Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.

  —[264]→     —265→  

ArribaAbajoCarmen Conde


  
 Carmen Conde

Carmen Conde
(Cartagena, 1907-Madrid, 1996)

  —[266]→     —267→  

Nacida en Cartagena, autodidacta, de amplia obra en la narrativa, el ensayo y la literatura infantil, Carmen Conde suele ser incluida en la llamada «generación del 36» como una de las voces femeninas más destacadas de la poesía de posguerra. Antes de la guerra civil publicó dos libros de poemas en prosa, un género que entonces algunas poetisas -ante el recelo de bastantes críticos- parecieron querer poner de moda. La herencia modernista y el magisterio de Juan Ramón Jiménez resultaban muy evidentes en esas páginas, a la vez delicadas y apasionadas. Gabriela Mistral, en el prólogo a Júbilos, subtitulado «Poemas de niños, rosas, animales, máquinas y vientos», escribió: «El género, que yo también cultivé, se me había vuelto muy sospechoso. Generalmente lo cultivamos las mujeres por pereza de construir la poesía en verso, lo cual es la norma racional. Por lo general se da a ello un grupo de almas que fluctúa entre lo poético y lo prosaico, como un pez entre aguas delgadas y gruesas, incapaces, sin aletas ni branquias fuertes, para navegar en la zona de la poesía pura, y a la vez sin la capacidad suficiente para hacer la buena prosa, que es también ardua. Género para lasos y para mixtos».

En los años cuarenta, tras la experiencia de la guerra civil, renace como poeta Carmen Conde, olvidada ya de delicuescencias juanramonianas, con una poesía neorromántica y bronca, muy en la línea rehumanizadora de la posguerra. Buena parte de su obra es «poesía de la mujer, en ella y desde ella», como ha escrito Emilio Miró en el prólogo a su Obra poética.

Obra poética

Brocal (Poemas en prosa), Madrid, La Lectura, 1929; 2.ª ed., Madrid, Almodóvar, 1980; 3.ª ed., Madrid, Biblioteca Nueva, 1984.

Júbilos, Murcia, Sudeste, 1934. Prólogo de Gabriela Mistral.

Pasión del verbo, Madrid, edición privada, 1944.

Ansia de la gracia, Madrid, Adonais, 1945.

  —268→  

Sea la luz, Madrid, Mensaje, 1947.

Mujer sin edén, edición de la autora, 1947.

Mi fin en el viento, Madrid, Adonais, 1947.

Iluminada tierra, Madrid, edición de la autora, 1951.

Mientras los hombres mueren, Milán, Instituto Editorial Cisalpino, 1952.

Vivientes de los siglos, Madrid (col. Los poetas), 1957.

Los monólogos de la hija, Madrid, edición de la autora, 1959.

En un mundo de fugitivos, Buenos Aires, Losada, 1960.

Derribado arcángel, Madrid, Revista de Occidente, 1960.

Poemas del mar Menor, Murcia, Universidad, 1960.

En la tierra de nadie, Murcia, El Laurel del Sureste, 1960.

Su voz le doy a la noche, Madrid, edición de la autora, 1962.

Jaguar puro inmarchito, Madrid, edición de la autora, 1963.

Obra poética (1929-1966), Madrid, Biblioteca Nueva, 1967 [incluye varios libros inéditos]. Prólogo de Emilio Miró.

A este lado de la eternidad, Madrid, Biblioteca Nueva, 1970.

Corrosión, Madrid, Biblioteca Nueva, 1975.

Días por la tierra. Antología incompleta, Madrid, Editora Nacional, 1977. Introducción de Miguel Dolç.

Derramen su sangre las sombras, Madrid, Torremozas, 1983.

Brocal. Poemas a María, Madrid, Biblioteca Nueva, 1984. Introducción de Rosario Hiriart.

Antología poética, Madrid, Austral, 1985. Estudio preliminar de Rosario Hiriart.

Bibliografía

Barceló Jiménez, Juan y Ana Cárceles Alemán, «La obra poética de Carmen Conde», en Escritoras murcianas, Murcia, Academia Alfonso X el Sabio, 1986, págs. 121-134.

Dolç, Miguel, «Hacia el orbe poético de Carmen Conde», introducción a Días por la tierra. Antología incompleta (1977), págs. 7-25.

Miró, Emilio, «La poesía de Carmen Conde», en Obra poética (1929-1966) (1967), págs. 9-23.

——, «Carmen Conde», en Antología de poetisas del 27, Madrid, Castalia, 1999, págs. 88-102.

Mistral, Gabriela, «Carmen Conde contadora de la infancia», prólogo a Júbilos (1934).

Rubio Paredes, José María, La obra juvenil de Carmen Conde, Madrid, Torremozas, 1990.

  —269→  

Círculo máximo

I

Alrededor de mí, tú.

Estás buscando un punto para clavarte a él. Acaso esto no sea posible. No porque yo no quiera ser inundada por ti, sino porque yo estoy lejana de todo. De puntillas sobre mi corazón.

Ni me enteré del color que tomó el cielo cuando cantabas, ni del diámetro que tiene la distancia que me separa de Dios.

II

Voy y vengo. Iré y vendré.

Soy la pasajera inmóvil de tus ríos.

Si no supieses nada de esta colina blanca crecida de mí, no podrías tomar impulso y saltarla.

He aquí que tú naufragarías.

[Brocal]

  —270→  

Caballos

En los ríos apretados de agua se hundieron gozosos los caballos. Venían despacito, descansando de la faena durísima y encontraron las limpias corrientes tranquilas.

Eran unos espléndidos caballos de ebonita. Tenían los ojos retallados de paisajes.

Cuando emergieron, para salpicar de agua el césped y las campanillas doradas, la tarde se llenó del olor ácido a tierra llovida.

[Júbilos]

  —271→  


ArribaAbajo Adolescentes


ArribaAbajo Sobre la eterna piedra del mundo tan compacto
la traza débil, fresca, de tu desnudo cuerpo.
Todo es muy duro y agrio, se rebela enemigo,
y te alzas tan joven y segura, tan tierna...

No es verdad que las flores luchen siempre calladas.
Ellas gritan su olor y se mueren temprano,
cuando tú, que eres más, sufres doble que ellas
y además mueres tarde, porque ya te marchitas.

  —272→  


ArribaAbajo Una criatura sola


ArribaAbajo Toma de mi pecho tu ventura.
En amor el donante es un esclavo.
En tus ojos, que son todos los ojos
de este mundo de ver que ve la vida,
yo retengo la luz de un océano.

En tu rostro se suman los semblantes
de todas las criaturas que han nacido.
Por tu voz de milagro se derraman
los amores que todos padecieron
y que son, como tuyos, el que abraso.

¡Qué prodigio tenerte conteniendo
a todos los amantes que murieron
y que nacen amando hasta la muerte!
Y coger, de tu alma enamorada,
este cuerpo de luz que es nuestro sólo.

[Iluminada tierra]

  —273→  


ArribaAbajo [Un bosque...]


ArribaAbajo Un bosque de espesa arboleda en silencio,
salvaje y rotunda espesura de ramas;
callados, quemados, hirientes ramajes del odio
cerrando horizontes de lumbre del sol...
El mundo era eso, muchachos; el mundo
viviéndolo, ajenos, vosotros y yo.

Y ahora: cervatos alegres, caballos ligeros,
renuevos del viento que rompe y descuaja,
torrentes que quiebran su yelo,
manadas de toros que braman su brío,
incendios y truenos, los rayos crepitan.
Ya huelen las selvas a Dios que predica,
los ríos son voces que exhala su pecho.
¡Muchachos, andad! El mundo os reclama
y no vive el hombre cuando ancla su pie.

[En un mundo de fugitivos]

  —274→  


ArribaAbajoDespedida en un alba


ArribaAbajo ¿En qué nos detuvimos
cuando mirábamos, quemando lo que veíamos,
con manos que ardían
hasta fundir lo tactado?

En un hombre padecido,
en un niño sollozante,
en una triste bestia sometida,
en la mujer que se aguantaba, rebelde.

Nos detuvimos en las flores,
en los trémulos árboles;
jamás en la fealdad,
ni en la soberbia, ni en lo superfluo.

Éramos criaturas hacia la luz;
llameantes y aferradas
alucinaciones de hermosura.

Éramos y seremos hasta el fin
cortezas de un cuerpo invisible:
hambrientos e insaciables ojos.

[Enajenado mirar]