizarse para mí un nuevo milagro; Con ello pago las costas por la vejez ocasionadas, y no podría obtener economía mayor; Que la compañía debe consolarme, habiendo caído en el accidente más ordinario a los hombres de mis años; Por todas partes veo afligidos del mismo mal, y es honrosa para mí su sociedad, puesto que ordinariamente se pega a los grandes; su esencia es noble y digna; Que entre los hombres que son víctimas de esta dolencia pocos hay libres de molestias menores: cargan ellos con las fatigas de someterse a un desagradable régimen, y con la toma desastrosa y cotidiana de abundantes drogas medicinales, mientras que yo debo el mío puramente a mi buena estrella, pues con algunos cocimientos de cardo corredor y hierba de turco, que dos o tres veces bebí en obsequio de las damas (quienes más graciosamente que mi mal no es agrio, me ofrecieron la mitad del suyo), me parecieron igualmente fáciles de tomar que de eficacia inútil: tienen que hacer efectivas mil promesas a Esculapio y otros tantos escudos a su médico por el deslizarse de la arena que yo con frecuencia logro por puro beneficio de naturaleza: la decencia misma de mi parte, cuando estoy, en sociedad, ni siquiera es alterada, y retengo mis aguas diez horas y por tan largo tiempo como un hombre sano. El temor de este mal, dice mi espíritu, te horrorizaba antaño, cuando lo desconocías; los gritos y el desesperarse de quienes lo agrian con su impaciencia, engendraban en ti el espanto. Al fin, es un mal que te sacude por donde más pecaste. Tú eres hombre de conciencia,


Quae venit indigne paena, dolenda venit1472:



  —451→  

considera este castigo, y veras que comparado con otros es dulcísimo y paternalmente favorable. Considera cuánto es tardío; no ocupa ni trastorna sino la época de tu vida que de todas suertes es ya en lo sucesivo acabada y estéril, habiendo dejado lugar, como por compensación, para la licencia y los placeres de tu juventud. El temor y la compasión que al pueblo inspira este mal, son para ti motivo de gloria; cosa de que si tu juicio está purgado y tu razón curada, tus amigos, sin embargo, encuentran algún tinte en tu complexión. Experiméntase placer oyendo decir de sí mismo: Eso es mantenerse fuerte y resignado. Se te ve sudar la gota gorda palidecer, enrojecer, temblar, vomitar hasta echar sangre, sufrir contracciones y convulsiones extrañas, derramar a veces gruesas lágrimas, verter orines espesos, negros y espantosos, o tenerlos detenidos por alguna piedra espinosa y erizada y que te punza, desuella cruelmente el cuello de la vejiga; y mientras tanto, hablar con los circunstantes con ordinario continente, bromeando a intervalos con los tuyos, expresándote con rígidos razonamientos, excusando de palabras tu dolor y rebajando tu sufrimiento. ¿Te acuerdas de aquellas gentes de los pasados siglos que buscaban hambrientas los males a fin de mantener su virtud vigorosa, ejercitándola constantemente? Pues imagínate el caso de que naturaleza te empujó a esa gloriosa escuela, en la cual tú no hubieras ingresado nunca de tu grado. Si me dices que es un mal peligroso y mortal, considera que ninguno hay que no lo sea, pues es una trampa medicinal el exceptuar algunos de que los médicos dicen que no conducen derecho a la muerte; pero ¿qué importa si a ella llevan por modo casual o si se deslizan y tuercen fácilmente hacia el lado que a ella nos lleva? Mas tú no mueres porque estás enfermo, mueres porque eres vivo: la muerte te mata admirablemente sin el socorro de la enfermedad, y a algunos los males alargaron la vida alejándoles de la muerte, porque les parecía ir muriéndose. Piensa además que, como las heridas, hay enfermedades medicinales y saludables. El cólico es a veces no menos duradero que nosotros: hombres se ven en quienes habiendo comenzado en la infancia, continuó luego hasta la vejez más caduca: y si no se hubieran negado a mantenerse en su compañía, les habría asistido aun más allá: le matáis más bien que no él a vosotros. Aun cuando la imagen de la muerte se te presentara cercana, ¿no es cosa excelente para un hombre de tus años el ser llevado al pensamiento de su fin? Más aún, tú no tienes para qué buscar el medio de curarte. Así como así, el día más inopinado la común necesidad te llama. Considera cuán magistral y dulcemente te hastía de la vida el acabar, desprendiéndote del mundo; no forzándote con   —452→   sujeción tiránica como tantos otros males que ves en los ancianos, a quienes mantienen constantemente imposibilitados, sin tregua ni descanso, con debilidades y dolores, sino por advertimientos e instrucciones a intervalos iniciados: entreverando largas pausas de reposo, como para darte medio de meditar y repetir su lección a tu gusto. Para procurarte manera de juzgar sanamente, y para que te determines cual hombre animoso, te muestra el estado de tu condición cabal, así en lo bueno como en lo malo, y en el mismo día ya una vida llena de alegría, ya otra insoportable. Si tú no abrazas la muerte, por lo menos la tocas en la palma de la mano una vez al mes: por donde puedes esperar que un día te atrapará sin amenazas; y viéndote conducido hasta el puerto con frecuencia tanta, fiándote de permanecer todavía dentro de los límites acostumbrados, a ti y a tu confianza os habrán hecho pasar el agua una mañana inopinadamente. No debemos quejarnos de las enfermedades que realmente comparten el tiempo con la salud.»

Obligado estoy a la fortuna de la frecuencia con que me asalta con el mismo linaje de armas: por costumbre me acomoda, me endereza por el uso y me endurece por hábito: ahora sé ya, sobre poco más o menos, lo que costará mi rescate. A falta de memoria natural, con el papel la forjo, y cuando algún nuevo síntoma sobreviene a mi mal, lo escribo; por donde acontece que ahora, habiendo casi pasado por situaciones de todas suertes, si algún espanto me amenaza, hojeando estas anotaciones descosidas, cual sibilinas hojas, nunca dejo de encontrar consuelo con algún pronóstico favorable sacado de mi experiencia pasada. Socórreme también la costumbre de esperar mejoría en lo porvenir, pues el conducto de este vaciadero, como ha continuado tantos años, de creer es que la naturaleza no interrumpirá su curso, y no acontecerá otro peor accidente del que ya experimento. Además, la condición de esta enfermedad no se aviene mal con mi complexión, repentina y pronta: cuando me asalta blandamente, me amedrenta, porque dura largo tiempo; mas cuando naturalmente se permite excesos vigorosos y robustos, me sacude hasta el límite, durante un día o dos. Mis riñones han subsistido toda una edad sin alteración; pronto hará otra que cambiaron de estado; los males tienen su período, como los bienes; acaso este acidente esté ya tocando a su fin. Los años debilitan el calor de mi estómago, y su digestión, al ser menos perfecta, envía esta materia cruda a mis riñones: ¿por qué no había de suceder, gracias a alguna revolución, que se debilitara igualmente el calor de mis riñones de manera que no pudieran ya petrificar mi flema y la naturaleza adoptara alguna otra vía de purgación? Los años, indudablemente, me agotaron algunos catarros, ¿por qué   —453→   no hicieron lo mismo con estos excrementos que proveen de materia a la piedra? ¿Pero hay algo tan dulce como esa repentina mutación y cuando de mi dolor extremo, vengo, por la expulsión de mi piedra a recobrar, con la rapidez del relámpago, la hermosa luz de la salud, tan libre y tan plena, como al escapar a los más repentinos y rudos cólicos? ¿Hay algo en este dolor sufrido que pueda contrapesarse con el placer de un alivio tan repentino? ¡Cuánto más hermosa me parece la salud después de la enfermedad, tan vecina tan contigua que puedo reconocerlas en presencia una de otra y en el grado más preeminente; cuando se oponen en competencia como para hacerse frente y oposición!

Así como los estoicos dicen que los vicios existen útilmente, para avalorar y apoyar a la virtud, podemos nosotros decir con fundamento mayor y menos atrevida conjetura, que la naturaleza procuronos el dolor para honor y servicio de la voluptuosidad y la indolencia. Cuando Sócrates, luego que le hubieron descargado de los hierros que le atormentaban experimentó el regalo de la picazón que su pesantez había ocasionado en sus tobillos, regocijose al reflexionar en la estrecha alianza del dolor y el placer, y al ver cómo están asociados con necesario enlace, de tal suerte que sucesivamente se siguen y engendran el uno al otro, pensando que el buen Esopo debiera haberlo reparado para idear con ello una hermosa fábula.

Lo peor que veo yo en las demás enfermedades es que no son tan graves en sus efectos como en su desenlace: un año entero transcurre para recobrarse, siempre lleno de debilidad y temor. Hay tanto riesgo y tantos grados para de nuevo ponerse en salvo, que nunca llegamos al término apetecido: antes de que nos hayan libertado de una venda y luego de un gorro; antes de que se os haya devuelto el disfrute del aire, el del vino, el de vuestra mujer y el de los melones, cosa milagrosa es si no habéis recaído en alguna nueva miseria. Tiene ésta el privilegio de abandonarnos sin dejar ninguna huella, mientras que las demás depositan siempre alguna alteración o trastorno, convirtiendo el cuerpo en susceptible de un mal nuevo, y haciendo que estos se den la mano unos a otros. Entre los males son tolerables los que se conforman con su dominio sobre nosotros, sin extender ni introducir su séquito. Mas son amables y corteses aquellos cuyo tránsito nos procura alguna consecuencia provechosa. Desde que padezco el cólico encuéntrome descargado de otros accidentes y, a mi parecer, más que antes de padecerlo: nunca la calentura me asaltó conjuntamente. Yo entiendo que me purgan los vómitos extremos y frecuentes a que estoy sujeto, de un lado, y de otro mis ascos; y los dilatados ayunos que atravieso, los cuales destruyen mis malos humores; también vacía en   —454→   sus piedras lo que tiene de dañoso y superfluo. Y no se me reponga que es ésa una medicina dolorosamente comprada: ¿qué decir entonces de tantos pestíferos brebajes, cauterios, incisiones, sudoríficos, sedales, dietas y tantos otros remedios, que nos procuran a veces la muerte por ser incapaces de resistir su importunidad y violencia? De esta suerte, cuando el mal me coge, como medicina lo considero, y cuando me deja de su mano, considérome absolutamente libertado.

He aquí otro singular favor particular de mi dolencia. Sobre poco más a menos hace su juego aparte, dejándome hacer el mío; o si tal no acontece es por escasez de ánimo; aun en sus más rudos empujes lo mantuve diez horas a caballo. Si os limitáis a sufrir os veréis imposibilitados de hacer cosa distinta; jugad, comed, corred, haced esto o aquello, si podéis: vuestros desórdenes os procurarán menos quebranto que provecho: y otro tanto puede decirse a un galicoso, a un gotoso o a un hernioso. Los otros males exigen más universales obligaciones, contrarían mucho más nuestras acciones, trastornan por completo nuestros hábitos y comprometen la vida entera: éste no hace sino pellizcarnos la epidermis, dejándonos dueños de entendimiento y voluntad, lengua, pies y manos: más bien os despierta que os amodorra. El alma está herida de calenturiento ardor, aterrada por una epilepsia, dislocada por un rudo dolor de cabeza, atolondrada, en fin, por todas las enfermedades que lastiman la materia juntamente con las otras más nobles partes: aquí ni siquiera se la ataca: si la va mal, suya es la culpa; es que a sí misma se traiciona, abandona y descompone. Sólo los locos se dejan convencer de que esta materia dura y maciza que se cuece en nuestros riñones puede disolverse con brebajes, por donde luego que se puso en movimiento no hay sino dejarla paso, tan pronto como se absorbió. Advierto aún esta particular comodidad: es una enfermedad en la cual poco es lo que nos queda por adivinar: dispensados somos en ella del trastorno en que las demás nos lanzan por la incertidumbre de sus causas, progresos y condición, que es un desorden infinitamente penoso: aquí para nada nos sirven las consultaciones e interpretaciones doctorales; los sentidos nos muestran lo que nos duele y dónde nos duele.

Con tales argumentos, resistentes unos y endebles otros, trata Cicerón de dulcificar los males de su vejez; yo con ellos procuro adormecer y divertir mi imaginación, y suavizar mis llagas. Si empeoran, mañana proveeremos con otras escapatorias. Que así sea la verdad puedo probarlo fácilmente: he aquí que de nuevo los movimientos más leves exprimen sangre fuera de mis riñones. ¿qué hacer en tal estado? Yo no dejo de proceder como si tal cosa ni de caminar con juvenil ardor audaz, reconociendo dominar   —455→   un tan importante accidente, el cual no me cuesta sino una pesantez y alguna alteración en la parte dolorida: es, quizá, una gruesa piedra que estruja y consume la substancia de mis riñones, y mi vida juntamente, que voy desalojando poco a poco, no sin cierta dulzura natural, como una deyección en adelante molesta y superflua. ¿Siento en mi algo que se derruye? Pues no esperéis que vaya entreteniéndome en examinar mi pulso y mis orines para tomar alguna providencia fatigosa: sobrado tiempo me queda para soportar el mal sin necesidad de dilatarlo con el miedo. Quien teme sufrir, sufre ya de lo que teme. Además, la ignorancia y dubitación de los que se mezclan en explicar los resortes de naturaleza y sus internos progresos, suministrándonos tantos pronósticos auxiliados por el arte que ejercen, debe persuadirnos de que las obras de aquella son infinitamente desconocidas: hay incertidumbre grande, variedad y obscuridad en lo que nos prometen o amenazan. Salvo la vejez, que es indudable sigilo de la proximidad de las cercanías de la muerte, en todos los demás accidentes, contadas señales veo de lo venidero, en las cuales podamos fundamentar nuestra adivinación. Yo no me juzgo sino por experimentación verdadera en este punto, nunca por raciocinio: ¿y para qué me serviría, puesto que no despliego sino paciencia y espera? ¿Queréis saber las ventajas que mi proceder me procura? Mirad a los que obran de distinto modo, a los que dependen de tan diversas persuasiones y consejos; ¡cuántas veces la fantasía los oprime sin que el cuerpo sufra para nada! Procurome placer en muchas ocasiones, hallándome seguro y libre de esos accidentes peligrosos, el anunciárselos a sus médicos como nacientes en el momento en que los hablaba, y soportaba la sentencia de sus horribles conclusiones muy a mi gusto, permaneciendo reconocido a Dios por su divina gracia, mejor instruido de la vanidad de ese arte.

Nada hay que deba tanto recomendarse a la juventud como la actividad y la vigilancia: nuestra vida no es sino acción y movimiento. Yo me muevo difícilmente, y en todas las cosas soy tardío; en el levantarme, en el acostarme y en mis comidas: a las siete de la mañana para mí aún no amaneció, y allí donde yo gobierno no se almuerza antes de las once, ni se cena hasta después de las seis. Antaño atribuí la causa de las calenturas y enfermedades en que he caído a la pesadez y amodorramiento que el dilatado sueño me procura, y siempre me arrepentí de entregarme a él al despertar por la mañana. Platón prefiere el exceso en el beber al exceso en el dormir. Yo gusto de acostarme en cama dura, solo (ni siquiera con mujer), a la real usanza, y mejor bien que mal cubierto. Mi lecho nunca lo calientan, mas la vejez hizo que algunas veces me pusieran tibias las sábanas para templar mis pies y mi   —456→   estómago. Censurábase de dormilón a Escipión el Grande, a mi ver simplemente porque a todos contrariaba el que nada tuviera que mereciese vituperio. Si alguna delicadeza exige mi cuidado, es más bien al acostarme que en ninguna otra ocasión; mas, en general, cedo y me acomodo a la necesidad como cualquiera otro. El dormir ocupó buena parte de mi vida, y continúa todavía, ocupándola en esta edad en que vivo durante ocho o nueve horas consecutivas. Voy abandonando con provecho esta perezosa propensión, con ello evidentemente valgo más; algo, sin embargo, echo de ver el cambio; pero al cabo de tres días ya me encuentro habituado. Apenas veo quien con menos se conforme, cuando llega el caso, ni tampoco quien constantemente resista, ni a quien los quebrantos pesen menos. Mi cuerpo es capaz de una agitación resistente, mas no vehemente y repentina. Huyo ya de los ejercicios violentos que me llevan al sudor; mis miembros se rinden antes de templarse. Manténgome en pie durante todo un día y el pasearme no me cansa, mas no por el empedrado; desde mi primera edad gusté de montar a caballo: a pie me embadurno hasta la cintura; y las gentes pequeñas como yo, están abocadas, yendo por esas calles de Dios, a empujones y codazos por falta de apariencia. Cuando descanso, ya esté acostado o sentado, pongo las piernas tanto o más altas que el asiento.

Ninguna profesión tan grata como la militar, noble en su ejercicio (pues la más elevada, generosa y soberbia de todas las virtudes es el valor), y noble en su causa, porque no hay ninguna utilidad más justa ni general que la custodia del reposo y la grandeza de vuestro país. Pláceos la compañía de tantos hombres nobles, jóvenes, activos; la vista ordinaria de tantos espectáculos trágicos; la libertad de esa conversación de arte despojada; la manera de vivir, varonil y sin ceremonia; la variedad de mil acciones diversas; esa armonía vigorosa de la música guerrera, que regocija vuestro oído y pone alientos en vuestra alma; el honor del servicio que prestáis; su rudeza misma y dificultad, de Platón tan poco consideradas, que en su República hace que de ella participen las mujeres y los niños: os convidáis a los azares y particulares riesgos conforme juzgáis del brillo e importancia de ellos, cual soldado voluntario. Ved cómo la vida en ello exclusivamente se emplea,


Pulchrumque mori sucurrit in armis.1473



El temer los comunes peligros peculiares a una tan gran multitud; el no osar a lo que tantas suertes de hombres se determinan, y también todo un pueblo, propio es de un corazón   —457→   blando y rastrero en demasía: la compañía pone ánimo hasta en las criaturas. Si en ciencia otros os sobrepujan, y en gracia, fuerza y fortuna, podéis alegar alguna causa disculpable: si cedéis a los demás en firmeza de alma, sólo vosotros sois culpables. La muerte es más abyecta, lánguida y dolorosa en el lecho que en el combate: las calenturas y los catarros tan crueles y mortales como un arcabuzazo. Quien se encuentre habituado a soportar valerosamente los ordinarios accidentes de la vida común, no ha menester de engordar su ánimo para convertirse en soldado. Vivere, mi Lucili, militare est.1474

Nunca recuerdo haberme visto sarnoso; sin embargo el rascarse es uno de los más dulces placeres naturales y está siempre al alcance de nuestra mano; pero, en cambio, la penitencia le sigue con importunidad vecina. Más bien lo ejerzo en los oídos, que me pican interiormente de cuando en cuando.

Yo nací con todos mis sentidos cabales casi hasta la perfección. Mi estómago es cómodamente bueno, como mi cabeza, y ordinariamente se mantienen firmes en medio de mis calenturas, lo mismo que mi respiración. Franqueé ya la edad que algunas naciones, no sin visos de razón, prescribieran para el justo fin de la vida, la cual no consentían sobrepujar. Sin embargo, experimento a veces reposiciones, aunque inconstantes y poco duraderas, tan íntegras y cabales que lindan con la salud y ausencia de males de mi juventud. Y no hablo de alegría y vigor, que razonablemente no trasponen sus linderos naturales;


Non hoc amplius est liminis, aut aquae
       caelistes, patiens latus.1475



Mi semblante y mis ojos incontinenti me denuncian; todas mis transformaciones comienzan por ellos; algo más fuertes de lo que son en realidad. A veces inspiro lástima a mis amigos antes de experimentar dolor. El mirarme al espejo no me asusta, pues hasta en la juventud misma sucediome más de una vez tener un color de mal augurio sin experimentar gran malestar; de suerte que los médicos, al no encontrar una causa interior que respondiera de la alteración externa, la atribuían al espíritu y a alguna pasión secreta que interiormente me royera, equivocándose. Si el cuerpo se gobernara tan a mi albedrío como el alma, caminaríamos algo más a nuestro sabor: en mis verdes años la tenía, no ya exenta de trastornos, sino henchida de satisfacción y fiesta, las cuales emanan, ordinariamente, mitad de su complexión y por designio la otra mitad:

  —458→  

Nec vitiam artus aegre contagia mentis.1476



Creo yo que este templo suyo levantó muchas veces el cuerpo de sus caídas: se ve abatido tan sobradas veces, que si el alma no está regocijada, mantiénese, a lo menos, tranquila y en reposo. Durante cuatro o cinco meses padecí cuartanas; mi semblante se desencajó, mas el espíritu anduvo siempre no sólo sosegado, sino también alegre. Si el dolor reside fuera de mí, la flojedad y languidez apenas me contristan: muchas debilidades corporales veo, cuyo solo nombre pone espanto, las cuales temería yo menos que mil ordinarias pasiones y agitaciones de espíritu. Determinome a no correr (hago de sobra arrastrándome), y no me quejo de la decadencia natural que me tiene asido;


Quis tumidum guttur miratur in Alpibus?1477



como tampoco me lamento de que mi duración no sea tan dilatada y resistente cual la del roble.

No tengo por que quejarme de mi fantasía: durante el transcurso de mi vida, pocos pensamientos me asaltaron que perturbaran ni siquiera el curso de mi sueño, si no es algunos de deseo, que me despertaron sin afligirme. Sueño rara vez, y, cuando tal me acontece es con cosas quiméricas y fantásticas, emanadas comúnmente de pensamientos gratos, más bien ridículos que tristes. Tengo por verdadero que los sueños son intérpretes leales de nuestras inclinaciones, pero por cosa de artificio el interpretarlos y el descifrarlos:


Res que in vita usurpant homines, cogitant, curant, vident,
quaeque agunt vigilantes, agitantque, ea si cui in somno accidunt,
minus mirandum est.1478



Platón va más allá, diciendo que es deber de la prudencia el deducir de ellos adivinadoras instrucciones para lo venidero: nada de esto se me alcanza, si no es las maravillosas experiencias que Sócrates, Jenofonte y Aristóteles, personajes todos de autoridad irreprochable, nos refieren en este particular. Cuentan las historias que los atlantes no sueñan nunca, y que tampoco corren nada que haya la muerte recibido, lo cual apunto aquí por ser acaso la razón de que dejen de soñar, pues sabemos que Pitágoras designaba alimentos determinados para tener sueños ex profeso.   —459→   Los míos son blandos, y no me procuran ninguna agitación corporal, ni me hacen hablar en alta voz. Algunos vi quienes maravillosamente agitaban: Teón, el filósofo, se paseaba soñando, y al criado de Pericles le hacían encaramar los sueños por los tejados y lo más prominente de la casa.

En la mesa apenas elijo, cayendo sobre la primera cosa más vecina, y paso difícilmente de un gusto a otro. La abundancia de platos y servicios me disgusta tanto como cualquiera otra demasía: sencillamente me conformo con pocos; aborrezco la opinión de Favorino, según el cual precisa en los festines que os quiten los que os apetecen, sustituyéndolos constantemente con otros nuevos, considerando mezquina la cena en que no se hartó a los asistentes con rabadillas de diversas aves, y que tan sólo la papafigo merece comerse entero. Como ordinariamente las carnes saladas; pero el pan me gusta más sin sal; mi panadero, en mi casa, no lo elabora distinto para mi mesa, contra los usos del país. En mi infancia tuvo principalmente que corregirse el disgusto con que veía las rosas que comúnmente mejor apetece esa edad, como pasteles, confituras y cosas azucaradas. Mi preceptor combatía este odio de manjares delicados como un exceso melindroso, de suerte que aquel disgusto no es sino dificultad de paladar, sea cual fuere lo que no acepte. Quien aparta de las criaturas cierta particular y obstinada propensión al pan moreno, al tocino o al ajo, las priva de una golosina. Hay quien alardea de paciente y delicado, hasta el punto de echar de menos el buey y el jamón entre las perdices: éstos hacen un papel lucido, incurriendo en la delicadeza de las delicadezas; muestran el gusto de una blanda fortuna, que se cansa de las cosas ordinarias y acostumbradas; per quae luxuria divitiarum taedio ludit1479. No considerar de una comida es buena porque otro como tal la considere; desplegar un cuidado extremo en el régimen, constituyen la esencia de ese vicio:


Si modica caenare times olu omne patella.1480



Con la diferencia de que vale más sujetar el propio deseo a las cosas fáciles de procurar; pero es siempre vicio el obligarse; antaño llamaba yo delicado a un pariente mío que en los viajes por mar había olvidado el servirse de nuestras camas y el quitarse el vestido para dormir.

Si yo tuviera hijos varones, de buen grado les deseara mi condición. El buen padre que Dios me dio, de quien en mí no se alberga sino el gallardo reconocimiento de su   —460→   bondad, me envió desde la cuna, para que me criara, a un pobre lugar de los suyos, y allí me dejó mientras estuvo en nodriza y aun después, acostumbrándome a la manera de vivir más baja y común: magna pars libertatis est bene moratus venter1481. No os encarguéis nunca, y encargad todavía menos a vuestras mujeres el criar a vuestros hijos, dejad que el acaso los forme; bajo leyes populares naturales, dejad que la costumbre los enderece a la frugalidad y austeridad: que más bien tengan que descender de la rudeza que no subir hacia ella. Sus miras iban además a otro fin encaminada; quería unirme con el pueblo y con la condición humanas que necesita de nuestro apoyo, y consideraba que más bien debía mirar hacia quien me tiende los brazos que no a quien me vuelve la espalda; también por eso en la pila bautismal me puso en manos de personas de la más abyecta fortuna para que a ellas me sujetara y obligara.

Su designio produjo excelente fruto: entrégome de buen grado a los humildes, ya porque en ello hay mérito mayor, ya por compasión natural, que todo lo puede en mí. El partido que en nuestras guerras condenaré, lo condenaré más rudamente floreciente y próspero: con él me conciliaré en algún modo cuando lo vea por tierra y desquiciado. ¡Con cuánto regocijo considero yo el hermoso rasgo de Quelonis, hija y esposa de reyes de Esparta! Mientras en los desórdenes de su ciudad Cleombroto, su marido, iba ganando a Leónidas, su padre, cumplió como buena hija, acompañando al autor de sus días en su destierro y en su miseria, y oponiéndose al victorioso. Cuando la fortuna cambió de parecer, ella no quiso seguirla, colocándose valerosamente al lado de su marido, a quien siguió donde quiera que sus desdichas lo llevaron, sin otro móvil en su conducta, a mi entender, que el de lanzarse al partido donde su presencia era necesaria, y donde mejor mostrara su piedad. Más naturalmente me dejo llevar por el ejemplo de Flaminio, quien se prestaba a los que de él habían menester mejor que a quienes podían prestarle ayuda, que no por el de Pirro, propio sólo a humillarse ante los grandes y a enorgullecerse ante los humildes.

Las mesas prolongadas me cansan y perjudican, pues ya sea por haberme acostumbrado desde niño, ya por otra causa cualquiera, no ceso de comer mientras sentado permanezco. Por eso en mi casa, aun cuando las comidas sean breves, me instalo después de los demás, a la manera de Augusto, bien que no lo imite en lo de retirarse antes que los otros; por el contrario, me gusta prolongar la sobremesa y el oír contar, siempre y cuando que no sea yo el que relate, pues me molesta y trastorna el hablar con el estómago lleno, tanto como me agrada, gritar y cuestionar   —461→   antes de la comida, como ejercicio muy saludable y grato.

Los antiguos griegos y romanos procedían mejor que nosotros al fijar para las comidas (que constituyen una de las acciones principales de nuestra existencia) varias horas y la mejor parte de la noche, si algún quehacer extraordinario no los llamaba a otras ocupaciones. Comían y bebían menos atropelladamente que nosotros, que ejecutamos a la carrera todas nuestras necesidades, y dilataban este gusto natural más placentera y habitualmente entreverándolo con diversas conversaciones útiles y agradables.

Los que cuidan de mi persona podrían fácilmente apartar de mis ojos lo que consideran como perjudicial, pues en tales cosas jamás deseo nada, ni echo de menos lo que no veo: mas por lo que toca a aquellas que tengo a mi alcance, pierden su tiempo pregonándome la abstinencia, de tal suerte que cuando quiero ayunar me precisa comer aparte, que me presenten exactamente lo necesario para una colación en regla; puesto en la mesa olvido mi resolución. Cuando ordeno que algún plato de carne se condimente de distinto modo, mis gentes saben que con ello quiero significar la languidez de mi apetito y que ni siquiera lo probaré.

En todas las carnes que lo soportan prefiérolas ligeramente cocidas y me gustan tiernas hasta la desaparición del olor en algunas; sólo la dureza generalmente me contraría (todos los demás defectos los soporto y paso por alto como el más pintado), de tal modo que, contra el parecer común, hasta los pescados me sucede encontrarlos sobrado frescos y resistentes, no a causa de mis dientes, que siempre se mantuvieron buenos hasta la excelencia, y que la edad sólo ahora comienza a amenazar; desde mi infancia aprendí a frotarlos con la toalla por la mañana y con la servilleta al retirarme de la mesa. Congracia Dios a aquel a quien sustrae la vida por lo menudo: es el único beneficio de la vejez; la última muerte será tanto menos plena y dolorosa, pues no matará sino medio o un cuarto de hombre. Aquí tengo un diente que se me acaba de caer sin dolor, sin esfuerzo de mi parte; era el término natural de su duración: este fragmento de mi ser y algunos más están ya muertos, y medio muertos otros, de los más activos, que ocuparon un rango esencial durante mi edad vigorosa. Así voy disolviéndome y escapando a mí mismo. ¿No sería torpeza de mi entendimiento lamentar el salto de esta caída, tan avanzada ya, cual si estuviera entera? No creo yo que así suceda. En verdad experimento un consuelo esencial ante la idea de la muerte, considerando que la mía será de las justas y naturales, y pensando que en lo sucesivo no puedo en este punto exigir ni esperar del destino sino un favor extraordinario. Los hombres creen que en lo antiguo tuvieron, como la estatura, la vida más dilatada, pero se engañan: Solón, que pertenece al tiempo remoto,   —462→   calcula, sin embargo, la duración más extrema en unos setenta años. Yo que tanto adoré esa imagen1482-1483 de las viejas edades y que como tan perfecta tuve la mediana medida ¿aspiraré, a una vejez desmesurada, y prodigiosa? Todo cuanto va contra el curso normal de la naturaleza, puede ser perjudicial, mas lo que de ella procede ha de ser siempre grato: omnia, quae secundum naturam fiunt, sunt habenda in bonis1484: así Platón declara violenta la muerte que las heridas o las enfermedades procuran, mas aquella a que la vejez nos lleva, es entre todas, la más ligera y en algún modo deliciosa. Vitam adolescentibus vis aufert, senibus maturitas.1485 La muerte va en nuestra existencia con todo mezclada y confundida: el declinar de nuestras facultades anticipa el momento en que debe negar, y va digiriéndose en el curso de nuestro progreso mismo. Conservo mis retratos de los veinticinco años y de los treinta y cinco, y cuando con el actual los parangono, ¡cuántas veces reconozco no ser el mismo, y cuantas la imagen mía se muestra más alejada de aquéllos que de la muerte! Es sobrado abusar de la naturaleza, el machacarla y zarandearla tan dilatadamente que se vea precisada a abandonarnos, y encomendar nuestra conducta, nuestros ojos, nuestros dientes, nuestras piernas y todo lo demás a la merced de un socorro extraño y mendigado, resignándonos por completo en las manos del arte, ya cansada aquella de seguirnos.

No me muestro extremadamente deseoso de frutas ni de ensaladas, algo sí de los melones: mi padre odiaba toda clase de salsas, y a mí todas me gustan. El mucho comer me molesta; mas por su calidad, no tengo aún noticia cierta de que ninguna carne me siente mal, como tampoco advierto diferencia entre la luna llena y el menguante, o entre el otoño y la primavera. Hay en nosotros movimientos inconstantes y desconocidos, pues los rábanos picantes, por ejemplo, primeramente me gustaron, luego me disgustaron, y ahora, de pronto, vuelven a saberme bien. En algunas cosas advierto que mi estómago y mi apetito van así diversificándose: del vino blanco pasé al clarete y del clarete volví al blanco.

En punto a pescados, soy goloso; mis días de vigilia los convierto en días de carne y los de carne en vigilia, creo yo (y así hay quien dice) que el pescado es de digestión más fácil que la carne. Del propio modo que considero como caso de conciencia el comerla en día de pescado,   —463→   así también me ocurre lo mismo en lo de mezclar el pescado con la carne; tal diversidad me parece algo remota.

Desde mi juventud prescindí a veces de alguna comida, bien para aguzar mi apetito al día siguiente (pues así como Epicuro ayunaba y comía escasamente a fin de acostumbrar la voluptuosidad a evitar la abundancia, yo persigo el contrario móvil, o sea enderezar el placer para su provecho, haciendo que encuentre regocijo en lo copioso), bien por mantener entero mi vigor para el desempeño de alguna acción corporal o espiritual, pues unas y otras se amodorran en mí cruelmente, con la hartura. Detesto sobre todo el acoplamiento torpe de una diosa, tan sana y alegre con este dios diminuto, indigesto y eructador, todo hinchado con los vapores del mosto. También ayuno para curar mi estómago enfermo, o por carecer de adecuada compañía, pues yo me digo, como Epicuro, que no hay que mirar tanto lo que se come aquel con quien se come; y alabo el proceder de Quilón, el cual no quiso prometer su compañía en el festín de Periandro, antes de que le informaran de los demás invitados. Para mí no hay más dulce apresto ni salsa más apetitosa que aquella que la sociedad procura. Tengo por más sano el comer en buena compañía y en cantidad menor y comer más a menudo, pero no experimentaría ningún placer con arrastrar medicinalmente al día tres o cuatro mezquinas comidas, así tasadas. ¿Quién me asegurará que el apetito de la mañana volveré a encontrarlo por la noche? Aprovechemos, los viejos principalmente, la primera ocasión oportuna que se nos brinda: dejemos a los hacedores de almanaques las esperanzas y pronósticos. La voluptuosidad es el fruto extremo de mi salud: lancémonos tras la primera, presente y conocida. Yo evito la constancia en estas leyes del ayuno; quien quiere que una sola fórmula le sirva de tasa, huya de continuarla: así nosotros nos aguerrimos y nuestras fuerzas se adormecen: seis meses después de seguir tal régimen, os veréis con el estómago tan bien acoquinado que vuestro fruto consistirá en haber perdido la libertad de proceder sin daño distintamente.

Igual abrigo cubre mis muslos y mis pantorrillas en invierno que en verano; con unas medias de seda tengo bastante. Para el socorro de mis catarros consentí en mantener la cabeza más caliente y el vientre para el de mis cólicos: mis males luego a ello se habituaron, menospreciando mis ordinarias precauciones; del casquete pasé al gorro y del gorro a encasquetarme un sombrero bien forrado. La borra de mi coleto no me sirve si no es para el garbo, y tengo que añadir una piel de liebre o el plumón de un buitre, y un solideo a mi cabeza. Seguid esta gradación y marcharéis a buen paso: de buena gana me apartaría de la conducta que observé si lo osara. ¿Caéis en algún nuevo   —464→   accidente? pues ya los remedios para nada os sirven, os habéis acostumbrado a ellos, buscad otros nuevos. Así se arruinan los que se dejan acogotar por regímenes despóticos, sujetándose a ellos supersticiosamente: precísanles luego, después y siempre. Detenerse es imposible.

Para nuestras ocupaciones y placeres es mucho más ventajoso aplazar la cena, como los antiguos hacían, dejándola para la hora de recogerse, sin interrumpir el orden del día; así lo hice yo antaño. Mas por lo que a la salud toca, por experiencia reconocí después lo contrario: preferible es cenar; la digestión se hace mejor velando. Soy poco propenso a la sed, lo mismo sano que enfermo; en este estado fácilmente se me pone seca la boca, pero ninguna sed experimento, generalmente no me impulsa a beber sino el deseo que comiendo me asalta, y ya bien entrada la comida. Para un hombre que por esta cualidad no se distingue, bebo bastante bien: en verano, tratándose de comidas apetitosas, ni siquiera excedo los límites de Augusto, quien sólo bebía tres veces, con toda puntualidad; mas por aquello de no ir contra el precepto de Demócrito, el cual prohibía detenerse en el número cuatro, considerándolo de mal agüero, en caso necesario voy hasta el cinco: me basta, próximamente, con tres medios cuartillos; los vasos pequeños son mis favoritos, y me place variarlos, lo cual algunos evitan como cosa censurable. Templo mi vino casi siempre con la mitad de agua, a veces con un tercio, y cuando estoy en mi casa, conforme a una usanza remota que su médico ordenaba a mi padre, y a sí mismo, se mezcla el que me precisa en la despensa, dos o tres horas antes de servir la mesa. Cuentan que Cranao, rey de los atenienses, fue el inventor de esta costumbre de aflojar el vino con agua: sobre su utilidad o inconveniencia no falta quien cuestione. Juzgo más decoroso, y también más sano, que los niños no beban hasta los diez y seis o diez y ocho años cumplidos. La manera de vivir más corriente y común es la más hermosa: toda particularidad y capricho me parecen dignos de evitarse, y odiaría tanto a un alemán que bautizara el vino, como a un francés que lo bebiera puro. Las costumbres públicas dan la ley en tales cosas.

Temo el aire colado y huyo el humo mortalmente: los primeros inconvenientes que remedié en mi hogar fueron el de las chimeneas y el de los excusados, defectos tan insoportables como frecuentes en las casas viejas. Entre las dificultades de la guerra, incluyo las espesas polvaredas que en lo más recio del calor nos circundan y nos entierran durante todo un día. Mi respiración es libre y fácil, y mis resfriados pasan ordinariamente sin atacar el pulmón, ni ocasionar tos alguna. La rudeza del verano es para mí más enemiga que la del invierno, pues aparte de que la incomodidad del calor es menos remediable que la del frío,   —465→   y a más de que los rayos solares trastornan mi cabeza, a mis ojos ofusca toda luz resplandeciente: yo no sería capaz, a la edad que tengo, de comer frente a un fuego ardiente y luminoso.

Para amortiguar la blancura del papel, en los tiempos en que la lectura me fue más grata, acostumbraba a poner un vidrio sobre las páginas, y así mi vista encontraba alivio. Desconozco hasta el presente el uso de los anteojos, veo tan de lejos como cuado más, y tanto como cualquiera otro: verdad es que al declinar el día, mis ojos comienzan a turbarse y que la lectura los debilita; este ejercicio fue para mí siempre sensible, de noche sobre todo. He aquí, un paso atrás, perceptible apenas: así retrocederé de otro, y pasaré del segundo al tercero y del tercero al cuarto, tan silenciosamente que me precisará verme ciego por completo antes de advertir la decadencia y vetustez de mis ojos: ¡con artificio tanto van las parcas deshilando nuestra vida! Y, no obstante, aun ignoro si mi oído va perdiendo su fuerza; y veréis que lo habré perdido a medias, culpando la voz de las que me hablan: necesario es sujetar el alma para hacerla sentir cómo va deslizándose.

Mi andar es rápido y seguro, e ignoro cuál, de entre el cuerpo y el espíritu, acerté a detener con dificultad mayor en un momento dado. Buen predicador es aquel de mis amigos que detiene mi atención durante toda una plática. En los lugares ceremoniosos, donde cada cual adopta tan violentado continente, donde vi a las damas mantener los ojos tan inmóviles, jamás logré cabalmente dominarme: aun cuando sentado permanezca, no acierto a estar de asiento. Como la doméstica del filósofo Crisipo decía de su amo que sólo por las piernas se emborrachaba, pues tenía la costumbre de moverlas en cualquiera posición que se encontrase (y lo decía, cuando el vino trastornando a sus compañeros, él permanecía impávido), de mí pudo decirse desde la infancia que mis pies estaban locos, o que tenía en ellos mercurio, tanta es mi veleidad e inconstancia natural, sea cual fuere el sitio donde los ponga.

Esta falta de decoro perjudica a la salud, y aun al placer de comer vorazmente, cual yo acostumbro: a veces me muerdo la lengua y otras los dedos por la premura. Como Diógenes viera a un niño que comía así, sacudió una bofetada a su preceptor. En Roma había hombres que adiestraban en el mascar delicadamente, como en el andar y en otras operaciones. Yo prescindo de la distracción que el hablar procura (siendo en las mesas una salsa tan gustosa), siempre y cuando que oiga cosas agradables y ligeras.

Entre nuestros placeres hay celos y envidias; chocan unos con otros, embarazándose: Alcibíades, hombre competentísimo en la ciencia del bien tratarse, echaba a un lado hasta la música de los banquetes, a fin de no trastornar   —466→   en ellos la dulzura de los coloquios, por las razones que Platón le atribuye. Decía, «que es propio de hombre comunes el recurrir en los festines a los tocadores de instrumentos músicos y a los cantores a falta de buenos discursos y diálogos agradables, con los cuales las gentes de entendimiento saben entrefestejarse». Varrón exige los requisitos siguientes en una mesa: «Que sean los congregados personas de presencia grata y de amena conversación, ni mudos ni habladores; nitidez y delicadeza en los manjares, y el lugar y el tiempo despejados.» No exige poco arte ni voluptuosidad escasa el buen trato de las mesas: ni los eximios filósofos ni los guerreros de memoria inmarcesible menospreciaron el uso, y ciencia de las mismas. Mi fantasía dio a guardar tres a mi recuerdo, que la buena fortuna hizo para mí de dulzura soberana, en diversas épocas de mi edad florida. Apárteme de tales fiestas mi situación actual, pues cada uno para sí provee la gracia principal y el sabor, según el buen temple de cuerpo y de espíritu en que a la sazón se encuentra. Yo que camino siempre pedestremente, detesto esa sapiencia inhumana que tiende a convertirnos en menospreciadores enemigos del cultivo de nuestro cuerpo: tan injusto considero el que los goces naturales como el buscarlos sin medida. Jerjes era un fatuo, porque envuelto en todas las humanas voluptuosidades, iba proponiendo un premio a quien se las descubriera nuevas; pero no es menos torpe quien prescinde de aquellas con que la naturaleza le brindara. Si bien no hay que seguirlas, tampoco se debe huirlas, basta sólo recogerlas. Yo las recibo con alguna mayor amplitud y delicadeza, y de mejor grado me dejo llevar hacia la pendiente natural. No tenemos para qué exagerar la vanidad de los placeres: de sobra se nos muestra y aparece a cada paso, gracias a nuestro enfermizo espíritu, extinguindor de alegrías, que nos las hace repugnar como también a sí mismo. Trata esto todo cuanto recibe como a sí mismo se trata, unas veces más allá y otras más acá, conforme a su ser insaciable, versátil y vagabundo:


Sincerum est nisi vas, quodecumque infundis, acescit.1486



Yo, que me precio de abrazar tan atenta y particularmente las comodidades todas de la vida, en ellas no descubro sino viento cuando con intensidad las miro; pero el viento, más prudente que nosotros, se complace con el ruido y la agitación, conformándose con sus oficios peculiares, sin desear estabilidad ni solidez, cualidades que en modo alguno le pertenecen.

Dicen algunos que los placeres puros de la fantasía y lo   —467→   mismo los dolores, son los más intensos, como mostraba la lanza de Critolao1487. Lo cual no es de maravillar, pues aquella facultad a su albedrío los elabora, teniendo para ello copiosa tela donde cortar: a diario veo de esta verdad ejemplos insignes, y deseables acaso. Mas yo, hombre de condición mixta y ordinaria, soy incapaz de morder tan por completo a ese sencillo objeto sin que pesadamente me deje llevar por los placeres presentes de la ley humana y general, intelectualmente sensibles, sensiblemente intelectuales. Quieren los filósofos cirenaicos que, como los dolores, también los placeres corporales sean más poderosos, como dobles y como de índole más justa. Gentes hay, Aristóteles así lo dice, que con estupidez altiva por ello se contrarían; otros conozco yo que por ambición hacen lo mismo. ¿Por qué no renuncian también al respirar? ¿Por qué de lo propio no viven? y ¿por qué no rechazan también la luz, en atención a que es gratuita, no costándoles invención ni esfuerzo? Que para ver los sustenten Marte, Palas o Mercurio, en lugar de Venus, Ceres y Baco. ¿Buscarán, acaso, la cuadratura del círculo tendidos encima de sus mujeres? Yo detesto el que se nos ordene mantener el espíritu en las nubes, mientras sentados a la mesa permanecemos: no quiero que el espíritu remonte a regiones sobrenaturales, ni que se arrastre por el lodo, anhelo solamente que a sí mismo se aplique y que en sí mismo se recolecte, no que en si se tienda. Aristipo no se ocupaba sino del cuerpo, como si no tuviéramos alma; Zenón no comprendía sino el alma, cual si de cuerpo careciéramos: ambos viciosamente aconsejaban. Cuentan que Pitágoras practicó una filosofía puramente contemplativa; la de Sócrates consistió en costumbres y en acciones, en toda su integridad: Platón halló un término medio entre las dos. Mas no lo dicen sino por hablar. El temperamento verdadero en Sócrates se reconoce: Platón es mucho más socrático que pitagórico, y le sienta mejor. Cuando yo bailo, bailo, y cuando duermo, duermo; hasta cuando me paseo solitariamente por vergel ameno, si durante algún espacio de tiempo mis pensamientos llenaron ocurrencias extrañas, durante otro los vuelvo al aseo, al vergel, a la dulzura solitaria, y a mí, en fin.

Cuidó maternalmente naturaleza de que las acciones que para nuestras necesidades nos impuso, nos fueran al par placenteras; a ellas nos convida, no solamente por razón, sino también por apetito: es injusto corromper sus reglas. Cuando veo a César y a Alejandro en lo más rudo de sus labores gozar tan plenamente de los placeres humanos y corporales, no digo que aflojan su alma, sino que a la rigidez la encaminan, sometiendo por vigor de ánimo a las comas de la vida ordinaria aquellas violentas ocupaciones y   —468→   laboriosos pensamientos: prudentes si hubieran creído que ésta era su ordinaria ocupación y aquélla la extraordinaria ¡Todos somos locos de remate! «Ha pasado su vida en la ociosidad», decimos: «Hoy nada hice.» ¡Pues qué! ¿no habéis vivido? Ésta no es solamente la fundamental, sino la más relevante de vuestras labores. «Si se me hubiera adiestrado en el manejo de las empresas magnas, dicen habría puesto de relieve de cuánto era capaz.» ¿Habéis sabido meditar y gobernar vuestra vida? pues realizasteis de entre todas la mayor de las humanas obras; para que naturaleza se muestre y ejecute, el acaso en nada tiene que intervenir; igualmente, aparece aquélla en todos los estados sociales, y así tras el telón como sin él. ¿Supisteis elaborar vuestras costumbres? pues hicisteis más que quien libros elaboró; ¿fuisteis diestro en el descansar? pues realizasteis mayores hazañas que quien se apoderó de imperios y ciudades.

La más eximia y gloriosa labor del hombre consiste en vivir a propósito como Dios manda; todas las demás cosas: reinar, atesorar, edificar y otras mil no son sino apéndices y adminículos, cuando más. Me complace el ver a un caudillo al pie de la brecha, que al punto va a atacar, prestarse luego, íntegramente, a sus necesidades ordinarias, al comer y al conversar entre sus amigos; y a Bruto, conspirando contra él la tierra toda y juntamente contra la libertad romana, reservar a sus revistas nocturnas algunas horas para leer y compendiar a Polibio con tranquilidad cabal. A las almas pequeñas, aniquiladas por el peso de los negocios corresponde el ignorar diestramente desenvolverse, y el no saber echarlos a un lado para luego volver a la carga:


      O fortes, pejoraque passi
mecum saepe viri nunc vino pellite curas:
       cras ingens iterabimus aequor.1488



Ya sea broma o realidad lo de que el vino teologal y sorbónico se haya trocado en proverbio, y lo mismo los festines sorbónicos y teologales, considero yo razonable que de él almuercen con tanta mayor comodidad y regocijo cuanto más seria y útilmente ocuparon la mañana en los ejercicios propios de su escuela: la conciencia de haber empleado bien las demás horas constituye un sabroso y justo condimento de las mesas. Así vivieron los filósofos: y aquella virtud ardorosa que en uno y otro Catón nos admira, aquel carácter severo hasta la importunidad, se sometió blandamente, y se complació a las leyes de la humana condición, a Venus y, a Baco, conforme a los preceptos de la secta a que pertenecían, que soliciten la perfección prudente,   —469→   tan experta y entendida en el ejercicio de los placeres naturales como en todos los demás deberes de la vida: Cui cor sapiat, ei et sapiat palatus.1489

La facilidad y el abandono sienta mejor, al par que honran a maravilla, a las almas fuertes y generosas: no creía Epaminondas que destruyera el honor de sus gloriosas victorias ni las perfectas costumbres que le gobernaban el mezclarse en las danzas de los muchachos de su ciudad, cantando y tocando con ejemplar esmero. Entre tantas señaladas acciones como llenaron la vida del primer Escipión, personaje digno de ser considerado como de celestial estirpe, ninguna le muestra con mayor encanto que el verle al desgaire e infantilmente divertirse, cogiendo y escogiendo conchas y jugar al recoveco con Lelio, a lo largo de la playa; y cuando el tiempo no era grato entretenido y divertido con la representación por escrito para el teatro de las acciones humanas más vulgares y bajas: llena estaba mientras tanto su cabeza con aquellas empresas grandiosas de Aníbal y de África, al par que visitaba las escuelas de Sicilia y frecuentaba las lecciones de la filosofía, hasta armar los dientes de la ciega envidia de sus enemigos romanos. Admirable es en la vida de Sócrates el que siendo ya viejo, encontrara razón de que le instruyeran en las danzas y en el toque de instrumentos músicos, considerando su tiempo como bien empleado. A este filósofo se le vio extasiado, de pie durante todo un día y una noche, frente al ejército griego, sorprendido y encantado por algún profundo pensamiento: entre tantos hombres valerosos como entre aquellos hombres había, fue el primero en lanzarse al socorro de Alcibíades, abrumado de enemigos, resguardándole con su cuerpo y arrancándole del tumulto a mano armada; en la batalla deliena se le vio levantar y salvar a Jenofonte, lanzado de su caballo; y en medio del pueblo ateniense, ultrajado como él de un tan indigno espectáculo, socorrer el primero a Terameno, a quien los treinta tiranos conducían a la muerte mediante sus satélites, no desistiendo de esta arrojada empresa sino por la oposición de Terameno mismo, aun cuando él no fuera acompañado en junto más que de dos personas: viósele, asediado por una belleza de quien estaba enamorado, mantenerse severamente abstinente; viósele lanzado constantemente en los peligros de la guerra, hollando el hielo con los pies desnudos; llevar el mismo vestido en invierno que en verano, exceder a todos sus compañeros en las fatigas del trabajo; comer con frugalidad idéntica en el más suntuoso banquete que en la humilde mesa de su casa; permanecer veintisiete años con invariable semblante, soportando el hambre, la pobreza, la indocilidad   —470→   de sus hijos, las garras de su mujer, y, por fin, la calumnia, la tiranía, la prisión y el veneno: Mas si a este mismo hombre invitaban a beber copiosamente, por deber de civilidad era también de entre los de la compañía quien a todos sobrepujaba; ni rechazaba tampoco el jugar a las tabas con los muchachos, ni el corretear con ellos sobre un palo a guisa de caballo, con gracioso continente; pues todas las acciones, dice la filosofía, sientan igualmente bien y honran al filósofo. Es justo y equitativo el que jamás deje de presentársenos la imagen de este personaje en todos los modelos y formas de perfección. Entre las vidas humanas hay pocos ejemplos tan plenos y tan puros, y a nuestra instrucción se daña proponiéndonos a diario los débiles y raquíticos, buenos apenas para una sola enmienda, los cuales nos echan hacia atrás, y son corruptores más bien que correctores. El mundo vive engañado: con facilidad mayor se camina por los bordes, donde la extremidad sirve de límite, parada y guía, que por la senda de en medio, amplia y abierta; es más cómodo proceder conforme al arte que según naturaleza, pero también es menos noble y menos recomendable.

La grandeza de alma no consiste tanto en tirar hacia lo alto o en pugnar hacia adelante como en saber acomodarse y circunscribirse; como grande considera todo cuanto es suficiente, y muestra su elevación amando más bien las cosas medianas que las eminentes. Nada es tan hermoso ni tan legítimo cual desempeñar bien y debidamente el papel de hombre, ni hay ciencia tan ardua como el vivir esta vida de manera perfecta y natural. De nuestras enfermedades, la más salvaje es el menosprecio de nuestro ser.

Quien pretenda echar a un lado su alma, que lo haga resueltamente, si le es dable, cuando tenga el cuerpo enfermo a fin de descargarla del contagio. Mas si esto no acontece proceda contrariamente, asistiéndola y favoreciendola, y no la niegue la participación de sus naturales placeres, complaciéndose con aquél conyugalmente; obre con moderación si es moderada, por el natural temor de que los goces no se truequen en dolores. La destemplanza es peste de la voluptuosidad, y la templanza no es su castigo, es su condimento: Eudoxo, que en el extremo goce hacía consistir el soberano bien, y sus compañeros, que le imprimieron tan gran valía, saboreáronle en su dulzura mediante la medida, que en ellos fue ejemplar y singular.

Yo ordeno a mi alma que contemple el dolor y el placer con mirada igualmente moderada, eodem enim vitio est effusio animi in laetitia, quo in dolore contractio1490, y con firmeza idéntica, mas alegremente la una y severa la otra   —471→   y en tanto que aquella lo pueda procurar, tan cuidadosa de aminorar el uno como de agrandar el otro. El ver sanamente los bienes acarrea el ver los males del propio modo; el dolor tiene algo de inevitable en su blando comenzar, y la voluptuosidad algo de evitable en su fin excesivo. Platón los acopla, y quiere que sea el fin común de la fortaleza combatir al par contra el dolor y contra las encantadoras blanduras de los goces: dos fuentes son en las cuales quien se aprovisiona cuando, como y cuanto precisa, ya sea ciudad, hombre o bruto, es cabalmente dichoso. Hay que tomar el primero como medicina y como cosa necesaria; pero en cantidad muy nimia; el segundo como quien la sed aplaca, pero no hasta la embriaguez. El dolor, el placer, el amor y el odio, son las acometidas primeras que siente un niño: si la razón naciente se aplica a gobernarlos, la virtud se engendra.

Para mi uso particularísimo, tengo un diccionario: cuando el tiempo es malo e incómodo, me limito a pasarlo; cuando es bueno, no hago lo mismo, sino que lo gusto y en él me detengo: es preciso correr por lo malo y asentarse en lo bueno. Estos dichos familiares, «Pasatiempo» y «Pasar el tiempo», significan la costumbre de esas gentes prudentes que no piensan dar a la vida mejor empleo que el de deslizarla, huirla y trasponerla, apartándose de su camino, y cuanto de sus fuerzas depende ignorarla, huyendola como cosa de índole enojosa y menospreciable; mas yo la conozco distinta, y la encuentro cómoda y digna de recibo, hasta en su último decurso, en el cual me encuentro; púsola naturaleza en nuestra mano, provista de circunstancias tales y tan favorables, que solamente de nosotros tenemos que quejarnos si nos mete prisa, escapándosenos inútilmente; stulti vita ingrata est, trepida est, tota in futurum fertur1491. Yo me preparo, sin embargo, a perderla sin pesadumbre, mas como cosa de condición perdible, y algo pesado e inoportuno; por eso no sienta bien el condolerse de morir sino a aquellos que en el vivir se complacieron. Hay moderación en el gozarla, y yo la disfruto el doble, que los demás, pues la medida del disfrute depende del más o el menos en la aplicación que la procuramos. Ahora, principalmente, que advierto la mía de duración tan breve, quiero amplificarla en peso, quiero detener la rapidez de su huida con la prontitud en el atraparla y, mediante el vigor del empleo, compensar el apresuramiento de su pérdida: a medida que la posesión del vivir es más corta, precísame convertirla en más profunda y más plena.

Otros experimentan las dulzuras de la prosperidad y del   —472→   contentamiento: yo las siento como ellos, pero no de pasada y deslizándome: es menester estudiarlas, saborearlas y rumiarlas para gratificar dignamente a quien nos las otorga. Gozan los demás placeres, como el del sueño, sin conocerlos. Con este fin, de que ni aun el dormir siquiera me escapase así torpemente, encontré bueno antaño que me lo turbaran, a fin de entreverlo. Contento conmigo mismo, lo medito; no lo desfloro, lo profundizo, y a mi razón, mal humorada ya y asqueada, lo pliego para que lo recoja. ¿Me encuentro en situación reposada? ¿algún deleite interior me cosquillea? pues no consiento que los sentidos lo usurpen, y a mi estado asocio mi alma, no para a él obligarla, sino para que con él se regocije; no para que allí se pierda, sino para que allí se encuentre; y por su parte la invito a que se contemple en tan alto sitial y de él pese y estime la dicha, amplificándola: así mide cuánto debe a Dios, por hallarse en reposo con su conciencia y con otras pasiones intestinas; por tener el cuerpo en su disposición natural, gozando ordenada y competentemente de las funciones blandas y halagadoras, por las cuales le place compensar con su gracia los dolores con que su justicia nos castiga a su vez. El alma mide cuánto la vale el estar alojada en tal punto que donde quiera que dirija su mirada, en su derredor el cielo permanece en calma; ningún deseo, ningún temor ni duda que puedan perturbarla; ninguna dificultad pasada, presente ni futura por cima de la cual su fantasía no pase sin peligro. Reálzase esta consideración con el parangón de condiciones diversas: así yo me propongo bajo mil aspectos, cuantos el acaso y el propio error humano agitan e incluyen; y también éstos de mí más cercanos, que acogen su buena dicha con flojedad tanta de curiosidad exenta: gentes son que, en verdad, pasan su tiempo, sobrepujan el presente y cuanto está en su mano por servir la esperanza, merced a las sombras y vanas imágenes que la fantasía coloca ante sus ojos,


Morte obita quales fama est volitare figuras,
aut quae sopitos deludunt somnia sensus1492:



las cuales apresuran y alargan su huida al igual que se las sigue: y el fruto y última mira de este perseguimiento es simplemente perseguir, como Alejandro decía que el fin de su tarea era de nuevo atarearse:


Nil actum credens, quum quid superesset agendum.1493



Así, pues, yo amo la vida, y la cultivo tal como a Dios   —473→   plugo otorgámela. No voy lamentando el experimentar la necesidad de comer o de beber, y me parecería errar de un modo no menos inexcusable, apeteciendo sentirla doble; sapiens divitiarum naturalium quaesitor aserrimus1494. Ni el que nos alimentáramos metiendo simplemente en la boca un poco de aquella droga con la cual Epiménides se privaba de apetito, sustentándose; ni que estúpidamente se procrearan hijos por medio de los dedos o los talones, sino hablando con reverencia, que más bien se los produjera voluptuosamente con los talones y los dedos. Ni de que al cuerpo asalten cosquilleos: son todas éstas quejas ingratas e injustas. Yo acojo de buen grado y con reconocimiento cuanto la naturaleza hizo por mí; con ello me congratulo y, de ello me alabo. Inferimos agravio a aquel grande Todopoderoso Donador, rechazando su presente, anulándolo y desfigurándolo: como es todo bondad, óptima es toda su obra: omnia, quae secundum naturam sunt, aestimatione digna sunt1495.

Entre las opiniones de la filosofía, abrazo de mejor grado las más sólidas, es decir, las más humanas y nuestras; mi discurso va de acuerdo con mis costumbres, bajas y humildes: y, a mi ver, aquélla hace una colosal niñada cuando se pone a gallear, predicándonos que es una feroz alianza la de casar lo divino con lo terreno, lo razonable con lo irracional, lo honesto con lo deshonesto. Que la voluptuosidad es cosa de índole brutal e indigna de ser por el filósofo gustada: Que el único placer que éste alcanza con el goce de una esposa hermosa y joven, es el mismo que su conciencia lo procura al realizar una acción conforme al orden, como la de calzarse los botines para emprender una provechosa correría. ¡Así los que tal filosofía predican no tuvieran más derecho, ni más nervios, ni más jugo en el desdoncellar de sus mujeres que en los principios que sientan!

No es ésa la doctrina de Sócrates, su preceptor y el nuestro, el cual toma, como debe, la voluptuosidad corporal, pero prefiriendo la del espíritu, como más fuerte, constante, fácil y digna. Ésta, en modo alguno, camina aislada según él (pues no es tan visionario), es únicamente la primera; para él la templanza es moderadora y no enemiga de los goces. Dulce guía es naturaleza, pero no más dulce que prudente y justa: intrandum est in rerum naturam, et penitus, quid ea postulet, pervidendum1496. Yo sigo en todo sus huellas: confundímosla nosotros con rasgos artificiales,   —474→   y ese soberano bien académico y peripatético, que consiste en vivir «según ella», por esa razón se convierte en difícil de limitar y explicar; y asimismo el de los estoicos, vecino de aquél, que consiste en «transigir con naturaleza». ¿No es error el considerar algunas acciones menos dignas porque sean necesarias? No me quitarán de la cabeza que no sea una convenientísima unión la del placer y la necesidad: con la cual, dice un antiguo, los dioses conspiran siempre. ¿Con qué mira desmembramos, a guisa de divorcio, mi edificio cuya contextura y correspondencia permanecen juntas y fraternales? Por el contrario, anudémosle mediante oficios mutuos: hagamos que el espíritu despierte y vivifique la pesantez del cuerpo, y que el cuerpo detenga y fije la ligereza del espíritu. Qui, velut summum bonum, laudat animae naturam, et, tanquam malum, naturam carnis accusat, profecto et animam, carnaliter appetit, et carnem carnaliter fugit; quoniam, id vanitate sentit humana, non veritate divina?1497 Ningún fragmento indigno de nuestra solicitud en este presente que Dios nos hizo: de él debemos cuenta estrictísima, hasta de un cabello, y no es un quehacer de cumplido para el hombre el gobernar al hombre, según su condición; es expreso, ingenuo y principalísimo, y el Creador nos lo confió seria y severamente. La autoridad puede sólo contra los entendimientos comunes, y pesa más cuando va envuelta en lenguaje peregrino. Recarguémosla en este pasaje: Stultitiae proprium quis non dixerit ignave contumaciter facere, quae facienda sunt; et alio corpus impellere, alio animum; distrahique inter diversissimos motus.1498 Ahora bien, para experimentarlo haceos predicar las fantasías y divertimientos que aquél ingiere en su cabeza, mediante los cuales aparta su mente de una buena comida y lamenta la hora que en reparar sus fuerzas emplea, y encontraréis así que nada hay tan insípido en todos los platos do vuestra mesa, cual esa hermosa plática de su alma (valdríanos mejor, las más de las dormir por completo que velar por las cosas que velamos); reconoceréis que sus opiniones y razones son hasta indignas de reprimenda. ¿Aun cuando se tratara de los enajenamientos de Arquímedes?, ¿qué valen ni que significan? Yo no toco aquí, ni tampoco mezclo sino a la garrulería humana que nosotros formamos; la vanidad de deseos y cogitaciones que nos extravían. De sobra considero como estudio privilegiado el de esas almas venerables, elevadas   —475→   por ardor de devoción y de religión a la meditación constante y concienzuda de las cosas divinas, preocupadas por el esfuerzo de una esperanza vehemente y viva, a fin de encaminarse al eterno sustento, última mira y estación postrera de los cristianos anhelos, único placer constante e incorruptible, menospreciando el detenerse en nuestras comodidades miserables, fluidas y ambiguas, libertando fácilmente el cuerpo de la postura temporal y usual. Entre nosotros, las opiniones supercelestiales y las costumbres subterrenales, son cosas que siempre vi singularmente armonizadas.

Esopo, aquel grande hombre, viendo un día que su amo orinaba paseándose: «¡Cómo! dijo, habremos de hacer lo otro corriendo?» Empleemos bien el tiempo, y todavía nos quedará mucho ocioso y desocupado: acaso a nuestro espíritu no satisfagan otras horas para llenar sus menesteres sin desasociarse del cuerpo en lo poco que para su necesidad precisa. Quieren colocarse fiera de sí y escapar al hombre; locura insigne, pues, en vez de convertirse en ángeles, en brutos se convierten; en vez de elevarse, se rebajan. Estos humores preeminentes me atemorizan como los lugares elevados e inaccesibles; y en la vida de Sócrates nada para mí es tan difícil de digerir como sus éxtasis y demonierías; ni en Platón se me antoja nada más humano que las razones por las cuales se lo llama divino; y entre nuestras ciencias, aquellas me parecen más terrenales y bajas que a mayor altura se remontan; y nada encuentro tan humilde ni tan mortal en la vida de Alejandro, como sus fantasías en derredor de su deificación. Filotas le mordió diestramente con su respuesta, pues habiéndose ante él congratulado por escrito de que el oráculo de Júpiter, Ammón, le había colocado entre los dioses, le dijo: «Por lo que a ti respecta, recibo mucho contento; pero hay por qué compadecer a los hombres que tengan que vivir con un hombre y obedecerle, el cual sobrepuja y no se contenta con el nivel humano»:


Dis te minorem quod geris, imperas.1499



La gentil inscripción con que los atenienses honraron la llegada de Pompeyo a su ciudad, se conforma con mi sentido: «En tanto eres dios cuanto como hombre te reconoces.»

Es una perfección absoluta, y como divina «la de saber disfrutar lealmente de su ser». Buscamos otras condiciones por no comprender el empleo de las nuestras, y salimos fuera de nosotros, por ignorar lo que dentro pasa. Inútil es que caminemos en zancos, pues así y todo, tenemos   —476→   que servirnos de nuestras piernas; y aun puestos en el más elevado trono de este mundo, menester es que nos sentemos sobre nuestro trasero. Las vidas más hermosas son, a mi ver, aquellas que mejor se acomodan al modelo común y humano, ordenadamente, sin milagro ni extravagancia. Ahora bien, la vejez ha menester aún de alguna mayor dulzura. Encomendémosla, pues, a ese dios de salud y de prudencia, para que a más de prudente y sana, nos la otorgue regocijada y sociable:


Frui paratis el valido mihi,
latoe, dones, et, precor, integra
       cum monte; nec turpem senectam
degere, nec cithara carentem.1500








 
 
FIN DE LOS ENSAYOS
 
 


  —[477]→  

ArribaAbajoLa correspondencia de Montaigne

Las cartas de Montaigne deben formar el complemento natural de los Ensayos, y acompañan aéstos en casi todas las ediciones modernas. Bien que poco numerosas, bastan a dar una idea precisa de su manera epistolar, que en nada difiere del estilo de su libro, a excepción de las comunicaciones oficiales, que escribió siendo alcalde de Burdeos, por su naturaleza más rápidas y exentas de consideraciones filosóficas. Todas las del principio, menos la primera, son dedicatorias de los trabajos literarios de La Boëtie (originales o traducidos) a los personajes más relevantes del siglo, con el hermoso designio de mantener viva la memoria del amigo amantísimo. La segunda, dirigida a su padre, sin duda la más notable de todas, debe ser como un monumento considerada. En ella se hermana la tristeza más sublime y desoladora con la sencillez más ingenua; es imposible leerla sin que las lágrimas broten de los ojos, y sin que el corazón se oprima en el pecho cuantas veces se lee de nuevo. Todos los que de la correspondencia de Montaigne hablaron, considéranla como un fragmento dignísimo de las antiguas literaturas. Las demás, aun cuando fueran como dedicatorias compuestas, no por ello dejan de ser epístolas familiares por la naturalidad con que en ellas se expresan los sentimientos más elevados de la humana naturaleza, sin oropeles ni afectación de ningún linaje. Las dirigidas a Enrique IV acreditan «la menuda y larga experiencia de Estado y Corte» de que hablaba el licenciado Cisneros1501 y también la posibilidad de comunicarse   —478→   con los monarcas sin echar a un lado la dignidad y el decoro humanos.

Estas dos últimas son las más importantes entre las descubiertas hace pocos años. En ellas y en cada una de las otras se consigna, en la presente edición, la fecha de su hallazgo y otros pormenores biográficos e históricos necesarios para la mejor inteligencia del conjunto. Casi todas estas noticias pertenecen al muy erudito escritor francés Luis Moland, autor de una Vida de Molière, a quien ya Sainte-Beure tributó merecidos parabienes. Alguna de las cartas a los señores jurados de la ciudad de Burdeos lleva en el principio una cruz, que aquí se ha conservado; y con el fin de no aumentar las páginas de este tomo II, ya considerables, se han omitido las comunicaciones de Montaigne al mariscal de Matignón, gobernador de la Guiena, más interesantes bajo el aspecto histórico que literariamente consideradas.

C. R. Y. S.

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ArribaAbajo- I -

A Mesir Antonio del Prat1502


En mi última carta, señor, os hablé de las revueltas que asolaron Agenois y el Perigord, donde nuestro común amigo Memy1503, hecho prisionero, fue conducido a Burdeos y decapitado. Quiero deciros hoy que los de Nerac, después de haber perdido de ciento a ciento veinte hombres en una escaramuza contra algunas tropas de Monluc, por el desacierto de un capitán joven de su ciudad, se recogieron con sus ministros1504 en el Bearne, no sin riesgo grande de sus vidas, hacia el 15 de julio; en este día se rindieron los de Castel Jalous, siendo ejecutado el ministro de este lugar. También huyeron los de Marmande, San Macario y Bazas, mas no sin experimentar una pérdida cruel, pues al punto fue saqueado el castillo de Duras y asaltado el de Monsegur, lugar en que había dos enseñas y gran número de gentes de la religión protestante. Todo género de crueldades y violencias fueron allí ejercidos el primer día de agosto, sin consideración de categoría, sexo ni edad. Monluc violó a la hija del ministro1505, el cual fue muerto con los demás. Con profundo dolor os diré que en esta matanza pereció vuestra parienta, la esposa de Gaspar Duprat1506 y dos de sus hijos: era ésta una nobilísima mujer, a quien tuve ocasión de ver con frecuencia cuando visitaba su país, y en cuya casa estaba siempre seguro de recibir hospitalidad cumplida. Por hoy acabo aquí, pues esta relación me causa dolorosa pena; y con esto ruego a Dios que os mantenga en su santa guarda.

Vuestro servidor y buen amigo.1507

A 24 de agosto (1562).



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ArribaAbajo- II -1508

A Monseñor de Montaigne


En cuanto a sus últimas palabras, si hay alguien que de ellas pueda dar cumplida cuenta, ninguno mejor que yo; así porque durante el transcurso de su enfermedad me hablaba tan de buen grado como al que más, como por la singular y fraternal amistad que nos tributábamos, tenía yo evidentísimo conocimiento de los designios, juicios y voluntades que durante su vida entera alimentara; tanto sin duda como un hombre puede estar penetrado de los pensamientos de otro hombre; y porque sabía que éstos eran en él elevados, virtuosos, llenos de resolución ciertísima y, para decirlo todo, admirables. Preveía yo bien que si el mal le dejaba medios de poder expresarse, nada se le escaparía en semejante trance que grande no fuera, y dechado de buen ejemplo; por eso en escucharle puse todo el cuidado que pude. Verdad es, señor, que como mi memoria es muy corta y entonces se hallaba alterada por el trastorno que mi espíritu sufría a causa de una pérdida tan dura y e importancia tanta, es imposible que no haya olvidado muchas cosas, las cuales quisiera que fuesen conocidas; mas aquellas que se me acuerdan os las trasladaré cuanto más verídicamente me sea dable; pues para representarlo así, con altivez detenido en su vigorosa faena; para mostraros aquel ánimo invencible en un cuerpo acabado y consumido por los esfuerzos furiosos de la muerte y del dolor, confieso que sería menester un estilo mejor que el mío: si durante su vida aún cuando hablara de cosas graves e importantes expresábase de tal suerte que era difícil con tal maestría escribirlas, hubiérase dicho que a la hora de su muerte su espíritu y su lengua se esforzaban en competencia como para procurarle sus más relevantes servicios pues sin duda nunca le vi tan pleno, así de elocuencia cual de hermosas fantasías, como en todo el curso de su enfermedad. Por lo demás, mi señor, si juzgáis que consigné sus expresiones más volanderas y ordinarias, de propio intento lo hice, pues habiendo sido dichas en aquellas horas y en lo más recio de una tan empeñada lucha, singularmente testimonian un alma llena de reposo, de sosiego y de seguridad.

Como regresara yo de la audiencia el lunes 9 de agosto   —481→   de 1563 le envié a buscar para comer en mi casa. Me envió a decir que me daba gracias; que se encontraba algo mal, y que le procuraría placer si quería pasar una hora en su compañía antes de que él tomara el camino del Medoc. Fui en su busca, apenas comí: se había acostado vestido, y mostraba ya no sé qué cambio en su semblante. Me dijo que tenía un flujo de vientre ocasionado por unos retortijones que le habían cogido la víspera jugando sin abrigo, con solo el coleto bajo una túnica de seda, con el señor de Escarts, y que el frío le había hecho sentir con frecuencia accidentes semejantes. Pareciome bien que realizara el propósito que de alejarse tenía formado, pero que sólo llegara aquella noche hasta Germignan, a dos leguas de la ciudad. Esto le dije a causa del lugar donde estaba alojado, muy vecino de viviendas infestadas, de las cuales se mostraba aprensivo, habiendo regresado hacia poco del Perigord y de Angenuis, donde estaba todo apestado; además, para remediar una enfermedad semejante a la suya, a mí me fue muy bien montando a caballo. Así que, partió en compañía de la señorita de La Boëtie, su mujer, y del señor de Bouillhonnas, su tío.

Al siguiente día muy de mañana vino a mí uno de sus gentes con un recado de la señorita de La Boëtie, quien me anunciaba que su esposo había pasado muy mala noche, con una fuerte disentería. Envió a buscar un médico y un boticario, y me rogó que fuera junto a él, como así lo hice a medio día.

A mi llegada pareció regocijado de verme; y como yo quisiera decirle adiós para retirarme, prometiéndole visitarle al día siguiente, me rogó con una afección e instancia que nunca había empleado que permaneciera a su lado cuanto más tiempo pudiese. Esto me conmovió algún tanto. Sin embargo, ya me iba, cuando la señorita de La Boëtie, que empezaba a presentir no sé qué desdicha, me suplicó con los ojos, llenos de lágrimas que no me moviera de allí en toda la noche. Detúvome así, y con ello él se regocijó grandemente. Al siguiente día regresé, y el jueves le vi de nuevo. Su mal iba empeorando; su flujo de sangre y sus cólicos, que le debilitaban todavía más, iban creciendo a cada hora.

El viernes dejele aún, y el sábado le vi ya muy abatido. Me dijo entonces que su enfermedad era algo contagiosa y además ingrata y melancólica; que conocía muy bien mi natural y me suplicaba que no estuviera a su lado sino a intervalos, pero con la mayor frecuencia que me fuera dable. Ya no volví a abandónarle. Hasta el domingo no me habló de lo que pensaba de su estado; sólo habíamos conversado sobre las particulares ocurrencias de su mal y de lo que sobre él los médicos antiguos habían dicho; de los negocios públicos nada nos dijimos, pues advertí que le cansaban   —482→   desde el primer día de su enfermedad. Mas el domingo acometiole una debilidad grande, y como se recobrase, dijo que le parecía haberse visto en medio de una confusión de todas las cosas y no haber contemplado sino una espesa nube y niebla obscura, en las cuales todo estaba revuelto y confuso; pero que, sin embargo, no había experimentado contrariedad en todo este accidente. «La muerte, hermano mío, le dije yo entonces, nada ofrece peor que eso. -Pero nada muestra tan malo», respondiome.

En lo sucesivo, como desde el comienzo de su mal no había podido dormir, y como a pesar de todos los remedios iba sucesivamente empeorando, habiéndose ya empleado ciertos medicamentos de los cuales no se echa mano sino en la última extremidad, empezó a desesperar por completo de su curación, y así me lo comunicó. En este mismo día, pareciéndome bueno, le dije «que no procedería yo bien a causa de la suprema amistad que le profesaba, al no recomendarle que así como en el estado de salud se vieron todas sus acciones llenas de prudencia y buen consejo, tanto como las del que más, que continuara así también en su enfermedad; y que si Dios quería que empeorase, grandemente me entristecería el que por inadvertencia hubiera dejado en el aire ninguno de sus negocios domésticos, así por el perjuicio que por ello sus parientes podrían experimentar, como por el cuidado de su buen nombre»; todo lo cual oyó de buen grado; y luego de haber resuelto algunas dificultades que le tenían en suspenso en este punto, me rogó que llamara a su tío y a su mujer, solos, para decirles lo que había deliberado tocante a su testamento. Yo le repuse que los asustaría. «No, no, me dijo, yo los consolaré, y haré que conciban esperanzas mayores de mi salud de las que yo mismo tengo.» Luego me preguntó si los desvanecimientos que le habían asaltado no nos habían estremecido un poco. «Eso no es nada, le contesté, hermano; son accidentes ordinarios a tales enfermedades. -En verdad, no, no es nada, hermano, me contestó, aún cuando de ellos sobreviniera lo que todos más teméis. -Para vosotros no sería sino dicha, repliqué, mas el daño fuera para mí, que perdería la compañía de un tan grande, prudente y seguro amigo, tal, que estaría seguro de no encontrarlo nunca semejante. -Muy bien pudiera ser así, hermano, añadió; y os aseguro que lo que me hace tener el cuidado que pongo en mi curación, y no seguir tan corriendo el paso que ya a medias franqueé, es la consideración de vuestra pérdida y la de ese pobre hombre, y la de esa pobre mujer (hablando de su tío y de su esposa), a quienes amo singularmente, y que soportarían con harta impaciencia, bien seguro estoy de ello, la pérdida que con mi muerte sufrirían, que a la verdad es bien grande para vos y para ellos. Considero   —483→   también el disgusto que experimentaran muchas gentes de bien que me quisieron y estimaron mientras viví, de las cuales, en verdad lo confieso, si de mí pendiera, me creería contento al no perder aún la conversación; y si me voy, hermano mío, ruégoos, vosotros que las conocéis, que las mostréis el testimonio de la buena, voluntad que las profesé hasta este último término de mi vida; además, hermano mío, acaso no había yo nacido tan inútil que no hubiera tenido medio de procurar servicio a la cosa pública; mas suceda lo que quiera, presto estoy a partir cuando a Dios le plazca, con la seguridad de que gozaré del bienestar que vosotros me predijisteis. Y en cuanto a vos, amigo mío, conozco tanto vuestra prudencia, que os acomodaréis de buen grado, y pacientemente a todo cuanto plazca a su Santa Majestad ordenar de mí; y os suplico que cuidéis de que no empuje a ese buen hombre y a esa buena mujer fuera e los linderos de la sana razón.» Preguntome entonces cuál era el estado de sus ánimos, y yo le dije que bastante bueno para la magnitud del suceso. «Sí, añadió, ahora que todavía albergan alguna esperanza, mas si yo se la quitara de una vez, hermano, os vierais bien embarazado para contenerlos.» Siguiendo esta mira, mientras tuvo alientos ocultoles constantemente la evidente opinión que de su muerte abrigaba, rogándome con todas sus fuerzas hacer lo propio. Cuando los veía junto a él simulaba un semblante alegre y los apacentaba con hermosas esperanzas.

Dejele en este punto para ir a llamarlos. Compusieron su semblante lo mejor que pudieron por un momento, y luego de sentarnos en derredor de su lecho, los cuatro solos, habló así con tranquilo continente y como lleno de gozo:

«Tío y esposa míos, os aseguro por mi fe que ningún nuevo ataque de mi mal y ninguna opinión desfavorable de mi curación me han impulsado a llamaros para deciros lo que intento, pues me encuentro, a Dios gracias, muy bien y lleno de buenas esperanzas: mas habiendo de antiguo aprendido, así por dilatada experiencia como por estudio prolongado, la poca seguridad que existe en la instabilidad e inconstancia de las cosas humanas, y hasta en nuestra propia vida, que tan cara consideramos y que sin embargo no es sino humo y nada; y considerando también que entrándome enfermo otro tanto me aproximé al peligro de la muerte, he deliberado poner algún orden en mis negocios domésticos, he deliberado poner algún orden en mis negocios domésticos, luego de haber oído el parecer vuestro primeramente.»

Después, dirigiendo sus palabras a su tío: «Mi buen tío, dijo, si tuviera que daros cuenta en este momento de las grandes obligaciones que os debo, el tiempo no me alcanzaría; básteme decir que hasta el presente, donde quiera que haya estado y a quienquiera que haya hablado, siempre   —484→   dije que todo el cuanto un prudentísimo, buenísimo y liberalísimo padre pudiera hacer por su hijo, todo eso lo habíais hecho por mí, ya por el cuidado que fue preciso para instruirme en las buenas letras, ya cuando os plugo empujarme a los empleos públicos; de suerte que todo el curso de mi vida estuvo lleno de grandes y recomendables deberes y amistades vuestros para conmigo; en conclusión, sea cual fuere lo que tenga, de vosotros lo tengo, como vuestro lo reconozco y de ello os soy deudor, vos sois mi verdadero padre; así pues, como hijo de familia carezco de poder para disponer de nada, si no os place el otorgármelo.» Entonces calló y aguardó a que los sollozos y suspiros permitieran a su tío contestarle «que encontraría siempre excelente todo cuanto lo pluguiera». En este punto, habiendo de hacerle su heredero, suplicole que recibiera de él sus bienes que le pertenecían.

Y luego, desviando su palabra hacia su mujer: «Mi igual, dijo (así la llamaba a veces, por virtud sin duda de alguna alianza antigua pactada entre ellos), habiendo sido a vos unido por el lazo santo del matrimonio, que es uno de los más respetables o inviolables que Dios haya ordenado aquí abajo para la conservación de la sociedad humana, os amé, quise tiernamente y estimé tanto como me fue dable, y bien seguro estoy de que vos me habéis correspondido con afección recíproca, que nunca podré reconocer bastante. Ruégoos que toméis de la parte de mis bienes lo que os doy, y que con ello os contentéis aun cuando sé muy bien que es bien poco comparado con vuestros méritos.»

Luego, enderezando a mí sus palabras: «Hermano dijo, a quien amo tan caramente, y a quien escogí entre tantos hombres para con vos renovar aquella amistad virtuosa y sincera, cuya índole se alejó tanto ha de nosotros a causa de los vicios, que de ella no quedan sino algunas viejas huellas en la memoria de la antigüedad, os suplico como muestra de mi afección hacia vos que os dignéis ser el sucesor de mi biblioteca y de mis libros que os doy: presente bien pequeño, mas de buen corazón inspirado, y que bien os cuadra por la afección que las letras os inspiran. Será para vosotros imagen1509, tui sodalis1510

Y luego, hablando a los tres en general, alabó a Dios porque en una situación tan extrema se veía acompañado de las más caras afecciones que en este mundo tuviera pareciéndole hermosísimo el ver un concurso de cuatro personas tan en armonía y por amistad tan grande unidas, haciendo votos, decía, porque nos amáramos unánimemente, los unos por el amor de los otros. Luego de recomendarnos mutuamente, siguió así: «Habiendo puesto orden en mis bienes,   —485→   fáltame ahora pensar en mi conciencia. Yo soy cristiano, yo soy católico: como tal he vivido; como tal lo he deliberado acabar mi vida. Que se haga venir a un sacerdote, pues no quiero faltar a este último deber del cristiano.»

Con estas palabras acabó su plática, la cual había proferido con tanta seguridad de semblante y tanta fuerza de acento y de voz, que hallándole cuando entró en su aposento débil, arrastrando penosamente las palabras unas tras otras, con el pulso abatido como de fiebre lenta, y camino de la muerte y el rostro pálido y completamente amortecido, parecía entonces que acabara como por milagro de ganar algún vigor nuevo; tenía el color más sonrosado y el pulso más fuerte, de tal modo que yo le hice tocar el mío para que los comparase. En este punto mi corazón se oprimió tanto que no supe qué contestarle. Pero dos o tres horas después, así por continuar en él esta grandeza de ánimo, como también porque yo deseaba a causa del celo que alimenté toda mi vida por su gloria y por su honor, que hubiera más testigos de tantas y tan honrosas pruebas de magnanimidad, y luego que su aposento estuvo mejor acompañado, díjele que había enrojecido de vergüenza al ver que el aliento me faltaba para oír lo que él, que estaba en liza con el mal, había tenido ánimos sobrados para decirme; que hasta entonces había pensado que Dios no nos otorgara tan gran ventaja sobre los humanos accidentes, y que creía difícilmente lo que en este particular leía alguna vez en las historias, pero que habiendo sentido de cerca una tal prueba, bendecía a Dios por haber sido una persona de quien yo era tan amado y a quien yo amaba tan caramente, y que esto me serviría de ejemplo para cuando me llegara el turno de representar el mismo papel.

Me interrumpió para rogarme que así lo hiciera, mostrando, por efecto, que las palabras que durante nuestra vida sustentáramos no las llevásemos solamente en la boca, sino grabadas muy en lo hondo del corazón y del alma para ponerlas en práctica a las primeras ocasiones que se ofrecieran, añadiendo que en esto consistía la verdadera lección de nuestros estudios y la de la filosofía. Y cogiéndome la mano: «Hermano mío amigo, me dijo, te aseguro que hice bastantes cosas, en mi vida (así lo juzgo al menos) con igual quebranto y dificultad que ésta. Y para decirlo todo, hace mucho tiempo que me encontraba preparado a este trance y que sabía de memoria mi lección. ¿Pero no es vivir bastante llegar a la edad en que me veo? Encontrábame ya presto a entrar en los treinta y tres años. Dios me otorgó la gracia de que toda la existencia pasada hasta este momento de mi vida, fuese llena de salud y dicha: merced a la inconstancia de las cosas humanas, esto apenas podía durar. Era ya llegada la época de internarse en los negocios y de ver mil cosas ingratas, como la incomodidad   —486→   de la vejez, de la cual me veo libre por este medio; además es verosímil que yo haya vivido hasta ahora con mayor simplicidad y menos malicia, que acaso no hubiera podido conservar si Dios me hubiese dejado subsistir hasta que el cuidado de enriquecerme y acomodar mis negocios se me hubiera metido en la cabeza. En cuanto a mí, seguro estoy de ello, me voy a ver Dios y la mansión de los bienaventurados.» Al llegar aquí, como yo mostrara hasta en el semblante la impaciencia que el escucharle me producía: «¡Cómo, hermano mío! me dijo, ¿queréis meterme miedo? Si lo tuviera, ¿quién había de quitármelo si no es vosotros?»

A eso del anochecer, como se presentara el notario, a quien se había mandado llamar para que hiciera testamento, hice que lo escribiera, y después le dije si quería firmarlo: «No, me respondió, quiero hacerlo yo mismo, pero desearía, hermano, que me dejaran un poco de sosiego, pues me encuentro extremadamente trabajado, y tan débil que casi no puedo más.» Cambié de conversación, pero él reanudó al punto la que habíamos dejado, diciéndome que para morir no precisaba gran sosiego, y me rogó que me informara de si el notario tenía la mano bien ligera, pues él apenas se detendría al dictarle. Llamé al notario y al instante dictó tan deprisa su testamento que mucho embarazo se experimentaba para poder seguirle. Luego que acabó me rogó que se lo leyera, y me habló así: «¡He aquí un hermoso cuidado, el cuidado de nuestras riquezas!» Sunt haec, quae hominibus vocantur bona.1511 Luego que el testamento estuvo firmado, como el aposento se llenara de gente, preguntome si le perjudicaría el hablar. Yo le dije que no, pero que hablase muy despacio.

En este punto hizo llamar a la señorita de San Quintín, su sobrina, y la dijo así: «Sobrina mía amiga, desde el momento en que te conocí me pareció haber visto brillar en ti los rasgos de una naturaleza buenísima: mas estos últimos deberes que cumples con tan buena afección y diligencia tanta para con mi precaria situación, mucho me prometen de tu persona; en verdad te estoy muy obligado y por ello te doy gracias afectuosísimas. Por lo demás, en descargo mío, te recomiendo que seas primeramente devota para con Dios, pues ésta es sin duda la parte principal de nuestro deber y sin la cual ninguna otra acción puede ser buena ni hermosa: y esta a conciencia cumplida lleva en pos de sí necesariamente todas las demás acciones de la virtud. Después de Dios has de amar y honrar a tu padre y a tu madre y, lo mismo que a ésta, a mi hermana, a quien yo considero como una de las mejores y más prudentes mujeres del mundo; y te ruego que de ella imites la ejemplar   —487→   vida. No te dejes avasallar por los placeres: huye como de la peste esas locas confianzas que a las mujeres ves permitirse a veces con los hombres, pues aun cuando al principio nada tengan de censurables, sin embargo, poco a poco van corrompiendo el espíritu, conduciéndole a la ociosidad, y de la ociosidad al horrible cenagal del vicio. Créeme: la más segura guarda de la castidad para una doncella es la severidad. Te ruego y quiero que te acuerdes de mí, para que así tengas presente la amistad que me inspiraste; no para quejarte y dolerte de mi pérdida, pues esto se lo prohíbo a todos mis amigos cuanto está a mi alcance; porque así parecería como que se mostrasen envidiosos del bien que gracias a mi muerte pronto disfrutaré y te aseguro, hija mía, que si Dios me diera a escoger en estos momentos entre volver de nuevo a la vida o acabar el viaje ya emprendido, me vería muy embarazado en la elección. Adiós, sobrina mía, mi amiga.»

Hizo luego llamar a la señorita de Arsat, su hijastra, y la dijo: «Hija mía, tú no has menester grandemente de mis advertencias teniendo una tal madre, a quien siempre reconocí llena de prudencia, y tan de acuerdo con mis miras y voluntades, que jamás incurrió en ninguna falta: serás muy bien instruida bajo la dirección de tal maestra. No juzgues extraño si yo, que no tengo contigo ningún parentesco, me cuido de tus cosas y me mezclo en tus asuntos, pues siendo hija de una persona que me es tan cercana, imposible es que todo cuanto te concierne no me incumba a mí también. Por eso me desvelé siempre por los negocios del señor de Arsat, tu hermano, como por los míos propios, y acaso no perjudicará a tu porvenir el haber sido mi hijastra. Tienes de tu parte la riqueza y la belleza que te precisan; eres señorita de buena casa: sólo necesitas añadir a estas prendas los adornos del espíritu, y te ruego que los adquieras. No te prohíbo el vicio, tan detestable a las mujeres, pues ni siquiera quiero pensar que a tu entendimiento pueda asaltar tal idea; hasta creo que el nombre mismo es para ti cosa de horror. Adiós, hija mía.»

Todo el aposento estaba lleno de sollozos y de lágrimas, los cuales, sin embargo, no interrumpían en modo alguno el camino de sus razonamientos, que fueron dilatados. Después ordenó que se hiciera salir a todo el mundo, salvo a su «guarnición»; así nombraba a las criadas que le servían. Luego, llamando a mi hermano de Beauregard: «Señor de Beauregard, le dijo, os doy las gracias más sentidas por las molestias que os tomáis por mí. ¿Queréis que os descubra algo que el corazón me dicta manifestaros?» Tan pronto como mi hermano le hubo dado licencia, siguió así: «Os juro que entre todos los que pusieron sus manos en la reforma de la Iglesia jamás pensé que hubiera uno siquiera que se consagrara con mejor celo, y con afección más   —488→   cabal, sincera y sencilla que vos: y en verdad creo que los solos vicios de nuestros prelados, que sin duda han menester de una corrección ejemplarísimas, y algunas imperfecciones que el transcurso del tiempo acarrearon a nuestra Iglesia os lanzaron a la lid que elegisteis. No es mi propósito el conmoveros en estos momentos, pues a nadie ruego de buen grado que ni siquiera en lo más mínimo obre en contra de su conciencia; pero quiero bien advertiros que inspirándome respeto la buena reputación adquirida por la casa a que pertenecéis, merced a su concordia, continuada, y a la cual quiero tanto como a cualquiera otra del mundo (¡Dios bendiga tal mansión, de donde jamás salió ningún acto que de hombre de bien no fuera!) profesando respeto a la voluntad de vuestro padre, aquel buen padre a quien tanto debéis; a vuestro buen tío, a vuestros hermanos, os ruego que huyáis de extremos semejantes; no seáis tan rudo ni tan violento; acomodaos a ellos: no forméis bando y cuerpo aparte; uníos todos en idéntica armonía. Ya veis cuántas ruinas estas discusiones acarrearon a este reino; y yo os respondo que todavía mayores son las que pueden sobrevenir. Como vos sois prudente y bueno, debéis guardaros de llevar estos trastornos al seno de vuestra familia por temor de hacerla perder la gloria y la dicha de que hasta el presente gozara. Tomad en buena parte, señor de Beauregard, todo cuanto os digo y como seguro testimonio de la amistad que os profeso, pues por esta razón me reservé hasta el instante actual el deciros lo que os digo, y acaso comunicándooslo en el estado en que me veis, otorgaréis más peso y autoridad mayor a mis palabras.» Mi hermano le dio las gracias más sentidas.

El lunes por la mañana se encontraba tan mal que había abandonado ya toda esperanza de vida. De tal suerte que en el momento en que me vio, me llamó con voz lastimera, y me dijo: «Hermano mío, ¿no os inspiran compasión tantos tormentos como sufro? ¿No veis que ya todos los auxilios que me procuráis no sirven sino a dilatar mi dolor?» Un momento después perdió el sentido, en tal grado que faltó poco para darle por muerto, consiguiendo reanimarle a fuerza de vinagre y de vino. Pero no volvió en sí hasta que pasó algún tiempo, y como nos oyera gritar en derredor suyo nos dijo: «¡Dios mío! ¿quién tanto me atormenta? ¿Por qué me apartan de este grande y grato sosiego en que me encuentro? Dejadme, os lo ruego.» Y luego, al oírme me dijo: «Y vos también, hermano mío, ¿no queréis que yo sane? ¡Oh, que tranquilidad la que me hacéis perder!» Últimamente, habiendo cesado por completo la crisis pidió un poco de vino, y como se sintiera bien, díjome que era el mejor licor del mundo. «No lo juzgo así, repuse yo para que hablase: el agua es el mejor licor.   —489→   -Cierto, replicó, imagen1512-1513.»Ya tenía todas las extremidades y hasta el semblante helados de frío, bañados de sudor mortal que le corría por todo el cuerpo, y era casi imposible encontrar ningún reconocimiento del pulso.

La mañana de este día se confesó con su sacerdote; mas como éste no llevara cuanto le fuese preciso fuele imposible decirle la misa. Pero el martes por la mañana el señor de La Boëtie le mandó llamar para que le ayudara, decía, a cumplir su último deber cristiano. Así pues, oyó la misa, confesó y comulgó, y como el sacerdote se despidiera de él, díjole: «Padre mío espiritual, os suplico humildemente, a vos y a los que de vos dependen, que roguéis a Dios por mí. Si está ordenado por los sacratísimos tesoros de los designios de Dios que yo acabe mis días ahora, tenga piedad de mi alma, y me perdone mis pecados, que son infinitos, como no es posible que tan vil y tan baja criatura como yo soy haya podido ejecutar los mandamientos de un tan alto y tan poderoso maestro. O si le parece que todavía viva por acá y quiera reservarme para alguna otra hora, suplicadle que acaben pronto en mí las angustias que sufro, y que en lo sucesivo me conceda la gracia de guiar mis pasos en seguimiento de su voluntad, convirtiéndome en mejor de lo que hasta hoy he sido.» En este punto se detuvo un instante para cobrar alientos, y viendo que el sacerdote se iba le llamó y le dijo: «Quiero todavía decir estas palabras en vuestra presencia: Yo protesto que como fui bautizado y viví, así quiero morir bajo la fe y religión que Moisés implantó primeramente en Egipto, que los santos padres recibieron luego en Judea, y que de mano en mano, por el transcurso de los tiempos, fue traída a Francia.» Parecía al verle que hubiera hablado, más tiempo de haber podido, pero acabó rogando a su tío y a mí que encomendáramos a Dios su alma. «Porque son éstos, decía, los mejores oficios que los cristianos puedan hacer los unos para con los otros.» Mientras hablaba, un hombre se lo descubrió y rogó a su tío que le cubriera aun cuando tuviese a un criado más a la mano: luego, mirándome pronunció estas palabras: Ingenui est cui multum debeas, ei plurimun velle debere.1514

Al señor de Belot, que vino a verle por la tarde, le dijo presentándole la mano: «Señor, mi buen amigo, aquí estaba yo en disposición de pagar mi deuda, con un buen acreedor que quiso aplazar el pago.» Poco después, como se despertara sobresaltado: «Bueno, bueno, exclamó, que venga cuando quiera; la espero sereno y a pie firme.» Estas palabras las repitió dos o tres veces durante   —490→   su enfermedad. Luego, como le entreabrieran la boca por fuerza para hacerle tragar, dijo: Au virere tanti est?1515 Y cuando así hablaba dirigiose al señor de Belot.

A la caída de la tarde comenzaron a imprimirse en su semblante las huellas de la muerte; estando yo cenando me hizo llamar: no era ya sino la imagen y la sombra de un hombre, y como él mismo decía, non homo, sed species hominis, a duras penas logró articular estas palabras: «Hermano mío, ¡pluguiera a Dios que yo viera los efectos de las fantasías que acabo de experimentar!» Después de aguardar algún tiempo, como no hablara más, exhalando recios suspiros para lograrlo pues ya la lengua comenzaba a negarle su oficio: «¿Cuáles son, hermano? le dije. -Grandes, grandes, contestome. -Nunca, proseguí yo, dejó de caberme el honor de comunicar con todas las que os vinieron al entendimiento: ¿no queréis que de ellas disfrute todavía? -Sí lo quiero, respondió, pero hermano, no puedo: son admirables, infinitas e indecibles.» No pasamos adelante, porque sus fuerzas se agotaban; de tal suerte que un poco antes, habiendo querido hablar a su esposa, díjola con el semblante más contento que le fue dable aparentar, que tenía que contarla un cuento. Y parecía que se violentaba por hablar, mas como las fuerzas le faltaran pidió un poco de vino para ganarlas. Todo fue inútil, pues se desvaneció de pronto, permaneciendo sin ver largo tiempo.

Encontrándose ya en las cercanías de la muerte, y oyendo los lloros de la señorita de La Boëtie, la llamó y la dijo: «Compañera mía, os atormentáis antes de tiempo: ¿no queréis tener piedad de mí? Revestíos de ánimo. En verdad, más de la mitad de mi dolor nace del mal que os veo sufrir, que del mío propio; y con razón, porque los males que sentimos en nosotros, realmente no somos nosotros quienes los experimentamos, sino ciertos sentidos que Dios puso en nuestro organismo: mas lo que sentimos por los demás, es por virtud de cierto juicio y por discurso de razón como lo sentimos. Pero yo me voy.» Esto decía por que el aliento le faltaba; mas temiendo haber asustado a su mujer, se corrigió y dijo: «Me voy a dormir: buenas noches, esposa mía; idos de aquí.» Tales fueron las palabras con que se despidió de ella por última vez.

Luego que partió: «Hermano, me dijo, permaneced a mi lado, si os place.» Y después, bien porque sintiera las punzadas de la muerte con mayor viveza e intensidad, o bien por la fuerza de un medicamento caliente que le habían hecho atravesar, su voz fue más penetrante y más fuerte, y daba vueltas en su lecho con una gran violencia; de suerte que toda la concurrencia empezó a albergar alguna   —491→   esperanza, porque hasta entonces la debilidad sólo era lo que más temíamos. En este momento, entre otras cosas, se puso a rogarme y a suplicarme con afección extrema, que le dejara un sitio. Tuve miedo de que su juicio se hubiera trastornado, pues habiéndole con dulzura amonestado, diciéndole que se dejaba arrastrar por el mal, y que sus palabras no eran de hombre muy en calma, no se resignó por ello, y redobló sus ruegos: «¡Hermano! ¡Hermano! ¿me negáis, pues, un lugar?» Siguió insistiendo hasta que me obligó a convencerle por razones que puesto que respiraba y hablaba y tenía un cuerpo, ocupaba por consiguiente su lugar. «En verdad, en verdad, me respondió entonces, ocupo mi lugar; pero no es el que me precisa: y de todos modos va no tengo ser. -Dios os dará uno mejor muy luego, repuse yo. -Ojalá estuviera ya con él me respondió; hace tres días que sufro por partir.» Hallándose en tan triste estado, me llamaba con frecuencia, solamente para informarse de si estaba junto a él. Por fin logró reposar un poco, lo cual nos confirmó más todavía en nuestra buena esperanza; tanto, que al salir del aposento me congratulé con la señorita de La Boëtie. Pero una hora después próximamente, llamándome una o dos veces, y luego exhalando un gran suspiro entregó su alma a Dios a las tres de la mañana del miércoles diez y ocho de agosto, año mil quinientos sesenta y tres, después de haber vivido treinta y dos años, nueve meses y diez y siete días.




ArribaAbajo- III -1516

A Monseñor de Montaigne


Monseñor, siguiendo la orden que me disteis el pasado año en vuestra casa de Montaigne, he cortado y arreglado con mi mano a Raimundo Sabunde, aquel gran teólogo y filósofo español, una vestidura a la francesa, despojándole cuanto he podido del rudo porte y altivo continente que en él descubristeis primeramente. De suerte que, a mi ver, posee ahora maneras gratas para presentarse en todo linaje de buena compañía. Podrá muy bien suceder que las personas delicadas y melindrosas descubran en mi tarea algún resabio de Gascuña, pero así se avergonzarán más de haber dejado por negligencia tomar sobre ellas esta ventaja a un hombre completamente novicio y aprendiz en tal labor. Ahora bien, monseñor, razón es que bajo vuestro nombre gane crédito y salga a luz este libro, puesto que os debe cuanto de enmienda cuenta y modificación. Bien   —492→   se me alcanza, sin embargo, que si os place contar con él, vos seréis quien le quedaréis debiendo, pues a cambio de sus excelentes y religiosísimos discursos, de sus elevadas concepciones y como divinas, hallarase al fin que vosotros no procurasteis sino palabras y lenguaje, mercancía tan vulgal, y tan vil, que quien de ella más atesora a veces no vale sino menos.

Monseñor, suplico a Dios que os conceda muy larga y dichosísima, vida.

De París, a 18 de junio de 1568.

Vuestro humilde y obedientísimo hijo.




ArribaAbajo- IV -1517

Al Señor de Lansac1518


Caballero de la Orden del Rey, consejero en su consejo privado, subteniente de sus haciendas y capitán de cien gentilhombres de su casa.

Señor, os envío la Economía de Jenofonte, puesta en francés por el difunto señor de La Boëtie. Este presente me ha parecido seros adecuado así por haber emanado primeramente, como sabéis, de la mano de un gentilhombre de marca1519, magno en la guerra y en la paz, como por haber tomado su segunda forma de aquel personaje1520 a quien sé que amasteis durante el transcurso de su vida. Esta dedicatoria os servirá siempre de aguijón a continuar para con su nombre y su memoria vuestra buena opinión y voluntad. Y no temáis, señor, el acrecentarlos resueltamente en alguna cosa, pues no habiéndole gustado sino por los testimonios públicos que dio de su persona, que corresponde a mi agregaros que poseía tantos grados de capacidad por cima de los que conocíais, que puedo deciros estáis bien lejos de haberle ponderado en toda su integridad. Mientras vivió otorgome el honor, que yo incluyo entre la mejor de mis fortunas, de enderezar conmigo una costura de amistad tan estrecha y tan junta, que no hubo lado, movimiento ni resorte de su alma, los cuales no haya   —493→   yo podido considerar y juzgar, al menos si mi vista alguna vez no fue corta. Ahora bien, sin que la verdad sea lastimada, estaba todo puesto en la balanza, tan cercano del milagro, que para que no deje de otorgárseme crédito al lanzarme fuera de los límites de lo verosímil, fuerza es que hablando de él me contraiga y restrinja por bajo de lo que sé. Y por esta vez, señor, me conformaré solamente con suplicaros, por el honor y reverencia que a la verdad debéis, el que creáis y testimoniéis que nuestra Guiena no ha visto nada parecido a él entre los hombres de su clase. Esperando, pues, que le otorgaréis lo que con justicia tanta le es debido, y para refrescar su recuerdo en vuestra memoria, pongo este libro en vuestras manos, el cual juntamente os declarará, por lo que a mí toca, que sin la ex profesa prohibición que mi incapacidad me ordena os presentaría tan de buena gana alguna cosa mía, como reconocimiento de las obligaciones que os debo, y del favor y amistad que de antiguo habéis profesado a los de nuestra casa. Mas a falta de mejor moneda os ofrezco en pago una segurísima voluntad de prestaros humilde servicio.

Señor, ruego a Dios que os mantenga en su guarda.

Vuestro obediente servidor.




ArribaAbajo- V -

Al Señor de Mesmes1521


Señor, una de las más señaladas locuras comunes a los hombres es la de emplear la fuerza de su entendimiento en contrartar y arruinar las opiniones ordinarias y recibíias que nos procuran satisfacción y contento, pues mientras todo cuanto cobija el cielo emplea los medios y facultades que naturaleza puso en su mano (como en verdad acontece), para el ordenamiento y comodidad de su ser, aquéllos por alardear de un espíritu más gallardo y despertado, que no recibe ni da albergue a nada sin que mil veces   —494→   lo haya tocado y balanceado en lo más sutil de su razón, van conmoviendo sus almas de su situación tranquila y reposada para después de una investigación dilatada llenarlas en conclusión de duda, inquietud y fiebre. No sin razón fueron tan ensalzadas por la Verdad misma la simplicidad y la infancia. Por mi parte mejor prefiero vivir más a mi gusto y ser menos diestro; más contento y menos entendido. He aquí por qué, señor, aun cuando las gentes expertas se burlan del cuidado que nosotros ponemos en lo que pasará aquí luego que nuestras vidas sean pasadas, así que nuestra alma acomodada en otro lugar no tenga que preocuparse de las cosas de aquí abajo, considero, sin embargo, que es un consuelo grande para la debilidad y brevedad de esta vida el creer que la sea dable afirmarse y prolongarse mediante la reputación y la nombradía. Y abrazo muy gustoso una tan grata y favorable opinión, engendrada originalmente en nosotros, sin informarme curiosamente ni cómo ni por qué causas. De suerte que, habiendo amado sobre todas las cosas al difunto señor de La Boëtie, a mi entender el hombre más grande de nuestro siglo, pensaría faltar grandemente a mi deber si a sabiendas dejara desvanecerse y perderse un nombre tan rico como el suyo y una memoria tan digna de recomendación, y si no intentara por aquellas razones resucitarle y sacarle de nuevo a la vida. Yo creo que él lo siente en algún modo, y que estos oficios míos lo conmueven y regocijan; y a la verdad vive todavía en mí tan entero y tan vivo, que no puedo creerle ni tan profundamente enterrado ni tan plenamente alejado de nuestro comercio. Ahora bien, señor, como cada nuevo conocimiento que de él procuro y de su nombre, constituye igual multiplicaciones de aquella su segunda vida, y mayormente se ennoblece y honra según el lugar que lo recibe, a mi es a quien incumbe no solamente extenderlo cuanto más me sea dable, sino también ponerlo en manos de personas de honor y virtuosas, entre las cuales vos ocupáis tal rango, que a fin de mostraros ocasión de acoger este nuevo huésped y de agasajarle cumplidamente, decidí presentaros esta obrita, no por el beneficio que de ella pudierais alcanzar, pues se muy bien que para frecuentar a Plutarco y a sus compañeros no habéis menester de intérprete; mas es posible que la señora de Roissy1522, viendo en este libro el orden de su casa y de vuestro común buen acuerdo representado a lo vivo, se regocijará grandemente al sentir que la bondad de su inclinación natural no solamente alcanzó sino excedió lo que los más prudentes filósofos pudieron idear en punto al deber y a las leyes matrimoniales.   —495→   Y de todas suertes para mí será siempre honroso el poder ejecutar alguna cosa que implique satisfacción para vosotros o para los vuestros, por el deber a que estoy obligado de procuraros servicio.

Señor, ruego a Dios que os conceda dichosísima y larga vida. De Montaigne, a 30 de abril de 1570.

Vuestro humilde servidor.




ArribaAbajo- VI -

A Monseñor de L'Hospital, Canciller de Francia.


Monseñor, considero yo que vosotros, en cuyas manos la fortuna y la razón pusieron el gobierno de los negocios del mundo, nada buscáis con mayor ahínco que las vías por donde llegar al conocimiento de los hombres, vuestros auxiliares, pues apenas hay comunidad por mezquina que sea, que no los incluya en su seno sobrados para desempeñar ventajosamente los cargos inherentes a ella, siempre y cuando que la elección pueda con acierto llevarse a cabo; y este paso salvado nada faltaría para llegar a la perfecta formación de una república. Ahora bien, a medida que esto es más apetecible, es también más difícil, en atención a que ni nuestros ojos pueden extenderse tan lejos que les sea dable entresacar y elegir entre una gran multitud tan dilatada, ni penetrar hasta el fondo de sus corazones para sondear de ellos las intenciones y la conciencia, partes principales de examinar. De manera que no hubo nunca república, por bien instituida que estuviera, en la cual no advirtamos con frecuencia la falta de aquella elección y escogitación: y en aquellas en que la ignorancia y la malicia, el disimulo, los favores y la ambición y la violencia mandan, si alguna elección se efectúa conforme a la justicia y al buen orden acomodada, debémosla sin duda a la fortuna, la cual, merced a la inconstancia de su vaivén diverso, caminó una vez en armonía con la razón.

Señor, esta idea me ha servido a veces de consuelo, sabiendo que Esteban de La Boëtie, uno de los hombres más propios y necesarios para ocupar los primeros cargos de Francia pasó durante todo el transcurso de su vida arrinconado y desconocido en su hogar doméstico con grave daño de nuestro bien común, pues por lo que respecta al particular, os diré, señor que se hallaba tan abundantemente provisto de todos aquellos bienes y tesoros   —496→   que resisten los embates de la suerte, que jamás ningún hombre vivió tan lleno de satisfacción y contento. Bien sé que estaba educado en las dignidades de su estado, que como grandes se consideran; y sé mejor todavía que ningún hombre llevó a ellas mayor capacidad, y que a la edad de treinta y dos años en que murió había alcanzado mayor reputación en ese rango que ningún otro antes que él; mas, de todas suertes, no es razonable el dejar en el oficio de soldado a un digno capitán, ni el emplear en los cargos medios a quienes desempeñarían mucho mejor los primeros. E n verdad, sus fuerzas fueron mal empleadas y sobrado economizadas, de suerte que, por cima de su cargo le quedaban muchas grandes prendas ociosas e inútiles, de las cuales la cosa pública hubiera podido alcanzar socorro, y él merecida nombradía.

Ahora bien, señor, puesto que La Boëtie fue tan poco cuidadoso en el mostrarse a sí mismo a la luz pública, y la desdicha hace que apenas si alguna vez la ambición y la virtud se cobijen bajo un mismo techo, habiendo pertenecido además a un siglo tan grosero y tan lleno de envidias que no pudo en ningún modo ser ayudado por ajeno testimonio, yo deseo ardientemente que, al menos después de su paso por la tierra, su memoria, a la cual sólo debo en lo sucesivo los oficios de nuestra amistad, reciba la recompensa de su valer, albergándolo en la recomendación de las personas de honor y de virtud. Tal es la causa que me movió a sacarle a luz y a presentároslo por estos versos latinos que de él nos quedan. Al revés del arquitecto que coloca del lado de la calle lo más hermoso de su construcción; y del comerciante, que hace alarde y ornamento de la más rica muestra de su mercancía, lo que era en él más recomendable, el verdadero jugo y la médula de su valer, le siguieron, no habiéndonos quedado más que la corteza y las hojas. Quien pudiera hacer ver los ordenados movimientos de su alma, su piedad, su virtud, su justicia, la vivacidad de su espíritu, el peso y la salud de su juicio, la elevación de sus concepciones, que tan por cima estaban de las al vulgo ordinarias, su saber, las gracias que ordinariamente acompañaban a sus acciones, el tierno amor que profesaba a su miserable patria y su odio capital y jurado contra todo vicio, principalmente contra ese feo tráfico que se oculta bajo el honrado título de justicia, engendraría en verdad en todos los hombres de bien una afección singular hacia él mezclada de un maravilloso sentimiento de su pérdida. Mas, señor, tan lejos estoy de la posibilidad de poner en práctica estos designios, que del fruto mismo de sus estudios nunca pensó en testimoniar a la posteridad, y no nos quedó de ellos sino lo que a manera de pasatiempo alguna vez escribió.

Sea lo que fuere, os suplico, señor, que lo recibáis con   —497→   buen semblante, y así como nuestro juicio deduce muchas veces de una cosa ligera otra muy grande, y como los ojos mismos de los hombres relevantes muestran a los clarividentes alguna marca honorable del lugar de donde proceden, ascender mediante esta obra suya al conocimiento de su alma, amando y abrazando, por consiguiente, el nombre y la memoria. Con lo cual, señor, no haréis más que corresponder a la opinión ciertísima que él albergaba de vuestra virtud, y cumpliréis lo que ardientemente deseó en vida, pues no había hombre en el mundo en cuyo conocimiento y amistad se hubiera visto de mejor gana acomodado que en los vuestros. Mas si alguien se escandaliza porque con atrevimiento tanto dispongo de las cosas ajenas, le advertiré que nunca la escuelas de los filósofos dijeron ni escribieron tan puntualmente tocante a los derechos y deberes de la santa amistad como este personaje y yo la practicamos. Por lo demás, señor, a fin de que este ligero presente contribuya al cumplimiento de dos fines, servirá también, si os place, a testimoniaros el honor y reverencia que yo tributo a vuestra capacidad y a las cualidades singulares que os adornan: en cuanto a las extrañas y fortuitas no gusto tenerlas en consideración.

Señor, ruego a Dios que os conceda dichosísima y larga vida. De Montaigne a 30 de abril de 1570.

Vuestro humilde y obediente servidor.




ArribaAbajo- VII -

Advertencia al lector1523


Lector, tú me debes todo cuanto disfrutas del difunto señor Esteban de La Boëtie, pues has de saber que su voluntad era no darte a conocer nada, y hasta creo que nada tampoco consideraba digno de llevar en público su nombre. Mas yo que no albergo designios tan altos, no habiendo encontrado otra cosa en su librería, la cual me legó en su testamento, ni siquiera he querido que esto poco se perdiera; y a mi juicio espero que supondrás que los hombres más expertos de nuestro siglo con harta frecuencia se regocijan con cosas de menor cuantía a los que más joven le trataron (pues nuestra frecuentación no comenzó sino unos seis años antes de su muerte) oigo decir que había hecho muchos otros versos latinos y franceses, como los que compuso con el nombre, de Gironda, y de ellos oí recitar varios ricos trozos; el que escribió las antigüedades de Bourges   —498→   cita algunos más que reconozco, pero no sé dónde fueron a parar, como tampoco sus poemas griegos. Y a la verdad, a medida que cada inspiración asaltaba su mente, descargábase de ella en el primer papel que hallaba a la mano, sin ningún cuidado de conservarla. Está seguro que hice cuanto pude, y de que, al cabo de siete años que le perdimos, nada recobré sino lo que aquí ves, salvo un discurso de la Servidumbre voluntaria y algunas memorias de nuestras revueltas sobre el edicto de enero de 1562. Pero en cuanto a estos dos últimos escritos considérolos sobrado lindos y delicados para abandonarlos al grosero y pesado ambiente de una época tan ingrata. Adiós. De París, a 10 de agosto de 1570.




ArribaAbajo- VIII -1524

Al Señor de Foix,
Consejero del Rey en su consejo privado, y embajador de su majestad cerca del señorío de Venecia


Señor, hallándome en el punto de recomendaros, al par que a la posteridad, la memoria del difunto Esteban de La Boëtie, así por su extremo valer como por la singular afección que me profesó, hame venido a la mente el considerar cuán tamaña y de cuán graves consecuencias, a la vez que indigna de la vigilancia de nuestras leyes, es la costumbre de ir enajenando a la virtud la gloria (su fiel compañera), como se hace de ordinario, para con ella regalar sin juicio ni discernimiento al primero que se nos antoja, conforme a nuestros particulares intereses, puesto que las dos riendas principales que nos guían y mantienen en nuestro deber son el castigo y la recompensa, los cuales propiamente no nos incumben como hombres, si no es por el honor y la deshonra, visto que éstos van a parar al alma en derechura y sólo son gustados por los sentimientos internos y más nuestros, mientras que los brutos mismos son en algún modo capaces de distinta recompensa y diversa pena corporal. Bueno es además tener presente que la costumbre de alabar la virtud, hasta la de aquellos que ya no existan, no toca a los ensalzados, sino que propende a aguijonear por este medio a los vivos para que a los otros imiten de la propia suerte que de la última pena echa mano la justicia más para escarmiento ajeno que para castigo de los que la sufren. Ahora bien, como el alabar y el censurar se corresponden con análoga consecuencia, es difícil conseguir que nuestras leyes prohíban ofender la reputación ajena, y sin embargo consienten ennoblecerla sin   —499→   méritos. Esta perniciosa, licencia de lanzar así al viento a nuestro albedrío las alabanzas de todos, fue en lo antiguo causa de restricciones diversas de parte de las leyes en otros países; a veces ayudó acaso a que la poesía cayera en desgracia de las gentes prudentes. De todas suertes, los aduladores no acertarán a cubrirse de tal modo que el vicio de mentir no aparezca siempre harto feo para un hombre bien nacido, sea cual fuere el carácter que a la mentira se comunique.

En cuanto a este personaje de quien os hablo, señor, apártame harto lejos de esos términos, pues el mal no está en que yo le preste alguna buena prenda, sino en que de ella le despoje; y su desgracia hizo que al proveerme cuanto un hombre pueda hacerlo de justísimas y razonabilísimas ocasiones de alabanza, yo carezca en la misma proporción de medio y capacidad para procurársela: digo yo, con quien él solamente se comunicó hasta lo vivo, y quien sólo puede responder de un millón de gracias, perfecciones y virtudes que enmohecieron ociosas en el regazo de un alma tan hermosa, gracias a la ingratitud de su fortuna; pues la naturaleza de las cosas habiendo no sé por qué razón consentido que la verdad por hermosa y aceptable que de suyo sea, no la acojamos sin embargo sino infusa e insinuada en nuestra creencia por el concurso de la persuación, yo me encuentro tan desprovisto de crédito para autorizar mi simple testimonio, y de elocuencia para enriquecerle y hacerle valer, que me faltó poco para abandonar este cuidado, no quedándome ni siquiera el suyo por donde dignamente pueda mostrar al mundo al menos su espíritu y su saber.

En realidad, señor, como fueran sorprendidos sus destinos en la flor de su edad, y en el camino de una dichosísima y vigorosísima salud, en nada pensó menos que en sacar a luz las obras que debieran testimoniar a la posteridad sobre quién él fue en este punto; y acaso, aun cuando lo hubiera pensado, era de sobra excelente para no haberse mostrado con exigencia extremada. En suma, yo creo que sería mucho más excusable para él haber enterrado consigo mismo tantos raros favores del cielo, que para mí el enterrar además el conocimiento que de sus maravillosas prendas me dejara; por lo cual, habiendo cuidadosamente recogido cuanto acabado encontré entre sus borradores y papeles, esparcidos aquí y allá cual juguetes del viento y de sus estudios, pareciome bueno, sea esto lo que fuere, distribuirlo y repartirlo en tantas partes como pude, para con ello alcanzar ocasión de recomendar su memoria a otras tantas gentes, eligiendo a los hombres más relevantes y dignos de mi conocimiento, de quienes el testimonio pueda serle más honroso: tal el de vuestra persona, señor, que por sí misma habrá tenido algún   —500→   conocimiento de él mientras vivió, pero seguramente muy remoto para discurrir sobre su grandeza y su cabal valer. La posteridad lo creerá si así lo quiere, mas yo la juro por todo lo que de conciencia hay en mí haberle sabido y visto tal, todo bien aquilatado, que apenas si por expreso deseo y por fantasía podría yo transponer sus excelencias; tan lejos estoy de encontrar muchos que se le asemejaran.

Humildísimamente, señor, os suplico, no solamente que adoptéis la general protección de su nombre, sino también la de estas diez o doce composiciones en verso francés, que se colocan por necesidad al abrigo de vuestro favor, pues no os ocultaré que la publicación de ellas se hubiera diferido para después del resto de sus obras so pretexto de que por ahí no se las encontrará suficientemente limadas para sacarlas a luz. Vosotros veréis, señor, lo que hay en esto de verdad; y como parece que ese juicio toca directamente a esta región, de donde piensan que nada puede salir en lengua vulgar que no denuncio lo montaraz y lo bárbaro, a vosotros incumbe particularmente como perteneciente a la primera casa de la Guiena, y porque al rango de vuestros ascendientes habéis añadido el primero en toda suerte de capacidad, el mantener, no sólo por vuestro ejemplo, sino también por la autoridad de vuestro, testimonio, que no acontece siempre así. Y aun cuando al presente el hacer sea a los gascones más natural que el decir, ocurre que a veces se arman lo mismo de la lengua que del brazo, y del espíritu que del ánimo. Por lo que a mí toca, señor, no es de mi incumbencia juzgar de tales cosas; mas oí decir a personas entendidas en saber, que esos versos son, no solamente dignos de mostrarse en el mercado, sino que además, para quien se detenga en considerar la belleza y riqueza de las invenciones y del asunto, de tanta enjundia, plenitud y solidez como los que hasta ahora se hayan compuesto en nuestra lengua. Ocurre, naturalmente, que cada obrero se siente más resistente en cierta parte de su arte: los más dichosos son aquellos que encaminaron sus fuerzas a la más noble, pues todas las piezas igualmente necesarias a la construcción de un todo no son igualmente valorables. Las gracias del lenguaje, la dulzura y la pulidez brillan acaso más en algunos otros; pero en gentileza de fantasía, vuelos de inspiración y felices rasgos no creo que nadie le haya aventajado, habiendo de tenerse en cuenta además no tal no fue su ocupación ni estudio, y que además si al cabo de cada año ponía una vez la mano en la pluma, como acredita lo poco que nos queda; pues a la vista tenéis, señor, verde o sazonado, todo cuanto llegó a mi conocimiento, sin escogerlo ni elegirlo; de tal suerte que en esta colección figuran hasta versos de su infancia. En conclusión, diríase que no escribió sino para mostrar que era capaz dehacerlo todo, pues por   —501→   lo demás mil y mil veces, hasta en sus conversaciones ordinarias, oímos salir de su boca cosas más dignas de ser sabidas y admiradas.

He aquí, señor, lo que la razón y el cariño, aunados por singular acaso, me ordenan comunicaros de aquel grande hombre de bien; y si la confianza que me permití al dirigirme a vosotros hablándoos tan largamente os contraría, recordaréis si os place que el principal efecto de la grandeza y de la eminencia es el lanzaros hacia la importunidad y atareamiento en los ajenos negocios. Con todo lo cual, después de ofrecer mi humilde afección a vuestro servicio, ruego a Dios que os conceda, señor, dichosísima y larga vida. De Montaigne, el primer día de septiembre de mil quinientos setenta.

Vuestro obediente servidor.




ArribaAbajo- XI -1525

A la Señorita de Montaigne, mi esposa


Esposa, bien sabéis que no es del caso para un hombre probo conforme a la usanza de estos tiempos, el que a estas fechas os corteje y acaricie; pues dicen que un varón diestro puede muy bien tomar mujer, pero que el casarse es propio de los tontos. Dejémosles decir: yo por mi parte me atengo al ingenuo modo de la edad pasada, como así lo muestran ha poco mis cabellos.

Y en verdad que la novedad cuesta tan cara ahora a este pobre Estado (y no sé si aun nos quedan duros males que sufrir) que en todo y por todo abandono su partido. Vivamos, pues, mujer mía, vos y yo, a la antigua usanza francesa. Ahora bien, recordaréis que el señor de La Boëtie, aquel hermano querido y compañero inviolable, me dio al morir sus papeles y sus libros los cuales fueron luego para mí la más favorecida entre todas mis cosas. De ellos no quiero avaramente disfrutar yo sólo, ni merezco tampoco que exclusivamente me aleccionen, por lo cual experimenté deseos de hacer partícipes a mis amigos. Y como ninguno tengo, a lo que creo, tan privado como vos, os envío la carta consolatoria de Plutarco a su esposa, traducida por aquél en francés, muy apenado de que la fortuna os haya hecho tan adecuado este presente, y de que teniendo sólo una hija, largo tiempo esperada al cabo de cuatro años de matrimonio, la perdierais en el segundo mes de su vida. Pero encomiendo a Plutarco el cuidado de consolaros y de   —502→   advertiros sobre vuestro deber en este punto, suplicándoos que le otorguéis crédito por el amor que yo os inspiro, pues os descubrirá mis intenciones junto con todo lo pertinente en este caso, mucho mejor que yo mismo. Con lo cual, esposa, me recomiendo eficazmente a vuestra gracia, y ruego a Dios que os mantenga en su santa guarda. De París, a 16 de septiembre de 1570.

Vuestro buen marido.




ArribaAbajo- X -1526

A los Señores Jurados de Burdeos


Señores, espero que el viaje de monseñor de Cursol procurará alguna mejora a la ciudad. Teniendo entre manos una causa tan justa y favorable habéis desplegado todo el orden posible en los negocios que se presentaban; puesto que las cosas se mantienen en buen estado os suplico que toleréis aún mi ausencia por algún tiempo; yo la aligeraré sin duda cuanto la urgencia de mis negocios lo permita. Espero que será corta. Mientras tanto encomiéndome a vuestra bondad y me mandaréis, si la ocasión de emplearme se ofrece para el servicio público y el vuestro. Monseñor me escribió también advirtiéndome de su viaje. Muy humildemente me recomiendo y ruego a Dios.

Señores, que os conceda larga y dichosa vida.

En Montaigne, a 21 de mayo de 1582.




ArribaAbajo- XI -

Al Señor Dupuy1527,
consejero del rey en su corte y en el Parlamento de París


Señor, la acción del señor de Verres, actualmente prisionero, me es conocidísima y merece que en el juzgarla mostréis vuestra dulzura natural, tanto como cualquiera causa del mundo digna de vuestra justa clemencia. Hizo una cosa no solamente excusable según las leyes militares de este siglo, sino también necesaria, y laudable conforme al sentir común; e hízola sin duda apresuradamente y a   —503→   pesar suyo. Todo lo demás de su vida nada tiene de censurable. Suplícoos, señor, que en la causa pongáis toda vuestra atención; así hallaréis las cosas tal como os las represento, considerando que se le persigue por manera que excede en malignidad al acto cometido. Por si también de algo esto puede servir quiero deciros que es un hombre educado en mi casa, emparentado con algunas buenas familias, y sobre todo que siempre ha vivido digna e inocentemente y que es muy mi amigo. Salvándole me obligaréis extremadamente. Humildísimamente os ruego que le tengáis por recomendado, y después de besaros las manos, ruego a Dios que os conceda, Señor, larga y dichosa vida.

De Castera, a 23 de abril.

Vuestro apasionado servidor.




ArribaAbajo- XII -1528

A los Señores Jurados de la ciudad de Burdeos


Señores, he recibido vuestra carta, y trataré de salir a vuestro encuentro cuanto antes pueda. Toda esta corte de, Sainte-Foy sobre mis brazos está ahora1529, habiendo acordado venir a verme1530. Después de la visita estaré más libre. Os envío las cartas del señor de Vallier, acerca de las cuales podéis resolver libremente. Mi presencia ahí nada procurará sino estorbo e incertidumbre en punto a la resolución y juicios necesarios en el asunto.

Con esto me encomiendo humildemente a vuestro recuerdo, y ruego a Dios, señores, que os conceda larga y dichosa vida.

De Montaigne, a 10 de diciembre de 1581

Vuestro humilde hermano y servidor.




ArribaAbajo- XIII -1531

A los Señores Jurados de la ciudad de Burdeos


Señores, participo grandemente del contento que me aseguráis gozar, motivado por las provechosas expediciones   —504→   comunicadas por los señores, diputados vuestros, y como buen augurio considero el que hayáis dichosamente encaminado este comenzamiento de año, esperando regocijarme en vuestra compañía a la primera ocasión. Muy humildemente me recomiendo a vuestra bondad, y ruego a Dios que os conceda señores, larga y dichosa vida. De Montaigne, a 8 de febrero de 1585.

Vuestro humilde hermano y servidor.




ArribaAbajo- XIV -1532

A los Señores Jurados de Burdeos


Aquí encontré por casualidad noticias vuestras, que el señor Mariscal me comunicó. No repararé ni en la vida ni en ninguna otra cosa en pro de vuestro servicio, y encomiendo a vuestro dictamen el considerar si el que puedo procuraros con mi presencia en la próxima elección vale la pena de que me arriesgue a comparecer en la ciudad, en vista del mal estado en que ésta se encuentra, principalmente para las personas que proceden de un ambiente tan sano como el que yo abandonaría1533. El miércoles me acercaré a vosotros cuanto pueda, hasta Feuillas, si el mal no invadió este lugar; allí, como escribo al señor de La Mote, tendrá gustosísimo el honor de ver a alguno de entre vosotros para recibir vuestras advertencias, descargándome de las instrucciones que el señor Mariscal me comunicará para la compañía. Con la cual muy humildemente me recomiendo a vuestra bondad, rogando a Dios que os conceda, señores, larga y dichosa vida.

De Libourne, a 30 de julio de 1585.



  —505→  

ArribaAbajo- XV -1534

A los Señores Jurados de la ciudad de Burdeos


Señores, hice presente al señor Mariscal la carta que me enviasteis, -juntamente con la que el portador me dejó de parte vuestra-, y me ha encargado rogaros que le enviéis el tambor que estuvo en Bourg. También me ha dicho que os ruega ordenéis que enseguida vayan a él los capitanes Saint-Aulaye y Mathelin, y que reunáis el mayor número posible de marineros y barqueros. Cuanto al mal ejemplo o injusticia de hacer prisioneros a mujeres y niños, en manera alguna soy partidario de que lo imitemos; así le dije también a mi dicho señor Mariscal, quien me ordena que sobre este particular no cambiéis de conducta hasta el recibo de más extensas instrucciones. Con lo cual me recomiendo muy humildemente a vuestras excelentes bondades, y a Dios que os conceda,

Señores, larga y dichosa vida.

De Feuillas, a 31 de julio de 1585.




ArribaAbajo- XVI -

A la Señorita Paulmier1535


Señorita, mis amigos saben que desde el punto en que os vi os destinaba junco de mis libros, pues advertí que los habíais tributado sumo honor. Mas la cortesía del señor Paulmier me quita el medio de ponerlo en vuestras manos, habiéndome después obligado mucho más de lo que mi libro vale. Vos lo aceptaréis, si os place, como si hubiera sido vuestro antes de que yo lo debiera, y me otorgaréis la merced de acogerlo bondadosamente, ya por afección de él, ya por la mía propia; y yo guardaré cabal la deuda contraída con el señor Paulmier para desquitarme, si me es dable, con algún servicio.



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ArribaAbajo- XVII -1536

Al Mariscal de Matignon


Monseñor, ya habréis sabido que nos aligeraron del equipaje en la selva de Villebois, en presencia nuestra, al cabo de mucha conversación y no menos dilaciones, aun cuando nuestro despojo fuera juzgado como injusto por el señor príncipe1537. A pesar de esto no nos atrevimos a seguir adelante por la incertidumbre que abrigábamos en punto a la seguridad de nuestras personas, de lo cual fuimos asegurados por nuestros pasaportes. Ha sido causa de esta presa el liguero que despojó al señor de Barruet y al de la Rochefocaut; la tormenta descargó sobre mí, que llevaba el dinero en mi caja. Nada pude recuperar, y la mayor parte de mis ropas y papeles quedaron en sus manos. No hemos visto al señor príncipe. Se han perdido cincuenta y tantos sacos; y de la parte del señor conde de Thorigny1538 una vasija de plata y algunos utensilios de poca monta. En el camino tomó éste otra dirección para ir a ver a las afligidas damas a Montresor, donde yacen los cuerpos de los dos hermanos1539 y de la abuela; y volvió a encontrarnos ayer en esta ciudad, de donde en este momento nos alejamos. El viaje a Normandía ha sido aplazado. El rey envió los señores de Bellievre1540 y de la Guiche1541 cerca del señor de Guisa para invitarle a venir a la corte: allí estaremos nosotros el jueves.

Vuestro humildísimo servidor.

De Orleans, el 16 de febrero por la mañana (1588).




ArribaAbajo- XVIII -

Dedicatoria manuscrita de un ejemplar de los Ensayos a Antonio Loisel1542


No es éste un buen modo de desquitarme de los hermosos presentes que me hicisteis con vuestros trabajos, mas   —507→   de todas suertes es corresponder lo mejor que puedo a vuestras bondades. Imponeos, por Dios, la pena de hojear alguna cosa; emplead alguna hora de vuestro vagar para decirme vuestro parecer sobre el libro, pues yo temo ir empeorando en estas faenas.

A monseñor Loysel.




ArribaAbajo- XIX -1543

Al Rey Enrique IV


Sire, sobrepujar la carga y el número de vuestros graves e importantes negocios es el saber descender y consagraros a los pequeños, cuando de ellos llega el turno, al deber de vuestra autoridad real, la cual os aboca a cada instante con toda suerte y categoría de hombres y ocupaciones. Mas el que Vuestra Majestad se haya dignado parar mientes en mis cartas y ordenar que sean contestadas, prefiero mejor deberlo a la benignidad que al vigor de su alma. Siempre miré con buenos ojos esa misma fortuna de que ahora disfrutáis, y acordárseos puede que hasta cuando tenía que decírselo a mi confesor1544 en modo alguno dejé de ver gratamente vuestras prosperidades; al presente, con mayor razón y libertad las abrazo al par que con plena afección. Las bienandanzas os procuran ahí provecho palpable, pero aquí no enaltecen menos vuestra fama. La resonancia produce tanto efecto como la ventaja que se logra. No acertaríamos a sacar de la justicia de vuestra causa argumentos tan poderosos para sujetar o reducir a vuestros súbditos como los hallamos a la mano con las dichosas nuevas de vuestras empresas; y puedo asegurar a Vuestra Majestad que los recientes cambios que por acá ve en su provecho, y su feliz salida de Dieppe1545, secundaron a punto el franco celo y la maravillosa prudencia del   —508→   señor mariscal de Matignon1546, de quien me atrevo a creer que no recibís diariamente tan excelentes y tan señalados servicios sin recordar mis seguridades y esperanzas. Yo aguardo de este próximo estío no tanto los frutos que van a madurar como los de nuestra común tranquilidad, e igualmente que pasará por vuestros negocios con igual bienandanza, haciendo desvanecerse como las precedentes esas grandes promesas con que vuestros adversarios alimentan la voluntad de sus prosélitos. Las inclinaciones de los pueblos se gobiernan por impulsos. Si la pendiente os es una vez favorable, el propio movimiento la llevará hasta el fin. Mucho hubiera yo querido que el particular provecho de los soldados de vuestro ejército junto con la necesidad de contentarlos no os hubieran quitado, señaladamente en esta importante ciudad, la hermosa recomendación de haber tratado a vuestros revueltos súbditos, hallándoos en plena victoria, con mayor moderación de la que sus protectores gastan, y, que a diferencia de un crédito volandero y usurpado hubierais puesto en evidencia que eran vuestros por paternal protección verdaderamente real. En el manejo de negocios tales como los que tenéis en vuestras manos hay que servirse de medios no comunes. Así se vio siempre que donde las conquistas por su grandeza y dificultad no pudieron buenamente completarse por las armas ni por las fuerza se perfeccionaron con la magnificencia y la clemencia, alicientes óptimos para conducir a los hombres hacia el partido justo y legítimo. Y cuando precisan rigor y castigo, ambas cosas deben aplazarse para después de la posesión y el marido. Un conquistador magnífico de los pasados siglos se alaba de haber procurado a sus enemigos tantos motivos para que lo amasen como a sus amigos. Y aquí echamos de ver ya algunos visos de buen augurio por la impresión que experimentan vuestras ciudades extraviadas, comparando el rudo tratamiento que reciben con el de las que se colocaron bajo vuestra obediencia. Deseando a Vuestra Majestad una dicha más urgente y menos arriesgada, y que Vuestra Majestad sea antes amado que temido de sus pueblos, sustentando los propios bienes amalgamados con los de ellos, me regocija que la marcha hacia la victoria sea también el camino hacia la paz menos costosa. Sire,   —509→   vuestra carta del último día de noviembre no llegó a mis manos hasta ahora, pasado ya el plazo que os plugo señalarme de vuestra permanencia en Tours. Considero como gracia singular el que Vuestra Majestad se haya dignado advertirme que acogería con gusto mi presencia: nadie tan inútil como yo, pero vuestro más aun por afección que por deber. Laudabilísimamente acomodó Vuestra Majestad sus formas externas a la altura de su reciente fortuna: mas la bondad e indulgencia de los humores internos es igualmente laudable el que Vuestra Majestad no los modifique. Plúgola, no sólo respetar mi edad, sino también mi deseo, al llamarme a lugar donde Vuestra Majestad se viera un tanto reposada de sus laboriosos desvelos. ¿Será aquél París, dentro de breve plazo? No habrá medios ni salud que yo no deje de sacrificar para dirigirme allí.

Vuestro humildísimo y obedientísimo servidor y vasallo.

De Montaigne, a 15 de enero de 1809.

(Con este sobrescrito de mano del secretario: Al Rey.)




ArribaAbajo- XX -1547

Montaigne a Enrique IV


Sire, La que Vuestra Majestad tuvo a bien escribirme el 20 de julio no me fue entregada hasta hoy por la mañana, y me ha encontrado metido en una muy violenta fiebre terciana, general en este país desde el mes pasado. Sire, como grande honor considero el recibir vuestras órdenes, y no he dejado de escribir hasta tres veces al señor mariscal de Matignon, participándole con todo interés la obligación que me incumbía de salir a su encuentro, hasta marcarle el camino que yo seguiría para lograrlo con seguridad cabal, si así bien le parecía. Como estas misivas no hayan tenido respuesta supongo que el Señor Mariscal tuvo en cuenta, en provecho mío, lo dilatado y arriesgado de los caminos. Sire, Vuestra Majestad me hará la merced de creer, si le place, que nunca repararé en mi bolsa en las ocasiones en que tampoco quisiera poner a cubierto mi vida. Lo que hice por sus predecesores, mayormente por Vuestra Majestad lo haré. Jamás alcancé ningún beneficio de la liberalidad de los reyes, como tampoco los solicité   —510→   ni los merecí, y no recibí ningún estipendio de los pasos que di en el servicio de ellos, de los cuales Vuestra Majestad tuvo algún conocimiento. Soy, Señor, tan rico como deseo. Cuando haya agotado mi bolsa en París1548 junto a Vuestra Majestad, tendré la osadía de hacérselo saber, y entonces, si Vuestra Majestad me juzga digno de que permanezca más tiempo entre los de su séquito, podrá hacerlo con facilidad mayor que si se tratara del menor de sus oficiales.

Sire, ruego a Dios por vuestra prosperidad y salud.

Vuestro humildísimo y obedientísimo servidor y vasallo.




 
 
FIN DE LAS CARTAS