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ArribaAbajoLa isla de los niños

Omar Felipe Mauri Sierra



Cuba. Unión de Escritores y Artistas de Cuba, UNEAC

De trazarse un mapa del exilio literario español, el destino cartográfico de Cuba sería, a todas luces, el de la isla de los niños.

Lo inauguraría la llegada de Juan Ramón Jiménez en 1936 y su asalto amoroso a cada barco con niños de la guerra que hiciera amarras en el puerto de La Habana. Pero la real dimensión se iría alcanzando a partir de 1939 con el definitivo asentamiento de un nutrido grupo de maestros y pedagogos, la fundación de nuevas escuelas, cátedras e institutos o su inserción en las ya existentes; la renovación de las concepciones educativas y pedagógicas con experiencias de avanzada; la hermandad en obra y espíritu con lo más renovador de la intelectualidad cubana, y con ella, la creación de revistas literarias para niños, o la publicación de títulos, hasta hoy emblemáticos para cualquier historia literaria.

A sesenta años de distancia, la obra del exilio literario español a favor de la infancia cubana, aparece como un movimiento de los más profundos y perdurables, que unió los empeños de intelectuales cubanos y españoles hacia un mismo proyecto educativo, cultural, social y humano, que tuvo su simiente en la República y dio frutos a partir del triunfo de la Revolución.

A esta distancia, tanto la obra pedagógica de Juan Chabás, Mariano Ruiz Funes, Francisco Prat Puig, Francisco Alvero Francés, Julio López Rendueles y muchos más, como la de creación y praxis literaria del escritor y pedagogo Herminio Almendros, Xosé Neira Vila y Francisco Mota o Alejandro Casona, entre otros, se funden en un mismo anhelo: la formación de un hombre cualitativamente superior, responsable y libre, henchido de la cultura del universo, pero hondamente arraigado en su historia, su nación y la utilidad de la virtud.

La importancia de este proceso, sólo es comprensible conociendo el panorama desolador que encuentran estos intelectuales en nuestra serie infantil. Precisamente en 1936 aparece uno de los poemarios más importantes de la etapa republicana, El romancero de la maestrilla, de Renée Potts; en 1939 Ubaldina B. De Guerra publica la versión castellana de El rey de la ciudad de oro, de Mary Loyola, de regular factura, y «dos años más tarde un individuo llamado Ricardo Rossié da a las prensas el más nefasto título que pueda hallarse   —452→   en nuestras letras para niños y jóvenes: Las maravillosas aventuras de Cundo, pésimo, racista y reaccionario cuento largo...»609.

Entre 1941 y 1942, Herminio Almendros con Ruth Robés, funda y dirige la revista para niños Ronda, y cinco años más tarde Hilda Perera publica Cuentos de Apolo, dirigido a jóvenes.

Habría que esperar hasta 1949 para hallar otro esfuerzo digno de mención: el imperecedero Oros viejos, de Herminio Almendros, y hacia 1958, la Biblioteca Pública de Matanzas difunde sus Lecturas suplementarias desde los grados primero a octavo, con la finalidad de ofrecer textos para el estudio y el disfrute. También es imprescindible en la década del 50, la obra ensayística de la poetisa y profesora Mirta Aguirre, que alterna su labor de difusión marxista-leninista con la crítica y la orientación de textos clásicos de literatura infantil610.

«Hemos visto que lo editado en esa cincuentena de años es hojarasca, salvo algún que otro título de valía. No podemos olvidar que el medio ahogaba cualquier loable tentativa en este sentido, y si aparecía algún esfuerzo editorial, financiado con los haberes de sus editores-redactores, enseguida era cercenado por los desgobiernos de turno. Ahí está como ejemplo la citada Ronda, que sólo alcanzara un año de vida...»611.



La abortada Revolución del 30 y la frustración de los mejores anhelos populares en las décadas del 40 y 50, echaron por tierra la vitalidad del movimiento intelectual y cultural cubano. La resistencia a la feroz penetración yanqui era muy honda, especialmente desde el campo de la cultura, sustentado siempre por una vocación de independencia, antiimperialismo y humanismo, que encajó perfectamente con la experiencia republicana, antifascista y popular de los exiliados españoles en la Isla, además de la fuerte conexión histórico-cultural entre Cuba y España.

En este panorama, la vigencia del ideario pedagógico, político, ético y estético de José Martí, fue el primer espacio de convergencia de estos intelectuales con los de la Isla y el punto de partida para vertebrar un proyecto emancipador, literario y humanista que fundió literatura y educación para niños y jóvenes, base esencial de nuestro presente.

Pero el Apóstol de la Independencia cubana era poco menos que desconocido por los escritores españoles, y no es hasta que llegan a Cuba que se ponen en contacto con su obra, «ese gigantesco fenómeno de la lengua hispánica, raíz segura de la prosa de Rubén y, desde luego, el primer «creador» de prosa que ha tenido el castellano»612.

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«Hasta Cuba, no me había dado cuenta exacta de José Martí /.../ Miguel de Unamuno y Rubén Darío habían hecho mucho por Martí, porque España conociera mejor a Martí (su Martí, ya que el Martí contrario a una mala España inconsciente era el hermano de los españoles contrarios a esa España contraria a Martí). Darío le debía mucho, Unamuno bastante; y España y la América española le debieron, en gran parte, la entrada poética de los Estados Unidos»613.



Luego del primer impacto, el legado martiano fue apreciado más allá del ámbito meramente literario como un sistema de pensamiento y acción en torno a la literatura y la educación para niños de nuestra América, cuya expresión condensada se encuentra en La Edad de Oro (1889), la revista que se convirtió en un libro precursor y clásico insuperable que constituye raíz y fuente de la literatura infantil cubana en la actualidad.

Describir aquí el pensamiento martiano sería imposible. Baste decir que su acercamiento lúcido y crítico a la realidad social de América, y su unidad de pensamiento y acción, le permitieron descubrir e interpretar las categorías dictadas por la propia realidad para vivir dentro de ella y luchar por modificarla, negando aquellos elementos ajenos a la misma y las conclusiones preconcebidas e impuestas, como método de descolonización ideológica y cultural. Junto a esto, la pluralidad cultural, la cientificidad y la prédica de los mejores valores humanos, forman los principios y la fuerza proyectiva de la unión fecunda entre educación y literatura infantil, tan apreciada por los intelectuales españoles como por los cubanos.

Si el ideario de José Martí fue el primer espacio de confluencia, el segundo y definitivo vendría con el triunfo de la Revolución (1959). Los exiliados españoles sintieron extenderse en ella los más caros anhelos de su lucha: la tierra, la escuela, la salud y la cultura se repartieron por igual. Martiana y hondamente popular, la Revolución creó las bases e impulsó en una misma corriente los esfuerzos de todos por un mismo fin. Comenzaba a fundarse la verdadera isla de los niños.

Y esta peculiar geografía debe mucho a la obra y labores de Herminio Almendros (Almanza, Albacete, 10.10.1898-La Habana, 13.10.1974), quien después de graduado de maestro en Alicante (1918), concluyó estudios en la Universidad de Madrid (1928). Durante la República realizó una loable renovación pedagógica en Cataluña, fue profesor de la Facultad de Pedagogía de la Universidad de Barcelona (1933-1937) y publicó Pueblos y leyendas. Al concluir la guerra hace de Cuba su segunda patria y su proyecto vital.

Hechos de una sola pieza, su obra pedagógica y su quehacer literario no admiten división. De Oros viejos (1949) libro de leyendas con sello de venerable antigüedad y vigencia infinita, a Lecturas ejemplares. Aventuras, realidades y fantasías (con prólogo de Alejandro Casona) en 1955, su pensamiento alcanza plena madurez con A propósito de «La Edad de Oro» de José Martí. Notas sobre literatura infantil, publicado desde 1956 en sucesivas   —454→   ediciones. A través de diez capítulos examina las tesis, conquistas y trascendencias de la obra martiana, en constante entrecruzamiento con las reflexiones y generalizaciones de Almendros sobre la literatura infantil. Partir de un referente único en nuestra lengua, le permite al autor un balance exhaustivo de los métodos de José Martí en la comunicación, el contenido y su destinatario, tratados por vez primera coma un sistema de íntimas relaciones.

También sobre el Apóstol escribirla en 1965 Nuestro Martí, biografía que le dictara la admiración y su incansable servicio a la infancia.

Tal coherencia hay en la extensa bibliografía de Almendros (Cuentos de animales, de 1963, Cosas curiosas de la vida de algunos animales (1963), Estupendas excursiones de los animales (1964), Pasteur y Finlay (1965), Lecturas ejemplares 2 y 3 (1968), A la cumbre más alta y al fondo del mar (1969), El príncipe Mazapán (1969) y el mayor best-seller de los niños cubanos Había una vez...), como tanto empeño puso en la formación, difusión y superación de una generación de jóvenes escritores, maestros, bibliotecarios y editores que continuamente lo rodeaban.

La primera editorial dedicada exclusivamente a la literatura para niños y jóvenes en la Isla, que echó los cimientos de la actual línea editorial cubana, la Editora Juvenil (1962 1967), fue dirigida por Almendros. Su decisiva experiencia docente fraguada en Barcelona durante los años de la República, el acento popular de su cultura, a la vez que de amplia universalidad, y su posterior proceso de imbricación en la realidad, la escuela y el movimiento intelectual cubano, respaldaban esta empresa. Era enorme su preocupación por los niños y jóvenes, tanto en lo académico como en lo cultural, de ahí que los libros publicados en ese período destacaran por el cuidado minucioso, la calidad indeclinable y el seguimiento de cada paso hasta el niño. «Su celo profesional, responsabilidad y participación activa y ejemplar han quedado entre nosotros, después de su sensible pérdida, como arquetipos de calidad editorial»614.

Un examen de su producción y las acciones emprendidas por la institución en esos años, revela, primero, la voluntad de agrupar a los pocos autores que incursionaban en la serie infantil, estimulando su trabajo, y segundo, sentar las bases teórico-prácticas de un movimiento en la literatura infantil y su apoyo a la enseñanza en Cuba.

Para eso, a la par de los clásicos universales (los hermanos Grimm, Andersen o Charles Perrault, entre otros)615, se publicaban las primeras obras de Dora Alonso, Reneé Méndez Capote, Eliseo Diego, Mirto Aguirre o Francisco Mota, con una evidente voluntad de injertar lo mejor del mundo en nuestra cultura; pero como pedía José Martí, manteniendo la savia y el tronco de la identidad y la realidad cubana.

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La empresa emprendida por Almendros abrió un espacio desconocido en el panorama intelectual y educativo cubano; despertó en los escritores más consagrados el interés por tales labores, rompió las barreras de menosprecio por esa zona de creación y contribuyó a acercar en idéntico empeño el mundo de las letras y el de las aulas. Suma artistas, ilustradores, editores, psicólogos y pedagogos, y sobre todo, fortalece el móvil humanista y revolucionario que impulsaba esta experiencia. Ahí radica el mérito histórico de su esfuerzo.

En la misma dirección encaminaron esfuerzos Xosé Neira Vila y Francisco Mota. El primero de ellos, al llegar a Cuba, se vio obligado a desempeñar múltiples oficios por ganar el pan, entre otros, reportero y maestro. Al constituirse en 1961 el semanario Pionero, y más tarde la Editora Abril con sus revistas Zunzún y Bijirita, figuró en las nóminas de redactores junto a su compañera Anisia Miranda, una de las más prestigiosas y prolíficas autoras para niños en la Isla.

Amén de sus novelas dirigidas al público adulto616, el universo temático de sus artículos y cuentos para niños y jóvenes comprendía tanto los hechos y figuras de la historia cubana, y especialmente, hispanoamericana, como temas de divulgación científica y de cultura general, con marcados propósitos formativos en lo ideológico y lo estético, pero también con visible intención lúdica.

Francisco M. Mota, maestro también y uno de los mejores soldados en la Campaña de Alfabetización (1961), periodista e investigador acucioso, dedicó la vida al estudio y difusión de la historia cubana en sus múltiples relaciones con Hispanoamérica y el mundo, especialmente orientada al público juvenil: La Atlántida (1978) y Por primera vez en Cuba (1982), ambos de la Editorial Gente Nueva, La Habana; así como su importante serie en la revista Mar y Pesca, que durante más de diez años, relacionó el arte, la historia, la pintura, la música, etc., con el mar. Mota, como el resto de sus compañeros, poseyó en todo esa rara facultad de comunicar y cautivar a lectores de distintas edades. Sus selecciones de texto (destinadas a la educación o de creación literaria general)617, se estructuran minuciosamente sobre este objetivo: servir a muchos públicos.

La profunda relación de Francisco Mota con la vida cultural de las décadas del 60 y 70, no sólo se expresa en su labor personal, sino en sus vínculos con la vanguardia intelectual cubana de esos años, junto a su compañera de vida y empeños, la poetisa Rafaela Chacón Nardi. Y un detalle más: no hubo estudiante de la Universidad de La Habana que no recibiera la cálida orientación y exuberante sabiduría del querido Francisco Mota desde su puesto en la Biblioteca de Literatura y Lingüística, tarea que desempeñó hasta su muerte.

Un aspecto de máximo interés en la obra y la praxis de estos autores, tanto como de sus homólogos cubanos, fue la comunicación con el niño, el cómo dirigirse a la infancia. Es   —456→   un cuestionamiento latente en los ensayos, las selecciones de textos y toda su creación. La consecuentemente, el método utilizado y el resultado obtenido, es uno de los respuesta, y más coherentes y sistemáticos que haya podido realizar movimiento literario alguno a escala del continente.

El discurso literario se modela a partir de un tono muy familiar, nada de superioridad ni paternalismo, sino cercano y emotivo, desnudo de retóricas y moralejas, directo, sencillo y firme. La realidad es vista desde dentro, para llenarse de todas sus esencias, pero sin perder ese suave hálito poético que le supieron imprimir.

Pero, ¿qué parte de la realidad cubana se hizo perceptible en el discurso literario de estos autores? La insistencia en leyendas, mitos y fábulas, temas históricos y culturales de Cuba e Hispanoamérica, podría tendemos una trampa.

En el prólogo de Fábulas, Francisco Mota declara: «aunque las críticas y las razones de muchas fábulas siempre resulten lejanas, gran parte de ellas proporciona una lección. Una lección, una enseñanza tan útil hoy como lo fuera en otro tiempo.»618.

A través de la parábola (como por la historia o la biografía) se llega a la realidad, en esencias y no en apariencias. El amplio muestrario de conductas individuales y sociales, no sólo provoca la exaltación de los más caros valores humanos, el rechazo de todo lo bajo y ruin, y la creación de un modelo espiritual superior; sino también nos remite a la realidad más inmediata, una realidad que se transformaba y potenciaba esos mismos principios. La metáfora entonces, no es baldía; por el contrario, nunca fue más necesaria.

No obstante, la sustancia realista existe en muchas crónicas, artículos y narraciones, como en las selecciones de textos poéticos (Naborí, Guillén, Mirta Aguirre, etc.) y cuentos (Onelio Jorge Cardoso, Dora Alonso, entre otros) destinados a la educación y la lectura, o las adaptaciones de los clásicos realizadas especialmente para el público cubano. Esta sustancia poseía en muchos casos un valor ideológico al movilizar la atención y el apoyo a las transformaciones de la Revolución.

Su programa social y educativo era una invitación permanente y efectiva a todos los intelectuales, en especial para aquellos de probada militancia en favor de la educación y la infancia. Fueron fuerzas recíprocas en pos del desarrollo: la Campaña de Alfabetización, la renovación integral y completa del sistema educacional, la creación de programas y distintos tipos de enseñanza (preescolar, politécnica, especial, artística, vocacional, etcétera), la Batalla por el Sexto Grado y la formación de maestros, educadoras de círculos infantiles, bibliotecarias, pedagogos y especialistas de distintas disciplinas.

La urgencia de tan inusitado proceso, reclamaba textos especializados, sistema de publicaciones educativas y culturales, espacios infantiles en los medios de difusión, periódicos y revistas destinados a los niños, y todas las formas del arte y la cultura en las cuales incursionaron ocasionalmente.

El horizonte temático y genérico de sus obras abarcó casi todas las posibilidades; no hubo tema tabú (la muerte, la violencia, el amor, etcétera): en este sentido fueron verdaderos   —457→   precursores. Igual interés mereció lo didáctico y lo artístico, con mayor énfasis en las narraciones (tanto legendarias como de episodios históricos), el testimonio y el periodismo de divulgación científica, histórica y cultural; pero sin menosprecio de la biografía, la poesía, ni el teatro. Los libros educativo-recreativos, no fueron ajenos a su actividad directa o indirecta.

Almendros, junto a Francisco Mota, Xosé Neira Vila y otros, fueron protagonistas esenciales en esta labor; pero sobre todo, representaron el nexo de nuestra serie con la nueva tradición hispana y la corriente más avanzada de la literatura infantil universal.

El desarrollo alcanzado por la serie en tan corto tiempo, desembocó en el I Fórum Nacional de Literatura Infantil y Juvenil, celebrado en La Habana, en diciembre de 1972, a instancias del Ministerio de Educación. Había sido uno de los acuerdos, y reconocimiento preliminar, del I Congreso Nacional de Educación y Cultura, celebrado un año antes. Los objetivos del Fórum declaraban la hondura, magnitud y carácter sistémico conquistado por este movimiento: «1) conocer las manifestaciones concretas sobre los problemas de la literatura para niños y jóvenes y proceder a su análisis, como paso inicial para lograr las soluciones correspondientes; 2) propiciar la oportunidad de conocer y recoger las opiniones existentes sobre esta materia; 3) estimular el interés en este campo de la literatura y 4) contribuir a la celebración del Año Internacional del Libro»619.

Tres meses después del Fórum (marzo de 1973), se constituía el Grupo Asesor Permanente de Literatura Infantil y Juvenil del Ministerio de Educación620-, integrado por Mirta Aguirre, José Antonio Portuondo, Herminio Almendros, Onelio Jorge Cardoso, Eliseo Diego, Renée Méndez Capote y Luis Suardíaz, entre otros. Además, comienza a trabajar la Editorial Gente Nueva, estructura superior a la Editora Juvenil que dirigiera Almendros.

La actualidad de la literatura infantil cubana no podría ser la misma sin la suma de voluntades y talento que depositó en ella el exilio literario español de 1939, en total integración con el movimiento creador cubano. Esta comunión intelectual en el campo de la literatura para niños y jóvenes, los proyectos comunes, y sobre todo, los resultados conseguidos, no tienen comparación en ningún otro campo de la cultura donde confluyeron españoles exiliados y cubanos. Los últimos no aportaron únicamente las esencias nacionales, también influyeron en el acento lúdico, el humorismo y cierta poetización de la realidad, que se percibe como base general en la producción literaria del período.

Desde este presente, nunca agradeceremos suficientemente que hayan hecho de su vida el útil y difícil ejercicio de fundar la isla de los niños, a quienes creyeron y amaron sobre todas las cosas, como creyeron y soñaron una isla para ellos.

El que suscribe, era entonces uno de esos niños por los que trabajaron. Hoy sigo convencido de que esa isla está en la geografía.

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Bibliografía

ALMENDROS, H., A propósito de «La Edad de Oro» de José Martí. Notas sobre literatura infantil, Departamento de Extensión y Culturales de la Universidad de Oriente, Santiago de Cuba, 1956.

_____, Había una vez..., Editorial Gente Nueva, Ciudad de La Habana, 1983.

_____, Lecturas ejemplares. Aventuras, realidades y fantasías (prólogo de Alejandro Casona), Cultural, La Habana, 1955.

_____, Nuestro Martí, Pueblo y Educación, Ciudad de La Habana, 1990.

_____, Oros viejos. Libro de lecturas para los grados superiores de la escuela primaria, Cuarta edición, Cultural, S.A., La Habana, 1949.

_____, Pueblos y leyendas, Vigésima edición, Editorial Teide, Barcelona, 1982.

_____, 30 escenas de animales, Publicaciones Cultural, La Habana, 1959.

ANDRICAÍN, S., «Literatura cubana para niños y adolescentes hoy por hoy», Unión, 8, octubre, noviembre, diciembre, 1989.

ELIZAGARAY, A. M., El poder de la literatura para niños y jóvenes, Editorial Letras Cubanas, Ciudad de La Habana, 1979.

_____, Niños, autores y libros, Editorial Gente Nueva, Ciudad de La Habana, 1981.

_____, Por el reino de la fantasía, Editorial Letras Cubanas, Ciudad de La Habana, 1983.

GONZÁLEZ LÓPEZ, W., Escribir para niños y jóvenes, Editorial Gente Nueva, Ciudad de La Habana, 1983.

INSTITUTO DE LITERATURA Y LINGÜÍSTICA DE LA ACADEMIA CIENCIAS DE CUBA, Diccionario de la Literatura Cubana, Editorial Letras Cubanas, Ciudad de La Habana, 1980, 2 tomos.

JIMÉNEZ, J. R., Españoles de tres mundos, Afrodisio Aguado, S.A. Editores, Madrid, 1960.

MOTA, F. M., Fábulas, Editorial Gente Nueva, La Habana, 1973.

_____, La Atlántida, Editorial Gente Nueva, Ciudad de La Habana, 1978.

_____, Por primera vez en Cuba, Editorial Gente Nueva, Ciudad de La Habana, 1982.

NEIRA VILA, X., Aquellos años de Moncho, Arte y Literatura, Ciudad de La Habana, 1982.

_____, Gallegos en el Golfo de México, Editorial Letras Cubanas, Ciudad de La Habana, 1983.

RODRÍGUEZ, A. O., Antología de la narrativa infantil cubana, Editorial Gente Nueva, Ciudad de La Habana, 1996.





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ArribaAbajoLa obra literaria en el exilio de María Martínez Sierra. Un texto dramático inédito

Juan Aguilera Sastre



I.E.S. «Inventor Cosme García». Logroño

Sin saber que nunca más volvería, María Martínez Sierra (María de la O Lejárraga) abandonó su casa madrileña el 17 de octubre de 1936 con destino a Berna, donde había de ejercer su cargo de agregada comercial de la República española para Suiza e Italia. Antes de finalizar la guerra española se instaló en su casa de Niza y allí sufrió los horrores de la ocupación nazi y de un exilio que después se prolongaría brevemente por Estados Unidos y México para concluir, a partir de 1951, en su larga etapa argentina, hasta su muerte en 1974. De este larguísimo período nos han quedado sólo cuatro libros, muestra mínima de una actividad literaria incesante, todavía pendiente de ser rescatada. Los dos primeros son, sin duda, los más conocidos: Una mujer por caminos de España, fechado en Niza en 1949, que comenzó a escribir a instancias de un editor de Nueva York, pero finalmente publicado en Buenos Aires por Losada en 1952 y ahora difundido en nuestro país gracias a la excelente edición de Alda Blanco para la Biblioteca de Escritoras (Castalia/Instituto de la Mujer, 1989); y Gregorio y yo. Medio siglo de colaboración, aparecido en México en 1953 y profusamente citado por la crítica, tanto cuando aborda el estudio de esta época fundamental de nuestra literatura, cuajada de figuras de primera magnitud con las que María y Gregorio compartieron anhelos y estímulos literarios, como cuando se ocupa de la ya gastada polémica sobre la decisiva participación de María de la escritura de obra literaria que había aparecido editada bajo el único nombre de su marido621.

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Los otros dos volúmenes, publicados en Argentina, han merecido menos atención. El primero, Viajes de una gota de agua (Buenos Aires, Hachette, 1956), recoge tres cuentos infantiles dramatizados, encabezados por la «crónica» que le da título, una fantasía alegórica llena de encanto e ingenuidad; Merlín y Viviana o La gata egoísta y el perro atontado, comedia infantil que había enviado a Walt Disney durante su corta estancia en Estados Unidos y que fue rechazada, pero pronto aprovechada como argumento de la película de dibujos animados La dama y el vagabundo; y En busca de una peluca, «comedia de magia en la cual intervienen, en perfecta igualdad y compañerismo, hadas, fantoches y animales», inspirada en una vieja farsa francesa. El segundo libro, último que editó María, recopila una selección de su producción literaria en el exilio y ha sido parcialmente reeditado en España en fechas recientes622: Fiesta en el Olimpo (y otras diversiones menos olímpicas) (Buenos Aires, Aguilar, 1960), libro que, según declara la autora en el prólogo, «no es una novela, ni un libro de versos, ni una colección de cuentos o de ensayos: es la reunión de varios trabajos que, diferentes por la forma, están íntimamente unidos por la especie», la «muy noble familia del Espectáculo». Constituye éste «una de las necesidades fundamentales del ser humano. Sin espectáculo no podemos vivir espiritualmente, como no podemos subsistir materialmente sin alimento. La vida es, por lo menos en las dos terceras partes de su duración, triste, amarga o difícil para nosotros, y tediosa para la mayoría que no tiene la imaginación suficiente para crearse una diversión interior». Está conformado por piezas misceláneas, porque «todo ello forma parte del Gran Teatro del Mundo»: una farsa tragicómica enmarcada en una sátira mitológica (Tragedia de la perra vida), una «farsa con coro» sentimental y galante (El amor vuela), una «comedia dramática "a la antigua"»- de tintes melodramáticos (Es así623), un «cuadro lírico bailable» (Sueños en la venta) y doce textos breves, cinco dramáticos y siete narrativos, agrupados bajo el título de Televisión sin pantalla.

Otras producciones suyas permanecen inéditas entre los papeles de su Archivo, sepultadas en las páginas de la prensa mexicana, boliviana y argentina, o diseminadas en múltiples traducciones, sobre todo de textos teatrales (Sartre, Anouilh, Mauriac, Ben Jonson, Ionesco, Thornton Wilder...), que demuestran su permanente contacto con el mundo de la escena. Su recuperación contribuirá a trazar, junto con la obra conocida y publicada en España, el verdadero perfil literario de esta mujer singular, cuyo trabajo merece inscribirse en las páginas de esa historia de la literatura española que hay que completar.

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La etapa de su destierro en Niza es, probablemente, una de las más duras de su largo exilio, plagada de incertidumbres y privaciones sin fin que le impidieron el sosiego necesario para dar continuidad a su labor literaria624. Unas cataratas estuvieron a punto de dejarla ciega, hasta que fue operada con éxito en 1948 en París. Dedicada a colaborar con organizaciones socialistas y de refugiados, da conferencias, participa en emisiones radiofónicas, escribe desinteresadamente para Adelante, portavoz del Partido Socialista y de la UGT que se publicaba en Marsella y para la revista Norte, editada en París, logra enviar algún artículo a periódicos hispanoamericanos... Uno de los proyectos más ambiciosos que aborda en esta etapa es, inmediatamente después de la muerte de Gregorio, la publicación de las Obras Completas de ambos que planea editar la editorial Aguilar. Según su propio deseo, «la colección irá firmada por Gregorio. Si durante medio siglo de colaboración no he querido firmar, a pesar del deseo que Gregorio expresó de que firmase (él no se opuso nunca), no voy a firmar ahora que, desgraciadamente, ya no está aquí... La colección se titulará Libros de Gregorio Martínez Sierra. Prólogo y comentarios de María Martínez Sierra». El proyecto no llegó a fraguar por la oposición de Catalina Barcena y su hija, y tanto el prólogo como los comentarios, de indudable valor, no han podido recuperarse todavía625.

En Niza, como hemos apuntado, escribe también su primer libro de memorias, Una mujer por caminos de España, y, al menos, otras tres obras de creación: dos ballets que presentó al gran bailarín y coreógrafo Lécmide Massine, El triunfo de la petenera y El baile del candil, éste último de ambiente goyesco, al parecer perdidos626; y una «fantasía cómico   —462→   lírica» titulada Milagro gitano, firmada también por una enigmática colaboradora, «Peter de Maso» (o «Pedro de Massó»), que hemos podido recuperar y ofrecemos aquí como primicia. En una carta a su familia, fechada en Niza el 21 de febrero de 1948627, María pide que se recupere el original que envió a su marido para que sirviera de guión para «impresionarle» como película o para «un espectáculo mixto» de música y teatro. A pesar de su grave enfermedad, Gregorio mantenía la ilusión de relanzar sus proyectos como director y productor tras su regreso a España, pero su muerte en octubre de 1947 cerró toda posibilidad de realización escénica de este texto. Olvidado desde entonces, apareció entre los papeles que desde Argentina llegaron a los herederos de María en España, tras su desaparición en 1974.

El interés de María y Gregorio Martínez Sierra por los espectáculos lírico-dramáticos (ópera, zarzuela, pantomima, ballet...) había nacido de su decidida voluntad renovadora del arte teatral a través de espectáculos que superasen las limitaciones del texto dramático tradicional, de su estrecha relación con los principales músicos españoles y algunos pintores con vocación de escenógrafos de principios de siglo y de su contacto directo con la revolución escénica iniciada por los Ballets Rusos de Serge Diaghilev. Algunas de sus obras dramáticas, como La suerte de Isabelita (1911), Lirio entre espinas (1911), La familia real (1913) o La Tirana (1913), apuntaban ya, tímidamente, la expresión de pasiones elementales corroboradas en la puesta en escena por una música vibrante y expresiva628. El paso siguiente fue su decidida entrega a la creación de libretos para espectáculos lírico-dramáticos, en colaboración con los músicos más relevantes del momento. Las páginas de Gregorio y yo ilustran con todo lujo de detalles sus relaciones con Usandizaga, Turina, Falla y el propio Diaghilev, que dieron frutos tan notables como Las golondrinas, basada   —463→   en su texto Saltimbanquis, de Teatro de ensueño (1905), Margot, o las sucesivas versiones para pantomima y ballet de El amor brujo629 y El corregidor y la molinera630.

En estas dos últimas obras, sobre todo, se aprecian todos los ingredientes que permiten que un libreto de apariencia simple se convierta en una obra estética de gran altura, en la que convergen las distintas artes en un afán decididamente renovador: la música, la escenografía, la danza y la literatura. Plasticidad, ritmo, música, luz, sonido, trajes y gestualidad teatral combinadas con ingenuidad, primitivismo tradicional, gracia y dramatismo, ternura y misterio. La palabra quedaba desplazada del lugar de privilegio otorgado por el teatro realista para dar paso a un espectáculo estilizado, en el que el texto escrito sólo servía de guión para un trabajo armónico de conjunto que se plasmaba en la puesta en escena. Tomás Borrás lo definió así:

Lo difícil en las pantomimas es ordenar las escenas de modo que una a otra se vayan explicando, dar bulto a las cualidades principales de los tipos y crear alrededor el sentido de todo ello. Además, cuidar de que el ambiente sea musical, de que el argumento sea curioso y de que la base principal de los asuntos, y aun de las escenas, sea el contraste para mejor comprensión. Todo ello y, además, registrar el menor movimiento y el gesto más insignificante para que los copien el músico y mimos, no es nada fácil.

Por su acierto total, el libro de El corregidor y la molinera es uno de los más perfectos del género631.



El asunto tenía que ser, necesariamente, sencillo, interesante y entretenido, lleno de incidentes, con ambiente bien definido y caracteres perfectamente dibujados, sin olvidar ciertos matices jocosos o burlescos. La propia María Martínez Sierra, al hablar de la obra que sirvió como base a la ópera de Usandizaga, definió con precisión la simplicidad que requería el complicado trabajo de elaborar un argumento para un espectáculo de esta índole: «claridad de asunto, violencia de situaciones, inflexibilidad de línea, caracteres bien dibujados, pero sin complicaciones psicológicas»632, porque, como añadirá más adelante refiriéndose a su colaboración con Falla, «los sentimientos y las situaciones que han de emplearse como pretexto para toda interpretación lírica o   —464→   cinematográfica necesitan ser "primarios", basados en acciones directas, casi pantomímicas»633,

«Fantasía cómico lírica» se subtitula el Milagro gitano que nos interesa ahora, concebida como libreto lírico-dramático cercano a la pantomima o incluso como boceto, dada su brevedad, de guión cinematográfico. El ambiente gitano parece recordar en cierto modo, aunque el argumento es bien diferente, la gitanería de El amor brujo estrenada por Pastora Imperio en 1915634. Y algunos aspectos jocosos y burlescos, de farsa primitiva, entroncan con la teatralidad ingenua y estilizada de El corregidor y la molinera en su primera versión de 1917. La acción de Milagro gitano se sitúa en un pueblo imaginario de la sierra andaluza, Villarreal de la Sierra, «de casuchas miserables, pero encaladas» y con un barrio gitano de cuevas al pie del monte, en cuya ladera, en una alta meseta, se alza la ermita de Nuestra Señora del Refugio. La historia ocurre a finales del siglo XIX, entre 1890-1895, «porque entonces aún podían redimirse los mozos que caían soldados mediante dinero, antes del establecimiento del servicio obligatorio». La bella gitana Lucía, también pretendida por el Juez, viejo y respetable, y por Pepe el Feo, ventero lleno de ambición, ama a Manuel, a pesar de su pobreza. Se celebra el sorteo de los quintos y Manuel es destinado a Cuba. Lucía no está segura de poder esperarle durante cuatro largos años. La única solución para Manuel es comprar a un hombre que le libre del servicio militar, pero no tiene modo de conseguir los trescientos duros necesarios. Instigado por Pepe el Feo, acaba robando el collar de la Virgen en un rapto de enajenación que el pueblo califica de milagro y obtiene del propio alcalde el dinero liberador. Finalmente, se descubre que Pepe el Feo es el verdadero ladrón, puesto que él ha robado la joya auténtica y la ha sustituido por una baratija de imitación.

La trama se inscribe en una tradición popular de evidentes resonancias románticas y sainetescas: conflicto amoroso, robo sacrílego, personajes marginales como protagonistas, final feliz con castigo del malo y ventura para los buenos... Todo ello dentro de un esquematismo aparentemente simple que propicia momentos de verdadera intensidad dramática y gran efecto escénico.

  —465→  

La obra consta de un prólogo en dos escenas que sirve para situar la acción de la historia, organizada en 11 breves escenas con variados escenarios. La primera escena del prólogo presenta a los tres pretendientes que contemplan «medio perdidos en la sombra y como ignorándose uno a otro» la danza de Lucía, entre la luz de la luna y la de una hoguera, danza casi fantasmagórica «al son de un pandero invisible». Tanto los rasgos físicos como el breve diálogo con que cada enamorado interrumpe la danza de la gitana perfilan con precisión sintética a los protagonistas. Lucía es joven, «pobre, bonita, airosa, zalamera» y baila «con toda la hechicera lascivia de su raza». Ante cada pretendiente adopta la postura que merece, da la respuesta precisa: de amor a Manuel, sin ocultar la tristeza que le produce su pobreza («¡Somos tan pobres!»); de lástima al Juez («¡Es usté viejo!»), a pesar de la admiración con que contempla el brazalete que le regala; de claro rechazo a Pepe el Feo. Manuel, «tipo perfecto de belleza gitana», es joven, pobre, apasionado y exige con vehemencia que su amor sea correspondido. El Juez, «tipo de señor español noble, flaco, de facha quijotesca», mantiene una posición de sometimiento e inferioridad acorde con su edad y su posición social, que no parece dispuesto a perder, con argumentos poco seductores: «¡Y tú quieres a un joven! ¡Haces mal, Lucía! Los jóvenes no quieren... quieren que les quieran... no dan... exigen... Niña, niña... sólo los viejos saben querer...». No es más que un ridículo viejo enamorado que con ricos regalos pretende conseguir los favores de la gitana, a la que suplica patéticamente: «No me quieras... no importa... ¡Déjate querer!». Pepe el Feo posee todos los rasgos del personaje negativo: «de raza medio gitana medio mora, bajito, patizambo, jorobeta», aunque «limpio y vestido con pretensión y chocarrería andaluza», es maleducado, grosero y violento y pretende a la gitana «con ira y exacerbado deseo». El baile de Lucía, que luce el brazalete que le ha regalado el Juez, se reanuda para cerrar la escena entre el frenesí de la danza y el centellear de las perlas «en el fulgor de las llamas de la hoguera».

La segunda escena del prólogo es puramente visual y sirve para presentar el objeto del deseo: una procesión solemne atraviesa el pueblo para hacer entrega a la Virgen del Refugio de un magnífico collar de rubíes donado por el Gobernador en acción de gracias por haber salvado milagrosamente la vida de su hijo. El niño, que lleva la joya, se asusta y tropieza al ver a Pepe el Feo y el collar cae al suelo. El leve incidente subraya el carácter ambicioso, aunque matizando las diferencias, de los dos auténticos antagonistas, los únicos que aparecen como espectadores pasivos de la procesión, puesto que el Juez, fiel a su papel de digna autoridad, queda integrado en el orden social635. Pepe el Feo «lo mira con   —466→   ansia, lo tiene un momento en las manos como si no pudiera desprenderse de él»; Manuel «da un paso adelante como para apoderarse de él, pero se arrepiente» y acaba haciendo un gesto de «fingido aburrimiento».

Las 11 escenas de la historia saltan por diversos escenarios en rápida sucesión, casi cinematográfica (venta de Pepe el Feo, plaza del pueblo, salón de sesiones del Ayuntamiento, camino de la ermita, interior de la misma, plano general del pueblo...) y en su brevedad y dinamismo configuran la simpleza de la acción; remarcando los efectos dramáticos: la premonición de un sorteo desfavorable para Manuel, la angustia de los mozos y sus familiares, la desesperación de Manuel al conocer su destino, el robo del collar, la persecución y detención del ladrón, etc.

El sorteo de los mozos nos lleva del bullicio expectante de la plaza a la solemnidad del salón del Ayuntamiento y de nuevo a la plaza, en una graduación perfecta de los efectos dramáticos. Así pasamos de la resignación o la rebeldía inicial de los mozos a la alegría de los primeros afortunados y a los miedos de Manuel, «que no quita los ojos del bombo ni deja de hacer cruces para conjurar la mala suerte». Porque Cuba no sólo supone la separación de la familia o de la mujer amada, sino una experiencia amarga y cruel, bien alejada de cánticos patrioteros. Es la única concesión, bien que lejana, a la crítica social que se permite la autora. Otros aspectos, como la pobreza y la marginación de los gitanos, quedan diluidos en el tópico convencional636. Un viejo lo recalca con terrible patetismo: «Es que hay que ver lo que é que le toque a uno ir a Cuba... el vómito... la fiebre amarilla... los diablos coronaos... Aquello é peor que el mesmo infierno». Y el murmullo de los jóvenes responde a la lectura del bando que indica que dos mozos del pueblo «harán su servicio militar en las posesiones de Ultramar»: «Cuba... Fiebre amarilla... el vómito». Al enterarse de su triste destino, Manuel sale «con cara de endemoniado» porque sabe lo que le espera: «Al infierno iré».

Las escenas en la venta de Pepe el Feo, antes y después del sorteo, resaltan su inquina hacia Manuel, en fugaces diálogos que son como cuchilladas: «Ahí viene el alguacil con el bando... para que no se te olvide». «¿No te gustaría ir soldado y dejar aquí sola a tu novia?». Una vez conocida su suerte, Manuel se lamenta de los cuatro años que va a perder «en el   —467→   agujero, obedeciendo a lo que a uno le manden, entretanto aquí...», ocasión que su rival aprovecha para hurgar en la herida: «Aquí la Lucía divirtiéndose... allí es donde duele, ¿no?». Hasta que le insinúa la posibilidad de conseguir el dinero necesario de manos de la Virgen: «Anda hombre, date un paseíto de aquí a la ermita. La señora é rica. Puede que te dé algo, si se lo pides de buen corazón... Tú no sabes la joya que tiene...». La acotación confirma el efecto de sus palabras: «Los ojos de Manuel relampaguean (...) La idea de conseguir por las buenas o por las malas la ayuda de la Virgen se está incubando en la mente de Manuel».

La escena del robo del collar de la Virgen tiene todos los ingredientes de teatralidad efectista plenamente lograda: ingenuidad, gracia, dramatismo, misterio, en un ambiente alucinante dibujado por la luz y la danza. Su desarrollo está calculado con exactitud para alcanzar la máxima tensión. Al entrar en la capilla, la oscuridad sobrecoge el ánimo del gitano que no ve «nada más que el centelleo vacilante de los dos cirios que lucen ante la imagen». Un rayo de sol acentúa el efecto fantasmagórico:

 

(Un rayo de sol coloreado con el rojo y azul de una vidriera atraviesa oblicuamente la capilla y crea una fantasmagoría delante de la estatua de la Virgen que ciega aún más los ojos del gitano: además, se prende en los rubíes del collar y algunos de ellos centellean casi tanto como los cirios...)

 


El gitano se dirige a la Virgen entrecortadamente conforme va acercándose al altar, entre dudas que evidencian su ingenuidad zalamera y su falta de hábitos religiosos:

  Buenas tardes, Señora... Soy yo... ¡Manuel, er gitano! Pué que no me conozca, como no tengo costumbre de entrar en las iglesias... ¡Buenas tardes! Pué que sea más fino decir Ave, María.  (Reflexiona.)  ¡Ave María Purísima! ¿Habrá que arrodillarse?  (Se arrodilla.)  ¡Ave, María! ¿Habrá que rezar algo?... ¿Y qué rezo yo? ¡Santa María... ora pro nobis... Gloria en excelsis!.



Poco a poco va ganando confianza y se decide a exponer claramente su drama:

  Señora... yo he venido porque necesitamos trescientos duros... necesitamos... la Lucía y yo... pa que yo no me marche, Señora... que he salío soldao... el número uno, Señora, y tengo que ir a Cuba, y si voy  (Se va animando poco a poco.)  o me muero del vómito y no vuelvo o tardo cuatro años en volver, Señora, y la Lucía, por no morirse de hambre... pues se echará a la vida... y ahí está Pepe el Feo, Señora, y el Juez y sietecientos más, Señora, ¡y eso no puede ser, Señora!.



Desilusionado por la falta de respuesta, trata de camelar a la imagen con su arte, primero recitando una saeta, después danzando, porque lo último que pretende es robar el collar de la Virgen, sólo quiere que ella le dé algunas «piedras». Comienza su danza «medio   —468→   alucinado» y paulatinamente el vértigo lo arrastra a un estado de trance en que Lucía ocupa el lugar de la Virgen y lo acompaña en su danza hasta que cae desplomado. La visualidad del foral de la escena es maravillosa:

   (Suena misteriosa música gitana. Durante toda la escena ha sonado música en sordina, pero ahora se acentúa. El gitanillo baila, primero lentamente, pero precipitándose poco a poco y llegando casi al vértigo. La luz que entra por los ventanales se acentúa en el oro y el fuego del sol de la puerta, y forma una especie de niebla luminosa, dorada y sembrada de rojas pedrerías que vibra y danza al mismo tiempo que Manuel: la niebla se solidifica ocultando casi completamente el altar y en ella aparece la figura de Lucía que danza... Al verla, el gitano da un grito y deja de bailar.)  ¡Lucía! ¿Has venido tú? Has hecho bien, que a mí no me quié hacer caso... ¡Señora, Señora, si no lo haces por mí, hazlo por ella! ¡Mírala, mírala... se te parece!... ¡Señora, tú lo tienes todo, y nosotros no tenemos más que nuestro querer! ¡Señora, Señora!  (Rompe de nuevo a danzar como acompañando la danza de Lucía, da unas cuantas vueltas vertiginosas, y cae desplomado al pie del altar.) .



Un salto temporal nos lleva a la siguiente escena, ya en el exterior de la ermita. La acotación da las claves interpretativas para la puesta en escena: Manuel «sale de la capilla, está pálido, descompuesto, pero no tiene expresión de culpable sino más bien de iluminado... Cree en el milagro que sin duda ha sucedido, pero al mismo tiempo duda del milagro. Desde luego, en un semiataque de histerismo mezclado con lucidez gitana, ha robado el collar de la Virgen y lo ha escondido entre sus ropas, entre las vueltas de su faja, pero lo ha robado en un momento de tal exaltación que ha llegado a la amnesia». El resto de la acotación y la actitud de Manuel plantean una visión de la escena mucho menos evidente para el espectador:

   (... Tiembla, pues, no de miedo, sino de insoportable anticipación. Habla consigo mismo.)  ¡Me ha regalado la Señora el collar! Me ha dicho: Tómalo, hijo, y remédiate.  (Dudando.)  ¡No puede ser!  (Afirmando.)  ¡Sí, puede ser! ¡Lo tengo aquí!  (Se palpa el cuerpo.)  ¡Aquí!  (Volviendo a la duda.)  Madre de Dios, ¿y si no lo tengo? ¿Y si lo he soñado...?  (Se echa mano a la faja, y se detiene con temor.)  No me atrevo... Pué que si lo saco a la luz se evanezca... ¡Ay, que viene la vieja!  (Entonces, el verdadero temor humano se apodera de él, y echa a correr camino abajo, dando traspiés.) .



A partir de aquí el desenlace se precipita en una sucesión de episodios propios del entremés: la guardesa de la ermita da la voz de alarma, el gitano huye despavorido pero al poco es apresado y la multitud clama justicia contra el ladrón sacrílego. Su voluble irracionalidad queda en evidencia ante la ingenua confesión del gitano, que toca la fibra supersticiosa de unas gentes ávidas de sucesos maravillosos por más que sean increíbles:

MANUEL.-   (Con exaltación, hablando a un tiempo con el JUEZ, con el pueblo, con el ALCALDE.)  Me lo ha dao la Señora, me lo ha dao, palabra. ¡Por éstas, señor Juez!   (Hace   —469→   cruces y las besa.)  Yo he subido a la ermita a pedirle a la Virgen trescientos duros... ¡por la salucita de mi madre, señor!  (Al pueblo.)  Pa liberarme de quintas... pa comprar un hombre... que caiga un rayo y me mate aquí mismo si es mentira... y la Virgen que no tenía a mano los trescientos duros, ha tenío lástima de mí y me ha dao el collar pa que me remedie... Yo no lo quería creer  (Con alegría delirante.) , ¡pero es verdad, señor Alcalde!  (Al pueblo.)  ¡Es verdad! ¡Es verdad! ¡Lo juro que es verdad!

LA MULTITUD.-  ¡Milagro! ¡Milagro! ¡La Virgen del Refugio ha hecho un milagro! ¡Milagro!



«Milagro gitano» replica en para sí el Alcalde, es decir, falso, que se acepta por la fuer za irracional y supersticiosa de la masa, pero no se cree. Los representantes de la ley y el orden, el propio Alcalde, el Juez, el Alguacil, se ven desbordados por la fuerza incontrolable de la multitud: «Ahora nos linchan si no le creemos». Superados antes por la petición de linchamiento y ahora por la enfervorecida aceptación del milagro, el absurdo cómico se impone como única solución eficaz. El Juez y el Alcalde ofrecen a Manuel los trescientos duros que la Virgen ha querido regalarle, no sin antes anunciar un bando desternillante: «Señor secretario, escriba usted el bando siguiente: (Dictando) Don Severino Miranda y García, alcalde constitucional, etc., etc. ¡ordeno y mando! Queda prohibido de aquí en adelante a todo habitante de este pueblo recibir regalo alguno de Dios, de la Virgen ni de los Santos».

La escena final remarca el tono cómico (un borracho replica la solemne lectura del bando por el alguacil: «¡Ha estado bien el señor Alcalde; pero que muy bien!») y el final feliz con una zambra gitana llena de música, gritos, bullicio y danzas, para concluir desvelando que el verdadero ladrón sacrílego es Pepe el Feo, que ha cambiado la joya auténtica por una falsa en su afán de conquistar un amor, el de Lucía, que no le pertenece. El personaje adquiere así una categoría grotesca en su perversidad, contrapuesta a la simplicidad de Manuel y Lucía, en una eficaz reelaboración de la más pura tradición del entremés tradicional.

Desde esta perspectiva, la aparente ingenuidad de la trama no desvirtúa, más bien acrecienta, la virtualidad escénica de esta pequeña obra concebida con rigurosa precisión para ser llevada a la escena como espectáculo lírico-musical, como pantomima o como ballet.

Desde luego, faltan la música adecuada y los elementos escenográficos pertinentes para un espectáculo vivo, pero la precisión de las acotaciones y su perfecta concepción dramática permiten entrever que estos aspectos sólo quedan pendientes del genio de un músico y de la pericia de un escenógrafo y de un buen director de escena. En definitiva, este maravilloso Milagro gitano de María Martínez Sierra, como los famosos libretos que escribió para Manuel de Falla, se inscribe en la corriente renovadora del arte escénico que se había iniciado con el simbolismo teatral de principios de siglo. Frente al teatro exclusivamente literario, se planteaba la recuperación de la artificiosidad del espectáculo, su pura teatralidad. Para ello se recurrió con frecuencia, como en este caso, a cierto primitivismo de carácter tradicional y popular, pero desde una perspectiva estilizadora, con todo el refinamiento del   —470→   arte moderno, en una síntesis que pretendía armonizar la palabra con el ritmo de la música y la danza, la luz, el color y el movimiento con la escenografía y los trajes. Este es uno de los fundamentos del teatro moderno. Modernidad todavía vigente en el momento en que María concibió esta obrita (hacia 1947) y que, dadas las circunstancias de la España en que se pretendía estrenar, era la única que podía traspasar las estrechas aduanas de la censura imperante.

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Milagro gitano

Fantasía cómico lírica



Original de María Martínez Sierra y de Peter de Maso

637

(Esta obra está registrada, por medio de la Sociedad de Autores de Filmes, 11, rue Bally, Paris, a nombre de sus autores, con el número)638

PERSONAJES
 

 
MANUEL,   19 años.
PEPE EL FEO,    35 años.
EL SEÑOR ALCALDE,   60 años.
EL SEÑOR JUEZ,   50 años.
EL COMANDANTE,   45 años.
EL SECRETARIO DEL AYUNTAMIENTO,   30 años-
DOS ALGUACILES.
LUCÍA,   17 años.
LA GUARDESA DE LA ERMITA,   80 años.
Hombres.
Mujeres.
Chiquillos del pueblo.
Guardias civiles.
Gitanos.
Gitanas.
Soldados.
 

La acción en un pueblo de España, hacia fines del siglo XIX (1890 a 1895).

   

Se ha fijado esta fecha porque entonces aún podían redimirse los mozos que caían soldados mediante dinero, antes del establecimiento del servicio obligatorio y porque aún se usaban en el ejército los vistosos uniformes de colorines.

   

Paisaje

   

En una alta meseta, a media vertiente de la Sierra brava, se alza la ermita de Nuestra Señora del Refugio, rodeada de cipreses y madroños.

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Al pie del monte, cogido entre sus estribaciones inferiores como entre los dientes agudos de una boca de lobo, está el pueblo de VILLAREAL DE LA SIERRA, formado por dos centenares de casuchas miserables, pero encaladas.

   

Se sube del pueblo a la ermita por un interminable camino de montaña empinado, zig-zagueante, abrasado de sol durante todo el día, apoyado en la roca viva, entre cuyas grietas sólo alcanzan a crecer algunas chumberas, algunas matas de espliego, tomillo y romero y algún enebro espinoso y retorcido por los vendavales.

   

A la salida del pueblo, camino de la ermita, la Venta de PEPE EL FEO, tabernucho miserable, sin más adorno que una parra en la puerta, a cuya sombra hay dos mesas largas de pino flanqueadas cada una por dos bancos fijos de pino también.

 


Prólogo en dos Escenas

Escena I

 

LUCÍA es una gitana pobre, bonita, airosa, zalamera, altiva y absolutamente amoral: sabe hacer cestas, venderlas, robar lo que se ofrezca, decir la buena ventura y bailar con toda la hechicera lascivia de su raza. Es un viva sierpe con ojos de ángel.

 

La danza de Lucía

 

A la luz de la luna y de una hoguera encendida delante de una de las más miserables covachas del barrio gitano, Lucía, casi fantasmagóricamente, danza al son de un pandero invisible: medio perdidos en la sombra y como ignorándose uno a otro, sus tres enamorados la contemplan ávidamente: son ellos MANUEL EL GITANILLO, tipo perfecto de belleza gitana, con viveza de movimientos que raya en histerismo, pobrísimo, mal vestido de harapos que apenas cubren sus carne morena, EL SEÑOR JUEZ, tipo de señor español noble, flaco, de facha quijotesca, bien vestido, frío exteriormente, pero abrasado en el fuego interior que enciende en sus entrañas la danza de Lucía, y PEPE EL FEO, el ventero de raza medio gitana medio mora, bajito, patizambo, jorobeta, feo como el pecado mortal, pero limpio y vestido con pretensión y chocarrería andaluza.

 
 

LUCÍA deja de danzar y se queda inmóvil, y hierática. Surgiendo de la sombra se acerca a ella MANUEL y le habla apasionadamente.

 

MANUEL.-  Lucía, chiquilla, gitana... te quiero, me muero por ti.

LUCÍA.-   (Sonriendo con melancolía.)  ¡Somos tan pobres!

MANUEL.-   (Como si no lo hubiese oído, apasionadamente.)  ¿Me quieres tú a mí?  (Lucía afirma con el gesto, sin hablar.)  ¡Dime que me quieres tú a mí!

LUCÍA.-    (En voz queda y ardiente.)  ¡Te quiero!

MANUEL.-    (Apasionado.)  ¿Como yo a ti?

LUCÍA.-    (En voz queda y ardiente.)  ¡O más!

MANUEL.-  ¿Me quieres a mí solo?  (En crescendo casi delirante.)  ¿A mí solo? ¡A mí solo!   —473→    (Quiere cogerla.) 

LUCÍA.-    (Rechazándole suavemente, con sonrisa lasciva y triste.)  ¡Somos tan pobres!

 

(La figura de MANUEL desaparece como si hubiera sido un fantasma. LUCÍA sigue danzando. Aparece a su lado el SEÑOR JUEZ.)

 

SEÑOR JUEZ.-    (Apasionada y sordamente.)  ¡Lucía! ¡Gitana!

LUCÍA.-   (Deteniendo la danza con susto.)  ¡Uy, señó Jué!

SEÑOR JUEZ.-  ¡No te asustes! ¡Chiquilla, te quiero! ¡Me abraso por ti!

LUCÍA.-   (Entre miedo y desdén.)  ¡Es usté viejo!

SEÑOR JUEZ.-  ¡Y tú quieres a un joven! ¡Haces mal, Lucía! Los jóvenes no quieren... quieren que les quieran... no dan... exigen... Niña, niña... sólo los viejos saben querer... querer y dar.  (Saca un estuche en el cual hay un magnífico brazalete.)  ¡Mira!

LUCÍA.-   (Casi con susto, tal es su admiración.)  De oro... ¡y qué piedra! ¡Cómo reluse!

SEÑOR JUEZ.-  Es tuyo... si me quieres.

LUCÍA.-  ¡Es usté viejo!  (Con pena, hace ademán de devolver la joya.) 

SEÑOR JUEZ.-  No, no, quédatelo.  (LUCÍA se pone el brazalete, y sonríe al fulgor de las piedras.)  ¡Quiéreme, gitana!... No me quieras... no importa... ¡Déjate querer!

LUCÍA.-   (Mira el brazalete, luego le mira a él de reojo, y dice a media voz.)  ¡Es usté viejo!

 

(La figura del SEÑOR JUEZ desaparece como ha desaparecido la de MANUEL. LUCÍA vuelve a comenzar su danza, siempre envuelta en la luz de la hoguera.)

 
 

(Surge a su lado PEPE EL FEO. Este no se acerca a la gitana como los otros dos con cierto respeto sino que saliendo de la sombra, furtivo y ágil como un tigre, se precipita sobre ella y la abraza estrechamente.)

 

LUCÍA.-   (Con un grito ahogado, forcejea por librarse de él.)  ¡Ay! ¿Quién? ¿Tú? ¡Pepe, el Feo!

PEPE EL FEO.-   (Con ira y exacerbado deseo.)  ¡El Feo! ¡Con que seas tú guapa, basta y sobra, gitana! Te quiero, ¡tengo la sangre requemada por ti!

LUCÍA.-   (Defendiéndose.)  ¡Suelta, sapo, suelta!

PEPE EL FEO.-  ¿Sapo?... ¿Feo?... ¡Paloma! Rosita de oló... ¡con que seas tú guapa!... Con que seas tú guapa...  (En la lucha, ella le araña involuntariamente con el brazalete.)  ¡Eh! ¿Dónde has robado esto?  (La suelta.) .

LUCÍA.-  ¿Te figura tú que no le gusto má que a lo espantajo?...   (Coqueta.)  Es una joya ¿eh?

PEPE EL FEO.-  Joyas quieres tú, joyas tendrás... Conmigo más que con nadie... ¡Esto! ¡Esto!  (Mira el brazalete y escupe.)  Joyas tendrás, piedras tendrás... con el espantajo... con el feo... con el sapo... ¡conmigo! ¡Conmigo, gitana! ¡Conmigo y nada más que conmigo! ¿Joyas?... ¡Si tú supieras!  (Vuelve a escupir, la mira con desafío y desaparece.) .

 

(LUCÍA vuelve a danzar un instante haciendo centellear las perlas del brazalete en el fulgor de las llamas de la hoguera.)

 
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Escena II

 

Las campanas de la iglesia del pueblo voltean a fiesta. Una procesión solemne pasa por la calle principal del pueblo y se dirige a la ermita de Nuestra Señora del Refugio. La conduce un sacerdote vestido con la capa pluvial, acompañado de los párrocos de otros pueblos vecinos. Acólitos y monaguillos llevando incensarios, ciriales y estandartes, rodean a un niño que lleva en un almohadón de terciopelo un magnífico collar de rubíes, ofrenda del Gobernador de la Provincia para dar gracias a la Virgen del Refugio por haber salvado la vida de su hijo, que es precisamente el niño que lleva el collar.

 
 

Sigue a las gentes de iglesia el Gobernador en persona. Le acompañan el SEÑOR ALCALDE, EL SEÑOR JUEZ, EL SECRETARIO DEL AYUNTAMIENTO y LOS ALGUACILES, así como EL COMANDANTE de la Guarnición y varios SOLDADOS que dan escolta. Siguen las COFRADÍAS diversas, NIÑAS VESTIDAS DE BLANCO, NIÑOS DISFRAZADOS DE ÁNGEL, cargados con cestillos de flores deshojadas que van lanzando al aire. Sigue EL PUEBLO. Revolotean las palomas. Lanzan unos cuantos cohetes. Sigue una BANDA DE MÚSICA y después todo el PUEBLO, hombres, mujeres, chiquillos, algunos gitanos. Siguen sonando las campanas.

 
 

Pasa la procesión por delante de la Venta de PEPE EL FEO, el cual está a la puerta de su casa viéndola pasar.

 
 

Cuando el niño que lleva el almohadón con el collar pasa por delante de PEPE EL FEO, se asusta, tropieza en una piedra y cae. El collar cae a los pies de PEPE EL FEO, el cual lo recoge, lo mira con ansia, lo tiene un momento entre las manos como si no pudiera desprenderse de él, y, por fin, lo vuelve a colocar sobre el almohadón de terciopelo y se lo entrega al niño que sigue mirándole con susto.

 
 

La procesión sigue su camino.

 
 

Durante todo el incidente, MANUEL EL GITANO estaba apoyado en un poste de telégrafo al otro lado del camino con las manos metidas en los bolsillos. Se queda con la boca abierta al ver el collar en el suelo, da un paso hacia adelante como para apoderarse de él, pero se arrepiente y vuelve a apoyarse en el poste. Cuando la procesión echa a andar de nuevo, mira al Gobernador y a su séquito con curiosidad, escupe y levanta los ojos al cielo con fingido aburrimiento. PEPE EL FEO le mira intensamente.

 

Comienza la historia

 

La Venta de PEPE EL FEO. Sentados a una de las mesas están bebiendo varios soldados. En la otra mesa, sentado en el banco solo, en actitud de profunda meditación y dando con una varita de mimbre en el suelo, está MANUEL EL GITANO.

 

PEPE EL FEO.-   (Saliendo de la Venta.)  ¡Ea, cá mochuelo a su olivo! ¡Andando, niños!

VARIOS SOLDADOS.-  Pero, señor Pepe...

  —475→  

PEPE EL FEO.-  No hay Pepe que valga...

UN SOLDADO.-  Otra cañita... ¡Una ná má!

PEPE EL FEO.-  Ni una ni media... Aquí está la orden del comandante.  (Señala un cartel que está clavado en la pared de la Venta.)  Prohibida la venta de vinos y licores a los soldados de la guarnición durante las horas de siesta. ¡Andando, andando! ¡No quiero compromisos con la autoridá!

 

(Los SOLDADOS se alejan refunfuñando.)

 

PEPE EL FEO.-   (Se acerca a la mesa en que está MANUEL.)  ¡Andando también tú!

MANUEL.-  Yo no soy soldado... entavía...

PEPE EL FEO.-  Puede que no falte mucho... Veinte años tienes, ¿no?

MANUEL.-   (Sombrío.)  Hace tres días.

PEPE EL FEO.-  El domingo que viene es el sorteo.

MANUEL.-  La Candelaria, ya lo sé.

PEPE EL FEO.-  Ahí viene el alguacil con el bando... para que no se te olvide.

 

(Entran dos ALGUACILES, seguidos por un grupo de hombres y mujeres. Uno de los alguaciles trae un ejemplar del Bando que pega en la puerta de la Venta. Después se retira con su compañero. Uno de los hombres se acerca y lee.)

 

UN HOMBRE.-   (Leyendo.)  Bando. Yo, don Severino Miranda García, alcalde constitucional del pueblo de Villareal de la Sierra, ordeno y mando.  (Volviéndose a mirar al grupo.)  Etcétera, etcétera.

UNA MUJER.-  Lee, hombre, lee, tú que sabes.

UN HOMBRE.-  Todos los hombres nacidos entre el 1 de enero y el 31 de diciembre de 1875 se presentarán en el ayuntamiento el próximo 2 de febrero para el sorteo de los números que han de designar los doce mozos que el pueblo de Villareal de la Sierra debe dar al ejército de Su Majestad, de acuerdo con la ley del 27 de febrero de 1827, etcétera, etcétera...

Quiere decirse que no dice más.

UNA MUJER.-  ¿Y cuántos van pa Cuba?

UN HOMBRE.-  No dice ná, pero supongo que irán dos, como todos los años.  (Con diferentes rumores el grupo se aleja. PEPE EL FEO vuelve a acercarse a MANUEL.) .

PEPE EL FEO.-  ¡Qué cara tan triste se te ha puesto! ¿No te gustaría ir soldado y dejar aquí sola a la novia?

MANUEL.-  Más vale hacerse soldado que ser feo.

PEPE EL FEO.-   (Dominándose.)  ¿Lo dices por mí?  (Se ríe.)  Puede que tengas suerte y saques un número alto.

MANUEL.-   (Displicente.)  Puede.  (Se levanta y se aleja lentamente.) 

  —476→  
 

(Plaza del pueblo con el Ayuntamiento al fondo. La plaza está llena de gente. Los mozos de la clase639 que ha de entrar en sorteo están todos en grupos con aire unos aburrido, otros resignado, otros rebelde. Sus madres, novias, hermanas y hermanillos pequeños les rodean hablando animadamente.)

 

UN VIEJO.-  Es que hay que ver lo que é que le toque a uno ir a Cuba... el vómito... la fiebre amarilla... los diablos coronaos... Aquello é peor que el mismo infierno.

UN HOMBRE.-   (Intenta leer el Bando que está pegado en la puerta del Ayuntamiento.)  Bando, yo don Severino Miranda y García, alcalde constitucional...

VOCES DE MUJERES.-  ¡Cállate ya, que nos lo sabemos de memoria!

UN ALGUACIL.-   (Aparece en la puerta del Ayuntamiento con un papel en la mano.)  Lista de los mozos que han de entrar en sorteo. Irán pasando a medida que se les nombre. Antonio López y Gracia, José Ortega y García, Manuel Montoria y Serrano, Jesús Pérez y Lucas, Pedro Molina y González, Juan José Domingo y Díaz, Leoncio Lucas y Alba, Andrés García y Cañas, Alejandro Manzano y Díaz, Luis del Río y Mota, Ricardo Torres y Mota, Bernardo Garrido y León, Julián Montes y Díaz, Aurelio Fernández y Pérez, Miguel Redondo y Paz, Cipriano Mata y López, José María Domínguez y Castro, Cecilio Paz y Díaz, Fernando Herrero y Pérez, Celestino Guerra y García.

 

(A medida que el ALGUACIL clama sus nombres, los mozos van entrando en el Ayuntamiento; se oyen voces de mujeres que gritan: ¡BUENA SUERTE, HIJO!, ¡QUE DIOS TE AMPARE!, ¡QUE LA VIRGEN SANTÍSIMA ENTRE CON TU NÚMERO EN EL BOMBO!.)

 
 

(Salón de sesiones en el Ayuntamiento. El Ayuntamiento presidido por el ALCALDE, acompañado por todos los concejales y por EL SECRETARIO del Ayuntamiento, celebra sesión solemne para proceder al sorteo de mozos. También asiste EL SEÑOR COMANDANTE, como delegado de la Autoridad Militar. Hay dos ALGUACILES, uno de los cuales guarda la puerta y otro está en el balcón para gritar al pueblo reunido en la plaza los números que vayan saliendo. Hay una gran mesa, cubierta con un paño rojo bordado con las armas de España. Sobre ella, está el bombo y contiene tantas bolas como mozos sorteables. El bombo se mueve automáticamente: la bola cae en un recipiente de donde la saca uno de los niños del Hospicio que están a ambos lados de la mesa. El otro niño coge a su vez la bola de mano de su compañero y canta el número que está escrito en ella.)

 

ALCALDE.-  Señor secretario, tenga la bondad de leer.

SECRETARIO.-   (Lee un papel que coge de la mesa.)  «En este pueblo de Villareal de la Sierra hay veinte mozos nacidos ente el 1.º de enero y el 31 de diciembre de 1875 y que por lo tanto son sorteables. El cupo exigido es de doce reclutas. Siendo así, irán a servir al Rey   —477→   los mozos que saquen los números del 1 al doce inclusive. Los demás quedarán libres de toda obligación militar. Los mozos a quienes hayan correspondido los números 1 y 2 harán su servicio militar en las posesiones de Ultramar».

 

(De entre el grupo de jóvenes se alza un murmullo: se oyen estas palabras: CUBA... FIEBRE AMARILLA... EL VÓMITO.)

  .

SECRETARIO.-  Silencio. Va a procederse al sorteo.

ALCALDE.-   (Da un golpe con la vara en el suelo.) . Señor secretario, tenga usted la bondad de ir llamando a los mozos.

SECRETARIO.-   (Toma de la mesa otra hoja de papel y lee.)  ¡Antonio López y Gracia!

 

(ANTONIO LÓPEZ da un paso hacia adelante.)

 
 

(El bombo se pone en marcha. La bola cae en el receptáculo mientras el mozo mira ansiosamente. Uno de los niños del Hospicio coge la bola y la pasa a su compañero que canta:)

 

NIÑO SEGUNDO.-  ¡Número quince!

ANTONIO LÓPEZ.-   (Lanza al aire el sombrero que tenía en la mano y sale a toda prisa con gran alegría.)  ¡Libre!

UN ALGUACIL.-   (Grita en el balcón.)  ¡Antonio López y Gracia! ¡Número quince!

 

(Se oye un gran rumor de voces que sube de la plaza.)

 

MANUEL.-   (Desde que empieza el sorteo no quita los ojos del bombo ni deja de hacer cruces para conjurar la mala suerte). 

SECRETARIO.-  ¡José Ortega y García!

 

(JOSÉ ORTEGA adelanta un paso.)

 
 

(Vuelve a rodar el bombo, vuelve a caer la bola. El NIÑO primero la recoge y se la entrega a su compañero.)

 

NIÑO SEGUNDO.-   (Cantando.)  ¡Número diez!

JOSÉ ORTEGA.-   (Se muerde los labios. Luego dice con resignación.) . ¡Pacencia! ¡Podía haber sido el uno o el dos!  (Sale.) .

UN ALGUACIL.-   (Canta desde el balcón.)  José Ortega y García, número diez.

 

(Vuelve a oírse el rumor de la gente en la plaza.)

 

SECRETARIO.-  Manuel Montoria y Serrano.

 

(MANUEL vacila un momento y luego da un paso adelante como si le arrastrasen. Sigue haciendo cruces a toda prisa).

 
 

(Cae la bola. El NIÑO primero la coge y la pasa a su compañero).

 

NIÑO SEGUNDO.-   (Cantando.)  Número uno.

MANUEL.-  ¡Maldita sea mi suerte! ¡A Cuba!   (Mirando fijamente al SECRETARIO.) .

SECRETARIO.-  ¿Qué te pasa, hombre?

MANUEL.-  ¿Está... está usted seguro de que es el número uno?

SECRETARIO.-  Acércate y míralo.

 

(MANUEL mira la bola desde lejos como si quisiera pelearse con ella, luego da media vuelta y sale del salón con cara de demonio.)

 
  —478→  

ALGUACIL.-   (En el balcón.)  ¡Manuel Montoria y Serrano! Número uno.

 

En la Plaza delante del Ayuntamiento.

 
 

(Se oye gritar al Alguacil desde el balcón: Manuel Montoria y Serrano, número uno. Se ve salir del Ayuntamiento a MANUEL que con cara de endemoniado recorre los grupos hasta que encuentra a LUCÍA, que sale a su encuentro.)

 

MANUEL.-   (Cogiendo a LUCÍA por los dos brazos y mirándola con ansiedad.)  ¿Has oído? ¡Maldita sea mi suerte!

LUCÍA.-   (En voz queda.)  ¡Cuba!

MANUEL.-  ¿Me esperarás?

LUCÍA.-    (Con tristeza.)  Cuatro años, es muy largo.

MANUEL.-  ¡Promete que me esperarás! Si no, no voy.

LUCÍA.-  Somos tan pobres... Si pudieras comprar un hombre... trescientos duros es mucho dinero...

MANUEL.-   (Con desesperación.)  ¿Me esperarás? ¿Me esperarás?

ALGUACIL.-   (Desde el balcón.)  ¡Jesús Pérez y Lucas! Número nueve.

MANUEL.-  ¡Promete, promete!

LUCÍA.-  Promete, promete... Cuatro años... se dice muy pronto... Trescientos duros...

 

(Se ve salir del Ayuntamiento a JESÚS PÉREZ; un grupo le rodea, pero él apartándose busca a ANTONIO LÓPEZ y a JOSÉ ORTEGA y se reúne con ellos. Una moza le da un pañuelo de seda que cogen cada uno por una punta).

 

ALGUACIL.-   (Desde el balcón.)  ¡Pedro Molina González! Número seis.

UN VIEJO.-  ¡Más carne de cañón!

 

(PEDRO MOLINA sale del Ayuntamiento y se junta a sus compañeros. Van pasando el pañuelo entre la gente y todos, cual más cual menos, echan dinero en él. Se acercan a MANUEL y uno le dice: ¿NO VIENES TÚ, GITANO?).

 

MANUEL.-  ¡Al infierno iré!

LUCÍA.-  Anda, anda con ellos, con lo que recojan van a la taberna... Anda a echar unas cañas.  (Aunque él quiere detenerla, ella se aleja contoneándose.) .

MANUEL.-   (Mirándola marchar con ira y dolor.)  ¡Maldita sea!

 

(La venta de Pepe el Feo.)

 
 

(Los mozos rodeados de amigos y parientes terminan de beber, luego se marchan en busca de otra taberna, porque el ritual quiere que recorran todas las del pueblo. Se queda solo MANUEL.)

 
  —479→  

PEPE EL FEO.-   (Sale de la Venta y se acerca al mozo.)  ¿Y tú no vas con ellos? Las penas hay que alegrarlas, hombre. No seas cobarde.

MANUEL.-  No soy cobarde, pero no me marcho. Entavía no soy soldao...

PEPE EL FEO.-  No sé qué te falta.

MANUEL.-   (Como si soñase.)  Trescientos duros...

PEPE EL FEO.-  Es mucho dinero... Claro que si se piensa que es la vida de un hombre...

MANUEL.-  Tráeme otra caña.

PEPE EL FEO.-  Voy a cerrar.

MANUEL.-  Trae otra caña, digo.

PEPE EL FEO.-  ¿Qué mosca te ha picao?

MANUEL.-  Tengo que pensar, y si no bebo no pienso.

PEPE EL FEO.-   (Suspirando entra en la Venta y vuelve a salir con el vino.) .

MANUEL.-  ¿Tú no bebes?

PEPE EL FEO.-  Si pagas, por qué no.

MANUEL.-  ¡A Cuba! Cuatro años de mi vida... En el agujero, obedeciendo a lo que a uno le manden... Entretanto aquí...

PEPE EL FEO.-  Aquí la Lucía divirtiéndose... allí es donde duele, ¿no?

MANUEL.-   (Sombrío.)  Eso es cuenta mía.

PEPE EL FEO.-  Claro que sí. ¿No tienes un amigo que te preste el dinero para comprar un hombre?

MANUEL.-

 (Contesta con los versos de una copla popular.) .

Amigos ya no hay amigos,
el más amigo la pega.
No hay más amigos que Dios
y un duro en la faltriquera.

PEPE EL FEO.-   (Riéndose como si la copla le hubiera hecho mucha gracia.)  ¿Un duro, nada más? Trescientos hacen falta.

MANUEL.-  ¿Y ande están?

PEPE EL FEO.-  Como no sea de milagro...

MANUEL.-  Ya no hay milagros.

PEPE EL FEO.-  Hombre, no digas eso. ¿No has estado anteayer en la procesión? Pues un milagro era. La Virgen del Refugio salvó la vida al chico del Gobernador que estaba con el garrotillo. Por eso el Gobernador le regaló a la Señora el collar de rubíes.

MANUEL.-  Los milagros no los hacen los santos más que a los que pueden pagar. Yo no soy Gobernador... soy un pobre gitano.

PEPE EL FEO.-  Todos somos hijos de Dios. ¿Por qué no te ha de ayudar a ti Nuestra Señora del Refugio?

MANUEL.-   (Cayendo en la trampa.)  ¿Te burla de mí?

PEPE EL FEO.-  No sé a santo de qué. Anda, hombre, date un paseíto de aquí a la ermita. La Señora é rica. Puede que te dé algo, si se lo pides de buen corazón... Tú no sabes la joya que tiene... Sólo el collar... Me han dicho, el joyero que lo hizo, que es amigo mío, que vale miles y miles.

  —480→  
 

(Los ojos de MANUEL relampaguean, pero no responde. Permanecen los dos en silencio durante unos instantes. La idea de conseguir por buenas o por malas la ayuda de la Virgen se está incubando en la mente de MANUEL. PEPE EL FEO, que se lo ha sugerido, le mira con sorna. Pasado un momento se levanta y bosteza como si estuviera muerto de sueño. Se dirige a la Venta.)

 

MANUEL.-   (Asustado, como si despertase.)  ¿Ande vas?

PEPE EL FEO.-   (Estirándose y desperezándose.)  A cerrar y a descansar un rato, que esta noche vendréis todos los quintos a correr aquí una juerguecilla.  (Da unos cuantos pasos, al llegar a la puerta se vuelve y dice al parecer con indiferencia, como si no le diese importancia.)  Dicen que va a bailar la Lucía.  (Entra en la Venta y cierra.) .

MANUEL.    (Se queda mirando a la puerta, como si en ella pudiera estar la solución de su angustia.)  ¡Un milagro!... Va a bailar la Lucía... ¿Cuánto hay de aquí a la ermita?... en una hora subo... en una hora bajo... Un milagro.  (Se ríe.)  Si fuera verdad lo que cuentan los curas...  (Se pone en pie.)  Ea, por sí o por no... Vamos andando.  (Mira en derredor para estar seguro de que no hay nadie.)  ¡Válgame Dios!  (Se echa a andar y desaparece.) .

 

(En la vertiente de la montaña el camino que conduce al santuario de Nuestra Señora del Refugio. MANUEL va subiendo. Empezó la ascensión a paso ligero, mas perezoso como buen gitano, a mitad del camino ya está rendido, y anda como arrastrándose, enjugándose el sudor y dándose aire con el pañuelo que se ha quitado del cuello. Se para un momento para descansar. Se sienta en una piedra. Un conejo que cruza el camino le hace dar un salto y vuelve a emprender la caminata. Mira a lo alto para ver si le falta aún mucho que andar.)

 

MANUEL.-  Madre de Dios, qué lejos está y qué cuesta arriba...  (Sigue andando. El camino es cada vez más difícil. Ya se ve la ermita y detrás de ella los picos de las cumbres cubiertas de nieve. Sigue andando automáticamente, tan cansado está, y al dar una vuelta le sorprende encontrarse en la pequeña explanada donde está la ermita a la cual había creído no llegar. Pegada a la ermita, hay una casuca que no tiene más que una puerta y una ventana: da sombra a la puerta un enramado por el cual trepa una planta de calabaza con grandes hojas verdes y vivas, flores amarillas: sentada en una sillita baja y haciendo media, está la GUARDESA DE LA ERMITA, anciana de más de 80 años: tiene delante una mesilla baja también en la cual hay algunas medallas y estampas de la Virgen del Refugio que esperan la llegada problemática de algún devoto peregrino que las quiera comprar. Cuelgan de la enramada una alcarraza goteante y una jaula con dos canarios). 

MANUEL.-    (Que contaba con encontrar la ermita sola, hace un gesto de viva contrariedad al ver a la GUARDESA; pero inmediatamente se domina y sonríe. Cuando ella le ha sentido llegar, levanta la cabeza y, para ver mejor, se quita las gafas.)  ¡A la paz de Dios!

  —481→  

GUARDESA.-  ¡Dios vaya contigo, buen mozo!

MANUEL.-  Tampoco usted ha debido ser fea...

GUARDESA.-  ¿En qué lo conoces?

MANUEL.-  A la vista está... Quien tuvo y retuvo, guardó para la vejez.

GUARDESA.-    (Halagada.)  He tenido mis quince como todo el mundo.

MANUEL.-   (Después de una pausa.)  Hace calor...

GUARDESA.-  Hace calor.

MANUEL.-   (Señalando la alcarraza.)  ¿Se puede echar un trago?

GUARDESA.-  Una sed de agua no se le niega a nadie.

MANUEL.-   (Después de beber largamente.)  Fresquita está.

GUARDESA.-  Y es milagrosa. Quita la calentura. Es del manantial que brota justito al pie de la piedra en que se apareció la Virgen del Refugio... Aquí está escrito  (Cogiendo un librito de la mesilla.)  ¿Quieres comprar uno?

MANUEL.-  ¡No sé leer, abuela!

GUARDESA.-  Yo tampoco, hijo.  (Se ríen los dos.) .

MANUEL.-  ¿Se puede entrar a ver a la Virgen?

GUARDESA.-  ¿Le vas a decir la buena ventura?

MANUEL.-   (Ofendido.)  ¡Yo no soy gitano de la buena ventura! ¡Soy persona desente y cristiano viejo!

GUARDESA.-   (Riéndose.)  Perdona, hijo... Entra, entra...

MANUEL.-  Es que... no tengo ná que dar...

GUARDESA.-   (Con altivez.)  ¡La Señora no pide limosna! Le rezas una Salve, y lo agradece igual que fuera una joya...

MANUEL.-   (Se dirige a la puerta de la ermita, pero se detiene antes de entrar.) .

GUARDESA.-  ¡Empuja la puerta, que no está atrancada!

 

 (MANUEL empuja la puerta, entra y la cierra.) 

 

(La GUARDESA vuelve a ponerse las gafas y sigue haciendo media).

 
 

(El interior de la ermita)

 

MANUEL.-   (Entra en la iglesia. Acostumbrado a la luz y al calor intensos del sol exterior, la frescura y la obscuridad de la capilla le sobrecogen. Al principio, no ve nada más que el centelleo vacilante de los dos cirios que lucen ante la imagen. Un rayo de sol coloreado con el rojo y azul de una vidriera atraviesa oblicuamente la capilla y crea una fantasmagoría delante de la estatua de la Virgen que ciega aún más los ojos del gitano: además, se prende en los rubíes del collar y algunos de ellos centellean casi tanto como los cirios... MANUEL adelanta despacio y habla consigo mismo.)  ¡Qué obscuridad!  (Se frota los ojos.)  Y qué fresquito hace. No se ve ná... ¿Ande está la Virgen?   (Vuelve a pasarse la mano por los ojos, y empieza a ver.)  ¡Ah!... ¡Ella es!  (Sobrecogido, lentamente, se quita la gorra, la dobla y se la mete en el bolsillo del pantalón.)  Buenas tardes,   —482→   Señora.  (Con timidez.)  ¡Paece que abre y cierra los ojos!... Será pa contestarme...  (Repite, acercándose un poco más al altar.)  Buenas tardes, Señora... Soy yo... ¡Manuel er gitano! Pué que no me conozca, como no tengo costumbre de entrar en las iglesias... ¡Buenas tardes!... Pué que sea más fino decir Ave, María.  (Reflexiona.)  ¡Ave, María Purísima! ¿Habrá que arrodillarse?  (Se arrodilla.)  ¡Ave, María! ¿Habrá que rezar algo?... ¿Y qué rezo yo? Santa María... ora pro nobis... ¡Gloria en excelsis!

LA GUARDESA.-   (Aparece, sin que él la vea en la puerta de la capilla y le mira con curiosidad y, al principio, un poco de recelo, pero al oírle, se tranquiliza.)  Está rezando como un bendito.  (Se retira sin hacer ruido.) .

MANUEL.-   (Vuelve a ponerse en pie y da un paso más hacia el altar.)  ¡Ya se ve algo más! ¿Qué es eso que reluce?... Es el collar... las piedras... paecen gotas de sangre y granos de graná...  (Suspira.)  ¿Valdrán mucho dinero?...  (Decidiéndose.)  Señora... Si me quisiera dar siquiera seis o siete... Y yo, ¿cómo le digo...?  (Decidiéndose.)  Señora... yo he venío porque necesitamos trescientos duros... necesitamos... la Lucía y yo... pa que yo no me marche, Señora... que he salío soldao... el número uno, Señora, y tengo que ir a Cuba, y si voy  (Se va animando poco a poco.)  o me muero del vómito y no vuelvo o tardo cuatro años en volver, Señora, y la Lucía, por no morirse de hambre... pues se echará a la vida... y ahí está Pepe el Feo, Señora, y el Juez y sietecientos más, Señora, ¡y eso no puede ser, Señora!  (Con melosería gitana.)  Trescientos duros, Señora, trescientos duros, trescientos ná más... ¡pa comprar un hombre!  (Con desilusión.)  No contesta... no dice ná... no me oye... no me entiende... o no me quié entender... ¡Válgame Dios! ¿Qué haría yo pa camelarla? Le gustará como a las otras mujeres que le eche uno flore?  (Con zalamería.)  ¡Bonita! ¡Preciosa!  (Mirándola fijamente.)  ¡Y sí que lo es! ¡Ojos de gitana que tié ná más!  (Con desilusión.)  ¡Como si cantara!... ¡Cantar! ¿Le gustará que le canten saetas como en la procesión? Yo cantar, lo que se dice cantar, no sé, pero una saeta anque no se cante, saeta es lo mismo.  (Recita con apasionamiento): 


      Virgen Santa del Refugio,
       amparo y consolación,
       aquí tienes un gitano
       que viene con devoción
       a pedirte una limosna,
       en su gran tribulación.
       Si no se la das, Señora,
       ha de ser su perdición
       ¡Virgen Santa del Refugio,
       no tengas mal corazón!

 (La Virgen, naturalmente, no se mueve. MANUEL se desespera.)  ¿Tampoco? ¡Tampoco! Señora,  (casi con enojo.)  mira que te lo pido con buenos modos... Mira que te lo ruego de limosna... media docenita de piedras, na más... las más ruines... las que menos te gusten...   —483→   pa sacar trescientos duros, con pocas hay bastante. Tú me las das, Señora... yo las vendo ande yo me sé... y todos contentos... Mira que estamos solos, mira que te las podía robar, y no quiero... ¿A ti qué te cuesta, Señora?...  (Con enojo.)  ¡Ná! ¡Como una piedra! Señora, ¿qué sé hacer yo que te pueda ablandar?... ¿Qué sé hacer yo?  (Con iluminación.)  ¡Bailar! ¡Bailar como los mismos ángeles!... Señora, ¿qué te gusta? ¿Bulerías? ¿Fandango? ¿Farruca?  (Medio alucinado.)  Paece que se ríe... ¡Vaya un fandanguillo!  (Suena misteriosa música gitana. Durante toda la escena, ha sonado música en sordina, pero ahora se acentúa. El gitanillo baila, primero lentamente, pero, precipitándose poco a poco y llegando casi al vértigo. La luz que entra por los ventanales se acentúa en el oro y el fuego de la puesta del sol, y forma una especie de niebla luminosa, dorada y sembrada de rojas pedrerías que vibra y danza al mismo tiempo que MANUEL: la niebla se solidifica ocultando casi completamente el altar y en ella aparece la figura de LUCÍA que danza... Al verla, el gitano da un grito y deja de bailar.)  ¡Lucía! ¿Has venido tú? Has hecho bien, que a mí no me quié hacer caso... Señora, Señora, ¡si no lo haces por mí, hazlo por ella! Mírala, mírala... ¡se te parece!... Señora, tú lo tienes todo, ¡y nosotros no tenemos más que nuestro querer! ¡Señora, Señora!...  (Rompe de nuevo a danzar como acompañando la danza de LUCÍA, da unas cuantas vueltas vertiginosas, y cae desplomado al pie del altar). 

 

(El exterior de la ermita.)

 

GUARDESA.-   (Se levanta perezosamente de su sillita baja, después de quitarse las gafas y mirar al cielo, suspira.)  Ya se está acabando el día. Antes que anochezca del todo, voy a limpiar la jaula a estos canarios y a majar el gazpacho para la cena. ¡Ay, mis piernas, qué pesadas están!  (Vuelve a suspirar, coge la jaula de los pájaros y entra en la casa.) .

MANUEL.-   (Sale de la capilla, está pálido, descompuesto, pero no tiene expresión de culpable sino más bien de iluminado... Cree en el milagro que sin duda ha sucedido, pero al mismo tiempo, duda del milagro. Desde luego, en un semiataque de histerismo mezclado con lucidez gitana, ha robado el collar de la Virgen y lo ha escondido entre sus ropas entre las vueltas de la faja, pero lo ha robado en un momento de tal exaltación que ha llegado a la amnesia. No tiene, por lo tanto, remordimiento ni temor a la justicia humana, pero quiere pasar inadvertido, huir a toda prisa, llegar lo antes posible a lugar solitario, donde pueda contemplar la joya y asegurarse de que está en su poder, de que es verdad que la Virgen le ha hecho el regalo espléndido... Tiembla, pues, no de miedo sino de insoportable anticipación. Habla consigo mismo.)  ¡Me ha regalado la Señora el collar! Me ha dicho: Tómalo, hijo, y remédiate.  (Dudando.)  ¡No puede ser!  (Afirmando.)  ¡Sí puede ser! ¡Lo tengo aquí!  (Se palpa el cuerpo.)  ¡Aquí!  (Volviendo a la duda.)  Madre de Dios, ¿y si no lo tengo? ¿Y si lo he soñado...? ¡Con verlo basta!  (Se echa mano a la faja, y se detiene con temor.)  No me atrevo... Pué que si lo saco a la luz, se esvanezca... ¡Ay, que vuelve la vieja!  (Entonces el verdadero temor humano se apodera de él, y echa a correr camino abajo, dando traspiés.) .

  —484→  

GUARDESA.-   (Sale de la casa y le ve.)  ¡Eh, tú! ¿Ande vas sin decir siquiera quede usted con Dios? Paese que va borracho... y lo estará... ¡Ya decía yo que un gitano rezando...! Ea, voy a apagar los cirios y a cerrar, que casi es de noche y ya no vendrá nadie.  (Entra en la ermita, y sale de ella casi inmediatamente, descompuesta y dando gritos.)  ¡Jesús! ¡María! ¡Válgame Dios!... ¡Ha robado a la Virgen! ¡Se ha llevado el collar! ¡Gitano maldito!... Eh, tú  (mira al camino.)  Eh, tú... Sí... ¡échale un galgo! ¡Demonio coronao!... ¡Y, a quién acudo yo, si estas malditas piernas no me tienen! Virgen Santísima, ¡ampárame tú!  (Da vueltas mirando al cielo y ve la campana que cuelga en la espadaña de la ermita.)  ¡Ah!... la campana... tocaré a fuego... ¡así vendrán!  (Se cuelga a la cuerda que pone en movimiento la campana, y toca furiosamente a rebato, gritando como si alguien pudiera oírla.)  ¡Fuego! ¡Fuego!¡Fuego!

 

(Pueden verse diferentes localidades: una granja, un pajar medio derruido, un campo donde los labradores están dejando el trabajo, la puerta de un cortijo donde una familia de hortelanos está cenando sentada al fresco de la tarde, etc. A todos estos sitios llega el son de la campana, y todos, al oírla, se ponen en movimiento gritando: ¡FUEGO! ¡FUEGO EN LA ERMITA! Y, apoderándose cual de un cubo, cual de una lata, cual de un barreño, echan a correr para prestar ayuda. Cortijeros, labradores, etc. cuantos han oído tocar a fuego van llegando precipitadamente a la explanada delante de la ermita, y rodeando a la GUARDESA que sigue colgada a la cuerda de la campana, y que continua gritando.)

 

GUARDESA.-  ¡Fuego! ¡Fuego!

VARIAS VOCES.-  ¿Fuego? ¿Adónde? ¡Aquí no hay ná! ¿Adónde? ¿Adónde?

GUARDESA.-   (Soltando la cuerda de la campana en cuanto ve bastante gente reunida.)  ¡No es fuego!

TODOS.-   (Con decepción.)  ¡A-a-a-h!

GUARDESA.-   (Hablando con exaltación.)  No es fuego... son los ladrones... es decir, un ladrón... un maldito gitano... Ha robado a la Virgen... se le ha llevado el collar... ¡Un gitano!

TODOS.-  ¡Ha robado a la Virgen!... ¡Un gitano!... El collar... Un gitano... ¿Qué gitano? ¿Ande está?

GUARDESA.-  Por la torrentera ha escapao corriendo... ahora mismo... joven... buen mozo... ¡Si corréis, lo alcanzáis!

TODOS.-   (En confusión.)  ¡Un gitano! Por la torrentera...  (Un hombre se encarama a un montón de piedras, y mira a lo lejos.)  ¡Por allí va saltando igual que una liebre!

GUARDESA.-  ¡Correr, hijos, cogerle!

EL HOMBRE QUE ESTÁ SOBRE LAS PIEDRAS.-  Ya no se le ve... se ha escondido entre las chumberas...

  —485→  

GUARDESA.-  ¡Ha robado a la Virgen! Se lleva el collar, el collar de rubíes... ¡Correr, hijos, correr!

VOCES CONFUSAS.-  ¡Todos tras él!... ¡Gitano maldito!  (Todos se precipitan por el camino de la torrentera gritando.)  ¡Ha robado a la Virgen! ¡Se ha llevado el collar de piedras! ¡Sacrilegio! ¡Pecado mortal! ¡Virgen del Refugio!... ¡Condenao gitano!  (Desaparecen torrentera abajo.) .

 

(GUARDESA se sube en las piedras, y les anima gritando y haciendo grandes gestos.)

 
 

(La plaza del pueblo delante de la casa consistorial.)

 
 

(El pueblo, al cual ha llegado la noticia del robo sacrílego por esos invisibles hilos telegráficos que funcionan no se sabe cómo desde que el mundo es mundo, se agita gritando y gesticulando.)

 

VOCES DE LA MULTITUD.-  ¡Sacrilegio!.., ¡Señor alcalde!... ¡Han robado la Virgen del Refugio! ¡Un gitano! ¡Señor alcalde!... ¡se ha llevado el collar del señor Gobernador!... ¡Justicia!... ¡Un gitano!... ¡Se ha escapado!... ¡Lo andan buscando por la torrentera!... ¡Señor Juez!... ¡Señor alcalde!...

 

(El ALCALDE aparece en la puerta de la casa consistorial. Casi al mismo tiempo, aparecen EL JUEZ, saliendo por una bocacalle, y PEPE EL FEO que viene por otra, riendo bajo capa).

 

ALCALDE.-  ¿Qué sucede? ¿Qué pasa?

JUEZ.-   (Que ha logrado reunirse con el ALCALDE.)  ¿Qué gritos son estos?

PEPE EL FEO.-  ¿Hay revolución?

 

(La multitud se arremolina en dos grupos rodeando, uno al ALCALDE que está en lo alto de los escalones que conducen a la puerta del Ayuntamiento, y el otro al JUEZ. Todos siguen gritando siempre lo mismo.)

 

VOCES CONFUSAS.-  ¡Sacrilegio! ¡Justicia! ¡Han robado a la Virgen del Refugio!

JUEZ.-    (Ha conseguido romper la multitud y acercarse al ALCALDE en lo alto de la escalinata.)  ¿Robado? ¿Quién?

VOCES.-  ¡Un gitano! ¡Un gitano!

PEPE EL FEO.-   (Acercándose a LUCÍA que se destaca de uno de los grupos.)  ¿Un gitano? ¡Debe ser el tuyo, preciosa!

ALCALDE.-  Pero, ¿dónde está?

UN HOMBRE.-   (Que está plantado en una esquina.)  Ya llega, ya lo traen.

LA MULTITUD.-    (Excitadísima.)  ¡Ya lo traen!... ¡Lo han cogido!... ¡Justicia!... ¡Señor Juez!...   —486→   ¡Señor alcalde!...

 

(Aparece un grupo de labriegos rodeando y queriendo sujetar a MANUEL, que se defiende violentamente.)

 

LA MULTITUD.-   (Grito prolongado.)  ¡A-a-ah!

LUCÍA.-    (Con espanto.)  ¡Mi Manué!

PEPE EL FEO.-   (Con la risa del conejo.)  ¡Je, je, je!... Precisamente el tuyo, Rosita de abril.

LUCÍA.-   (Volviéndose hacia él como una leona.)  ¡Víbora!  (Se lanza sobre él queriendo arañarle; algunos hombres se interponen y la sujetan.) .

PEPE EL FEO.-  Niña, niña, ¿yo qué culpa tengo? Aráñale a él, que ha robado para ti, y se ha dejado coger...

MANUEL.-   (Arrastrado por la multitud hasta la escalinata del Ayuntamiento, forcejea y protesta con apasionamiento.)  ¡Mentira! ¡Mentira! Yo no he robao ni ná.

LA MULTITUD.-  ¡Casi ná!... ¡El collar de la Virgen!

MANUEL.-    (Haciendo cruces.)  ¡Por ésta que no lo he robao!

LA MULTITUD.-  ¡Criminal! ¡Embustero! ¡Ladrón!

MANUEL.-  ¡Ladrón, no!... ¡Que me caiga muerto aquí mismo...!  (Vuelve a hacer cruces.)  ¡Por éstas!

LA MULTITUD.-  Hay que ver... ¡si lo lleva encima...! ¡Criminal!

ALCALDE.-  ¡Orden! ¡Orden! ¡Atrás todo el mundo!

 

(Los ALGUACILES hacen retroceder un paso a la multitud. MANUEL queda en el descansillo del pórtico; libre de los que le sujetan, frente al ALCALDE y el JUEZ, encuadrado por los dos ALGUACILES.)

 

ALCALDE.-  ¡Silencio!

JUEZ.-   (A MANUEL.)  Vamos a ver, y sin mentir, ¿entiendes? ¿Tienes el collar o no lo tienes?

MANUEL.-   (Sincero.)  ¡Pues no lo sé, señor!

LA MULTITUD.-   (En son de protesta.)  ¡A-a-a-a! ¡Embustero!

ALCALDE.-  ¡Silencio, he dicho!

 

(La multitud se calla.)

 

JUEZ.-   (Severamente a MANUEL.)  ¡Y sin hacer comedias! Responde. ¿Lo tienes?

MANUEL.-  (Haciendo cruces) ¡Por éstas, señor Juez!

JUEZ.-   (Secamente.)  ¡Está bien!  (A los ALGUACILES.)  ¡Registrarlo!

 

(Los ALGUACILES se acercan a MANUEL, que se deja registrar sin protesta alguna.)

 

UN ALGUACIL.-   (Sacando el collar de la faja de MANUEL.)  ¡Aquí está, señor Juez!

LA MULTITUD.-   (Excitada.)  ¡A-a-a! ¡Ladrón!

ALCALDE.-  ¡Orden! ¡Orden!

 

(Se hace silencio.)

 
  —487→  

JUEZ.-   (Volviéndose a MANUEL, que mira el collar con ojos maravillados.)  ¿Y ahora, amigo?

MANUEL.-   (Con alegría exaltada.)  ¡Era verdad!

JUEZ.-   (Desconcertado.)  ¿Verdad?

MANUEL.-   (Con exaltación, hablando a un tiempo con el JUEZ, con el pueblo, con el ALCALDE.)  Me lo ha dao la Señora, me lo ha dao, palabra. ¡Por éstas, señor Juez!   (Hace cruces y las besa.)  Yo he subido a la ermita a pedirle a la Virgen trescientos duros... ¡por la salucita de mi madre, señor!  (Al pueblo.)  Pa liberarme de quintas... pa comprar un hombre... que caiga un rayo y me mate aquí mismo si es mentira... y la Virgen que no tenía a mano los trescientos duros, ha tenío lástima de mí y me ha dao el collar pa que me remedie... Yo no lo quería creer  (Con alegría delirante.) , ¡pero es verdad, señor Alcalde!  (Al pueblo.)  ¡Es verdad! ¡Es verdad! ¡Lo juro que es verdad!

LA MULTITUD.-  ¡Milagro! ¡Milagro! ¡La Virgen del Refugio ha hecho un milagro! ¡Milagro!

ALCALDE.-  ¡Milagro gitano!

MANUEL.-   (Al JUEZ y al ALCALDE.)  ¡Sí, señor! ¡Sí, señor!  (A sí mismo.)  ¡Era verdad, verdad!

UN ALGUACIL.-   (Queriendo prenderle.)  ¡Anda p'alante, pillo!

LA MULTITUD.-  ¡A-a-a-a! ¡No le toques! ¡Milagro! ¡Milagro! ¡Que le suelten!

ALCALDE.-    (Perplejo, al JUEZ.)  ¿Y ahora?

JUEZ.-  Ahora nos linchan a nosotros si no le creemos. ¡Milagro!  (Adelantándose a la multitud.)  ¿Milagro, decís?

LA MULTITUD.-  Sí, señor, sí... ¡Milagro! ¡Milagro! ¡Que lo suelten!

JUEZ.-  ¡Despacio!... Señor Alcalde...  (Habla en voz baja con el ALCALDE, mientras la multitud sigue alborotando.) 

LA MULTITUD.-  ¡El collar, el collar! ¡Que se vea!

 

(UN ALGUACIL que tiene el collar, lo levanta en alto. La multitud, entusiasmada, grita y palmotea.)

 

ALCALDE.-  ¡Silencio! Señor Secretario, escriba usted el bando siguiente:  (Dictando.)  Don Severino Miranda y García, alcalde constitucional, etc., etc., ordeno y mando: Queda prohibido de aquí en adelante a todo habitante de este pueblo recibir regalo ninguno de Dios, de la Virgen ni de los Santos.

LA MULTITUD.-  ¡A-a-a!

MANUEL.-  Pero si la Virgen ha querío...

JUEZ.-   (Adelantándose.)  Precisamente... Como la Santísima Virgen ha querido regalar a Manuel trescientos duros para que ponga un sustituto y no vaya soldado, el señor Alcalde y yo, respetuosos de la voluntad de la Señora, hemos decidido dar los trescientos duros y que Manuel se vaya libre. ¡Aquí está el dinero!  (Saca los billetes de la cartera y se los da al ALCALDE.)  El collar se le volverá a poner a la Virgen... y todos contentos.

LA MULTITUD.-   (Entusiasmada, aplaude la sabia, justa y misericordiosa decisión de las Autoridades y grita calurosamente.)  ¡Viva el señor Juez! ¡Viva el señor Alcalde! ¡Viva   —488→   Nuestra Señora del Refugio! ¡Viva-a-a!

ALCALDE.-    (Malhumorado.)  ¡A casita, a casita!

 

(El pueblo empieza a dispersarse siempre clamando vivas; algunos cantan; otros, poseídos de entusiasmo religioso, bailan y abrazan a las mozas que encuentran más cerca; ellas se defienden a puñetazos, por el bien parecer, pero sin ofenderse ni dejar de reír.)

 

MANUEL.-   (Al oír el «Que se vaya libre» del JUEZ, sin pararse a dar las gracias, baja de un salto las escalerillas del pórtico, haciendo caer de un hábil empujón al Alguacil que ha querido prenderle, el cual rueda buen trecho entre las risas de la multitud y va a caer en los brazos de LUCÍA que le está esperando.)  ¡Libre! ¡Libre! Lucía, ¡libre!

JUEZ.-   (Sonriendo finamente.)  ¡Libre y sin dinero! ¡No eres rival demasiado temible! Antes de un mes, está en la cárcel por otro milagro... Entonces veremos para quién danza la gitanilla.

MANUEL.-   (A LUCÍA.)  No me marcho, Lucía... ¡Contigo pa siempre!  (Bajan abrazados por delante de PEPE EL FEO.) .

PEPE EL FEO.-   (Con risa de conejo.)  Pa siempre.. ¡y sin un real! Muy largo es eso... A la niña le echan chispas los ojos mirando el collar... Veremos quién lleva el gato al agua, hermoso.

 

(Dentro de la venta de PEPE EL FEO.)

 
 

(Es de noche. Hay numerosísima concurrencia de hombres, mujeres y chiquillería que se han reunido con el doble fin de celebrar el milagro y de acompañar a los quintos «echando unas copas» y corriendo una juerga o como ellos dicen un jaleo pobre. Hay bastantes gitanos y gitanas. PEPE EL FEO circula, al parecer satisfecho, sirviendo chatos de manzanilla y de aguardiente, aceitunas, rajas de salchichón.

 
 

(Algunas vendedoras de torraos, cacahuetes, mojama e higos chumbos circulan ofreciendo sus géneros. Espontáneamente, se organiza una zambra. Uno toca el acordeón, otro rasguea la guitarra: una moza canta una petenera, los que la rodean gritan: ¡OLÉ! ¡VIVA TU MADRE, NIÑA!.)

 

UNA MUJER.-   (A un hombre que ha bebido demasiado, y, aunque se tambalea, pide otro chato.)  ¡No eres tú nadie bebiendo, prenda!

EL BORRACHO.-  ¡No te enfades, mujer! ¡Hay que celebrar el milagro!

 

(Entran UN ALGUACIL que trae en la mano un papel y EL PREGONERO que viene a pro clamar el famoso Bando.)

 

PREGONERO.-   (Después de un prolongado redoble de tambor.)  ¡Atención!  (Se hace el silencio.)  ¡De orden del señor Alcalde!  (El ALGUACIL le da el papel, y el PREGONERO lee.) : ¡Bando! Yo, don Severino Miranda...  (Todos gritan y aplauden sin dejar oír el principio    —489→    del Bando.) ... Queda prohibido de aquí en adelante a todo habitante de este pueblo recibir regalo ninguno de Dios, de la Virgen Santísima, ni de los Santos...  (Todos vuelven a gritar y a aplaudir calurosamente. EL PREGONERO vuelve a entregar el papel al ALGUACIL, quien lo clava en la pared, junto al llamamiento al sorteo de quintas.) .

EL BORRACHO.-   (Acercándose muy decidido a contemplar el papel, aunque seguramente no sabe leer.)  Ha estado bien el señor Alcalde; ¡pero que muy bien!  (Se ríe con malicia.) .

 

(Alguien ve a MANUEL y LUCÍA entre la gente.)

 

VARIAS VOCES.-  ¡Manuel! ¡Viva Manuel!... ¡Lucía!... Que baile... ¡Que bailen los dos!

 

(MANUEL y LUCÍA no quieren bailar y se hacen de rogar, pero la voluntad del pueblo vence: se juntan las mesas para formar un tablado y, primero LUCÍA, después LUCÍA y MANUEL y después todo el cuadro gitano hacen un verdadero número de danza y cante al son de guitarras y panderos.)

 
 

(Terminado el baile, PEPE EL FEO cierra la taberna a pesar de la protesta del público que grita: ¡OTRO CHATO DE MANZANILLA! ¡CAZALLA!.)

 

PEPE EL FEO.-  ¡No hay más! Se acabó el vino. Se acabó el aguardiente. ¡A dormir, que es tarde!

 

(Salen todos cantando, chillando, alborotando y se les oye alejarse sin dejar de hacer ruido.)

 

PEPE EL FEO.-   (Atrancando primero la puerta y después la ventana.)  Y se van... ¡Benditos de Dios!  (Con ironía.)  ¡Celebrar el milagro! ¡Idiotas!... En fin, a cuenta del milagro han bebido lo suyo... Ya no se les oye...  (Apaga las luces y enciende el candil, y abriendo una alacena, saca de ella un lío de trapos que envuelve en infinitas vueltas una cajita de cartón.)  ¡Llegó la mía!  (Deja la cajita encima de una mesa y se inclina a admirar el contenido.)  ¡Ganas tenía de contemplarlo después de las semanas que lo tengo escondido!  (Saca con precaución de la caja un collar de rubíes y lo hace centellear a la luz del candil.)  ¡Este sí que reluce! ¡Bendito collar! No me quiero acordar de la noche en que lo cambié a la Virgen... ¡Qué tormenta! Caían rayos como granizo... talmente parecía que iba a arder la ermita.  (Satisfecho de sí mismo.)  ¡Hace falta valor para ciertas hazañas!  (Se ríe.)  Esta es mi hora... Todo llega... Ahora ya puedo marcharme al fin del mundo... Han visto el collar... lo han tenido en las manos, quién va a sospechar. No lo sabe nadie.  (Se ríe.)  ¡Je, je! Nadie más que la Virgen, que ahora ya le han devuelto el otro, y a ella ¿qué más le da, falso o verdadero?... Cada uno a lo suyo... Ella pué seguir haciendo milagros con los pedruscos falsos... ¡Hay que ver lo bien imitaos que están!  (Muy satisfecho.)  Y este pobre tabernero empezará a hacer milagros con estos.  (Se ríe desaforadamente.)  ¡Ay, Lucía, Lucía!  (Se ríe.)  ¿Te gustan los rubíes, gitana? Pue rubíes tendrás... ¡Lucía, Lucigüela!  (Con terror.)  ¡Lucía!!

 

(Es que LUCÍA acaba de salir de detrás de un tonel, seguida de MANUEL.)

 

MANUEL.-  ¿No la llamabas? ¡Pues allí la tienes! ¿No es pa ella el collar? Pues pónselo   —490→   al cuello... ¡Listo, granuja!  (PEPE EL FEO, loco de terror, deja caer el collar al suelo.)  ¡Cógelo tú!  (A LUCÍA.) .

PEPE EL FEO.-   (Temblando de miedo como una gelatina.)  ¿Qué... qué buscas tú aquí?

MANUEL.-  Ya na... Te venía buscando pa darte una paliza por canalla... por haberme inducido a robar el collar sabiendo que me iban a coger... pa librarte de mí... pero ahora veo que eres más ruin de lo que yo pensaba...

LUCÍA.-  ¡¡Ay!!  (Se arroja sobre PEPE EL FEO, y le arranca una navaja que él traidoramente ha sacado de la manga y con la cual va a herir a MANUEL.)  ¡Manuel!

MANUEL.-  ¿Esto más?  (De un empujón, echa al suelo a PEPE EL FEO.)  ¡Traidor! Grita, Lucía... Abre la puerta y grita: ¡Ladrón! Que vengan, ¡que le prendan a él!

PEPE EL FEO.-   (Loco de terror.)  ¡No grites! Por amor de Dios... por lo que más quieras... no grites, que me pierdes... no grites.

LUCÍA.-   (Abre de par en par la puerta de la calle y grita.)  ¡Socorro! ¡Ladrón! ¡Socorro!  (Vuelve la cabeza para ver qué hacen MANUEL y PEPE EL FEO.) .

MANUEL.-  No tengas miedo, que no pasará na. Echa pa'lante y sigue gritando.  (Volviéndose a PEPE EL FEO.)  Y ahora, nosotros dos... a puñetazo limpio... Defiéndete, cobarde.

 

(Pero PEPE EL FEO no se defiende: son tales su espanto y su rabia que le quitan todo aliento ofensivo y defensivo: no hace más que temblar y echar espuma por la boca. MANUEL le hace andar a puñetazos, mientras siguen oyéndose fuera los gritos de LUCÍA que al fin vuelve a entrar seguida primero de unos cuantos gitanos y después de gran parte de los concurrentes a la juerga que no estaban muy lejos. Por último entran también el ALGUACIL, EL PREGONERO, EL ALCALDE y EL JUEZ).

 

VARIAS VOCES.-  ¿Ladrones? ¿Quién? ¿Qué han robado?

LUCÍA.-   (En la puerta.)  ¡Aquí! ¡Aquí! Entrad, ¡que matan a un hombre!  (Entran todos en tropel.) 

VOCES CONFUSAS.-  ¿Qué pasa? ¿Qué es esto?

LUCÍA.-  Sujetadle, no tenga otra arma escondida.

MANUEL.-    (Recogiendo el collar del suelo mientras unos cuantos gitanos sujetan a PEPE EL FEO.)  ¡Aquí está el collar! El collar verdadero. No lo he robado yo... no podía robarlo, que este cobarde lo había robado antes, y le había puesto uno falso a la Virgen. Este es el de verdad. Mirad cómo reluce.

 

(Los GITANOS rodean a PEPE EL FEO y se disponen a darle una formidable paliza. En este momento entra EL JUEZ).

 

JUEZ.-  ¿Qué pasa aquí?  (Viendo a MANUEL.)  ¿Otro milagro? Más valdría que le hubiéramos mandado a dormir a la cárcel.

MANUEL.-  No soy yo, señor Juez. Es este que ha querío perderme. Aquí está el collar, que lo tenía escondío... el verdadero, misté cómo reluce. Me ha mandado a mí a pedirle a la Virgen el otro que es falso. ¡P or éstas, señor Juez, por éstas!

VARIAS VOCES.-  ¡Ladrón! ¡Traidor! ¡Granuja! ¡Colgarle, colgarle!

  —491→  

ALCALDE.-   (Entrando.)  ¡Silencio!

JUEZ.-   (A PEPE EL FEO.)  ¿Tú qué dices?

LUCÍA.-  ¡Qué va a decir, señor! Con verlo basta. Le tenía guardao en la alacena... y se estaba riendo... y hemos entrado nosotros...

JUEZ.-  ¿Vosotros?...

MANUEL.-  Ella y yo, señor Juez.

JUEZ.-  ¿A qué?

MANUEL.-   (Muy serio.)  ¡A darle una paliza!... Por éstas, señor Juez.

JUEZ.-   (Al ALGUACIL.)  Prenda a este hombre.  (Señalando a PEPE EL FEO.)  Señor Alcalde, tenga usted la bondad de hacerse cargo del collar.

VOCES.-  ¡Milagro! ¡Milagro! ¡Milagro! ¡Que le ahorquen! ¡Que lo cuelguen!

ALCALDE.-  Si no calláis, mando poner aquí la horca. ¡A casa!

TODOS.-  ¡Viva! ¡Viva!  (Van saliendo.) 

LUCÍA.-   (Mirando con fascinación al collar que el ALCALDE sostiene con las dos manos.)  ¡Cómo reluce!...

ALCALDE.-  ¿Te gusta? Cuando lo volvamos a poner a la Virgen, te daremos el otro que reluce también.

LUCÍA.-  No, señor, mucha gracia. Déjele usted los dos.

MANUEL.-  Que se los ha ganao, tienes razón: uno porque es el suyo y otro por el favor que nos ha hecho.

LUCÍA.-  Con eso tendrá el de imitación pa los días corrientes y el bueno pa los días de fiesta.


 
 
FIN