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Las literaturas exiliadas en 1939

Edición de Manuel Aznar Soler



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ArribaAbajoIntroducción

Manuel Aznar Soler


Director del Gexel

Con motivo de la celebración del Primer Congreso Internacional sobre El exilio literario español de 1939, el Manuel Aznar Soler Grupo de Estudios del Exilio Literario (GEXEL) de la Universitat Autònoma de Barcelona había preparado un número monográfico y un Suplemento de la revista Anthropos, coordinados por Manuel Aznar Soler, sobre El exilio literario español de 1939. Además de los miembros del GEXEL (Just Arévalo, Manuel Aznar Soler, Juan Escalona, Luis Antonio Esteve, Eduard Fermín, Teresa Férriz, Rafael García Heredero, Luigi Giuliani, José Ramón López García, Lluis López Oliver, Gemma Mañá, Josep Mengual, Luis Monferrer, Francisca Montiel Rayo, Claudia Ortego, Pilar Pedraza Jiménez, Javier Quiñones, Juan Rodríguez, Ana Rodríguez Fischer, Neus Samblancat Miranda, Teresa Santa María y Francisco Tovar), ambas publicaciones se enriquecían con los trabajos de escritores e investigadores como Narciso Alba, Maryse Bertrand de Muñoz, Virgilio Botella Pastor, José Manuel Castañón, María Teresa González de Garay, Miguel Ángel González Sanchís, Teresa Gracia, Claude Le Bigot, Antonio Mancheño, Eduardo Mateo, José Ricardo Morales, José María Naharro Calderón, Francisco Javier Ortega Allué, Javier Pérez Bazo, Susana Rodríguez Moreno, Gabriel Rojo, Roberto Ruiz, James Valender y Emilia de Zuleta, a quienes quiero agradecer públicamente su generosa colaboración en un esfuerzo frustrado exclusivamente por razones internas de la editorial Anthropos.

En ese Suplemento iba a aparecer el primer borrador de un trabajo colectivo del GEXEL, que pretendía empezar a inventariar la Biblioteca del Exilio literario español de 1939 y que habíamos organizado por géneros. Este borrador constituye, claro está, la primera etapa de un largo proceso cuyo resultado final será la publicación por parte del GEXEL y sus colaboradores de un Diccionario bio-bibliográfico del exilio literario español de 1939, proyecto de investigación para el que contamos con la financiación de la Dirección General de Investigación Científica y Técnica (DGICYT) del Ministerio de Educación y Ciencia (PB93-0835).

Nada mejor, por tanto, que iniciar las publicaciones del GEXEL con la edición de ese primer borrador de la Biblioteca del Exilio. Por otra parte, la primera sección del número monográfico se titulaba «El estado de la cuestión de la literatura exiliada de 1939 »y recogía trabajos de encargo que pretendían ser a modo de breves informes de la literatura escrita en las cuatro lenguas de la República de las letras españolas. Nos ha parecido que la primera publicación del GEXEL debía consistir en la edición conjunta de ambos materiales, con la esperanza de que aporten información al lector interesado. Una vez más debo agradecer a Montse Almarcha y a Pep Garcia i Cors, de Cop d'Idees, su amistad y ayuda en la edición de estas cuatro primeras publicaciones del GEXEL.





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ArribaAbajoInforme sobre las literaturas exiliadas


ArribaAbajoLa literatura del exilio en la historiografía

Ignacio Soldevila Durante


Catedrático emérito. Université Laval


El régimen político impuesto tras una cruenta guerra había originado el exilio de una considerable parte de los supervivientes, entre ellos muchos profesores y escritores. El regreso de los mismos a España no fue posible sino para aquellos a quienes el sistema represivo y policial iba autorizando muy lentamente. Y quienes regresaron, cuando se les permitió, estuvieron sometidos, como todos los españoles, a un sistema de censura limitador de la libertad de expresión que sólo fue modificado en una ocasión, ya casi al final de la década del 60. Esta modificación no hizo más libre la expresión de ideologías de oposición. Bajo la apariencia liberalizadora, que consistía en no exigir ya la sumisión obligatoria a la censura, en realidad reforzaba su importancia al hacer responsables de las mismas tanto a los autores como a los editores que osaran publicar, sin someterse a la censura previa «no obligatoria», textos que, una vez publicados, y según el dictamen de los censores, incurrieran en opiniones consideradas delictivas. Sólo hubo, de hecho, una permisividad en materia moral, particularmente en lo tocante al erotismo, o en lo tocante a temas y problemas de vida o política extranjera, por lo que en España, desde 1969, se pudo tener la impresión de que algo fundamental había cambiado en orden a la expresión de las opiniones. Que las autoridades eclesiásticas manifestaran su desacuerdo con ese aspecto, cierto, de la liberalización, confirma uno de los aspectos más visibles de su alcance real.

En la época de la censura obligatoria, y en menor medida después, los investigadores y los historiadores de la literatura contemporánea estaban en situación precaria para publicar monografías sobre los escritores españoles exiliados, y la normativa era muy rigurosa a este respecto. En los manuales de historia de la literatura, cuando los propios autores no dejaban de lado la obra de los exiliados, se limitaban a poner de relieve la obra anterior al comienzo de la guerra civil, e ignoraban el resto. Véanse como ejemplos, los manuales de Ángel Valbuena Prat o de José María Castro Calvo, ambos catedráticos universitarios. En las ediciones que sus manuales conocieron durante el periodo, las referencias a los escritores del exilio hacen hincapié en la obra anterior a la guerra, o se refieren a la posterior a 1939 deteniéndose sólo en los aspectos que no tienen incidencias políticas. En otros casos, -el manual de Gonzalo Torrente Ballester, o el del propio Valbuena Prat- cuando aluden a esas obras de autores «comprometidos», lo hacen como si no las hubieran leído, precaución que, evidentemente, era necesaria, en la medida en que la simple posesión o la circulación de tales obras estaba prohibida1. Darlas por leídas era confesar un delito. Por consiguiente, y en sumisión a la dictadura censoria, una chapa de silencio, cómplice o resignada,   —12→   era la forma más segura y habitual de proceder al respecto. Sólo esporádicamente, y en publicaciones financiadas por organismos gubernamentales y dirigidas por personas adictas al régimen, se reconocía la existencia de una literatura del exilio, pero esta ruptura del silencio tomaba una forma agresiva de réplica contra determinados escritores cuyas voces llegaban hasta España -Salvador de Madariaga, por ejemplo, a través de las emisiones en español de la BBC- de manera demasiado ostentosa, aunque siempre, por supuesto, al margen de la ley.

Este último dato, y el incremento que este tipo de publicación conoció durante los diez o doce últimos años del régimen, es muy claro indicio de la penetración de la obra de los escritores exiliados, y del cada vez mayor número de ejemplares de sus obras que iban circulando por España. Esa circulación prohibida venía igualmente acrecentada con la de obras de escritores no exiliados a raíz de la guerra, especialmente de las más jóvenes generaciones, y que no sin riesgo, y con desiguales consecuencias, daban a imprimir fuera de España. Puedo personalmente testimoniar, como estudiante en Valencia y en Madrid, y como joven licenciado, que entre 1949 y 1956 -fecha de mi salida de España para profesar en una Universidad extranjera- reuní una pequeña biblioteca de libros de esa índole, que compraba de los libreros que se atrevían a almacenarlos, o durante mis breves viajes de estudios fuera de España, o simplemente, recibía por correo directamente desde otros países. De Max Aub, sobre quien hice mi tesis de licenciatura, y con quien me puso en contacto Ángel Lacalle, mi profesor de literatura durante el bachillerato, recibí cuatro grandes paquetes de libros en 1954, que fui a recoger a Correos y que me llevé al Colegio Mayor donde residía2. Puedo asegurar -y lo confirmarán mis compañeros de entonces- que esa biblioteca mía tuvo una gran «circulación». Como no era, por supuesto, la única, los intercambios entre estudiantes eran frecuentes y las consecuencias, perfectamente calculables hoy.

A partir del libro pionero de José Ramón Marra López sobre la narrativa del exilio, aparecido en 1962, se hizo más frecuente la publicación de trabajos en revistas sobre la literatura del exilio, aunque, evidentemente, la censura interviniese para que la información fuera «objetiva», en otras palabras, para que no manifestara el menor indicio de entusiasmo por las ideas de los exiliados, y moderase en lo posible una desmedida admiración por sus cualidades puramente literarias3. Consiguientemente, el interés por leerlos hizo aumentar aún más la circulación subterránea de esa literatura «subversiva». Cuando ya a partir del 69 se pueden editar obras de dichos autores en España, previa la sumisión «voluntaria» a la censura, la ola de interés se desencadenaría no sólo en beneficio de los editores y libreros, sino de los propios escritores y de sus obras, a los que se les acordaba de antemano un interés que la publicidad comercial no hubiera conseguido sino con fuertes gastos.

Las nuevas ediciones de los manuales ya reflejan este cambio de situación, y aparecen en España monografías sobre los escritores del exilio que contribuyen a dar a conocer incluso las obras cuya circulación seguía oficialmente prohibida. Citaré otra vez lo que mejor conozco: mi estudio La obra narrativa de Max Aub, terminado en 1970, aparecería en 1972, demasiado tarde para que lo viera Aub. La censura había rechazado en primera instancia su publicación, y hubo que hacer retoques y recurrir la «sentencia» antes de lograr su publicación4.

Parecería evidente, y en general es así, que cuantos manuales y estudios de conjunto se han escrito sobre literatura española en general en los años últimos de la segunda dictadura, y, sobre todo, después del inicio del régimen democrático y la supresión de la censura, hayan tenido buena cuenta de la obra de los escritores que sufrieron de ese exilio, y sería tarea innecesaria hacer aquí su recapitulación. Dichos escritores, cuyo regreso a España se había incrementado en los últimos años del franquismo, aunque no todos, ni mucho menos, sobrevivieran a la desaparición de las últimas trabas, no sólo tienen que integrarse en todo estudio que aspire a ser abarcador de la totalidad del nomenclator literario español, sino que ni siquiera pueden hoy seguir siendo denominados con ese epíteto. Ni su obra, en su mayor parte reeditada en España y en su totalidad disponible en las bibliotecas en estos últimos quince años, puede hoy ser ignorada o rechazada por no formar parte del corpus de la literatura española. Y sin embargo todavía existen manuales en circulación, o se editan últimamente, en los que sus autores, por razones que vamos a examinar, han decidido no integrar ese corpus literario en sus historias -historias que, por otro lado, no se ofrecen al lector con títulos en los que se anuncie tal restricción5. Me refiero, concretamente, a las sucesivas ediciones de la Historia de la novela española   —13→   contemporánea que desde 1973 ha publicado José María Martínez Cachero, y a la más reciente Historia de la literatura contemporánea (1939-1990) de Óscar Barrero Pérez. Uno y otro, fundamentalmente, rehuyen el estudio de la obra de los «exiliados». Martínez Cachero explica que, por ser su libro «histórico, más que crítico, atiende a documentar, lo más veraz y completamente que me fue posible, la marcha del género entre nosotros, en España» y especifica inmediatamente: «la novelística del exilio no es objeto de estudio en este libro, y quiero advertir que no por ignorancia ni por desprecio» (1979:7). La transcripción de esta frase, procedente de la edición anterior, ha creado en el lector una confusión lamentable. Precisamente la edición de 1979 integra un nuevo capítulo sobre la novela entre los años 35 y 39, por lo que acto seguido, contradictoriamente, anuncia que en él «comparecen ambas zonas beligerantes». Toda la obra de los escritores en el exilio queda resumida en dos páginas. Pero puesto que durante los años del franquismo van regresando del exilio varios novelistas, que empiezan a publicar sus novelas en España (Francisco Ayala, Manuel Andújar, Rosa Chacel), y muchos otros se ven publicados sin regresar (Sender, Aub, Serrano Poncela, Corpus Barga) en todo o en parte el estudioso los considera como co-protagonistas en «la marcha del género, entre nosotros». Me parece más clara, y mucho más declarada, aunque, por supuesto, más fácil de poner en solfa, la argumentación de Barrero Pérez para mantener en su libro el tajo abierto por la guerra, un libro cuyo título no anuncia tal discriminación. Aplicando con todo rigor su lógica exclusiva, prescinde de tantos y tan notables autores y obras, que van de Gómez de la Serna y Juan Ramón Jiménez a Pedro Salinas, Jorge Guillén o Rafael Alberti, por no mencionar sino a los más ilustres e indudablemente publicados o distribuidos libremente en España, leídos e influyentes en la evolución de nuestra literatura después de la guerra, por la simple razón de que no residían en España. Si la redacción y publicación de obras como las de José Carlos Mainer (Falange y Literatura) o de Julio Rodríguez Puértolas (Literatura fascista española), puede ser discutible para aquellos que adoptan exclusivamente una visión de la literatura como «arte bella», nadie les puede negar la virtud de poner las cosas claras desde su título, y mantener en ellas una coherencia nunca desmentida. Porque, a contrario, suponer que novelas publicadas fuera de España, durante el franquismo, de autores como Juan Goytisolo han tenido más que ver con la novela española que las novelas y relatos de Francisco Ayala publicados en España es hacer flaco servicio a la propia argumentación. Que el exilio de Goytisolo fuera posterior a la guerra no da mayor carta de publicación o distribución en España a sus novelas, desde Fiestas o La Chanca hasta Señas de identidad, Juan sin Tierra o Reivindicación del Conde Don Julián, que a las de Ayala, Andújar, Sender o Aub. Pero ni Martínez Cachero ni Barrero Pérez se privan de estudiarlas en sus manuales, mientras que excluyen de él los libros de los vencidos en la guerra y subsiguientemente exiliados, hayan o no sido publicados en España.

En algunas monografías sobre el teatro contemporáneo que sólo han tenido en consideración el teatro representado dentro de España, ocurre algo parecido. Me refiero a las monografías de Luis Molero Manglano y Marion F. Holt6. El primero ni menciona a Aub, la segunda sólo lo hace para decir que se exilió a México. (Menos suerte tiene Alberti, que ni es mencionado). Curiosa resulta, por otra parte, la actitud de Gwynne Edwards, que alude a Aub sólo para afirmar que éste, como otros, merece más atención de la que se le ha acordado...7

Si se examina esa discriminación de autores y de obras en estudios y manuales que aspiran, por su título, a ser considerados como panorámicos, se observa que tal discriminación es incoherente también con lo que se viene haciendo cuando se examina la literatura española de los siglos anteriores. No se excluye de ella a perpetuos exiliados como Juan Luis Vives, ni a las obras de los erasmistas, ni a libros tan execrados como La Lozana andaluza o las continuaciones de La Celestina o la segunda parte del Lazarillo8. Todas obras publicadas fuera de España, y que sólo hasta dos o tres siglos después fueron dadas a la imprenta y circularon sin restricciones en nuestro país. La circulación clandestina de aquellos libros, y, consiguientemente, su integración en el tejido intertextual de nuestra literatura, en épocas en las que la Inquisición y el «brazo secular» consideraban las opiniones heterodoxas lo suficientemente graves como para castigar a sus autores con la máxima pena, no me parece más fácil ni probable que la circulación de la literatura del exilio en los años de la posguerra, cuando la oleada de locura colectiva cesó, y con ella la nuevamente arraigada exigencia de tener que responder con la vida de la opinión. Y sin embargo, es escasamente probable que entre la población letrada de aquellos siglos el número de los disidentes «in pectore» o de los que se consideraban con la suficiente fuerza ortodoxa para enfrentarse a la lectura de los libros prohibidos fuera comparable en número a la de los que en la España franquista nos sentíamos perfectamente alérgicos a la ortodoxia reinante en cualquiera de sus facetas,   —14→   fuéramos de las generaciones ya maduras cuando se cerró España en su «eternidad», o de los que hubimos de recibir en las aulas, las iglesias y los medios de comunicación el adoctrinamiento de la restaurada ortodoxia. En otros términos -los que se solían emplear para calificar los procedimientos totalitarios cuando se veían en el ojo ajeno de las dictaduras comunistas-, fuimos probablemente muchos más los que nos recuperamos del lavado de cerebros en la época franquista que los que mantuvieron actitudes heterodoxas y minoritarias en los siglos anteriores, desde el Renacimiento y la Contrarreforma a esta parte. La lista de obras y autores víctimas de exilio, prohibición y expurgo se extiende a lo largo de esos tiempos. No sé si es necesario recordar la literatura de los jesuitas exiliados por la Ilustración, y a los ilustrados y afrancesados cuya vida y obra hubo de desarrollarse en el exilio durante un lapso considerable de tiempo, y sin los cuales ni el siglo de las luces en España ni las características de su peculiar romanticismo se entenderían correctamente. Observo, por ejemplo, que al examinar la evolución de la novela histórica española, se integran en los más recientes estudios monográficos y en los manuales más respetados autores como Telesforo de Trueba y Cossío, cuya obra, como la de Blanco White, está escrita en lengua inglesa y publicada fuera de nuestras fronteras. Evidentemente, los románticos, como todos los que han vivido parte de su vida fuera de su país, hubieron de entrar en contacto directo con otras culturas y otras lenguas, de cuyo trato les vino una serie de rasgos peculiares que los distinguen de quienes no tuvieron que exiliarse, por ser adictos a la situación reinante o por haberse camuflado con la suficiente habilidad o los necesarios apoyos de clan o de familia. Pero esos caracteres serían los que contribuirían a impulsar las modificaciones en la evolución de nuestra cultura que, a la larga, han acabado por verse como legítimas y por aplaudirse con satisfacción y orgullo patrio. No vemos razón, salvo la mayor inmediatez con que se contemplan autores y obras del por ahora último fenómeno de diáspora nacional, para que con ellos la historiografía de nuestra literatura no acabe por darles el mismo trato9.

Surge, además, a propósito de lo dicho en el párrafo anterior, la importancia que ha tenido desde siempre en nuestra cultura el fenómeno que Paul Ilie ha llamado felizmente exilio interior, y que afecta desde los erasmistas y los criptojudaizantes hasta nuestros «emboscados» y «quintacolumnistas» de la guerra, o los «topos», los «depurados» y los cripto-rojos de la posguerra. En un manual de orientación universitaria publicado bajo la dirección de Manuel Alvar, en el volumen dedicado a nuestro siglo, Vicente Granados exponía en su capítulo decimosegundo su opinión de que «la división tajante entre poesía de posguerra española en el exterior y en el interior» no le parecía válida al tener que considerar ese hecho de que «otros no quisieron o no pudieron salir de España, aunque sus ideas nada tuvieran que ver con el régimen de Franco». Y se preguntaba cómo homologar a León Felipe con Juan Ramón Jiménez, o cómo considerar más «exiliado» a Pedro Salinas que a Dámaso Alonso, nombres a los que podríamos añadir otros igualmente notables y difícilmente comparables, como Ramón Gómez de la Serna o Rosa Chacel, exiliados, y Antonio Espina, soterrado en vida10. Resulta clarísimo que las particularidades del exilio interior y las del exilio strictu censo no son las mismas, en la medida en que el contacto y la relación intertextual con las sociedades y culturas ajenas es mucho más intenso en los últimos, por un lado, y por otro, en que la vida y la obra de los exiliados internos está sometida a angosturas, privaciones y opresiones que son de otro orden y especie de las que podrían afectar a los exiliados, que, por su parte, tampoco son uniformes, dependiendo de los países, las épocas y las circunstancias sociopolíticas y económicas de cada país de acogida. ¿Qué de común tienen las circunstancias del exilio de un Eduardo Blanco Amor en los países del cono sur, o de Serrano Poncela en la zona del Caribe, con las de Sender, Guillén o Salinas en Estados Unidos, o las de Aub y Andújar en México, las de Corrales Egea o Xavier Domingo en Francia, las de Herrera Petere en Suiza, o las de Salazar Chapela en Londres, y todas ellas con las de Arconada en Moscú? Y, por otra parte, ¿cómo poner en situación comparable a autores como Pérez de Ayala, Jarnés y Gil-Albert -que regresaron a España ya en la primera década del franquismo- con otros como Francisco Ayala, Manuel Andújar o Rosa Chacel, que regresan en los sesenta, con autores que murieron en el exilio sin volver a poner los pies en España (Arconada, Serrano Poncela, León Felipe y un largo etcétera) o que sólo pudieron o quisieron hacer breves apariciones en el país, como Aub o Sender? Otro tanto podría hacerse, en punto a distingos, entre las diferentes obras de estos y otros autores. Bastará comparar la obra literaria del exiliado Eduardo Blanco Amor, toda ella publicada en España durante el franquismo, con la de los no exiliados novelistas, autores de las llamadas «novelas sociales», expresión del más profundo disenso con la ideología y las realidades sociales y políticas del franquismo, para poner en entredicho para siempre, otra vez, la «tajante división».

Aun aquilatando las diferencias y excluyendo todos los factores de heterogeneidad para ir extrayendo unas hipotéticas «esencias» que nos permitieran tal vez abarcar a todos los exiliados sin excepción, y oponerlos a los escritores y las obras del interior, dichas supuestas peculiaridades no justificarían más su exclusión de los manuales de Historia de la Literatura española que la de otros colectivos poseedores de ciertas peculiaridades no menos evidentes, si hemos de creer   —15→   a quienes las estudian especialmente. Nos estamos refiriendo, evidentemente, a la literatura escrita por mujeres. En efecto, y a pesar de las numerosas monografías y revistas especializadas que se vienen produciendo en los últimos quince años a propósito de dichas peculiaridades, no conozco a ningún historiador de nuestra literatura que haya tenido la peregrina idea de excluirlas de su propia versión de la misma so pretexto de que diferían esencialmente y en determinados aspectos del resto del corpus y del nomenclator. No es difícil imaginar la reacción, no sólo de autoras y de estudiosos de la literatura femenina, sino de la mayoría del público letrado ante semejante arbitrariedad. Ni creo apenas necesario sugerir por qué aquella otra arbitrariedad puede ocurrir sin suscitar gran revuelo, y ésta aquí imaginada ad usum no corre el menor riesgo de ocurrir nunca. Por si acaso, sugiero un motivo: que el colectivo femenino y el corolario de sus estudiosos no sólo es numeroso, fuerte y llamado a ocupar un espacio cada vez mayor en el campo de la literatura, sino que la discriminación del mismo, bajo cualquier pretexto, no es hoy socialmente de recibo en las culturas occidentales, de tal modo que el cripto-antifeminismo y la cripto-misoginia indudablemente existentes y lamentablemente coleantes, no se comportan entre nosotros con menos prudencia que Fernando de Rojas entre sus amigos cristianos viejos. Por contraste, el colectivo de los exiliados de la guerra civil es, como se dice en el socorrido lenguaje de la administración pública, un escalafón no sólo a extinguir, sino, lamentable e inexorablemente, casi extinto. Las lanzadas a moro muerto no son cosa exclusiva del romance fronterizo, pero en espera -ojalá vana- de una nueva ola de exiliados que, por quién sabe qué motivos de renovada intolerancia, venga a desgarrar de nuevo el tejido social de nuestra península, no es arriesgado suponer que en el futuro siglo se contemplarán esas aún hoy vigentes exclusiones como curiosidades peregrinas y muy de su tiempo.

Como quedarán también superadas -es posible, aunque no probable- las otras cuestiones que aún quedan pendientes en nuestras actuales versiones de la historia de la literatura contemporánea. De las que la más evidente, tras la anterior, concierne también al mismo tema. En efecto, una vez que se toma la decisión de integrar en las historias y estudios de conjunto la literatura producida o publicada fuera de España, se plantea, como en el caso de la literatura producida por mujeres, la disyuntiva de integrarlas con el resto o de aparcarlas en recintos exclusivos. Notemos, de paso, que cuando el exiliado es además mujer, se replantea de nuevo la cuestión por partida doble. Poner en capítulos o secciones distintas la narrativa producida por mujeres, o la de los exiliados, cuando dicha decisión no tiene la esperable contrapartida y contraste comparativo, resulta, a primera vista, más una discriminación negativa que una positiva puesta en relieve. Sólo si se delimitan y describen igualmente las características exclusivas y diferenciadoras de todos los grupos puestos así en oposición resulta funcional y, en términos éticos, aceptable esta actitud, como se viene sabiendo desde que el estructuralismo ha puesto de relieve en la epistemología de las ciencias humanas el funcionamiento por oposición y complementariedad de todas las estructuras culturales, estén o no transcritas por medio del lenguaje verbal. Entre tanto, resulta necesario que se creen grupos de investigación dedicados a la recogida y estudio de la producción literaria del exilio, cuyo carácter es más bien recuperador y urgentemente salvador y no pretende mantener en zonas alambradas y concentracionarias un aspecto muy descuidado de nuestra historia literaria.

Québec-Alicante, junio-septiembre de 1994.



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ArribaAbajoEl ensayo durante el exilio

Francisco Caudet


Universidad Autónoma de Madrid


En todo exilio el fiel de la balanza, por paradójico que pueda parecer, presenta un equilibrio entre las pérdidas y las ganancias. Y en no pocos casos -lo que aún parecerá más chocante-, el fiel se inclina del lado último. Porque la dolorosa experiencia de ser echado de la tierra propia -ya desde la antigüedad el destierro era la forma más cruel y temida de castigo- suele convertirse en una atalaya privilegiada desde donde meditar, cuestionar, relativizar, dialogizar lo que previamente se había tomado como algo natural y que de tanto tenerlo al alcance -la cercanía a veces ciega- no se podía o solía valorar ni entender de manera intensa, profunda, con toda su complejidad.

El exilio se convierte incluso en una metáfora de la existencia humana. Porque ya en la cuna -el barroco explotó este tema hasta la saciedad- empezamos un camino que inexorablemente nos va desterrando del mundo, llevando a la sepultura. El espacio familiar, aposentados en ese refugio, en esa aparente seguridad, amortigua a menudo la noción de tiempo y la vida se escapa, se diluye, se esfuma; pero no se siente el proceso exutorio, al que está abocado todo ser humano, con la intensidad, con la angustia, con la dramaticidad de quien ha sido estigmatizado, desterrado. Luis Rius, el malogrado poeta exiliado de la joven generación, concluía en su libro sobre León Felipe:

¿Destierro de dónde? Del ser, del tiempo, de los otros nombres, de sí mismo incluso. Y a quienes, como es natural, más claramente se les ha revelado esa peculiaridad amarga y redentora a un tiempo ha sido a los que han padecido y padecen destierro físico de su patria...11



Harry Levin, en Literature and Exile, coincidía con Luis Rius: «Writers in exile have been among the most impressive witnesses to human experience.»12

El ensayo iba a ser, así las cosas, uno de los vehículos verbalizadores -huiré aquí de la distinción entre géneros literarios- más idóneos y privilegiados para debatir una situación antropo-histórica que, tras la derrota de 1939, era sentida en carne propia con el dolor y la intensidad -y el desconcierto, también la desesperación- que produce la inesperada pero certera puñalada trapera. Ya no se trataba de hablar de temas abstractos o teóricos o imaginados... No. Era un discurso sobre la experiencia personal, sobre uno mismo -siendo uno, claro está, metonimia, parte de una totalidad-. Séneca, sus máximas sobre el exilio, ¿podrían haber sido escritas sin haber él mismo sufrido el destierro? Evidentemente, no. Tal es el caso de todos los escritores que han sufrido y escrito -de manera directa u oblicua- sobre esa condena. Condena que, a menudo se tiende a olvidar, era considerada por el franquismo como un paliativo. Recuerdo con verdadera consternación que hace unos meses descubrí   —18→   entre los papeles de Joaquín Maurín la certificación de liberación condicional, fechada el 1 de octubre de 1946 -estuvo en la cárcel desde 1936-, en la que se añadía, el formulario estaba impreso, la siguiente apostilla escrita a máquina: «Esta libertad es sin destierro.»13 Sin destierro y sin libertad real, es decir, sin poder hablar, ni opinar, ni escribir. Una vida sin vida. En el interior, por tanto, había otra suerte de exilio, tal vez más insufrible, un castigo, en suma, acaso todavía mayor. A ese otro exilio, al de dentro, habría que prestar, urgentemente, más atención y estudio. Los dos exilios, el exterior y el interior, son, a fin de cuentas, las dos caras de una misma moneda, dos expresiones de una misma realidad.

Cualesquiera que sea el género literario, con independencia de la forma de expresión, el exiliado impregna cuanto escribe de un supradiscurso envolvente, centrado en un pivote o temática obsesiva, globalizadora: el desarraigo, el anhelo de encontrar explicaciones, la querencia por el regreso, la fijación en lo que se ha llamado «la otra orilla». O sea, poesía, novela, teatro -incluso los estudios históricos o la crítica musical y artística- comparten la voluntad de meditar, de reflexionar sobre ese estado, sobre esa condena. Son, al cabo, manifestaciones distintas de una misma absorbente preocupación.

La palabra, expresarse por escrito, dar testimonio, es, para quienes han perdido el suelo patrio, una necesidad y al mismo tiempo una manera de conferir a las vivencias trascendencia. El exiliado suele pensar que solamente le queda la función de recoger y transmitir los recuerdos. Sabedor de que el exilio es una cortina corrida sobre la memoria, quiere ser recuerdo, presencia, testimonio que un día habrá de ser recogido. Sender escribió este epígrafe en Crónica del alba: «A los nómadas... les gusta recoger sus recuerdos para ponerlos a salvo de las represalias.»

Esta preocupación, con ribetes obsesivos, estuvo presente en el conjunto de la producción cultural de los exiliados. Bastaría recordar -pondré solamente unos pocos ejemplos, pues la nómina de los autores exiliados es extensísima-, muchos poemas de Rafael Alberti, de Emilio Prados, de León Felipe; las novelas de Max Aub, de Francisco Ayala, de Ramón J. Sender; las obras de teatro de José Ricardo Morales o de Max Aub. Las heridas imposibles de cicatrizar del exilio, pero también cuanto enseña ese dolor, permearon las expresiones artísticas, con independencia -insisto- del género, de esos y tantos otros autores. Y lo hicieron dando a la escritura una dimensión memoriosa y reflexiva, que giraba continua, persistentemente en torno a una experiencia cuya razón y sinrazón había que desentrañar. Porque en esa función radicaba, en buena medida, la presencia y la continuidad, la justificación última individual y colectiva de aquellos agraviados. La consigna asumida por la inmensa mayoría era resistir, seguir activos, mantener vigorosa la labor iniciada en España. Había que estar preparados para cuando llegara el momento del regreso. Contra todos los pronósticos, cada vez más difíciles de soslayar, no se renunciaba a que ese día habría de llegar. Esa esperanza era el clavo ardiendo al que se agarraban para evitar la muerte civil o -hubo más de un caso- el suicidio.

Estas breves consideraciones pretenden poner de relieve que de todos los géneros literarios, el ensayo, una composición literaria no demasiado larga en la que se tratan temas desde una perspectiva personal y sin una sistematización científica, ha sido la forma más adecuada para dar rienda suelta a las opiniones, a los puntos de vista, a la discusión, al debate, a la perentoria urgencia de decir, de dejar constancia. Porque apremiaba entablar un debate plural, abierto a todos. El trauma de la guerra y del posterior exilio requería el bálsamo de la palabra.

En Relato de un náufrago, cuando el protagonista de esa odisea -magistralmente narrada por Gabriel García Márquez-, oyó en la playa, salvado del hundimiento, la voz del primer ser humano que salió a su paso, se dio cuenta -algo perfectamente aplicable a los exiliados- de que más que la sed, el hambre y la desesperación, le atormentaba el deseo de contar lo que le había pasado.

Tal necesidad explica que ya en los diarios de a bordo de las tres primeras grandes expediciones de refugiados, las del Sinaia, Ipanema y Méxique, abundaran colaboraciones, que bien pueden considerarse pequeños o embrionarios ensayos, en donde se trataban temas de política, de arte, de literatura y de lo que iba a suponer -estaban viviendo el alejamiento de la otra orilla- el exilio.

Los republicanos, no importa el país en donde se establecieron -Francia, México, Argentina, Cuba, Uruguay, Estados Unidos...-, fundaron numerosísimas revistas y periódicos, en donde, incansable, a veces farragosamente, opinaban, discutían, replicaban, contrarreplicaban, como si se lanzaran unos contra otros fuegos cruzados. Esta hiperactividad ponía de manifiesto, entre otras cosas, tanto el grado de autoconciencia y de autoafirmación en sus creencias como que la lucha ideológica se mantenía incólume a pesar de los tres años de guerra y del fiasco final. Pero no dejaba asimismo de percibirse una perniciosa proclividad al personalismo y, en definitiva, a las banderías y a la desunión. Era el prurito de poner sobre el tablero -algo que el ensayo favorecía- más pasión que ciencia. El tiempo se encargó de mostrar la obsolescencia de esas actitudes. Hacia mediados de la década de 1950, ya aceptado -a pesar de ciertas resistencias y limitaciones- el régimen de Franco en la comunidad internacional, la opción republicana estaba prácticamente descartada. Las publicaciones republicanas menguaron, a partir de esos años, de manera sensible.

Atrás quedaron, desde entonces, revistas publicadas en Francia, Boletín de la Unión de Intelectuales Españoles, Iberia, Independencia, Don Quijote, La Novela Española...; en México, España Peregrina (que víctima de sus propias quimeras y de la división de Negrín y Prieto se quedó al   —19→   poco más de un año de su aparición sin fondos), Romance, UltraMar, Las Españas, Nuestra Música, Presencia, Clavileño, Segrel, Ideas de México, Nuestro Tiempo...;en Argentina, Pensamiento Español, De mar a mar, Cabalgata, Realidad...; en Chile, España Libre...; en Cuba, Nuestra España...; en Uruguay, Temas...; en Estados Unidos, España Libre, Ibérica... Ese importantísimo legado cultural -aquí muy someramente reseñado, pues en algunos países, en particular Francia y México, se llegaron a publicar varios centenares de revistas y periódicos- contiene un cúmulo de artículos y, lo que a nosotros nos interesa ahora, de ensayos, que habría que catalogar y analizar detenidamente.

En muchas ocasiones, los ensayos sirvieron de punto de partida a libros en los que los autores desarrollaron temáticas antes solamente esbozadas o apuntadas, como en estado embrionario. Así, en España Peregrina y en Cuadernos Americanos publicó Juan Larrea las primeras versiones de varios capítulos de Rendición del espíritu; Antonio Sánchez Barbudo, por poner otro ejemplo, sacó la primera entrega de su futuro libro Una pregunta sobre España en Nuestra España de Cuba.

Estos dos libros, extensas disquisiciones muy personales, son sobre todo ensayos. Pareja factura tienen otros libros, de temática e intención parecida, como Pensamiento y poesía en la vida española, de María Zambrano; Sentido y significación de España, de Fernando de los Ríos; Cuestiones españolas, de José Ferrater Mora; Topía y utopía, de Eugenio Imaz; Razón del mundo: la preocupación de España, de Francisco Ayala; De la España que aún no conocía, de Américo Castro. Y también -aunque se me podrá discutir esta afirmación-, el conjunto de la obra histórica, me refiero a la escrita en exilio, de Américo Castro y de Claudio Sánchez Albornoz.

Porque ambos historiadores hicieron de su obra una cuestión personal, enfrentándose uno al otro como dos gallos de pelea, olvidando que los caminos de la ciencia no deben ir por esos derroteros. Jaime Vicens Vives denunció las falacias interpretativas de Castro y Sánchez Albornoz, y lo hizo desde la perspectiva no de ensayista, es decir de alguien que apoya sus ideas en datos filtrados por el siempre poco fiable tamiz del individuo mesiánico, sino del hombre de ciencia. El exilio interior, ahora representado por Vicens Vives, ponía en evidencia la perentoriedad de acabar con todo discurso apartado del rigor, de la ciencia. Para Vicens Vives España no era -tomo la cita de su Aproximación a la historia de España, «un enigma histórico, como opina Sánchez Albornoz, o un vivir desviviéndose, como afirma su antagonista [Castro]. Demasiada angustia unamuniana para una comunidad mediterránea, con problemas muy concretos, reducidos y «epocales»: los de procurar un modesto pero digno pasar a sus treinta millones de habitantes.»

El ensayo, muy arraigado en la cultura española desde el siglo XIX -y de manera muy particular, desde la generación del 98-, permitió, en suma, insuflar en muchos casos -no siempre, pero hubo, desde luego, muy notables excepciones- más personalismo que ciencia. La obra de los exiliados, sobre todo cuando la investigación y la ciencia debía primar sobre cualesquiera otras consideraciones, se resintió. Pero, por otra parte, no es menos cierto que en su conjunto se revitalizó la producción cultural de los exiliados, precisamente -no es otra paradoja- por ese sentimiento angustiado y desesperado, con ribetes trágicos, comprensible dada la situación a la que la historia fue abocando a un colectivo de españoles que había luchado en España por unos ideales que, derrotados en su país, veían peligrar en un mundo -España fue la primera advertencia- que el nazi-fascismo estaba prendiendo en llamas. Los republicanos sacaron, con todo, fuerzas de sus creencias, de una suerte de superioridad moral. Y estaban dispuestos -así lo hicieron- a seguir resistiendo, pensando, escribiendo... Sólo necesitaban medios de comunicación a su alcance. Y éstos los encontraron, invitados a escribir en periódicos y revistas -también tuvieron acceso a las más prestigiosas casas editoriales- de los países que les dieron albergue o también sufragaron esos medios con su pecunia.

La aportación cultural de la intelectualidad española a esos países fue enorme. Pero no es menos cierto, a veces se tiende a olvidar o a dejar de lado, que el mero hecho de haber salido de España y haber entrado en contacto con otras realidades enriqueció a los exiliados. La obra histórica de Américo Castro, la novelística de Sender, la poesía de Juan Ramón Jiménez, la pintura de Climent, la música de Falla.... ¿se explican prescindiendo del encuentro con el Nuevo Mundo? Y lo que es más, ¿acaso toda esa producción artístico-cultural no está acompañada de un metadiscurso, aun cuando todo ello no aflorara necesariamente con todas sus implicaciones al nivel de la conciencia, sobre el exilio y sobre lo que supuso ese encuentro?

Los exilios -como en general todas las emigraciones que constituyen una colectividad con identidad nacional- crean, así lo ha señalado Michael Kenny, subculturas14. La integración no es nunca plena, total. Los españoles republicanos que abandonaron España en 1939 no fueron una excepción. De ahí que el término «transterrado», propuesto por José Gaos, es muy engañoso. Si nos fijamos en la vida cotidiana de los exiliados, agrupados en torno a organizaciones políticas y / o culturales, o simplemente reuniéndose en organizaciones regionales o cafés -en esta clave hay que leer Cartas a un español emigrado de Paulino Masip; La verdadera muerte del general Franco de Max Aub; algunos cuentos de Francisco Ayala; las revistas El Pasajero y Sala de Espera, escritas en su totalidad por José Bergamín, la primera, y por Max Aub, la segunda, descubrimos esa falta de integración, esa voluntaria -inevitable- automarginación de los exiliados.

Cultural y económicamente la necesidad de convivir y mezclarse en los países de acogida resultaba equívoca. Porque había en ambos casos una duplicidad o doble funcionamiento.

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Por un lado, se formaba parte de la nueva sociedad de residencia, pero, por otro, en la vida privada los contactos y las relaciones solían girar, fundamentalmente, en torno a españoles y lo español. (De ello dieron cumplida cuenta Carlos Martínez, en Crónica de una emigración, y Simón Otaola, en La librería de Arana y en su novela El cortejo.) La inmensa mayoría de publicaciones republicanas del exilio estaban centradas en temas relacionados con la problemática del exilio y de la conspiración antifranquista. A menudo colaboraban autores no españoles, pero era porque necesitaban complicidades o simplemente para dar la impresión de que existía una plena convivencia, una total integración. Además de ello era una manera de corresponder y mostrarles su agradecimiento ya que los españoles solían contribuir en las publicaciones y en las empresas editoriales de los países -especialmente en Latinoamérica- que les habían acogido.

Con todo, incluso cuando por ambas partes se hacía un gran esfuerzo por la integración y la convivencia, era ello compatible con un significativo componente de pragmatismo. Porque los países latinoamericanos, como era el caso de México en vías de crecimiento económico y demográfico, estaban necesitados de gente preparada. La sangría que supuso para España perder tantos miles de ciudadanos con una preparación alta y media fue una ganancia -así lo entendió desde un principio el general Cárdenas- para los países que les dieron albergue y, tal es el caso de México, una nueva nacionalidad.

En definitiva, el rasgo humanitario, altamente loable que tuvieron México en primer lugar y a bastante distancia Argentina, Uruguay y Chile, fue perfectamente compatible con la defensa de los intereses nacionales. Y los españoles actuaron, por unos móviles igualmente dobles -pero jamás con doblez-; es decir, actuando dentro y fuera de las sociedades donde vivían.

La mente y el corazón estaba en un proyecto español, de reintegración a corto o medio plazo, al que no habían, nunca lo hicieron, abdicado. La obra cultural de los exiliados se movió siempre en esa ambivalente y ambigua doble hilatura, buscando una trabazón o equilibrio difícil pero fascinante. Esa densa y compleja urdimbre informa el pensamiento, la obra de creación y, de un modo muy especial, el ensayismo de los exiliados españoles de 1939.

La presencia de una España vejada, repentina, inesperadamente incrustada en América: eso ya fue un ensayo, no siempre, por cierto, escrito con los trazos tan rectos, transparentes y límpidos como cuenta la leyenda. Pero tampoco se trata de cargar las tintas sobre los lados oscuros o menos traslúcidos de esa presencia. Sólo queremos, eso sí, prevenir contra la retórica y la autocomplacencia.

A menudo nos olvidamos de que ya desde un principio se plantearon, con meridiana claridad, algunas de estas cuestiones (que por cierto desarrollo en mi libro Hipótesis sobre el exilio, de próxima aparición en Ediciones de la Torre). Véanse, por ejemplo, los diversos capítulos de Cartas a un español emigrado (1939), de Paulino Masip -libro de ensayos arriba mencionado- o los editoriales y artículos del Boletín al Servicio de la Emigración Española (1939-1940), una joya bibliográfica. Francisco Ayala, llamando a las cosas por su nombre -con lo que suscitó una polémica que pronto quedó convenientemente orillada-, publicó en 1949, en Cuadernos Americanos, el artículo «Para quién escribimos nosotros», en donde argumentaba: «Menester ha sido que se pudran aun las más obstinadas esperanzas para que, desprendidos del punto de nuestra fijación al pasado (pasado era, irremisiblemente, con restitución o sin ella, la España por la que se suspiraba, aun cuando el anhelo la transfiriese hacia el futuro; pasado sus motivos, sus temas, su tono, su tiempo), para que desprendidos de ese pasado, digo, se nos haga presente ahora la urgencia de que nos recobremos, vuelva cada cual en sí y sean dilucidadas con entera claridad, a partir de la verdadera situación, las perspectivas de cumplimiento que restan a nuestra vida de escritores...» El discurso del exilio se estaba, por consiguiente -tal era el vaticinio de Francisco Ayala en 1949-, agotando. Se adelantaba así, a los diez años de haber terminado la guerra, su precario destino. A la palabra, desgastada la música épica, le había alcanzado también la tragedia.

El mito, por otra parte, es siempre una salida fácil, tergiversadora. Y detrás del mito hay -suele haber- una intrincada maraña de motivaciones.

Convendría, así pues, dejar de lado las afirmaciones, que tienden a cristalizar y solidificar esa y tantas otras parcelas del pasado y, en su lugar, lanzar toda una serie de interrogantes, que sobre todo deberían interpretarse como hipótesis de trabajo. La lista sería muy extensa. Propondré algunas cuestiones. Por ejemplo: ¿Cómo pudieron tener lugar los desencuentros entre lo que dijeron y dejaron de decir los redactores de Romance, revista que alardeaba de una intensa carga idealista y al mismo tiempo albergaba una menos evidente -pero no por ello menos real- autosuficiencia nacionalista-, y los intereses de los editores que sinuosamente apostaban por pingües -craso error pues fracasaron en esas metas- beneficios? ¿A qué se debió y cómo acabó la colaboración de muchos de los redactores de Romance, que antes habían hecho en tiempos de la guerra civil Hora de España, su colaboración en Taller, en Letras de México, en El Hijo Pródigo? ¿Había alguna incompatibilidad entre los objetivos de UltraMar y de Revista Mexicana de Cultura, suplemento literario de El Nacional, ambas publicaciones dirigidas por Juan Rejano? ¿Qué motivaciones subyacen en la más que cuestionable ocurrencia -a la que ya me he referido más arriba- de José Gaos de llamar «transterrados» a los exiliados republicanos y qué ha llevado a su generalizada aceptación? ¿Cómo explicar las diferencias que existen entre Ocnos y Variaciones sobre tema mexicano de Luis Cernuda y La esfinge mestiza de Juan Rejano, Cornucopia de México de José Moreno Villa o los ensayos publicados sobre las regiones españolas en Las Españas o en el libro colectivo Retablo español? ¿Qué alentaba escritos   —21→   como los de Max Aub sobre la joven poesía española del interior y por qué su dureza con los poetas jóvenes del exilio? ¿Por qué prestó tanta atención a esa poesía del interior y tan poca al debate que en algunas publicaciones del exilio realizaron por aquel entonces José Pascual Buxó o Arturo Souto Alabarce? ¿Qué criterios se han seguido para identificar a ciertas figuras como las más representativas del exilio? ¿Quién se ocupa del brillante plantel de jóvenes ensayistas: Ángel Palerm, Jacinto Viqueira, Roberto Ruiz...? ¿Acaso interesa recordar ese aldabonazo que significó a finales de los años cincuenta el manifiesto «Tradición y traición» que publicó José María García Ascot en representación de Movimiento Español 1959? ¿Por qué nadie comenta el pensamiento político-literario de revistas como Nuestro Tiempo, Comunidad Ibérica, Juventud de España o Mujeres Españolas? ¿A qué se ha debido la falta de fluidez entre los exiliados desperdigados por los países europeos y americanos? ¿Solamente a la distancia? ¿Existían lazos entre los exiliados reunidos en un solo país? ¿Por qué no fue posible construir puentes de encuentro entre el exilio exterior y el interior, tema sobre el que existe una amplia polémica cuyas líneas generales fueron estudiadas por Elías Díaz?15 ¿Interesa recordar la campaña contra las bases americanas que abanderó León Felipe en el periódico España y la Paz? ¿Por qué no se crea de una vez un fondo, en la Biblioteca Nacional o en alguna otra institución nacional, que recoja la obra de los exiliados republicanos dispersa y fragmentada, en grave peligro de que se pierda irreparablemente, como la misma idea -acaso ahí radica la presente desidia- de que haya existido el exilio...?

¡Cuántos vislumbres, anticipaciones y constataciones aparecen en La gallina ciega de Max Aub!16



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ArribaAbajoEl drama de la dramaturgia desterrada

Manuel Aznar Soler


GEXEL-UAB

Por sus convicciones antifascistas17 y por su lealtad a la legalidad democrática republicana, los dramaturgos cualitativamente mejores del teatro español tuvieron que exiliarse en 1939. En efecto, fallecido de muerte natural Valle-Inclán el 5 de enero de 1936 y asesinado por la barbarie fascista Federico García Lorca el 19 de agosto del mismo año, la afirmación inicial queda confirmada por esta prestigiosa nómina de nuestro teatro desterrado, que incluye no sólo a dramaturgos sino también a actores, actrices, críticos, directores escénicos y escenógrafos: Rafael Alberti, María Luisa Algarra, Emma Alonso, Manuel Altolaguirre, Manuel Andújar, Antoniorrobles, Álvaro Arauz, César Arconada, Max Aub, Edmundo Barbero, Salvador Bartolozzi, Augusto Benedico, José Bergamín, Eduardo Blanco-Amor, Josep Carner, Luisa Carnés, María Casares, Alejandro Casona, Alfonso Rodríguez Castelao, Luis Cernuda, Álvaro Custodio, María José de Chopitea, Alberto de Paz, Lorenzo de Rodas, Rafael Dieste, Enrique Díez-Canedo, Magda Donato, José Estruch, José García Lora, Sigfredo Gordón Carmona, Julián Gorkin, Teresa Gracia, Jacinto Grau, Ofelia Guilmáin, Ángel Gutiérrez, José Herrera Petere, León Felipe, María Lejárraga, María Teresa León, Rafael López Miarnau, Miguel Maciá, Salvador de Madariaga, Paulino Masip, Concha Méndez, Aurora Molina, José Ricardo Morales, Gori Muñoz, Luis Mussot, Santiago Ontañón, Álvaro de Orriols, Isaac Pacheco, Isabel de Palencia, Mercedes Pascual, Cipriano de Rivas Cherif, Alfredo Pereña, Pablo Picasso, Germán Robles, Azucena Rodríguez, Juan Bartolomé de Roxas (José Rubia Barcia), Pedro Salinas, Tomás Segovia, Ramón J. Sender, Luis Seoane, Paco Ignacio Taibo, Maruxa Vilalta, Amparo Villegas, Margarita Xirgu18 e, inclusive, el propio presidente Manuel Azaña, autor del drama La corona y del que José Luis Gómez estrenó el 5 de noviembre de 1980 en el Teatro Bellas Artes de Madrid una dramatización de La velada en Benicarló, «adecuada para la escena» por él mismo y por José Antonio Gabriel y Galán19. Algunos de ellos ya habían estrenado (Grau) o escrito (Alberti) antes de 1931; otros (Casona) protagonizaron algunos de los estrenos más importantes del teatro español durante los años de la II República, mientras Concha Méndez, por contra, no llegó   —24→   a ver sus obras en escena; varios (Alberti, María Teresa León, Orriols, Pacheco, Sender) escribieron y representaron en esos mismos años obras de agitación social y propaganda política dirigidas al proletariado revolucionario; algunos más participaron en Misiones Pedagógicas (Dieste) o teatros universitarios (Aub) y, finalmente, otros (Altolaguirre, Bergamín, Herrera Petere, Morales) empezaron a estrenar durante la guerra civil. Pero no sólo los dramaturgos sino también los mejores hombres y mujeres del teatro español, simbolizados por un director escénico como Rivas Cherif, un escenógrafo como Santiago Ontañón, un crítico como Enrique Díez-Canedo o una actriz como Margarita Xirgu, tuvieron en 1939 que exiliarse en tanto republicanos vencidos.

1.- Exilio teatral y sociedad franquista (1939-1975)

Si, por su propia naturaleza, el teatro es un arte social, el destierro fue para él un hecho radicalmente dramático. Teatro exiliado, teatro des-terrado que, al faltarle la tierra de los escenarios, perdía toda posibilidad de contacto con su público natural, el público español. La realidad es que Madrid iba a dejar de ser por muchos años la capital del mejor teatro español en lengua castellana para ser sustituida por Buenos Aires o México D. F.: por ejemplo, en el Teatro Avenida de Buenos Aires se estrenaron durante la década de los cuarenta obras de mucha mayor calidad dramática que las puestas en escena entonces en el Teatro Español de Madrid. Me refiero a estrenos como los de La dama del alba, de Casona (3-noviembre-1944); El adefesio, de Alberti, o La casa de Bernarda Alba, de García Lorca (8-marzo-1945), por citar tres ejemplos prestigiosos. Vale la pena recordar el reparto de lujo de la Compañía Española Margarita Xirgu que, con escenografía sobre bocetos de Santiago Ontañón, estrenó el 8 de junio de 1944 El adefesio, de Alberti, en el Teatro Avenida de Buenos Aires (Avenida de Mayo 1222). Ese reparto de lujo, por orden de aparición, fue el siguiente: Amelia de la Torre (Uva), María Teresa León (Aulaga), Edmundo Barbero (Bión), Margarita Xirgu (Gorgo), María Gámez (Ánimas), Isabel Pradas (Altea), Gustavo Bertot (Mendigo l), Miguel Ortín (Mendigo 2), Eduardo Naveda (Mendigo 3), Jorge Closas (Mendigo 4), José M. Navarro (Un hombre del campo) y Alberto Closas (El que nadie esperaba).

Perdida desde inicios de los cincuenta cualquier esperanza de un rápido restablecimiento de la democracia en España, el generalísimo Franco pudo establecer una férrea dictadura militar y una censura marcial que condenaba al exilio teatral -a todo el exilio en general- al silencio y al olvido. Por ello, algunos dramaturgos y algunos estrenos de Buenos Aires o México fueron convirtiéndose en referencias míticas para los españolitos antifranquistas amantes del teatro y la libertad. Los nombres del comunista Alberti o del socialista Max Aub, así como los de Rivas Cherif o la Xirgu, eran para una minoría de jóvenes lectores de la revista Primer Acto tan míticos como lejanos. Algunas editoriales de memoria imborrable como la bonaerense Losada o la mexicana Joaquín Mortiz nos ponían en contacto literario con la dramaturgia de Alberti o Aub. Pero, claro está, Rivas Cherif o la Xirgu permanecían en el imaginario colectivo de los más jóvenes como fantasmas que habitaban en el limbo. Me parecen sumamente expresivas de este inevitable proceso de mitificación las afirmaciones, tan sinceras como dramáticas, que, a propósito de la muerte de la actriz, acaecida el 25 de abril de 1969 en Montevideo, pueden leerse en un editorial de la revista Primer Acto:

Los que escribimos en Primer Acto no hemos visto a la Xirgu. Nadie de los que hemos accedido al teatro en estos últimos treinta años hemos visto trabajar a la Xirgu. No sabemos cómo era sobre un escenario, aunque nos ha sido citada en mil ocasiones. Incluso hemos tenido que preguntarnos alguna vez si una parte considerable de su fuerza no sería, precisamente, su ausencia, su automática e inevitable conversión en mito.

¿Cuál ha sido la lección de la Xirgu para todos los que no la hemos visto? Porque lo normal es que la fuerza de los actores llegue hasta donde llegan sus espectadores. Trascender ese horizonte exige algo especial. No basta la ausencia. El tiempo acaba con eso. Y el recuerdo de la Xirgu no acababa.

Creemos que lo que ha hecho de la Xirgu una figura fundamental dentro del moderno teatro en lengua española ha sido la coherencia de su trabajo. Y esto sí ha sido posible advertirlo, incluso no siendo sus espectadores. Lo deducimos de sus repertorios, de su representación de los clásicos, de su apoyo a los que fueron nuevos y jóvenes autores contemporáneos, de los discípulos levantados en América, de esa ola de respeto que le ha seguido hasta su tumba. Una tumba lejana de las escenas españolas y de las voces mal templadas que le obligaron a marcharse en el 36 para no volver nunca más20.



Ese mismo año 1969 vino a España («He venido, no he vuelto») el exiliado Max Aub, quien dejó testimonio literario de su trágico desarraigo en La gallina ciega. ¿Cuál era el lugar de un dramaturgo desterrado en la España franquista de 1969? Si se querían mantener la dignidad y las convicciones por las que se luchó y, tras la derrota, hubo de pagarse el duro precio del exilio, la censura y la falta de libertades no dejaban prácticamente espacio en la dictadura franquista al dramaturgo desterrado. A no ser que, como Casona, se claudicase y, a juicio de Aub, se traicionasen los valores de la cultura republicana y antifascista. Porque el estreno en el Teatro Bellas Artes de Madrid el 22 de abril de 1962 de La dama del alba, de Casona, fue utilizado por la propaganda del régimen franquista como ejemplo de su tolerancia hacia   —25→   el exilio teatral. Casona venía a ser una suerte de «hijo pródigo» vuelto al redil nacional y la España franquista se complacía en programar su teatro «blanco», poético e inocuo desde el punto de vista político y social, como ejemplo de tolerancia y libertad hacia la dramaturgia desterrada. Pero lo cierto es que esta «domesticación» de Casona irritó no sólo a Max Aub y al exilio teatral sino también a la oposición antifranquista21, que se apresuró a denunciar el «caso Casona» como coartada franquista para una falsa libertad: «Casona sí, Buero no», escribirá un indignado Max Aub en La gallina ciega, mientras el éxito espectacular de un teatro evasivo y consumista como el de Alfonso Paso constituía un verdadero fenómeno sociológico durante aquella década de los sesenta que evidenciaba, a su vez, las miserias teatrales de la sociedad franquista22.

Bien es verdad que durante aquellos años sesenta habían empezado a publicarse en España algunas obras23 y estudios sobre el teatro del exilio24. También es cierto que hacia 1969 accedían a los escenarios españoles -claro está que en condiciones precarias y estrictamente minoritarias (teatros universitarios o independientes)- algunos nombres míticos de ese destierro teatral, como, por ejemplo, Max Aub, pero no con Morir por cerrar los ojos sino con Espejo de avaricia, estrenada por el grupo teatral Bambalinas en el barcelonés Teatro Ateneo de San Gervasio25. Sin embargo, la agonía de la dictadura era progresiva y nuevos vientos de democracia y libertad soplaban a favor de que nuestro teatro exiliado pudiera regresar a la tierra de los escenarios españoles.

2.- Exilio teatral y sociedad democrática (1975-1995)

La muerte de Franco constituyó, sin duda, el amanecer de la esperanza para los supervivientes del exilio republicano español. Para algunos de ellos -que no volvieron, que vinieron sin volver (Aub) o que, sencillamente, aún no podían regresar (Alberti)-, el 20 de noviembre de 1975 significó ese amanecer de una esperanza mantenida contra viento y marea durante casi cuarenta años: la esperanza de la libertad y de la democracia en España. Pero muerto el dictador generalísimo -Caudillo por la gracia de Dios, decía el reverso de la moneda-, la compleja transición de una dictadura a una democracia no iba a ser precisamente un camino de rosas, ante todo por la previsible y violenta resistencia del régimen franquista a cambios democráticos: ruptura democrática o ruptura pactada; monarquía o República; España una o España plurinacional, eran algunas de las grandes cuestiones de Estado que, sin prisa pero sin pausa, debían resolverse cuanto antes. Con todo, la democracia y la reconquista de las libertades públicas constituían la voluntad mayoritaria e irreversible del pueblo español.

Exilio teatral y transición democrática (1976-1982)

Una huelga general protagonizada por la profesión teatral en febrero de 1975 constituyó la mejor expresión de su oposición a una dictadura agónica. Y la primera victoria democrática fue la desaparición de la censura. Por fin, los escenarios españoles podían contemplarse como espacios abiertos y libres, aunque la sentencia en Consejo de Guerra contra Els Joglars, grupo del teatro independiente catalán dirigido por Albert Boadella, acusados en 1978 de injuriar al ejército en su espectáculo La torna (noviembre de 1977), viniera a señalar los límites y la fragilidad de esa libertad de expresión tan solidariamente reivindicada26.

La cartelera teatral madrileña reflejó pronto el signo de los nuevos tiempos históricos. El 24 de septiembre de 1976, inicio de la temporada 1976-1977, el estreno en Madrid de El adefesio, de Alberti, era todo un símbolo del reencuentro de la sociedad democrática española con su exilio teatral. La obra, estrenada el 8 de junio de 1944 por Margarita Xirgu en el Teatro Avenida de Buenos Aires, llegaba por fin a los escenarios madrileños tras haber sido representada en 1956 en la ciudad francesa de Arras y en la sueca de   —26→   Gotemburgo; en 1957 en París; el 2 de abril de 1966 en Reggio-Emilia por la compañía Adrià Gual, dirigida por Ricard Salvat; en 1968, en Burdeos, puesta en escena por Mario Gas27 quien, finalmente, pudo estrenarla en diciembre de 1969 en el Teatro Capsa de Barcelona. Su estreno madrileño en el Teatro Reina Victoria, dirigido por José Luis Alonso en 1976, reunía a dos nombres míticos de nuestro exilio teatral: el de un Alberti que aún no podía regresar a España y, en el papel de Gorgo, el de acaso la mejor actriz francesa, la española exiliada María Casares28, hija de Santiago Casares Quiroga. Por otra parte, Noche de guerra en el Museo del Prado, estrenada el 2 de marzo de 1973 en el Piccolo Teatro de Roma con dirección de Salvat, iba también a poderse estrenar ahora en Madrid y, más concretamente, en el recién creado Centro Dramático Nacional, puesta en escena por el propio Salvat y con la asistencia ya del propio dramaturgo, regresado del exilio junto a María Teresa León el 27 de abril de l97729.

Pero ese año 1976 se estrenaron también en el teatro comercial madrileño obras prohibidas por la censura franquista: por ejemplo, un esperpento como Los cuernos de don Friolera -al que seguirían el 7 de enero de 1978 Las galas del difunto y La hija del capitán, por la compañía de María José Goyanes, dirigida por Manuel Collado-, hasta entonces representado únicamente por grupos de teatro universitario o del teatro independiente30 y que el 26 de septiembre se estrenaba en el madrileño Teatro Bellas Artes, dirigido por José Tamayo. A veces, sin embargo, los dramaturgos prohibidos no eran propiamente exiliados sino vencidos republicanos del llamado «exilio interior». Es el caso de La doble historia del doctor Valmy, de Buero Vallejo, obra escrita en 1964, prohibida por la censura franquista y cuyo estreno no se produjo hasta el 29 de enero de ese mismo año 1976. Y, por citar un ejemplo más, Alfonso Sastre tampoco pudo estrenar La sangre y la ceniza, escrita en 1965, hasta enero de 1977.

Alberti y María Casares en el Madrid de 1976-1978 eran el símbolo de una esperanza consumada escénicamente: la de la posible recuperación de nuestro teatro desterrado, la de la posible reconquista de los escenarios y del público español. Pero la mayoría de dramaturgos exiliados no han gozado de esa posibilidad y, sin ir más lejos y por poner tan sólo un par de ejemplos, los estrenos de una tragedia de tanta calidad dramatúrgica y, desgraciadamente, de tanta vigencia política como San Juan, de Max Aub, o de una obra tan sugerente como La libertad en el tejado, de María Teresa León, siguen siendo estrenos pendientes del teatro español. No es el momento de documentar la recepción del teatro exiliado en los escenarios de la democracia española, pero sí el de constatar la dura realidad: dramaturgos como Aub, Bergamín, Dieste, María Teresa León y un largo etcétera murieron sin haber tenido la experiencia escénica de confrontarse con el público español, necesaria para que el teatro deje de ser literatura dramática, un fantasma de papel. En este sentido vale la pena reproducir un fragmento sobre la dramaturgia de Max Aub, escrito por Rafael Conte en 1969, que conserva aún hoy, lamentablemente, su razón y sentido:

Probablemente, la importancia decisiva de Max Aub radique en el género teatral, donde algunas de sus obras -No, San Juan, Morir por cerrar los ojos-, naturalmente ausentes de los escenarios españoles, son definitivamente valiosas. Piénsese, además, que si es concebible un poeta o un novelista que escriba en la mayor soledad, desconectado del público a quien dirige sus trabajos, este drama se acentúa en el caso del teatro. Porque el género teatral requiere la puesta en escena, no se consuma y concreta hasta que se pone en pie ante un público concreto y en una época y lugar muy determinados también31.



Aunque el drama escénico de la dramaturgia desterrada sea una cuestión extraordinariamente compleja y de muy difícil solución, el drama literario de la dramaturgia desterrada sigue siendo en 1995 otra asignatura pendiente de nuestra memoria histórica. Y ese drama literario es doble: por una parte, el problema de edición de sus obras y, por otra, la reconstrucción de su historia escénica, el estudio y análisis de sus textos en tanto literatura dramática. Y en este ámbito un grupo de investigación como el Grupo de Estudios del Exilio Literario (GEXEL) sí tiene un trabajo colectivo e individual que realizar. Veamos.

Entre 1976 y 1978 aparecieron los seis tomos que componen El exilio español de 1939, una obra colectiva de título inequívoco dirigida por José Luis Abellán, en cuyo tomo cuarto es de nuevo Ricardo Doménech quien publica una «Aproximación al teatro de exilio»32. Por su parte, en 1989   —27→   César Oliva utiliza igualmente otra denominación inequívoca, «El teatro de los vencidos», en un capítulo de su libro que incluye a Grau, Aub, Alberti, Casona, Morales, Álvaro Custodio, Dieste, Masip, Salinas, Bergamín, Madariaga, Sender y Castelao33. Digo títulos inequívocos porque equívocos resultan sin duda, a mi modo de ver, algunos estudios críticos sobre el tema que pueden inducir a la confusión. Me refiero, por ejemplo, al artículo «Los dramaturgos españoles del exilio», de George Wellwarth34 -quien estudia a Martín Elizondo, José Guevara, José Ruibal y, sobre todo, a Eduardo Quiles-, o a sendos trabajos de Ángel Berenguer35 y de María Pilar Pérez-Stanfield36. Me parece urgente y necesario diferenciar, por tanto, entre los dramaturgos exiliados en 1939 y aquellos otros que, como Arrabal, Camps o Rial, deciden exiliarse voluntariamente de la España franquista para huir de esa situación opresiva que Paul Ilie ha denominado de exilio interior37. Por su parte, Antonio Ferres y José Ortega contribuyen a esta ceremonia de la confusión conceptual al hablar en 1975 de un «último exilio», que, a su juicio, se distingue del de 1939 en la medida en que no se produce por «el resultado directo de la Guerra Civil, aunque sí por las consecuencias socio-económicas y políticas de la eterna posguerra»38. Ferres y Ortega diferencian cuatro tipos de exilios distintos entre los escritores españoles: «los que salen inmediatamente después de la Guerra con una obra literaria escrita (Sender, Ayala, etc.)»; «los que salen de niños y escriben su obra desde el extranjero, aunque publiquen fuera o dentro de España (Roberto Ruiz Manuel Durán, Carlos Blanco)»; los «escritores que a partir de la década de los cincuenta residen en el extranjero con obra publicada fuera y dentro de España (Juan Goytisolo, Antonio Ferres, López Pacheco, J. M. Valverde)», y, por último, las «obras que han tenido que publicarse en el extranjero, obras exiliadas escritas por autores que residen en España» (José Agustín, Juan y Luis Goytisolo; Armando López Salinas, José Manuel Caballero Bonald39.

Se impone, por tanto, un mínimo rigor conceptual al referimos al teatro exiliado, en el que proponemos diferenciar tres tipos: uno, al que pertenecen los dramaturgos republicanos vencidos que en 1939 -o años más tarde, tras una experiencia en las cárceles franquistas como la padecida por Rivas Cherif-, hubieron de exiliarse. Son, como acuñó José Gaos, los «transterrados», forzosamente condenados a perder la tierra española por su condición de republicanos antifascistas. Sus hijos, los llamados «niños de la guerra», son también exiliados en tanto «transterrados» junto a sus familias en 1939, aunque conviene incluirlos en un segundo grupo al que hemos convenido en llamar la «segunda generación» (Tomás Segovia, por ejemplo). El tercer tipo de dramaturgos exiliados sería el de quienes deciden abandonar el «exilio interior» a que los condenaba la dictadura franquista para autoexiliarse a otras tierras: por ejemplo, a Estados Unidos (Ruibal), Francia (Arrabal, Gómez Arcos, Guevara, Martín Elizondo), México (Camps, Quiles) o Venezuela (Rial). En este sentido, me parece sumamente útil el concepto de «segundo exilio», que ya se lee en La gallina ciega atribuido por Max Aub a José María de Quinto40 y que luego ha utilizado José Monleón en un sentido muy sugerente. En efecto, este crítico y cualificado estudioso censura «la falsa identificación entre el teatro y la sociedad española» y defiende que nuestro conservador y reaccionario público teatral ya había exiliado mucho antes de la guerra civil, con la excepción de Casona41, a la dramaturgia desterrada en 1939. Monleón sostiene, por tanto, que «el exilio congregó a una serie de escritores que aspiraban a un teatro distinto   —28→   como parte de la concepción de un país distinto»42 y que, de este modo, si bien durante la década de los cuarenta «el exilio articula en América Latina un teatro intelectual y poéticamente muy superior» al teatro español franquista, al fin y al cabo «nuestros dramaturgos exiliados no hicieron otra cosa que prolongar en América el exilio teatral que ya padecían en España»43. Y, a propósito de La risa en los huesos, de Bergamín, puesta en escena por Guillermo Heras en la sala Olimpia del Centro Nacional de Nuevas Tendencias Escénicas, su conclusión viene a resultar tan sombría como cierta:

Estábamos ante algo que era, a la vez, vanguardia radical y reconstrucción histórica, simplemente porque expresaba una vanguardia que, en términos teatrales, nunca existió y, quizás, es ya irrecuperable. Y es que Bergamín, como casi todos los exiliados, en España y en América, han propuesto una literatura dramática innovadora que apenas ha incidido sobre nuestra práctica teatral, sobre nuestros espectadores, sobre nuestros actores, sobre los responsables de nuestra política cultural, sobre el conjunto de factores que impulsan la vida de la escena española44.



Exilio teatral y socialdemocracia (1982-1995)

Tras la victoria del Partido Socialista Obrero Español en las elecciones de 1982, una de las primeras iniciativas, con valor de símbolo, de la política cultural de un partido cuyos militantes fueron también vencidos en 1939, consistió en la organización de una exposición sobre El exilio español en México. Por otra parte, ese mismo año de 1982 había aparecido en el mexicano Fondo de Cultura Económica un libro colectivo sobre El exilio español en México, 1939-1982 que incluía un trabajo de Margarita Mendoza López sobre teatro45. La exposición, organizada por el Ministerio de Cultura español, el Instituto de Cooperación Iberoamericana y diversas instituciones mexicanas (Secretaría de Educación Pública, Ateneo Español de México, Colegio de México), se celebró entre diciembre de 1983 y febrero de 1984 en el Palacio de Velázquez del Retiro madrileño y en ella tuvo un espacio relevante el teatro. Una compañía profesional, encabezada por Juan Ribó y Pilar Bayona y dirigida por José Luis Alonso de Santos, representó -entre el 20 de diciembre de 1983 y el 15 de febrero de 1984, a las doce de la mañana y en el propio recinto- un programa compuesto por Morir del todo, de Paco Ignacio Taibo; El juglarón, de León Felipe, y La niña guerrillera, de José Bergamín, más una «estructura dramática» de textos de Max Aub -realizada por José Monleón y cuya diversidad de materiales textuales él mismo explica46 -con el título de La gallina ciega, «lectura dramatizada» que, dirigida por José-Carlos Plaza y con un reparto de lujo (José Luis López Vázquez, Ana Belén, Juan Ribó, Enriqueta Carballeira, José Luis Pellicena, Fernando Delgado, José Sacristán, Nuria Espert, Ángel Picazo y Julia Gutiérrez Caba, por orden de aparición), se estrenó en el Teatro María Guerrero de Madrid el 16 de diciembre de 1983. En un número monográfico que la revista Primer Acto dedicó a El exilio español en México, el propio Monleón, coordinador general del Ciclo, explica el proceso de trabajo hasta llegar a la selección definitiva de textos47, entre los cuales El gran tianguis, de Camps, y Un país feliz, de Vilalta, contaron también inicialmente con posibilidades de ser estrenadas48. El coordinador anuncia además «una serie de sesiones dedicadas al teatro de José María Camps, Maruxa Vilalta, María Luisa Algarra, Álvaro Custodio y Manuel Andújar»49, en una de las cuales se leyó El sueño robado, de Andújar50. Esta misma exposición, con nuevos materiales específicos del exilio catalán, se inauguró el 10 de abril de l98451 en el Palau de Pedralbes barcelonés con el título de L'exili espanyol a Méxic. L'aportació catalana. Y, al igual que en Madrid, también en la antigua Capilla del Palacio se representó Morir del todo, con el único cambio de Gloria Muñoz por Pilar Bayona, montaje que tuvo un «excelente eco del público y la crítica de Barcelona»52.

Pero no sólo en el ámbito escénico, también en el dominio de la investigación se ha avanzado, si bien de manera insuficiente, desde 1982. Junto a Ricardo Doménech y César Oliva es de justicia destacar a José Monleón, director de la revista Primer Acto, acaso el hombre de teatro que ha dedicado más horas y esfuerzos al estudio   —29→   y divulgación de nuestro teatro desterrado53. En efecto, contamos ya con unos cuantos libros54 o números monográficos de revistas sobre los dramaturgos55 u hombres de teatro56 más importantes de nuestro exilio teatral, así como con algunos trabajos de investigación que reconstruyen la historia del teatro español en ciudades tan relevantes para nuestro exilio como, por ejemplo, Toulouse57, además de ediciones asequibles de algunas de sus obras fundamentales58. Pero al tiempo que constatamos con satisfacción este progreso debemos afirmar, por desgracia, su absoluta insuficiencia. El hecho de que el lector interesado aún no pueda acceder en 1995 más que a una sola obra de Max Aub, San Juan, me parece que ahorra cualquier comentario59.

3.- Un proyecto cargado de futuro: el Grupo de Estudios del Exilio Literario (GEXEL) de la Universitat Autónoma de Barcelona

Si editar teatro es, por lo general, económicamente ruinoso, editar teatro del exilio es sencillamente suicida. Prueba de ello es que entre los treinta y seis primeros títulos de la colección «Memoria Rota. Exilios y heterodoxias» que viene publicando la editorial Anthropos, sólo ha aparecido uno de teatro, la mencionada tragedia maxaubiana San Juan. Pues bien, entre las publicaciones del Grupo de Estudios del Exilio Literario (GEXEL) ha aparecido -en colaboración con la editorial Cop d'Idees de Sant Cugat- una colección dedicada al exilio teatral -baufizada «Winnipeg» en honor de José Ricardo Morales por el nombre del barco que llevó a nuestros refugiados republicanos a Chile-, cuyos primeros títulos son del propio Morales y de María Teresa León60. Así, por un afortunado azar, Sant Cugat del Vallés se ha convertido ya en la capital editorial del exilio literario español, pues dos editoriales (Anthropos y Cop d'Idees-GEXEL) son actualmente las únicas que publican en España colecciones específicamente dedicadas al tema. Y si es verdad, como escribió Corpus Barga, que «las obras literarias perduran por las posibilidades de colaboración que ofrecen a las generaciones sucesivas de lectores61, las obras de nuestro teatro desterrado acaso no tengan ya ninguna o pocas «posibilidades de colaboración» escénicas -que, por otra parte, aún están por ver-, pero al menos van a tener -y éste quisiera ser el sentido de las publicaciones del GEXEL-, «posibilidades de colaboración» literaria a través del libro, sea edición, investigación, estudio o crítica. Con ellas nuestro Grupo quiere contribuir modestamente, en la medida de sus muchas limitaciones, a la reconstrucción de la memoria histórica de nuestro exilio literario y, en concreto, de nuestro exilio teatral. En este sentido, compatibles naturalmente los trabajos colectivos con los trabajos individuales, Claudia Ortego y Teresa Santa María preparan sendas tesis doctorales sobre el teatro de José Ricardo Morales y de José Bergamín, respectivamente, mientras que Josep Mengual proyecta su trabajo de investigación de doctorado sobre el teatro de José María Camps y yo mismo acopio materiales, textos y documentos para una Historia del teatro español exiliado que me gustaría publicar a medio plazo. Además, el GEXEL está trabajando, gracias a una subvención económica concedida por la DGICYT del Ministerio de Educación y Ciencia, en un proyecto de investigación orientado a publicar un Diccionario bio-bibliográfico de los escritores del exilio español de 1939 en Argentina y México, entre los cuales constan algunos de los dramaturgos más relevantes del destierro. La propia convocatoria por parte del GEXEL de un Congreso Internacional sobre «El exilio literario español de 1939», que se celebrará entre el 27 de noviembre y el 1 de diciembre de 1995 en la Universitat Autònoma de Barcelona, es una manera también de asumir el compromiso colectivo y público de impulsar los estudios e investigaciones sobre el tema, tal y como consta en el Manifiesto fundacional de nuestro Grupo: el compromiso de reconstruir la memoria histórica de nuestro exilio literario ahora, a finales del siglo XX, cuando aún tenemos al alcance a algunos de sus   —30→   protagonistas, a sus libros y revistas, para que el silencio y el olvido no decreten durante el siglo XXI su segunda muerte, acaso ya definitiva. En ello estamos y para ese objetivo, que sólo podrá ser alcanzado colectivamente, recabamos la ayuda generosa y la colaboración solidaria tanto de las instituciones como de historiadores, críticos, estudiosos e investigadores.

Porque, ante los tiempos que se avecinan, acaso valga la pena recordar una obviedad: que la cultura debiera ser una cuestión de Estado por encima del poder político de turno, por encima del partido al que voten, libre y democráticamente, la mayoría de los ciudadanos españoles en un futuro inmediato.



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ArribaAbajoCronología del exilio literario español de 1939

Manuel Aznar Soler, Eduard Fermín Partido y Francisca Montiel Rayo


GEXIEL-UAB

Esta breve «Cronología del exilio literario español de 1939 » ha sido elaborada atendiendo a los siguientes criterios: en primer lugar, la restringimos al período 1939-1975, es decir, desde la victoria del general Franco en la guerra civil española -origen del exilio republicano- hasta la muerte del dictador. A partir de 1975 sólo recordamos algunos datos básicos sobre la recepción del exilio literario republicano en nuestra sociedad democrática durante estos últimos veinte años. En segundo lugar, queremos advertir que hemos incluido en la presente cronología únicamente algunos de los libros fundamentales de nuestra «Biblioteca del Exilio» en lengua castellana, fechados en el año de sus primera ediciones y omitiendo otros datos (lugar de publicación, editorial, número de páginas) que el lector interesado puede consultar en la «Bibliografía del exilio literario español de 1939», trabajo colectivo del Grupo de Estudios del Exilio Literario (GEXEL) que se publica en este mismo libro. Esta selecta «Biblioteca del Exilio» de nuestra cronología se agrupa por géneros literarios, ordenados alfabéticamente e introducidos por las abreviaturas siguientes: (E) Ensayo; (N) Narrativa -novela, cuentos, memorias-; (P) Poesía; (T) Teatro. Al principio de cada año y precedidos por la abreviatura (CHP), anotamos algunos datos significativos sobre cultura, historia y política que tienen una relación, directa o indirecta, con nuestro exilio literario. Por último, hemos incorporado en nuestra cronología a los principales escritores de la llamada «segunda generación» -los hijos de los exiliados, niños en 1939 (Luis Rius, por ejemplo), pero no a los del «segundo exilio» -los que, a partir de la década de los cincuenta, deciden exiliarse por su propia voluntad como manera de expresar su oposición a la dictadura militar (Fernando Arrabal, por citar un caso).

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Cronología

1939 (CHP) Inicio del exilio republicano español. Muere Antonio Machado en Collioure (22-II). En París, el gobierno Negrín constituye el S.E.R.E. (marzo). Redacción de los diarios de a bordo de los barcos «Sinaia» «Ipanema» y «Mexique», que trasladan a los exiliados republicanos a México. El presidente mexicano Lázaro Cárdenas funda «La Casa de España». La Diputación permanente de las Cortes en París constituye la J.A.R.E. (28-VII). Creación en París de la Unión de Profesores Universitarios Españoles Emigrados. Manuel Altolaguirre crea la imprenta La Verónica (La Habana). Aparece la revista Nuestra España (La Habana). (E) María ZAMBRANO, Pensamiento y poesía en la vida española. (N) Ramón J. SENDER, El lugar de un hombre. (P) León FELIPE, Español del éxodo y del llanto; Pedro GARFIAS, Primavera en Eaton Hastings.

1940 (CHP) Aparición de las revistas Romance, España Peregrina y Tierra Nueva en México. Creación de la editorial Séneca (México). La «Casa de España» se convierte en «El Colegio de México». Muere Manuel Azaña en Montauban, Francia (4-XI). (N) José HERRERA PETERE, Niebla de cuernos. (P) Emilio PRADOS, Memoria del olvido; Enrique DÍEZ-CANEDO, El desterrado; Luis CERNUDA, La realidad y el deseo. (T) Juan Bartolomé de Roxas (José RUBIA BARCIA), Tres en uno; Ramón J. SENDER, Hernán Cortés.

1941 (CHP) Arturo Soria crea la editorial Cruz del Sur (Santiago de Chile). (E) SALINAS, Pedro, Literatura española siglo XX. (N) Rosa CHACEL, Teresa. (P) Rafael ALBERTI, Entre el clavel y la espada; Ángel LÁZARO, Sangre de España. (T) Francisco MARTÍNEZ ALLENDE, Camino leal; Concha MÉNDEZ, El solitario.

1942 (CHP) Aparecen las revistas de exiliados españoles De mar a mar (Buenos Aires) y La Verónica (La Habana), creada esta última por Manuel Altolaguirre. En México se inicia la revista Cuadernos Americanos. Fundación de las editoriales Poseidón, Nuevo Romance y Editorial Vasca Ekin (Buenos Aires). (N) ALBERTI, La arboleda perdida, I; Manuel ANDÚJAR, Saint-Cyprien plage (campo de concentración); César M. ARCONADA, Cuentos de Madrid; Luis CERNUDA, Ocnos; SENDER, Crónica del alba. (P) León FELIPE, El poeta prometeico; José MORENO VILLA, La noche del verbo; Adolfo SÁNCHEZ VÁZQUEZ, El pulso ardiendo; Lorenzo VARELA, Torres de amor; Max AUB, Diario de Djelfa; Juan José DOMENCHINA, Destierro.

1943 (CHP) José Bergamín publica la revista El pasajero (México). Aparecen también Correo Literario (Buenos Aires) y El Hijo Pródigo (México). «Declaración de La Habana» de la Unión de Profesores Universitarios Españoles Emigrados. (N) Max AUB, Campo cerrado («El Laberinto Mágico», I); Rafael DIESTE, Historias e invenciones de Félix Muriel; Benjamín JARNÉS, Venus dinámica; SENDER, Epitalamio del Prieto Trinidad. (P) Juan REJANO, Fidelidad del sueño; Poetas españoles en el destierro, antología de José Ricardo MORALES; León FELIPE, Ganarás la luz. (T) ALBERTI, Numancia; ANDÚJAR, El Director General; Max AUB, San Juan; Josep CARNER, El misterio de Quanaxhuata.

1944 (CHP) Reaparece en México la revista malagueña Litoral. Se crean el Boletín de la Unión de Intelectuales Españoles (París) y la revista Espiral (Bogotá). Constitución del Instituto Español de Londres (20-I). Muere en México Enrique Díez-Canedo (6-VI). (E) Juan LARREA, El surrealismo entre viejo y nuevo mundo. (N) Manuel D. BENAVIDES; La escuadra la mandan los cabos; Eugenio F. GRANELL, El hombre verde; Paulino MASIP, El diario de Hamlet García; MORENO VILLA, Vida en claro; ANTONIORROBLES, El refugiado Centauro Flores. (P) CERNUDA, Como quien espera el alba; Manuel ALTOLAGUIRRE, Poemas de las islas invitadas; Concha MÉNDEZ, Poemas, sombras y sueños; PRADOS, Mínima muerte; José RIVAS PANEDAS, Poemas de España y otros días; Juan GILALBERT, Las ilusiones con los poemas del convaleciente. (T) ALBERTI, El adefesio; Max AUB, Morir por cerrar los ojos; Álvaro CUSTODIO, La borrachera nacional; MASIP, El hombre que hizo un milagro.

1945 (CHP) Aparición de las revistas Cabalgata (Buenos Aires) e Iberia (París). La Conferencia de las Naciones Unidas en San Francisco condena al régimen franquista (19-VI). (E) Max AUB, Discurso de la novela española contemporánea; José GAOS, Pensamientos de lengua española. (N) Max AUB, Campo de sangre («El Laberinto Mágico» III); CHACEL, Memorias de Leticia Valle; HERRERA PETERE, Cumbres de Extremadura. (P) Jorge GUILLÉN, Cántico. Fe de vida; Juan Ramón JIMÉNEZ, Voces de mi copla; Arturo SERRANO PLAJA, Versos de guerra y paz; Las cien mejores poesías del destierro, antología de Francisco GINER DE LOS RÍOS. (T) José BERGAMÍN, La hija de Dios y La niña guerrillera; Alejandro CASONA, La dama del alba; R. DIESTE, Viaje, duelo y perdición.

1946 (CHP) Se inicia la publicación de la revista Las Españas en México; en Madrid nace Ínsula, que se mostrará atenta a la producción intelectual en el exilio. (E) Eugenio IMAZ, Topías y utopías. (N) Antonio SÁNCHEZ BARBUDO, Sueños de grandeza. (P) Juan Ramón JIMÉNEZ, La estación total; HERRERA PETERE, Rimado de Madrid; Pedro SALINAS, El contemplado; E. PRADOS, Jardín cerrado; Manuel DURÁN, Puente. (T) Celso ROMERO PELÁEZ, Noche oscura de España y El retiro de don Juan.

1947 (CHP) Aparición de la revista Ultramar y del Boletín   —34→   del Instituto Español de Londres. Gil-Albert regresa del exilio (agosto). (N) ANDÚJAR, Llanura (Vísperas, I); Esteban SALAZAR CHAPELA, Perico en Londres. (P) Poetas libres de la España Peregrina en América, antología de Horacio J. BECCO y Osvaldo SVANISCINI.

1948 (CUP) Benjamín Jarnés regresa del exilio. Max Aub publica su revista Sala de Espera en México, donde también aparecen Presencia, Hoja y Clavileño. (E) Américo CASTRO, España en su historia; SALINAS, Pedro, El defensor. (N) CERNUDA, Tres narraciones. (P) SALINAS, Todo más claro; REJANO, El oscuro límite. (T) C. ROMERO PELÁEZ, Lincoln, el leñador.

1949 (CHP) Aparece la revista Nuestro Tiempo (México). Se funda «El Ateneo Español de México». (N) Francisco AYALA, La cabeza del cordero y Los usurpadores; Federica MONTSENY, Cien días en la vida de una mujer. (P) Juan Ramón JIMÉNEZ, Animal de fondo. (T) ARCONADA, ¡Heroicas mujeres de España!; CASONA, Los árboles mueren de pie.

1950 (CHP) La revista Las Españas de México inicia su segunda época. Muere Benjamín Jarnés en Madrid. La O.N.U. cancela el acuerdo de 1945 por el que condenaba al régimen franquista (4-XI), (N) José Ramón ARANA, El cura de Almuniaced; Francisco CONTRERAS PAZO, Alambradas. Novela del destierro; SALINAS, La bomba increíble. (P) Jorge GUILLÉN, Cántico (edición definitiva); Tomás SEGOVIA, La luz provisional; DOMENCHINA, La sombra desterrada. (T) Eduardo BLANCO-AMOR, Seis farsas para títeres; CASONA, La barca sin pescador.

1951 (CHP) Aparece la revista Segrel (México). Muere Pedro Salinas en Boston. (N) Max AUB, Campo abierto («El Laberinto Mágico», II); Arturo BAREA, La forja de un rebelde (La forja. La ruta. La llama); SALINAS, El desnudo impecable y otras narraciones. (P) Nuria PARES, Romances de la voz sola. (T) CASONA, Prohibido suicidarse en primavera; León FELIPE, La manzana.

1952 (CHP) Alejandro Finisterre funda en Quito la revista colección literaria Ecuador 0º 0' 0'', Revista de Poesía Universal. (E) Juan CHABÁS, Literatura española contemporánea (1898-1950); Manuel DURÁN, El superrealismo en la poesía española contemporánea. (N) CERNUDA, Variaciones sobre un tema mexicano; Simón OTAOLA, La librería de Arana. Historia y fantasía. (P) César RODRÍGUEZ CHICHARRO, Con una mano en el ancla. (T) Max AUB, No; BERGAMÍN, Melusina y el espejo.

1953 (CHP) Se inicia la publicación de la revista Ideas de México (México). (E) Claudio SÁNCHEZ ALBORNOZ, España, un enigma histórico; Ramón XIRAU, Sentido de la presencia. (N) Virgilio BOTELLA PASTOR, Porque callaron las campanas; SENDER, Mosén Millán. (P) Francisco GINER DE LOS RÍOS, Jornada hecha; Panorama de la poesía moderna española, antología de Enrique AZCOAGA.

1954 (CHP) Muere en La Habana Juan Chabás. (E) Max AUB, U poesía española contemporánea; Vicente LLORENS, Liberales y románticos. Una emigración española en Inglaterra (1823-1934). (N) Segundo SERRANO PONCELA, Seis relatos y uno más. (P) José PASCUAL BUXÓ, Tiempo de soledad; Luis Rius, Canciones de ausencia. (T) BERGAMÍN, Medea, la encantadora; HERRERA PETERE, Carpio de Tajo; SALINAS, Los santos.

1955 (CHP) Mueren José Moreno Villa (México) y José María Quiroga Pla (Ginebra). La O.N.U. admite al régimen franquista. (N) AYALA, Historia de macacos; CHABÁS, Fábula y vida. (P) HERRERA PETERE, Hacia el sur se fue el domingo; José María QUIROGA PLA, La realidad reflejada (T) MASIP, El emplazado; MORALES, La vida imposible.

1956 (CHP) Aparición de las publicaciones periódicas Boletín de Información de la Unión de Intelectuales en México, Juventud de España y Nosotros (México). Juan Ramón Jiménez recibe el Premio Nobel de Literatura. (N) Luisa CARNÉS, Juan Caballero; Manuel LAMANA, Otros hombres. (T) ALBERTI, Noche de guerra en el Museo del Prado; Álvaro ARAUZ, Don Juan; Max AUB, Tres monólogos distintos y uno solo verdadero.

1957 (CHP) Aparece la revista Diálogo de las Españas (México). Primer regreso del exilio de José Bergamín. (E) CERNUDA, Estudios sobre poesía española contemporánea; Juan MARICHAL, La voluntad de estilo. (N) Sara GARCÍA IGLESIAS, Exilio. (P) J. GUILLÉN, Maremágnum; E. PRADOS, Circuncisión del sueño.

1958 (CHP) Muere en Puerto Rico Juan Ramón Jiménez. (N) Max AUB, Jusep Torres Campalans; AYALA, Muertes de perro. (P) T. SEGOVIA, Luz de aquí; SERRANO-PLAJA, Galope de la suerte; DOMENCHINA, El extrañado.

1959 (CHP) Mueren Manuel Altolaguirre (Burgos, 26-VII) y Juan José Domenchina (México, 27-X). (N) José BLANCO AMOR, Duelo por la tierra perdida; E.F. GRANELL, La novela del indio Tupinamba; LAMANA, Los inocentes; María Teresa LEÓN, Juego limpio.; SALAZAR CHAPELA, Desnudo en Piccadilly; SERRANO PONCELA, La puesta de capricornio y La raya oscura. (T) Jacinto GRAU, Teatro II; T. SEGOVIA, Zamora bajo los astros; Luis SEOANE, El irlandés astrólogo; Maruxa VILALTA, Los desorientados.

1960 (E) MONTESINOS, José F, Costumbrismo y novela. Ensayo sobre el descubrimiento de la realidad española. (N) R. CHACEL, La sinrazón; Vicente SALAS VIU, La doble muerte de Felipe Villagrán; SENDER, Réquiem por un campesino español. (P) SENDER, Las imágenes migratorias; (T) María de la O LEJÁRRAGA, Fiesta en el Olimpo y otras diversiones menos olímpicas; M. VILALTA, La última letra.

1961 (N) Max AUB, La calle de Valverde; Jesús IZCARAY,   —35→   La hondonada. (P) ANDÚJAR, La propia imagen; MORENO VILLA, Voz en vuelo de su cuna.; REJANO, Libro de los homenajes. (T) José María CAMPS, El gran Tianguis y Viznar o Muerte de un poeta; León FELIPE, El juglarón.

1962 (CHP) Aparece la revista Comunidad Ibérica (México) e inicia su actividad la editorial Joaquín Mortiz (México). Muere Emilio Prados en México (24-IV). Se reúnen en Munich por vez primera opositores al régimen franquista que vivían en España y exiliados republicanos (agosto). (E) GUILLÉN, Jorge, Lenguaje y poesía; JIMÉNEZ, Juan Ramón, El Modernismo. Notas de un curso. (N) Dolores IBÁRRURI, El único camino. (P) Luis CERNUDA, Desolación de la quimera. (T) José María CAMPS, Cacería de un hombre; José GARCÍA LORA, Tierra cautiva.

1963 (CHP) Manifiesto de 102 intelectuales dirigido al Ministro de Información Fraga Iribarne en el que critican la actitud del régimen ante las huelgas mineras. Bergamín, que encabeza la lista, tendrá que exiliarse de nuevo al ser amenazado de muerte. Muere Luis Cernuda en México. J. R. Marra-López publica en Madrid Narrativa española fuera de España. (N) Max AUB, Campo del Moro («El Laberinto Mágico», V); Simón OTAOLA, El cortejo; AYALA, El fondo del vaso. (P) GUILLÉN, A la altura de las circunstancias.

1964 (CHP) Nace la revista Los Sesenta (México) (E) E. DÍEZ-CANEDO, Estudios de la poesía española contemporánea. (N) SENDER, La aventura equinoccial de Lope de Aguirre. (P) Jomi GARCÍA ASCOT, Un otoño en el aire; PASCUAL BUXÓ, Boca del solitario; CERNUDA, La realidad y el deseo (edición definitiva). (T) Luisa CARNÉS, Los vendedores del miedo; MORALES, Los culpables; SENDER, Jubileo en el zócalo.

1965 (CHP) Se inicia la publicación de Cuadernos de Ruedo Ibérico (París). (N) Max AUB, Campo francés («El Laberinto Mágico», IV); J. IZCARAY, Las ruinas de la muralla; M.T. LEÓN, Menesteos, marinero de abril. (P) L. RIUS, Canciones de amor y sombra. (T) Max AUB, Las vueltas; MORALES, Teatro de una pieza; VILALTA, Trío.

1966 (CHP) Se promulga la «Ley de Prensa e Imprenta», conocida como «Ley Fraga» (18-III). (E) MARICHAL, Juan, El nuevo pensamiento político español. (P) GARCÍA ASCOT, Estar aquí; REJANO, Elegía rota para un himno. (T) Paco Ignacio TAIBO, El juglar y la cama; VILALTA, El 9.

1967 (CHP) Regreso del exilio de Manuel Andújar. (P) F. GINER DE LOS RÍOS, Elegías y poemas españoles; GUILLÉN, Homenaje. (T) Álvaro ARAUZ, Morir de pie; TAIBO, Los cazadores y La quinta parte de un arcángel.

1968 (CHP) Muere León Felipe en México. (N) Max AUB, Campo de los almendros («El Laberinto Mágico», VI); IZCARAY, Madame García tras los cristales. (P) Federico PATÁN, Los caminos del alba; T. SEGOVIA, Historias y poemas. (T) ARAUZ, Los leales; Max AUB, El cerco; SENDER, Don Juan en la mancebía.

1969 (CHP) Max Aub viaja por primera vez a España desde el inicio de su exilio. Congreso «La emigración ante sí misma: historia y literatura» (Wesleyan) (N) Pablo de la FUENTE, El retorno. (P) Juan LARREA, Versión Celeste. (T) Max AUB, Retrato de un general.

1970 (CHP) Regreso del exilio de José Bergamín. (N) M.T. LEÓN, Memoria de la melancolía; ROBERTO RUIZ, Los jueces implacables. (P) GARCÍA ASCOT, Haber estado allí; GUILLÉN, Guirnalda civil. (T) VILALTA, Cinco obras en un acto.

1971 (CHP) Max Aub publica en México La gallina ciega. Diario español. (P) Max AUB, Versiones y subversiones. (T) Max AUB, Los muertos; MORALES, Teatro.

1972 (CHP) Segundo viaje de Max Aub a España (primavera) y muerte en México (23-VII). (P) T. SEGOVIA, Terceto.

1973 (P) RODRÍGUEZ CHICHARRO, Aguja de marear.

1974 (CHP) Regreso del exilio de Rosa Chacel. (P) J. PASCUAL BUXÓ, Lugar del tiempo. (T) MORALES, No son farsas.

1975 (CHP) Muerte del dictador Francisco Franco en Madrid (20-XI). Decreto de indulto que acaba con el exilio (25-XI). (E) AYALA, Francisco, El escritor y su imagen. (P) HERRERA PETERE, Cenizas; REJANO, Alas de tierra.

1976 (CHP) Regreso a España de José Bergamín (abril). Decreto de amnistía (30-VII). Jorge Guillén recibe el «Premio Cervantes». Estreno en el Teatro Reina Victoria de Madrid de El Adefesio de Rafael Alberti, con María Casares en el papel de Gorgo (24-1X).

1977 (CHP) Regreso de Rafael Alberti del exilio. Obtiene acta de diputado por Cádiz en las primeras elecciones democráticas. Primer viaje de Juan Larrea a España desde el inicio de su exilio (diciembre). Se publica en Madrid el estudio El exilio español de 1939 (6 vols.), dirigido por José Luis Abellán.

1978 (CHP) Estreno de Noche de guerra en el Museo del Prado, de Rafael Alberti, en el Teatro María Guerrero de Madrid, Centro Dramático Nacional (29-XI).

1979 (CHP) Muere en Santa Bárbara, California, Arturo Serrano Plaja (27-VII).

1980 (CHP) Muere el 13 de marzo Juan Larrea en Córdoba (Argentina).

1981 (CHP) Rafael Alberti recibe el «Premio Nacional de Teatro» y María Zambrano, el «Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades». Jorge Guillén es nombrado Doctor Honoris Causa por la Universidad de Málaga.

1982 (CHP) Muere Ramón J. Sender en San Diego (EE.UU). Congreso «The Literature of Hispanic Exile» (Columbia, Missouri).

1983 (CHP) Muere José Bergamín en Madrid. Rafael   —36→   Alberti recibe el «Premio Cervantes». Inauguración de la exposición «El exilio español en México» (Ministerio de Cultura, Madrid).

1984 (CHP) Muere Jorge Guillén en Málaga (6-II). Regreso del exilio de María Zambrano (noviembre). El Ministerio de Cultura otorga una ayuda oficial a Rosa Chacel para que no abandone España. Ciclo de conferencias «Literatura y compromiso político de los años 30. Homenaje a Gil-Albert» (Dip. de Valencia, Círculo de Bellas Artes de Madrid e Instituto de Cooperación Iberoamericana). Gil-Albert recibe la Medalla de Oro de Bellas Artes y Claudio Sánchez Albornoz, el «Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades».

1985 (CHP) Se inicia la colección «Memoria Rota. Exilios y Heterodoxias» de la Editorial Anthropos (Barcelona). Rosa Chacel recibe una pensión vitalicia de la Diputación y el Ayuntamiento de Valladolid que le permitirá residir en España. Gil-Albert es nombrado Doctor Honoris Causa por la Universidad de Alicante (enero).

1986 (CHP) Simposio «La emigración y el exilio de la literatura hispánica del siglo XX» (Syracuse University).

1987 (CHP) Rosa Chacel recibe el «Premio Nacional de las Letras Españolas». Inauguración del Centro Documental de Autores y Temas Jiennenses de la Diputación Provincial de Jaén, que conserva el Fondo Documental Manuel Andújar, cedido por el autor. Números monográficos de la revista Anthropos sobre María Zambrano (marzo-abril) y Manuel Andújar (mayo). María Zambrano es nombrada Doctora Honoris Causa por la Universidad de Málaga. Constitución de la fundación María Zambrano en Vélez-Málaga. Congreso «El exilio español de la postguerra» (Fundación Sánchez-Albornoz, Madrid).

1988 (CHP) Muere María Teresa León en Majadahonda (Madrid) el 13 de diciembre. Francisco Ayala recibe el «Premio Nacional de las Letras Españolas» y María Zambrano, el «Premio Cervantes». La revista Anthropos dedica un número monográfico a Rosa Chacel (junio). Simposio conmemorativo del centenario del nacimiento de Benjamín Jarnés celebrado en Zaragoza (octubre). El pleno del Ayuntamiento de Segorbe (Castellón) aprueba por unanimidad la compra del Archivo y Biblioteca Max Aub (11-XI). La Comisión de Gobierno de ese ayuntamiento acuerda la creación de la Fundación Max Aub (10-XII).

1989 (CHP) Homenaje a María Teresa León organizado por la Universidad Complutense de Madrid (cursos de verano de El Escorial). Congreso Internacional sobre Rafael Alberti en Cádiz. Simposio Internacional «El exilio de las Españas de 1939 en América: ¿Adónde fue la canción?» (Univ. de Maryland, EE.UU). Congreso «Medio siglo de cultura: exilio, franquismo y democracia (1939-1989)» (Univ. de Amsterdam). Congreso «La guerra civil y el exilio español en Puerto Rico y el Caribe» (Univ. de Puerto Rico). Curso «El destierro español en América: un trasvase cultural» (Univ. Internacional Menéndez y Pelayo). Número monográfico El exilio español en Hispanoamérica de la revista Cuadernos Hispanoamericanos (Madrid, nov.-dic.).

1990 Homenaje a María Teresa León en el Centro Cultural de la Villa de Madrid (mayo). Número monográfico de la revista Anthropos sobre Juan Gil-Albert (julio-agosto). Coloquio sobre «Escritores españoles exiliados en Francia. Agustín Gómez-Arcos», organizado por la Fac. de Humanidades de Almería y el Instituto de Estudios Almerienses (noviembre).

1991 (CHP) Muere en Madrid María Zambrano (6-II). Francisco Ayala recibe el «Premio Cervantes». Acuerdo del Ayuntamiento de Segorbe y la Fundación Caja Segorbe para depositar provisionalmente el legado Max Aub en esa institución.

1992 (CHP) Rafael Alberti recibe la Medalla de Oro de Bellas Artes. Seminario «Max Aub, prototipo del intelectual comunitario para el siglo XX», organizado por la Univ. Jaume I de Castellón y celebrado en Segorbe (julio). Números monográficos de la revista Anthropos sobre José Ricardo Morales (junio) y Francisco Ayala (diciembre).

1993 (CHP) Rosa Chacel recibe la Medalla de Oro de Bellas Artes. Número monográfico de la revista Anthropos sobre Antonio Sánchez Barbudo (octubre). Ciclo sobre «La literatura española del exilio» (marzo-mayo) y I Simposio sobre «El exilio literario español. Homenaje a Max Aub» (diciembre), organizados por el GEXEL (U.A.B.). Congreso Internacional «Max Aub y el laberinto español», celebrado en Valencia y Segorbe (diciembre).

1994 (CUP) Mueren Federica Montseny (Toulouse, Francia, 14-I), Manuel Andújar (Madrid, 14-IV), Juan Gil-Albert (Valencia, 3-VII), Pere Calders (Barcelona, 21-VII) y Rosa Chacel (Madrid, 27-VII).

1995 (CHP) Congreso Internacional sobre Sender en Huesca (abril). Congreso Internacional sobre R. Dieste en La Coruña (mayo). Muere en Nerja (Málaga) Francisco Giner de los Ríos (21-V) y en Palm Beach Garden, (Florida, USA), Antonio Sánchez Barbudo (19-agosto). Celebración en Bellaterra del Primer Congreso Internacional sobre «El exilio literario español de 1939», organizado por el GEXEL de la UAB (noviembre).



  —37→  

ArribaAbajoBreve informe sobre el exilio literario catalán

María Campillo


Universitat Autónoma de Barcelona

La reconstrucción del exilio literario catalán tiene su principal dificultad en la dispersión que caracterizó el destino final de los escritores emigrados y en la atomización (y el correspondiente riesgo de extravío o deterioro) de las fuentes documentales que registran su actividad cultural en los países de acogida. Ha encontrado, sin embargo, un aliado en el memorialismo. En efecto, en los últimos años, diversos libros de memorias -entre los que se cuentan Memòria d'un exili. Xile 1940-1952, de Xavier Benguerel; los sucesivos volúmenes debidos a la prodigiosa capacidad evocativa de Avel.lí Artís-Gener («Tísner») y titulados Viure i veure; la versión definitiva de la crónica de Anna Murià sobre la vida y entorno del poeta Agustí Bartra, o el conjunto de artículos de Artur Bladé i Desumvila recopilados en De l'exili a Méxic-, iluminan, desde prismas diferentes, experiencias y personajes que forman parte de la peripecia colectiva en su vertiente americana. Una vertiente que ha sido favorecida, también, por las diferentes Jornades d'Estudis CatalanoAmericans, de cuyos trabajos dan cuenta los volúmenes de actas, editados por la «Comissió América i Catalunya, 1992», aunque en ellos las aportaciones dedicadas a aspectos del exilio republicano -y, en concreto, al exilio de los intelectuales- aparezcan de forma un tanto dispersa, en parte porque la óptica que presidió estos encuentros abarcaba múltiples intereses y una gran variedad de disciplinas de las ciencias humanas y sociales.

Es cierto que los marcos muy globales, como el de las relaciones americanas, contribuyen a emplazar el fenómeno del exilio del 39 en la perspectiva general de los nexos interculturales, con sus antecedentes y contextos. Es también el caso de un catálogo como el que ofrece el Diccionari dels catalans a América. Contribució a un inventari biogràfic, toponímic i temàtic, dirigido por Albert Manent, que sitúa a los escritores entre el resto de mortales con los que compartieron fortuna o infortunio. Pero en una y otra ocasión algo se pierde: en primer lugar, la frontera que separa la diferencia entre emigración y emigración política. Después, una especificidad profesional que, en los escritores catalanes, suma, al resto de inconvenientes, el de la «incomunicación forzosa» con el público lector a causa de la invalidez en el mercado de su principal instrumento de trabajo, la lengua, fuera del territorio donde precisamente había sido prohibida.

De cualquier forma, el exilio americano se nos representa más delimitado: en las formas que lo caracterizan, en los grupos y plataformas de actuación, en las repercusiones sobre la producción literaria. El europeo, en cambio, aparte de la primera etapa de Francia, está compuesto -por lo que se refiere, concretamente, a los escritores- por individualidades, relacionadas, bien es cierto, con proyectos colectivos (como la Revista de Catalunya) o con núcleos de intelectuales ya constituídos (en el sur francés o en Londres, y posteriormente en París; o en Ginebra, entorno de los organismos internacionales), pero que no dejan de ser, incluso por la dispersión geográfica, individualidades. Lo es Carles Riba, en el inmediato exilio, en Bierville, y lo será Mercé   —38→   Rodoreda en su trayectoria entre Burdeos, París, Ginebra, por escoger dos ejemplos de escritores bien diferenciados en el terreno literario y en el momento de retorno a Catalunya. Los papeles y documentos que han dejado (los de Riba publicados, en parte, en la edición de la correspondencia llevada a cabo por C. J. Guardiola; los de Rodoreda, legados a l'Institut d'Estudis Catalans), así como los de Domènec Guansé (desconocidos hasta hace poco tiempo), los de Carles Pi i Sunyer (reunidos en la fundación que lleva su nombre) o los recientes hallazgos de dietarios de Ferran Soldevila, dan muestra de las muchas piezas que habrán de tenerse en cuenta para una reconstrucción completa de la historia de los intelectuales en el exilio.

Todo ello debe sumarse a la bibliografía clásica sobre el éxodo y sus consecuencias inmediatas: la no superada crónica de la derrota Els darrers dies de la Catalunya republicana, de Antoni Rovira i Virgili, publicada en Buenos Aires en 1940; el testimonio de los primeros años de emigración que constituye L'exiliada, de Bladé i Desumvila (1976) o la primera parte de De lluny i de prop (1973), de Lluís Ferran de Pol, sobre el campo de concentración de Saint Cyprien; así como las experiencias noveladas por Xavier Benguerel (Els fugitius, 1956, reelaborada en Els vençuts, 1984), por Joaquim Amat-Piniella, superviviente de los campos de exterminio nazis (a KL Reich, 1963), o por Agustí Bartra (Crist de 200.000 braços, 1968, sobre los campos franceses). Y debe considerarse en relación con el que todavía es el único compendio sistemático, recientemente completado, de la actividad literaria en el exilio: La literatura catalana a l'exili (1976), de Albert Manent, catálogo descriptivo y estudio de la producción editorial en sus diversos ámbitos y géneros y de las condiciones sociológicas en que se produjo.

Historia externa

a)«Tristes banderes del crepuscle...»

Una de las cosas que caracteriza el éxodo de los escritores catalanes afectos a la Generalitat y a la República (el núcleo mayoritario y más representativo) es que se produjo casi en bloque y muy a última hora. Aparte de los que se encontraban en el frente (Tísner, Ferran de Pol, Vicenç Riera Llorca, Pere Calders, Joan Sales, Josep Sol...), que siguieron los destinos de sus respectivas compañías, la mayoría de los que estaban en Barcelona salieron de la ciudad entre mediados de enero del 39 y los días 23 y 24 del mismo mes, es decir, dos días antes de la ocupación definitiva de la capital catalana. La Conselleria de Cultura había procurado algunos medios de transporte, entre los que se encontraba el «Bibliobús» (autocar de los «Serveis de Cultura al Front»), para evacuar a los más comprometidos y, especialmente, a los miembros de la Institució de les Lletres Catalanes, el organismo que agrupaba a los intelectuales más prestigiosos y que tuvo su última reunión en Barcelona el 23 al mediodía. Su presidente, el ya venerable escritor Josep Pous i Pagés, y su vicepresidente, Carles Riba, habían salido pocos días antes, por sugerencia del Conseller de Cultura, Carles Pi i Sunyer. El Mas Perxés de Agullana, cercano a la frontera, acogió al resto de sus titulares (escritores, críticos, historiadores y filósofos) y miembros del Secretariado que encabezaba Francesc Trabal, entre los que se encontraban Mercè Rodoreda, Anna Murià y el redactor jefe de la Revista de Catalunya, Armand Obiols. Después de unos días esperando los trámites correspondientes, pasaron a Francia. Algunos atravesaron las montañas, a pie, «una nit de lluna plena» («... si la lluna feia el ple / també el féu la nostra pena»), como recordaría Joan Oliver / Pere Quart en unos versos de Corrandes d'exili; los de más edad, con sus familias, formaban una comitiva presidida por Pompeu Fabra, el geógrafo Pau Vila y el que había sido el último rector de la Universitat Autònoma de Barcelona, Pere Bosch Gimpera. De manera emblemática Carles Riba pasó la frontera con Antonio Machado (y el tiempo diría hasta qué punto lo que se perdía con ellos no volvería nunca de la misma forma). Carles Rahola, que estaba preparado para irse, creyó que su edad y su catolicismo manifiesto le evitarían represalias y, sin tener en cuenta precedentes como el de Manuel Carrasco i Formiguera, volvió a Girona, donde fue fusilado meses después.

Los episodios relativos a la llegada de los perdedores a territorio francés han sido glosados en diversas ocasiones: desde la vertiente más amarga (la de las reclusiones en los campos de concentración en condiciones infrahumanas) a la más amable (la que recoge C.A. Jordana, por ejemplo, en la narración Pa francés); y, también, la más solidaria, llevada a cabo por algunos particulares que acogieron familias enteras, o por organismos oficiales del exterior, encargados de ofrecer recursos y de gestionar la salida de los campos. Un grupo de escritores catalanes resultó particularmente afortunado al formar parte del contingente de profesionales y artistas españoles que fueron instalados por el gobierno francés en los Auberges de la Jeunesse de Roissy-en-Brie. Entre ellos, había una parte de los miembros de la Institució de les Lletres, con el incansable Trabal a la cabeza; más tarde se sumarían Pere Calders y el dibujante Enric Cluselles (que había ilustrado la crónica del frente Unitats de xoc, del mismo Calders), evadidos los dos, con Tísner y otros, del campo de Prats de Molló. Y Agustí Bartra, que provenía del de Agde.

A partir de octubre, con la guerra y la progresiva ocupación alemana de Francia, los refugiados quedan entre dos fuegos (pocas veces se ha sugerido mejor este impacto que en el relato Orleans, 3 quilòmetres, de Mercé Rodoreda) y vuelven a reemprenderse gestiones con los servicios de evacuación y auxilio a los refugiados españoles, el SERE y la JARE, dirigidas a conseguir pasajes para América. Por otra parte, la vida cultural iniciada en Francia (en París, con la «Fundació Ramon Llull», en Montpellier o en Tolouse) queda bloqueada y son pocos (Riba, Maurici Serrahima, Ferran Soldevila) los que confían en poder volver a Catalunya en sólo unos años. La mayoría deciden emprender,   —39→   como muchos de los exiliados de las más variadas condiciones, la aventura americana: el grupo de Trabal, Oliver y Benguerel, con Jordana y Doménec Guansé, hacia Chile; otros, entre los que se contaban Obiols y Rodoreda (después se quedaron en Europa, como Lluís Montanyá o Rafael Tasis) hacia México, la República Dominicana o La Martinica. Diversos barcos, como el «Sinaia», el «Ipanema», el «Mexique», el «Nyassa», el «Florida» (cuya vida a bordo conocemos por las crónicas y memorias que dejaron Jordana, Guansé, Benguerel u Oliver, recientemente reunidas en volumen) o el «Maréchal Lyautey» transportaron, con sobrecarga, a las víctimas del primer acto de la Segunda Guerra que no conseguían, a pesar de todo y por lo que parece (los recuerdos de Artur Bladé y de Josep Maria Francès, en las Memorias de un cero a la izquierda, sobre el viaje del «Maréchal» son elocuentes), sustraerse a los conflictos políticos de todo tipo.

Las formas de subsistencia fueron muy variadas y casi nadie desdeñó «cualquier trabajo que fuera capaz de hacer sin perder la dignidad», como aconsejaba Josep Carner, en México, a los que le visitaban. Muchos encontrarían, con el tiempo (los escritores eran, al fin y al cabo, personal cualificado), ocupaciones afines a su oficio, en la enseñanza, el periodismo o, especialmente, en el campo editorial. A partir de 1946, la decepción producida por la continuidad del régimen franquista después de la esperada victoria de los aliados empieza a convertir la repatriación en un problema. Los que deciden regresar (Joan Sales, Ll. Ferran de Pol, Oliver, Benguerel, Tasis, Ramon Vinyes...) se enfrentan a las dificultades legales y, a la vez, a la incomprensión de los que se quedan, algunos de los cuales no consideran conveniente el retorno hasta la caída del general Franco. Más adelante, avatares familiares y profesionales, y la lenta apertura del régimen, deciden un nuevo contingente de repatriaciones, a partir de los años sesenta (Calders, Tísner, Guansé...). Habrá quien ya no regrese nunca (Trabal, Jordana); o nunca para quedarse y, entre ellos, dos de las figuras más emblemáticas de la Catalunya contemporánea: el músico Pau Casals y el poeta Josep Carner, quien había condensado la desolación del destierro en la imagen bíblica del ángel expulsor, Ni siquiera terrible; un ángel triste de torcida espada: «en mos camins d'un temps, hom pot trobar-hi / un ángel trist amb el seu glavi tort».

)«... i els batuts van retrobant-se soldats»

La primera característica de la vida cultural catalana en el exilio es que se organiza sobre pequeños núcleos y agrupaciones que ya existían con anterioridad (en Argentina, en Chile, en México) y que eran consecuencia de la voluntad asociativa y cultural de los catalanes residentes en América. Vencidas las reticencias iniciales (la inquietud de algunos por el comportamiento de «los rojos» que la propaganda franquista no cesaba de fomentar), los recién llegados tuvieron acceso a unas plataformas (centros, revistas) que recibieron un nuevo y renovador impulso. En Argentina, por ejemplo, existían instituciones catalanas desde 1857; el «Centre Catalá» de Buenos Aires fue creado en 1886 y había otros en ciudades del interior. Desde 1916 (hasta 1972) se publicó la revista mensual Ressorgiment, dirigida por Hipòlit Nadal i Mallol. Con una tirada de 1.500 ejemplares, fue tribuna de la izquierda nacionalista (recoge la tradición de la Unió Catalanista) y en ella colaboraron, por ejemplo, Manuel Serra i Moret, Pere Foix, Emili Granier Barrera, Víctor Castells o, para indicar diferentes tendencias ideológicas, Ángel Samblancat o Jordi Arquer. Un carácter más literario tiene Catalunya, también fundada en Buenos Aires en 1930, y que aparecería, mensualmente (con una tirada de 2.000 en sus mejores tiempos) hasta 1965 (aunque interrumpida entre el 49 y el 54). Fue muy pronto tribuna de los exiliados: Guansé enviaba crónicas desde Roissy-en-Brie y escribieron en ella, entre otros muchos, Ferran Soldevila, Rovira i Virgili, Bartra, Anna Murià, Calders, Benguerel y un largo etcétera que incluye, también, versiones catalanas de poetas latinoamericanos. Esta revista fue la primera que originó una editorial, gracias a la entidad «Agrupació d'Ajut a la Cultura Catalana»: las «Edicions de la Revista Catalunya» que publicarían seis volúmenes entre finales de 1939 y 1941, entre ellos Nabí, de Josep Carner.

En Chile, las actividades más importantes se dan en torno al Centre Catalá, creado en 1906 y que contaba también la revista Germanor (1912-62), que fue ocupada enseguida por el grupo proveniente de la Institució de les Lletres Catalanes. Dirigida por Joan Oliver desde 1940 (hasta el 43; más tarde la dirigirá Guansé), tiraba 1.000 ejemplares y contó con un buen equipo de colaboradores, entre los que se encuentran Benguerel, Jordana, Trabal, Tasis, Vicenç Riera Llorca y el filósofo Josep Ferrater Mora. También l'Orfeó Català de México D. F. (creado a principios de siglo) es renovado: acogerá actividades muy variadas (teatro, canto coral, danza) y diversas instituciones culturales, como el Pen Club Català, la Unió de Periodistes de Catalunya a Mèxic o la Institució de Cultura Catalana. Otros centros dispersos, como el de Caracas, creado en el 45 por August Pi i Sunyer, o el Patronat de Cultura de Colombia, en el 46, dan razón de una trama cultural que tenía su complemento en las emisiones radiadas, semanales o diarias, que llevaban por título «Hora catalana», cuyo análogo europeo eran las emisiones en catalán radiadas por la BBC de Londres, coordinadas por «Jorge Marín», (seudónimo de Josep Manyè), y que fueron clausuradas por presiones del gobierno español.

Por lo que se refiere al campo editorial, hay que tener en cuenta, en primer lugar, la aportación catalana al mundo de la edición latinoamericana, ya que entre los exiliados había un buen contingente de profesionales de todo tipo familiarizados con la industria del libro: desde editores a correctores de estilo, pasando por traductores, revisores de originales, ilustradores, además de toda la gama de especialistas en las artes gráficas (un sector mayoritariamente adscrito a la CNT y que se exilió masivamente). Así, la edición en lengua castellana se vio renovada y amplió su oferta (con las traducciones   —40→   de la novelística europea de actualidad, entre otras cosas), desplegando un mercado renovador e incisivo que en algún caso, como es el de la Unión Tipográfica Editorial Hispanoamericana, llegaría hasta Barcelona (en los sesenta, lo que permitió el retorno, por ejemplo, de Pere Calders, que llevaba trabajando en la UTEHA más de veinte años). En lo que atañe a la edición en lengua catalana, la producción no es completamente descorazonadora si tenemos en cuenta las condiciones anómalas en las que se produce. Además de las ya mencionadas «Edicions de la Revista Catalunya» (1939-41) de Buenos Aires, deben contarse, en México, las de Bartomeu Costa-Amic (40 títulos, entre 1942 y 1962), la «Col.lecció Catalònia» de Avel.lí Artís i Balaguer y, más tarde, en 1952, «Edicions Catalanes de Mèxic», orientadas por Ramon Fabregat, a la que sucedería, en 1955, «Editorial Xaloc», promotora de la revista Pont Blau. La colección «El Pi de les Tres Branques», creada en 1947 por Joan Oliver i Xavier Benguerel, pudo editar sólo siete libros, pero algunos tan significativos como Elegies de Bierville, de Riba, en 1948.

Según Albert Manent, el momento álgido de las publicaciones de todo tipo se produce entre los años 1945 y 1947. Más tarde, la lenta (y muy condicionada por la censura) recuperación de las ediciones en el interior y el progresivo retorno de los exiliados, reducen el sentido de las ediciones del exilio. Así, la creación de les «Edicions Catalanes de París», iniciadas el año 1969 con el volumen Poesía catalana de la guerra d'Espanya i de la resistència (que el profesor Joaquim Molas firmaba con el televisivo pseudónimo de Stephen Cartwright) anuncia el inicio de un cambio: se publicará, directamente, para el consumo clandestino del interior.

La creación de revistas catalanas, como la incorporación a las ya existentes, responde en gran manera a la voluntad de sostener la salud de la actividad cultural, y, ciertamente, si hubiéramos de regirnos exclusivamente por las publicaciones periódicas, la variedad y el espíritu polémico y competitivo de algunas de ellas denotan una normalidad que el clima intelectual del exilio está muy lejos de alcanzar. Entre las institucionales, la más importante y emblemática es sin duda la Revista de Catalunya, cuya primera etapa se remonta a 1924 y que había adquirido su máxima significación en el período de guerra, en los espléndidos 12 números de 1938 (el de enero del 39 quedaría en prensa), que vinieron a representar el estrato superior del frente cultural de la intelectualidad catalana (una función similar a la que ejercía Hora de España para la intelectualidad castellana). La historia de la revista en el exilio es, como ya se ha dicho, la del judío errante. de París a México, vuelta a París en el 47 y de allí a Sao Paulo. Y nuevamente a México, donde se publicó, en 1967, el número 106, el epígono de una quimera de continuidad imposible. En su azarosa trayectoria contó, sin embargo, con las colaboraciones más prestigiosas del mundo cultural catalán: historiadores, escritores, políticos y profesionales de diferentes campos del arte, de la ciencia o de la medicina (entre ellos el Dr. Trueta) constituyen una nómina larga y variada en lo que atañe a su dispersión geográfica.

Entre las publicaciones de grupo, más incisivas porque responden a concepciones político-culturales específicas, cabe destacar la controvertida Quaderns de l'Exili, proyectada por el núcleo de Joan Sales, Raimon Galí, L. Ferran de Pol y J. M. Ametlla; publicaría 26 números entre los años 43 y 47 y llegaría a tirar 4.000 ejemplares. Entre las que se deben a iniciativas personales, son importantes Lletres (1944-48), revista netamente literaria debida al esfuerzo de Agustí Bartra, ayudado por Anna Murià, Josep Carner y Pere Calders. Publica creación (Rodoreda, por ejemplo), ensayo, crítica y traducciones, especialmente de poesía angloamericana. Por su parte, Avel.lí Artís i Balaguer inició, en 1946, en México, La Nostra Revista, de la cual fue director, impresor y coordinador hasta su muerte. Se anunciaba como «un arxiu de dades per als curiosos d'avui i els investigadors de demá» y, en efecto, las crónicas de la vida bajo el franquismo, el periodismo de actualidad, los ensayos de temática variada, la poesía o la crítica de libros, hicieron de ella una amplia plataforma cultural atenta a la vida política. Sus 75 números acogen a muchos colaboradores, de tendencias ideológicas y estéticas muy diversificadas: desde Rovira i Virgili a Manuel Serra i Moret o a Manuel Cruells; desde Ramon Vinyes a Pere Calders o a Joan Fuster, aparte de los dos sucesivos redactores-jefe, Vicenç Riera Llorca y Joan Rossinyol, y de las corresponsalías de París (Rafael Tasis) y del interior (Antoni Ribera). La muerte de su fundador, en el año 54, fue también la de la revista, pero su hijo, «Tísner», fundó, un año después, con la ayuda de la Institució de Cultura Catalana a Mèxic, La Nova Revista, que se presentaba como continuadora de la anterior y que apareció bimensualmente hasta octubre del 58.

También en México aparecería una revista representativa de un cambio. El simbólico Pont Blau que le da nombre indica deliberadamente su carácter de puente entre dos mundos y la progresiva orientación de la diáspora hacia el interior. Subtitulada Literatura, Arts, Informació, fue iniciada en 1952 por Ramon Fabregat y apareció, mensualmente, hasta diciembre del 63, sostenida por las suscripciones y los anuncios. La dirigía Vicenç Riera Llorca y, de entre el numeroso repertorio de colaboradores y espacios -que muestran especial atención a la literatura-, pueden destacarse, entre otras cosas, los artículos de Joan Fuster; los de Rafael Tasis y Domènec Guansé, sobre escritores o panoramas literarios; la extensa información sobre libros en recensiones, comentarios o notas; la creación poética, la narrativa, los dietarios. La revista fue plataforma de algunas polémicas literarias y acogió documentos censurados en el interior. Expresaba, así, una vocación de tribuna de libre ejercicio crítico y, también, unas necesidades de regularidad cultural que en los sesenta se volvían, ya, apremiantes.

Otras revistas e instituciones (como son los premios literarios o los «Jocs Florals», que se reanudaron en 1941 con   —41→   un carácter itinerante) y otros ámbitos de intervención catalana no estrictamente literarios (el de las artes plásticas o el de la música, por ejemplo) completarían un panorama que parece correlativo con la imagen expresada por el escritor Josep Navarro-Costabella a propósito de la derrota: «El 1939 Catalunya s'exilià».

La creación literaria

Las consecuencias de la derrota del 39 sobre la sociedad catalana suponen, como es conocido, la destrucción o la suspensión de todo lo que se ha ido edificando a lo largo de un siglo con el objetivo de organizar -desde la política, desde la cultura- una vida colectiva plausible. Conviene recordar la posición precisa en que las circunstancias históricas sitúan el doble exilio de los intelectuales catalanes (en ocasiones, el exilio interior adquiere tintes no menos trágicos que la emigración), porque generó determinados usos literarios del tema en la producción de los escritores: desde los arquetipos de origen clásico o bíblico que estructuran la poesía postsimbolista -Carner y Riba, especialmente- a la configuración de una determinada imagen de América en la narrativa.

No resulta extraño, pues, que al arquetipo homérico del exiliado -evidente en la obra de Bartra, por ejemplo, pasado por el modelo joyciano en Jordana- algunos escritores superpongan el éxodo bíblico como figuración de la dispersión de un pueblo y de la imposibilidad de retorno a un lugar y a un tiempo definitivamente perdidos e irrecuperables. Así, los motivos que configuran el exilio como tema literario (el viaje a lo desconocido, el destino incierto) quedan connotados no sólo por el signo imperativo de aventura no elegida que caracteriza al exilio político, sino también por las marcas del viaje sin retomo. Entre otras cosas, porque la noción de patria ya no es una recurrencia que pueda remitirse a una imagen acabada y fijada como la de una Ítaca, sino a un proyecto en construcción abortado («qui pogués oblidar la ciutat que s'enfonsa!», escribiría el poeta Màrius Torres en el año 39). Un proyecto posible en la memoria y puro, si se quiere, en su misma ruina (para usar una imagen de Riba, de la Elegía II), pero ruina al fin y al cabo. Es decir, literariamente inviable como «tierra natal» donde volver, donde explicar las gestas, donde reposar definitivamente bajo techo propio.

De esta forma, el carácter de desposeído que determina la imagen del exiliado político -del propio escritor- interviene en la formulación literaria de una realidad histórica que si bien no puede dar, por sí sola, una unidad de sentido a la producción de los escritores de la diáspora, genera, en cambio, una temática distintiva sobre la cual puede operarse desde diversos modelos estéticos (no sólo el testimonial). Una temática que se nutre de algunos motivos arquetípicos del «viaje»: la atracción por lo desconocido y por lo exótico, la fascinación por «la diferencia», la nostalgia, la adaptación al medio, etc. Todo ello forma parte de la narrativa de Riera Llorca (Tots tres surten per l'Ozama, novela de «supervivientes» en la República Dominicana); de Artís-Gener (Les dues funcions del circ, o Paraules d'Opoton el Vell, una fabulación sobre universos culturales en forma de Crónica de Indias a la inversa); de Jordana (El món de Joan Ferrer, testimonio autobiográfico de gran ambición formal, o la deliciosa novelita El Rusio i el Pelao, que recrea el ambiente de los suburbios de Santiago de Chile a través de dos «rotitos»); de Calders (la novela L'ombra de l'atzavara o la brillante incursión en la, según él mismo, «rara, petita i desesperada història de l'indi» que constituyen las narraciones de Gent de l'alta vall y Aquí descansa Nevares); de Ferran de Pol (las narraciones del volumen Entre la ciutat i el trópic y Érem quatre, una novela de «búsqueda» estructurada en torno al mito de Quetzalcoatl); de Ramon Vinyes (los relatos reunidos en A la boca dels núvols y Entre sambes i bananes), entre otros. Y todo ello, además, es vehiculado por diferentes formas de escritura: desde la crónica testimonial y el apunte de costumbres al relato existencialista o a la novela psicológica, pasando por el realismo mágico de un Ramon Vinyes.

Modelos y arquetipos tienen una constante: la presencia del conflicto de personajes situados en una realidad extraña y desconocida, que no pueden controlar y a la que no pueden enfrentarse porque no encuentran la manera de hacerlo (ni tienen la voluntad, muchas veces) y que acaba destruyéndoles. Así pues, en la narrativa del exilio americano, el choque o la sorpresa frente a realidades nuevas y desconcertantes acaba en una lucha tenaz por la supervivencia física y moral en un medio progresivamente extraño y hostil (Tots tres surten per l'Ozama, Les dues funcions del circ, por ejemplo). Un medio donde pululan personajes en disolución, que encarnan las múltiples caras del desposeído y que son finalmente devorados. Como expresa el protagonista, un exiliado, de la novela mexicana de Calders: «El pais se'l menjava lentament, amb una flemàtica masticació de rumiant».

Y es así porque las muchas incertidumbres males, y la de la posibilidad del regreso no es la menor, acaban configurando una tipología literaria de exiliados para los que la inadaptación genera la renuncia, la diferencia se vuelve extranjeridad sin remedio y los problemas referibles a la añoranza o a la nostalgia se resuelven en declaradas cuestiones de identidad. Como sucede en el relato Naufragis (de La ciutat i el trópic), cuyo protagonista no puede sobrevivir al vértigo de un trópico asfixiante, a una vida que refleja el triunfo del orden «natural» y que (a diferencia de otros tratamientos que ha recibido el mismo tema, por ejemplo el de Los pasos perdidos de Alejo Carpentier) pone de manifiesto todo lo que tiene la condición humana de caótico y de trágico y que destruye -substituye, en una especie de restauración de los orígenes- todos los esfuerzos del hombre para constituirse en ser aproximadamente libre. El encuentro con una mujer de origen francés, indianizada, revela una suma de identidades que oscila entre un «aquí» (caracterizado por la esencialidad de las formas primitivas de la existencia) y un «allá» irrecuperable (su origen europeo apenas perceptible   —42→   en la sencilla canción francesa que gusta de oír pero que no puede entender). Irrecuperable porque el orden natural vence siempre al orden humano, como la selvática vegetación ha invadido los jardines y las casas de los colonos franceses, como la epidemia puede más que los médicos y voluntarios que han ido a cortarla, y como el propio protagonista, incapaz de dirigir su destino, será engullido por el trópico, en una de las variadas formas del «viaje sin retorno». El personaje femenino, la india rubia (de un atractivo terrible y peligroso por su intrínseca ambigüedad), actúa de premonición y de espejo, como los restos de árboles, pelados y embarrancados en la playa, correlatos que «han vingut a raure aqui, jo i aquesta dona entre elles, des de lluny, i han perdut en el viatge la saba i la verdor, el sentit i el destí. Tots hem naufragat. Tots hem estat varats en aquesta platja».

Claro que la inadecuación al medio y el retorno problemático al origen perdido son literaturizados, también, con formas más benignas; pero también es verdad que, en una consideración atenta de las funciones de «América» como tema literario, predomina lo que podríamos llamar la «Amèrica furienta» para usar la terminología finisecular de Maragall («Adéu, oh tu, Amèrica, terra furienta / Som débils per tu»). Porque el caso es que, en la literatura catalana del exilio, la voluntad de explicar, con frecuencia a través de «historias de expatriados», fracasos individuales que son la consecuencia y el reflejo del fracaso colectivo, hace necesaria, temáticamente hablando, la recurrencia a una imagen de América que no es nueva (las historias de «indianos» podrían dan razón de una determinada percepción popular) y que proviene del imaginario mítico: la América misteriosa, atávica, selvática o telúrica, donde el hombre no sobrevive al hervidero del trópico, a la furia de la jungla, al desnudo vacío de las altas montañas, organismos profundos, todos ellos con vida propia. Un mito que permite caracterizar el conflicto del exiliado a través de una imposible lucha individual contra una tierra invencible y destructora, literariamente imaginada con unas formas de seducción complejas: la América hechicera, la devoradora de hombres. Una «América furiosa» que borra, en la literatura, el contexto real de la hospitalidad y, muchas veces, el de la esperanza; y que transforma la antigua imagen de la América del oro en lo que Ramon Vinyes definió como «L'Amèrica de la pobresa i del impossible retorn». Este mismo autor, que tanta influencia tuvo en la formación del «Grupo de Barranquilla», del que surgió García Márquez (quien lo caracterizaría como el «sabio catalán» en Cien años de soledad), canaliza, a través de la exuberancia peculiar de su estilo, una imagen de América espléndida y barroca, de paisajes magníficos, colores imponentes y amaneceres soberbios; la tierra del exceso, de la desmesura, de la magia. Una visión que proviene del telurismo o de una integración crítica del telurismo, que admite la distorsión de lo grotesco y de lo fantástico y el uso de una geografía inexacta y delirante. Y que admite, también, la desmitificación de un trópico despojado de elementos pintorescos y reducido a la pura esencia de las sensaciones físicas; a la imagen, al fin y al cabo, que un derrotado está en condiciones de tener.

Una América, en cualquier caso, de una grandeza ambigua y contradictoria que representa, para aquellos que se arriesgan a adentrarse, el punto y la hora de la inflexión vital: el espacio de la mutación o el de la perdición. Algo semejante a lo que debió intuir Perseo en el momento de enfrentarse a la terrible Gorgona.



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