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Hostos intimista: introducción a su diario

Gabriela Mora




ArribaAbajoIntroducción

Por largo tiempo se ha venido manteniendo que la literatura autobiográfica es escasa o inexistente en la lengua española. Plumas renombradas como las de Unamuno, Benavente y Ortega y Gasset, entre otras, han lamentado la ausencia de diarios, memorias y autobiografías en español1. El 1953, el editor de la Revista de Literatura escribía que era un sueño pensar en la existencia de un Amiel entre nosotros y ponía el diario íntimo entre «las zonas desérticas» de la literatura2. La Antología de Diarios íntimos de Granell y Dorta, publicada en 1963, confirma esta opinión en teoría y hecho ya que en más de una ocasión se refiere a «la asombrosa escasez de tales documentos en las letras hispanas»3, e incluye sólo a once representantes de lengua española entre los setenta y uno del mundo occidental que contiene.

Tal vez la presunción de esta escasez ha contribuido al hecho de que tampoco tengamos en español, como ocurre en inglés, francés y alemán, estudios sobre el género autobiográfico que hayan deslindado campos y fijado conceptos que permitan una buena clasificación del material existente y fundamenten tales opiniones con más sólidas evidencias. El análisis preliminar de la Antología mencionada, caracteriza con algún acierto la Autobiografía y la Memoria, pero el Diario Íntimo se queda sin definir a pesar de los esfuerzos. Más aún, la inclusión en ella de una gran cantidad de diarios que están muy lejos merecer el calificativo de «íntimos» contradice las cualidades diferenciadoras que M. Granell buscó destacar en el prefacio4.

Excusa esta debilidad del estudio del escritor español, la dificultad que encuentra el investigador que trata de aprehender las particularidades esenciales del diario íntimo. Como se verá en las páginas siguientes hay discrepancias en lo que atañe a la definición y aplicación del término, que parece trasladar consigo algo de la huidiza naturaleza de su materia central.

Georges Gusdorf reconoce dos categorías de Diarios: Externos e Íntimos. Los primeros, muy cercanos a las Memorias, tendrían por objeto principal el registro de acontecimientos en los cuales el mundo de los demás, el del «otro» sería tan importante como el del «yo». A manera de crónica mundana, el diarista se preocuparía de observar hechos, suyos y ajenos, sin sentir la necesidad de ahondar en el estudio de su interioridad para conocerse mejor, propósito central del Diario Íntimo. Los diarios de viaje, de campañas militares, los carnets de trabajo, serían buenos ejemplos de Diarios Externos5.

El Diario Íntimo es para Gusdorf una especie de historia de la actualidad interior en la cual la nota dominante es la preocupación y búsqueda del yo. El impulso a escribir provendría del sentimiento que experimenta el redactor de hallarse extraño a su propia realidad que ve como un misterio que necesita descubrir. De aquí que con frecuencia los diarios íntimos se comiencen en la adolescencia, cuando es más aguda esta inquietud6.

Michèle Leleu coincide con Gusdorf al considerar que el conocimiento del yo es el estímulo dominante en los que escriben diarios íntimos7, y sin detenerse mucho en definiciones, procede a hacer una clasificación del género diarístico inspirada por una declaración de Amiel, a quien la investigadora califica como el autor más representativo del diario íntimo. Leleu distingue las siguientes clases de diarios: Históricos, aquéllos en los que predominan los hechos (acta); Documentales, los que recogen especialmente ideas y pensamientos (cogita), y Personales, que tienen como materia central los sentimientos (sentita) y en los cuales habría que colocar los diarios íntimos. Advirtiendo que hay pocos diarios que calcen con perfección en una sola categoría, la autora agregó un cuarto grupo que llamó Mixto, donde se incluirían las obras que son una combinación de las tres primeras divisiones8.

La existencia de estos grupos «mixtos», más la diferencia de criterios en la clasificación de ciertos diarios, es ya una indicación de la dificultad del asunto9.

Manuel Granell afirma que, a diferencia de memorialistas y autobiógrafos, el diarista maneja impresiones y no recuerdos, entendiendo por tal el recuerdo reciente, aquél que no muy alejado de la percepción del hecho, conserva algo de su intensidad. Este juicio es válido en general para la mayor parte de los diarios, pero a él hay que agregar el hecho importante, que no menciona el crítico, de que muchos diaristas, especialmente los de escritos íntimos, tienden con frecuencia a anotar páginas retrospectivas a la manera de memorialistas y autobiógrafos, lo que alteraría un poco su declaración.

Granell sostiene además, que el Diario compartiría con las Memorias lo que él llama «carácter atómico», es decir, la falta de una estructura determinada en la composición de la obra10. Nos parece que la selección de recuerdos y el criterio a posteriori con que el memorialista los distribuye, fenómeno observado por Granell, sí podría considerarse como una armazón estructural en las Memorias. Por otro lado, aunque es cierto que el diarista tiene absoluta libertad para escribir lo que quiera y como se le dé la gana, la división cronológica que sigue es, en cierto modo, una montadura organizadora de la materia vital que nos da la obra.

A pesar de que Granell establece que el diarista escribirá para «conocerse, para desahogar sus penas, confesarse en voz baja, proyectar su vida futura, almacenar rencores, gozarse en sus alegrías, o bien por afán narcisista y hasta por exhibicionismo...»11, no entra en la discusión del porqué se escribe un diario, clave fundamental para descubrir el sentido de la palabra íntimo, que es el ambiguo de la combinación y que deja sin aclarar.

Fuera de la división cronológica, el rasgo más obvio de cualquier tipo de diario, los críticos coinciden en que la necesidad del autoconocimiento que mueve al redactor de un diario íntimo es la característica que mejor lo diferencia de otras especies literarias afines. Cuando se comienza a averiguar el por qué de esta necesidad se empieza también a recoger los atributos más singulares de estas producciones, es decir el conocimiento del intimista, para usar la terminología de Alain Girard, es el camino más seguro para definir el género. Esto es lo que hace Girard en Le journal intime et la notion de personne, obra que estudia las profundas semejanzas, que existen entre los hombres que escriben diarios íntimos en la Francia del siglo XIX, y que ha sido valiosa guía para este trabajo.

Girard, que sitúa el origen del diario íntimo francés en los primeros años del siglo XIX, distingue dos generaciones entre sus iniciadores. La primera, sin modelos directos, habría escrito diarios privados entre los últimos años del siglo XVIII y la primera veintena del XIX. La segunda habría compuesto sus obras entre 1830 y 1860 y a pesar de conocer los diarios ya publicados de Byron y Goethe, todavía no entrega sus notas íntimas a la prensa12.

Las fechas dadas por Girard se colocan aquí más que nada, como hitos indicadores de un fenómeno que venía apareciendo paralelamente en Europa y América, y que tiene que ver con un paulatino cambio en la noción de la persona. Sin entrar en el estudio del origen de este cambio, hay que reconocer con Girard que en él tuvieron una profunda influencia las Confesiones de Rousseau y los esfuerzos de los ideólogos para fundar la ciencia del hombre basada en la observación (55). Ya en pleno siglo XIX, el triunfo de las ideas románticas, más los avances científicos y tecnológicos que contribuyeron a debilitar la fe religiosa aumentando la angustia existencial, pueden explicar en parte el clima favorable que existió para el cultivo de esta clase de escritos.

El dato cronológico sirve además para poner en evidencia el valor del Diario de Hostos como obra pionera de su tipo, ya que según el esquema de Girard el puertorriqueño, que comenzó a escribir su Sonda en 185813, lo hace en el mismo tiempo que la segunda generación de iniciadores del género en Francia14. Si bien la tendencia a la interiorización se venía abriendo paso desde mucho antes con formas literarias como la novela personal por ejemplo, son escasísimos los diarios publicados por esa época que puedan considerarse como íntimos15. Fuera de las páginas autobiográficas de Goethe y Byron que seguramente conoció, Hostos no tuvo muchos modelos directos al empezar su diario, especialmente en España donde el género era inexistente en esa fecha16.






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Rasgos representativos del diario íntimo aplicados a la obra de Hostos



Publicación

En cualquier época el carácter de un escrito autobiográfico está estrechamente relacionado con el hecho de su publicación. Si el escritor piensa en determinados lectores, la selección del material, el embellecimiento literario, toda la atmósfera tal vez, dependerán de quién va a leer la obra. Los diarios llamados «externos» por Gusdorf, son los que por su naturaleza tienden a dirigirse a públicos específicos y a publicarse aún cuando está vivo su redactor.

La situación es diferente en cuanto al diario íntimo. Respecto a él se puede sostener de manera general, que el que lo escribe lo hace sin pensar en el otro yo del lector. Como veremos más adelante el verdadero intimista escribe fundamentalmente para sí mismo, y por causas ajenas a la búsqueda de la publicidad por medio de la imprenta. Aunque sería imposible mantener que el redactor de un diario íntimo no tenga de vez en cuando el deseo o la esperanza de estar componiendo una obra imperecedera (piénsese en Amiel por ejemplo) no es ésta la fuerza más poderosa que mueve su pluma.

Este fenómeno explica en parte la más tardía aparición del diario íntimo, en relación a otros tipos de diarios. Girard señala que aunque entre 1860 y 1910 se publican algunas de estas producciones, ellas se dan a conocer sólo en forma fragmentaria y ninguno de los autores ve por sí mismo la impresión de sus escritos. Habrá que esperar hasta después de 1910 para que la publicidad se acepte como parte del proceso del género17.

La primera publicación del Diario de Hostos fue hecha en 1939, treinta y seis años después de la muerte de su autor y constituye los dos primeros volúmenes, de veinte, de las Obras completas que el gobierno de Puerto Rico mandó a imprimir para celebrar el primer centenario del natalicio del prócer18. La edición estuvo a cargo de Juan Bosch ayudado por Eugenio Carlos, hijo mayor del escritor, quien tradujo las partes del diario escritas en inglés y francés. Eugenio Carlos advierte en otro lugar, que en 1898 su padre le había pedido no publicar «nada de él que pudiese aparecer hiriente»19. No sabemos si esta petición influyó de algún modo en la publicación del Diario20, en todo caso es obvio que no tenemos toda la obra que Hostos escribió. Además de la pérdida de manuscritos diversos que ocurrió, algunos de los cuales pudo pertenecer al Diario, la misma versión publicada alude a anotaciones previas que no aparecen en el texto21.

También es aparente por el escrito, que Hostos lo compuso sin que lo guiara el afán de la publicación. Basta abrir cualquiera página del Diario para constatar que el puertorriqueño está escribiendo esencialmente para sí mismo. Si en un par de ocasiones el diarista imagina la posibilidad de que otros puedan leer su obra -«pero verdad es también que si lego una fuente de estudios psicológicos a los que estudien mi carácter...» (I, 104)- el objeto de la diaria anotación tiene que ver no con la ambición de la publicidad, sino con otras más íntimas necesidades, como veremos.




Extensión del diario

Aunque es lógico admitir que no se puede fijar un límite exacto a la extensión del período de vida que debe cubrir un diario, hay que reconocer que todos los diarios íntimos dignos de mención, se prolongan por un cierto número de años y se escriben con cierta regularidad. Para Girard, la extensión y la regularidad del diario íntimo son una manifestación de la inclinación introspectiva de su autor, rasgo inherente que lo singulariza como intimista (5).

Los diarios publicados de Hostos se extienden desde 1866, cuando el escritor tenía veintisiete años, hasta 1903, cinco días antes de su muerte. A pesar de que hay veinte años de silencio entre 1878 y 1898, que pueden recapturarse en parte por medio de otras páginas22, las anotaciones que tenemos exceden en cantidad a muchos de los diarios de intimistas considerados como representativos23. El cuadro que damos a continuación trata de mostrar la extensión y la regularidad con que Hostos llevó su Diario:

AñoTotal meses Total días
1866421
186741
1868330
1869645
(dos anotac. por día)24
187010120
1871812
1872611
1873830
18741255
1875431
187738
1878321
1898330
1899114
1900361
1903642

Si se compara el total de 532 días en que Hostos hizo anotaciones con las 721 de Amiel en un solo año, la cifra puede parecer exigua25. No lo es sin embargo, cuando se le contrasta con otros diaristas conocidos a los que el puertorriqueño aventaja en extensión26.

La interrupción que ocurre entre 1878 y 1898 en el Diario de Hostos, no es fenómeno extraordinario dentro del género. Fuera de la figura excepcional de Amiel, casi todos los intimistas muestran intermitencias de diversa longitud en la continuidad de sus obras. De los autores que Girard estudia, por ejemplo, Biran no escribe entre 1795 y 1811, Stendhal entre 1818 y 1823, y así con otros (58).

El corte cronológico entre 1878 y 1898 en el Diario, es particularmente interesante porque a nuestro juicio separa dos tipos diferentes de escrito. El primero y de mayor volumen, va de 1866 a 1878 y corresponde en todas sus características a lo que Girard define como «íntimo». El segundo, de 1898 a 1903, tiende a parecerse más al diario que Leleu llama «personal-documental» y que coloca en la categoría de Mixtos. Esta segunda parte aunque contiene páginas que pueden llamarse íntimas, abunda en el registro de hechos y sucesos «externos» y la reflexión sobre sí se hace más escasa. Esto no invalida sin embargo nuestra contención de que el calificativo de diario íntimo es el adecuado para la obra, ya que como han dicho Girard y Leleu, los diarios de un solo tipo absoluto no existen27.

La división cronológica tiene además una explicación en la vida de Hostos que coincide con la causa de interrupciones similares en otros intimistas. Como Biran, que abandonó su diario al contraer matrimonio en 1795 para reanudarlo dieciséis años después, Hostos también dejó de escribirlo después de su casamiento en 1877. Si se revisan las anotaciones de 1878, se verá que son producto de la primera separación que tuvo que sufrir la pareja Hostos-Bonilla, como lo son también la mayoría de las páginas posteriores a ese año escritas casi siempre por un Hostos alejado de su familia.

El fenómeno descrito más arriba está de acuerdo con la opinión de Gregorio Marañón de que los casados rara vez escriben diarios íntimos, labor que sería exclusiva de tímidos y solitarios28. Este juicio se va a confirmar aún más en los próximos apartados donde trataremos de explorar las razones que mueven al intimista a escribir su obra.




Por qué se escribe el diario íntimo

Como para cualquier otra clase de escrito, existe en el que escribe un diario el deseo de dejar un recuerdo tangible y permanente de su paso por el mundo. En el diarista, esta aguda necesidad humana de combatir la inevitable desaparición, se combina con el también natural anhelo de guardar los hechos que se consideran dignos de memoria, para anticiparse a la otra clase de desaparición que imponen la vejez y el olvido.

Fuera de estos motivos de tipo general, hay otros que están estrechamente ligados a la particular personalidad que posee el intimista y que son los resortes exclusivos que generan el diario llamado íntimo. Trataremos de verlos en forma separada, reconociendo la dificultad y artificialidad de la tarea, pues todos estos elementos están indisolublemente unidos y unos originan o producen a los otros.




Crisis

Según Alain Girard, en el comienzo de un diario íntimo se halla siempre una crisis personal que el autor busca aclarar y aliviar por medio de la anotación (452). Esta razón explicaría el hecho de que estos escritos se empiecen casi siempre en la primera juventud. Ambas condiciones se cumplen perfectamente en el Diario de Hostos. Aunque las notas publicadas empiezan en 1866, a los veintisiete años del escritor, el mismo diario indica que lo comenzó en 1858, a los dieciocho años: «Diario de mi vida, empezado a los dieciocho años, con objeto de estudiarme a mí mismo, dominarme, mejorarme y proceder según conciencia» (II, 209). Fuera de esta específica referencia a la iniciación de su obra, hay otras alusiones que indican más directamente la causa de esta labor. En mayo de 1868 escribe: «[...] estoy repitiendo mi novela de los diez y ocho años, [...] hoy como entonces estoy enamorado sin amar, descontento de mí mismo» (I, 53). En 1869, después de un silencio de varios meses, Hostos reanuda su Diario con el claro propósito de curarse de una crisis y se refiere de nuevo a la situación que originó el escrito: «Con el mismo fin, más lúcidamente vislumbrado, que en 1858 me curó instintivamente de los desarreglos de la imaginación, emprendo hoy la tarea, tantas veces recomenzada, tantas veces abandonada, tantas veces reconocida como salvadora» (I, 117).

El diarista mismo usa la palabra crisis para designar el inquieto estado de ánimo que le obliga a tomar la pluma: «Voy a hacer un resumen lo más exacto posible de los últimos años de mi vida y de las causas determinantes de mis acciones. De ese modo favoreceré la crisis que siento ha comenzado en mí espíritu» (II, 108).

Si una crisis es el punto de partida para comenzar el diario, es natural suponer que su cultivo a lo largo de un período de tiempo es indicación de que los problemas personales que producen esas crisis no han hallado solución. Así lo estima Girard, quien llega hasta a afirmar que la autenticidad de un diario íntimo estará en relación directa con la intensidad con que el diarista describa y refleje este conflicto (170). En otras palabras, el diario íntimo durará mientras su autor sienta la necesidad de aliviar por medio de él las angustias espirituales que está sufriendo.

En el caso de Hostos, con la excepción de aquellas páginas que se refieren a sus actividades como enviado de Puerto Rico en Washington, en 1898, y a unas pocas entre 1900 y 1903, el Diario es testigo fiel de un conflicto interior que el escritor busca mitigar por medio del autoanálisis. Las citas anteriores ilustraban ya lo que decimos, no obstante daremos otro ejemplo porque él evidencia muy bien el propósito psicoterápico que Hostos atribuía a su escrito:

«¿Es tiempo todavía para ser hombre? Lo veremos. Recurramos a los veintisiete años al mismo remedio que me salvó a los diecinueve. Moderemos la imaginación dirigiendo cada noche o cada mañana una mirada atenta al fondo de este caos que va conmigo; ejercitemos otra vez la reflexión; [...]. Del mismo modo que este breve trabajo de un momento ha calmado ya la neuralgia, debe calmar, quiero que calme dolores más intensos».


(I, 24, 25)                


El imperioso deseo que siente el intimista de autoexaminarse por el efecto positivo que cree obtener con ello, es según Girard otra de las características que comparten los escritores de diarios íntimos. El crítico habla de la función psicoterápica del diario como una necesidad ineludible, que de no satisfacerse, arriesga la salud espiritual y la ruptura del equilibrio necesario para la convivencia social (526). Este problema, más delicado de lo que parece, ha sido estudiado con atención por los especialistas del tema29. Aquí nos interesa señalar la fina perspicacia de Hostos para reconocer las consecuencias de su actividad, adelantando conclusiones que inciden sobre fenómenos desconocidos en su época. El puertorriqueño, además de observar en innumerables ocasiones las ventajas de la práctica del autoanálisis30, adivinó también sus peligros: «[...] el Diario, estudio incesante de mí mismo, sustituía a otro estudio, y empezaba a hacerme el inmenso bien y el mal incalculable que nos hace el demasiado conocerse o tratar de conocerse» (II, 290).




Rechazo de sí

¿Cuáles son las causas del casi permanente estado conflictivo que empuja al intimista a la redacción de su diario? A grandes trazos se puede resumir en una esencial: el descontento del escritor consigo mismo, el rechazo a su modo de ser en el momento que escribe. Dice Girard sobre esto: «[...] la conscience de l'intimiste est une conscience malheureuse. Elle ne s'éveille que pour faire le compte de ses manques» (502); «L'intimiste ne s'accepte pas» (533).

Hostos se ajusta con penosa precisión a esta característica. Líneas como las siguientes son muy numerosas: «Muy mal, muy mal: no puedo estar contento de mí mismo» (1, 42); «Éste es el hombre que soy; [...] un hombre inútil, inutilizado, inutilizable» (I, 227); «[...] me muero de descontento de mí mismo y soy impotente para todo» (I, 26).

Es natural que el descontento de sí que experimenta el intimista, lo mueva a tratar de cambiar su conducta y a modificar su carácter. El Diario de Hostos ofrece una dramática exposición de las luchas que consigo mismo libra el diarista, empeñado en transformarse, en llegar a «ser», para usar su propio lenguaje: «Si logro aprender, lograré ser» (I, 166); «Si conocerse es perfeccionarse, no desmayemos, ¡yo puedo ser!» (I, 37).

La presentación del «yo» en proceso de formación o de cambio, o con voluntad de cambio que exhibe el diario íntimo, es uno de los rasgos distintivos que lo diferencia de autobiografías y memorias. En estos escritos el autor no se pone en cuestión, se acepta como es, lo que le permite poner más atención en lo externo, o contemplarse como una unidad desde el pasado al presente. Sobre este fenómeno, Girard habla del «yo glorioso» de los memorialistas, para oponerlo al «yo sufriente» de los intimistas (19).




Fracaso

El descontento de sí impulsa al intimista a fijarse con especial atención en sus debilidades y a considerar su vida como un fracaso. Todo un subcapítulo del libro de Girard está dedicado a considerar el sentimiento de fracaso que permea estos escritos, uno de sus rasgos más característicos (510-513). En el Diario de Hostos este sentimiento es un tema dominante. El escritor está constantemente revisando los hechos que no ha logrado realizar y el mal uso de sus cualidades: «Todo lo que era una esperanza se ha convertido en un fracaso; la inteligencia no me sirve para nada; el carácter no me sirve para nada...» (II, 142).

Especialmente dolorosa es la emoción que experimenta el diarista al comparar el menguado resultado de sus acciones con los ambiciosos sueños y planes que construye:

«Es insoportable esta vida. Siempre ante mi razón y ante la conciencia el contraste de lo que soy y lo que pudiera ser, de lo que debo y quiero con lo que puedo; de lo que hago con lo que sería capaz de hacer, [...]».


(I, 379)                


La mejor ilustración del sentimiento que comentamos se encuentra en una extensa lista que Hostos compone en 1874 denominada «todo lo que he perdido y por qué», que además de muertes de seres queridos, se detiene en fracasos sociales, morales, de inteligencia, de voluntad, etc., etc. (II, 156-158).

Aún en la vejez, después de haber realizado una obra patriótica y pedagógica reconocida por muchos, Hostos todavía siente que no ha hecho todo lo deseado debido a sus propios defectos. Lo siguiente lo anota el autor en 1903, año de su muerte: «No será perseverancia vulgar la que me falta; pero algo muy especial me falta para llevar a cabo las obras que me propongo» (II, 418).




Inadaptado social

El descontento de sí mismo que revela el intimista, tiene que ver directamente con el dolor de sentirse desadaptado, fuera de la órbita social apropiada, como se ve en las angustiadas palabras de Hostos que siguen:

«¡Oh!, me hacen falta circunstancias, hace diez años que estoy buscándolas y perdiéndolas, diez que estoy padeciendo el tormento infernal de estar siempre fuera de mi orden, y es necesario que o caiga en mi centro de gravedad, y que repose, o que me arrastren otras fuerzas, y me destrocen».


(I, 380)                


Alain Girard ve como una verdadera aflicción el sufrimiento de inadecuación social que experimentan los intimistas y para el crítico todo diario íntimo es el resultado del sentimiento de fracaso ante los otros (545).

Hostos se queja con frecuencia de su inhabilidad social: «[...] no nací con naturaleza idónea para el triunfo social» (I, 81); «[...] cuanto hago, cuanto pienso, cuanto siento, es inadecuado a los fines de relación» (I, 62); «[...] aun cuando me sentía fuerte en mis ideas, me sentía débil en mis relaciones con los hombres» (II, 109); «[...] el hecho social me oprime...» (II, 136).

El no sentirse apreciado socialmente, va naturalmente seguido por la impresión de ser desconocido e incomprendido, hecho anotado a menudo por el puertorriqueño: «Que no me conozcan, nada extraño; que sea imposible conocerme, culpa mía» (I, 166). En 1869 el autor se lamenta porque no se comprendan ni a él ni a sus escritos (I, 195) y en 1870, se reprocha el desarrollar «un pensamiento que nadie entiende» (I, 349).




Soledad

La aflicción de sentirse inadecuado e incomprendido, tiene como inevitable corolario un profundo sentido de soledad, rasgo señalado como muy característico entre los autores de diarios íntimos por Leleu, Marañón y Girard31. Este último establece que este tipo de escrito no puede existir sino en soledad (113) y categóricamente afirma que: «Tous intimiste est un solitaire, par goût ou par nécessité» (191).

En el Diario de Hostos, el agudo sentimiento de soledad que se expresa tan a menudo, aparece tanto buscado por el mismo diarista, como por resultado de circunstancias que él no puede controlar. En 1878 el escritor reflexiona que desde muy temprano en su vida había empezado «el hábito del aislamiento» (II, 289) y en otra ocasión se pregunta si será favorable el sentir como benéfico el hecho de cultivar tan pocas relaciones sociales (I, 84).

La mayoría de las veces sin embargo, la soledad es para Hostos una carga inevitable, de las más penosas que debe soportar: «Estoy profundamente triste. Motivos inmediatos: la soledad, que me es tan dolorosa, y que me atormenta» (II, 88). Las páginas del Diario repiten una y otra vez: «No tengo un solo amigo» (I, 223); «Vivo en absoluta soledad» (I, 287); «no tengo amigos; no tengo placeres de ninguna especie» (II, 43).

Como en otras ocasiones, Hostos rehúsa excusar su situación amparándose en la fatalidad o la mala suerte. Al contrario, el diarista se culpa sin piedad -«Me pregunté la causa de aquella aterradora soledad y me culpé» (I, 43)-, y reconoce que su aislamiento es en parte producto de sus propios defectos: «Sé bien que mi taciturnidad y la firmeza de las ideas que constituyen mi carácter no han dejado de tener influencia en la soledad que se ha hecho a mi alrededor» (II, 68).

Hay que hacer notar que el Diario que reaparece en 1898, del Hostos ya casado y padre de numerosos hijos, no manifiesta el agónico sentimiento de soledad de las páginas escritas en los veinte años anteriores.




Rememoración

Para Leleu y Girard, la atracción a recordar con frecuencia el pasado, y a examinarlo con minuciosa atención, es una característica destacada entre los escritores de diarios íntimos. Leleu habla del predominio de la memoria afectiva como una de las constantes halladas entre los intimistas (41), y Girard, acentuando el mismo fenómeno, dice que en cierto modo la obra intimista podría considerarse a veces más retrospectiva que introspectiva (514).

Además de la anotación de recuerdos del pasado, el gusto por la rememoración se traduce en un constante registro de aniversarios, rasgo muy evidente en la obra que estudiamos. Los aniversarios de la muerte de su madre, son los que Hostos apunta con más frecuencia (I, 229; I, 317; II, 289; II 304). Generalmente el recuerdo de su madre sume al diarista en un estado de dolorosa frustración y recuento de sus fracasos, que contrasta con las esperanzas que ella había puesto en su destino (II, 289-293).

Las miradas retrospectivas, especie de balance del pasado que tanto abundan en el Diario, son espoleadas por los cumpleaños del autor (II, 75), o por aniversarios de episodios muy significativos como la muerte de una hermana (II, 13) el abandono de una novia (II, 135) o, simplemente, el de un día más feliz (II, 156).




Tristeza

A esta altura cabría preguntarse si los diarios íntimos registran de preferencia lo penoso y triste de la vida del autor. Dadas las causas examinadas como posibles fuerzas generadoras del diario, no es de extrañar que la respuesta sea positiva. El intimista, con su necesidad de curar los aspectos de su personalidad que juzga negativos va a fijarse con especial atención en sus debilidades, va a acentuar más sus faltas que sus virtudes, va a contar más sus penas que sus alegrías32. El Diario de Hostos no es excepción en este punto. El tono dominante de la obra proviene de los estados de tristeza y melancolía que el diarista vive con tanta frecuencia: «He pasado todos estos días ahogando en el trabajo la tristeza que me circunda» (II, 36); «[...] caí en una melancolía abrumadora» (I, 262); «Quisiera tener aquella tenacidad observadora de los primeros días de dolor, para analizar el sentimiento de profunda y vehementísima tristeza que experimento desde hace quince días» (I, 79).

Tan constantes son sus estados depresivos, que el escritor se exhorta a «ponerle cuidado» a su tristeza (II, 158) y a observarla como si fuera una verdadera enfermedad, como estudiaremos más adelante.

Es importante recordar esta tendencia del intimista a acentuar algunos aspectos más que otros de su vida y personalidad, porque a menudo se tiende a considerar los diarios íntimos como espejos bastante fieles del autor y su existencia. Aunque no se puede negar que ellos son un instrumento de extraordinaria importancia en este sentido, habrá que tener presente que hay múltiples aspectos que, por otras tantas razones no figuran en los diarios. Aún en el caso de la más rigurosa sinceridad y de la mayor extensión en detalles, ningún diario puede arrogarse la virtud de retratar por entero al hombre que escribe; tal empresa, como lo han probado los estudiosos, es imposible33. Sin entrar en el complicado problema de la verdad, objeto de especiales estudios de parte de los investigadores de temas autobiográficos34, queremos insistir en que el diario íntimo presenta sólo una visión parcial de una vida y de un ser humano, que es una misma luz la que ilumina las interioridades, por lo que habrá que suponer una serie de zonas vedadas que de aclararse pudieran equilibrar las sombras que se nos dan. Esto es especialmente pertinente para nuestro próximo apartado, donde trataremos de buscar en el Diario de Hostos algunas de las particularidades psicológicas comunes entre los intimistas.






ArribaAbajo- II -

Rasgos sobresalientes del intimista



Introversión

El más obvio rasgo caracterológico de los intimistas, condición «sine qua non» en la producción de un diario íntimo, es la tendencia introspectiva de su autor. Este escrito no podría existir sin una poderosa inclinación en su redactor a replegarse sobre sí mismo para observarse. Eugenio María de Hostos no sólo poseyó esta propensión, sino además practicó con asiduidad la introspección, esfuerzo voluntario y metódico de autoanálisis que hace uso de esta disposición35. La naturaleza introvertida de Hostos se ha mostrado ampliamente en las páginas anteriores. Recordemos ahora que el despiadado examen que el escritor hace de sus debilidades, de su soledad, la angustia del descontento consigo mismo, en fin, el propósito manifiesto del Diario, no tendrían lugar sin la voluntad y habilidad para la exploración interna.

Al parecer, el puertorriqueño no sólo se dedica a la propia observación con tenaz constancia, como se ha visto en varias citas previas, sino que además comenta esta práctica con los demás:

«Tratando de explicar la exuberancia de mi subjetivismo, me puse a hablar de aquello que me es más familiar; de los efectos que en el ser interior y en el social produce la habitual contemplación interna».


(I, 56)                





Timidez

Otro de los componentes esenciales de la personalidad de los intimistas según los estudiosos, es la timidez. Michèle Leleu, al buscar las constantes caracterológicas de los «sentimentales», grupo que cultiva el diario íntimo con mayor frecuencia, menciona la vulnerabilidad, la timidez y el gusto por la soledad, como rasgos afines sobresalientes (38). El subtítulo del libro de Marañón sobre Amiel: Un estudio sobre la timidez, indica ya la misma opinión al respecto. En la obra de Girard se encuentra la siguiente declaración: «Tous les intimistes, sans exception aucune, plus ou moins gravement, mais fondamentalement, ont été des timides. Il y a là un trait qui commande à bien des égards à la fois leur histoire et le sentiment qu'ils eurent de leur personne, leur position dans le monde et en face des autres, et la conscience qu'ils en eurent» (131).

Hostos, con su habitual sinceridad y perspicacia en el autoanálisis, se reconoce como tímido en más de una ocasión: «[...] ¿por qué vacilo ante la realidad y la armo con los temidos aguijones de mi propia timidez?» (I, 280); «[...] no sé moverme a tiempo, tengo una profunda timidez para el movimiento» (I, 227). En 1872, a los treinta y tres años de edad, el diarista se duele de sentirse todavía «tan niño, tan tímido, tan temeroso, tan pasivo, [...]» (II, 38-39). Al año siguiente apunta: «No se puede ser más delicado que yo y aún creo que mi delicadeza llega a tener algo de timidez, lo cual me hace sufrir» (II, 69). En 1874 defiende su timidez como una virtud: «[...] la timidez es y será siempre mi virtud. He tenido que serlo, soy tímido» (II, 161); virtud que sin embargo, lo aparta hasta de placeres inocentes, como reconoce más tarde (II, 290).




Idealista

Los investigadores de la timidez se han referido a lo que ellos llaman «la enfermedad del ideal», para calificar la fuerte tendencia de los tímidos a perseguir un elevado ideal de conducta humana con el consecuente rechazo de la realidad circundante que no aceptan como tal36. Leleu usa la frase para denominar esta característica que considera clave para explicar muchas reacciones de los escritores de diarios íntimos (93).

El insistente empeño de Hostos para acercarse y acercar su vida al ideal con que sueña, es fuente de frecuentes crisis y de gran parte del descontento consigo mismo que hemos mencionado, y del ahínco que pone para cambiarse y cambiar la realidad que lo rodea. Él mismo lo ve así, con angustiosa clarividencia:

«Y he aquí cómo, por desdeñar mi experiencia diaria, por empeñarme en variar la realidad, por insistir en hacer vida heroica, estoy no haciendo nada por las Antillas, estoy disgustado de lo que veo en el pasado y de lo que veo en el presente y para el porvenir, estoy cada vez más descontento de mí mismo en un abismo cada vez más hondo, cada vez más alto mi ideal, cada vez más bajo yo, [...]».


(I, 222)                


El ideal que persigue el patriota corresponde en general a esta definición, según sus propias palabras: «Mi ideal [...] es la realización de lo grande, lo bello, lo bueno, lo justo y lo verdadero» (I, 205). En términos más específicos, los ideales que mueven su conducta se pueden reducir a dos; llegar a ser el hombre que él concibe como óptimo, y poder realizar la liberación y engrandecimiento de las Antillas.

¿Cuál es la concepción hostiana del ser humano? El escritor se explaya varias veces sobre este tema37. En síntesis puede decirse que es el hombre en el cual todas las facultades -razón, sentimiento, voluntad- se han desarrollado en forma apropiada y se equilibran armoniosamente vigiladas por una atenta conciencia: «Sentimiento, debo amar. Inteligencia, debo conocer. Conciencia, debo imponer todos mis derechos y cumplir todos mis deberes. Voluntad, debo hacer lo que se es bueno y justo, [...]» (II, 78).

El Diario es elocuente testigo de los esfuerzos del diarista por acercarse a este ideal.- No hay que olvidar que el logro del autoperfeccionamiento es el propósito explícito de la obra.- Las exhortaciones, los llamados de atención, ciertas reglas y ejercicios para mejorarse abundan en las páginas: «[...] al entrar un poco en mí mismo, he visto que todavía hay que construir, y voy a tratar aún de construir al hombre que busco. No lo conseguiré, pero el esfuerzo me mejorará» (II, 42); «[...] amigo de lo mejor, nunca he sabido hacer lo bueno: aprendamos a hacerlo modesta y resignadamente, aspirando a lo más difícil y acercándonos al ideal» (I, 30); «Si tengo constancia, este trabajo completará el de mi inteligencia y lograré ser hombre completo» (I, 25).

Algunas normas las elabora el escritor con objetivos bien específicos, como veremos al observar lo relacionado con la voluntad más adelante.

Es conmovedor comprobar que hasta en la vejez Hostos sigue preocupado con su deseo de perfeccionamiento. Así escribe a los sesenta y cuatro años de edad: «[...] subsiste hasta en los últimos días de mi vida el afán de mejoramiento de mí mismo que tanto, aunque creo que tan en vano, me ha dominado» (II, 421, 422).

El autoperfeccionamiento que persigue el autor está como dijimos, estrechamente relacionado con la noción de sus deberes patrióticos, por lo que no sorprende comprobar que la libertad de Puerto Rico y del resto de las Antillas sea una idea central del Diario. El propio diarista se refiere a este doble ideal que enlaza la formación de sí mismo, con la libertad de su patria: «[...] la necesidad de ser lo que creo deber hacer para realizar mi doble ideal de la independencia de mis islas y de mi carácter, todo me empuja hacia una resolución...» (II, 76).

Para el puertorriqueño la patria se antepone a todo otro deber incluso al de velar por su familia (I, 33; II, 98), y el escrito refleja muy bien las dudas, los fracasos, las cóleras, los dolores, que su lucha por la liberación de las Antillas provoca en su diario existir. Como dramáticamente lo expresa, el autor, lo relativo a Puerto Rico es para él asunto de vida o muerte, de ser o no ser: «¿Quién sufre o goza más de las renovaciones alternativamente tristes o placenteras de la patria que yo? ¿Para quién es como para mí, cuestión de vida o muerte, de ser o no ser, la de hacer una patria política, social, intelectual, moral, de la que geográficamente debo a la naturaleza?» (II, 133).

Como con su vida, Hostos se construye una patria ideal y se empeña en realizarla («¡Ah cuándo me dará mi esfuerzo la patria que idealmente estoy construyéndome hace años!»; I, 126). Cuando algunos le señalan la realidad sobre ciertos hombres y ciertos hechos, él nos lo dice con sus propias palabras, insiste en «encaramarse en su ideal» (I, 275).

El empeño en realizar sus ideales, hace del prócer una patética figura quijotesca. Ya lo vio así Pedro de Alba, quien compara los viajes que hizo Hostos por América para apurar la causa patriótica antillana, con las salidas del caballero de La Mancha38. A estos sucesos podrían agregarse muchos otros que acentúan la similitud. Por ejemplo, el tragicómico episodio de los payeses que luego de ser libertados por el escritor, lo amenazan de muerte (II, 27-28), o el embarque en triste expedición libertadora de seis desesperados en nave que hace agua de puro vieja, y que nunca llegó a su destino (II, 214-217). En este sentido el Diario, como la obra de Cervantes, es la conmovedora saga de un hombre que insiste en cerrar sus ojos a la realidad del mundo y de los hombres, y en creer en sus sueños y fantasías.




Moralista

Los deseos de alcanzar un ideal más elevado y el despiadado análisis de sus defectos, que los intimistas ejecutan como medio de acercarse a ese ideal, resulta en otro de los rasgos comunes que comparten estos escritores: la tendencia moralista que evidencian el diario y el hombre. Girard habla de esto en los siguientes términos: «L'intimiste, malgré toutes les déviations ultérieures, est en son principe, et au sens plénier du terme, un moraliste, pour qui la connaissance de soi-même ne saurait jamais être qu'un moyen en vue d'une autre fin» (164).

En Hostos, el moralista se revela en una manifestación característica de su modo de ser que hasta ahora ha sido la más comentada de su personalidad. Nos referimos a la aplicación en su conducta de su estricta noción del deber y la virtud39.

La persecución de un elevado ideal forma un solo concepto con el cumplimiento de lo que Hostos considera sus deberes. Más de una vez el escritor nos dice que el ideal de su vida ha sido hacer todo lo que él concebía como deber (I, 106), y con la misma frecuencia expresa que su deber es «hacer todo el bien posible sin la menor mezcla del mal» (II, 51)40.

Íntimamente unida a su principio del deber, se halla en el diarista la concepción de la virtud. Desde temprano, los dieciocho años, dice haber «soñado con la gloria virtuosa», es decir, la gloria que se obtiene sin caer en aberraciones de la conducta moral (II, 137). Reflexionando sobre este concepto rector de su vida, una vez se dice por ejemplo que la gloria virtuosa le impidió destacarse como orador, teniendo condiciones innegables, porque se dio cuenta que no había orador que no fuera un sofista y «un débil que sacrifica la justicia y la verdad a la popularidad y los aplausos» (II, 137).

Todo lo que hubiera podido ser y no ha sido -político influyente, escritor famoso, orador grandioso- lo atribuye el diarista al efecto de arnés que forman estas nociones, que lo obligan a enderezar sus pasos en una sola dirección:

«Hubiera bastado ser ambicioso, plegarse a los hombres, acomodarse a sus vicios, olvidar las grandes ideas o tomarlas solamente por su lado artístico. En lugar de hacerlo, me convertí en el censor solitario de todas las faltas que se cometían en contra de la justicia y de la libertad. Para hacerme poderoso yo no hubiera tenido más que escoger la escena, el teatro, el medio... Yo hubiera podido tener en la América latina la gloria que hubiera deseado, no tuve bastante fuerza para ser un poco menos catoniano y un poco menos útil».


(II, 138)                


Las palabras transcritas ilustran de paso una particularidad de Hostos que no coincide con una afirmación que Girard hace sobre los redactores de diarios íntimos. Según el crítico, a pesar de que el intimista quiere cambiar para perfeccionarse, no se erigiría en juez de los demás, ni pretendería cambiar el mundo (493). Evidentemente, como se ha visto, Hostos no sólo juzga a los otros, sino que él mismo se reprocha hacerlo tan duramente. Es que el amor al bien y a la verdad, no pueden dejar de empujarlo a hacer severos análisis de hombres y situaciones especialmente cuando se trata de la patria. Por esto algunas notables personalidades de la época, otros patriotas y las juntas revolucionarias en exilio por ejemplo, reciben el aguijón de su crítica41.

Hostos el introspectivo, se da cuenta muy bien de que a veces su estricto principio del deber se convierte en arma que lo hiere a él mismo profundamente. Con su habitual sinceridad se dice entonces que «ha abusado» de su noción del deber (I, 319), que ha convertido «en deber los actos más insignificante» (I, 319), y que si está abandonado y solo es por «su tenacidad en el deber» (II, 70). Prisionero de sus ideales y de su carácter, no sorprende que más tarde llegue a hacer esta dolorosa confesión: «El hecho moral me agota [...]. La ambición de esta gloria virtuosa está siempre royéndome el alma y no doy un paso que no sea en esta dirección» (II, 137-138).




El deseo de gloria

La cita anterior nos ha colocado de lleno en otra manifestación característica de los que escriben diarios íntimos: el anhelo de la gloria. Alain Girard estima que este pronunciado afán que existe entre los intimistas, es uno de los medios que ellos buscan para romper la soledad y recompensar el sufrimiento: «Le désir de la gloire est la tentation dernière du solitaire, la compensation suprême qu'il cherche a toutes ses défaillances et à toutes ses souffrances» (191); «Tout journal retentit d'un long appel à la gloire, qui serait comme la revanche du bonheur» (504).

Hostos declara sin ambages que desde joven ha soñado con la gloria, pero ésta es bien definida y particular: «Hace diecisiete años, desde que cumplí dieciocho, que estoy soñando con la gloria virtuosa; desde entonces inventé esta nueva especie de gloria, la más difícil de todas, escabrosa hasta no decir más, inaccesible como la cima del Aconcagua, que devora a sus propias creaturas como el dios simbólico de los griegos» (II, 137).

El conocimiento de sus capacidades y el ansioso deseo de que sean reconocidas, se confrontan constantemente con la adhesión al deber y a la virtud en el espíritu del diarista. La tensión de la lucha entre estas fuerzas se refleja en la narración de algunos episodios y en directas alusiones, como la siguiente: «[...] el hecho moral es el conflicto perpetuo entre mi ambición de gloria y mi pasión de bien» (II, 136).

La búsqueda de la gloria literaria es la más explícita y comentada en el texto. En 1868 Hostos afirma por ejemplo: «Vine a Europa para conquistar un nombre literario» (I, 68). Diez años más tarde, en una de las tantas relaciones retrospectivas, reflexiona que la misma austeridad de sus principios le llevó a desdeñar lo que buscaba: «Del ejercicio de la pluma, que al menos me hubiera dado un renombre temprano, y con él la fácil posición que hasta la envidia consiente a la celebridad precoz, me abstenía por modestia y por desdén: desdeñaba la gloria contemporánea» (II, 290).

El logro de la gloria como patriota y libertador, siempre dentro de los límites de lo que Hostos define como virtud, se cita con menos frecuencia pero no menos explícitamente. Será imposible encontrar en nuestra lengua un autor que desnude este deseo con tan desgarradora sinceridad como el que transcribimos ahora:

«Y en cualquier parte donde esté si la revolución se anticipa a mi esfuerzo personal, yo no estaré contento. Hay, ya, en el fondo de este incansable patriotismo al cual lo he sacrificado todo, un fermento de ambición, que no consiste por Dios en dominar por el poder, sino en dominar por la inteligencia y los servicios. Ambiciono hacer más que nadie, lo que nadie, y necesito para eso ser el primero en la primera hora».


(I, 350)                


Es fácil imaginar la enormidad de la frustración que habrá experimentado un hombre poseído por la fuerza de esta ambición -ambición tan difícil de llenar por la estrictez moral- al comprobar con los años, que no se hacía escritor famoso ni primer revolucionario. Es curioso observar sin embargo, que a pesar de los fracasos, los años de soledad, las penurias económicas, los malentendidos y falsas interpretaciones que Hostos tuvo que sufrir, se siente a través de algunas páginas que el puertorriqueño sabía que la gloria iba a estar de su parte algún día. Así parecen indicarlo los párrafos siguientes:

«En realidad, no hago más que cometer errores, y por eso es que sufro como tal vez ningún otro ser humano ha sufrido jamás. Así, el sendero que recorro no conduce más que a esa gloria. Lo sé, lo veo con mis ojos».


(II, 138)                


«Creo que el único modo de ser útil a las ideas y a los pueblos es levantar los hombres a la discusión de su deber, más que bajar con ellos a la negociación de sus intereses. Hay en ello, es verdad, un resultado para mí que no por ser lejano deja de ser menos glorioso...».


(II, 151)                





Orgullo y ambición

No habrá para qué tratar de probar la existencia de la ambición después que el mismo diarista la ha confesado de manera tan abierta. Como se ha visto, la ambición hostiana se endereza por el camino del poder logrado por la inteligencia y virtudes morales que el escritor, con íntimo conocimiento de sus valores personales, declara poseer. La conciencia del propio valer que los estudiosos reconocen como cualidad que acompaña a menudo a la timidez, nos lleva directamente al orgullo, otro rasgo atribuido a los intimistas42.

Alain Girard considera que si bien el intimista es orgulloso, no es desmesurado en la estimación que hace de sí mismo, autoestimación que el crítico juzga como bastante objetiva (256).

Con su innegable sinceridad Hostos reconoce que el orgullo es un ingrediente importante de su personalidad. En una ocasión se duele de que el «orgullo y la timidez» que han formado su carácter hayan trabado su vocación literaria (I, 27), y en otra declara: «[...] la doble presión del sentimiento de justicia y del orgullo me han empujado a serlo todo, pensamiento y acción, para realizar mi objetivo» (II, 76).

No hay duda que el conocimiento de sus propios valores lleva al diarista a anotar muchas frases que se pueden tomar como muestras de excesiva autoestimación. Las siguientes por ejemplo: «¿En qué consiste que abarcando intelectualmente cuanto abarca la inteligencia de mi siglo...» (I, 237); «[...] mi manifiesta superioridad intelectual y de carácter» (I, 60); «En mi corta vida he hecho silenciosamente cuanto hubiera bastado para darme gloria imperecedera» (I, 205); y otras parecidas.

Habrá que distinguir sin embargo, entre el orgullo justificado, que nace del profundo conocimiento de las propias cualidades, y la falsa vanidad del que inventa virtudes inexistentes. Cuando Hostos escribe: «Todo el mundo, excepto yo, comprende fácilmente los motivos que hacen de mí un ser excepcional entre los revolucionarios» (II, 96), la frase nos golpea con un brillo de vanidad. De la misma manera reaccionamos ante esta otra sobre La peregrinación de Bayoán: «Como pensador, produje a los veintitrés años una obra que tiene más valor intelectual, más sustancia moral, más personalidad literaria, más originalidad política, que muchos de los libros imaginaristas de mi tiempo» (I, 205). No obstante, cuando nos damos cuenta que en el primer caso, Hostos se está refiriendo a que él al contrario de otros patriotas, busca la liberación de las Antillas, no por odio a España, sino por bien pensados principios, no se ve como excesivo el calificativo de «excepcional» que se da. Esto sin entrar en otras consideraciones fuera de contexto que pudieran reforzar el adjetivo.- En cuanto al juicio sobre Bayoán, libro necesitado de más estudios, no parece tan desproporcionado si se lo compara con otros de la misma época, no muy rica en calidad, y especialmente en las áreas que Hostos defiende como buenas.

Si se acepta que por la específica naturaleza del diario íntimo, su redactor precisando conocerse para cambiarse, tiene que ser un egocéntrico, no extraña encontrar en el Diario de Hostos palabras que confirman este egocentrismo: «¿De qué hablé? De lo que hago más a gusto. De mí mismo» (I, 148).

Sin entrar en profundos significados psicológicos que no somos competentes para elucidar, juzgamos esta confesión y las anteriores, como una muestra más de la extraordinaria candidez y sinceridad del diarista. Ellas aseveran además nuestro aserto de que el escritor compone la obra para él solo, sin las barreras protectoras con que nos cubrimos en nuestras relaciones con los demás. Las convenciones sociales han hecho que sea tan difícil hablar de las flaquezas como de las virtudes que uno posee, y ¿quién puede tirar la primera piedra -y sostener- que no le gusta hablar de sí mismo? Sobre esto hay que recordar también que la extremada atención que sobre sí pone el intimista, descubre lo bueno, pero con más abundancia lo malo. Así, por ejemplo, cuando se lee en el Diario de Hostos: «[...] mi desinterés, mi abnegación, mi devoción sin límites a las ideas», hay que buscar el equilibrio con lo que sigue, que es un severo autorreproche del diarista porque lo hecho ha sido «inoportuno, inconveniente, insensato» (II, 97).

Como el orgullo toca tan de cerca la vanidad y ambas constituyen materia delicada, queremos citar un párrafo en que se ve bien clara la mezcla de orgullo y humildad que se equilibran en el espíritu del autor. Después de reflexionar sobre algunas contradictorias opiniones que sobre él se han dado Hostos escribe:

«Dando a las opiniones de los hombres el respeto que otorgo a todas las opiniones, y reflexionando que es efecto de imperfección en mí esa disparidad inconciliable de opiniones, y estudiándolas en los resultados y viendo que hacen de mí un hombre totalmente impotente, cuando es palpable que tengo cuanto se necesita, me recojo en mí mismo, y me pregunto: ¿En qué consiste que abarcando intelectualmente cuanto abarca la inteligencia de mi siglo, que pensando tan altamente como el pensamiento contemporáneo, que sintiendo tan activa, tan sincera y desinteresadamente como exige la constante depuración que hace mi conciencia de mi vida entera, yo no soy lo que pudiera, lo que quiero, lo que debo, y, ora abandonado al sentimiento y a la fantasía, ora a los mandamientos de la razón, ora al imperativo de la conciencia, ora a los estímulos dolorosos de la voluntad, yo no realizo nada, yo no vivo ni mis ideas ni mis sentimientos, yo vivo poco, yo soy juguete de las circunstancias, yo no armonizo en la realidad las facultades que armonizo interiormente, el ser interior que he construido, con el hecho externo, con las relaciones exteriores?».


(I, 237)                





Dignidad

El orgullo está relacionado en Hostos con un problema que fue obsesionante en su vida y que aparece una y otra vez en las páginas del Diario: su amor propio o dignidad. El sentimiento de lo que el escritor llama «su dignidad herida», «el mal de dignidad», «asustadiza dignidad», tiene que ver directamente con su propia estimación y la estimación de los demás. El autor recuerda que desde muy niño le preocupaba hondamente lo que pensaran de él, fenómeno que el diarista denomina «la dignidad temprana» (I, 224). Pero el miedo al que dirán es sólo un aspecto de lo que Hostos llama dignidad, complicada fuerza, ora positiva, ora negativa, en la que se mezcla una variada gama de emociones -vergüenza, orgullo, timidez- y que puede ser provocada por muy diferentes causas: miedo, pobreza, temor al ridículo, etc. El párrafo que transcribiremos ilustra algo de la complejidad de este sentimiento:

«[...] lo que importa es que yo haga las cosas cuando debo hacerlas, meditadas tranquilamente sin precipitar por mi miedo de dignidad mi porvenir, sin tratar de moverme a distancia inmensa por no moverme a cortísima distancia... he luchado con el pan cotidiano, demasiado ásperamente para que no me duela recomenzar en París la lucha de Madrid y Barcelona: pero ¿no tengo yo fuerzas para seguir luchando? Si las tengo ¿por qué no las empleo antes de rendirme? Me horroriza la idea de tener aquí, como en España tuve, déspotas de dignidad que para siempre la han lastimadlo y para siempre enseñándola a esconderse. Cuando más severamente examine mi pereza, mi apatía y mi miedo de esa lucha, más enérgicamente me convenzo de la causa original de esas debilidades; y la causa es tan hermosa, es tan alta, es tan delicada, que hoy, al ver como ayer, como siempre, que la dignidad y sólo la dignidad es quien me da miedo y me hace apático y me hace perezoso, me perdono. [...] Averigüemos, pues, si es dignidad (fuerza) esa debilidad que no resiste a la grosería de un librero, al mercantilismo de un editor, a las reservas de Pi, a la sordera de Castelar, y averigüemos si ha padecido ya bastante esa dignidad asustadiza».


(I, 66-67)                


Como se ha visto parcialmente por la cita anterior, el miedo de dignidad de que habla Hostos tiene a menudo como fuente la falta de recursos económicos. No poder pagar a la casera, la apariencia de su ropa, la pobreza de su vivienda, producen en él no sólo inquietud y zozobra, sino verdadero dolor (I, 153; II, 7). París es para el diarista «la ciudad de los pobres porque allí se puede vivir con tanta dignidad, necesitando menos recursos» (I, 156). Cuando se ve obligado a viajar en vapor de tercera clase, el autor se pregunta si podrá hacer el viaje en condiciones tan malas para su cuerpo y su «amor propio» (I, 55).

Todas las agonías que la falta de dinero provoca en el ánimo del escritor, se justifican ampliamente, por desgracia. Es conmovedor leer que este hombre digno de mejor suerte, no haya podido salir de su casa a veces, por no tener paraguas o los centavos del autobús (I, 141), o que no pudiera alternar en sociedad por carecer de ropa adecuada (II, 26, 163). Duele aprender que el prócer haya pasado inviernos en Nueva York con zapatos y sobretodo de verano (II, 175) y que en ocasiones, haya tenido que sustituir el café por agua de tamarindo (II, 175). Más penoso aún es descubrir que el organismo del diarista se deteriora por la falta de mínimos medios apropiados para sobrevivir43, y que el Diario mismo se interrumpa por falta de papel y dinero para comprarlo (I, 182).

No obstante todas estas situaciones desesperadas, el amor propio o el sentimiento de dignidad que posee al autor, lo mueven a rechazar más de una vez algunas ofertas de ayuda financiera, en ocasiones que la necesitaba con urgencia (I, 155; II, 16).

Dadas las condiciones explicadas, no es de extrañar que el propio Hostos haya considerado su «mal de dignidad» como una seria afección que, si bien le había salvado de caer en indignidades, también había contribuido asumirlo en abulia inactiva: «Si yo no tuviera la fuerza de dignidad que siempre me ha salvado de todas las cobardías, tendría miedo de mí mismo, pues el mal de que padezco es grave: miedo de dignidad, que de todo tiembla y se ampara en la inmovilidad» (I, 73).




Paralización de la voluntad

La última cita es una buena ilustración de otra de las características comunes de los intimistas encontradas por los estudiosos: la paralización de la voluntad, la lucha para salir de largos períodos de pasividad en que a menudo caen los escritores de diarios íntimos44. Girard, al establecer que todos los intimistas se quejan de «la enfermedad del querer» se refiere a la irónica situación que resulta del excesivo autoanálisis. Como en un círculo vicioso, el descubrimiento de faltas y debilidades, tan beneficiosa en el camino de la perfección, produciría a la vez un peligroso sentimiento de inercia que impediría actuar al intimista (534).

Un tema capital en el Diario de Hostos es lo que él llama la búsqueda o la formación de la voluntad. El diarista está constantemente quejándose de «inercia interior» (I, 45), «de voluntad negativa y pasiva» (I, 85), «de atonía intelectual» (I, 317) y conminándose a la acción para combatirlas:

«[...] una voz silenciosa me dice quedamente en la conciencia: "¿No obras, no sientes, no piensas? Culpa es tuya". Y lo es. Necesito trabajar, instar y reinstar, insistir y reinsistir para lograr trabajo: pues hacerlo. En vez de eso, paso el día avergonzándome de mí mismo, imaginando en la inercia medios que la inercia esteriliza».


(I, 44)                


Es significativo y adelantado para su tiempo, el análisis que Hostos hace de la progresiva pérdida de su voluntad. En una de sus relaciones retrospectivas, el prócer afirma que cuando niño él tenía una «tremenda voluntad», pero luego una deformada educación, la falta de obligaciones y el imprudente uso de su libertad, la desviaron y debilitaron45. Cuando los dolores y fracasos le enseñaron al joven a ver «la diferencia que hay entre la concepción y la realidad», echó de menos la voluntad y se propuso crearla (I, 226). El Diario es muy buen testimonio de sus heroicos esfuerzos en este sentido. Véase por ejemplo, el mes de Octubre de 1866, cuando el diarista inventa máximas y fórmulas para ayudarse a salir de un período de inacción que vive. Uno de aquellos estímulos, según la denominación del autor es: «Elige entre tu voluntad y una pistola», pensamiento que tienen como guía este otro: «Tengo que ser hombre en el mundo y para ello necesito voluntad» (I, 36).

El empleo del diario como un medio de registrar principios prácticos de conducta, no es un hecho extraordinario entre los intimistas. Según Girard, los «más puritanos o atormentados» entre ellos tienden a inventar reglas de comportamiento y a anotar con cuidado la ocurrencia de transgresiones (533).

El sufrimiento del Hostos abúlico es angustioso, y la frecuencia y tono de las anotaciones sobre este estado, acentúan otra vez la imperativa necesidad que el escritor tiene de llevar el Diario. La obra es así acicate constante para la acción y doloroso registro de lo no hecho:

«Yo necesito que mis días estén llenos de acción y todos pasan sin que yo dé al mundo muestras de mí mismo. Todas las noches, al retirarme, me acosan pensamientos temerosos porque en vano me pregunto qué he hecho, qué pienso hacer. Muerto, muerto, muerto. Vida sin voluntad no es vida: vivir es querer y hacer. [...] Son ya tan pocas las veces en que salgo de la atonía que me abruma, que debo apelar a las ráfagas de vida que hay en mí como a testimonios de que soy y vivo».


(I, 44, 45)                


Hostos llegó a tener tal respeto y fe en la voluntad como fuerza todopoderosa, que un día aconsejó a un amigo el tratar de curarse la tisis por medio de ella (I, 77). El mismo se califica como «apologista de la voluntad y tímido para moverla» (I, 76), y es por esta lentitud para actuar que persiste en crear lo que él denomina ejercicios de voluntad, para fortalecerla:

«Ejercicio de voluntad. Si me digo al salir de casa: "Iré por tal parte", aun cuando me olvide y tome otro rumbo, vuelvo al propuesto, y voy a donde pensé que había de ir».


(I, 312)                


El diarista se da cuenta muy bien de que su exigente conciencia y su estricto sentido del deber, que le obligan a moverse sólo en «el camino recto», contribuyen a trabar su voluntad y a paralizar su acción (I, 220, 226). Sus minuciosos análisis, sin embargo, encuentran otra causa para su prolongada aflicción que viene a coincidir con otros de los rasgos mostrados por los intimistas; la excesiva emotividad y la inclinación a soñar.




Emotividad y ensoñación

Michèle Leleu cita la emotividad entre las tres propiedades constitutivas que dan origen a los rasgos más destacados de los escritores de diarios íntimos (43)46. La hiperemotividad característica de los intimistas, según la autora, se traduciría en exaltación sentimental, impresionabilidad, variabilidad de sentimientos e impulsividad (45). Girard confirma la extremada emotividad de los intimistas y sostiene que ella es responsable de la angustia tan frecuente en las páginas de sus escritos (126).

Contrariamente a la imagen que se ha venido presentando de Hostos, como hombre eminentemente lógico, medido y razonador47, el Diario revela a un ser apasionado y sentimental que lucha constantemente por dominar sus emociones. Un paisaje, una pieza musical, una bella mujer, sumen al diarista en un estado casi febril de excitación que la obra puede recoger muy bien, a pesar de la distancia temporal entre la sensación primera y su registro48.

Como dijimos en páginas anteriores, Hostos persigue el equilibrio de las diversas fuerzas y actividades de su ser, pero aparentemente aquellas relacionadas con los sentimientos le resultan muy difíciles de controlar, ya que con frecuencia anota los reproches, suyos y ajenos, sobre excesos en esta dirección:

«Si los hombres no tuvieran otra intención que la de consignar un hecho, cuando dicen que me dirige el sentimiento, dirían en parte una verdad: que en vano trato yo de dominarlo y en vano de suponerlo a la razón».


(I, 235)                


Sus amigos le reprueban también el exceso de fantasía que junto con el sentimiento, hacen más penosa su vida: «Sé que el sentimiento y la fantasía, otra fuerza que me imputaba Giner como una falta, dificultan, por hacerlas más intensas, la realización de las ideas» (I, 235)49.

Hostos reconoce su sentimentalismo y su tendencia a imaginar como potencias positivas y negativas a la vez: «¡Oh!, ¡la imaginación y el sentimiento! ¡Las dos fuerzas creadoras de mi alma!, los dos enemigos de mi vida!» (I, 83), que no necesita espolear para poner en acción, sino luchar desesperadamente para contener (I, 54-55).

El escritor que trata de refrenar con frecuencia a «la soñadora» (I, 25), le atribuye a la fantasía muchos de sus males: «He observado que el abuso de la fantasía ha enfermado a mi entendimiento de tal modo, que ni para alimentarse ni para manifestarse tiene fuerza espontánea suficiente, si no se la presta la imaginación» (I, 34); «Vuelve la imaginación a divagar, y para llenar el vacío que va conmigo, imagino lo que quisiera hacer y sueño despierto lo que pudiera y debiera realizar» (I, 42).

La afirmación de que la imaginación está matando su voluntad se encuentra a menudo en el Diario y con ella la pregunta del autor sobre si podría realizar más si fuera capaz de dejar de soñar (I, 343). En sus reproches el escritor se autodenomina «fantaseador e imaginarista como un adolescente» (I, 76), frase que calza perfectamente con uno de los atributos de los intimistas que discute Girard.

Según el crítico francés habría varios elementos semejantes entre intimistas y adolescentes que provendrían principalmente, de la lucha que ambos libran por llegar a «ser» (491). El sentimiento que los dos grupos tienen de ser inadecuados socialmente, que empuja la necesidad de la exploración del mundo interior, no cesaría de llevarles hacia sí mismos, alejándoles de la realidad por medio de la ensoñación (495).

El Diario de Hostos no sólo nos dice repetidamente que su autor se avergüenza de perder el tiempo en sueños (II, 107), sino que en una ocasión nos da uno de ellos completo y rico en detalles. El sueño versa sobre el encuentro del diarista con una millonaria heredera, cuya riqueza y extraordinario amor por el que sueña, salvan la situación política de Puerto Rico y convierten al amado en héroe popular y poderoso (I, 199-200). Estas páginas, conmovedoras por su candidez, además de mostrar cómo aún soñando Hostos sigue ingenuamente cumpliendo sus deberes permiten una entrada inestimable a las capas más entrañables del hombre.

La tendencia del escritor a huir de la realidad para hundirse en sueños, da origen a páginas teñidas de patética desesperación. Vamos a limitarnos a citar un solo fragmento, cuya extensión e interés puede suplir a los demás:

«No sé cuántos años han pasado desde que le cogí miedo al mundo en que vivo completamente solo y a la desesperación que me invade el corazón cuando me siento fuera del mundo real. Desde entonces ambiciono la acción, el movimiento, la vida completa, la ejecución en todo... ¿Qué no he hecho yo para alcanzarlo? [...] ¿Qué he obtenido? Quedarme en el dolor, en la impotencia, en la inacción, en la vida soñada... En ocasiones la realidad de que huyo está tan cerca de mí que podría agarrarla, pero no lo quiero, sea por ambición, sea por orgullo, sea por vanidad, sea por debilidad... Entrar en la vida real equivale a cumplir pequeños deberes reales y yo prefiero soñar grandes deberes imaginarios».


(II, 51-52)                


Aún en 1878 el Hostos ya casado, al repasar su primera juventud llena de sueños, y su empecinamiento por no ver la realidad, concede que la frase: «Ud. vive en las nubes», que algunos le aplicaron es válida todavía. El diarista se pregunta entonces si habrá en él alguna deficiencia fisiológica que le impida vivir «tan abajo como nos hace vivir la realidad» (II, 290-291).




El amor

Bajo el subtítulo de «Le bonheur et la gloire» Girard examina el tema del amor, que según su opinión ocupa un lugar de gran importancia en los diarios íntimos (502). A pesar de las diferencias entre las experiencias amorosas que viven los autores que estudia, el crítico encuentra un rasgo común que estaría estrechamente relacionado con la timidez que padecen todos. Según Girard, la timidez paralizaría la voluntad de acción del enamorado, quien no obstante la fuerza de sus deseos, sería incapaz de tomar determinaciones que pudieran empujar la situación amorosa a estados más definidos. De allí el sufrimiento interior y la casi imposibilidad de hallar felicidad en el amor que el investigador descubre entre los intimistas (503).

El matrimonio tardío de Hostos (a los 38), el gran número de damas que le interesaron sentimentalmente, la descripción de auténticos amores que no terminaron en boda, sino con el abandono de la amada por el amante puertorriqueño, son indicaciones en la dirección que señala Girard.

No hay duda de que Hostos se sintió desde joven, fuertemente atraído hacia las mujeres. Fuera de la pasión amorosa que causó la iniciación del escrito que examinamos, hubo en la vida del autor muchas otras ocasiones en que experimentó la misma emoción. En una historia retrospectiva de sus sentimientos el diarista menciona once nombres, y el recuento no contiene todos los de las que amó o lo amaron (I, 222-223).

Entre las pocas notas livianas que se encuentran en la obra, está la narración del placer que siente el autor cuando sigue a una chica bonita por una calle de New York (I, 219) y la de un pequeño flirteo en la pensión en que reside (I, 264). Sus habilidades de cortejante debieron ser excelentes, a juzgar por los amores que inspiró y por algunas descripciones, verdaderas miniaturas de época, en que se autorretrata frente a una dama (I, 364-371). El mismo escritor comenta que su conducta entre señoritas es «tan ligera y frívola» como sea necesario para hacerse soportable (II, 155).

Como en otras materias, la sinceridad con que Hostos analiza sus sentimientos amorosos hace del Diario un documento extraordinario. En los casos, de Candorina, Manola y Carmela, el escrito nos hace asistir al crecimiento del interés y atracción, a los vaivenes del sentimiento producido por toda clase de dudas, a la aceptación del amor, y por fin al abandono doloroso. Este último se explica el autor a sí mismo, fue siempre resultado de su tenaz deseo de cumplir con sus deberes patrióticos, razón que sin duda el diarista siente como verdadera, pero que al lector-espectador le puede parecer demasiado simple. Ciertamente la huida de estas tres mujeres a quienes Hostos amó apasionadamente, puede atribuirse a sus obligaciones de patriota y político; pero además influyen en ella su pobreza, su timidez, su indecisa posición social, y sobre todo creemos, el persistente anhelo del escritor de encontrar el elevado ideal femenino con que sueña.

En una reminiscencia sentimental, Hostos justifica su rechazo del amor de varias damas que lo amaron diciendo que ellas representaban «realidades incompletas» que no le satisfacían (I, 223). El ideal de mujer que desea el diarista debía poseer no sólo las virtudes espirituales que se esperaban de una joven de la época, sino además ciertos atributos físicos bien específicos.

La mujer que enamora al puertorriqueño es siempre muy joven. Las tres damas mencionadas más arriba, eran adolescentes cuando fueron amadas por el autor; Inda, su esposa, tenía quince años al contraer matrimonio. Éste no es un fenómeno extraño en el tiempo en qué vivió el escritor, pero en su caso, tiene que ver con el poderoso afán de Hostos de hallar en su compañera una máxima pureza, que le permita formarla por sí mismo. Este pigmalionesco deseo del diarista, se justifica si se piensa en la pobreza de la instrucción que recibían las mujeres en aquellos días y por eso no asombra leer que en el caso de Carolina e Inda, el enamorado prepare sendos planes de estudio para perfeccionar a sus amadas (I, 353; II, 264).

En cuanto al físico, hay una interesante semejanza entre el ideal de mujer soñada y la apariencia de la madre del escritor. Hostos sueña con una mujer rubia y de ojos azules, como lo había sido doña Hilaria Bonilla: «Decía ella, y ahora comprendo la intención, que quisiera ser rubia y tener ojos azules. Sabe que éste es mi ideal» (I, 352)50.

La mano artística de Hostos se revela especialmente cuando describe a sus amadas o cuando analiza sus sentimientos amorosos. Con pocos trazos; una sonrisa, un movimiento, una frase, proyecta una imagen expresiva y verídica de las mujeres. La juguetona Cara, la apasionada Manolita, la grave Carmela quedan grabadas así, como figuras de carne y hueso y no como meros nombres.

La fuerza del amor, destruye en ocasiones las barreras alertas de la razón y el escritor se deja arrastrar por la emoción: «La amo, la amo, la amo y no oso evitarlo. He pasado mi vida en contener mis pasiones por medio de la razón, y he aquí como lo que debía hacerme fuerte, feliz me hace el más débil de los hombres y en consecuencia el más infeliz» (II, 21).

Con más frecuencia sin embargo, se impone el juicio poderoso, y el diarista es capaz de examinar sus sentimientos y exponerlos con la lucidez y claridad de un diagnóstico clínico:

«Pienso que ella necesita educación, y no me espanto, y estoy pensando en los medios de dársela. Pienso que no es rubia y mi ideal estético se pasea a cada momento por la idealidad; pero tal vez vale más la tranquila confianza que me inspira esa alma sencilla, que los transportes de alegría frenética que me causara la realidad de mi ideal... Tal vez me ame. Si la próxima ausencia o contrariedades impensables no lo mortifican, el afecto realmente moral que ella me inspira, el amor apacible que tengo a su alma sencilla, no llegará a pasión, y podría dominarlo en cuanto quisiera: anoche mismo, después de aquella muda confesión, ninguno de los síntomas del amor enfermizo me dominó. Pienso más en el matrimonio que en la pasión; más me ocupo de ella como esposa que como amante».


(I, 352)                


La última parte de lo transcrito ilustra muy adecuadamente otro de los rasgos generales de los intimistas comentados por Girard, que comparte el puertorriqueño. Al hablar de algunas características que asemejan a los autores de diarios íntimos con los escritores románticos, el crítico se refiere a la dificultad que ambos evidencian para unir el amor físico con el espiritual, típico rasgó de románticos y adolescentes (493). Ya se ha visto cómo Hostos, hombre representativo de su tiempo, hace una estricta división entre el amor bueno y el «enfermizo» que él, «diablo y ángel, bestia y hombre» puede sentir (I, 369).

Hay varias frases en el Diario de Hostos que revelan el empeño del diarista por mantenerse puro y las siguientes, escritas por el autor poco antes de su matrimonio, podrían interpretarse como indicación de que el escritor no tuvo experiencias sexuales antes de casarse: «Íntegra está mi naturaleza; íntegro en ella todo el amor a que ahora me abandono por primera vez y por completo» (II, 267). Así parece estimarlo Américo Lugo, ensayista que vio ciertos rasgos psicopáticos en la personalidad de Hostos, cuando dice de él que se había conservado «doncel»51.

La lucha que vivió el autor para dominar la carne, puede verse en la narración de aquel extraño episodio de su forzada noche en el mismo cuarto con una prostituta (I, 87); pero, sobre todo, en las alusiones a sus días de cortejo de su futura esposa. Las citas son abundantes: «Se trata de mantener puro de toda apariencia carnal un amor que no es carnal» (II, 269); «[...] anoche sufrí yo por segunda vez aquella enajenación del deleite que, aunque estuviera más distante de la culpa de lo que en realidad está, ni es inocente en un amor puro, ni digna en un amor inocente» (II, 269)52; «Burlándome de mi experiencia, utilizando mi confianza y aprovechando mi descuido, la pasión ha roto el dique, y aquí está» (II, 274).

A pesar de la castidad de los enamorados, el diarista confiesa que «el demonio de la pasión» sigue bramando, y el mismo Hostos llega a admitir que es quijotesco el ideal que siempre ha querido conservar en sus relaciones amorosas (II, 271).

Sobre el tema del amor, que tan bien sirve para iluminar aspectos menos conocidos de Hostos, queremos repetir lo dicho antes sobre la necesidad de incluir algunas partes de Páginas íntimas en el Diario, pues ellas complementan de magnífico modo el retrato del hombre tierno, amantísimo de su esposa e hijos que fue el autor.




Rebeldía

Dentro de los rasgos generales de los intimistas enunciados por Girard, hay uno que no parece ajustarse a la personalidad de Hostos y que señala una importante diferencia. Cuando habla de las coincidencias entre románticos e intimistas, el crítico menciona que estos últimos carecerían del espíritu de rebeldía que caracteriza a los primeros (493)53.

Si calificamos como rebelde a aquel que se opone a lo establecido y endereza contra la corriente general, no hay duda de que Hostos fue un rebelde desde muy joven. Fuera de algunas acciones infantiles que muestran una fuerte tendencia en esta dirección (I, 17-18), el primer acto serio de rebeldía es su rechazo a conformarse a un sistema de enseñanza que repugnaba a sus ideas y principios.

No está claro que Hostos haya terminado sus estudios de bachillerato en Bilbao. Según nota de Pedreira, el permiso de su entrada en la Facultad de Derecho y Filosofía de la Universidad de Madrid estaba condicionada a la terminación de estudios anteriores54. Los comentarios que registra el Diario sobre esto, pueden interpretarse como resultado de un problema administrativo que sufrió el autor, o como una crítica general sobre el sistema de educación: «La organización de la enseñanza me impidió el estudio del derecho» (II, 23); «Mi posición académica, que no podía ser más falsa, me tenía en la continua alternativa de las tensiones de amor propio y de las incertidumbres de conciencia: si iba a la Universidad, me parecía humillante resignarme a otros estudios que aquellos que, a haber estudiado normalmente, hubiera podido estar haciendo: si no iba, me acordaba de los consejos de mamá, de las cartas amonestadoras de papá, del dinero que sin fruto invertía en una educación que no era la designada por él» (II, 289).

A pesar de las amonestaciones y consejos, el caso es que Hostos no se conformó con la ruta más fácil de seguir los requisitos usuales y eligió el arduo camino del autodidacta cuando abandonó por completo los estudios universitarios.

La participación del diarista en el conato revolucionario de Madrid en 1865, la publicación de Bayoán que critica al gobierno español establecido, su actividad periodística en pro de la causa republicana y liberal, son otras demostraciones del espíritu de rebeldía que animaba al escritor.

Como rebeldía se puede calificar también lo que Hostos llama su «radicalismo», cuando propicia la independencia total de las Antillas y se opone tenazmente a la venta de Cuba o la anexión de Puerto Rico a los Estados Unidos, único medio de liberarse de España según muchos contemporáneos (I, 213).

Como corolario a la falta de espíritu rebelde en el intimista, Girard agrega que éste ignora también el entusiasmo y la exaltación que poseyeron los románticos. Estos rasgos significarían la exteriorización, el salirse de sí, fenómenos que repugnarían a la naturaleza introvertida del redactor de un diario íntimo (494). Parece innecesario tratar de demostrar que el Diario de Hostos está lleno de instancias que lo dibujan exaltado y fuera de sí, como se ha visto en otras páginas. Ahora sólo queremos recordar un conmovedor ejemplo de entusiasmo en aquel episodio que describe el recibimiento de una esperada carta de su esposa ausente, donde el diarista loco de contento, corre en busca de alguien a quien abrazar antes de leer el ansiado mensaje (II, 286).




Preocupación por el cuerpo

En páginas anteriores nos referimos al marcado tinte melancólico que tienen los diarios íntimos, resultado de la tendencia de sus autores a analizar con especial atención sus fracasos y debilidades, y observamos que un sentimiento de aguda tristeza permeaba también el Diario de Hostos. Ahora veremos cómo la frecuencia de los estados depresivos y la secuela que ellos dejan en el físico del escritor, empujan el cuidadoso interés con que anota lo que atañe a sus dolores morales y corporales.

En la parte titulada «La conscience du corps» Girard sostiene que es frecuente entre los intimistas preocuparse detalladamente de su estado físico, que por lo común es más bien precario (507). El crítico adelanta que sería muy difícil asegurar si las repetidas indisposiciones que anotan los escritores de diarios se pueden atribuir a específicas causas fisiológicas, o si son el resultado de una combinación físico-psicológica (507).

Desde temprano en el Diario tenemos explícita la determinación del que lo escribe, de registrar lo que concierne a su salud. Del 3 de octubre de 1866 se lee lo siguiente: «Conservar las recetas de los médicos; tener presente el valor de las medicinas; comparar el valor de los dolores corporales que se curan con los morales incurables, es un extraño estudio, cuyas bases echo desde hoy» (I, 38-39). Cumpliendo lo propuesto, se nos da la receta con que el autor curó el cólico que lo aquejaba en ese momento, como antes nos había enterado cómo aliviaba un dolor de muelas (I, 35).

Fuera del conocimiento sobre específicos males que sufrió el escritor, lo interesante de esta materia es ver la clara comprensión que tuvo Hostos de las enfermedades de tipo psicosomático, y su habilidad y clarividencia para analizar las relaciones entre sus dolencias corporales y sus angustias espirituales. El párrafo que sigue se encuentra en el Diario después de un extenso y penoso recuento que el autor ha hecho de sus fracasos:

«Si yo siguiera creyendo, aunque no lo dudo, que las crisis morales se resuelven por crisis orgánicas estaría contento. Desde anoche siento un malestar, que agrava por momentos y estoy sintiendo venir la calentura. El corazón sigue doliéndome; en razón, castigándome».


(I, 227)                


A los dos días siguientes, después de haber estado postrado en cama, se dice que su mal se debió tal vez «al frío o pasmo»; sin embargo inmediatamente a continuación escribe:

«Que una causa moral obra constantemente sobre mis órganos, y principalmente, sobre mis vísceras esenciales, el hígado y el corazón, no es de dudar, observada una vez la enorme dificultad digestiva de que sufro, y una vez sentidos los dolores de corazón que, aunque probablemente desarrollados por excesos físicos, tienen su origen en las emociones, en las concentraciones violentas a que he tenido que sujetarme».


(I, 228)                


Los excesos físicos no especificados por el autor, se refieren posiblemente a sus luchas en la junta de patriotas, a su gran preocupación por la falta de dinero y de trabajo; pero sobre todo quizás, a las miserables condiciones en que Hostos vive ese invierno de 1870 en Nueva York.

Con una curiosa intuición de fenómenos psicológicos desconocidos en la época, el diarista se estudia con atención para descubrir si hay en él cierta morbosa inclinación al sufrimiento. Así parecen indicarlo frases como: «[...] la complacencia dolorosa que me produce la tristeza» (I, 375); o «[...] me esfuerzo por moderar los ímpetus de mis dolores y por huir de los encantos peligrosos de esa tristeza involuntaria, heredera de aquella melancolía medio natural y medio provocada...» (I, 84). No obstante que el escritor protesta por su largo aprendizaje en el dolor (I, 216), en ciertas ocasiones se acusa de buscar intencionadamente el papel de un mártir: «Yo me inclino más al papel pasivo de mártir que a cualquier otro» (II, 82); «Será preciso que me haga un mártir o un héroe» (II, 91).

Al cuidadoso registro de sus enfermedades, debe añadirse la extraordinaria objetividad de Hostos para analizar y atreverse a revelar síntomas de aflicciones que la mayoría se negaría a reconocer aún privadamente. Así por ejemplo, el escritor observa que con el tiempo se va tornando «bilioso y nervioso» (I, 43) y excesivamente desconfiado y suspicaz (II, 287). En agosto de 1872 escribe: «Me estoy haciendo un poco colérico, el pesimismo me invade y la irritación llega al corazón» (II, 39). Más tarde, en 1878 apunta: «Mala, pésima vida en sí misma es la mía. Y aún la hacen peor mi completa soledad moral, mi desconfianza de todo y de todos, mi susceptibilidad excitadísima, mi suspicacia exacerbada» (II, 284-285). Durante la misma época, sintiéndose calumniado y perseguido, en una curiosa e interesante analogía el autor se pregunta si está sufriendo el mal que afligió a Rousseau: «Y o yo me encuentro muy enfermo de ánimo y tengo la manía de Rousseau o continúan» (II, 295)55.

Hostos se reprocha a menudo su «mucha excitabilidad y mucha impetuosidad», que el diarista llama sus defectos capitales (I, 288), que le hacen reaccionar con violencia a la menor provocación contra su dignidad: «La suposición de una ofensa me irrita más que la ofensa y lo echo todo a rodar» (I, 288-289). Este rasgo de carácter puede explicar tal vez, el hecho de que el diarista se haya visto envuelto, por lo menos tres veces, en desafíos a duelos para solucionar ofensas56.

Entre las anotaciones que Hostos hizo de sus males físicos hay varias que aluden a fuertes dolores en la base de la cabeza, que el escritor llama cerebrales. Junto al registro del dolor físico, el autor se pregunta a veces si esta aflicción puede ser síntomas de enfermedad mental. La cita siguiente ilustra muy bien los dos hechos, y además pone de relieve la tenaz persistencia que impele al diarista a analizarse:

«No estoy bien: no duermo. El sueño, que era mi única fortuna, me abandona también. Siempre sondeando el abismo, la noche como el día se pasa sondeándolo. A veces siento debajo del cráneo, en la envoltura de mi cerebelo, una especie de onda eléctrica, semejante a la que a menudo he experimentado en mis transportes de entusiasmo, pero que, lejos de ser la agradable sensación material de una noble emoción espiritual, es muy dolorosa. Esto tiene dos causas, una moral, física la otra. ¿Síntomas de enfermedad mental? Puede ser. Sería el coronamiento del estudio rabioso, brutal, implacable, que he hecho de mis facultades morales e intelectuales, la necesidad de estudiar en mí mismo el nacimiento y desarrollo de una locura».


(II, 174)                


Dos días después, el 17 de enero de 1875, rumiando su desesperada situación económica que no le permite ni siquiera el franqueo de cartas que necesita enviar, vuelve a sentir la misma «onda eléctrica» que recorre su cerebro (II, 177).

Consideradas las circunstancias bajo las cuales escribe el autor, no es sorprendente que la intensidad de su sufrimiento provoque ese tipo de dolor físico, y su angustia lleve al diarista a pensar en enfermedades mentales. Pero hay otras ocasiones en que Hostos habla directamente de la posible pérdida de la razón. En 1873 en Santiago de Chile, apunta: «Hay algo tan mecánico en todas las funciones de mi ser que temo por momentos, sobre todo cuando el cerebelo tan sano antes comienza a molestarme, volverme loco o estar ya monomaniático» (II, 43). En 1903 reflexiona sobre los «dolorosos vaivenes de razón» que padeció en 1901, y las tres ocurrencias de pérdida de tranquilidad de razón que vivió en 1871, 1878 y 1887 (II, 423-424)57.

Si se recuerda que los intimistas viven con tanta intensidad los sentimientos de fracaso, y que su inadaptación social viene aparejada de tristeza y de melancolía, es casi natural no sólo que piensen en desequilibrios mentales, sino que aún contemplen ideas suicidas. Alain Girard observa que la tentación del desaparecimiento completo se halla en muchos redactores de diarios íntimos, que ven como el único remedio para terminar con el tremendo disgusto de sí mismos, y la imposibilidad de cambiarse en otros seres (519). El hecho de que ninguno de los intimistas que estudia haya llevado a cabo el suicidio, es para el crítico muestra fehaciente de la lucidez mental que ellos poseen (525).

Aunque el Diario de Hostos no explora la posibilidad del suicidio de manera obvia, hay alusiones que hacen pensar que también el escritor tuvo alguna vez el anhelo del desaparecimiento total como término de sus padecimientos. Hostos condena el suicidio porque es uña prueba de debilidad, pero para él es peor todavía el vivir una vida improductiva: «El suicidio es una debilidad; pero es un crimen el no ser hombre útil» (I, 36). Una sola vez, en 1866, en uno de aquellos períodos de pobreza y abulia intelectual que tanto mortifican al autor, menciona la palabra suicidio como una probabilidad en su existencia: «Estoy mal, estoy mal. Loco o suicida» (I, 43). En otras dos ocasiones el diarista expresa odio por la vida (II, 39), y deseo de la muerte: «[...] no hay otro remedio contra este mal de dignidad que va matándome y haciéndome seria, tranquila y reflexivamente desear la muerte» (I, 80).

No hay duda de que las citas del Diario transcritas en este último apartado, constituyen un material valiosísimo para el análisis caracterológico de Hostos, que está todavía por hacer. Nosotros nos limitaremos a registrar su existencia, absteniéndonos de comentarlo dado lo delicado de este terreno y la falta de conocimientos especializados. Lo que sí queremos acentuar, además de la franqueza del escritor, es su persistencia en la práctica de la observación interior que como veremos, perduró hasta los últimos días de su vida.

En junio de 1903, al reflexionar sobre las perturbaciones que algunas personas habían sufrido como consecuencia del motín revolucionario que había ocurrido en Santo Domingo, el diarista descubrió que su propia mente presentaba el «caso de neuropatía más aguda» (II, 423). El autor trata entonces de estudiar los cambios que advierte en él y comprender por qué ha perdido la tranquilidad y el optimismo que tan laboriosamente había conquistado.

Es obvio por lo que escribe, que los tumultuosos sucesos presenciados han producido una viva reacción física y emocional que desgasta su cuerpo y espíritu. La misma repulsión que el contacto con lo injusto, lo cruel, lo incivilizado, le había enfermados antes, va a minar su organismo y ser directa causa de su muerte58. Las páginas del Diario son un testigo dramático e inusitado de la influencia que el cansancio espiritual va ejerciendo en la progresiva decadencia fisiológica del diarista, cuando se ve rodeado por la insensata destrucción de la guerra. La última hoja de la obra, sobre todo, es el más conmovedor testimonio en este sentido. Es ahora 6 de agosto de 1903, y por primera vez en su escrito, Hostos habla de sí mismo como de otro bajo el significativo nombre de Sócrates59. El pobre Sócrates, enfermo y abatido nos da un recuento del estado del escritor que va a morir cinco días después, trozo que por su patético significado copiamos a continuación:

«Volví a hallar al pobre Sócrates. Ya está muy abatido. Al "¿Cómo va, señor?", me contestó: "Arrastrándome", efectivamente arrastraba un tanto las piernas. Y comentó el arrastre. "Hace días siento calambres que a veces son fuertísimos al despertarme y que después se convierten en un cansancio de piernas doloridas. Aún más fastidioso que ese achaque de casa vieja, es la cantidad de sedimento de estómago que se me han depositado en la lengua, y que ya parece que no cede a los purgantes. Mientras tanto, trabajando, a pesar de que me prescriben el descanso completo. Pero el trabajo es hasta un entretenimiento indispensable en mi mal". "Pero, en suma -le pregunté con interés afectuoso- ¿qué mal es?". "¿Mi verdadero mal? ¿El verdadero?". "Ese". "Mi mal verdadero...".

No había en su voz ninguna amenaza de suicidio; pero sí una tan intensa expresión de fastidio de la vida, que repercutió hondamente en mi cerebro, tan poseído ya también del fastidio de la vida».


(II, 430)                









ArribaConsideraciones finales

Al hablar de la escasez de los escritos autobiográficos, don Miguel de Unamuno predecía que el género confesional difícilmente se adaptaría en suelo hispánico porque sus hombres son reacios a mostrar su interioridad que suele ser de «flaquezas y miserias, de debilidades y pequeñeces, [...]»60. Esta frase de Unamuno resulta muy adecuada para describir la sustancia más propia del diario íntimo que nace precisamente del conocimiento de flaquezas y miserias y el anhelo de superarlas.

La poca cantidad de diarios, memorias y autobiografías escritas en español, y el hecho de que las que tenemos descuidan o ignoran el análisis introspectivo, no sólo apoya el aserto de Unamuno, sino que pone de relieve la excepcional importancia de la obra de Hostos, primer diario íntimo de las literaturas hispánicas.

Reconociendo que las diversas corrientes espirituales que sacudieron el siglo XIX fomentaron el nacimiento y desarrollo del diario íntimo, todavía produce perplejidad la solitaria existencia de las páginas de Hostos que no cuentan con semejantes en la lengua, por lo menos en los años en que vivió el escritor61. Quedará por averiguar el complicado problema del por qué el hispanoamericano se adelantó a otros en la dolorosa apertura de su interioridad, y por qué su caso constituye excepción62. Pero cualquiera que sean las causas, este Diario permanecerá como documentó inapreciable sobre las esencias caracterizadoras del hombre hispano.

El intimista, hombre egocéntrico, introverso, tímido, orgulloso, idealista, ambicioso, emotivo y sentimental, es el que escribe diarios íntimos. Ya hemos visto cómo Hostos se ajusta a este perfil, origen de los rasgos más sobresalientes que caracterizan al género: la tendencia a la tristeza, a la rememoración, los sentimientos de inadaptación, de fracaso y de soledad.

En esta síntesis hay que recordar también que el diario íntimo presenta a su autor luchando por conocerse para transformarse por lo que insiste en escudriñar su intimidad despreocupándose a menudo de anotar lo que ejecuta su yo visible. Buen exponente de esta clase de escrito, las páginas de Hostos que encierran muchos sucesos de su vivir, no cubren todos sus días ni exhiben todas sus acciones. El detalle cronológico del hacer del hombre, incompleto en el libro, se compensa en cambio con algo que otros estudios no pueden proporcionar; la propia conciencia del escritor analizando los pasos que lo llevaron a realizar la obra exaltada en historias y biografías.

Juzgado por lo que dicen biógrafos e historiadores, Hostos fue inmaculado prócer, mártir de la libertad y egregio pedagogo; adjetivos muy merecidos, pero que contribuyen a formar una imagen estereotipada de héroe de mármol y no de carne y hueso. El Diario lleva a cabo en este sentido, uno de los valores más grandes de estos documentos: el poder entrever algo del proceso de desarrollo de una personalidad excepcional. La silueta de Hostos se humaniza cuando podemos asistir a una parte importante de su formación y, guiados por sus anotaciones, lo encontramos misántropo e hipocondríaco a veces, maniático otras, invadido por la soledad y la tristeza casi siempre, iluminado por el amor en diversas ocasiones, pero siempre persistiendo en vivir guiado por sus altos ideales.

Aún concediendo que un diario carece de los artificios propios de otros géneros y que su origen se debe a razones muy diversas de las que sirven de acicate a otros quehaceres literarios, es indudable que existen diarios cuyos valores les hace permanecer en el tiempo y otros que se pierden en rápido olvido. ¿Cuáles deben ser los cartabones para enjuiciar el mérito estético de una producción de esta clase? ¿Deberá la vida expuesta ser una llena de aventuras y peripecias? ¿Tendrá el diarista ideal que anotar escrupulosamente cuanto le sucede? ¿Deberá el lenguaje cumplir ciertos específicos requisitos?

La permanencia de los diarios de Amiel da una respuesta negativa a la primera pregunta. Las anotaciones incompletas de un Stendhal o de un Constant, responden con otro no a la segunda. La tercera incide en el meollo del logro artístico y, aunque el propósito de este trabajo no abarca esta materia, hay necesidad de una breve referencia a ella.

Si para explorar las calidades de un diario íntimo, partimos de la suposición de que su autor compone un documento privado, esencialmente para sí mismo, cabe esperar aquí una mayor correspondencia entre el espíritu y la letra del que escribe, que en otras producciones literarias. Aquello de que «el estilo es el hombre», deberá cumplirse mejor que nunca en un diario íntimo y por lo tanto la cualidad más deseada en estos escritos será la autenticidad, entendiendo por tal, la virtud de presentar en un grado efectivo la sustancia ínsita del hombre, su nota más personal, aquélla que lo hace ser sólo él, una vez despojado de las máscaras que nos asemejan unos a otros.

Para que este milagro de revelación se produzca, será indispensable que el diarista posea el anhelo de explorar su yo íntimo y la capacidad para expresar con franqueza lo que siente y piensa. Este rasgo, tan desusado dentro de lo autobiográfico en español, se da ampliamente en el Diario de Hostos. Como vimos en las páginas precedentes, el puertorriqueño no sólo tiene la voluntad de descubrirse interiormente, sino que está dotado también de una insólita candidez para exponer lo descubierto.

Pero ni el deseo de la exploración interior ni la franqueza, cualidades tan estimables en estos escritos, bastarán para hacer de un diario un objeto digno de estudios literarios. Ellas no son suficientes si el diarista carece de la pericia necesaria para entregar de manera convincente los hallazgos de sus viajes a la intimidad. Como cualquier texto de calidad, el que escribe deberá poseer una voz inconfundible que sea eco adecuado para la sustancia que anota, y cuya resonancia, en el caso del diario, pueda ir formando para el lector una imagen fiel del ser único dueño de esa voz. Esto sucede en el Diario de Hostos. El lenguaje se acomoda muy bien para expresar una variada gama de estados interiores. Merecedora de estudios más detenidos, la prosa de la obra es un vehículo eficaz para añadir la ternura, la emoción y la pasión que un crítico echaba de menos en el estilo de Hostos63.

Para juzgar la importancia del libro desde otro ángulo, hay que recordar que en la accidentada crónica hispanoamericana no se hallan muchos documentos que permitan adentrarse en la intrahistoria de revoluciones y patriotas. Estas palabras siguen evocando con persistencia caducas impresiones de batallas heroicas, discursos vibrantes y aclamaciones callejeras, con exclusividad del lado menos brillante de los asuntos públicos. Rara vez salen a la luz las pasiones que movieron a los que conocemos sólo por estatuas o apologías -vacilaciones, frustraciones, dolores, amores, odios- que también forman parte de la grandeza y del heroísmo. El Diario de Hostos es uno de estos documentos. Como pocos en nuestra lengua ofrece el envés de la gloria de un proceso histórico y de un hombre.

No obstante que el Diario, tan buen ejemplo de aquéllos que se clasifican como íntimos, fue escrito por su autor principalmente para sí mismo, como su quehacer vital está dirigido por la idea de la independencia de las Antillas, una parte importante del desarrollo histórico de esa región se asoma por sus páginas. La sinceridad del diarista, cualidad innegable de su personalidad, autentiza sus juicios y valoraciones que no siempre concuerdan con las opiniones e interpretaciones de otros testigos. Hostos, que no cerraba los ojos a sus propias debilidades, fustiga con energía posiciones y acciones de contemporáneos, enriqueciendo con sus puntos de vista el campo de investigación.

Pero el Diario no es sólo importante en referencia al pasado. Algunas páginas resultan asombrosamente válidas para el presente. Recordemos que la obra, además de ofrecernos una entrada en el alma de un hombre extraordinario, es la historia del esfuerzo por hacer realidad la hermosa idea de la unión antillana. Varias de las razones del fracaso de la empresa se pueden entrever en las situaciones que vivió Hostos, muchas de las cuales por desgracia se mantienen en vigencia.



 
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