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Del relato modernista a la novela poemática

la narrativa breve de Ramón Pérez de Ayala

Miguel Ángel Lozano Marco



cubierta

portada

A Concha, Miguel Ángel y Pablo




ArribaAbajoPrólogo

Algunos escritores mantienen siempre, en la estimación popular, un nivel sin grandes altibajos. Quizá va unido eso a la unanimidad habitual en el juicio sobre sus méritos literarios. No es éste, ciertamente, el caso de Ramón Pérez de Ayala, en ninguno de los dos aspectos. Entre los lectores de buen criterio, conozco a algunos que lo adoran y a otros que lo repudian por completo. Se le acusa de frío, intelectual, pedante, deshumanizado; se censura su estilo por artificioso, libresco, de cartón piedra... En cambio, otros lectores -entre los que, obviamente, me cuento- adoran su inteligencia, su ironía, su liberalismo, la amplitud de criterio, la cabal comprensión de los problemas humanos... En la estimación colectiva, más de una vez fue firme candidato al Nobel y se le comparó con Cervantes, para quedar luego oscurecido, en el «purgatorio» de los clásicos modernos.

No soy yo -como probablemente sabe el lector- imparcial en esta cuestión. Sin ninguna razón previa, me gustaron las novelas de Pérez de Ayala, les he dedicado no pocas horas y todo eso va unido ya, inevitablemente, a unos cuantos años de mi vida. Muchos amigos me gastan   —10→   bromas sobre esto: no puedo ser objetivo. Mi preocupación fundamental, al iniciar mis trabajos, fue poner sus novelas, de nuevo, al alcance de los lectores españoles, en unas ediciones algo cuidadas. Así lo he venido haciendo, a lo largo de los años. Con la reciente edición de AMDG, el ciclo ha quedado completo: el lector puede conocer y opinar, ya, sin problemas.

A la vez, la sucesión de las modas literarias ha traído una nueva estimación de la novela intelectual -insuficientemente apreciada en momentos de mayor miopía crítica- y, hoy mismo, una creciente revalorización de la novela lírica. Por eso, me alegra especialmente comprobar que jóvenes investigadores españoles dedican su esfuerzo erudito y su talento interpretativo al mejor conocimiento de Ramón Pérez de Ayala: es el caso de Miguel Ángel Lozano, así como los de Florencio Friera, Agustín Coletes y Constantino Quintela, entre otros.

He tenido ocasión de asistir al desarrollo del trabajo de Miguel Ángel Lozano: una tesis doctoral que mereció las máximas calificaciones, cuya versión resumida y puesta al día tiene ahora el lector entre las manos. Su primer acierto consistió en elegir un sector hasta ahora insuficientemente estudiado: la narrativa corta, considerada no como pura sucesión de títulos, sino como un conjunto absolutamente coherente. Cualquier lector experto puede apreciar, ante todo, el rigor erudito de su trabajo, perceptible en multitud de detalles, desde la lista y clasificación de los relatos, el cotejo de variantes, las referencias a la inencontrada Trece dioses, el hallazgo de la crónica de Martínez Ruiz sobre el crimen de Don Benito, que también inspiró a Pérez de Ayala...

Todo esto es necesario, pero no suficiente. Sobre esta base sólida, Miguel Ángel Lozano da pruebas de fina sensibilidad literaria. (No es de extrañar en quien ha estado vinculado académicamente a colegas y amigos tan estimados como José Carlos Mainer, Guillermo Carnero y Manuel Moragón.) Eligió el tema -esto me parece decisivo- porque le atraía, no por ningún compromiso académico.   —11→   Muestra amplitud de lecturas y buen juicio, al no dejarse seducir por novedades de relumbrón. Su buen criterio puede verse, por ejemplo, en la importancia que concede a la figura del marqués de Valero de Urría y a las Novelas poemáticas de la vida española: para mí, una de las obras maestras del narrador asturiano.

Estamos hoy -afirma Lozano- en un período de esplendor de la crítica ayaliana. No tengo yo, quizá, perspectiva suficiente para apreciar si es así, efectivamente. Lo que sí -repito- me alegra de modo muy especial es la aparición pública, con libros importantes, de una nueva promoción de críticos sobre Pérez de Ayala. Este libro -como los próximos de Friera y Coletes- será de consulta obligada para los que quieran entender adecuadamente una parcela de su obra. Es, a la vez, el primer fruto granado de un joven crítico, de cuya labor futura debemos esperar mucho.

ANDRÉS AMORÓS



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ArribaAbajoNota introductoria

El material con el que está construido este libro procede, en su mayor parte, de la tesis doctoral que, con el mismo título que figura en la portada, presenté en la Universidad de Alicante, y que fue leída en marzo de 1982. Las diferencias que esta versión presenta frente a la redacción anterior no son pocas: he suprimido dos largos capítulos de interés meramente académico y erudito (referentes a la trayectoria de la crítica ante la narrativa breve de Pérez de Ayala, en general, y ante las novelas poemáticas, en particular); he modificado la organización de buena parte de la obra y he reelaborado más de la mitad de ella, lo que me ha permitido reconsiderar afirmaciones que allí se vertían e introducir la bibliografía crítica que, por haber aparecido con posterioridad o en las inmediaciones de las fechas de redacción de la tesis, no pudo ser tenida en cuenta (desgraciadamente -este hecho hay que señalarlo-, me ha sido imposible utilizar el libro de Luis Fernández Cifuentes Teoría y mercado de la novela en España: del 98 a la República, puesto que llegó a mis manos cuando tenía elaborada la casi totalidad de este trabajo; por su interés será necesario, en adelante, contar con él). También he creído oportuno difundir entre el texto algunos materiales procedentes de anteriores trabajos míos sobre este mismo tema, pues me parecía que, en lugares determinados, podían expresar de una manera concisa y sin ambages aquello que quería decir. Por otro lado, y aunque no lo parezca, he suprimido cierta cantidad de notas; tal vez no tantas como debiera. Si se muestran   —14→   en proporciones excesivas se debe a que, según pienso, amplían y enriquecen con referencias lo que en el texto se apunta; o quizá sólo se deba a mi incapacidad para podar superfluidades.

Como se desprende del título, he pretendido estudiar la evolución y las peculiaridades de este sector de la narrativa ayaliana que, hasta hoy, ha sido tratado de forma fragmentaria, y ponerlo en relación con la totalidad de su obra, pues es evidente que un mismo sistema de ideas, muy coherente, y una misma concepción de la literatura la sustenta y le da un sentido. En Pérez de Ayala nada se produce de manera aislada.

Es posible que la cualidad que pueda definir a este trabajo, en relación con los estudios existentes sobre la obra ayaliana, sea su eclecticismo. Si ello es así, este libro debe lo bueno que en él haya a diversos críticos y estudiosos, de entre los que sería necesario destacar, en primer lugar, a Andrés Amorós, director de la tesis, pues con él comienza, gracias a sus fundamentales trabajos y a sus ediciones críticas, el período de esplendor y plenitud de los estudios ayalianos que hoy disfrutamos. A Julio Matas, cuyo libro Contra el honor. Las novelas normativas de Ramón Pérez de Ayala me ha aportado buena parte de los supuestos interpretativos. Asimismo a Ángeles Prado, quien ha estudiado una fracción importante de las obras contenidas en este sector: las novelas poemáticas (las de 1916 y las de 1924, más Justicia), y las que giran en torno al tema de Castilla. Con posterioridad a la lectura de la tesis, y cuando estaba redactada casi toda esta segunda versión, vio la luz su edición crítica de El ombligo del mundo, precedida por un fundamental estudio introductorio, que he podido utilizar en la medida de lo posible; aunque, por otra parte, la coincidencia de criterios (salvando las distancias, pues mi aportación es más modesta) es notoria. De esencial importancia es, también, lo mucho aprendido en los estudios de María Dolores Albiac, Víctor García de la Concha y Mariano Baquero Goyanes, a quien debo criterios precisos y operativos para abordar   —15→   la cuestión -tratada por mí sólo de manera superficial- de la caracterización del género.

Quiero terminar esta breve nota haciendo constar mi más sincero agradecimiento a todos aquellos que, de una forma u otra, han hecho posible la existencia de este libro. Debe figurar a la cabeza, como es natural, el doctor Andrés Amorós, director que fue de mi tesis de doctorado, y quienes, junto a él, constituyeron el tribunal que la juzgó, de los que recibí preciosas observaciones: el Excmo. Sr. Dr. don Antonio Gil Olcina, y los doctores Jorge Urrutia, Estanislao R. Trives y Guillermo Carnero. También debo citar expresamente al doctor Manuel Moragón Maestre, de quien he aprendido algo de sus muchos conocimientos sobre crítica literaria, y a mi buen amigo Rafael Lassaletta, por regalarme parte de su tiempo. Pecaría de ingrato si no recordara en este lugar al doctor José Carlos Mainer, quien me inició en el estudio de la obra literaria de Ramón Pérez de Ayala.





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ArribaAbajoPrimera parte

La narrativa breve en la obra literaria de Ramón Pérez de Ayala



ArribaAbajo1. Los límites de su obra narrativa

El día 5 de enero de 1928 aparece publicada en la colección La Novela Mundial, que dirigía José García Mercadal, Justicia1, novela corta que señala, para la historia literaria, el involuntario final de la actividad de Pérez de Ayala como narrador. Unos meses más tarde, en una entrevista concedida a José Díaz Fernández y publicada en El Sol, declara el escritor asturiano que, junto con proyectos teatrales -que también han quedado frustrados-, tiene pensada una amplia labor novelesca: «Toda mi obra, la realizada y la que está por escribir, es como un edificio de más de cuarenta novelas planeadas antes de los treinta años. Figúrese usted lo que me falta todavía»2. Cita títulos para unas novelas de inmediata gestación: «La vida en una hora y La novela de una vida. Además -continúa diciendo-, tengo apuntes para tres novelas, cada una con un tipo femenino central: Camino,   —18→   Corona y Petra»3. Estos títulos, más los de una treintena de obras -entre novelas y dramas- que han quedado en «los limbos prenatales» (para decirlo con términos ayalianos) aparecen relacionados en una libreta manuscrita descubierta y dada a conocer por Andrés Amorós4. Dos años después, en 1930, parece que Ayala se sigue considerando fundamentalmente novelista, y en activo, según se deduce de una interesante entrevista concedida a Luis Calvo para ABC: «Si yo me he propuesto ser novelista, no ha sido tanto deliberadamente cuanto por una cosa constitutiva del temperamento»5. Vuelve a hablar de las «cuarenta o cincuenta novelas pensadas desde hace mucho tiempo», de las cuales todavía ninguna ha tomado forma por falta, al parecer, del necesario ocio en el que ir acumulando dentro de él la «experiencia realmente humana que sirviese de materiales», puesto que para Pérez de Ayala la obra de arte tenía que ser «acto» antes que «letra»6; «acto» concebido como esa experiencia interna del «breve universo» al que iba a dar vida. En este sentido cobra evidente interés lo que declara a continuación:

Todas las novelas las he escrito en un mes cada una. Yo quisiera estar en condiciones de libertad   —19→   económica para escribir mi próxima novela en el tiempo que fuera necesario, si tardara un año como si tardara dos. Ahora, cuando me decido a escribir, escojo entre mis temas el primero que se me ofrece, y quince días antes de empezar -generalmente en el campo o en la playa- me dedico a pasear y a acumular el magnetismo humano de esa novela. Hasta que, saturado de ella, me pongo a escribir.7

Tres datos deducimos de esta cita: lo ya apuntado antes, la gestación de la novela en la mente de su creador hasta que queda «saturado de ella»; la facilidad para trasladar esa vida pensada al papel: sólo un mes le ocupa la redacción de cada novela -Andrés Amorós lo ha señalado repetidas veces al comprobar la escasez de tachaduras y correcciones en los manuscritos conservados-; y algo muy importante, las «condiciones de libertad económica» necesarias para disfrutar del ocio creador, problema que aquejó a Pérez de Ayala como un mal crónico8 y que le hizo encauzar su actividad literaria por los caminos de la prensa periódica en una labor constante y no ingrata para él: el escritor se manifiesta, ante todo, como diarista. Cinco meses después de las declaraciones hechas a Luis Calvo otras absorbentes actividades lo separarán de su obra literaria: su actuación al servicio de la República, la embajada en Londres... Tras esto, la guerra civil y el exilio, y su silencio literario en la península, hasta que el 22 de junio de 1948 el ABC de Madrid publica su artículo «Saludo a Larreta», con el que vuelve a su labor como articulista   —20→   y autor de ensayos cortos, actividad que sólo cesará con su muerte, el 5 de agosto de 19629.

Pero en la posguerra ya no piensa en la novela. Resulta sumamente revelador un párrafo puesto entre paréntesis y dicho como de pasada en una carta de su epistolario a Miguel Rodríguez-Acosta: «Estoy viendo todos los pormenores, con la memoria del pintor -frustrado- y del novelista -frustrado también en parte-10; es decir, que ha descartado ya la posibilidad de escribir novelas. Sin embargo, en la misma carta vuelve a hablar de sus deseos literarios: «Yo sería feliz con un modicísimo pasar, y podría llegar quizás a escribir lo que soñé, preparé y nunca llegué a poder escribir, precisamente a causa de falta de ocio y necesidad de emplearme en trabajos forzados y marginales...». Lo que desea escribir no son, ciertamente, obras narrativas, puesto que unas líneas antes, muy escuetamente -como corresponde a las decisiones irrevocables-, ha declarado su ruptura con el género, de la misma manera que siendo joven abandonó sus aficiones pictóricas; lo que desea escribir son poemas: completar el ciclo vital y poético de sus cuatros senderos imaginados muchos años atrás. La misma idea encontramos en una entrevista con Julio Trenas en 1958, ya de vuelta en Madrid. A la indicación hecha por el periodista de que, para sus contemporáneos, Pérez de Ayala es ante todo un novelista, éste responde:

Es posible. Quizá la novela sea lo que me haya definido más hasta aquí -reconoce-, pero mi ambición es hacer un gran poema. Ese que nace ya en mi primer libro poético, La paz del sendero, que es el poema de la tierra; habría de seguirle el del sendero innumerable, que es el del mar; el del fuego, y el de la esfera cristalina, o del aire...11



  —21→  

Y después de una pausa, señalada por el periodista, en la que «los ojos de don Ramón chispean con el brillo del incentivo y la nostalgia», prosigue:

Me gustaría tener ocio y tranquilidad para escribirlo. Lo curioso es que comencé a hacerlo antes de la primera explosión atómica. Buscando una explicación desde la materia inerte hasta el amor. Siguiendo en esto a Lucrecio en «De rerum natura».



El deseo íntimo de Pérez de Ayala hubiera sido el de ser poeta, ante todo; sus contemporáneos y la mayoría de los críticos que de él se han ocupado lo consideran novelista; pero sus circunstancias vitales lo llevaron a gastar sus energías como escritor es esos «trabajos forzados y marginales» -como dice en 1927-, en multitud de artículos periodísticos y ensayos breves, que constituyen la parte más voluminosa de su obra. Sobre las relaciones existentes entre estos tres géneros tendremos que volver más adelante.

Justicia señala, como hemos visto, el final accidental y no premeditado de una prestigiosa carrera como narrador (1926, Premio Nacional de Literatura para Tigre Juan; Belarmino y Apolonio es considerada como una de las obras maestras de la literatura española y casi parangonable al Quijote, etc.); una carrera que se inicia en los primeros años del siglo XX con una novela corta de la que sólo conocemos el título: Trece dioses. La primera mención de este relato la encontramos, muy tardíamente, en la incompleta biografía que Miguel Pérez Ferrero traza de nuestro escritor12: según nos informa, en sus años de estudiante de Leyes, en Oviedo, Pérez de Ayala estuvo   —22→   suscrito a Le Mercure de France, revista que le puso al tanto del movimiento simbolista francés; tradujo de aquí algunos poemas que fue publicando en el periódico El Porvenir de Asturias, y es muy posible, según supone el biógrafo, que Pedro González Blanco, paisano y amigo del joven traductor, que se encontraba en Madrid, recibiera dicho periódico, leyera los poemas y los enseñara en las tertulias a sus amigos, los modernistas. El resultado de todo ello es que, en palabras de Pérez Ferrero, «siendo Ramón Pérez de Ayala todavía un estudiante universitario en Oviedo, recibió, con dedicatorias entusiastas, libros de Benavente: La comida de las fieras; Villaespesa: un tomo de poesías; Valle-Inclán: Sonata de otoño... Los tres autores causaron en Ayala una extraordinaria impresión, a tal punto que se puso a escribir una novela corta, la primera de su vida, muy inspirada en la manera de Valle-Inclán, que tenía por título Trece dioses y se publicó en El Porvenir...»13. Retengamos una idea esencial: Pérez de Ayala se inicia en la narrativa guiado por Valle-Inclán.

Sabemos hoy, con toda certeza, que esa primera novela corta no vio la luz en el periódico citado, sino en El Progreso de Asturias, diario republicano nacido en Oviedo en 1901 y de breve existencia (hasta 1905), cuyo director era José C. Otero14. Es evidente que el anciano escritor   —23→   confundió los títulos, a causa de su parecido, en las conversaciones con su futuro biógrafo; bastantes años atrás, en 1917, había dado la referencia correcta a «El Caballero Audaz», a quien confiesa que sus primeros escritos fueron publicados en El Progreso de Asturias cuando aún era estudiante en la Universidad de Oviedo15. Aunque hasta ahora no han sido localizados los ejemplares en los que apareció Trece dioses, pues sólo se conocen unos números sueltos del periódico, se ha podido averiguar que ello sucedería en los meses de junio y julio de 190216, ya que muy recientemente han aparecido tres sátiras contra el modernista escritor, exhumadas por Agustín Coletes de las páginas del diario católico El Carbayón correspondientes a los días 16 y 17 de julio y 11 de agosto de 1902, en las que se alude muy directamente a dicha novelita (sobre todo en la del día 17). También El Zurriago Social, semanario avezado a propinar «zurriagazos» a El Progreso, dedicó una «Oda despampanante» el 13 de julio de ese año al «muy ilustre escritor D. Ramón Pérez de Ayala», en la que se hace referencia al inencontrado relato17. Pero también es cierto que no fue olvidado por su autor, puesto que pensó, muchos años después, publicar de nuevo Trece dioses, incluyéndolo en un proyecto de libro que no vio la luz: Castilla, al lado de obras conocidas (Pandorga, La fiesta del árbol, Estampa, Los buhoneros, La cenicienta) y de otras que, al parecer, no llegó a   —24→   escribir: El dulzainero de Sepúlveda, El crimen de los Caveros y El hidalgo loco (Licenciado Vidrio)18.

Tenemos, pues, los límites de la obra narrativa de Pérez de Ayala señalados por dos novelas cortas: Trece dioses (1902) y Justicia (1928), que vienen también a acotar la época de fecundidad creadora de nuestro escritor. Así, entre 1902 y 1928 cultiva casi todos los géneros: tres libros de poemas (La paz del sendero -1903- El sendero innumerable -1915- y El sendero andante -1921); las novelas sobre el personaje de Alberto Díaz de Guzmán (Tinieblas en las cumbres -1907-, A. M. D. G. -1910-, La pata de la raposa -1911- y Troteras y danzaderas -1912), con los escándalos suscitados por las dos primeras; las novelas de madurez (Belarmino y Apolonio -1921-, Luna de miel, luna de hiel y Los trabajos de Urbano y Simona -1923- y Tigre Juan con su segunda parte, El curandero de su honra -1926), consideradas en su época como obras maestras, parangonables con las mejores creaciones de la literatura occidental; los artículos y ensayos de crítica teatral, recogidos después en Las máscaras; los ensayos políticos (Política y toros), y una enorme cantidad de artículos, crónicas, ensayos sobre los más diversos temas, colaboraciones con la prensa nacional y argentina, e incluso unas tentativas teatrales que no llegaron a cuajar; una obra abundante, compleja, profunda y coherente. Después de Justicia, como ya hemos dicho, sólo artículos culturales, traducciones y glosas sobre los clásicos, y los poemas del inacabado libro poético El sendero ardiente -como lo titula García Mercadal- o El sendero de fuego, nombre que siempre le dio su autor.   —25→   Pues bien, a lo largo de su época de fecundidad y junto a esa ingente obra señalada va desarrollándose un género al que sólo muy parcialmente se ha acercado la crítica, precisamente al que pertenecen esas dos obras que señalan los límites de la época de plenitud creadora: su narrativa breve, los cuentos y novelas cortas, y éste va a ser el objeto del presente libro.

El interés que presenta el estudio de este sector de la obra ayaliana es obvio: va tomado cuerpo simultáneamente con el resto de su producción y participa de las preocupaciones básicas -temas, estilos, ideas...- que su autor vierte en todos sus escritos; es, pues, un material que completa lo que ya conocemos gracias a los fecundos estudios que sobre los otros géneros se han realizado -en Ayala, como sabemos, nada se produce de una manera aislada- y sin el cual queda mutilada la imagen del autor de Tigre Juan. Pero su valor no consiste únicamente en ser el complemento de otras obras de mayor envergadura; no es éste un sector de interés secundario frente al resto de su producción, de más altas cualidades: los relatos de Pérez de Ayala son magistrales y pueden también exigir consideración independiente, pues alcanzan la misma altura que sus novelas o poesía. Hay en la narrativa breve de Ayala verdaderas obras maestras, las Tres novelas poemáticas de la vida española19, por ejemplo, y otras muchas a las que no se les ha prestado la atención que por su calidad merecen.



  —26→  

ArribaAbajo2. La obra literaria de Pérez de Ayala: su unidad. Originalidad de su novelística

Cualquier lector que se acerque a la producción literaria de Pérez de Ayala podrá observar la gran unidad de pensamiento que subyace bajo cada realización concreta en los géneros por él utilizados. Su postura filosófica ante la vida es lo que prevalece y lo que va guiando el trazado de sus novelas, poesía o ensayos, de modo más acusado en la llamada segunda época, y sobre todo a partir de Troteras y danzaderas (1912), aunque no está ausente de casi todo lo escrito hasta esa fundamental novela. El mismo Ayala nos ofrece, con frecuencia, reflexiones en el sentido apuntado: «Todo arte literario -dice en un artículo de 1916- que con dignidad lleve tal nombre, ha de ser en alguna manera filosofía, conciencia esencial de la vida»20, y su conciencia de la vida, su postura filosófica,   —27→   unifica su obra literaria. Por ello resulta difícil estudiar un género aisladamente: para analizar sus novelas es preciso echar mano de sus poesías y ensayos (ya lo advirtió Andrés Amorós en su estudio sobre la novela21), así como, al estudiar su obra poética, Víctor García de la Concha22 tuvo que relacionarla con el ensayo y la novela. El conjunto de la obra de Pérez de Ayala es solidario, enormemente trabado; por ello necesitaremos acudir a otros sectores de su producción para comprender sus cuentos y novelas cortas, así como esos otros géneros necesitan del estudiado aquí en su totalidad y evolución para completar lo más posible la visión crítica del universo ayaliano.

Con frecuencia, los críticos que se han ocupado de estudiar la obra de nuestro autor se preguntan por el género que en él tiene la primacía. Cuantitativamente, la gran mayoría de los estudios versan sobre la novela, y lo habitual es pensar en un Ayala básicamente novelista; así, hoy en día es muy fácil encontrar en las librerías cualquier novela -incluyendo ya A. M. D. G.-, pues de todas existen ediciones críticas excelentes, hechas por el profesor Amorós; pero no sucede igual con el resto de su producción: a la poesía, agotada desde hace tiempo la edición de Poesías completas de Espasa-Calpe (Buenos Aires, 1942) -de la que se han hecho cuatro ediciones, siendo la última de 1951-, sólo se puede acceder en el tomo segundo de las Obras Completas publicadas por la   —28→   editorial Aguilar, y la misma suerte corren sus libros de ensayos y colecciones de artículos, difíciles de encontrar y casi agotados todos aquellos que no fueron recogidos en las citadas Obras Completas, con la sola excepción de esa selección de Política y toros, publicada en Alianza Editorial bajo el título de Escritos políticos, y el Viaje entretenido al país del ocio23. Sus cuentos, publicados por la editorial Taurus en 1962 y agotados sin reedición, y sus novelas cortas, publicadas en viejas ediciones de Losada, son ya raros volúmenes en los anaqueles de las librerías y su lugar más accesible está en los volúmenes primero y segundo de las citadas obras completas24.

Lo aquí apuntado es una realidad, y una cierta respuesta a ese interrogante formulado anteriormente: el Pérez de Ayala que hoy, con toda facilidad, podemos encontrar es el novelista; y se puede pensar que si es así es por ser el que hoy interesa. Pero esta realidad contrasta con la de su obra total, en la que predomina, cuantitativamente, el ensayo: quince volúmenes desde Las máscaras (1917-1919) hasta el inédito Viaje entretenido al país del ocio (que dejó de serlo en 1975) y la última recopilación, Apostillas y divagaciones25, sin contar los artículos periodísticos que quedan sueltos, o agrupados en algunas secciones de las Obras Completas, u olvidados en las páginas de la prensa periódica26. Como ensayista es considerado   —29→   primordialmente por algunos críticos; así, Pierre Sallenave27 y José María Martínez Cachero28; también Franco Meregalli destaca la importancia de su labor como diarista29. Para Norma Urrutia, Ayala «es un ensayista-novelista-poeta, con equilibrio más que predominio de los tres dones»30, y podríamos seguir citando juicios en sentidos parejos. Pero nos detendremos en los que nos parecen más interesantes y en las cercanías de la novela. Rafael Cansinos-Assens, como se sabe, fue uno de los que más duramente censuraron la índole de la novelística ayaliana -cosa que disgustó a don Ramón-, poniendo en duda la total pertenencia al género de esas obras: «¿Son verdaderas novelas -se preguntaba el crítico-, en el sentido moderno de la palabra, esos frutos   —30→   de su ingenio, que con tal título nos brinda, y en todo caso, puede considerársele un maestro de ese género literario?»; y, a continuación, se responde: «es lo cierto que cuando se habla de él siempre surge cierta necesidad de modificar en algún modo la rotunda rotulación genérica que sin salvedades empleamos cuando se trata de otros escritores. El mismo da muestras de perplejidad, al clasificar sus obras narrativas, llamándolas 'novelas dramáticas', 'tragicomedias', etc.»31 Para el autor de La nueva literatura la característica esencial de estos escritos es su hibridez; no duda en afirmar que Ayala está «más o menos» fuera del género novelístico, y concluye: «En Pérez de Ayala predominan siempre el poeta, el ensayista, sobre el novelador»32 No hace falta decir que las conclusiones de Cansinos-Assens tuvieron descendencia crítica: se le niega la condición de novelista en un momento en el que la novela se encuentra en plena transformación, búsqueda de nuevos caminos y alumbramiento de nuevas formas (la época de Proust o de Joyce en Europa); así como, del mismo modo, y a cada uno por sus peculiares características, también se les niega la condición de novelas a las obras de los autores más renovadores del período: Unamuno, Azorín, Miró, Gómez de la Serna, etc. Pérez de Ayala, con su profundo conocimiento de la literatura contemporánea, advirtió desde muy pronto el momento de crisis por el que estaba pasando el género «a partir de la bancarrota de la escuela naturalista», y afirma:

Hoy cada autor escribe sus novelas sin prejuicios de técnica ya definida ni preocupaciones de bando, y el público los alienta a todos. No hay una novela concebida específicamente y que predomine como escuela de moda sobre todas las demás; hay la   —31→   novela in genere, que cada cual entiende a su modo33.



Es ésta una opinión que mantiene a lo largo de su vida. En artículos de madurez encontramos formulada repetidas veces la idea de que la novela es un género en crisis -esto es, sometido a continua crítica- y por ello no puede estar sujeto a un criterio estrecho y dogmático o a una definición que lo abarque totalmente34. La novela de Pérez de Ayala responde a una estética personal; es el resultado de una búsqueda consciente y de un proceso creativo que tiende a dar forma precisa al mundo concebido por su autor. El mismo Ayala así nos lo da a entender:

Es de sentido común que hay dos categorías de autores: unos que no hacen sino lo que pueden hacer; otros que hacen aquello que creen que deben hacer. Es decir: los productores intuitivos, inconscientes, inspirados; y los escritores con estética personal meditada35.



Está claro cuál es la postura de nuestro autor, y más adelante tendremos que volver a reflexionar sobre el sentido de su novelística; no obstante, es preciso dejar apuntado aquí que el hecho de que sus creaciones narrativas -las pertenecientes a su segunda época, principalmente- no se acomoden a un criterio parcial, al patrón o arquetipo de la novela realista tal como fue concebida en el siglo XIX, no quiere decir que el escritor asturiano quede excluido del campo de la novela y relegado a la «zona de   —32→   los géneros literarios híbridos36. Es más, el autor de Belarmino y Apolonio no hace sino desarrollar las posibilidades enunciadas en el Quijote, norte y guía verdaderos de toda la novela moderna: «Porque la escritura desatada de estos libros da lugar a que el autor pueda mostrarse épico, lírico, trágico, cómico, con todas aquellas partes que encierran en sí las dulcísimas y agradables ciencias de la poesía y de la oratoria...»37, como afirma el canónigo en su famosa conversación con el cura sobre temas literarios. La novela se caracteriza, pues, por la libertad -como hemos visto, Pérez de Ayala advierte a comienzos de siglo la ausencia de una «escuela de moda» y lo que de ello se deriva: libertad para iniciativas individuales-38 y por la aptitud para admitir en su seno la presencia de los otros géneros literarios: épica, lírica, dramática, oratoria, etc. Pues bien, a los procedimientos propios de la novela (narración, diálogos, descripción,...) Pérez de Ayala añade el elemento ensayístico y el poemático. Pero esto requiere cierta matización.

Por elemento ensayístico no entiendo solamente lo que es más obvio, la inclusión de ensayos dentro de la novela -aunque abunden en ellas fragmentos que entran de lleno en este género, con los que Francisco Agustín pudo   —33→   componer un libro-39, sino también la misma disposición del texto, construido sobre unas ideas que van tomando cuerpo en personajes y acciones, y encauzado hacia unas conclusiones determinadas. No hay más que recordar la organización de Belarmino y Apolonio: la índole ensayística de la novela deriva tanto de ello como de las frecuentes meditaciones de algunos personajes. De la misma manera, el elemento poemático no se reduce a la inclusión de poemas ni a un determinado tono lírico de su prosa. Sabemos que Ayala calificó de «poemáticas» las novelas cortas contenidas en dos tomos, Prometeo. Luz de domingo. La caída de los limones y El ombligo del mundo, porque en ellas se «aspira a obtener la poesía de la verdad por un procedimiento más sintético que analítico»40 -sobre esto tendremos que volver más adelante-; pero también, en otra ocasión, afirmó: «Mis novelas, por ejemplo, tienen siempre mucho de poemático, aun las que no califiqué expresamente así...»41. Ya en 1923, el crítico Eduardo Gómez de Baquero, «Andrenio», advertía cómo las novelas escritas a partir de Belarmino y Apolonio se acercan al género poemático, mientras que las del ciclo de Alberto Díaz de Guzmán se acercaban al historial42. Con el calificativo de «poemático» aplicado a lo narrativo se alude a lo que constituye lo más esencial, lo que define a la novelística ayaliana: su condición de obras de pura creación, de arte no reproductivo. Esta característica de su obra narrativa, que tan claramente quedó de manifiesto en el prólogo a la edición argentina de   —34→   Troteras y danzaderas, fue advertida ya en 1935 por César Barja en uno de los más inteligentes estudios que se han escrito sobre nuestro autor43. Al querer destacar el aspecto de la personalidad literaria de Ayala que tiene la primacía (novelista, poeta o ensayista), no duda en afirmar su condición de poeta como la más sobresaliente y primordial; pero, a continuación, nos aclara:

Poeta, sin embargo, no significa en este caso autor de versos ni de sólo poemas en verso. Significa, en mucho más amplio sentido, autor de creaciones, que, por serlo, son también verdadera poesía [...] Creación, tal como aquí lo estamos entendiendo, no significa quimera ni significa nada de ese vago y más o menos fantástico idealismo que suele oponerse a realismo. Significa [...] el acto generador de la obra como producto de una intuición o concepción personal enteramente libre en principio, que el autor saca, decimos ahora con exactitud, de su imaginación [...] Es ese otro tipo de arte reproductivo un arte realista, no tanto por lo que de realidad individual incluye cuanto por lo que de realidad universal excluye, así es este otro tipo de arte creativo, poético, un arte por naturaleza simbólico44.



Llegados a este punto, creo que pueden ponerse en entredicho todas esas opiniones conducentes a sobrevalorar un aspecto de su labor literaria en detrimento de los demás, a reconocer en Pérez de Ayala unas cualidades peculiares que otorgan primacía a un género: el escritor asturiano es poeta, es novelista y es ensayista; y si cuantitativamente este último género predomina en su producción, cualitativamente no puede afirmarse la existencia de un orden jerárquico en ella. Quede, de antemano, reconocido en el intelectual Ayala el valor eminente de la prosa   —35→   ensayística como vehículo conductor de ideas, pero no queda por debajo su esfuerzo en la creación de una poesía personal y compleja -Víctor García de la Concha lo ha demostrado cumplidamente- ni la construcción de una novelística renovadora, con rasgos propios, a la altura de la época que le tocó vivir. En los tres géneros, pues, aporta profundidad de pensamiento, novedad y originalidad.



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