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ArribaAbajo Primera resonancia: el conocimiento

La primera edición de Ariel apareció en los días iniciales del mes de febrero de 1900. El Día la anunciaba como inminente el 23 de enero.

Los ejemplares, impresos por Dornaleche y Reyes y enviados a librerías, fueron absorbidos rápidamente, pese a lo angosto de nuestro mercado. Mucha mayor significación cobran los que Rodó retiró para sí y envió por su propia mano. El autor distribuyó generosamente su opúsculo, sirviéndole para ello las listas de corresponsales y lectores de la Revista Nacional de Literatura, que llevaba en un gran cuaderno. El envío personal fue, hasta la edición española de 1908 y las hispano-uruguayas de 1910 y 1911, el medio esencial de su conocimiento. Lo realizó Rodó con ánimo verdaderamente apostólico (Ibáñez le llamó con justeza «milicia literaria concurrente»176), que dice muy a las claras la trascendencia que le asignaba a su discurso como promotor de esas energías creadoras que habían de moldear «el barro de América».

Las dedicatorias de Ariel llevaron un acento invariablemente humilde y cordial, rechazaron la profusión elogiosa, contenían casi siempre incitaciones a la tarea de redención hispanoamericana; eran respetuosas y a menudo admirativas.

Se inscribían en el libro mismo o adoptaban forma epistolar177. Decía Rodó: «A Almafuerte: en el deseo y la esperanza de que encuentre en estas páginas fugaces alguna idea digna de ser recogida y propagada»178. Y a Cané: «Al Dr. D. Miguel Cané, con el deseo y la esperanza de que las ideas que se exponen en estas páginas fugaces le parezcan fecundas para la educación de las democracias de América y propias para orientar y definir el espíritu de su juventud»179.

Lo hacía más extensamente, dirigiéndose a César Zumeta:

Teniendo yo la pasión, el culto, de la confraternidad intelectual entre los hombres de América [...] Le envío un ejemplar de un libro mío que acaba de salir de la imprenta. Es como Ud. verá, algo parecido a un manifiesto dirigido a la juventud de nuestra América sobre ideas morales y sociológicas. Me refiero en la última parte a la influencia norteamericana. Yo quisiera que este trabajo mío fuera el punto inicial de una propaganda que cundiera entre los intelectuales de América. Defiendo ahí todo lo que debe sernos querido como latinoamericanos y como intelectuales...180



Pocas figuras destacadas de España e Iberoamérica (aun de Filipinas) dejaron de recibir Ariel. Pero estos ejemplares no sólo fueron enviados a escritores relevantes o universitarios o políticos. En su fervor y en su inalterable benevolencia, Rodó distribuyó a los cuatro vientos sus envíos -en paquetes a veces de varias unidades y, por lo general, acompañados por carta o usando en ocasiones la vía administrativa- a cuanta persona (insignificante casi siempre) le solicitara el libro o él supiera que deseaba poseerlo. Muchos, que no lo conseguían o que sencillamente querían ahorrarse el ínfimo precio de un ejemplar, se lo pidieron con toda naturalidad y como si Rodó estuviera en la obligación de satisfacerlos. La lista conservada de sus envíos y de su correspondencia, prueba que Rodó cumplía invariablemente con estos reclamos, manteniendo incluso comunicación con sus peticionantes. Estos, por lo general, le enviaban posteriormente testimonios irrelevantes de su admiración, pero emotivos en ocasiones181.

En distintas circunstancias, confiaba paquetes de ejemplares a algunos amigos, o simplemente a oficiosos distribuidores. Cumplieron esta misión Constancio Vigil en el Uruguay y Salvador Canals en España. Ariel tuvo también sus apóstoles laterales, sus lectores entusiastas que quisieron consagrarse a su difusión y conocimiento como servicio a una palabra de verdad y de vida. Lo fueron, entre otros, Andrés Terzaga, en la Argentina; Narciso Machado, uruguayo, que se le acercó con una carta llena de religioso fervor, y Teresa González de Fanning, su modesta y entusiasta propagandista peruana (una de las pocas amistades intelectuales femeninas de Rodó).

Y tuvo también -¿cómo podían faltar?- sus parásitos, sus diligentes pescadores de juicios, de prólogos y de espaldarazos182, y hasta de sellos...183

También los diplomáticos uruguayos colaboraron en su distribución, como en una obra de orgullo nacional. Tal lo hicieron Evaristo Ciganda, en París, y Adolfo Basañez, en Río de Janeiro.

Los países iberoamericanos estaban muy alejados entre sí; el fenómeno aún subsistente llegaba hasta la insularidad completa en 1900. La atmósfera continental era opaca e irresonante. Sin embargo, el cuidadoso trabajo distributivo de Rodó y las ediciones posteriores, fueron estimulando una difusión cuyo proceso puede seguirse con meridiana claridad a través de la correspondencia rodoniana.

En 1903 no se leía aún en México184; en 1907 no lo conocía todavía Enrique González Martínez185. En 1904 «nadie lo había leído en Cuba»186; en 1910 «lo conocían pocos» según Jesús Castellanos187. En 1901 no se leía en el Paraguay188; en 1909 todavía no se difundía en Chile189, aunque desde 1901 había recibido pedidos de libreros190. En 1903 (o 1902) le preguntaba en Ecuador un crítico a Alejandro Andrade Coello «qué era Ariel»191.

Las respuestas a la cuestión de su difusión en España variaban en 1902 entre el «poco» y el «bastante»192; en 1910 no lo había leído aún un hispanoamericanista activo como D. Rafael M. de Labra193, pero esto pudo ser un descuido personal.

A partir de la edición española de 1908 (Sempere tenía un buen servicio de distribución en América) se produjo la difusión en grande del libro. Recién entonces comenzó a encontrársele regularmente en librería194 y varios testimonios de esa época llevaron a Rodó al íntimo conocimiento de ese hecho195. Le escribía en 1912 el argentino Tomas Jofré: «...en Mercedes, Provincia de Buenos Aires, se lee más a Ariel (que) a France y a D`Annunzio»196.

Y le decía D. Juan B. López, «importador-comisionista» de Madrizales, Caldas, en Colombia, el 24 de marzo de 1913, «vendo en mi librería su libro Ariel y el público que lo lee ve con indecible simpatía su publicación»197.

Sin embargo, en ese 1913 no tenía una biblioteca oficial mejicana una buena edición de Ariel198 y en 1914 no le era posible a un deseoso lector encontrarlo en Chile199.

Todo lo anterior nos parece que prueba que, a pesar de que lo contrario se haya sostenido y sea casi lugar común, el éxito amplio e incontestado no fue inmediato ni mucho menos. Ariel fue conociéndose lentamente, no sólo entre el lector común, sino entre los comentaristas, críticos y directores de revistas.

No es posible asentir hoy a afirmaciones como ésta de Víctor Pérez Petit: «Ariel cundió rápidamente en América, levantando clamorosa resonancia...»200, o como la que sigue de Hipólito Coirolo: «…la América entera, presa de estupor en los primeros instantes, sobrecogida por el vago temblor con que se contemplan las obras sobrehumanas, rompió luego en el más clamoroso aplauso que estremeciera su suelo...»201.

O con otras semejantes de Alberto Zum Felde y de Eduardo Víctor Haedo202.

Sin embargo, hay un instante rodoniano en que afluyen al autor, caudalosamente, los testimonios de una triunfal resonancia. La copiosa correspondencia que el uruguayo recibía abundó en refirmaciones de este prestigio203. Años atrás le había dicho César Zumeta que «era una fuerza»204 y desde 1905 podía enviarle Félix Bayley su correspondencia con la sola indicación de «Al sublime Ariel»205.

Rodó mismo destacó con íntima satisfacción su prestigio arielino206.

Diversos críticos han señalado esta hegemonía incontestable de Ariel durante un período de veinte años. Lo hicieron, entre otros, Pedro Henríquez Ureña, Víctor Pérez Petit, Héctor Villagrán Bustamente, Andrés González Blanco, Ariosto González, Hugo Barbagelata y Alberto Zum Felde. Este último en su Proceso sostiene:

Durante más de veinte años, Ariel colmó las aspiraciones de la conciencia américo-latina, siendo como su evangelio. El numen alado y gracioso, en la actitud de emprender el vuelo, se alzó frente al mundo y frente a los Estados Unidos, como el símbolo exhaustivo de todo sentido de cultura y de todo destino histórico. Escritores de todo el continente, en libros y discursos, han glosado sus conceptos, invocando la autoridad de sus citas, y usado de epígrafe sus frases207.



Juan Ramón Jiménez recuerda en sus Españoles de Tres Mundos que: «Una misteriosa actividad nos cojía a algunos jóvenes españoles cuando hacia 1900 se nombraba en nuestras reuniones de Madrid a Rodó. Ariel, en su único ejemplar conocido por nosotros, andaba de mano en mano sorprendiéndonos»208.

Y Havelock Ellis, para trecho más largo, afirmó su «tranquil kind of spiritual royalty»209.

El nombre de «Ariel» se convirtió en rótulo universal de revistas, instituciones culturales, centros estudiantiles, colecciones literarias y establecimientos y productos comerciales210. Un día Rodó recibió la siguiente tarjeta:

Casa Puigros y Cía. Muy señor nuestro: Por intermedio del amigo Serrano nos permitimos mandarle una latita de nuestro aceite de oliva que distinguimos con la marca Ariel. El hecho de adoptar como marca el símbolo de Ariel, que nos fue sugerido por su celebrada obra, nos obliga a distinguir con ella solamente aquellos productos que por su bondad y pureza respondan al alto significado de dicha marca211.



También mereció Ariel -¿podría no haberlos merecido?- los honores del plagio212.

Dijimos que la primera edición de Ariel había aparecido a principios de febrero de 1900. Una primicia de él, «El sentimiento de lo hermoso», fue publicada en el número de La Nación de Buenos Aires de 1º de enero de 1900. La primera edición llevaba como ordenación: La Vida Nueva III y tenía ciento cuarenta y dos páginas. De «la cuenta de venta y líquido producido de las mercaderías; recibidas en consignación por cuenta del señor José Enrique Rodó»213 sabemos que el ejemplar costaba treinta y dos centésimos (lo que no era precio excepcional para la época). En la cuenta de Dornaleche y Reyes, conservada por Rodó214, hay un asiento, con fecha de 7 de febrero de 1900, en el que consta que Ariel fue editado a setecientos ejemplares, con un costo de ciento sesenta y dos pesos (nueve pliegos a dieciocho pesos cada uno). El 2 de abril Rodó realizó su primera entrega de veinte pesos y en julio 15 anotaba la imprenta ochenta y siete pesos con sesenta por doscientos diecinueve ejemplares vendidos.

Agotada rápidamente la primera, la segunda edición se imprimió también en Montevideo y en 1900. Cada ejemplar costaba veinticuatro centésimos. Llevaba como prólogo el artículo de Clarín, tenía ciento cincuenta y seis páginas y fue impresa por Dornaleche y Reyes. La Alborada la anunciaba en su número de 9 de setiembre de 1900.

Cronológicamente, es la tercera la edición dominicana, publicada en folletín por La Revista Literaria dirigida por Enrique Deschamps e impresa en «La Cuna de América», imprenta de la capital de la República. Comenzó la publicación en el número de Mayo 1º de 1901 y llevaba una nota prologal en las páginas catorce y quince, comenzando la transcripción del texto en esta última. Max Henríquez Ureña afirma que la revista suspendió su publicación antes de terminar la versión215.

En el mismo pasaje, califica Max Henríquez de «edición» el largo trozo de Ariel publicado en Venezuela Ilustrada de Caracas, en su número 10 del 30 de junio de 1901. (Era Venezuela Ilustrada una caracterizada revista modernista, en la que colaboraron Pérez Bonalde, Vargas Vila y Darío). Fue insertado por gestión de Fernández Hurtado, según lo dice éste a Rodó en una carta216. También en 1901 se reprodujo Ariel en La Revista Crítica de Madrid.

La cuarta edición de Ariel fue también publicada en las Antillas y en forma de folletín. Es la de la revista Cuba Literaria dirigida por Max Henríquez Ureña y que aparecía en doce páginas de formato grande. Las gestiones previas a esta edición se refieren en otra parte de este trabajo. Comenzó la publicación el 12 de enero de 1905 y llevaba como prólogo el estudio de Pedro Henríquez Ureña. El número del 20 de enero (31) se iniciaba con las páginas sobre «las prendas del espíritu joven»; el del 28 de abril (44) finiquitaba la publicación. En un número aniversario del 7 de junio de 1905, refirmaba la dirección el sentido de la prédica arielina, y, antes y durante la transcripción, la revista había insertado numerosos textos de Rodó.

Fueron mejicanas la quinta y la sexta edición. El proceso de la llamada «edición Reyes» o «de Monterrey» se refiere también en otra parte. Esta quinta «edición obsequio» «tiró quinientos ejemplares», apareció en un volumen de noventa páginas, de formato estrecho y alto y había terminado de imprimirse en los «Talleres Modernos» de Lozano, «el 14 de mayo de 1908 por orden del señor gobernador del Estado». En sus páginas cuatro a seis llevaba un prólogo, elogioso pero medido, debido probablemente a Pedro Henríquez Ureña. Le oponía algunos reparos al libro, destacaba su resonancia en España y mencionaba tempranamente la existencia de un grupo arielista. Había sido anunciada en el número de diciembre de 1907 (p. 241) de La Revista Moderna de México, el mismo que lleva una nota, «Marginalia», de Pedro Henríquez sobre Liberalismo y Jacobinismo. El Siglo de Montevideo la comentó en suelto del 27 de octubre de 1908.

La sexta edición de Ariel fue también mejicana. La publicó la Escuela Nacional Preparatoria, en setenta y una páginas, formato revista y llevó el mismo prólogo que la edición de Monterrey. Su trámite se refiere después.

El mismo año 1908, Sempere, de Valencia, realizó la primera edición española -y también la primera estrictamente comercial-, la séptima del libro. Tenía doscientos veintisiete páginas, incluyendo «Liberalismo y Jacobinismo» y «La transformación personal en la creación artística». Ofició de intermediario entre el editor y el autor y cuidó de ella el cónsul uruguayo en Valencia, Norberto Estrada, fiel amigo de Rodó y comentarista del libro. Rodó la consideraba la cuarta edición, con lo que reducía a una las cuatro publicadas en el norte de Hispanoamérica. Se vendió mucho en el Uruguay y en el continente, como lo dice una carta de Rodó a Norberto Estrada217.

Llama Ibáñez «hispano-uruguayas» a la octava y novena edición, de 1910 y 1911 respectivamente. Las hizo imprimir José María Serrano, editor y librero español, radicado en el país, en la casa Heinrich, de Barcelona. Se distribuyeron en el Uruguay, por intermedio de la Librería Cervantes, de Serrano, y tenían ciento veintiocho páginas.

Rufino Blanco Fombona publicó Ariel entre los Cinco Ensayos de Rodó, que tan complicado trámite tuvieron, y que hubo de editar primeramente Garnier, de París, para aparecer por fin en Madrid en octubre de 1915. Ariel formaba un volumen con «Bolívar», «Montalvo», «Liberalismo y Jacobinismo» y «Rubén Darío». El libro tenía cuatrocientas dieciséis páginas, llevaba un prólogo de Hugo Barbagelata y fue incluido en la Biblioteca Andrés Bello. La correspondencia entre Blanco Fombona y Rodó es muy ilustrativa para conocer el tormentoso proceso de esta edición218. Es la décima y última publicada en vida de Rodó.

También la última de interés bibliográfico crecido; las posteriores fueron meramente oficiales o comerciales.

También se hicieron en vida de Rodó tentativas de otras ediciones.

Sabemos por su correspondencia que el editor madrileño Rodríguez Serra hubo de imprimir una edición en 1901219; que Juan Francisco Piquet intentó también en España una edición en el año 1904220; que Serrano quiso imprimir una tirada de lujo en 1909221, y que la Cámara mejicana decidió hacer una edición de Ariel en 1917, que no sabemos haya aparecido222. El mismo Rodó aludió en 1905 a la aparición de su obra en folletín y en un diario de México223.

Fue también extenso y accidentado el proceso de la traducción francesa de Ariel, encomendado a J. F. Juge224. El estallido de la guerra impidió su aparición cuando ya estaba en galeras. El Siglo anunció esta edición nonata en su número del 16 de julio de 1914. Un fragmento de la traducción de Juge vio la luz en el Bulletin de la Bibliothèque Américaine (Amérique Latine) de noviembre de 1913 (págs. 33 a 47). Fragmentos de Ariel aparecieron en las Pages choisies, traducidas por Francis de Miomandre, y editadas por Félix Alcan, en 1918 en la Bibliothèque France-Amérique.

Ariel apareció tres veces en los Estados Unidos después de 1920. Lo hizo en Boston, en 1922, y llevaba un prólogo de F. J. Stimson; en Nueva York, en 1928, con proemio de Alberto Nin Frías; y en Chicago, en 1929, con una introducción de William F. Rice.

También se intentó su traducción al sirio225 y al alemán226. Se anunció hacia la muerte de Rodó su versión italiana227. Al portugués tradujo extensos fragmentos, en su Exortação à Mocidade, Carlos Malheiro Dias228.

Es indudable que si no obrara la situación casi marginal de la cultura hispanoamericana en la del mundo, esta nómina de traducciones sería mucho más extensa.

De las ediciones enumeradas, las dos mejicanas y la cubana tuvieron un trámite muy interesante y que sirve para mostrar con meridiana claridad cuál era la actitud de Rodó ante su Ariel: apostolado y absoluto desinterés.

El 7 de agosto 1904 le escribió a Rodó Max Henríquez Ureña, enviándole ejemplares de Cuba Literaria y quejándose del aislamiento de la inteligencia americana:

Como verá Ud., publico uno que otro párrafo de Ud., pero no colma eso mi deseo de que lo lean a Ud. y lo mediten. Quiero publicar en folletín anexo al periódico su Ariel. Paréceme que ningún país más a propósito para divulgar la obra que éste...



Y termina: «me hace falta tener a mano su obra»229. El 17 de setiembre de 1904 le contestó Rodó: «Accedo con mucho placer al pedido que Ud. me hace: en paquete recomendado envío a Ud. el libro»230. El 12 de noviembre de 1904 le informó Max que pensaba comenzar la publicación en el primer número de 1905 y dióle otros detalles231. El 20 de noviembre, naturalmente sin haber recibido la anterior, le pedía Rodó al director de Cuba Literaria:

Escribe Ud. en la patria de Martí. Ponga Ud. su empresa bajo los auspicios de esa gran sombra tutelar. En cuanto a Ariel, a quien se propone Ud. dar carta de naturaleza en Cuba, ¿qué he de decirle sino que tiene para ello mi beneplácito? [...] Y si él no llevara ya su dedicatoria -nacida, por decirlo así, de sus mismas entrañas- propondría a Ud. que a la memoria de Martí dedicáramos la edición cubana de Ariel232.



Aludió a esta edición Max Henríquez Ureña en su carta a Rodó del 5 de agosto de 1908, que acompañaba el envío de diez ejemplares de la edición Monterrey, publicada sin autorización de Rodó. Y le dice:

Grande habrá de ser su sorpresa, y aun me temo que habremos de provocar su disgusto, por haber hecho tal uso de su obra, sin su autorización previa; pero también confío en que Ud. encuentre justa nuestra acción: ¿no es Ariel acaso, propiedad de toda la América? Un día, en grupo que formamos los jóvenes de la «Sociedad de Conferencias», hablábamos de la necesidad de predicar el esfuerzo a la juventud mexicana, y, recordando su Ariel, lamentábamos que esta obra, expresión la más alta de un ideal hispanoamericano, fuera desconocida en este país. Uno de nosotros, el arquitecto Acevedo, apuntó la idea de hacer una edición para repartirla gratuitamente a la juventud estudiosa; otro, el poeta Alfonso Reyes, ofreció acudir a su padre, el ex-ministro de la Guerra y actual Gobernador de Nuevo León, para que hiciera la edición deseada; y todos la dimos ya por hecha. Pero, se pensó: ¿podrá hacerse sin la autorización previa del autor, evitando así la demora de cuatro o cinco meses que exigiría el pedirla? Entonces, mi hermano Max y yo alegábamos en que confiábamos en que fuese innecesaria...233



Ya le había escrito Pedro Henríquez el 27 de agosto de 1906, después de hablarle de su traslado a México y de sus labores literarias: «He anunciado entre mis amigos la idea de que hagamos una edición de Ariel, exclusivamente de propaganda. Espero que dé su aprobación, para en caso de que se resuelva a hacer la reedición del libro...»234.

La respuesta nobilísima de Rodó a la primera carta citada de Pedro Henríquez no se hizo esperar. Así le escribió el 28 de noviembre de 1908:

Grato me ha sido ver a Ariel en tan lucido traje y destinado a tan notable público como la juventud de México, ese fuerte y próspero pedazo de nuestra gran patria americana. No hay motivo para que V. me explique en su carta por qué no se ha solicitado mi autorización. No era necesaria: todo lo que yo escriba pertenece a ustedes235.



El 5 de marzo de 1909 le agradecía Pedro Henríquez y le comunicaba esta noticia significativa:

No recuerdo si le dije que Ariel fue leído en voz alta, ante toda la Escuela Preparatoria, por el poeta Urbina, profesor de ella, antes de hacerse la edición de esa escuela, es decir, valiéndose de la edición de Monterrey...236



El 15 de diciembre de 1909, con motivo de enviarle saludos a su hijo Alfonso, todavía agradecía Rodó al general Bernardo Reyes la edición aparecida bajo su patrocinio237.

Un trámite semejante tuvo la edición de la Escuela Nacional Preparatoria.

La Escuela era el hogar venerable del positivismo mejicano. Fundada por Gabino Barreda, en tiempo de Juárez, tuvo el propósito ambicioso de transformar la mentalidad nacional, orientándola hacia lo concreto y experimental, apartándola de verbalismos y romanticismos estériles. Estaba en 1908 dirigida por Porfirio Parra, médico distinguido. Éste le escribió a Rodó el 29 de setiembre de ese año; le destacaba la importancia de su instituto, en el que

...por la primera vez, no sólo en América sino en el mundo entero, se ha roto abiertamente con las tradiciones docentes que nos legó el pasado y se ha intentado, de una manera franca y resuelta, dar a la juventud una educación emancipada de toda preocupación teológica y metafísica y basada únicamente en las ciencias, manantial inagotable de verdad.



Y le comunicaba:

En esta infatigable pesquisa de altas ideas y profundos sentimientos, tuve un día venturoso la suerte de leer el folleto de Ud. intitulado Ariel, y cuadró tanto a mis propósitos que juzgué que en sus brillantes páginas se reflejaba con vivos matices el ideal que dio vida a esta Escuela.



Le informaba de la lectura de Urbina, ya mencionada, y

También me permití, violando acaso los sagrados derechos de propiedad literaria hacer de su folleto una edición modesta, de la cual remito a Ud. un ejemplar, ofreciéndoselo como humilde muestra de la admiración y simpatía que Ud. con sus brillantes y oportunas concepciones, ha sabido despertar en la intelectualidad mexicana...238



Rodó le contestó el 30 de noviembre del mismo año, afirmando:

Dediqué Ariel a la juventud de América y a la juventud de América pertenece. No sólo, pues, ha usado esa Escuela de un derecho plenísimo al reimprimir mi obra para difundirla entre la juventud, sino que con ello obliga a mi agradecimiento [...] Lo mismo esas páginas mías, que todas las que puedan salir de mi pluma, son y serán propiedad de la juventud que trabaja y combate por la civilización, por la cultura, por la elevación moral e intelectual de nuestra América...239



El 13 de enero de 1909 le agradeció Parra a Rodó su actitud.

En México, así, el positivismo puso bajo su ala un mensaje que aspiraba a superarlo o a negarlo, que, por lo menos, no era fiel a su rectilínea tradición comtiana.




ArribaAbajoPrimera resonancia: juicios y comentarios

Víctor Pérez Petit240 y Justo Manuel Aguiar241 han afirmado que, en el Uruguay, Ariel no tuvo crítica, o por lo menos no tuvo la crítica que se merecía. Emilio Frugoni le escribía a Rodó, lleno de fervor juvenil, el 10 de marzo de 1900:

Desearía poseer las condiciones necesarias para ocuparme de Ariel por la prensa, porque me indigna que la crítica del país no haya hecho objeto de serios estudios una obra de tanta importancia; pero, ¿qué se le ha de hacer? si los que más valen no se atreven a apechugar la crítica de un libro tan pensado...242



Numéricamente, sin embargo, entre artículos periodísticos y cartas -que valen por una crítica-, la lista de los primeros años no es corta.

El Día, que había anunciado el Ariel el 23 de enero y el 12 de febrero de 1900, publicó el 10 de marzo el artículo de Ruperto Pérez Martínez -que también escribió sobre el tema en La Revista de Derecho-, el de Carlos Martínez Vigil los días 13 y 14 de marzo243, y el de «Tax» (Teófilo Díaz) el 12 de mayo.

La Tribuna Popular publicó el 22 de febrero el artículo de Constantino Becchi, firmado dos días antes (editado después en folleto de trece páginas y en los números 20, 21, y 22 de El Magisterio Uruguayo); el 23 del mismo mes reprodujo La Tribuna Popular el juicio publicado dos días antes en El País de Buenos Aires; el 17 de marzo el trabajo de Víctor Pérez Petit reproducido más tarde en El Mercurio de América, de Díaz Romero; y el 12 de setiembre la crítica de Francisco Costa.

En El Siglo vieron la luz las críticas de José Salgado, el 15 de marzo de 1900, y la de Juan Carlos Blanco, el 31 del mismo mes. El 2 de abril apareció en ese diario la glosa de «Byzantinus» (Domingo Aramburú); el 7 del mismo mes, la carta de Carlos Guido Spano a Aramburú (fechada el 3 de abril en Buenos Aires); el 30 de abril la carta política de Juan Ángel Golfarini a Aramburú, con referencias a Ariel.

La Razón avisó la aparición de Ariel los días 10 y 14 de febrero y publicó el 22 de abril la carta abierta sobre Ariel de Abel J. Pérez. La República anunció también Ariel el 10 de febrero y publicó el 7 de mayo la nota de Guzmán Papini y Zas. José L. Gomensoro transcribió en El Liberal, el 16 de julio de 1900, fragmentos de un estudio sobre Rodó. El número del 20 de abril de 1900 de La Revista Moderna insertó una breve nota sobre el libro estudiado.

Fue La Alborada, la revista de Constancio Vigil, la publicación que emprendió, con ánimo más metódico y entusiasta, la difusión de trabajos sobre Ariel. Insertó anuncios de la primera y segunda edición del libro en sus números de 28 de enero, 28 de febrero, 5 de agosto y 9 de octubre de 1900. Divulgó la crítica de Arturo Prats, en su número del 11 de marzo de 1900; la de Óscar Ribas en el del 10 de abril; la de Daniel Granada en el del 27 de mayo; la de Óscar Tiberio en el del 22 de julio; la de Germán García Hamilton, en forma de carta abierta a Constancio Vigil, en el del 13 de setiembre de 1900. Recogió la del boliviano T. O'Connor D'Arlach en el del 7 de enero de 1901.

Alberto Nin Frías incorporó su estudio sobre Ariel, firmado en Montevideo el 10 de julio de 1901, en las páginas 133 a 139 de sus Ensayos de crítica e historia.

También reprodujeron los diarios montevideanos, en esta época y posteriormente, las principales críticas españolas sobre Ariel. Hemos visto transcripciones de las de Unamuno, «Clarín», Valera, Altamira y Martínez Sierra.

La Alborada recogió el soneto de Salvador Rueda en su número del 9 de agosto de 1900.

Años más tarde, José L. Gomensoro comparó, en El Día del 25 de enero de 1911, La muerte del cisne y Ariel; en mayo del mismo año, Álvaro A. Vasseur publicó en el mismo diario una interesante nota sobre las opiniones arielinas y los Estados Unidos244; José Pedro Segundo ha aludido a algún artículo de su mocedad sobre Ariel245.

En un capítulo de silencios sería preciso destacar (aunque su lugar pertinente sea el de las relaciones de Rodó con el modernismo) la abstención ostensible de La Revista de Julio Herrera y Reissig, hogar de la tendencia renovadora y publicada en Montevideo durante ese año 1900.

Le prometieron juicios, sin que sepamos hayan cumplido, Carlos Reyles y Samuel Blixen.

De entre la numerosa correspondencia recibida por Rodó en los días de Ariel, merecen atención las cartas de Frugoni y Félix Bayley -que se citan en este trabajo-, la muy interesante de Julio Magariños Rocca, la de Luis Melián Lafinur y la de Antonio Damberti246.

Cuando advino la época de los estudios generales, Ariel ocupó amplio lugar en el de Pérez Petit (Rodó), en el de Gallinal (Crítica y arte), en el de Zubillaga (Crítica Literaria y Estudios y Opiniones, t. III), en el de «Lauxar» (Motivos de crítica hispanoamericana y Rubén Darío y José Enrique Rodó).

Pertenecen ya al período de la defensa y del ataque, a la «época antiarielista», el capítulo de Lasplaces en Opiniones Literarias (1919), la importante carta de Carlos Quijano, de 1927, en El País (del 26 de setiembre), los tres artículos de Gustavo Gallinal en La Nación de Buenos Aires (12 de julio y 4 de octubre de 1925, y 10 de enero de 1926) y las observaciones de Zum Felde en Crítica de la Literatura Uruguaya y en Proceso Intelectual del Uruguay.

Con las estrictas excepciones del de Juan Carlos Blanco, muy joven entonces, y del de Carlos Martínez Vigil (el de Pérez Petit era importante, pero exagerado), el nivel de los comentarios arielinos de la primera época es, por lo general, pobre, y, naturalmente, muy inferior al libro.

Reflejaban una tendencia u orientación (posiblemente sin formulación doctrinaria autóctona) que dominaba en la crítica hispanoamericana hacia 1900 y que era fruto, bastante empequeñecido, del impresionismo francés. (Estaba muy lejos de la sólida línea formada por Sainte Beuve, «Clarín» y Menéndez Pelayo, recogida por Rodó en su ejercicio crítico de la Revista Nacional de Literatura y Ciencias Sociales).

Consistían estos artículos -de tono divagatorio, caprichoso, raramente ceñidos a su objeto- en fáciles glosas, reticentes o entusiastas, auxiliadas por extensas citas, las que se aderezaban con una copiosa adjetivación y metáforas y comparaciones en secuencia de surtidor y de dudoso buen gusto. Se completaba el cuadro con la discusión de algún aspecto parcial o alguna idea del libro, en la que las opiniones del autor confirmaban o se contraponían con las del crítico.

Respecto a Ariel, el perezoso entusiasmo de los comentaristas uruguayos de Rodó resaltaba a menudo el prestigio del libro en el extranjero (referencia a las críticas españolas desde el segundo semestre de 1900); se despachaba al fin brevemente con excusa de incompetencia y remisión a la autoridad de los juicios consagratorios foráneos.

La resonancia de Ariel en Hispanoamérica fue más lenta. En la colonia hispanoamericana de Nueva York, Eulogio Horta le dedicó dos artículos: uno en Novedades, en 1901, y otro posterior en el Puerto Rico Herald del 16 de enero de 1904. También allí, en mayo de 1901, publicó Francisco García Cisneros el estudio a que haremos pronta referencia.

En Cuba, el mismo García Cisneros reprodujo en Cuba Libre, del 23 de junio de 1901, su artículo de Nueva York, y prolongó su dedicación con interesante correspondencia a Rodó247. También Pedro Henríquez Ureña publicó allí su ensayo sobre Ariel, primero en Cuba Literaria de enero de 1905 y después en su libro Ensayos Críticos, aparecido en La Habana ese mismo año. Su hermano Max Henríquez escribió, también en Cuba Literaria -revista de su dirección- (número 42 de 1905), el artículo «Leyendo a Bunge y a Rodó», que tiene valor por sus juicios y por el contraste realizado.

En Puerto Rico le prometía un artículo, en 1911, M. Fernández Junco248.

En México, pese a las dos ediciones publicadas allí, la crítica de Ariel no anotó -que sepamos- aportación significativa. Sólo hemos visto una carta interesante, pero no muy empeñosa, de Enrique González Martínez249.

Desde Centroamérica, Santiago Arguello le envió a Rodó -sin seguridad de poderlo publicar- un artículo manuscrito sobre Ariel250. F. Sáinz de Tejada publicó un artículo de Horta (el de Novedades), con un breve prólogo suyo, en El Diario de Centro América de Guatemala (número de 23 de mayo de 1901).

En Venezuela y en el número del 10 de agosto de 1900 de El Cojo Ilustrado, le dedicó Pedro E. Coll una nota relativamente sustanciosa y expresiva. Se titulaba «La homilía de Rodó». El mismo periódico reprodujo el estudio de Gómez de Baquero en España Moderna.

En Colombia no se destacó públicamente el valor de Ariel hasta 1908, en que lo hizo Antonio Gómez Restrepo, en un artículo de Trofeos (Bogotá, 30 de abril de 1908) reproducido en el t. 20 de Nosotros, de Buenos Aires, ese mismo año (pp. 137-147). Max Grillo escribió una página sugestiva, de acento esteticista, «Ariel y Calibán», en Alma Dispersa, editado por Garnier en París.

En Ecuador, durante 1902, se publicaron los trabajos de Gonzalo Zaldumbide y Alejandro Andrade Coello. El primero inició su labor de crítica rodoniana con un ensayo sobre Ariel, publicado por la Imprenta de la Universidad Central. Alejandro Andrade Coello, incansable y fiel comentarista del uruguayo, le dedicó una nota en el periódico La Mañana, cuyas circunstancias narró en carta a Rodó y en su libro de 1917251.

El abogado de Cuenca, Remigio Crespo León, se dirigió a Rodó en una carta suficiente y extraña, a la que se hace referencia.

Del Perú recibió Rodó una elogiosa carta del sociólogo Mariano Cornejo252, la discordia de José de la Riva Agüero (Carácter de la literatura del Perú Independiente, Lima, 1905)253 y la devoción, desde entonces ininterrumpida, de Francisco García Calderón (estudiada en otra parte de estas páginas)254. El autor de Les démocraties latines de l'Amérique comentó Ariel en 1903 y se refirió a él, con extensión, en Hombres e ideas de nuestro tiempo, en Profesores de idealismo y en La creación de un continente.

En Chile, Valentín Letelier, pontífice del positivismo nacional, envió a Rodó un alentadora carta el 19 de noviembre de 1900255. Eduardo Lamas, bastante agudo, estudió Ariel en el número de enero de 1901 de La Revista de Chile. Lo hizo el centroamericano Alberto Masferrer en 1902, y también Eleodoro Astorquiza. En el Ateneo de Santiago, el 21 de julio de 1905, el enfático y vacío Tito Lisoni, pronunció una conferencia sobre Ariel de la que reprodujo partes en La Ilustración y en La Lira Chilena, al tiempo que abrumaba a Rodó con pedidos, reproches y promesas256. En el número de octubre de 1917 de Interamérica de Nueva York, Armando Donoso taraceó una fatigosa «evocation of the spirit of Ariel», construida sobre los propios textos de la obra.

En el Paraguay, Ariel despertó el interés del sociólogo Ignacio J. Pane, que le dedicó páginas bastante agudas en la Revista del Instituto Paraguayo de agosto de 1901. En el número especial de Nosotros de 1917, Eloy Fariña Núñez entonó su melifluo «...Canto de Ariel».

En la Argentina, si tenemos en cuenta la proximidad y las relaciones de Rodó, la resonancia arielina no fue muy intensa. Cartas entusiastas o artículos breves en revistas efímeras o de escasa difusión es casi todo el caudal que puede espigarse para esta resonancia crítica. En El País de Buenos Aires se publicó, el día 21 de febrero de 1900, un breve comentario elogioso, con referencias personales a Rodó, que es la primera nota crítica sobre Ariel que conocemos. Es anterior con un día a la de Becchi, primer eco uruguayo, y en varios meses a las precursoras españolas de Gómez de Baquero, Alas y Altamira, y a las latinoamericanas de García Cisneros y Coll.

La revista de Eugenio Díaz Romero, El Mercurio de América, publicó un artículo, grosero y desenfocado, de Antonio Monteavaro, en su número de marzo-abril de 1900; reprodujo el del uruguayo Víctor Pérez Petit en su tirada de mayo-junio del mismo año. Aparecieron anuncios o breves comentarios sobre el libro en La Libertad de La Plata (26 de abril de 1900), en Thule (Año I, núm. 2), en El Porvenir Intelectual de Octavio C. Battolla (10 de junio de 1900) y en el Correo Literario de Norberto Estrada (12 de julio de 1900). El mismo Norberto Estrada publicó un artículo sobre Ariel en La Idea de Rosario de Santa Fe, el 15 de julio de 1900, que es extraordinario por sus asombrosas erratas.

También se publicaron algunas páginas extranjeras. El soneto de Salvador Rueda, «Después de leer Ariel», y la crítica de Tiberio aparecieron en La Revista Literaria de La Plata (10 de junio y 10 de setiembre de 1900 respectivamente); el estudio de García Cisneros lo hizo en Vida Social (10 de setiembre de 1901).

De todo lo enumerado resulta evidente que en la Argentina no hablaron de Ariel los que pudieron y debieron hacerlo. Alguien, explicando este relativo silencio, ha dicho que no se le quiso257.

En Brasil, la resonancia crítica de Ariel registró en los primeros años el estudio de José Veríssimo en Homens e cousas estrangeiras (Río de Janeiro, 1902, pp. 383 a 409). Es muy interesante para conocer la significación arielina dentro del movimiento de alarma continental anterior y posterior a 1900. El de João Pinto da Silva y los dos de Vicente Licinio Cardoso son posteriores a 1920 y no tienen la importancia del de Veríssimo.

En Filipinas, mereció Ariel el elogioso comentario epistolar de Cecilio Apóstol258.

En Francia escribieron sobre Ariel: Pierre Ville en La Revue Britannique Internationale el 13 de agosto de 1901; George Bernard, que hizo una nota en Polybiblion, menos importante; Desdevizes du Desert, muy fervoroso, en tres publicaciones: La Revue Internationale de l'Enseignement (15 de octubre de 1903), Les Annales Coloniales (15 de enero de 1904) y Revue Universelle (15 de julio de 1904). Comentó también, en 1907, «Liberalismo y Jacobinismo», en La Revue Idealiste. Señaló Andrés González Blanco el error de Ernesto Mérimée al calificar a Ariel de novela en su Précis d'histoire de Littérature Espagnole259.

En Inglaterra no se habló de Ariel hasta los años posteriores a la muerte de Rodó. Entonces lo hizo Havelock Ellis, en el capítulo diecinueve de su Philosophy of conflict, que fue insertado más tarde y extrañamente como prólogo a la edición inglesa de Motivos de Proteo, traducida por Ángel Flores y publicada en Londres en 1919. Francisco Susanna también escribió sobre Ariel en el suplemento literario de The Times, reproduciendo el artículo La Razón en su número del 9 de febrero de 1923.

No vamos a recargar esta larga nómina con los estudios generales sobre Rodó publicados fuera del Uruguay. Desde el primero -que tal importó la conferencia de Pedro Henríquez Ureña pronunciada en el Ateneo de México en 1910- todos asignaron buena parte de su espacio al análisis o al comentario de Ariel.

De la crítica española llegaron a Rodó las aprobaciones más significativas e importantes, de sus escritores principales los estímulos a los que él prestó más emocionada atención. Se comenta después el sentido y las causas de la enorme resonancia peninsular del libro, y ya hemos insertado en estas páginas un texto muy expresivo de Juan Ramón Jiménez.

Rafael Altamira, además de sus expresivos envíos epistolares a Rodó, dedicó a Ariel dos artículos: «Latinos y Anglosajones» en El Liberal de Madrid, el 2 de junio de 1900; y la nota de La Revista Crítica, de julio-junio del mismo año. Ya le anticipaba a Rodó esta doble contribución en su carta de Oviedo, del 8 de junio de 1900:

Lo que literariamente pienso de Ariel, lo verá V. dentro de breves días, en el cuaderno próximo a publicarse, de la Revista Crítica. De lo que me ha sugerido, desde el punto de vista social, espero decir algo pronto, en El Liberal de Madrid...260



Leopoldo Alas, Clarín, comentó Ariel en Los Lunes de El Imparcial de Madrid. Reprodujeron la aprobación del prestigioso crítico la mayor parte de los periódicos de Montevideo, y el artículo se convirtió en prólogo -desde la segunda- de la mayor parte de las ediciones de Ariel261.

Lo hizo también Juan Valera, en páginas reproducidas por El Siglo de Montevideo del 22 de octubre de 1900, y que fueron incluidas en el volumen III de sus Obras Completas262.

Eduardo Gómez de Baquero hizo aparecer en España Moderna, de junio de 1900 (pp. 126 a 130), un estudio correcto y limitado como todos los suyos. Como lo dijo en artículo de La Vanguardia de Barcelona, en 1917 (fue reproducido por El Siglo del 27 de junio de ese año), su trabajo fue uno de los primeros -si no el primero- comentarios españoles sobre Ariel.

Miguel de Unamuno comentó brevemente Ariel, junto con La Raza de Caín, en La Lectura de Madrid263, en 1901, además de otros testimonios a los que se alude más abajo.

Juan Moneva y Puyol trató de la segunda edición de Ariel en La Revista de Aragón de setiembre de 1901. Llama a Rodó «Uruguayano». Gregorio Martínez Sierra dedicó a Rodó uno de los capítulos de Motivos (París, Garnier). Salvador Rueda escribió un soneto a Ariel después de la lectura del libro. Lo envió a Rodó epistolarmente264 y fue inserto en Piedras Preciosas (Madrid, 1901) y reproducido en el Uruguay y en la Argentina.

También publicaron en esos años páginas de crítica -que no hemos visto- Antonio Rubió y Lluch, Benot, Luis Morote (se refería a la admiración que sentía por Ariel Menéndez Pelayo265) y Andrés Ovejero, en El Globo de 1901 y la revista Alma Española en 1905.

También le prometieron juicios Salvador Canals en 1901 y Francisco Villaespesa y Gregorio Martínez Sierra en 1907.

Epistolarmente hicieron llegar a Rodó los diversos tonos de la adhesión o la reserva, además de casi todos los críticos antes nombrados, Juan Maragall, Luis Ruiz Contreras, Juan Ramón Jiménez, Miguel del Toro, Pompeyo Gener, Villaespesa y Adolfo Bonilla y San Martín266.

Poco dice de Ariel, en la bibliografía general rodoniana, el estudio desordenado de Andrés González Blanco (Colección Andrés Bello, Madrid, 1917), que dedica treinta y siete de sus setenta y tres páginas a hacer la historia de la crítica literaria en España.

En cambio, Cristóbal de Castro explayó en innumerables ocasiones el agradecimiento español hacia Ariel, y Ramiro de Maeztu, en artículo de 1924 y 1925, aportó algunos de los más fecundos y novedosos enfoques del libro. Su sentido los incluye, sin embargo, en el período que llamamos del «antiarielismo».




ArribaAbajoPrimera resonancia: el significado

Dijimos que nos parecían falsas dos ideas dominantes acerca de la primera resonancia de Ariel. Una de ellas, ya aludida, es que su fortuna y difusión hubieran sido inmediatas, resonantes, estrepitosas. La otra es que esa primera crítica de Ariel tuviese un tono unánimemente elogioso y aprobatorio.

Hubo sin duda una línea central de interpretación ortodoxa, centrada en un claro asentimiento y contra la que afiló sus armas «el antiarielismo». En distintas etapas han dado la pauta de ello estudios críticos como los de Pérez Petit, Max Henríquez Ureña o Gregorio Martínez Sierra, y cartas como la de Francisco Villaespesa, Pompeyo Gener o Altamira267.

Subrayaba siempre esta exégesis el credo idealista de Ariel y su oposición al mercantilismo utilitario, su culto de lo bello, su ideal de democracia selectiva, la fe en los destinos de la raza -hispánica o latina-, su conciliación de lo griego y lo cristiano, la denuncia del peligro calibanesco y de los Estados Unidos, la tolerancia, las exhortaciones a la acción juvenil, «el idealismo activo» destacado por Aramburú, el helenismo, el americanismo de conducta y afanes, el estilo del libro, su cultura, el acento entusiasta, elocuente, generoso, dulce, magistral...

Esta enumeración laudatoria la ratificaron la mayor parte de los juicios nombrados en las páginas precedentes. Existe, sin embargo, una clara división entre aquellos de inclinación esteticista y los que acentuaron el aspecto ético y americanista del discurso. De los primeros son característicos el estudio de Gregorio Martínez Sierra en Motivos, el capítulo de Max Grillo, el soneto de Rueda o la mayor parte de las impresiones insertas en La Alborada. De los segundos, entre muchos, el estudio de Max Henríquez Ureña en Cuba Literaria, «Leyendo a Bunge y Rodó», en el que sostenía que

José Enrique Rodó indica en su libro Ariel la necesidad de un ideal de civilización y de raza en la clase dirigente. De las diversas fases de la pereza, la primera que debe desaparecer es la intelectual, y puesto que la pereza de la imaginación y de la sensibilidad es la falta de ideales, es necesario, ante todo, que la clase dirigente adquiera esos ideales...268



La tentativa de brindar una guía para la formación de una clase dirigente con ideales era entonces para Max Henríquez Ureña la clave original y profunda del propósito arielino (años más tarde Héctor Villagrán Bustamante reiteró la interpretación)269. Encontrar esa clave estuvo también en la intención de toda la crítica de la época, porque pueden suscitar las páginas de Ariel la afirmación de Vitier de que «no se sabe bien lo que quiere Rodó»270.

Para Unamuno esa originalidad estaba en su intención de conciliar «los intereses ideales con el espíritu democrático»271. Para Valera consistía en el combate «al estrecho y exclusivo utilitarismo»272. Para Darío, años más tarde, su fin era predicar «la hermosura de la existencia», «la elevación de los intelectos hispanoamericanos» y «el culto del más puro y alentador de los ideales»273. Para Pérez Petit su médula era la energía como cimiento de un nuevo idealismo274. Nosotros, en 1912, destacaba sus valores contra «la irracionalidad» y «el imperialismo»275. Lauxar señalaba el dibujo de una república utópica, la defensa de la belleza y la incitación a la idealidad276. Para Frugoni Ariel postula «una civilización en que la vida y el espíritu se liberasen de rudas y vulgares ataduras»277.

Para Ventura García Calderón Ariel reivindica «los derechos del alma»278; para Hugo Antuña su sustancia fue la prédica contra la unilateralidad y la defensa del espíritu279; para Jesús Castellanos «el evangelio de la educación espiritual»280. Para Luisa Luisi significó un esfuerzo para «la autoeducación de los pueblos»281; para Zaldumbide, «el cultivo de la vida interior donde duermen las innúmeras posibilidades» y «el fiel exquisito de la balanza» entre «la noble herencia española» y «la pura energía anglosajona»282. Para Zum Felde fue escrito para resolver «el conflicto entre la democracia y la cultura»283.

En la actualidad, Vitier sostiene que lo que Rodó planteó en Ariel fue «nada menos que la cuestión del sentido de la vida»284. Para Benvenuto su clave debe buscarse en el espíritu de «delicadeza» y de «liberalismo inmortal»285. Pastor Benítez dijo que es el «llamamiento a la conciencia continental para sostener los valores de nuestra civilización ibero-americana»286.

Dardo Regules, en visión más amplia que la estricta arielina, vio en Rodó «un suscitador de direcciones espirituales»287. Arturo Giménez Pastor, en páginas casi postreras, sostuvo que la sustancia de Ariel es una triple «prédica de belleza, de pensamiento y de acción»288. Pedro Henríquez Ureña, también en uno de sus últimos trabajos, vio en el libro un estudio «sobre hechos y orientaciones de la vida social y la cultura en América»289.

Eduardo V. Haedo, en reciente conferencia y en trabajos anteriores, sostenía que su sustancia es la de ser obra de intención política290. Y para Emilio Oribe consiste en ser «una precursora tentativa de desarrollar una Paideia de estirpe genuina [...] en el medio de una sociedad incipiente»291.

Puede verse que en todos los juicios precedentes se insiste en tres afirmaciones fundamentales: en una prédica de valores, Ideal, Belleza, Inteligencia, desinterés; en una imagen del «hombre total» contra las mutilaciones utilitaria, activista y especialista y en una pedagogía de su formación o su rescate; en una concepción de América, realizadora y ámbito de ese hombre y de esos ideales, con un presente enjuiciado por ellos y un futuro dibujado por un sincretismo heleno-latino-cristiano.

Muchos comentaristas han tratado de explicar, más allá de la intrínseca calidad del discurso y de la belleza de sus medios comunicativos, las razones del éxito arielino.

Gómez de Baquero, en 1900, recurría a la situación intermedia y como arbitral de Montevideo y el país uruguayo.

Se subrayó por muchos la oportunidad del libro. Gallinal afirma que Ariel

...además de su mérito intrínseco, tiene el mérito y el don invalorable de la oportunidad. Nunca se predicó más noble prédica a estos pueblos indóciles a todo yugo de tradición, de cultura naciente [...] Amenazaban entonces ellos, pasar de la sangrienta orgía del ciclo de organización y revueltas, a una época prosaica y mercantil, época oscura en que sufrieran eclipse los elevados ideales colectivos...292



Y Pedro Henríquez Ureña:

Las palabras de Ariel se dijeron en el momento oportuno. El prodigioso desenvolvimiento de los Estados Unidos, seguido de la victoria de 1898, asombrosamente fácil, sobre una nación que nominalmente seguía conservando rango de potencia mundial, había hallado incontables admiradores en los países del sur [...] Rodó les puso en guardia contra el remedo a ciegas de una civilización [...] Durante muchos años, desde México y las Antillas hasta la Argentina y Chile, todo el mundo leyó y discutió el Ariel y el «arielismo» sustituyó a la «nordomanía», cuando menos entre muchos de los jóvenes293.



No debe negarse que el contenido antinorteamericano -tal vez lo más adjetivo de Ariel- prestigió grandemente el éxito y difusión del ensayo. El mismo Rodó se quejó de que se tomara por sustancia lo que no era más que ejemplo y aplicación294. Sin embargo, ya antes de la aparición de Ariel, esa significación de su contenido ya despertaba la expectación del pequeño ambiente montevideano. Decía El Día en su aviso del 23 de enero:

No es exacto que el tema principal de la nueva obra sea, como se ha dicho, la influencia de la civilización anglo-sajona en los pueblos latinos. Sólo de una manera accidental se hará en el libro un juicio de la civilización norteamericana.



Después, desde los países más amenazados -Cuba, Santo Domingo- sus corresponsales le hicieron saber a Rodó este especial y beligerante mensaje de su Ariel295. Tanto se destacaba que Pierre Ville atribuía a él la mutilación de su artículo en La Revue Britannique296.

También fue un factor de su éxito su contraste con la literatura y el tono intelectual de la época. Dominaba, dice Lasplaces, «una literatura de fáciles improvisadores, de perezosos imaginativos, de infecundos iconoclastas...»297.

Ya destacaba este contraste en 1900 Arturo Prats en La Alborada y sorprendía el hecho a Francisco Costa porque: «¿cómo es que en nuestro país que gusta del noticierismo callejero, de las crónicas sanguinolentas de los crímenes, de la chismografía social y política, ha podido obtener tanto éxito el libro de Rodó?»298.

Gómez Restrepo, en su artículo de Trofeos, subrayaba en Ariel una actitud defensiva uruguaya contra la influencia fenicia y cosmopolita que venía de la Argentina hacia 1900. Max Henríquez Ureña destacó la necesidad de las conciliaciones arielinas para la desgarrada juventud uruguaya de 1905299.

Alberto Zum Felde ha brindado una doble explicación del éxito: el de su primera y triunfal resonancia en España y el haber restablecido el magisterio intelectual de Francia300. Años más tarde, Juan Carlos Gómez Haedo resalta la rareza de ese triunfo, conseguido sin un bando ideológico en que apoyarse, sin un grande extendido prestigio previo y sin un país importante para respaldarlo301.

En realidad, el mismo Rodó explicó admirablemente en documentos posteriores las líneas del sentido de ese éxito y de ese mensaje. En la carta a Varona, ya referida, se menciona la intención propagandística y la profesión de una fe dirigida a la juventud «por la vía de la inteligencia y dentro de ella por la vía del arte», «contra las tendencias igualitarias y utilitarias» «la pasión de raza, pasión de latino», y la necesidad de mantener «lo fundamental en su carácter colectivo»302.

En carta a Antonio Rubió y Lluch, de esta época, destacó en Ariel su calidad «de obra en acción y propaganda en favor de la intelectualidad y del arte, en favor de toda idealidad generosa y en favor también de la tradición latina y el porvenir de nuestra raza en América»303.

En carta posterior a Francisco García Calderón habló de «el ideal de cultura armónica y de vida integral que en Ariel propuse»304, y a Eulogio Horta, según borrador del 15 de agosto de 1903 decía que

...nuestro concepto de cultura es amplio y comprensivo, sin que eliminemos ningún interés humano, ni positivo ni idealista. La oposición entre el desenvolvimiento material y el culto de lo ideal, no existe en principio para nosotros. Perseveremos en ese concepto de civilización305.



Y en borrador, parcialmente ilegible, «a un escritor peruano» (tenemos la seguridad de que éste era José de la Riva Agüero) Rodó hace algunas afirmaciones fundamentales sobre su ideología que muestran, sobre todo, que era perfectamente consciente de las deformaciones que el idealismo ariélico podía sufrir y efectivamente sufrió en años posteriores:

Si V. vuelve a leer con reflexión las páginas de Ariel ha de reconocer que allí no se predica un esteticismo aéreo y desvinculado de las realidades de la vida, sino que la más íntima esencia de su prédica es un ideal de armonía y total expansión de las fuerzas que integran la sociedad humana. Ningún concepto de la vida que se base en el desenvolvimiento de una energía, de una facultad a expensas de las otras, es duradera [...] Las facultades ideales como el coronamiento del edificio, como la flor del árbol; pero debajo de ellas las fuerzas aferradas al suelo...306



En carta a Arturo Prats, publicada en El Día del 4 de marzo de 1900, acentuó Rodó el carácter apostólico y propagandístico de su crítica a Prats. Se la hubiera agradecido en cualquier caso, pero

...tratándose de Ariel se lo agradezco doblemente porque no es mi amor propio de escritor lo que en primer término me obliga para con Ud., sino ante todo mi pasión de propagandista y mis anhelos de difusión de las ideas que me son queridas...



El prólogo al libro América de Abel J. Pérez es también una refirmación de los postulados ariélicos. Allí se ataca al cosmopolitismo y se reclama una sociedad con carácter propio, se combate el imperialismo, se defiende el culto de lo bello, se reivindican las aristocracias naturales y se insiste en la finalidad americana.

En una comunicación a Ariel, revista hispano-parisiense dirigida por Alejandro Sux, habló Rodó de Ariel «el invencible», «espíritu de los hombres de veinte años», y en declaración solidaria con el equipo de la publicación sostuvo «nuestro impenitente espíritu de español en América, prendados siempre de lo que es desinteresado y generoso, de lo que tiende sinceramente a un ideal y no lleva en sí ninguna mácula de simonía»307.

En El Nuevo Ariel, publicado en Buenos Aires en 1914, se ratifica el triple sentido arielino: idealista contra las limitaciones del positivismo utilitario, de calidad y selección contra «la igualdad de la falsa democracia» y de personalidad de raza «de abolengo histórico latino» contra «la expansión triunfal de otros». Cree allí que Ariel tocó cuerdas profundas y durables, «que su espíritu no era ráfaga personal y pasajera, sino el signo de una transición que estaba en la virtualidad del pensamiento de su tiempo»308.

Y en 1915, en carta dirigida a los estudiantes de San José, afirmó «la continuidad de una aspiración idealista» sobre «los intereses y las pasiones»309.

Todo lo anterior no debe escamotear que, en verdad, algunas de las páginas más significativas que se escribieron sobre Ariel hacia 1900 apuntan reservas que anticipan claramente -aunque con la diferencia que hay entre la observación respetuosa y el dicterio a veces malintencionado- todos los temas y las posiciones del «antiarielismo».

La crítica de los Estados Unidos, la concepción de las relaciones entre aristocracia y democracia, el repudio del espacialismo, la postulación de los valores intelectualistas y esteticistas, cierto evidente desprecio arielino a lo real, material y cotidiano, despertaron objeciones y réplicas que no es posible recapitular en toda su anchura.

La posición antiyanqui de Ariel suscitó toda la gama de las reacciones, desde las aprobaciones entusiastas de Víctor Pérez Petit, de Carlos Martínez Vigil, de José Salgado, de Moneva y Puyol, o la réplica medida y cordial de Francisco García Cisneros, hasta el desahogo de esta carta conservada entre los papeles de Rodó y firmada por Aurelio Cotta:

Como ciudadano de los Estados Unidos, no puedo callar ante las apreciaciones que sobre mi país, ha formulado Vd. en las páginas de su folleto Ariel. Cuando la guerra de España, tuvimos ocasión de mostrar a todas las naciones de Europa y Sudamérica que éramos la primera potencia marítima, después de haber probado en torneos y exposiciones que éramos la primera potencia comercial e industrial de los tiempos modernos. Llegado el caso, también probaremos que somos, por el cultivo de las letras y las bellas artes, una nueva Atenas. Sus apreciaciones sobre los norteamericanos son más literarias y declamatorias que fundadas y verdaderas. Ellas están conformes con el espíritu levantisco y engreído de su raza. A Vds. no les queda más que la soberbia de los grandes venidos a menos. Constituyen una raza en decadencia y están llamados a desaparecer en plazo no muy lejano. En cambio, nosotros somos la raza del porvenir. Con nosotros concluirá el mundo...310



La medida extrema de la pasión contraria la dio Víctor Pérez Petit. Habla de Ariel y explica:

Digamos también que es anatema a la burguesía triunfante, atiborrada de carne de puerco, forrada en largos gabanes de piel, sin otra misión en la tierra que la conquista de libras esterlinas [...] Y es precisamente la lucha del estómago y la cabeza lo que preocupa a nuestro escritor. A los que nos presentan la nación americana como un verdadero modelo, se les contesta en el libro presentándoles sus defectos y rastrerías. Aquéllos quieren darle trabajo al páncreas: nosotros estamos empeñados en dárselo a las células cerebrales [...] A nosotros, los que llevamos la sangre azul de los últimos caballeros del mundo, se quiere imponer la raza brutal...311



Fue tema de apasionada discusión el de si Rodó había sido justo con los Estados Unidos. Afirmaron que en Ariel no existía malintencionada exageración de defectos: Gómez de Baquero, Ignacio Päne, Clarín y Letelier. Más tarde, Justo Manuel Aguiar, «Lauxar» y Goldberg. Actualmente, Vitier, Valera y Max Henríquez Ureña piensan lo contrario.

Un núcleo significativo de críticos de Ariel sostuvo que el ejemplo norteamericano de cordura, civilismo, trabajo, energía, voluntad, alto bienestar y afán por la cultura era beneficioso para una Hispanoamérica debatiéndose entre el militarismo despótico y la politiquería estéril, de vida misérrima y laxa, sin más horizontes para su juventud que la función burocrática o la aventura facciosa.

Era urgente y primero desterrar esos males y adaptar el modelo exitoso: la cultura y el arte se darían después, por añadidura. Se filiaron en esta creencia Eduardo Lamas, Juan Carlos Blanco, Alberto Nin Frías, Alejandro Andrade Coello, Francisco García Calderón, Pedro Henríquez Ureña, Eulogio Horta, José de la Riva Agüero, Eduardo Ferreira y Francisco García Cisneros312. En España se expresó similarmente Valera. Más tarde lo hicieron en América Justo Manuel Aguiar, Álvaro Armando Vasseur, Alfredo Colmo, Gonzalo Zaldumbide y Jesús Castellanos. Dijo este último, en cierta ocasión y atacando la tendencia españolista:

La segunda consecuencia de este romanticismo hispanista es la de la hostilidad, que trae como corolario, hacia la gran república del Norte. Durante largos años se ha vivido en el continente bajo una falsa idea de lo que es y de lo que representa para la humanidad ese país; las ideas vulgares acerca del utilitarismo y la rudeza yanquees, mezcladas con la atmósfera de terror que desde la guerra de España -que ésta hizo ver como un despojo, cuando era realmente una restitución- parece haberse formado contra los Estados Unidos, han hecho que se propague ese concepto de amenaza que trae, como reacción natural, la evasión de los amenazados. Hasta un escritor ilustre, José E. Rodó ha caído en esa red de prejuicios al hablar de los Estados Unidos en su libro Ariel313.



Lo anterior debe enlazarse a otros dos tipos de observaciones.

El primero es el de que el ideal arielino de refinamiento y ocio intelectual, de aristocracia, de tolerancia, de integridad humana y de desinterés era válido, sí, como norma intemporal de vida, pero resultaba contraproducente en el momento y medio hispanoamericano. Riva Agüero, Horta y García Calderón expresaron primeramente esta idea. Después lo hicieron Luisa Luisi (en dos oportunidades)314, Alfredo Colmo, Gonzalo Zaldumbide, Ventura García Calderón y Carlos Quijano. En la actualidad, reiteran el concepto Dardo Regules y Medardo Vitier.

Decía Riva Agüero:

Francamente, si la sinceridad de Rodó no se transparentara en cada una de sus páginas, era de sospechar que Ariel oculta una intención secreta, una sangrienta burla, un sarcasmo acerbo y mortal. Proponer la Grecia antigua como modelo para una raza contaminada con el híbrido mestizaje con indios y negros; hablarle de recreo y juego libre de la fantasía a una raza que si sucumbe será por una espantosa frivolidad; celebrar el ocio clásico ante una raza que se muere de pereza315.



Y F. García Calderón señala:

Parece su enseñanza prematura en naciones donde rodea a la capital, estrecho núcleo de civilización, una vasta zona semibárbara. ¿Cómo fundar la verdadera democracia, la libre selección de capacidades, cuando domina el caciquismo y se perpetúan sobre la multitud analfabeta, las antiguas tiranías feudales? Rodó aconseja el ocio clásico en repúblicas amenazadas por una abundante burocracia, el reposo consagrado a la alta cultura, cuando la tierra solicita todos los esfuerzos, y de la conquista de la riqueza nace un brillante materialismo. Su misma campaña liberal, enemiga del estrecho dogmatismo, parece extraña en estas naciones abrumadas por una doble herencia católica y jacobina...316



El segundo grupo de observaciones gira en torno de lo que podríamos configurar como «necesidad de un calibanismo previo», de una prologal obsesión material que prestara ancha base al florecimiento del espíritu. Esta prioridad de lo calibanesco, ya aceptada en Renan317, vinculábase con la exigencia social de una justicia que fuese capaz de elevar a las masas hasta un plano en que resultase posible la aprehensión de los valores ideales. Expresaron esta posición Riva Agüero y García Calderón; también Colmo e incluso un arielista tan fiel como José Pereira Rodríguez318. Excedíase así Juan Carlos Blanco en su comentario de 1900:

Mientras la evolución de la sociedad oprima de un modo cada vez más terrible a los obreros [...] mientras la impiedad siga arrojando sobre ellos el inmenso peso del edificio social -cada vez habrá más cuerpos que obedezcan ciegamente- como piezas que cumplido su destino van y vienen en el organismo de una inmensa máquina. La libertad de reflexión huirá cada vez más hacia las zonas superiores [...] Cuando la existencia para estas últimas clases sea más desahogada, cuando el obrero pueda detener un instante su máquina o su herramienta [...] la luz volverá a difundirse y se podrá aspirar entonces a una democracia inteligente y pensadora319.



También el ideal de integridad y de armonía humana les pareció equivocado, antihistórico e inoportuno (sin dejar de reconocer su intemporal validez) al mismo Blanco, a Eduardo Lamas, a Guzmán Papini y Zas, a Riva Agüero y a García Calderón.

Le encontraron ribetes de utopismo y fantasía: Gómez de Baquero, Monteavaro y Teófilo Díaz («Tax»); aludió este último a la esterilidad del «esprit» confundiéndolo con el espíritu (era lógico que él lo hiciera) y mencionando absurdamente la vejez de Madame Du Deffand.

Concurrentemente algunos comentaristas, personalmente entusiastas del mensaje, como Pedro Emilio Coll y Carlos Guido Spano, exteriorizaron su desconfianza ante la eficacia de toda incitación ideal.

Algunos, como Valera, aludieron a la vaguedad de ese ideal; otros a su carácter desenraizado o poco estimulante de la acción (Nin Frías) o libresco (Lamas, Riva Agüero).

Estas reservas y críticas llegaron hasta los prólogos: el de la edición mejicana de Reyes habló de sus «limitaciones en el campo de la psicología social», de «la falta de una concepción más profunda de la vida griega» y de «una visión más amplia del espíritu norteamericano»320. Subieron hasta el insulto en la nota frenética y perturbada de Antonio Monteavaro, que dijo, hablando de su estilo: «con sus manos de orífice, bien podría Rodó cincelar joyas bellas ¿por qué quiere hacer trabajo de albañil?»321.

Y aún tenemos las posiciones, las interpretaciones y los tonos. Cada crítico vio Ariel desde su perspectiva y destacó lo que le confirmaba o disgustaba. Ya hemos visto las favorables a los Estados Unidos y las esteticistas, y las escépticas... Veremos en seguida las hispanistas y la eticista y antilatina de Unamuno.

Aún quedarían las latinistas, en las cartas de Maragall y Joaquín Torres García; las religiosas, antipositivistas y latinas, en Desdevizes du Desert; las católico-clásicas, en George Bernard; las hispánicas, antidemocráticas y antiyanquis, en Max Grillo. Y todavía muchas que no es posible recapitular.