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1062. El chiquillo

SAN LUIS

Un matrimonio tenía tres hijos varones. El menor era muy trabajador y diligente y le sabían llamar por costumbre el Chiquillo. Los otros dos mayores eran flojos y descomedidos.

Cuando los dos hijos mayores llegaron a una edad entre muchacho y hombre, pensaron en salir a rodar tierra. Pidieron permiso a los padres. La madre se desesperaba pensando lo que les podía pasar a los hijos, tan flojos, y se daba con los bastos231, llorando. El padre la convencía de que había que dejarlos ir ya que no querían estar con los padres, y le decía:

-¡Dejalos que se vayan! ¡Los piojos los van a trair, al trote, aquí a su casa! ¡Dejalos no más!

Cuando los hijos vinieron a despedirse, les dijo el padre:

-¿Qué quieren más, cien pesos cada uno, o que les eche la bendición?

Y ellos contestaron en un mismo parecer los dos, que qué podrían hacer con sólo la bendición, que ellos preferían los cien pesos cada uno.

Así fue. El padre les dio cien pesos a cada uno. Se despidieron y se fueron a caballo, los dos hermanos juntos, a rodar tierra.

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Muchos días anduvieron sin rumbo y no, encontraron trabajo. Todas las provisiones que llevaban se les habían terminado y no tenían con qué comprar nada, porque el dinero que les dio el padre, cuando quisieron echar mano de él, vieron con sorpresa que se les había convertido en carbón. Ya se morían de necesidá en pago ajeno. Hasta se habían comido los caballos que montaban. Pensaban a veces matarse uno al otro, para remediar en algo sus necesidades. No podían siquiera volver a su casa.

A todo esto estaba muy triste el Chiquillo con la ausencia de sus hermanos. Al Chiquillo también le entró la chinche por irse232. Cuando les avisó a los padres que él también quería salir a rodar tierra se desesperaron y trataron de convencerlo de que no fuera. Le decían que era muy chico, que no era capaz de gobernarse solo, y que no tenía necesidad de irse a sufrir teniendo sus padres. Pero, nada consiguieron los padres, le entró como una fiebre de irse. Le parecía que podía ayudar a sus hermanos, que lo andarían necesitando. Y los convenció a los padres diciendolés que los iba a buscar y los iba a traer a los hermanos. Al fin, el padre le dijo, para ponerle una dificultad muy grande:

-Bueno, sí, te dejaré ir, pero primero me tenís que agarrar el animal que me anda haciendo daño en la chacra.

-Bueno, mi padre -le contestó el Chiquillo-, me comprometo a pillarle el animal que le hace daño, aunque yo sé que es muy peligroso.

Esa noche se fue a la chacra para ver si podía pillar el animal, pero le fue imposible. Al día siguiente andaba por el compo, muy preocupado, pensando en cómo podía ingeniarse para hacerlo, cuando se le apareció un viejito y le dijo:

-¿Qué hacís, hijo? ¿Por qué estás tan triste? ¿En qué pensás?

El Chiquillo le contestó:

-Acá estoy, tata viejo, sin saber qué hacer para satisfacer un mandado de mi padre.

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El Chiquillo le contó todo lo que le había pasado y que su intención era ir a rodar tierra y salvar a sus hermanos. Entonces el viejito le dijo que no tuviera cuidado por nada y que él le ayudaría en todo. Le recomendó que no le dijera de esto nada a sus padres y le aconsejó que hiciera así:

-Te acostás y tratás de dormir un rato. Cuando sea más o menos la medianoche, te levantás y vas a la chacra. Allí estará el animal, comiendo. Llevás un bozal para agarrarlo, que yo te voy a ayudar a pillarlo. En este mismo animal salí de viaje mañana mismo. Tu padre se prendará de este animal tan bonito, pero no se lo vas a dejar por nada del mundo. Tus hermanos están a más de setenta leguas de aquí, y están que perecen de hambre, tratándose de matarse uno al otro para vivir. Ya se han comido un caballo. Después te daré otras recomendaciones.

Dicho esto, el viejito se fue y el muchacho tomó para su casa, a esperar la noche. Ya llegó la noche y como en las dos anteriores, le preguntó su padre:

-Y, amigo, ¿ya agarró el animal?

A lo que contestaba muy humilde el Chiquillo:

-No, mi padre.

-Bueno, entonces -decía el viejo.

Llegó la tercera noche. El muchacho se acostó y cuando eran más o menos las doce, sintió un ruido para el lado de la chacra. Se viste y sale bozal en mano. Llegó, y se sorprendió mucho de ver un animal tan bonito, bien overito, como nunca había visto nada mejor. Le pareció, eso sí, muy arisco. Trató de tomarlo, pero le fue imposible. El animal era muy ligero y sumamente desconfiado. El muchacho ya creía que no lo iba a poder agarrar, cuando sintió un ruido entre las plantas. Era el viejito. Sale y le ayudó a agarrar el animal, que cuando lo vio al viejito no disparó más. Le dio otros consejos y le hizo entrega de unas alforjitas, muy chicas, que contenían de un lado un mantelito que era de virtud y unos higos secos, y del otro lado, unos pedacitos de pan. Le dijo que al mantelito le podía pedir la comida que quisiera, y que de los higos y del pan los podía comer lo que quisiera, que nunca se terminarían. Le dijo también   —492→   que el caballo no se cansaba nunca, anduviera lo que anduviera, y que no precisaba comer. Se despidió de él y le recomendó que saliera llegando el día y le dilo para el lado que tenía que tomar.

Al llegar el día, ya tenía su caballo ensillado, en el palenque, con sus alforjitas puestas sobre el recado, y estaba listo para salir.

El padre del Chiquillo se levantó, y al ver este caballo tan bonito se quedó prendado de él. Le preguntó como de costumbre al hijo:

-Y, amigo ¿agarró el animal que hacía daño?

-Éste es el dicho animal, mi padre -le contestó el Chiquillo.

Entonce el padre le pidió que se lo dejara y que él se fuera en otro cualquiera, el que eligiera. El Chiquillo no lo consintió de ninguna manera. No tuvo más remedio que conformarse, el padre, y le preguntó como a los otros hermanos:

-¿Qué querís más, cien pesos o la bendición?

-La bendición, mi padre -le contestó el Chiquillo.

-Que el Señor te bendiga -le dijo al muchacho.

Se despidió de los padres y salió. Y les dijo que se iba a buscar a sus hermanos.

Ya iban lejos los hermanos. En eso que iban, uno miró atrás y vio que venía uno que era muy parecido al Chiquillo. El otro miró, y dijo que no podía ser porque iba en un caballo muy lindo, que no era de su padre. Ya llegó, y se convencieron que era el hermano. Les dijo que los venía a socorrer y les dio de comer. Comieron hasta no poder más. Ya les entró envidia a los dos de verlo al Chiquillo tan bien montado y con tantas provisiones. Uno de ellos le propuso al otro quitarle lo que tenía el Chiquillo. Con un pretexto lo agarró uno, le pegó, le quitaron lo que tenía, pero el Chiquillo consiguió dispararse.

Quedó muy triste el Chiquillo, en el medio del campo, cuando se le apareció nuevamente el viejito. Ya sabía todo lo ocurrido. Le entregó otra vez todas sus cosas y el caballo. Le   —493→   dijo que sus hermanos lo querían matar, que tuviera cuidado. El Chiquillo dijo que los iba a seguir otra vez, porque era seguro que necesitarían de él.

Siguió el Chiquillo. Los alcanzó a los hermanos. Éstos se hacían los que lo habían hecho todo por broma, y le pidieron de comer otra vez. El Chiquillo les dio hasta que se llenaron. Estaban muy asombrados de que éste los volviera a seguir y de que trajera las alforjas y el caballo que a ellos se les habían desaparecido. Pero, como le tenían mucha envidia, se hicieron los que se enojaban por cualquier cosa, lo agarraron y lo degollaron. Le separaron después la cabeza del cuerpo. Y se llevaron el caballo y las alforjas.

Llegó el viejito, le juntó la cabeza con el cuerpo, le dio vida y le entregó su caballo y sus alforjas. Lo volvió a aconsejar que tuviera cuidado con sus hermanos, que no podían verlo de envidia. Pero él dijo que no podía dejar de socorrerlos. Se despidieron y el Chiquillo le agradeció mucho al viejito, todo el bien que le hacía.

Siguió el Chiquillo y los volvió a alcanzar a los hermanos cuando ya iban muertos de hambre. Les dio otra vez de comer hasta que se llenaron. Al terminar de comer, se volvieron a poner de acuerdo, y lo agarraron y lo mataron. Pensando que era brujo, porque no se explicaban cómo volvía a vivir después de muerto, lo descuartizaron y tiraron los pedazos para un lado y otro. Se fueron.

El viejito, que sabía todo, viene al lugar, junta los pedazos del muchacho y los comienza a componer. En eso se da cuenta que le falta un huesito de un dedo. Buscaba y buscaba y no lo podía encontrar. En eso levanta una pata el overo, que ya se les había disparado a los hermanos, y ve el huesito. Lo alzó, lo limpió, terminó de componer el cuero y le dio la vida. Le dijo, entonces, que los hermanos ya estaban por llegar a la casa de un gigante. Que este gigante tenía tres hijas muy hermosas, y que éstos se alojarían en su casa. Que él llegara después, que lo mismo lo iban a recibir muy bien y le iban a dar una pieza. Que el gigante mataba a todos los que se alojaban en su casa. Que los hacía acostar con sus hijas. Que las niñas siempre se acostaban con la cabeza atada con un pañuelo con puntas de diamante, porque así en la oscuridá, mataba a los   —494→   que no tenían pañuelo. Que les cambiara el pañuelo a sus hermanos, cuando todos estuvieran dormidos. Que el gigante, cuando se diera cuenta que él salvaba a sus hermanos, lo iba a querer matar, pero que él huyera y que tratara de pasar la mar que había más allá del palacio.

Todo pasó como le dijo el viejito. Llegó al palacio del gigante y lo hicieron pasar, y lo hicieron acostar en una pieza. Cuando todo era silencio, se levantó y fue a la pieza donde estaban sus hermanos durmiendo con las hijas del gigante. Les desató el pañuelo con puntas de diamante a las niñas, y se los ató a los hermanos. Fue y se acostó, pero no se durmió. Al rato sintió que alguién se acostaba a su lado. Cuando sintió que se había dormido, que era otra hija del gigante, le desató el pañuelo y se lo ató él. Al rato se dio cuenta que venía el gigante. En medio de la oscuridá, tocó las cabezas, y a la que no tenía pañuelo se la cortó con su espada. Fue a la pieza de los hermanos y procedió en la misma forma.

El Chiquillo se quedó despierto, muy impresionado. Al alba se levantó y se fue a despertar a los hermanos. Les desató el pañuelo con puntas de diamantes y los guardó muy ocultamente. Les contó lo que había pasado y les recomendó que siguieran camino lo más pronto que pudieran. Él también ensilló su caballo y se fue campo afuera.

En cuanto aclaró, un loro adivino que tenía el gigante, le dio aviso que los huéspedes huían y que las tres niñas habían sido degolladas. Que el Chiquillo tenía la culpa de todo.

Al pronto el gigante se levanta y ve que realmente él había dado muerte a sus hijas. Furioso sale en persecución del Chiquillo y de los hermanos. Los alcanzó cuando ellos entraban a la mar. Como el gigante no pudo pasar, les gritaba:

-¡Chiquillo maldito! ¡Ah, has de volver algún día! ¡Me has hecho degollar a mis hijas y me llevás los tres pañuelos de puntas de diamantes! ¡Ya me las pagarás!

-¡Para la otra luna he de volver! -le gritó el Chiquillo.

Cuando ya pasaron la mar y estuvieron a salvo y les contó a sus hermanos todo lo ocurrido y de qué manera los había podido librar de la muerte. Los hermanos le agradecieron mucho y lo abrazaron llorando.

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Siguieron el camino los tres, y llegaron a la casa de un Rey que tenía una hija muy hermosa. Pidieron alojamiento y trabajo. El Rey les dio trabajos en el campo. A los dos mayores les dio trabajos de pala, hacha y azadón. La hija del Rey le pidió que le dejara el menor, al Chiquillo, para darle ella diversos trabajos. Los mayores trabajaban en trabajos muy pesados y ganaban menos, en cambio el Chiquillo trabajaba poco y ganaba mucho más. Él tenía que cuidar unos pollos de la hija del Rey, a los que alimentaban con granitos de oro. El resto del día se lo pasaba echado de panza, jugando todo el día.

Los hermanos no podían más de envidia. Entonces trataron de malquistarlo. Se apersonaron ante el Rey y le dijeron que el Chiquillo se había dejado decir que él era capaz de traer a presencia del Rey una ovejita que bostea plata, que el gigante que mató las hijas tenía en su palacio.

-¡Ah! ¡Ah! -dijo el Rey-, nada me han dicho. Llamen al Chiquillo inmediatamente a mi presencia.

Vino el Chiquillo, y el Rey le dijo:

-He sabido que usted se ha dejado decir que es capaz de traer a mi presencia una ovejita que bostea plata, que tiene el gigante que mató a las hijas. Si no me la trae, le corto la cabeza.

-Yo nu hi dicho eso.

-¡Ah, no importa! Si usted no la trae, le haré cortar la cabeza.

Muy triste andaba el Chiquillo, pensando que ya tenía segura la muerte, cuando se le apareció el viejito. Lo consoló y le dijo que no tuviera miedo, que él lo iba a ayudar. Le dijo que le pidiera al Rey dos cajas de dulce, para que engañara con dulce al loro adivino del gigante. Le explicó cómo tenía que hacer para robar la ovejita que bostea plata.

El muchacho tomó lo que necesitaba, y se fue presto.

En cuanto pasó la mar ya lo sintió el loro y se vino volando a interrogarlo y a ver quién había traspasado los límites del gigante. El Chiquillo se le acercó al loro y le dio un poco de dulce. Entonces pudo entrar en conversación con él, y le preguntó por la ovejita que bostea plata. El loro, contento con el dulce, le dijo al muchacho:

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-Es difícil ver la ovejita que bostea plata porque está encerrada, bajo siete llaves, y el gigante la cuida personalmente.

El Chiquillo le ofreció darle dos cajas de dulce si le ayudaba a robar la ovejita. El loro que era tan goloso, le prometió ayudarlo, y le dijo:

-Cuando el gigante está con los ojos abiertos, está durmiendo, y cuando está con los ojos cerrados está despierto. Tiene las llaves donde está encerrada la ovejita.

Le enseñó cómo tenía que hacer para sacarla, y le explicó que entrara cuando el gigante estuviera con los ojos abiertos y le pusiera un manojo de paja en la nariz. Entonce el gigante iba a estornudar y con el estornudo iba a hacer saltar las llaves. Con esas llaves tenía que abrir muchas puertas, y en la última iba a encontrar la ovejita. Y le dijo:

-En cuantito te vea, la ovejita, se va a venir a toparte. Pero, sin miedo la agarrás no más y pasás lo más presto que sea posible sin que te sienta el gigante y disparás a tu casa.

Así hizo todo el muchacho. Cuando llegó, el gigante estaba con los ojos abiertos. Entró y le metió el manojo de paja en las narices. El gigante estornudó, saltaron las llaves y él se dio vuelta y se quedó dormido otra vez. El Chiquillo agarró las llaves, abrió todas las puertas y llegó a la pieza donde estaba la ovejita. La ovejita se le vino al humo, a toparlo, pero él abrió los brazos, la agarró, salió sin que lo viera el gigante, montó en su overo y le prendió carrera hacia el mar.

Cuando iba llegando a la mar, el loro empezó a gritar:

-¡El Chiquillo le robó al gigante la ovejita que bostea plata y se la lleva!

Con los gritos se despierta el gigante y lo sigue a toda carrera. Junto con lo que llega a la mar, el Chiquillo ya había entrado y él, como no podía cruzar el agua, le grita desde la orilla:

-¡Ah, Chiquillo!, me hicistes matar a mis tres hijas, me llevastes los tres pañuelos con las puntas de diamantes y ahora me robás la ovejita que bostea plata. ¡Andá no más! ¡Algún día volverás y me la pagarás!

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-¡Para la otra luna volverá! -le gritó el Chiquillo desde la otra orilla del mar.

Llegó al palacio del Rey y le entregó la ovejita que bostea plata. El Rey quedó contentísimo con la ovejita que era una mina de plata.

Los hermanos no se explicaban cómo el Chiquillo había hecho esa hazaña y había salido con vida. Comenzaron a pensar cómo lo volverían a malquistar con el Rey y a ponerlo en peligro. A los pocos días van y le dicen al Rey:

-El Chiquillo se ha dejado decir que él es capaz de tráir el loro adivino que tiene el gigante.

-¡Ah! ¡Ah! -dijo el Rey-, nada me han dicho. Que se presente el Chiquillo inmediatamente.

Ya cuando vino el Chiquillo, le dijo:

-Usted se ha dejado decir que es capaz de tráirme el loro adivino que tiene el gigante, ¿no?

Y el Chiquillo le contestó humildemente:

-No, mi Majestad. Yo no he dicho tal cosa.

-Haiga dicho u no haiga dicho, usté me trái acá el loro adivino, y si no lo trái, le corto la cabeza.

No hubo más que hacer, y el Chiquillo se fue muy triste. En eso que había caminado cierta distancia, le sale el viejito y le dice que no pasase pena, que él le iba a ayudar y a decirle cómo tenía que hacer para conseguir el loro. Le dijo que le pidiera tres cajas de dulce al Rey. Que fuera y se las diera al loro. Que cuando las acabara lo invitara a que se dejara traer al palacio del Rey en donde iba a encontrar dulce en abundancia todos los días.

Así lo hizo, el Chiquillo. Se encontró con el loro al otro lado de la mar. Le dio las tres cajas de dulce y cuando se las comió, lo invitó a venir al palacio para buscar mayor cantidad. El loro, al principio no quería, pero al fin, como le gustaba tanto el dulce, dijo que bueno. El Chiquillo lo agarró bien seguro, de modo que no se le pudiera escapar, y se pusieron en marcha. Cuando comenzaron a cruzar la mar el loro gritó:

-¡Me llevan! ¡Me llevan!

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El gigante dio un salto, salió corriendo y llegó en el momento en que el Chiquillo ya estaba muy adentro de la mar. Como el gigante no podía cruzar el agua, le gritaba desde la orilla:

-¡Ah, Chiquillo!, me hiciste matar mis hijas, me robastes los pañuelos con puntas de diamantes, me robastes la ovejita que bostea plata y ahora me robás el loro. ¡Algún día volverás y me las pagarás!

-Para la otra luna volveré -le contestó el Chiquillo.

El Chiquillo llegó y le entregó el loro al Rey. El Rey se puso muy contento de poder tener todas estas maravillas. Lo comenzó a tratar todavía mejor al Chiquillo por las hazañas que cumplía y la viveza con que hacía estos trabajos tan difíciles. Mayor envidia sentían los hermanos y volvieron a buscar un motivo para hacer morir al Chiquillo. Se fueron y le dijeron al Rey que el Chiquillo se había dejado decir que era capaz de traer al mismo gigante en persona.

El Rey hizo llamar al Chiquillo en el acto, y le preguntó si era cierto que él se había dejado decir que era capaz de traer al gigante en persona. El Chiquillo se llevó un gran susto con esto y negó que él hubiera sido capaz de decir semejante cosa, que le iba a costar la vida, sin ninguna escapatoria. El Rey le dijo que aunque no lo hubiera dicho, si no lo cumplía le hacía cortar la cabeza.

Se fue muy triste el Chiquillo. En eso que iba por su camino se le apareció el viejito y le dijo que no tuviera cuidado, que él lo iba a ayudar. Le dijo que fuera, y le pidiera al Rey que le hiciera una jaula de fierro para encerrar al gigante, que no le entrara aire por ningún lado, y con una puerta con candado de tuercas y tornillos reforzados. Que la hiciera en forma que pudieran tirarla cuatro caballos. Le explicó cómo tenía que pintarse todo el cuerpo de negro, y la forma en que se iba a hacer un sobrino de él, que venía a socorrerlo. El gigante estaba casi ciego de tanto llorar por la pérdida de las hijas y de las prendas de virtud que le había llevado el Chiquillo.

El Chiquillo siguió todos los consejos del viejito, y cuando tuvo la jaula, cruzó la mar y llegó al reino del gigante. Se pintó de negro, llegó a presencia del gigante y le dijo:

-¡Buenas noches, tiyito!

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-¿Quién me habla? -contestó el gigante.

-Yo soy un sobrino suyo que viene a auxiliarlo, ya que usté está tan solito y enfermo. Lo vengo a llevar a mi casa. Ya sé que le hicieron matar sus hijas, le robaron los pañuelos con puntas de diamantes, la ovejita que bostea plata y el loro adivino.

Lo conversó tanto al gigante que al fin consintió en subir al coche que le ofrecía el sobrino. Cuando estuvo adentro de la jaula, le preguntaba si no sentía frío por algún lado, mientras él atornillaba la puerta. Cuando lo tuvo bien asegurado, le dijo que él era el Chiquillo, que lo venía a llevar. El gigante daba unos saltos y unos gritos tremendos, pero no podía hacer nada. Castigó los caballos el Chiquillo y cruzaron la mar.

Llegó el Chiquillo al palacio y le entregó al Rey el gigante. Éste era el peor enemigo que tenía el Rey, así que se quedó tan contento que lo abrazó al Chiquillo y le dijo que le pidiera lo que él quisiera, que se lo iba a dar.

-Por ahora, mi Majestad, tengo que decirle que mis hermanos se han dejado decir, uno, que poniéndose en la boca de un cañón, es capaz de atajar la bala con la mano; y el otro, que es capaz de tirar una naranja desde la torre de la iglesia, venirse detrás de ella y volver a subir con la naranja en la mano.

El Rey los hizo llamar y les preguntó si ellos se habían dejado decir que eran capaces de hacer esas dos hazañas. Ellos negaron, pero el Rey ordenó que lo cumplieran. Así murieron los dos malos hermanos que tanto habían buscado la muerte del Chiquillo.

El Rey, en premio de todo el bien que le había hecho el Chiquillo lo hizo casar con su hija.

El Chiquillo trajo a su palacio a sus padres viejos, y así todos vivieron muchos años felices y llenos de riquezas.

Luis Jerónimo Lucero, 50 años. Nogolí. Belgrano. San Luis, 1945.



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1063. El caballito de siete colores

SAN LUIS

Era un viejo que tenía tres hijos. Y que tenía una chacra de trigo, hermosa. Anochecía y tenía daño. En la noche entraba un animal que le comía el trigo. El hombre vía que era un daño y no podía saber qué era.

Mandó a los hijos que cuidaran la chacra.

Jueron los dos mayores. Se durmieron y el daño seguía.

Jue el más chico. Éste no se durmió. Vido que era un caballito de siete colores, que era el que dentraba por un portillito. L'hizo una trampa con el lazo, en el portillito y lu agarró. Entonce el caballito lu habló y le dijo que lo iba a ayudar mucho, que lo largara. Entonce le trajo un caballo que se'taba por morir, pa que le llevara al padre, y así lo hizo el chico. Y ya si acabaron los daños.

Despué se jueron a rodar tierra los hermanos mayores. Y más despué se jue el chico. Los padres no lo querían dejar ir, pero al fin se jue. Él andaba en el caballito de siete colores.

Los hermanos le hicieron muchas maldades y el caballito de siete colores lo salvó. Despué también lo salvó de las pruebas que daba un rey, para que él muriera. Y al fin, lo dejó casado con una princesa y hecho rey rico, y le dijo:

-Yo hi síu un ángel qu'he veníu a salvarte, y me voy.

S'hizo una palomita y se voló.

Sandalia Soria de Sánchez, 86 años. Los Cerros Largos. Pringles. San Luis, 1951.

La narradora da un esquema del cuento tradicional.



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1064. El potrillo basuriento

SAN LUIS

Era un viejo que tenía tres hijos. Le dijo el mayor un día:

-Padre, hi dispuesto de salir a rodar tierra.

Ensilló el caballo y se jue. A los pocos días de andar encontró un viejito, y le dijo:

-¿Cómo le va, tata viejo?

-Bien m'hijo, ¿cómo te va a vos?, ¿qué andás haciendo?

-Ando buscando trabajo.

-¿Querís trabajar conmigo? -le dijo el viejito.

-Bueno -le dijo el muchacho.

Entonce le dijo el viejito:

-Le vas a llevar esta carta a mi madre. Tomá este camino derechito y vas a ir a la casa de ella.

Entonce se jue el muchacho. Tomó la carta y se jue por el camino que le decía el viejito. A poco andar se encontró con un río crecido, muy crecido. Cuando vio así el río, no se animó a pasar, echó la carta a l'agua, y agarró y se volvió.

Jue ande 'taba el viejito y le dijo:

-Ya 'toy de vuelta, señor anciano.

-¿Entregastes la carta?

-Sí, sí, la entregué.

-¿Cuánto te debo -le dijo el viejito-, cien pesos o un Dios te lo pague?

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-Cien pesos -le dijo el muchacho.

Se despidió y se jue pal lau de la casa d'él. Cuando llegó le dijo al padre:

-Yo en diez días m'hi ganau cien pesos.

-'Tá bien, m' hijo.

Entonce el segundo hijo le dijo al padre:

-Yo me voy a ir a rodar tierra también, padre.

-Vaya hijo, que Dios lo ayude -que le dijo. Jue y dio con el mismo viejito.

-¿Para dónde va m' hijo? -le dijo.

-Yo voy buscando trabajo.

-¿Querís trabajar conmigo?

-Bueno -le dijo el muchacho.

-Le vas a llevar esta carta a mi madre. Seguí por este camino y vas a llegar a la casa d'ella.

Tomó el camino el muchacho y se jue. Al poco andar dio con el río crecido. Hizo lo mismo que el hermano, echó la carta al agua y se volvió.

Cuando llegó ande 'taba el viejito le dijo:

-Ya jui y entregué la carta.

Le dijo el viejito:

-¿Qué querís que te pague, cien pesos o un Dios te lo pague?

Y le contestó el muchacho:

-Cien pesos, señor.

Se los pagó el viejito y el muchacho se jue para la casa d' él. Cuando llegó le dijo al padre:

-Ya 'toy de vuelta, padre. Yo también en diez días m' hi ganau cien pesos.

-Muy bien, hijo -le dijo el padre-, todo 'tá bien, siempre que Dios te ayude.

Entonce dijo el hermano más chico:

-Yo también, padre, me voy a ir a rodar tierra.

-Entonce le dijo el padre:

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-¿Ánde te vas a ir, hijo? ¡Vos sos muy chico! ¡No tenis ánde ir!...

-Sí -le dijo-, dejemé ir.

-Bueno -le dijo el padre-, que Dios te ayude.

El muchacho más chico no tenía caballo, no tenía más que una burrita, así que la ensilló y siguió viaje. Lejo se jue y dio con el mismo viejito.

-Güenas tardes, señor -que le dijo.

-Güenas tardes m'hijito, ¿qué ándas haciendo?

-Ando buscando trabajo, señor.

-¿Querís ucuparte conmigo?

-¡Cómo no, señor!

-Bueno, me le vas a llevar esta carta a mi madre. Seguí este camino y vas a llegar a la casa d'ella.

Le dio la carta y se jue.

Al poco andar dio con el río crecido. L'orilló un poquito, y dijo:

-¡Obra 'e Dios!

Encaró y pasó. Siguió no más. Más allá encontró un río 'e leche. Otra vez dijo:

-¡Obra 'e Dios!

Y pasó. Más allá encontró un río de sangre. Pasó lo mismo. Más allá encontró dos muchachos colgados de la lengua. Más allá encontró dos toros en un arenal, que 'staban inmóvil de gordos. Más allá encontró en un pastizal di alfa dos toros que no podían caminar de flacos. Más allá s' encontró en dos caminos, uno ancho y lleno de flores, y una sendita angosta llena d'espinas. Y siguió, y al poco andar encontró la casa 'e la madre del viejito y le entregó la carta. Ya volvió, y cuando llegó le dijo al viejito:

-Ya lleví la carta, señor anciano.

Entonce le dijo el viejito que le conversara de lo que había encontrau por áhi. Y el muchacho le dijo:

-Lo primero que encontrí es un río muy crecido con una agua muy turbia.

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-Ésa es la mala conciencia -le dijo el viejito.

-Más allá encontrí un río de leche -dice el muchacho.

-Ésa es la leche que mamaste vos, cuando eras chico.

-Más allá encontrí un río 'e sangre -le dijo el muchacho.

-Ésa es la sangre que derramó Jesucristo por nosotros.

-Más allá encontrí a dos colgados de la lengua.

-Ésos son tus hermanos pícaros, que me vinieron a engañar.

-Más allá encontrí dos toros flacos en un pastizal.

-Ésos son los ricos avarientos.

-Más allá encontrí dos toro muy gordo en un arenal.

-Ésos son los pobres bien avenidos.

-Más allá encontrí dos caminos: uno ancho lleno de flores y uno angosto lleno de espinas.

-Ese camino ancho va a la gloria y el camino angosto va al infierno.

-Bueno -le dijo-, ¿qué querís que te pague: cien pesos o un Dios te lo pague?

Entonce le dijo el muchacho:

-Prefiero un Dios.

Le dijo el viejito:

-Mirá, acá tengo tres yeguas, te las vas a llevar. Estas dos yeguas zainas van a tener dos potros zainos overos, y esta colorada, un potrío colorau. A este potrío colorau le vas a poner el potrío basuriento. Cuando tengan las yeguas los potros, los vas a matar a todos, con yegua y todo, y sólo te vas a dejar el potrío basuriento para vos. También te regalo una espada y un pretal.

Entonce el muchacho se jue a la casa del padre. Entonce le dijeron los hermanos que qué es lo que había tráido, que qué ganancia había ganau. Él les dijo que había tráido esas yegüitas, que no había ganau más. Entonces se empezaron a réirse los hermanos y a burlarlo. Y lo corrieron de las casas. Entonce él se jue y s' hizo una casita cerca di un monte. Al poco tiempo tuvieron potríos las yeguas. Se dispararon al campo. Sólo sí, quedó el potrío basuriento. Entonce le dijo el potrío basuriento:

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-Mirá -le dijo-, a los otros potríos hay que matarlos, de no, ellos los van a matar a nosotros. Mirá -le dijo-, yo me voy a poner en el medio 'el corral, y voy a pegar un relincho. Todos van a venir a matarte. Vos te ponís con l' espada al lau 'e la puerta y el que va entrando le vas cortando la cabeza.

Así lo hiceron. El potrío se puso en medio 'el corral y pegó un relincho. Áhi no más se vinieron los otros a matarlo. Entonce el muchacho se puso en la oría, atrás de la puerta 'el corral y, animal que iba entrando, lo iba matando. Entonce ensilló el potrío basuriento y se jueron. Habían caminado unos días. Por áhi, se encontró una pluma de un pájaro. Se bajó el muchacho a alzarla. Le dijo el potrío:

-Nu alcís esa pluma, que vas a ser perdido.

Entonce le dice el muchacho:

-¿Qué sabís vos, bruto?

Y l' alzó y se la puso en el sombrero.

Ya lejo, iba pasando por la casa de un Rey. Entonce lo vido la hija 'el Rey, y le dijo al padre:

-Papá, áhi va un hombre que lleva una pluma del pájaro que se los jue de acá.

Entonce lo hizo llamar el Rey y le dijo:

-¿Di ánde saca esa pluma, amigo?

Él le dijo:

-La encontrí en el camino, señor.

Y entonce le dijo el Rey:

-Yo no sé nada, agora me va a trair el pájaro de esa pluma, y si no me lo trai, palabra de Rey no puede faltar, le corto la cabeza.

Bueno, el muchacho no tuvo más remedio que obedecer y salió en busca del pájaro.

Entonce le dijo el potrío:

-¿No te dije que a causa de esa pluma te ibas a ver perdido?

Llegaron a la oría de una laguna. Entonce le dijo el potrío que áhi venía todos los días a bañarse el pájaro de la pluma. Entonce le dijo:

  —506→  

-Lo vamos a esconder. El pájaro cuando se quiere bañar se quita las plumas del ala, y cuando se meta al agua, corré vos a apretaselás.

Bueno, ya cuando llegaron las once del día, más o menos, vieron un pájaro que venía revolotiando, revolotiando. Y le dijo el potrío:

-Aquél es, tené cuidado.

Vino el pájaro y se asentó y se empezó a quitar las plumas. En seguida se tiró al agua. Corrió el muchacho y le apretó las plumas. Y se encontró el potrío, y lo agarró en l' agua y lo sacó. Y l' empezaron a dar las plumas que se las fuera poniendo. Una vez que se las puso, se jue el muchacho y le llevó el pájaro al Rey. Le dice:

-Acá le traigo el pájaro de la pluma.

-'Tá muy bien, mi amigo -le dice el Rey-. Agora me va a buscar -le dice- el anío de m' hija que se le cayó a esa misma laguna, hace tres años. Y si no me lo trae, le corto la cabeza.

Entonce se jueron a la laguna otra vez. Entonce le dijo el potrío:

-¿Has visto que por alzar la pluma, todos los contratiempos que vamos a tener?

El muchacho no le decía nada, se quedaba callado no más, muy triste.

Y se jueron. Una vez que llegaron a la laguna, le dijo el potrío:

-Mirá, yo me voy a meter abajo 'e l'agua. Si yo no salgo a los tres borbollones que dé l' agua, tirate vos para que los dos seamos perdidos.

Cuando se metió el potrío a l'agua, en seguida dio un borbollón l'agua. En seguida dio el otro. Y ya no borbollaba más l' agua. Ya 'taba por tirarse el muchacho, cuando dio el otro borbollón y ya se asomó el potrío con el anío en la boca. Se fueron y se lo llevaron al Rey.

Entonce, el Rey l' hizo echar muchísima leña a un horno para quemarlo al muchacho con el potrío y todo, porque créia que era un brujo.

  —507→  

Entonce, cuando l'estaban haciendo juego al horno, le dijo el potrío, por áhi a solas al muchacho:

-Mirá, los están por quemar, pero no te aflijás. Pedile vos al Rey por las dos gauchadas que le has hecho, que te deje dar tres galopes ante de echarte al horno, y que te envuelva en una sábana y que t' eche no más al horno.

Bueno, en seguida no más que le dijo el Rey:

-Bueno, amigo, apruentesé, que lo voy a echar con caballo y todo al horno.

-'Tá bien, señor Rey -que le dijo-. Sólo, sí, le voy a hacer un pedido, que me deje hacer tres galopes y me eche envuelto en una sábana.

Entonce, le dijo el Rey:

-Haga cuatro, también, si quiere, amigo.

Bueno, se jue el muchacho a hacer los tres galopes. Cuando vino lo envolvieron en una sábana y lo echaron al horno. 'Tuvo toda esa noche en el horno, y al otro día, temprano, mandó el Rey a los piones que tenía, que fueran a botar lejo esas cenizas. Cuando fueron y abrieron la puerta 'el horno, se encontraron con el muchacho vivo, montado en el caballo y los dos más lindos que antes, y con un hermoso apero que todo era de plata y oro. Así que no tuvo más remedio el Rey que darle la libertá, que se fuera.

Julián Aguilera, 39 años. El Saladillo. Pringles. San Luis, 1948.

Se amalgama a este cuento el de El camino del cielo.



  —508→  
1065. Los hermanos envidiosos

SAN LUIS

Era un viejito que tenía tres hijos. El mayor le decía un día:

-Déme permisio padre pa ir a trabajar.

Le dio permisio el padre, y se jué. Siguió por una senda y se jué. Y encontró por allá lejo un río muy crecido. En la oría había un viejito andrajoso, muy pobre, que no podía pasar l'agua. Lo saludó él:

-¿Qui hace, tata viejo?

-Aquí estoy m'hijito, no puedo pasar l'agua. Pasame -le dice.

-¿Quién te va a pasar a vos, viejo mocoso? -le dice el muchacho.

Bué... Se jué, siguió el muchacho el camino. Quedó el viejito áhi no más. Caminó y caminó y llegó a la casa di un Rey y áhi encontró trabajo el muchacho.

Bué... después pidió permiso el segundo hijo, que le dijo al padre que lo dejara ir a trabajar. Le dijo el padre que se juera, y siguió el mismo camino qu'el otro hermano. Jue al mismo río y encontró al mismo viejito que 'staba áhi. Lo saludó:

-¿Qui hace, tata viejo?

-Acá 'stoy, hijito, por pasar el río. ¡Pasame!

-¿Quién te va a pasar a vos, viejo mocoso? -le dijo.

  —509→  

-Bué... se jué el muchacho por el mismo camino del otro. Llegó tamién a la casa del Rey y encontró trabajo tamién.

Bué... trancurrieron unos días y como no volvieron los hermanos, el menor pidió permisio al padre, también.

-¡Peru, hijo! -que le dice el padre-. ¡Cómo me van a dejar solo!

Pero, tanto insistió, qui al fin le dijo que se juera también.

Bué... Siguió el mismo camino, llegó al mismo río y encontró al mismo viejito. Y ya lo saludó y dijo:

-¿Qué hace, tata viejo?

-Acá 'stoy, no puedo pasar l'agua. ¡Pasame!

Entonce le dijo el muchacho:

-¡Cómo no, tata viejo! Suba apacho233, y lo pasó. Entonce, ¡Claro!, le dio muchas gracias, y le contó que los hermanos estaban trabajando en la casa del Rey. Bué... entonce el viejito le dio un mate, y le dijo que siguiera no más, y le dijo que iba a llegar a una ensenada, a un corral muy grande, que 'staba lleno de yeguas. Que entrase al corral, qu'estirase la manta en el medio y que'l animal que viniese y se revolcase, que ese lo agarrara para él.

-Ese animal -le dijo- te va a sacar de todos los apuros, te va a salvar de todos los peligros.

Jue el muchacho, llegó y entró al corral y extendió la manta.

Y ya vino un potriíto234 y se revolcó en la manta. Entonce, como li había dicho el viejo, corrió y lo agarró y subió en él. Y ya el potriíto habló y le dijo ánde 'taban los hermanos. Y le dijo también que los hermanos, de malos lu iban a poner en muchos trabajos. ¡Claro!, habló porque era una virtú que le dio el viejito, qu'era Dios.

Ya siguió él su camino, y lo que iban vio relumbrar una cosa a la oría del camino, y lo que llegó vio qu'era una pluma   —510→   di oro, una cosa la más bonita. Entonce lo que llegó se bajó a alcanzarla. Entonces el potrío le dijo:

-No alce esa pluma, amo, que por esa pluma se va a ver perdido.

Entonce le dijo él:

-Qué sabís, animal bruto, lo que hablás.

L'alzó y se la colocó en la cinta del sombrero. Bué... y siguió. Ese día era domingo, y el Rey 'taba de carreras. Corría un caballo oscuro, que tenía el Rey. Entonce que le dijo el potrío al mozo, que después que se pasaran las carreras, que le desafiara con él a todos los otros caballos. Ya de lejo devisó la cancha, llena 'e gente. Y ya quedó el alarme235 entre la gente de la cancha de ver ese hombre que llevaba aquello que le relumbraba en la cabeza que era la pluma, claro. Estaban partiendo todavía. No largaban. Después que llegó él, largaron. El caballo del Rey ganó al chirlo236, se jué solo. Ya si allegó el Rey y s'encontró con los hermanos. Y después que se pagaron las paradas, las jugadas que se habían armau, ya le desafió él al Rey, con su potrío.

El Rey pedía que l'echaran otro caballo al oscuro, y que él joven le dijo qu'él le jugaba, que por plata no se paraba. Ésa era la virtú que Dios li había dau con el potrío, que lo que le pidiera o lo que quisiera que se lu iba a dar. Bué... y ya hicieron la carrera por miles de pesos. Y el joven corrió en el potrío. Y el potrío li había dicho que topara toda jugada que l'hicieran, y él lu hizo así. Ya jueron a la cancha, vinieron las autoridades y comenzaron las partidas. Y ya avinieron y largaron. Y el potrío le ganó lejísimo al caballo del Rey. Ya cobró miles sobre miles el joven, y se puso muy rico.

Los hermanos d'envidiosos qu'eran, lu intrigaron con el Rey por la pluma di oro. La pluma había síu di un loro del Rey que se li había quedau encantau al otro lado del mar. Y el Rey, que ya estaba enojado con la ganada del caballo, ese día no más   —511→   lo llamó al orden y le dijo que di ande sacaba esa pluma. Le dijo el joven qu'él l'había encontrau en el camino, lo que venía. Bué... que le dijo:

-L'haiga hallau o no l'haiga hallau, usté me va a trair el loro que se me ha quedau al otro lau del mar.

-Pida la mercé que quera... Plazo 'e tres días... Sino le corto la cabeza.

Bué... El mozo se jue más triste que la noche, ande 'staba el potrío y le dijo lo que le pasaba.

-¿No te dije -le dijo el potrío- que nu alzaras esa pluma?... Pero no se te dé cuidado, yo te voy a salvar.

Bué... Le dijo que le fuera a pedir al Rey una sábana sin pecar, vino y pan. Ya lo pidió y se lo dieron. Bueno... Entonce le dijo:

-Ensíllame no más -y ya siguieron viaje y caminaron y caminaron y llegaron a la oría del mar.

Desensillame -le dijo- y dame de comer.

Entonce, ya cuando descansaron, le dijo que lu ensillara otra vez y ya s'entraron a la mar. El potrío era nadador. Le dijo qu'en l'oría del otro lado del mar, había un naranjo, y que allí estaba el loro. Que cuando estaba con los ojos cerráu, estaba despierto, y que cuando estaba con los ojos abiertos estaba dormíu. Ya llegaron y se pararon abajo 'el naranjo. Qu'el naranjo era altísimo. Qu'el joven se paró en el lomo del potrío y que el potrío se comenzó a criar, a criar, hasta que ya llegó al estremo que el mozo podía agarrar el loro. El loro estaba con los ojos abiertos, y áhi no más lo envolvió bien con la sábana y ya el potrío se bajó. Se bajó hasta que quedó como era. Y pegaron viaje de vuelta. Ya cuando salieron a la otra oría de la mar, le volvió a decir el potrío que lo desensillara y volvieron a almorzar áhi.

Y ya almorzaron y siguieron viaje. Y a todu esto, eran los tres días de plazo.

Ya en el camino, el potrío lo venía conversando al mozo y le dijo:

-Tus hermanos ya te tienen otra preparada.

Y el mozo se puso triste.

  —512→  

Los hermanos si habían subíu arriba, para ver si llegaba, porque se cumplía el plazo, y cuando vieron que venía una cosa que relumbraba, ya se dieron cuenta que era él y bajaron y le dijeron al Rey y lu intrigaron para que el Rey le di era otro trabajo de peligro como ése. Y en seguida no más, llegó y pasó ande estaba el Rey y le entregó el loro.

-Acá está, señor, el loro.

-¿Y no decía usté, amigo, que no sabía ánde 'staba el loro?... Bueno, amigo, así como me ha tráido el loro, me tiene que tráir el anío que se le cayó a la Princesa cuando veníamos pasando el mar. Usté si ha dejau decir qu'es capaz de trairmeló.

-Yo nu hi dicho nada, señor.

-Haiga dicho u nu haiga dicho, usté me lo tiene que trair. Palabra de Rey no puede faltar. Si no me lo trai plazo é tres días, le corto el cogote. Y me lo trai con la yeguada ande se crió el potrío que usté muenta.

Bué... Se jué muy triste ande 'staba el potrío.

-Ya te lo había dicho yo -le dijo el potrío-. Pedíle al Rey una espada que corte un pelo en, el aire, pan y vino.

Y ya lo pidió y se lo dieron.

-Ensillame no más -le dice el potrío.

-Ya me voy. Yu hi síu potrío de la manada y el padrillo mi aborrece. Cuando yo llegue ¡me va a sacar matando!, y yo me voy a venir. Cuando él raye aquí, vos le tenís que pegar con l'espada, y le tenís que sacar de un golpe el cencerro. ¡No le vas a escapar, porque seremos perdidos! Con el cencerro está el anío.

Bué... Se jué el potrío y al rato no más que si oyó un temblor, y llegó el padrío y le tiró el joven y l'escapó, y se volvió a zambullir en el mar. Y lo volvió a sacar di atrás el potrío. Y al rato volvió otra vez el padrío, y ya el joven le pegó bien y lo mató. Y le sacó el cencerro. Apenas le sacó el cencerro comenzó a salir la yeguada. Overiaba la oría de la mar. Qu'eran muy bonitas las yeguas. El cencerro se lo puso al potrío, y que todas las yeguas lo rodiaban. Ya las juntaron y siguieron, y que la yeguada seguía al tañido del cencerro.

  —513→  

Los divisadores del Rey qu'estaban divisando, porque ya se cumplía el plazo. Y entre éstos estaban los hermanos. Que bajaron y vieron que venía una polvadera, y qu'era el mozo con una yeguada grandísima. Ya los hermanos lu intrigaron otra vez, y que le dijeron al Rey qu'era brujo. Que sólo así podía hacer esas hazañas. Y el Rey comenzó a hacer juntar leña para hacerlo quemar por brujo en unos hornos de ladrillos, que tenía.

Y ya llegó y le entregó la yeguada y el anío.

-Bueno -que le dice el Rey-, nadie ha hecho lo que usté ha hecho. Nu hay más que usté es brujo. Lo vamos a quemar. Pida la mercé que quera.

Bue... ya se jue muy triste, y le dice el potrío:

-¿No te dije yo? No se te dé cuidado. Yo te voy a salvar. Andá pedile una sábana sin pecar, y que te dé permiso pa galopiarme en la cancha ande galopia el oscuro d'él.

A todo esto, los hornos están coloráu de calientes.

Ya le dieron al mozo la sábana sin pecar, y lo galopió al potrío. Tenía qu'empapar la sábana con el sudor. Y ya empapó la sábana y el potrío le dijo:

-Vos t'envolví en la sábana, y t'entrás no más al horno, que ya mañana los vamos a ver. Y ya jué y abrieron las llaves de los hornos. Y él s'envolvió en la sábana y s'entró.

Al otro día le dice el Rey a los sirvientes que jueran a aventarle las cenizas al brujo para que no apestara la ciudá. Entonce van y abren las puertas. ¡Y qué!, si el joven era güen mozo, más güen mozo estaba, y vivito y sanito. Y ya le dijeron al Rey. Y cuando lo vido tan güen mozo, el Rey qu'era medio feucón, se quiso poner güen mozo y quiso hacer lo mismo que el joven.

Mandó a encender los hornos y se llevó una sábana sin pecar, y galopió el oscuro. Ya s'empapó la sábana. A todu esto los hornos 'taban qui ardían, porque les había hecho echar el doble de leña. Bué... Y ya lu envolvieron en la sábana, lu echaron al horno y le cerraron la puerta. Al otro día, cuando amaneció, les dice la Reina:

-Vayan a aventar las cenizas del Rey para que nu apeste la ciudá.

  —514→  

Y ya jueron y estaba tan quemado, que ni las cenizas habían quedau.

Entonce la Reina se casá con el joven, y estarán viviendo felices tuavía y en medio de riquezas.

Juan Lucero, 60 años. El Durazno. Pringles. San Luis, 1952.



  —515→  
1066. La higuera de oro

SAN LUIS

Era un padre que tenía tres hijos. Y el padre tenía una higuera di oro. En la tarde, l'higuera 'taba cargada d'higos di oro y al otro día amanecía sin nada. Así qu'el padre vía que en la noche le robaban los higos. Entonce dispuso hacerla cuidar con los hijos.

La primera noche lo mandó al mayor. Entonce se jue éste, hizo juego, hizo un asado, llevó un poco de vino y se llevó una guitarra. Agarró, cebó mate, comió el asado y s'entretuvo con la guitarra para no dormirse. Pero, claro, éste, tarde la noche, el sueño lo venció y se quedó dormido. Al otro día cuando se despertó li habían sacado todos los higos. Entós, al otro día, el padre le dice:

-¿Cómo ti ha ido?

-Mal, padre -le dice-, nu hay ningún higo.

-¿Ti habías dormido?

-No -que le dice-. Nu hi visto a nadie, no sé cómo se habrán perdido los higos.

Bueno. A la noche siguiente lo mandó al otro hijo, al segundo. También hizo lo mismo. Cebó mate, comió el asado con vino y se puso a tocar la guitarra. Y ya tarde la noche lo venció el sueño también, y se durmió. Al otro día no había ningún higo. Bueno...

Al otro día que viene el padre y le dice lo mismo:

-¿Cómo ti ha ido?

-Mal, padre -que le dice-, mi han robau los higos y no sé a qué hora, nu hi visto a nadie.

  —516→  

-¿Ti habrás dormido?

-No -que le dice.

-No, ustedes tienen que haberse dormido no más -le dice el padre.

Bueno... Ya le tocó al menor. Y que le dice el padre:

-Esta noche la vas a cuidar vos, a la higuera.

Al hijo menor que le decían el Chiquío. Bueno. Qu'esa noche el Chiquío agarró y hizo juego. Se llevó un cuchío y un lazo y una guitarra. Y agarró y se sentó a la oría del juego. 'Tuvo hasta tarde la noche tocando la guitarra. Y agarró y se sentó a la oría del juego y se rodió bien d'espinas. Claro, ya por áhi el sueño lo quería vencer, se ladiaba para un lado y las espinas lo despertaban. Y así estuvo y no se durmió. Y en lo que 'staba áhi, y a de parte de la madrugada, ve que viene un potrío y se acerca a la higuera. Entonce que le dice el Chiquío:

-¿Vos sos el que te comías los higos?

Y sacó el lazo y lo enlazó y lo voltió y sacó el cuchío para degollarlo. Entonce qui habla el potrío y le dice:

-Dejame, no me matís, ya no te voy a comer los higos. Perdoname la vida que yo te voy a ayudar muy mucho. Cuando vos querrás ir a rodar tierra, le pedís a tu padre que te dé el potrío de la yegua que se murió ahora años. Ese potrío soy yo. Basta qu'él te lo dé, andá a tal lugar y áhi voy a estar yo.

-Bueno -que le dice el Chiquío, y lo dejó porque le impresionó mucho de oír hablar al potrío.

No lo mató nada el Chiquío y lo largó al potrío y éste se fue. Al otro día viene el padre y le dice:

-¿Cómo le ha ido, amigo?

-Bien, mi padre -que le dice-, áhi tiene todos los higos di oro.

-¿Ha visto que los otros si han dormido?

-¿Nu has visto a nadie?

-No -que le dice-, nu hi visto a nadie.

Entonce agarró el padre y se enojó y los echó a los dos hijos mayores por flojos, que nu habían sabido cuidar los higos di oro.   —517→   Bueno... Se jueron éstos. A los poquitos días le dice el Chiquío:

-Mire, padre, yo también me voy a ir a rodar tierra como mis hermanos.

-Pero, para dónde te vas a ir, vos sos muy chico -que le dice el padre.

-No -que le dice-, me voy a ir no más. Déme el potrío de la yegua que se murió ahora años.

-Pero, hijo -que le dice-, 'tás loco, qué potrío te voy a dar, si ni güesos había ya, menos 'stará el potrío.

-No -que le dice-, demeló lo mismo, yo lo voy a ir a buscar.

-Y bueno, yo te lo doy, andá buscalo.

Se jué el Chiquío ande le había dicho el potrío. Y lo encontró al potrío. Que era chiquito, chuñusco237, flaco. Ya que llegó a las casas y que le dice al padre:

-Acá 'stá. Ya lu encontré.

-Y bueno -que le dice el padre- crendo qu'era otro. ¡Y cómo te vas a ir en ese animal! ¡No te va aguantar nada!...

-No -que le dice-, en éste no más me voy a ir.

Bueno. Se despidió del padre y se jué. Que el potrío le dice:

-Alcanzalos a tus hermanos pero no te confiés d'ellos, que te van a hacer todo el mal que puedan.

Y ya apuraron para alcanzar los hermanos. Y ya iban llegando y lo divisaron los hermanos. Los hermanos le tenían rabia porque los había dejado muy mal. Y que dice uno:

-¿Y que no es mi hermano aquél? Vendrá a hacerlos burla, seguro.

Y ya que llegó y le preguntaron:

-¿A qué venís?

-Vengo a acompañarlos a ustedes.

-No -que le dicen-, nosotros no necesitamos compañero.

  —518→  

Entonce agarraron, le dieron una güena laciadura238 con un lazo y lo corrieron que se volviera. Y ellos siguieron viaje. Luego que le dice el potrío:

-Alcanzalos otra vez.

Ya se jueron otra vez. Cuando los iba alcanzando que dijieron:

-¿Que nu es mi hermano, aquél? Aporriau y todavía viene. Ya cuando llegó que le dijieron:

-¿A qué venís? ¿Qué venís a hacer?

-Vengo en compaña di ustedes.

-Nosotros no necesitamos compaña.

Agarraron entre los dos, lo voltiaron y lo degollaron, y al caballo lo desbarrancaron, se lu echaron en una barranca. Y ellos siguieron marcha otra vez. Cuando éstos se jueron, el potrío salió de la barranca, le juntó toda la sangre que había caído, se l'echó en la degolladura y lu hizo vivir al Chiquío. Y que le dice el caballo:

-Subí, y los vamos alcanzar otra vez.

Ya cuando los iba alcanzando, que dicen ellos:

-Pero, ¿que nu es mi hermano? ¿Será brujo para volver a vivir? Lu himos degollau y todavía los sigue.

Ya cuando los alcanzó le preguntaron:

-¿Y qué venís a hacer?

-Vengo a acompañarlos.

-¿Y sos brujo, vos? T'himos degollau y otra vez 'tás acá.

-Y... hi vivido, no más.

Entonce agarraron, juntaron un poco de leña los hermanos, le pegaron juego a la leña y lo metieron al Chiquío, lo quemaron, y al caballo lo desbarrancaron otra vez y se jueron.

Entonce, cuando ellos se jueron, salió el caballo, juntó todos los carboncitos, lo hizo vivir y le dijo:

-Subí y alcanzalos otra vez.

  —519→  

Cuando ya los iba alcanzando que dicen:

-Pero, ¿nu es mi hermano, aquél?

-Sí, pero debe ser brujo. Lu himos quemau y viene vivo.

Ya cuando llegó le dicen:

-Bueno, te vamos a agarrar para pión.

Y siguieron viaje los tres.

Anduvieron mucho y una tarde llegaron a la casa di una vieja bruja. La vieja tenía tres hijas. Llegaron y saludaron:

-Buenas tardes, mama vieja.

-Buenas tardes, hijitos.

-Mire, señora, ¿no los podrá dar alojamiento por esta noche?

-Sí, hijitos. Desensillen y dejen los caballos.

Cuando llegó la noche que les dice:

-Miren, jóvenes. Yo les voy a alvertir una cosa. Yo tengo una costumbre en mi casa. Tengo tres hijas. Y tengo la costumbre que los jóvenes que vienen a mi casa duerman con mis hijas. Y como son tres, ustedes van a dormir, el mayor con la mayor, el del medio con la del medio y el menor con la menor. Dijeron que bueno, los jóvenes. El Chiquío se jué en seguida ande 'taba el potrío y el potrío le dice:

-Mirá, eso que la vieja les dice así, que van a dormir con las hijas, es para matarlos y comerlos. Esta noche los va a degollar. Vos no te duermás. Dejate 'star en la cocina y hacete un atadito de ceniza y te lo guardás. La vieja les va a poner a las hijas unos gorros para conocerlas en l'oscuridá. Cuando 'stés en la cocina la vieja te va a decir:

-Ruma, ruma, mozo, qu'el alba viene.

Y vos le contestás:

-Duerman los que tengan sueño.

Y ella te va a decir:

-Chiquío, ¿cuándo?

-Sólo di un modo -decile vos.

-¿Deque modo?

-Que me dé una tijera para cortar.

  —520→  

Y la vieja te va a dar y así le pedís una áuja, un dedal y un peine. Y cuando vas a dormir agarrás y les sacás los gorros a las niñas y se las ponís a tus hermanos y vos te ponís el de la niña menor.

Bueno. Ya llegó l'hora de dormir y el chiquillo se quedó en la cocina. En seguida que le dijo la vieja:

-Ruma, ruma, mozo, que l'alba llega.

-Duerman los que tengan sueño -le contestó el Chiquío.

-Chiquío, ¿Cuando?

-Sólo di un modo.

-¿Deque modo?

-Deque me dé una tijera para cortar acá -y si hacía el que estaba por arreglar su ropa.

-Andá, negra, alcanzaselá.

La vieja tenía una negra que era media bruja como ella. Y ya le dieron la tijera.

Y volvía a decirle la vieja:

-Ruma, ruma, mozo, que l'alba llega.

-Que duerman los que tienen sueño.

-Chiquío, ¿Cuándo?

-Sólo di un modo.

Que me dé una áuja y un dedal para coser acá -y si hacía el que iba a coser la ropa.

-Andá, negra, daselós -que le dice.

Y al rato vuelve a decir:

-Ruma, ruma, mozo, que l'alba llega.

-Que duerman los que tienen sueño.

-Chiquío, ¿cuándo?

-Sólo di un modo.

-¿Deque modo?

-Que me dé un peine para peinarme.

-Andá, negra, daseló.

Se lo dio la negra y el Chiquío se jue a dormir. Si acostó, y al ratito, cuando vio que todos 'staban dormidos se levantó y   —521→   les sacó los gorros de las niñas y se los puso a los hermanos y él se puso el gorro de la compañera. Él s'hizo el dormido, si hacía el que roncaba, pero se quedó despierto.

Vino la vieja al rato y escuchó. Los sentía que 'staban dormidos y agarró el cuchío. Lo afiló bien afilado y se vino despacito. Empezó a tantiar los que tenían gorro y los dejaba, y degollaba a los que no tenían nada. Y se jué crendo que había degollado a los jóvenes y había degollado a las hijas. Y se jué y se acostó y se quedó dormidaza. Cuando el Chiquío vio que la vieja 'staba dormida los despertó a los hermanos y les dice:

-Despierten, que la vieja ha degollau a las hijas por degollarlos a ustede, y vamolós.

Y jue el Chiquío y le desgarronó una chancha que tenía la vieja bruja y le llevó los tres gorros de las hijas. Y se jueron.

La vieja tenía un loro adivino. Y en seguida que 'l loro le dice:

-¡Mama! ¡Mama!

-¿Que querís, lorito?

-El Chiquío ti ha hecho degollar las tres hijas y te ha llevau los tres gorros y ti ha desgarronau239 la chancha.

Se levantó la vieja más apurada que no sé qué, y ve a las tres hijas muertas y a la chancha desgarronada. Y que le dice:

-¿Los alcanzaré, lorito?

Y el lorito le dice:

-Es difícil porque van lejo y van a pasar la mar.

La chancha tenía un tranco de tres leguas pero no podía andar. Agarró el caballo de siete colores que tenía el tranco de una legua y se jue. Y le pegó a toda carrera. Ya los iban alcanzando, cuando el Chiquío le tiró el atadito de ceniza. S'hizo una niblina que no se veía ni las manos. Áhi anduvo la viejita perdida, y anduvo y anduvo hasta que al fin pasó. Siguió otra vez y ya los iba alcanzando cuando el Chiquío le tiró l'áuja y s'hizo un espinal que no podía pasar el caballo. Y la vieja anduvo y anduvo hasta qui al fin pasó. Siguió y ya los iba alcanzando   —522→   cuando el Chiquío le tiró el dedal. S'hicieron unas barrancas llenas de garabatos240 y de montes que no podía pasar. La vieja anduvo y anduvo, hasta que al fin pasó. Ya los iban alcanzando cuando el Chiquío le tiró la tijera. S'hizo un despeñadero en unas sierras muy pedregosas que no se podía pasar. La vieja anduvo, anduvo, hasta que al fin pasó. Ya los iba alcanzando cuando el Chiquío le tiró el peine. S'hizo un pencal tan grande que no se podía pasar. La vieja anduvo, anduvo hasta que al fin pasó. Cuando llegó a la oría de la mar que el Chiquío y los hermanos ya 'taban pasando la mar. Y que le dice la vieja:

-¡Ah, Chiquío!, m'hicistes matar mis tres hijas, me llevastes los tres gorros y me desgarronastes la chancha. ¿Volvería, Chiquío?

-Sí, he de volver si la fortuna mi ayuda, a llevarte a vos.

Y que le dice la vieja:

-Los güesitos, t'hi de chupar.

-Será si podís.

Se volvió la vieja. Los hermanos se jueron. Anduvieron un tiempo y pasaron por cerca del palacio di un Rey. Llegaron y buscaron trabajo. Áhi 'taban trabajando los tres. Entonce, los hermanos mayores, como le tenían envidia al Chiquío, trataron di hacerlo matar. Jueron y le dijieron al Rey que el Chiquío si había dejado decir qu' él era capaz de traérle una piedra verde que tenía la vieja bruja abajo de la cabecera. El Rey llamó al Chiquío y le dice:

-Vea, amigo, ¿nu es que usté se ha dejado decir que usté es capaz de traer una piedra verde que tiene la vieja bruja abajo de la cabecera?

Que dice el Chiquío:

-No, Majestá, cómo voy a decir eso, si yo no say capaz.

-Bueno, aunque no haiga dicho, usté la va a traer. Palabra de rey no puede faltar, y sinó li hago cortar la cabeza.

Bueno. Se va el Chiquío, llorando ande 'staba el potrío y le dice lo que le pasa.

  —523→  

-¿Porque llorás? -le dice el potrío.

-Cómo no voy a llorar si mis hermanos mi han malquistado con el Rey y li han dicho que yo m'hi dejau decir que soy capaz de traer la piedra verde que la vieja bruja tiene abajo de la cabecera.

-Bueno -que le dice el potrío-, no se te dé cuidau. Pedile al Rey que te dé mantención para vos.

Le pidió mantención al Rey y se jue en el potrío. Antes de llegar que le dice el potrío:

-Llegate vos, despacito y fijate. Si el loro 'stá con los ojos abiertos, 'stá dormido y si 'stá con los ojos cerrados 'stá despierto. Si 'stá dormido te allegás y sacas la piedra, muy despacito.

Llegaron y vio el Chiquío que, en ese momento, el loro 'staba con los ojos abiertos. Se allegó, levantó muy despacito l'almuhada de la vieja bruja y le sacó la piedra verde y disparó. En seguida no más se despierta el loro y le dice a la vieja:

-¡Mama!, ¡Mama!

-¿Qué querís, lorito?

-El Chiquío le lleva la piedra verde.

Y se levantó la vieja y le dice:

-¿Lu alcanzaré, lorito?

-Es difícil porque va llegando a la mar.

Agarró la vieja el caballo de siete colores y salió a la furia. Cuando llegó a la oría de la mar, el Chiquío ya 'staba pasando y que le dice la vieja:

-¡Ah Chiquío!, m'hiciste matar mis tres hijas, me llevastes los tres gorros, me desgarronaste la chancha y ahora me llevás la piedra verde. ¿Volverís Chiquío?

-Sí, hi de volver, si la fortuna mi ayuda a llevarte a vos.

Y que le dice la vieja:

-Los güesitos t'hi de chupar.

-Será si podís.

  —524→  

Bueno. Ya le llevó al Rey la piedra verde de la vieja bruja, qu'era de virtú. El Rey se puso muy contento y se jue el Chiquío.

A los pocos días van los hermanos y le dicen al Rey que el Chiquío si ha dejado decir que es capaz de traer las chancletas de la vieja bruja, que corrian más ligero que el viento.

Entonce lo llamó el Rey y le dijo:

-¿Es cierto que usté si ha dejado decir qu'es capaz de traer las chancletas de la vieja bruja que son más ligeras qu' el viento?

-No, Majestá, cómo voy a decir eso si yo no soy capaz.

-Bueno, lu haiga dicho u no lu haiga dicho usté las va a traer. Palabra de rey no puede faltar y sinó le corto la cabeza.

Ya se jue llorando ande 'staba el potrío y el potrío le dice:

-¿Porque llorás?

-Cómo no voy a llorar si mis hermanos li han dicho al Rey que yo m'hi dejado decir que soy capaz de traer las chancletas de la vieja bruja que son más ligeras que el viento.

-Bueno -que le dice-, no se te dé cuidado. Pedile al Rey mantención para vos.

Le pidió mantención y se jueron. Cuando llegaron le dice el potrío:

-Si el loro 'tá con los ojos abiertos, sacó las chancletas, despacito y dispará.

El loro 'staba con los ojos abiertos. El Chiquío entró, despacito, agarró las chancletas que la vieja bruja tenía abajo de la cama y disparó. En seguida se despertó el loro y empezó a gritar:

-¡Mama!, ¡Mama!

-¿Qué querís, lorito?

-El Chiquío le lleva las chancletas que corren más ligero que el vieno.

Se levantó la vieja y le dice:

-¿Lu alcanzaré, lorito?

-Es difícil porque el Chiquío ya va llegando a la mar.

  —525→  

Agarró la vieja el caballo de los siete colores y salió a la furia. Cuando llegó a la oría de la mar, el Chiquío ya 'staba pasando y la vieja le dice:

-¡Ah, Chiquío!, m'hiciste matar mis tres hijas, me llevastes los tres gorros, me robastes la piedra verde y ahora me llevas las chancletas. ¿Volverís, Chiquío?

-Sí, hi de volver si la fortuna mi ayuda a llevarte a vos.

Y que le dice la vieja:

-Los güesitos t'hi de chupar.

-Será si podís.

Bueno. Y pasó el Chiquío la mar y le llevó al Rey las chancletas de la vieja bruja, que corrían más ligero qu'el viento. El Rey se puso muy contento y cada vez lo quería más al Chiquío.

Al poco tiempo lo vuelven a malquistar los hermanos, al Chiquío. Le dicen al Rey que el Chiquío si ha dejado decir que es capaz de traer la chancha de la vieja bruja, qui hace tres leguas di un tranco. Y ya lo llamó el Rey al Chiquío y le dice:

-Vea, amigo, ¿nu es que usté si ha dejado decir qu'es capaz de traer la chancha de la vieja bruja?

-No, majestá, cómo voy a decir eso, si no soy capaz.

-Bueno, lu haiga dicho u no lu haiga dicho, usté me va a traer la chancha de la vieja bruja. Palabra de Rey no puede faltar; si no la trae li hago cortar la cabeza.

Ya se jué el Chiquío llorando y que le dice el potrío:

-¿Porque llorás?

-Cómo no voy a llorar si mis hermanos mi han malquistado y li han dicho al Rey que yo soy capaz de traer la chancha de la vieja bruja.

-Bueno, no se te dé cuidado -le dice el potrío-. Pedile al Rey que te dé mantención para vos.

Ya le pidió mantención al Rey y salió en el potrío. Ya llegaron y le dice el potrío:

-Fíjate en el loro. Si está con los ojos abiertos, entrá, sacá la chancha y me la echás encima.

  —526→  

Cuando llegaron, el loro 'staba con los ojos abiertos. Entró a caballo el Chiquío, jue al chiquero de los chanchos y alzó la chancha en el potrío y salieron a toda furia. En seguida no más se despertó el loro y gritó:

-¡Mama!, ¡mama!

-¿Qué querís lorito?

-El Chiquío si ha llevau la chancha.

Se levantó la vieja enojadísima y le dice:

-¿Lu alcanzaré, lorito?

-Es difícil porque el Chiquío ya va llegando a la mar.

Llegó cuando el Chiquío acababa de pasar la mar y le dice:

-¡Ah, Chiquío!, m'hicistes matar mis tres hijas, me llevastes los tres gorros, me robastes la piedra verde, me llevastes las chancletas y ahora me llevás la chancha. ¿Volverís, Chiquío?

-Sí, hi de volver si la fortuna mi ayuda, para llevarte a vos.

Y que le contesta la vieja:

-Los güesitos t'hi de chupar.

-Será si podís.

Pasó no más el Chiquío y le llevó al Rey la chancha que hacía treinta leguas en cada tranco. El Rey 'staba contentísimo y almirado de lo valiente qu'era el Chiquío.

Los hermanos del Chiquío cada vez le tenían más envidia y no sabían cómo hacer para que lo matara el Rey. Entonce fueron y le dijeron que el Chiquío si había dejado decir qu'era capaz de robarle el caballo de siete colores de la vieja bruja. El Rey lo llamó al Chiquío y le dice:

-¿Nu es, amigo, que usté si ha dejado decir qu'es capaz de traer el caballo de siete colores de la vieja bruja?

-No, majestá, cómo voy a decir eso si yo no soy capaz de traer el caballo de siete colores, qu'es muy malo.

Y el Rey le dice:

-Bueno, amigo, lo mismo lo tiene que traer. Palabra de Rey no puede faltar, y sinó, le corto la cabeza.

Bueno, salió llorando el Chiquío y va ande 'staba el potrío.

-¿Porque llorás? -le dice el potrío.

  —527→  

-Cómo no voy a llorar si mis hermanos li han dicho al Rey que yo m'hi dejado decir que soy capaz de robarle el caballo de siete colores a la vieja bruja.

-Bueno, no se te dé cuidado -le dice el potrío-. Pedile al Rey mantención para vos y vamos.

Ya le dio el Rey la mantención y se jueron. El potrío le dijo que si el loro 'staba con los ojos abiertos que entrara, y agarrara el caballo de siete colores qu'iba 'tar muy mansito y lo pusiera a la par y disparara. Llegaron y el loro 'taba dormidazo, con los ojos abiertos. Entraron, agarró el caballo de siete colores, lu echó al lau y disparó. En seguida no más se despertó el loro y le grita a la vieja:

-¡Mama! ¡Mama!

-El Chiquío se ha llevado el caballo de siete colores.

Y se levanta la vieja, desesperada porque ya la dejaban di a pie, y le dice:

-¿Lu alcanzaré?

-Difícil porque ya 'tá llegando a la mar.

La vieja no tenía enque seguir para alcanzarlo, si le había llevau la chancha, las chancletas y el caballo de siete colores. Agarró y se jabonó los talones y salió corriendo más ligero que el viento. Llegó cuando el Chiquío 'staba cruzando la mar y le dice:

-¡Ah, Chiquío!, m'hicistes matar mis tres hijas, me llevastes los tres gorros, me robastes mis chancletas, me llevastes la chancha y ahora me llevás el caballo de siete colores. ¿Volverís, Chiquío?

-Sí, hi de volver si la fortuna mi ayuda, a llevarte a vos.

Y que le dice la vieja:

-Los güesitos t'hi de chupar.

-Será si podís.

Se volvió la vieja. El Chiquío llegó al palacio del Rey y l'entregó el caballo de siete colores. El Rey 'staba cada vez más contento con el Chiquío y de tener las cosas qu'éste le había traído que no las tenía ningún Rey.

  —528→  

Cuando vinieron, los hermanos, que el Rey lo quería al Chiquío, más envidia le tenían. Entonce le dijeron qu'el Chiquío si había dejado decir qu'era capaz de traer el loro adivino de la vieja bruja. Lo llamó el Rey al Chiquío y le dijo si era cierto que se había dejado decir qu'era capaz de traer el loro adivino de la vieja bruja.

-No, majestá, cómo puedo decir eso yo, si eso es muy difícil, nadie es capaz de traerlo.

-Bueno. Sea cierto u no sea, usté me va a traer el loro adivino. Palabra de Rey no puede faltar, y sinó, le corto la cabeza.

Áhi sí, que 'staba triste el Chiquío. Se jue, llorando más que otras veces ande 'staba el potrío. Ya le contó, y el potrío le dijo:

Va a ser muy trabajoso pero vamos a hacer lo posible por agarrar el loro adivino. Pedile al Rey una jaula muy segura y que te dé toda clase de golosina, dulce, vino, queso, pan, caramelos, azuca... Cuando lleguemos a la casa de la vieja bruja, vos entrás cuando el loro 'sté dormido, con los ojos abiertos. Y cuantito se despierte vos le ofrecís golosinas y a la final vino, y ya cuando 'sté chumado241 lu echás a la jaula y te disparás. Tenís que tener mucho cuidado cuando el loro la llame a la vieja, no dejarte agarrar con la vieja porque vas a ser perdido.

Ya se jueron y llegaron a la casa de la vieja bruja. El loro 'staba con los ojos abiertos y el Chiquío entró y se le puso cerquita. Al ratito no más se despierta, y va a gritar, y el Chiquío le dice:

-Lorito, ¿querís dulce?

-Bueno, dame.

Y al ratito le ofrece masitas. Y el lorito le recibe y come. Y después le dio caramelo. Y después, ya el loro no podía 'star sin gritarle a la vieja bruja y que le dice:

-Mama, el Chiquío mi anda por llevar.

Y que le dice al Chiquío:

-Escondete en ese rincón.

  —529→  

Ya se levantó la vieja y le pregunta al loro ánde 'stá el Chiquío.

-Áhi, abajo d'esa batea -y nu encontró nada.

-Lorito, m'estás engañando -le dice-. Te voy a dar unos buenos palos.

Y áhi no más agarró la vieja y se jue a dormir.

Salió el Chiquío y le dice al loro:

-¿Querís dulce, caramelo, azuca?

-Sí, dame -que le dice, y comió de todo.

Al ratito vuelve a gritar, el loro:

-Mama, el Chiquío mi anda por llevar.

-¿Ande m'escuendo? -le dice el Chiquío.

-Abajo 'e la batea.

S'escondió, el Chiquío, y la vieja bruja se levantó y le dice al loro:

-¿Ande 'tá el Chiquío?

-Áhi 'tá, en la rajadura de la paré.

Se jue la vieja y nu encontró nada, y muy enojada le dice:

-No m'estís engañando lorito trompeta, porque te voy a pegar.

La vieja se jué a dormir y el Chiquío salió del escondite. Ya le volvió a ofrecer pan con vino y volvió a comer el loro. Entonce le dice el Chiquío:

-¡Vamos, lorito!

Áhi no más gritó el lorito:

-Mama, el Chiquío mi anda por llevar.

-¿Y ande m'escuendo? -le dice.

-En la rajadura 'e la paré -le dice al Chiquío.

Y viene la vieja enojadísima y le dice:

-¿Ande 'tá el Chiquío?

-Áhi 'tá, en la rajadura 'e la paré.

Se va la vieja y lo encuentra y lu agarra.

-Ahora me vas a pagar las hechas y por hacer -le dice.

  —530→  

Lo sacó y l'echó harina en los ojos y lo dejó ciego. Y que le dice a una negra esclava que tenía:

-Mirá, negrita -le dice-, vas a hacer juego y vas a poner los fondos con agua al juego y en cuantito 'stá l'agua caliente, pero bien caliente, qu'hirva, me lu echás al Chiquío. Yo me voy a ir a invitar a mis compadres pa que vengan a comer una linda cazuela.

Y jue y lo dejó al Chiquío con las manos atadas y ciego con harina. La negra se puso a hachar la leña. La leña 'staba muy dura y no podía casi hacharla. Entonce que le dice el Chiquío:

-¡Pero, señorita, por ser el último día de mi vida, saquemé un poco di harina y larguemé una mano para ayudarle a hachar leña!

-¡No! -que le dice-, vos estás por joderme. Vos estás por irte.

-¡Pero, no, señorita, que me voy a ir! Saquemé l'harina, así li hacho la leña.

Tanto la instó que la negra le sacó la harina di un ojo y le largó una mano. Y ya el Chiquío hizo para hachar la leña, ¡y claro! no podía. Y que le dice:

-Bueno, saquemé otro poquito y larguemé l'otra mano, ¿no ve que no puedo manejar l'hacha?

Y ya la negra por el interés de que li hache la leña le limpió el otro ojo y le largó l'otra mano. Entonce jue y se puso a hachar la leña. Hace un buen montón de leña y que le dice:

-¡Alcelá, ahora!

La negra que 'staba muy contenta lo que li habían hecho el trabajo y va y si agacha y agarra la leña, y áhi no más el Chiquío li asienta con l'hacha y le cortó la cabeza a la negra. Y agarró y hizo juego a los fondos y echó el cuerpo de la negra. Y agarró la cabeza y la puso en un mortero y lo acostó en la cama. Y agarró y jue ande 'staba el loro y lo aporrió bien y lo metió en la jaula, y subió a caballo y se jue.

Al momento, no más que se va el Chiquío, llegó la vieja. Lo primero que se fija en los fondos y ve que 'stá hirviendo un cuerpo y dice:

-¡Se 'stá cocinando el pichoncito! Ya me voy a chupar los dedos.

  —531→  

Y ya comienza a buscar a la negra y dice:

-¿Ánde se mi habrá ido mi negrita? Tiene que 'star cansada con tanta leña que ha hachado.

Se va a buscarla y ve que'stá en la cama un bulto y la cabeza de la negra, y que dice:

-¿Ve? ¡Pobre mi negrita, cómo 'stará de cansada que si ha acostado a dormir! Levantá, negrita, que ya van a venir mis compadres para que comamos mi pichoncito.

Y claro, la negra no despertaba, y va y la destapa y encuentra la cabeza sola con el mortero.

-¡Ah! -que dice- éstas son cosas del Chiquío. Ya me jodió.

Y ya se dio cuenta qu'el cuerpo que 'taba en los fondos era de la negra. Y ya vio que no 'staba el loro. Entós, no tuvo más qui hacer, se jabonó los talones y le pegó. Cuando llegó a la oría de la mar, el Chiquío ya s'taba pasando, y le dice:

-¡Ah!, ¡Chiquío!, m'hicistes matar mis tres hijas, me llevastes los tres gorros, me robastes la piedra verde, me llevastes mis chancletas, me llevastes la chancha, me llevastes el caballo de los siete colores y ahora me llevás el loro a divino. ¿Volverís, Chiquío?

-Y él le contesta:

-Sí, hi de volver si la fortuna mi ayuda a llevarte a vos. Y que le dice la vieja:

-Los güesitos t'hi de chupar.

-Será si podís.

Llegó el Chiquío al palacio del Rey, le entregó el loro y le dice:

-¡Acá tiene, majestá!

El Rey de contento no sabía qué hacer con el Chiquío. Cada vez lo quería más. Los hermanos 'taban más llenos d'envidia y no sabían cómo hacer para hacerlo matar. Entonce van y le dicen al Rey que el Chiquío si ha dejado decir qu'es capaz de traer la vieja bruja.

  —532→  

Entonce el Rey lu hace llamar al Chiquío y le dice:

-Mi han dicho qui usté si ha dejau decir qu'es capaz de trair la vieja bruja.

-No majestá -que le dice-; ¡cómo voy a decir eso si yo no soy capaz! La vieja bruja me va a matar en cuantito me vea.

-Bueno -que le dice-, haiga dicho u no haiga dicho, usté la va a traer a la vieja bruja. Palabra de Rey no puede faltar. Y sinó le corto la cabeza.

Ya el Chiquío se puso a llorar desconsoladamente y se jue ande 'staba el potrío.

-¿Porque llorás? -que le dice el potrío.

-Cómo no voy a llorar -que le dice- si el Rey mi ha dicho que li han dicho que yo m'hi dejado decir que soy capaz de traer la vieja bruja, y que si no la traigo me va a matar. Y yo no soy capaz. La otra vez m'escapí pero d'ésta la vieja me va a comer no más. No sé cómo voy a hacer.

-Bueno -que le dice-, es muy difícil, pero vamos a hacer lo posible por salvarte. Decile al Rey que te dé una carroza cerrada, y que te dé mercaderías, géneros de toda clase, anillos, collares, de las mejores alhajas, y que te dé ropa como vendedor ambulante. Que la carroza tenía que tener una parte atrás muy segura, como si juera un cuartito, como una jaula y que se dividía con la parte di adelante con una compuerta. Bueno, en esa parte di atrás tenía que poner los mejores géneros y las alhajas más caras y lindas. Y ya le dijo el potrío cómo tenía qui hacer y se jueron. El Rey le dio al momento todo.

Ya llegaron a la casa de la vieja bruja y que salió enseguida la vieja, qu'era muy curiosa y ya se saludaron:

-Buenas tardes.

-Buenas tardes.

-¿Qué anda vendiendo? -que le dice.

-Traigo muchísimas cosas muy lindas y muy baratas.

Y ya, empezó a ver la vieja. S'entraba un poquito y se sentaba para atrás. Que parecía que tenía desconfianza. Y ya que le dice el Chiquío:

-Entre, señora, no tenga miedo, entre con confianza.

  —533→  

Por áhi ya s'entró casi toda, lo que veía las alhajas, y agarró el Chiquío y le pegó un pechón242 y le bajó la compuerta. Y áhi le dijo:

-Yo soy el Chiquío, vengo a buscarte.

La vieja que pataliaba y gritaba, y nada. Se jueron áhi no más. Y que le decía:

-Chiquío, largame por favor. Te voy a dar todas mis riquezas.

Bueno. Se jue con la vieja y se la llevó al Rey. El Rey qu'hizo buscar cuatro potros y la hizo atar de las dos manos a dos potros y de los dos pies a otros dos potros. Y así l'hicieron pedazo a la vieja bruja.

Entonce el Chiquío les ganó de mano a los hermanos, y los malquistó para que no lo malquistaran a él. Le dijo al Rey que si habían dejado decir los hermanos qu'eran capaces de capujar cada uno d'ellos una naranja que la tiraran las hijas del Rey, de los balcones. Qu'el Rey tenía tres hijas. Todo esto li había aconsejado el potrío.

-Y vos, ¿sos capaz?

-Sí, soy capaz -que le había dicho también por consejo del potrío.

Ya los llamó el Rey a los hermanos y les dijo que si era cierto que si habían dejado decir qu'eran capaces de capujar una naranja que les tiraran las hijas d'él de los balcones. Ellos dijeron que no, que nu eran capaces porque los balcones 'staban muy alto. Entonce él les dijo que lo tenían qui hacer no más, que palabra de Rey no podía faltar, y que si no lu hacían los iba a matar.

Al otro día el Rey les dio una naranja a cada hija. Tiró la mayor, y el hermano mayor se aprontó. ¡Qué!, ni vio la naranja, se deshació en el suelo. Tiró la segunda. El hermano del medio la jué a capujar. ¡Qué!, más lejo se deshació la naranja. Tiró la menor y el Chiquío la capujó en el aire.

  —534→  

Entonce el Rey, que ya 'taba enojado con éstos por todo lo que lo habían intrigado al Chiquío, mandó traer ocho potros. A cada uno de los hermanos los ató de las manos y de los pieses a cuatro potros y los largaron al campo. Claro, los partieron, los descuartizaron en seguida.

Al Chiquío lu hizo casar con l'hija menor y lo dejó de príncipe en el palacio, y áhi quedó.

A los tres días vino el potrío a decirle qu'él era un ángel que había venido a salvarlo y a ponerlo en buena positú, y que venía a saludarlo porque él se tenía que volver ande 'staba Dios. El Chiquío se puso a llorar y le agradeció al potrío, y éste s'hizo una palomita y se voló y se jue.

Gilberto Zavala, 29 años. San Martín. San Luis, 1945.

En el cuento figuran motivos de La fuga mágica.



  —535→  
1067. El caballito de siete colores

SAN LUIS

Era un hombre muy pobre, pero muy güen hombre. Su mujer era también muy güena y guapa243. No tenían hijos. El hombre tenía un campito con mucho pasto, y no tenía más animales que un caballo y un burro. Vivían muy necesitados siempre.

Un buen día, le dice el hombre a la mujer que había pensau irse por áhi, a ver si encontraba alguna persona que echara algunos animalitos a pasto, ya que tenían ese campito tan lindo, a ver si Dios los ayudaba.

Entonce la mujer le dijo:

-Hacís muy bien, hijo. Dios quera y la Virgen María Santísima, que encontrís una persona que los ayude.

Entonce ella le hizo unas tortas al rescoldo244 y al otro día tempranito, salió el hombre a buscar algo que les ayudara a vivir, a suplir sus necesidades.

Caminó todo el día. Ya iba lejos, muy lejos. Por la tarde, el hombre iba al trotecito en su caballo, cuando encontró a un viejito, en un caballito flaco. Después que se saludaron y conversaron, le preguntó el hombre al viejito, que si no conocía por áhi algunas personas que pudieran darle algunos animalitos   —536→   a pasto, que él tenía un lindo pastito, y que no tenía más animales que el que iba montado y un burro. Entonce el viejito le contestó:

-Veya, amigo, yo le voy a dar unas yegüitas que tengo, con una condición. Si usté me jura hacer lo que yo le diga y cumplir su palabra, no le va a faltar nada en su casa.

Entonce el hombre se hincó y juró por Dios y la Virgen cumplir lo que el hombrecito aquél le pedía. Y entonce le dijo cuál era la condición:

-Bue... Todos los potríos que nazcan, los va a matar, ojála seyan hijos de las yeguas más bonitas o de las más fieras, y el último potrío de la yegua última, que nazca, me lo va a dejar, ojála seya de la yegua más bichoca, deslomada... y aunque el potrío sea fiero, dejeló no más. A las yeguas se las regalaré cuando venga a llevar el potrío.

Le dijo que se volviera no más a su casa, y que al otro día le llevaría las yeguas. Cuando jue el hombre a su casa, le contó a la viejita todo lo que le había pasau, y entonce la viejita le dijo:

-¡Ánima santa! ¡Que ese hombre tenga palabra de Dios, y cumpla!

Y así jue. Al otro día vino el viejito a las casa a traile las yeguas, y se las dejó.

A los pocos días empezaron a parir las yeguas, y él principió a matar los potríos que nacían. Nacían unos potríos y potrancas hermosas, pero él los mataba. Y al último, iban quedando dos yeguas, una linda, y la otra toda defectuosa. Era quebrada en el lomo, chueca, tuerta, cogote ladiau. Güeno, parió la primera un potrío que tenía siete colores, muy lindo como no se había visto otro. Entonce este hombre no sabía qué hacer, si matarlo o no, puesto que la otra que quedaba era una yegua tan fiera, tan horrible. Al fin, después de tanto pensar, dispuso no más dejarlo al overo, al de siete colores, hasta ver que qué potro paría la otra yegua. Cuando parió la otra yegua un potrío oscuro tapáu, más lindo que el de siete colores. Sin decirle nada al viejito, pa que no le eche en cara que no cumplía su palabra, los dejó a los dos potríos creyendo que el dueño no iba a saber. Luego no más jueron grande los dos   —537→   animales y dispuso hacerlos caballos, y amansarlos, principiando por el de siete colores. Al tenerlo en su casa se le disparó y tomó el camino por donde el viejito había venido a traer las yeguas. Entonce se puso a amansar el oscuro tapau. Y al ver que el dueño de las yeguas no venía, ya hacía mucho tiempo que tenía que venir, se jue a buscar el caballo de siete colores que se le había disparau, en el oscuro tapau. A los muchos días de ir por el camino, encontró una pluma di oro y la 'tuvo mirando, se bajó a alzarla y entonce el caballo oscuro le dijo:

-No alcís esa pluma, que a causa de esa pluma te vas a ver perdido.

El hombre le contestó:

-¡No sabís nada, animalito inocente!

La alzó a la pluma y se la puso atrás de la oreja. Y se jue. Al seguir viaje, al rato no más se olvidó que la llevaba a la pluma atrás de la oreja. Al mucho tiempo de andar, pasó por un palacio muy grande que había, ande 'taban tres hijas del Rey, arriba, en un balcón. Áhi no más tocaron las campanas y avisaron al Rey que iba un hombre con la pluma di oro que se le había perdido a la hija menor, cuando la robaron los moros.

El Rey lo hizo llamar, lo hizo tráir al hombre y le dijo di ánde sacaba la pluma. El hombre le contó cómo jue, pero el Rey le dijo que ya que le había traído la pluma perdida, que tenía que traile un anío que se le había cáido a la hija en el mar, y si no lo hacía, palabra de Rey no puede faltar, le haría cortar la cabeza, con caballo y todo. Entonce el hombre salió llorando, sin saber qué hacer. Al arrimarse al potrío, éste le preguntó:

-¿Pór que llorás llorón?

El hombre le contestó que porque el Rey le había dicho que si no traía el anío que se le había perdido a la hija, cuando la llevaron los moros, le cortaría la cabeza a él y a los dos. El potrío le contestó:

-¿No te dije que no alzaras esa pluma, que a causa de esa pluma te ibas a ver perdido? Pero no se te dé cuidau. Andá pedíle al Rey tres diamantes sin pecar, y vamos a la oría del mar.

  —538→  

Y así lo hizo el hombre. El Rey le dio los diamantes y se jueron. Llegaron a la oría del mar. Cuando 'taba áhi, le dijo el potrío:

-Bajate y tirá un diamante al mar. Van a venir las olas bramando, enojadas, y aunque te tape l'agua, cerrá la mano y poné el dedo chico así, estirau, el dedo de la mano del corazón. Vino la ola. El hombre hizo con la mano y el dedo lo que el potrío le dijo, pero no salió el anío. Entonce el potrío le dijo:

-Tirá otro diamante y esperá, esperá con el dedo estirau.

Vino otra ola más brava de la mar, y el hombre volvió a poner la mano como le había ordenado el potrío, y tampoco salió el anío. Entonce el potrío oscuro le dijo:

-No te murás, y tirá el último diamante y poné la mano y cerrá los ojos, que si no sale 'tamos perdidos.

Se vino una ola más brava que las otras. Estiró la mano con el dedo tieso y cerró los ojos como le ordenaba el potro oscuro, cuando, de repente, sintió en el dedo chico una cosita que le ajustaba el dedo. Al irse l'ola, saca la mano y se encontró con un precioso anío en el dedo. Áhi no más saltó a caballo y se jue a la casa 'el Rey, y le llevó el anío. Él se puso muy contento y le dijo:

-Me has tráido la pluma di oro y el anío, agora me vas a trair la hija que me llevaron los moros.

Salió llorando otra vez, el hombre, y el potrío oscuro le dice:

-¿Porque llorás, llorón?

-¡Cómo no voy a llorar, si el Rey me dijo que l'hi tráido la pluma di oro y el anío, que agora le tengo que tráir la hija que le llevaron los moros!

Entonce el potrío le contestó:

-¿No te dije que a causa de esa pluma te ibas a ver perdido? Pero no se te dé cuidau. Andá y pedile al Rey una bolsita di oro, y subí y vamos.

Y así lo hizo. Le dio el Rey la bolsita con oro y se jueron. Cuando llegaron a la casa de los moros, éstos 'taban con una gran carrera. Se paró el hombre y le dice el potrío:

-Mirá, hacete el que vas pasando y te parás a ver las carreras. Los moros te van a mirar a vos y a mí y te van a proponer   —539→   una carrera. Vos deciles a los moros que se te alleguen, que le corrís al mejor caballo que tengan. Que lo corra un chico, que apostás la bolsa di oro que llevás, y se la mostrás a la bolsa. Ellos, como son tan interesados y envidiosos te van a acetar. Ellos van a poner a la niña, hija del Rey vestida de varón, de corredora. La tienen para hacer correr los caballos, porque es muy buena jineta. Mientras arreglen los caballos pa la carrera, vos le das a la niña este papelito, sin que te vean los moros.

En el papelito le decía que venía a llevarla adonde 'taba el Rey, su padre, y que ante de la mitá de la carrera, saltara en las ancas de su caballo, que no la iban a ver los moros. Se arregló todo y se jueron a correr la carrera. Y así jue, que a la mitá de la carrera él se arrimó ande iba la niña, y entonce la niña saltó a las ancas del potro oscuro y disparó tan ligero, a toda la furia, que pasó por medio de los moros y ni la vieron. Llegó al palacio y le entregó la niña al Rey. El Rey hizo grandes fiestas. Tuvieron tres días de grandes comilonas. Y en todas partes comían, tomaban y bailaban por la venida de la hija 'el Rey. Entonce el Rey le dijo al hombre:

-Me has tráido la pluma di oro, me has tráido al anío, me has tráido m'hija que me llevaron los moros; agora me vas a tráir el que jue el dueño de la pluma di oro.

Salió llorando el hombre y le dijo el potro:

-¿Porque llorás, llorón?

Él le contestó:

-Porque el Rey me dice que l'hi traído la pluma, el anío, la hija y que tengo que traile el dueño que jue de la pluma di oro.

-Yo te dije que a causa de esa pluma t'ibas a ver perdido. Pero, no se te dé cuidau, yo te voy a salvar. Andá pedíle al Rey un cordero gordo y te vas ir allá lejos, ande hay un cerro.

Y así lo hizo. Cuando llegaron al cerro, le dijo el potro:

-Andá a esa plaíta245. Sacále el cuero al cordero. Vos te vas a hacer chiquito y envolvéte con el cuero, la carne para ajuera. Tate listo con las manos, para agarrar todos esos pájaros que andan volando que se van a bajar a comerte, creyendo que sos   —540→   una osamenta, pero no tengás miedo. Ninguno te va a tocar hasta que no venga el Rey de todos ellos. Cuando vos vias que viene un pájaro que brilla más que el sol, ése es el dueño de la pluma. Se va a bajar a comerte los ojos, que ésa es su presa. Cuando te vaya a picar, cazalo de la pata, y no lo vas a ir a soltar aunque te piquen todos los otros pájaros. Yo te voy a defender.

El hombre hizo todo lo que le dijo el potrío. Se envolvió con el cuero y se puso a esperar. De repente vio que venía un pájaro que brillaba más que el sol. Áhi no más se preparó. Cuando bajó y jue a comerle los ojos, lo agarró de las patas. El pájaro se puso furioso y tironiaba por irse. Entonce se puso oscuro. Como una nube de los otros pájaros se allegaron a defender su Rey. Gracias al potrío oscuro que los corrió a todos, se salvó, y pudieron irse llevando al Rey el pájaro de las plumas di oro. Ya llegaron, y el Rey se puso muy contento con el pájaro. Entonces le dijo:

-Me has tráido la pluma, el anío, m'hija, el pájaro de plumas di oro. Agora me vas a tráir vivo o aunque sea la cabeza, del caballo de siete colores que andás buscando.

El hombre, entonce, salió llorando de verse de tan mala suerte. El potrío, cuando lo vio, le dijo:

-¿Porque llorás, llorón?

-¡Cómo no voy a llorar, si el Rey, me ha dicho que ya le traje la pluma di oro, el anío, l'hija y el pájaro de plumas di oro, que tengo que trailo vivo, o la cabeza, del caballo de siete colores!

-¿No te dije que a causa de esa pluma te ibas a ver perdido? Pero no se te dé cuidau. Pedile al Rey una espada que corte un pelo en el aire. Andate a aquel campo. Hay un corral. Desensillame, largame en el corral. Ponete vos al lau de la puerta. Yo voy a ver si lo puedo trair. Lo voy a llamar. Andá por acá, por este campo. Lo que vaya a entrar al corral, le cortás la cabeza; no le vas a errar.

Se jue al corral el hombre y lo largó al potrío oscuro. Éste principió a relinchar pal lau 'el campo, y a trotar adentro 'el corral. A la tarde le dijo el hombre:

-No contesta el caballito de siete colores.

  —541→  

En la noche, vuelve a seguir relinchando con más bríos, el potrío oscuro, y trotando en el corral mirando hacia unas sierras que había enfrente, cuando, de repente para l'oreja y le dice al hombre:

-Siento que me contesta el caballito de siete colores, pero muy lejos.

Y sigue relinchando el potrío oscuro con más juerzas, y trotando en el corral. Al otro día de mañanita, le dice:

-Aprontate, que viene el caballito de siete colores con las yeguas de su tropa. Son las potrancas que nacieron de aquellas que te dio el viejito y que vos matastes. Viven con él, agora. Ya vienen llegando. El caballo de siete colores viene furioso. No le vas a errar porque los va a matar a los dos.

El hombre 'taba escondíu, haciendosé chiquito atrás de la puerta del corral. En cuantito asomó la cabeza el Caballito de siete colores, se la cortó en el aire. Las yeguas se alzaron al campo.

Ya contento, el hombre, ensilló el potrío oscuro y se jue al palacio del Rey con la cabeza del Caballito de siete colores. Entonce el Rey le dijo:

-Me has tráido la pluma di oro, el anío, m'hija, el pájaro de plumas di oro y la cabeza del Caballo de siete colores; vos debís ser un brujo. Te quedás acá descansando, hasta que yo te mande.

El hombre, entonce, que pensaba en su mujer, que no sabía lo que estaría pasando y viendo que el Rey lo iba a hacer matar, salió llorando amargamente. El potrío oscuro lo que lo vio le dijo:

-¿Por qué llorás, llorón?

Y el hombre le contó todo lo que le había dicho el Rey. Entonce el potrío le dijo:

-No se le dé cuidau.

Se quedaron áhi. Entonce vieron que el Rey mandó trair cinco carradas de leña y formar con la leña como una casa, en una playa que había cerca del palacio. Entonce mandó el Rey   —542→   que adentro lo ataran al potro oscuro y al hombre, para prenderles juego. El potro oscuro le dijo al hombre:

-Pedíle al Rey veinte varas de bramante sin pecar, y que cuando los estén quemando, que toque la banda de música. Con el bramante envolvete vos y envolveme a mí y dejá que los prendan juego.

El Rey le dio al hombre todo lo que pedía. El hombre se envolvió él y lo envolvió al caballo con el bramante sin pecar. En la noche les hizo prender juego por todos lados, y los negros esclavos cuidaban para ver que se quemen completamente. La banda de música tocaba a todo lo que daba. A medida que se iba quemando la casa de leña, se iba haciendo un palacio mejor que el palacio del Rey. Al otro día, amaneció un palacio lleno de lujo, y adentro, el hombre, la mujer d'él, el viejito que le dio las yeguas a pasto al hombre y el potrío oscuro. Entonce, el viejito de las yeguas, le dijo al hombre:

-Yo soy Dios y este potrío oscuro es un ángel, mandado por la Virgen para ayudarlos a ustedes que son tan güenos y merecen la protección mía y de la Virgen. Ya tienen este palacio, lleno de todo y con riquezas que les van a durar toda la vida. No se tienen que preocupar por nada.

Y cuando dijo esto el viejito, él y el potrío oscuro se convirtieron en dos palomitas y se volaron al cielo.

El hombre y la mujer lloraban de alegría. Hicieron una gran fiesta que duró muchos días. El Rey se hizo amigo de ellos y se dio cuenta que todo lo que el hombre hacía era con la ayuda de ese ángel que le mandó la Virgen. Y los dos, el marido y la mujer, vivieron muchos años, muy felices.


Y entró por un poronguito roto,
para que usté me cuente otro.



José María Carrizo, 76 años. La Cañada. La Capital. San Luis, 1926.

El narrador, campesino rústico, aprendió este cuento de la madre, curandera de La Cañada, La Capital, que murió hace algunos años.

Mi padre lo oyó contar en La Lomita, actual Lafinur, Junín, San Luis, más o menos en 1888, a un viejo y famoso narrador de esa región norteña llamado Antonio Gil.

Es una variante de nuestro cuento tradicional.



  —543→  
1068. Los hermanos malos

CÓRDOBA

Que eran unos viejitos que tenían tres hijos y eran muy pobres.

El hijo mayor dijo que iba a salir a rodar tierra y a buscar trabajo. Entonce el del medio dijo que él también se iba. Y salieron de viaje los dos.

El más bueno de los tres era el hermano menor, pero los mayores le tenían envidia y no lo querían.

Cuando se fueron los hermanos mayores, pidió permiso el menor para ir, pero los padres le decían que era muy chico, que le podía pasar algo. Y esto era porque los viejitos sabían que los hermanos mayores no lo querían. Al fin lo dejaron ir porque tanto rogó él.

El hermano menor los alcanzó a los mayores en el camino y éstos le hicieron de todas las maldades, pero él siguió.

Llegaron a la casa de un Reis muy rico y áhi les dieron trabajo.

Al chico le tenía simpatía este Reis, entonce los hermanos trataron de malquistarlo.

Un día van y le dicen al Reis, que el hermano menor se había dejado decir que él era capaz de traerle la hija que le había robau el Reis Colorado. Que ese reino quedaba al otro lado del mar.

Entonce el Reis muy contento lo llamó al chico y le dice:

-Que usté se ha dejao decir que es capaz de traerme mi hija, y palabra de Reis no puede faltar, tiene que cumplir.

  —544→  

Y le dio plazo de quince días para que la trajiera y de lo contrario le cortaba la cabeza. Y lo mandó que elija el caballo que quisiera en el corral.

El pobre muchacho se fue muy afligido y entró al corral a elegir caballo. No hallaba qué elegir, y en eso pasa cerca una yegüita flaca y sintió que le dijo:

-Llevame a mí.

Entonce dio una vuelta para disimular y agarró la yegüita flaca. La llevó. Llegando a su casa, la yegüita le dijo que no se aflija, que ella lo va ayudar. Que se haga preparar para el viaje una tortilla al rescoldo de diez arrobas.

Y al día siguiente sale en busca de la hija del Reis. Y cuando va muy lejo, en medio de una montaña de árboles, encuentra un gran hormiguero, donde había muchas hormigas que las llevaba el viento. Entonce la yegüita le dice que le dejara la mitá de la tortilla. Al dejarle esto, sale un hormigón y le agradece, diciendolé que cuando en algo lo necesite, que diga, «el hormigón más grande que hay en el mundo», y en seguida iba a 'tar ahí, y que en algo lo iba a ayudar. Más adelante encontraron otro hormiguero donde dejaron la otra mitá de la torta.

Llegando a la orilla del mar, ven que una ola había tirado un pescado afuera del agua, el cual ya 'taba moribundo. Se bajó el muchacho y lo tiró al agua. Reacciona el pescado y sale contento, y le dice, que cuando por algo se vea en apuro, que diga. «Dios y el pescado más grande», y ahí estará él, y en algo le iba a ayudar.

Entonce la yegüita le dice que cierre los ojos y que no los abra hasta que ella no le diga. Y cuando la yegüita le dijo que abriera los ojos, ya 'taba al otro lado del mar. Y ése era el reino del Reis Colorado, el que había llevado la Princesa hija del Reis Blanco.

Siguieron, y llegan a una reunión de carreras. Que al Reis Colorado le gustaban mucho las carreras.

El muchacho desafió a jugar una carrera. No faltó quien le dijo al Reis que había un desafío. Entonce viene y le dice que por cuánto quiere correr. Entonce le dice que le corre por una   —545→   carga de plata. Y como al Reis le parecía poco, le dice que corran también a perder los caballos. Cuando vio esa yegüita tan flaca, pensó que le ganaba lejos.

Se hizo la carrera. En el caballo del Reis iba a correr la niña hija del Reis Blanco, de adonde venía el mozo.

Y largaron la carrera. Y en un descuido, el mozo le había dicho a la niña que la venía a llevar. Y salieron corriendo. Corrían los dos caballos muy ligero y se perdieron de vista de la gente. Y el mozo la alzó a la niña, la puso en las ancas y siguió solo hasta la oría del mar.

Cuando llegaron al mar, le vendó los ojos de la niña con un pañuelo y él cerró los ojos. La yegüita los pasó al otro lado. Al cruzar el mar se le cayó un anillo a la hija del Reis.

Y llegando, ya de vuelta, le entregó la hija al Reis, estando éste tan contento por haber creído imposible que ese chico, en ese animalito tan flaco, pudiera rescatar su hija. El Reis le agradeció mucho y se puso a sus órdenes.

Más envidia les dio a los hermanos cuando se enteraron de lo sucedido, pero cuando supieron lo del anío que se le había perdido a la Princesa, le fueron a hablar al Reis.

Se presentaron al palacio y le dijieron al Reis que el hermano se había dejado decir que era capaz de traer el anío que perdió la Princesa al pasar el mar.

Entre ellos decían:

-Ahora lo hacimos matar a éste.

El Reis lo llamó y le dijo que él se había dejado decir que era capaz de traer el anío que la hija perdió al pasar el mar.

Él le dijo que no había dicho eso, ni capaz lo era tampoco. Entonce el Reis le dijo que tenía tres días de plazo y de lo contrario sería fusilado.

Se fue muy triste el chico a la casa y se puso a llorar. Entonce la yegüita le dice que por qué lloraba y él le contó lo que le pasaba. La yegüita le dijo que no se afligiera, que al otro día temprano saldrían en busca del anío. Entonce le dice:

-¿Se acuerda del pescado que le salvó la vida? Éste los ha de ayudar.

  —546→  

Y entonce el joven se puso contento.

Llegaron a la oría del mar y el joven dijo:

-Dios y el pescado más grande, que ahora lo necesito.

Al momento apareció. Pega un colazo el pescado y dice:

-¿En qué puedo ayudarlo?

Entonce le dice que andaba en busca de un anillo de la Princesa, perdido en el mar. El pescado toca una corneta, y se amontonan muchos pescados, y él les pregunta si alguno no ha encontrado el anillo de la Princesa perdido en el mar. Respondieron que ninguno, pero que faltaban tres pescados. Y como siguiera tocando la corneta, se presentó uno de los pescados, el cual estaba con sueño y un poco emborrachado. Al ser interrogado por el pescado grande adónde había andado y si había visto el anío perdido, dijo que sí, que había estado en unos novios y que la novia tenía el anío. Le ordenó el pescado grande que traiga ese matrimonio. Llegaron los dos pescados y la novia entregó el anillo. Entonce el pescado grande se lo dio al mozo y se despidieron, y él se fue.

Llegó hasta el Reis y entregó el anío y el Reis se quedó asombrado de que pudiera hacer esta prueba tan difícil este mozo.

Más envidia sintieron los hermanos que no sabían cómo hacerlo matar.

Después de pasar un tiempo, el Reis tenía una gran cosecha de trigo y la gente le faltaba, y se le iba a perder en buena parte. Aprovechando esto los hermanos se presentaron al Reis y le dijieron que el hermano se había dejado decir que él era capaz, solo, de cortarle el trigo y emparvarlo en tres días.

Lo llama el Reis nuevamente y le dice que por última vez tendrá que cumplir con lo que ha dicho, que él se ha dejado decir que en tres días le cortará el trigo y se lo daría emparvado, y que de lo contrario le haría cortar la cabeza.

Vuelve a su casa el muchacho muy triste, llorando al ver su poca suerte. Entonce la yegüita se allega y le dice que qué le pasaba.

-Qué me va a pasar -le dice-. Que mis hermanos han vuelto a engañar al Reis diciendolé que yo me he dejado decir   —547→   que soy capaz de cortar y de emparvar el trigo en tres días. Y me van a cortar la cabeza porque yo no soy capaz de hacerlo.

Entonce la yegüita le dice que no se aflija, que se recuerde de las hormigas que lo pueden ayudar. Entonce se fueron a los hormigueros. Y áhi dijo:

-Dios y el hormigón más grande, que en estos momentos lo necesito.

En seguida vino el hormigón. Él le dijo lo que le pasaba, y el hormigón le dijo que no se aflija por eso.

En seguida llamó a las hormigas grandes y chicas y el hormigón les ordenó lo que tenían que hacer.

Las hormigas llegaron a las chacras y empezaron a cortar el trigo desde el centro, de modo que a las orías no se notaba nada. Nadie se daba cuenta del trabajo y los hermanos esperaban que esta vez lo mataran al chico.

Antes de llegar el plazo fijado por el Reis, entregó el trabajo listo, ayudado por las hormigas.

Salido de este trance tan apurado, se despidió del Reis y llega a su casa muy contento.

Al otro día muy temprano, cuando va a darle de comer a la yegüita, ésta le dice:

-Mirá, tenimos que hacer algo para que tus hermanos dejen de buscar ocasión de hacerte matar. Presentate ante el Reis y decíle que tus hermanos se han dejado decir que son capaces de atajar la bala del cañón que él tiene, por ser éste de poca potencia y muy débil.

Y entonce el muchacho fue y le dijo al Reis. El Reis los llamó y les dijo esto, y dijo que palabra de Reis no puede faltar, y que tenían que demostrar lo que habían dicho. Ellos se dieron cuenta, entonces, que 'taban pagando su maldá.

Al otro día temprano los pusieron frente a la boca del cañón, y al hacer la descarga fueron hechos pedazos.

El Reis lo llamó al muchacho valiente y le dijo que quería que se casara con la Princesa porque él la había salvado. Y se hizo la boda con una fiesta que duró una semana.

  —548→  

Entonce la yegüita le dijo al mozo que ella era un ángel, que lo había venido a salvar de sus hermanos. Le dijo que le haga traer una fuente con agua y una sábana sin pecar. Y cuando le trajieron esto, la yegüita se revolcó en la sábana mojada y se convirtió en una palomita, y se voló al cielo dejandoló feliz al mozo.

Pascual Vivas, 40 años. El Pedacito. Villa General Mitre. Córdoba, 1952.