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ArribaAbajo- IV -

Presencia catalana en la edición de México


Cualquier pretensión de exhaustividad en el intento de realizar una nómina completa de todos los catalanes que han participado, directa o indirectamente, en la industria mexicana del libro resulta, de entrada, condenada al fracaso. Faltan todavía los materiales necesarios para llevar a cabo este proyecto: diccionarios biográficos especializados, tanto en México como en Cataluña, historias generales de la edición en ambos países y monografías sobre la obra cultural en el exilio.

A pesar de todas estas limitaciones, he querido ofrecer una primera relación de la presencia catalana en la industria editorial mexicana posterior a los cuarenta, con la intención de mostrar la vitalidad adquirida por las editoriales mexicanas a raíz de la incorporación de estos hombres, fundamentalmente exiliados republicanos, quienes se convirtieron en maestros de varias generaciones de mexicanos. Además, esta nómina inicial habla por sí misma sobre la ocupación profesional de muchos hombres de letras y del impulso de unos cuantos empresarios que comenzaron a serlo después de haber trabajado en Cataluña como aprendices en la industria del libro. Asimismo, muestra la huella que dejaron en campos como el de la tipografía, diseño y la organización de librerías192. Pero, ante todo, la presencia tan exitosa del destierro republicano en la   —98→   industria del libro -como en otras tantas iniciativas, culturales o no- expresa el sentido de un compromiso con su trabajo -un renovado ethos del trabajo- mediante el cual estos hombres y mujeres manifestaban el apego a los ideales que les condujeron al exilio, así como su agradecimiento al nuevo país193.

Sin pretender encontrar unas características comunes en su labor, que no las hay, sí se advierte en estos profesionales un rasgo compartido: su voluntad de realizar un trabajo de calidad. Entre los editores, naturalmente, unos se preocupan más por la ganancia económica, y otros se caracterizan por una vocación de servicio al público que los lleva a impulsar muchas editoriales y a dejarlas en otras manos una vez que estas se encuentran en pleno funcionamiento. El ámbito temático de sus catálogos es vastísimo y abarca todos los campos de las ciencias y las artes. Su orientación, no obstante, sigue la de la misma edición mexicana194 y se dirige más a las ciencias sociales y la creación literaria que a las ciencias puras o aplicadas.

De lo que no hay ninguna duda es que cada profesional del libro, en la medida de sus posibilidades y desde distintos puestos, ha contribuido a la formación de multitud de lectores de habla española, tanto en México como en otros muchos países americanos. Los numerosos premios Juan Pablos al mérito editorial   —99→   recibidos por algunos de estos catalanes como Joan Grijalbo o Pere Reverté muestran asimismo el reconocimiento de su país de adopción.


ArribaAbajoLos impulsores

Joan Grijalbo y Estanislau Ruiz Ponsetí

Dos de los catalanes más destacados en la industria editorial mexicana han sido, sin duda, el ya citado Joan Grijalbo y el menorquín Estanislau Ruiz Ponsetí, ambos relacionados en los primeros años del exilio con uno de los proyectos editoriales republicanos pioneros, la Editorial Atlante; y ambos, además, con experiencia previa en el negocio editorial195.

Atlante nació para apoyar al Partit Socialista Unificat de Catalunya en México, el mismo que encargó a Estanislau Ruiz Ponsetí la constitución de la editorial, por medio del secretario general, Joan Comorera. Inició formalmente el 1º de julio de 1939 en la sede del Consulado de los Estados Unidos Mexicanos en París, en un acto fundacional donde intervinieron R. Musolas Casas, J. Costa Puig, C. Muntanyola, M. Sánchez Sarto y el mismo Ruiz Ponsetí. El capital inicial de medio millón de pesos mexicanos lo proporcionó el Partido, que dispuso la creación de un Consejo de Administración donde Sánchez Sarto y Ruiz Ponsetí fungían como directores gerentes, Leonardo Martín Echeverría, subdirector, y Joan Grijalbo, administrador. En septiembre de 1940, un nuevo representante del Partido, Miquel Serra Pàmies, se incorporó a la delegación francesa para sustituir a Sánchez Sarto, Martín Echeverría y Grijalbo, que se habían trasladado ya a la ciudad de México. Ahí constituyeron definitivamente la compañía el 25 de septiembre de 1939, con un capital inicial de 150 mil pesos, una cantidad muy inferior a la propuesta inicialmente.

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Atlante, establecida legalmente en la calle de Altamirano 127, no nació tan sólo con el fin de publicar obras ligadas a los principios ideológicos del Partido (desde los clásicos del marxismo hasta las obras literarias rusas, traducidas con frecuencia de la lengua original), sino que se propuso, asimismo, obtener ayuda económica para los exiliados comunistas196. Ni uno ni otro propósito se lograron enteramente, puesto que las presiones económicas empujaron a la editorial a especializarse en libros científicos y técnicos, dirigidos sobre todo al mercado sudamericano.

Atlante firmó contrato con destacados hombres de ciencia exiliados, muchos de ellos profesores universitarios (José Giral Pereira, su hijo Francisco Giral, José Ferrater Mora, J. Carreras Palet, Cèsar Pi i Sunyer197, etc.), y se dedicó a realizar un catálogo dirigido principalmente a los docentes, dentro del cual sobresalieron las colecciones Atlante de la Cultura, Cuadernos de Educación Práctica, y Atlante Novelas. El primer libro editado, España, el país y sus habitantes del mismo Martín Echeverría, tuvo una tirada de 5 mil ejemplares, un número exagerado para el mercado editorial mexicano. Después, con más tino, Atlante disminuyó sus tiradas diversificando su temática. Así aparecieron el Tratado de bioquímica de Harrow; Ciencia de la educación de Hernández Ruiz-Tirado; Cooperativas escolares; Elementos de tecnología textil de Carreres Palet (uno de los primeros éxitos, con más de 700 ejemplares vendidos en pocos meses)198 y, del mismo autor, Teoría del ligamento en la industria textil; Preparación de productos químicos y químicos-farmacéuticos de Rojanh-Giral; Diccionario de química; Enciclopedia de la música; Guía musical del radioyente de Herce; Diccionario de filosofía de Ferrater Mora; Fisiología del sistema nervioso de Fulton; Cooperativas, talleres, huertos y granjas escolares de Ballesteros; 50 problemas de física para la escuela primaria de Bargalló;   —101→   Analfabetismo y educación popular en América de Moreno y García; Freud y Adler. Psicoanálisis y psicología individual de Alicia Ruhle-Gerstel; Cómo se organiza una biblioteca y Catálogo-diccionario para bibliotecas de Juan Vicens; Navegación aérea de Pascual Roncal; Manual de aviación de A. de Sanjuan; Análisis clínicos, Técnicas de laboratorio, Eugenesia y enfermedades de los niños, Manual de pediatría de José Barón; y un Manual de topografía, en que colaboró como dibujante Pere Calders.

Atlante imprimió también una de las publicaciones periódicas de carácter científico más prestigiosas de Latinoamérica: Ciencia. Revista hispanoamericana de ciencias puras y aplicadas, dirigida nominalmente por Ignacio Bolívar y con un comité de redacción formado por su hijo Cándido, Isaac Costero, Francisco Giral y otros destacados científicos republicanos. A pesar de su calidad, la revista supuso para Atlante una pérdida económica de la tercera parte de su capital y pronto tuvo que dejar su publicación, la cual sólo continuó gracias a la ayuda económica del Banco de México y las aportaciones de antiguos emigrados españoles como Carlos Prieto, Santiago Galas y Artur Mundet199.

A pesar de esta orientación pedagógica, en Atlante aparecieron también textos literarios de autores exiliados como J. J. Domenchina -Destierro, Tercera elegía jubilar, Pasión de sombra-, encargado asimismo de una interesante Antología de la poesía española contemporánea 1900-1936. En la ya citada colección de Novelas se editaron, entre otras, una antología de cuentos policiacos y de misterio, preparada por Agustí Bartra; El motín del Caine de Herman Woik; las Memorias del duque de Windsor o El salario del miedo de Georges Amaud, traducida y anotada por J. López López.

Con todo, y a pesar de su interesante catálogo, las ganancias económicas no llegaron. Al agotarse el capital inicial, Eduardo Villaseñor, director del Banco de México, y Alberto Misrachi aportaron conjuntamente 50 mil pesos que sirvieron para realizar una Enciclopedia de la música y un Diccionario de química. Sus ventas permitieron recuperar la inversión inicial y otros 60 mil pesos de ganancias; ello unido a una nueva ayuda-crédito de FIASA, la financiera de la CTARE (Comisión Técnica de Ayuda a los Refugiados Españoles) que dirigía José Puche, permitió la supervivencia de la editorial durante unos meses más.

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Nuevas dificultades económicas empujaron a sus integrantes a buscar nuevos trabajos. Ruiz Ponsetí decidió continuar en el negocio editorial e ingresó como gerente en UTEHA, donde realizó una importante labor hasta jubilarse, Manuel Sánchez Sarto entró en la Escuela Nacional de Economía y colaboró con Jesús Silva Herzog en la Secretaría de Hacienda. Leonardo Martín Echeverría empezó a trabajar con Antonio Sacristán en la Sociedad Mexicana de Crédito Industrial y, durante muchos años, ocupó el cargo de investigador del Instituto de Geografía de la UNAM. Sólo Joan Grijalbo continuó ligado a Atlante.


ArribaAbajoJoan Grijalbo

Cuando fracasó todo intento de encontrar una solución financiera viable para la empresa, Joan Grijalbo decidió adquirir, a plazos, las acciones de la compañía, por entonces en poder de Villaseñor, Misrachi y Matilde Legorreta. Al tener el control, liquidó las deudas y, gracias a un negocio de exportación de libros a España, obtuvo el dinero necesario para iniciar la Exportadora de Publicaciones Mexicanas bajo cuyo nombre salieron los primeros libros editados por Grijalbo; muy pronto, y aconsejado por su amigo Montgomery Jackson, el presidente de W. M. Jackson, cambió este nombre dando su propio apellido a la editorial. Nacían así las Ediciones Grijalbo200.

Los inicios de Grijalbo, más bien modestos, se caracterizaron por su apoyo a los demás desterrados. Uno de ellos, Pere Calders, le compuso el logotipo de la serie de biografías tituladas genéricamente con el nombre del pueblo natal de Grijalbo, Gandesa, uno de los primeros éxitos comerciales de la nueva editorial. En esta serie aparecieron libros dedicados a los presidentes mexicanos Cárdenas y Ruiz Cortines, a destacados catalanes como Pau Casals, así como a otras muchas personalidades controvertidas: Maquiavelo, Hitler, Lenin o Marx. Al principio, la selección de los títulos partía más de los gustos del editor que de un estudio real del mercado, las tiradas eran reducidas y se fijó inicialmente una producción de cuatro libros anuales que aumentó progresivamente hasta llegar a más de cien. Este primer éxito y otros logros posteriores dieron pie al editor para impulsar nuevas colecciones sobre temas sociales, económicos,   —103→   enciclopedias de arte o conocimientos generales, libros de ciencia, técnicos, novelas, la mayoría traducciones: «Y siempre he seguido haciendo traducciones. O sea que yo he sido un editor, podemos decir, copión. No he inventado nada, sino he buscado el libro de éxito para traducirlo al castellano»201. En esta línea, el éxito le llegó de la mano de los best-sellers norteamericanos, aunque Grijalbo supo combinarlos con otros libros relevantes para la historia intelectual y política de un país que, como reconoce él mismo, «me ha dado todo»202. Poco a poco, el editor de origen catalán consolidó un espacio considerable en el mercado latinoamericano del que se hizo eco la revista de información bibliográfica Mirador, dirigida por el también exiliado Artur Perucho y promovida por el mismo Grijalbo.

La empresa fue creciendo hasta convertirse en el Grupo Editorial Grijalbo, con oficinas en Argentina, Chile, Venezuela y Barcelona, esta última abierta en 1962. Durante la década de los sesenta, el Grupo se amplió a Perú, Colombia, Ecuador, Costa Rica, Puerto Rico y Uruguay, constituyéndose, al mismo tiempo, en otras marcas editoriales hasta llegar a contar dieciséis empresas distribuidas en todos los países de habla hispana: Editorial Crítica, S. A., Grijalbo/Dargaud -destinada a editar en castellano los cómics de Dargaud: Astérix y Lucki Luke, fundamentalmente-, Ediciones Juniors, que publica igualmente libros infantiles, etcétera.

En México ha dejado una huella importantísima, sobre todo por la influencia intelectual de series como la Colección 70 y la de Teoría y Praxis, con las que se formaron diversas generaciones de estudiantes mexicanos:

Además de los muchos libros técnicos y científicos que editaba -comenta el mismo Grijalbo- empecé a publicar libros de la Academia de Ciencias de la Unión Soviética, materiales históricos, manuales de economía política que tuvieron mucho éxito, publicamos cerca de 90 mil ejemplares203.



Desde hace siete años, y con más de 3 mil títulos en su haber, el Grupo -con sede central en Barcelona desde el regreso a Cataluña de su fundador- fue traspasado a la editorial Mondadori. A pesar de ello, Joan Grijalbo, a sus   —104→   más de ochenta años, ha decidido emprender con sus hijas un nuevo proyecto, la editorial Serres (nombre tomado de su segundo apellido), dedicada a obras infantiles: «Hace cincuenta años -comenta el editor- un libro era para mí un objeto que esperaba que alguien me viniese a ofrecer o recomendar para publicar. Hoy es el oxígeno que necesito para vivir»204.




ArribaAbajoEstanislau Ruiz Ponsetí

Páginas arriba me refería a Estanislau Ruiz Ponsetí como uno de los iniciadores de la Editorial Atlante. Por cuestiones de índole económica la dejó muy pronto y se embarcó en un nuevo proyecto, aún más ambicioso: la gerencia de la editorial UTEHA (Unión Tipográfica Editorial Hispano Americana), iniciada por el emigrado gallego José González Porto; este, después de una estancia de unos años en Cuba dedicado también al negocio editorial, se instaló definitivamente en México, donde impulsó esta casa especializada en el ámbito técnico y científico. La UTEHA, con el tiempo, se convirtió en una de las pocas editoriales de habla española que llegó a tener empresas propias por toda Latinoamérica, e imprimió además en países europeos como Alemania, o asiáticos, como el Japón205.

Como Grijalbo, Ruiz ofreció muchas posibilidades de trabajo a los desterrados. Algunos de ellos colaboraron en UTEHA mientras encontraban una ocupación mejor remunerada y más adecuada a su formación -como ocurrió en el caso, por ejemplo, de Lluís Nicolau d'Olwer, quien de ministro de Economía y gobernador del Banco de España pasó a corrector de pruebas durante sus primeros meses en México-; otros continuaron allí durante muchos años, como el mismo Pere Calders, quien realizó incontables ilustraciones para los libros de UTEHA, sobre todo para el Diccionario enciclopédico que, desde sus inicios, tuvo como asesores a los mejores especialistas del exilio206: Albert Folch i Pi, en   —105→   farmacia; Marcel Santaló, en matemáticas y astronomía; Miquel Santaló, en geografía; el valenciano Juan Sapiña, en letras; el menorquín Francesc Carreras Roura, en química; Lluís Ferran de Pol, en letras, etc. Mención aparte merece la colaboración en UTEHA de Julio Sanz Saínz, «verdadero e incansable motor humano, de capacidad increíble y a quien tanto debe la industria editorial en México, por su siempre desinteresada tarea en favor del libro mexicano»207.

Aun a riesgo de olvidar a otros muchos, la lista de catalanes colaboradores de UTEHA se completa con los nombres de Agustí Cabruja y Pere Matalonga, que trabajaron como correctores de estilo; Carles Parés, redactor del capítulo «Operatoria urogenital» del tratado Técnica operatoria, editado en 1951 y el maestro Ramon Costa Jou, incorporado a UTEHA a su regreso de Cuba, en 1969. También Josep Roure-Torent, Vicenç Guarner Vivancos y el ilustrador Josep Maria Giménez Botey colaboraron en la editorial de González Porto durante muchos años.




ArribaAbajoFidel Miró

Fidel Miró llegó a México en 1944 e inmediatamente empezó a trabajar como gerente de ventas en la Unión Distribuidora de Ediciones, propiedad de Ricard Mestre, antiguo compañero en las Juventudes Libertarias. Más adelante, fundó su propio negocio de distribución, México Lee, que funcionó durante doce años, y, asociado con Costa-Amic y eventualmente con Frank de Andrea, constituyó Libro Mex Editores, S. de R. L. con una inversión inicial mínima de 35 mil pesos. Esta empresa, en principio destinada a la publicación de autores mexicanos, también contribuyó de manera decisiva a la reflexión histórica sobre la guerra civil y sus antecedentes208. La impresión corría a cargo de los talleres   —106→   de Costa quien, a cambio, recibía una amplia distribución de sus propios títulos a través de Libro Mex.

Dada la presencia en el negocio del libro que tanto Costa como Miró fueron adquiriendo cada uno por su lado, concluyeron el proyecto conjunto y Miró fundó Editores Mexicanos Unidos, empresa destinada desde sus inicios en 1954 a

vender a precios bajos y editar, entre otros, títulos esotéricos que pide la gente cansada de la sociedad consumista y de la prisa. El mercado exterior consume aproximadamente un 40% de los libros de la empresa, donde ocupan un lugar digno los clásicos de las letras españolas, en ediciones populares209.



Actualmente la hija del editor, Sonia Miró, se encarga de la gerencia de la empresa, y dentro de la editorial continúa ocupando un lugar privilegiado la edición de obras clásicas en ediciones populares, que han servido como libros de lectura en muchas escuelas mexicanas210. A la vez Editores Mexicanos Unidos mantiene una línea especializada en manuales científicos y técnicos, junto con algunos títulos de esoterismo y temas relacionados con la historia de México, especialmente los referidos a la época de la Revolución: con la ayuda de Costa-Amic o en solitario, Miró ha editado más de noventa libros sobre este periodo211.

Durante muchos años, Miró siguió imprimiendo obras destinadas a divulgar la presencia catalana en México, sobre todo desde el punto de vista del activista político que el editor siempre ha sido. Dentro de Editores Mexicanos Unidos publicó obras de catalanes como Pere Foix -Serra i Moret (1967)-,   —107→   de él mismo -Cataluña. Los trabajadores y el problema de las nacionalidades (1967)- o de autores catalanófilos como Anselmo Carretero, cuyo libro Los pueblos de España y las naciones de Europa (1967) planteaba una nueva perspectiva del problema nacionalista en la Península Ibérica. La imposibilidad de hacer llegar estos textos a España hizo estéril cualquier discusión de este tipo que, como tantas otras, acabó muriendo en los mismos círculos del exilio.




ArribaAbajoTomàs y Neus Espresate

Tomás Espresate Pons creó en 1946, con Enrique Naval, la empresa Crédito Editorial. Dos años más tarde fundó la Librería Madero, bajo cuyo nombre aparecieron editados varios títulos, y, en 1951, la Imprenta Madero, ubicada primero en la calle de que tomaba nombre para trasladarse después a la colonia del Valle. En ella laboraron Jordi Espresate, hijo del fundador, y José Hernández Azorín, que hacía las veces de gerente general. Tomás Espresate participó asimismo en Ediciones Multiarte, S. A. y colaboró en la creación de ERA, durante sus primeros años ubicada en el primer piso del edificio ocupado por la Imprenta Madero, Aniceto Ortega 1358.

ERA tornó su nombre de las iniciales de los apellidos de sus fundadores, todos ellos hijos de refugiados: Jordi y Neus Espresate, Vicente Rojo y José Azorín. En octubre de 1960 imprimió su primer libro, La batalla de Cuba de Fernando Benítez, el primero publicado en México sobre la Revolución Cubana. Aparte de suponer un éxito de ventas, marcó con claridad el que sería el rasgo distintivo de ERA: su decidido compromiso político, debido a la presencia de muchos exiliados y de sus hijos -además de los creadores, son de origen español: Pili Alonso, Carlos Fernández del Real, Nuria Galipienzo y Adolfo Sánchez Rebolledo-, pero, sobre todo, gracias al talante de quien ha sido su directora desde 1962, Neus, una mexicana por convicción: «nada resulta tan impresionante, sin embargo, como la formación política de Neus Espresate... sin lugar a dudas la hereda de esa generación de grandes exiliados, la cultiva y la acrecienta de un modo formidable»212.

Con un catálogo amplísimo, de más de 500 títulos, ERA muestra el interés de sus editores por los temas filosóficos, económicos y sociales. Dentro de él se   —108→   encuentran colecciones de tanta significación en la cultura mexicana contemporánea como Biblioteca Era, El Hombre y su Tiempo, Serie Claves, Ancho mundo, Serie Popular, Problemas de México, Colección Alacena, Colección Imágenes, Obras Completas de José Revueltas, Cine Club Era y Colección Galería de Arte Mexicano. Entre sus mayores éxitos destacan los cinco tomos de Los indios de México de Fernando Benítez, Historia del capitalismo en México de Enrique Semo, La democracia en México de Pablo González-Casanova y La cultura como empresa multinacional de Armand Mattelart. A pesar de esta orientación, la literatura se ha mantenido presente siempre, y dentro de las colecciones Alacena, Letras Latinoamericanas y Enciclopedia ERA, han aparecido El coronel no tiene quien le escriba de Gabriel García Márquez, Los convidados de agosto de Rosario Castellanos, Transa poética de Efraín Huerta, El viento distante y Las batallas en el desierto de José Emilio Pacheco, así como las obras clave, a medio camino entre la novela y el reportaje, para entender el 68 mexicano: La noche de Tlatelolco de Elena Poniatowska y Días de guardar de Carlos Monsiváis. Durante muchos años, además, ERA editó la revista Cuadernos Políticos, publicación crítica y de izquierda. Para Víctor Ronquillo, «ERA es una editorial a la que los lectores debemos uno de los catálogos más ricos e influyentes, y que incluye la obra de los más prestigiados autores contemporáneos en ediciones logradas, no sólo con esmero editorial, sino también con talento artístico»213.




ArribaAbajoAntoni López Llausàs, presente en México desde la Argentina

Aunque no llegó a instalarse nunca en México, no puede olvidarse en este apartado dedicado a la presencia catalana en la edición mexicana a Antoni López Llausàs quien, desde Buenos Aires, participó en la consolidación del mundo del libro mexicano por medio de la casa Hermes, filial de la importante editorial argentina Sudamericana214.

López Llausàs provenía de una familia de editores bien conocida en Cataluña: su abuelo Innocent López Bernagossi había impreso, en el XIX, uno de los primeros libros en catalán con éxito comercial: Singlots poètics de Serafí Pitarra.   —109→   Su padre, Antoni, editó asimismo a numerosos escritores catalanes durante el primer tercio del siglo. Pronto, al aprendizaje en el seno de la familia, Antoni sumó una iniciativa y una intuición brillantes que le conducirían a fundar Catalònia de Barcelona, ligada a la edición y distribución de muchos libros catalanes. Bien conocido era, también, por su tarea al frente de la Biblioteca Catalana, nacida dentro de la Editorial Catalana, así como por la creación de otras colecciones más populares, como la Biblioteca Universitaria y los Quaderns Blaus, además de la edición de autores fundamentales, como Fabra o Rovira i Virgili, para la consolidación del proyecto nacional que se estaba gestando en Cataluña durante los años treinta. López Llausàs demostró entonces cómo el libro catalán, además de relacionarse directamente con un inexcusable voluntarismo político-cultural del momento, comenzaba a resultar un negocio lucrativo215.

Instalado en Buenos Aires después de su paso obligado por Francia, se hizo cargo de la Editorial Sudamericana que había fundado un importante grupo de intelectuales argentinos encabezado por Victoria Ocampo y Oliverio Girondo. Con el tiempo, López Llausàs se convirtió en el propietario absoluto e inició su expansión hacia otros países: en Barcelona fundó la editorial Edhasa y, en la ciudad de México, impulsó la creación de la editorial Hermes junto con Miquel Marín, ya con imprenta consolidada, y Antonio López Rivera, este último responsable de la gerencia de la nueva empresa durante muchos años216. La editorial inició la publicación de libros de economía, política internacional, ciencias, historia, novela y biografía217. Muy pronto añadió a su catálogo textos de arte -como las sobresalientes Miniaturas Hyperion dedicadas a El Greco, Picasso, Van Gogh, Degas, Matisse, Renoir-, de derecho y epistolarios. En su catálogo figuraron autores de todo tipo, desde Daniel Cosío Villegas quien publicó aquí su imprescindible Historia moderna de México, hasta James Hadley Chase, pasando por A. J. Cronin, Sholem Ash, Richard Aldington, Sinclair Lewis, Erskine Caldwell, John Dos Passos, Aldous Huxley, Pearl S. Buck, Lin Yutang y Salvador de Madariaga, muchos de ellos escritores directamente relacionados con la editorial argentina Sudamericana.

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La casa no sólo se dedicó a la edición de libros, sino que además destacó en toda Latinoamérica como distribuidora de editoriales mexicanas. Actualmente la continúan dirigiendo los nietos de Antoni López Llausàs.






ArribaAbajoOtros catalanes en la industria editorial mexicana. Una nómina incompleta

El estudio de la presencia de los catalanes en la industria mexicana del libro no debe limitarse a la creación y consolidación de empresas editoras; también ha de incluir la labor de muchos profesionales directamente relacionados con los procesos de producción del libro, la promoción o su distribución218. En el futuro, ellos deberán ser tenidos en cuenta para un estudio más pormenorizado de la obra cultural del exilio republicano, puesto que los mayores continúan la tradición editorial catalana anterior a la guerra civil adaptándola a su nueva tierra, y los más jóvenes, además, han participado activamente como promotores y difusores en la construcción de la cultura mexicana contemporánea.


ArribaAbajoLos directivos

Uno de los nombres más conocidos en el mundo del libro mexicano es el de Pere Reverté, quien fundó la editorial que lleva su nombre y, junto con el pedagogo Abelard Fábrega Esteva, echó a andar las Publicaciones Culturales, en 1964. Además de Reverté, ha ocupado un papel muy destacado en la edición mexicana Julio Sanz Crespo, nacido en 1940 en Santo Domingo, fundador en 1972 de Aconcagua Ediciones, gerente de la empresa subsidiaria del grupo editorial barcelonés CEAC y presidente de la Cámara Nacional de la Industria Editorial durante varios años.

Joaquim Ausiró Llach trabajó de librero y editor, iniciándose en el oficio con su primo Costa-Amic, con quien residió varios años en Guatemala. Dirigió un taller de encuadernado y fundó la Editorial Olimpo, situada en la calle San Ildefonso,   —111→   especializada en libros populares y de divulgación. Su hijo Santiago, nacido ya en México, ha continuado como gerente al frente de la editorial, puesto que había desempeñado anteriormente Benjamín Cano, ex jefe del departamento de corrección de estilo de la barcelonesa Aguilar y fundador en México de la Editorial Ideas.

Diversos cargos de gerencia y dirección han ocupado Maria Tarragona Jou (directora, entre 1943 y 1944, de la Editorial Delfín), Josep Maria Codó Buscató (en la casa editorial Libros y Revistas, donde colaboró Costa Jou antes de trasladarse a Cuba) y Manuel Alcántara Gusart, quien trabajó como gerente de la editorial Misrachi desde 1942 hasta su jubilación. Enric F. Gual fungió como subgerente de Albatros desde 1945, y Víctor Alba se encargó de la dirección de las ediciones del Centro de Estudios y Documentación Social, a las que iba unida la revista Panoramas, de la que el mismo Alba fue también responsable.

Carles Bartra Lleonart impulsó la edición y la distribución de libros, especializándose en ediciones de lujo, sobre todo a través de la editorial Medinaceli. Manuel Nogareda Barguo dirigió las Ediciones Técnicas y Culturales y Luis Umbert Santos, la masónica Editorial Humanidad. Martí Soler Vinyes fungió, hasta hace muy poco, como director de ediciones de Siglo XXI -en la fundación de la cual había participado Manuel Tarragona Roig-. Soler dejó este cargo para dirigir la editorial de la Universidad de Guadalajara y, más recientemente, encargarse del departamento de publicaciones de El Colegio de México.

Otros catalanes llegados a México unos años después de la emigración republicana, o con negocio iniciado posteriormente, se han destacado también en el ámbito editorial. Algunos de los más importantes son Francisco Trillas, fundador en 1954 de la editorial Trillas, especializada en libros de texto, así como en libros de comunicación, administración, economía, derecho, física, psicología, literatura, etc.; Manuel Martínez Roca, antiguo dirigente de la editorial Grijalbo, quien fundó en 1972 la editorial que lleva su nombre, ligada a la homónima de Barcelona dirigida por su hermano Francisco; Luis Roca, delegado de Labor Mexicana, y Josep M. Bosoms emigrado en 1953, fundador de Ediciones BCSA, especializada en revistas técnicas.



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ArribaAbajoLos impresores

Ya me he referido, a propósito de su trabajo de editores al frente de una editorial, a varios impresores de origen catalán. Otros más han de añadirse a esta lista, entre ellos nombres de gran prestigio como Guillem Gally, quien, asociado con sus hermanos Héctor y Humbert (cofundadores también de las casas Pax-México, Concepto y Árbol), inició la Imprenta Grafos en la ciudad de México. Esta se ubicaba en la calle Cincuenta y Siete 10B y se especializó, según se anunciaba tempranamente en la revista Pont Blau, en la estampación de libros. Allí aparecieron la segunda etapa de la revista La Humanitat, fundada por el presidente Lluís Companys y ligada a Esquerra Republicana de Catalunya, así como algunos folletos relacionados con este partido, como Antecedents i documentació que motivaren els acords de l'Assemblea Extraordinària celebrada el 5 de març de 1960 (1960). Asimismo, los hermanos Gally iniciaron la Imprenta Galve, S. A., donde también se imprimieron varias obras en catalán.

Miquel Àngel Marín y Ramon Pla Armengol crearon asimismo diferentes imprentas: los Talleres Gráficos de Editorial Minerva, donde atendieron los pedidos de la Editorial Hermes, y donde servían encargos ajenos en una proporción no inferior a los dos tercios de su trabajo. En ella laboró Joan Sales hasta su retorno a Cataluña, Avel·lí Artís dirigió los talleres tipográficos durante algunos años y varios de sus colaboradores se dedicaron a la corrección de pruebas y a la traducción. A causa del traslado de M. A. Marín a Nueva York, el taller fue vendido y continúa en activo.

Marín y Pía tuvieron también a su cargo la imprenta Sícoris en la calle Escuela Médico-Militar 7, donde imprimieron un volumen mexicano de la Revista de Catalunya y los Quaderns de l'Exili. Más adelante, con el nombre de Imprentas L. D., S. A. y un nuevo socio, el suizo Ernst Hediger, el negocio se trasladó a Artículo 123 66A. Allí trabajó como maestro impresor Marian Roca, además del ya citado Artís, quien imprimió en Sícoris una parte de la Col·lecció Catalònia.

Mención especial merecen los talleres gráficos de la Editorial Fournier, que tuvieron su origen en una colección de libros de medicina del doctor Fournier, dirigida por su esposa, Carolina Amor, hermana de la famosa poeta mexicana. Estos libros se imprimían, inicialmente, en la Gráfica Atenea, administrada por Marià Martínez Cuenca y ubicada en la calle Gutiérrez Nájera   —113→   179, donde trabajaba Joan Boldó Climent, «un maestro tipógrafo de la escuela de Artís, exigente y de buen gusto, con afinado sentido de la estética y de la armonía»219. Desde su llegada a México, Boldó había trabajado en La Carpeta, la Intercontinental y, sobre todo, con Avel·lí Artís. Su excelente trabajo en la Gráfica Atenea le hizo merecedor del puesto de encargado de los nuevos talleres del doctor Fournier, creados expresamente para imprimir sus libros, donde se contrató a otro catalán, Josep Roure-Torent, para ocupar la administración.

Estos talleres se instalaron, primero, en la calle Bolívar 238 y después en Arquitectura, en la colonia Copilco Universidad. De sus prensas salieron, además de decenas de libros, la revista catalana Pont Blau desde su quinta entrega y los últimos números de La Nostra Revista y La Nova Revista. Climent, uno de los más importantes impresores del libro catalán en México220, ha sido secundado en su excelente trabajo por sus hijos Daniel, Jordi, Joan y Núria, esta última la impulsora, además de la empresa J. Boldó y Climent, Editores, iniciada en 1984, y de la imprenta queretana Praxis.

Como impresores destacaron también Claudi Fournier y Formós Plaja en la Imprenta Helénica, y Josep Soler Vidal, que empezó su carrera en los Talleres Gráficos de la Nación. El ya citado Joan Sales i Vallès aprendió el oficio de linotipista y compuso muchas ediciones catalanas, algunas para la Biblioteca Catalana de Costa-Amic y otras para empresas donde él participaba activamente, como los Quaderns de l'Exili: él preparó las cuidadosamente editadas Poesies de Màrius Torres aparecidas en 1947. Después de su regreso a Cataluña en 1948, continuó trabajando en el negocio editorial cofundando el Club Editor, la colección de novela catalana El Club dels Novel·listes, patrocinada por la editorial Aymà, y El Pi de les Tres Branques. Ligada a su librería de Guadalajara, Josep Maria Murià i Romaní creó y dirigió durante muchos años la imprenta Barcino, donde se imprimieron muchos de los números del Butlletí que él mismo dirigió durante quince años (1961-1976), así como el libro en castellano Narraciones fugaces, del mismo Murià (1967).



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ArribaAbajoLos grafistas y los ilustradores

Después de seguir estudios en la Escuela de Artes del Libro, Francesc Moreno Capdevila fue grabador en el taller de Carlos Alvarado Lang, dibujó en la imprenta de la UNAM y trabajó como grafista para varias casas editoras. Antoni Farreny Profitós y Miquel Bertran Aumatell se dedicaron igualmente al grafismo, y Eusebi Carbó Carbó, a la tipografía. También Pere Calders, Avel·lí Artís, «Tísner», y Enrique Climent dibujaron para varias editoriales, como lo haría Carme Millà221.

Creadores de tanta calidad como Marcel·lí Porta, Ramon Tarragó, Remedios Varo y Josep Narro ilustraron varios libros de escritores exiliados catalanes, muchos de ellos ediciones de autor. Los más destacados fueron seguramente Josep Maria Giménez Botey, quien trabajó en Botas, UTEHA y Minerva, entre otras, y Vicente Rojo, que colaboró con Miquel Prieto en la dirección artística y tipográfica del suplemento cultural «México en la Cultura» del Novedades, y se encargó después de «La Cultura en México» de la revista Siempre! Sus diseños en la editorial ERA han marcado toda una época y numerosas imprentas y editoriales han seguido sus notables innovaciones.




ArribaAbajoLos traductores

En los primeros años de instalación, y aun después, los desterrados encontraron en las traducciones un gagne du pain nada despreciable222 que pronto las convertirían en una de las aportaciones más significativas a la cultura mexicana realizadas por el destierro republicano. Las buenas expectativas de un mercado de lectores en auge y, sobre todo, las crecientes necesidades del mundo universitario demandaban muchos textos extranjeros que sólo la traducción podía poner al alcance del público mayoritario. Ejemplo de este aporte resulta la consolidación, durante los años cuarenta, del Fondo de Cultura Económica. Creado para traducir libros de economía, con la llegada de los republicanos españoles diversifica su catálogo y se enriquece con nuevos colaboradores, convirtiéndose en un transmisor de cultura universal por toda América Latina223,   —115→   sobre todo a partir de las traducciones que siempre han sido centrales en la organización de sus catálogos224. Entre los traductores catalanes del Fondo se encuentran intelectuales de la talla de Joan Roura-Parella, Josep Ferrater Mora, Eduard Nicol, Alfred Pereña, Joaquim Xirau, Francesc González Aramburu, Katy Sánchez de Torre, Alba Cama y un largo etcétera.

Junto a estos, otros más se han dedicado a la traducción como complemento de otros trabajos. La relación resulta extensísima: Ot Duran d'Ocon, Emilià Vilalta Vidal, Jordi Arquer, Odó Hurtado, Josep M. Francès (que colaboró muchos años en la editorial Diana), Enric F. Gual, Enric Daltabuit (que hizo varias versiones en castellano para Atlante), Carles Gerhard Ottenwälder, J. M. Codó Buscató, Ramon Palazón Bertran, Miquel Peña Massip, Ramon Bertran Tàpies (quien se inició como especialista en la traducción de textos médicos en la Editorial Interamericana, sustituido después por Albert Folch Pi, traductor del alemán e inglés). También los creadores literarios se han dedicado a esta actividad, muchos de ellos en el ya citado Fondo de Cultura Económica. Sirvan como ejemplo los casos de Josep Carner, Agustí Bartra y su mujer, Anna Murià, Vicenç Riera Llorca, Lluís Ferran de Pol, Teresa Pàmies, Manuel Duran, María Luisa Algarra, Ma. José de Chopitea, Martí Soler o Núria Parés, traductora del francés, inglés y catalán al español.




ArribaAbajoLos libreros

Un grupo importante de catalanes del exilio fundaron, dirigieron o tuvieron a su cargo estos negocios, en ocasiones ligados a otras actividades relacionadas con la impresión y distribución del libro. Desde 1954 hasta 1957, Víctor Alba (Pere Pagès) montó junto con su esposa una librería y una galería de arte en la parte del edificio del periódico Excélsior que no era utilizada, al lado del restaurante Ambassadeurs de Dalmau Costa y de la Librería Francesa, en Reforma. Otras librerías importantes dedicadas a la difusión de la cultura y relacionadas   —116→   directamente con los catalanes del exilio son las ya citadas Quetzal de Costa-Amic, CIDE de Avel·lí Artís, México Lee de Fidel Miró (homónima de la editorial posterior), y Madero, de Tomás Espresate, en cuyo local habitualmente coincidían escritores del exilio como León Felipe y José Moreno Villa.

Joan Juhé estableció un comercio de libros viejos muy cerca del antiguo local del Orfeó Català, en la calle Uruguay. Era, como recordaba Josep Soler Vidal en Pont Blau225, «la librería de viejo más nueva de la ciudad, en cuanto a la cronología, quiero decir. El fondo inicial que aquel amigo adquirió -él y su socio- era bastante valioso. En aquella pequeña tienda fue a parar una parte de la biblioteca del diplomático José Gómez de la Cortina, quien, hacia la segunda mitad del siglo pasado, ejerció diversos destinos de su carrera en Europa -en las ciudades de Barcelona y Madrid, entre otras-, en el ocio de los cuales pudo dar amplio curso a sus aficiones de bibliófilo»226. Por esos mismos años Umbert Santos instaló en la calle Bolívar una librería especializada en masonería y ocultismo. Ramon Salvat Darnell fundó la librería Poblet, asociado con Carles Perelló y otros. Alba Vilafranca, por su parte, fue la propietaria, entre 1957 y 1983, de la Librería Londres.

Ligadas a otros catalanes en algunos momentos de su historia permanecieron la Librería y Papelería Millá, instalada en la avenida Yucatán de la ciudad de México, y la Librería Juárez. Abelard Fábrega puso un negocio de papelería denominado La Protectora, en el centro histórico del Distrito Federal; Alfred Gracia Vicente, en Monterrey, y Josep Maria Murià i Romaní creó la Barcino, S. A.

Muchos de los puntos de venta del libro donde trabajaron algunos exiliados catalanes actuaron como verdaderos espacios de promoción cultural, no sólo catalana, y se convirtieron en centros especializados donde el personal laboral asesoraba al lector227. No creo poder dar una relación completa de esta extensísima nómina; cabe citar, no obstante, los nombres de Agustí Bartra y Odó Hurtado (el primero trabajó en la Papelería Internacional situada en la avenida Juárez; el segundo, en la librería de la empresa Misrachi); además de Pilar Sen,   —117→   quien laboraba en Quetzal, Manuel Galès Martínez, colaborador de la famosísima Librería de Cristal fundada por el también exiliado Giménez Siles, y Dolors Bosch, quien se encargó durante un tiempo de la librería de la editorial Minerva situada en Hidalgo 11.




ArribaAbajoOtros más

Queda por relacionar la larga nómina de trabajadores de la industria del libro que, desde 1939, han colaborado en la consolidación de las empresas editoriales mexicanas. Vayan, a continuación y sin voluntad de exhaustividad, los nombres de algunos de ellos, en la conciencia de que, a esta nómina, habrán de seguirle otras más y un estudio más detenido de sus aportaciones.

Varios catalanes trabajaron, ya lo señalaba más arriba, como correctores de estilo y de pruebas de imprenta, sobre todo durante los primeros años del destierro, cuando no se tenía un trabajo más estable: Felip Melià Bernabeu; Vicenç Riera Llorca, quien ya se había dedicado a este trabajo en Barcelona; Josefina Estapé, colaboradora de Costa-Amic; Abelard Tona, en los Talleres Tipográficos Modelo; Felip Salvador Rosés, Joan Rossinyol, etcétera. Otros se dedicaron a la redacción de voces para enciclopedias de diversas editoriales, como la ya citada UTEHA o la Enciclopedia de ciencias médicas de la editorial Acle, donde trabajó el catalán Padró. Vicenç Guarner realizó varios trabajos en la Compton y Horacio García Fernández, desde la Secretaría de Educación Pública, colaboró en la edición de los libros de texto gratuitos.

El historiador Miquel i Vergés montó un taller de encuadernación que llevaba el nombre de Nilo, la calle donde lo estableció. Pere Foix i Cases coordinó, para la librería Patria de Florian Trillas, la revista bibliográfica bimestral Horizontes. Se relacionaron también con el mundo del libro, uno de los creadores del Institut d'Estudis Catalans, Josep Pijoan Soteras, y Francesc Requena Mas, dedicado en Tijuana a la distribución de libros y revistas en lengua inglesa. Lugar destacado en la edición latinoamericana ocupó Carles Bosch García, director de la Librería Universitaria de la UNAM, gerente de distribución de la Dirección General de Publicaciones de la misma Universidad (1953-1965) y, más adelante, director general del Centro Latinoamericano de Libros Académicos.

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Cierra esta incompleta nómina de quienes han participado de formas muy diversas en la industria del libro, el nombre del ingeniero químico Antoni Bayarte, iniciador de la fabricación de papel de periódico con el bagazo de la caña de azúcar, que empezó a probarse en la elaboración del diario Últimas Noticias.







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ArribaAbajo- V -

Epílogo: el libro catalán en el exilio


Después de una guerra (in)civil, los catalanes arribados a México se reconocieron nuevamente como comunidad a través de una cultura compartida, es decir, mediante un amplio conjunto de prácticas y representaciones con las que el desterrado consiguió reconstruir la razón de su existencia personal y colectiva. Decenas de periódicos, revistas y centros culturales nos ofrecen una visión certera, por lo compleja, de este proceso de búsqueda de la propia identidad lejos del país natal; de igual modo, el libro catalán en el destierro nos muestra un medio privilegiado de expresión, cuando «al exiliado, desgajado de su mundo y de sus interlocutores, no le queda[ba] otra alternativa que ser voz o letra»228.

Perdidas las referencias inmediatas, la palabra impresa adquirió una renovada función en el destierro como medio de rehacer una comunidad, de reconstruirla a partir de la reevaluación del bagaje previo y, naturalmente, del mantenimiento de la lengua propia como elemento configurador de la identidad nacional: «nunca, antes de 1939, se había remarcado con tanta insistencia que la lengua era la patria... para un catalán la persistencia del idioma es la médula de la nacionalidad»229. Esta identificación resultaba decisiva para conseguir la unidad de muchos republicanos separados ideológicamente y, claro está, para culminar un proceso político de construcción nacional que abarcara todas las tierras de habla catalana, propósito este defendido por un gran sector del exilio que encontró su sustento y justificación en la consolidación del proceso normalizador lingüístico de Pompeu Fabra. El concepto de tradición cultural revaluado (y al que aludía arriba con ese bagaje previo) iba ligado, necesariamente, al proyecto nacional heredado del Noucentisme e incluyó, como se advierte en los catálogos editoriales, a autores valencianos (Ausiàs March, por ejemplo), mallorquines (Joan Alcover), provenzales (Frederic Mistral) o de la Cataluña estricta.

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El libro en catalán, que nacía en tierra ajena como respuesta a su prohibición en la propia, ayuda, desde diversos enfoques de análisis, a entender todo ese proceso de «imaginar» la comunidad. En primer lugar, el acercamiento a estos textos como formas discursivas nos muestra cómo se representa -es decir, organiza su presencia- el grupo desterrado catalán, y cómo la función del autor se va perfilando y legitimando a partir de señalar primero y reiterar después unos topoi comunes. Estos son en muchos casos anticipadores (difusores, después) de lo que será canónico para el discurso oficial y, por su continuación de la cultura de la preguerra y la guerra civil, poco innovadores en sus ideologías y propuestas estéticas, manteniéndose más atentos al conflictivo proceso de adaptación/resistencia que a las nuevas corrientes literarias europeas y americanas. El campo semántico de los títulos, por poner un ejemplo, resulta muy ilustrativo en tanto se refiere, sobre todo, a la historia de Cataluña (nombres propios como Companys, Maragall y, sobre todo, la misma palabra «Catalunya»; periodos como la Segunda República, la guerra civil o el destierro). De igual forma, la hegemonía del ensayo histórico y la creación literaria más cercana al memorialismo nos presentan un discurso que sólo podía producirse en un momento muy concreto y con una función clara: la de seleccionar un pasado con vistas a organizar el presente. Así, la mayoría de los textos se relacionan entre sí, formando un supra-texto que nos explica en conjunto al destierro catalán, mucho más que cualquier obra individual.

A la articulación de este discurso genérico contribuye naturalmente el gran poder del editor que recupera por lo general las funciones antiguas de editor/impresor/librero. Él es el verdadero factotum de las letras catalanas en el destierro mexicano: legitima a los autores dentro de colecciones que ha trazado previamente, sobre las que tiene un control absoluto; privilegia lecturas adecuándose, en ocasiones, a las propuestas realizadas a través de las publicaciones periódicas o imponiendo, otras veces, nuevas orientaciones que encontrarán asimismo eco en aquellas. Él decide cuáles son los textos que responden a las expectativas del público y, por ello, diversifica temas y autores: de la mayoría de escritores exiliados ve la luz tan sólo un libro; otros más afortunados consiguen sacar dos o tres; tan sólo excepcionalmente, como en el caso de Agustí Bartra, se superan los diez volúmenes editados, y ello debido en gran parte a la autofinanciación que, como práctica habitual, conlleva la publicación de libros de calidad muy diversa, donde aparece tanto el autor vocacional como   —121→   el aficionado para quien escribir se ha convertido en un proyecto de salvación personal, ajeno a la voluntad de estilo.

Esta privilegiada posición del editor deteriora el proceso de profesionalización del escritor a quien se niega habitualmente una compensación económica, aunque se cubran, en parte, las inversiones realizadas gracias a la suscripción, las subvenciones o el mecenazgo (la editorial Catalònia de Artís fue, durante años, una excepción que, aunque poco, pagó a sus escritores derechos de autor). De igual forma, el editor no se autolimita por ninguna ley de la propiedad intelectual -se justifica muchas veces por la imposibilidad de ponerse en contacto con las casas editoras barcelonesas- y excluye del ámbito del libro a quienes se mantienen al margen del discurso propiciado desde su casa editorial. Para estos escritores «al margen», entonces, las únicas alternativas se reducen a la financiación de un partido o a la propia edición de autor, habida cuenta de la imposibilidad de editar en catalán en ningún sello mexicano, no sólo por la diferenciación lingüística, sino también por el distinto mundo referencial de los catalanes: de entre todos ellos, sólo Ramon Xirau ha conseguido con los años publicar en catalán en un sello mexicano o editar en ediciones bilingües, y ello tanto por su pertenencia a la generación más joven del destierro como por su adscripción a uno de los grupos hegemónicos de la cultura mexicana actual, el cercano a Octavio Paz. Josep Carner o Agustí Bartra, por citar dos de los autores más renombrados, optaron por romper esta barrera idiomática autotraduciéndose al español o, lo que es lo mismo, adaptando y reescribiendo sus obras.

La reedición de clásicos -aproximadamente una cuarta parte de los libros publicados, pero de mayor valor simbólico que los textos de los nuevos escritores gracias a su inclusión entre las colecciones más renombradas y publicitadas, y su valor fundacional de los topoi del exilio-, así como la realización de antologías y selecciones (nunca, por cierto bilingües, como si el público mexicano no contara), refuerzan el fundamental propósito de mantenimiento y resistencia cultural que guía a estos editores, poco novedoso en el plano ideológico-estético, como apuntaba antes, pero más renovadores en los aspectos textual y formal. En la mayoría de estas obras, el afán de popularizar la lectura obliga a incluir una introducción divulgativa, orientadora de las lecturas canónicas que se consensuaban en otros vehículos de expresión como revistas y periódicos; además, la adecuación de los textos clásicos a las normas fabrianas resultaba   —122→   fundamental para la reevaluación de la tradición y el favor del lector con que contaron colecciones como la de Clàssics Catalans.

En tanto dispositivo textual y formal, pues, el libro en catalán nos informa de un público al que no debe impresionarse con un aparato tipográfico muy vistoso, sino con una obra de calidad, aunque sencilla en apariencia, concretada en colecciones similares en su presentación a las de la Cataluña de preguerra: media carta para las obras de creación; otros formatos más pequeños para los folletos políticos o textos de conferencias, y un gran formato para textos de homenaje o libros de arte. Algunas de las innovaciones propuestas se refieren a la ortografía y la gramática, así como a la disposición textual: muchos textos clásicos y estudios de todo tipo se resumen, se simplifican, se redistribuyen sus párrafos; se renuevan, pues, mediante aclaraciones, notas, glosas, ilustraciones, índices, cuadros, etcétera. Los textos, en muchas ocasiones, aparecen precedidos por imágenes-símbolo con una orientación de lectura muy determinada, sobre todo cuando encabezan el libro. En cualquier caso, la habitual inclusión de grabados y dibujos inéditos o reproducciones de muy diversa factura contribuyó a otorgar un valor añadido al libro catalán, y contextualizarlo en una obra de cultura donde intervinieron, al lado de profesionales del libro, pintores, grabadores e ilustradores.

Conscientes de la dificultad de obtener un beneficio económico, en parte por esa lógica ausencia del libro profesional o de estudio imprescindible en los catálogos comerciales, los editores (no tanto las instituciones o las organizaciones, mucho más convencionales) se dieron a la tarea de realizar obras «bien hechas» -como quería Artís- cuidando la calidad del papel, las portadas (habitualmente a dos tintas), la inclusión de grabados u otras ilustraciones... De gran interés resulta la realización de varias ediciones de bibliófilo, de tiradas de unos pocos cientos de ejemplares numerados, que muestran el oficio de estos editores/impresores y recuperan el valor del libro como objeto, presente en muchas obras catalanas impresas antes de 1939. Las tiradas del libro más popular oscilaban alrededor de los 500 ejemplares como media; resultaban también relativamente cortas debido a la dificultad del almacenaje y a la imposibilidad de ocupar durante largos periodos de tiempo las imprentas, dedicadas habitualmente a los trabajos de encargo o a los libros en español del mismo editor.

Por último, un acercamiento al libro catalán a partir de las prácticas de lectura que se derivan de él, hace aparecer un público reducido, de recursos limitados   —123→   por lo general, ligado habitualmente a los centros culturales o las instituciones políticas. Este suele ser, en unos casos, un lector de hábito, esperanzado durante los primeros años del destierro por encontrar unos lineamientos éticos que le ayuden, y, en otros, un comprador que, por compromiso político fundamentalmente, se limita a adquirir el libro a causa del valor simbólico que le da a su posesión o por la aportación que realiza al mantenimiento de un proyecto cultural legitimador de la comunidad catalana fuera de Cataluña. Este público, por lo reducido de la difusión y accesibilidad del libro de exilio, no varía con los años; antes al contrario, la pérdida de fe en el proyecto nacional ligada al fracaso político de la emigración se advierte en la misma evolución del número de libros editados en México, que alcanza su auge hacia la mitad de los cuarenta y después, aunque descendiendo progresivamente, continúa con su carácter testimonial, de vehículo de comunicación entre las diversas comunidades intelectuales catalanas del exterior, así como de ataque a los fundamentos mismos del discurso imperialista oficial dominante en la Península Ibérica. El mantenimiento de la idea de comunidad y la formación de las nuevas generaciones que se había tratado de emprender con colecciones como Els Infants Catalans a Mèxic de Costa-Amic, prácticamente había desaparecido a mediados de los cincuenta. Para entonces, la edición catalana en México sólo podía aspirar a regresar a Cataluña, anticipando así la vuelta física de sus impulsores y la progresiva normalización cultural en la Península. Así pues, fiel reflejo de un exilio político que sólo podía tener como referente la tierra natal, el libro catalán en México perdió, a causa del mismo instinto de conservación que le dio origen, la oportunidad histórica de difundir por América a Verdaguer, a Maragall, a Ausiàs March...





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