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Europeístas españoles

Biografía de Rafael Altamira sobre su pensamiento europeo
(Alicante, 1866 - Ciudad de México, 1951)

Por Ignacio Ramos Altamira

Rafael Altamira a principios del siglo XX. Historiador, jurista, pedagogo y escritor nacido en Alicante el 10 de febrero de 1866. Se crio en una familia amante de la cultura y su padre fue músico militar, defensor del liberalismo político. Estudió la carrera de Derecho en la Universidad de Valencia, donde entró en contacto con la filosofía krausista y con recomendación de su profesor Eduardo Soler, Altamira y Crevea marchó a Madrid para realizar el Doctorado en la Institución Libre de Enseñanza de Madrid (ILE), bajo la dirección de Gumersindo de Azcárate. Pronto, se convirtió en discípulo predilecto de Francisco Giner de los Ríos, fundador de la ILE, y conoció las teorías pedagógicas europeas más avanzadas. En 1889 ganó, por oposición, la plaza de secretario segundo del Museo de Instrucción Primaria que dirigía otro ilustre institucionista, Manuel Bartolomé Cossío, y al año siguiente pasó tres meses en París estudiando la enseñanza de la Historia que se impartía en los principales centros académicos de la capital francesa. El contacto estrecho con los miembros de la ILE le convenció de la necesidad de mejorar y reformar la enseñanza primaria como base para la regeneración del pueblo español, siguiendo el camino de modernización de otros países europeos. En este sentido, recibió además el impulso patriótico del pensador y jurista Joaquín Costa, dirigido a superar el atraso y la decadencia de España mediante la europeización del país.

En 1897, Altamira y Crevea consiguió la cátedra de Historia del Derecho Español de la Universidad de Oviedo y al año siguiente ofreció un histórico discurso de apertura de curso titulado El patriotismo y la Universidad, en el que incidió en la importancia de la cultura y la instrucción del pueblo. A raíz de su intervención, se creó la Extensión Universitaria para la formación de los obreros asturianos, que fue modelo en España y en centros universitarios del continente, como la Universidad Libre de Bruselas. Durante la primera década del siglo XX, Altamira y Crevea ejerció de embajador académico de España en Europa y fue el único representante nacional en los congresos de Ciencias Sociales celebrados en París (1900) y Roma (1903), lo que motivó que criticara en un artículo la falta de apoyo oficial para que la ciencia y la cultura española estuvieran presentes en los foros académicos internacionales («España en el Congreso Internacional de Ciencias Históricas», La Lectura, Madrid, tomo II, 1903, p. 478). Después, estuvo en un nuevo congreso en Berlín en 1908, acompañado del historiador Eduardo de Hinojosa. En febrero de 1909, participó con el Rector de la Universidad de Oviedo, Fermín Canella y Secades, en el primer intercambio de profesorado entre una universidad española y una europea (en este caso, la francesa de la ciudad de Burdeos). Al mismo tiempo, se esforzó por recuperar el vínculo cultural y académico de España con sus antiguas colonias americanas y entre 1909 y 1910 recorrió toda América como embajador de la Universidad de Oviedo. En 1911, durante el reinado de Alfonso XIII, Altamira y Crevea fue elegido Director General de Primera Enseñanza del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes y en su esfuerzo por reformar y modernizar la escuela española organizó viajes de estudio de maestros y maestras a las escuelas más avanzadas de Europa. Su labor fue altamente elogiada en Francia y en 1913 recibió la Medalla de la Universidad parisina de la Sorbonne.

Ficha personal de Rafael Altamira como miembro del Tribunal de Justicia de La Haya (1932). El comienzo de la Primera Guerra Mundial despertó la preocupación pacifista de Altamira y Crevea y en su libro La guerra actual y la opinión pública española (1915) planteó la necesidad de resolver los conflictos entre naciones mediante el Derecho y los acuerdos para una convivencia pacífica. Además, fue uno de los primeros intelectuales españoles que se unió a las propuestas del Consejo Neerlandés contra la Guerra, antecesor del Tribunal de Justicia Internacional de La Haya. En 1916 promovió la creación de una Liga Española de Acción Internacional que no llegó a ponerse en marcha, pero ese mismo año, tras formar parte de la expedición académica que viajó a París para mostrar el apoyo español a la cultura liberal francesa, contribuyó a la creación del Comité de Aproximación Franco-Española. En diciembre de 1919, después de asistir a la reinauguración de la Universidad de Estrasburgo, Altamira y Crevea participó en las sesiones del Congreso de la Sociedad de Naciones celebradas en Bruselas y de vuelta en Madrid presentó las conclusiones de este nuevo organismo internacional en la Real Academia de Legislación y Jurisprudencia. En febrero de 1920, el Consejo de la Sociedad de Naciones le designó para formar parte del grupo de diez juristas encargados de elaborar las bases de un Tribunal de Justicia Internacional independiente que funcionara como un órgano de arbitraje para resolver los conflictos entre países, y dos meses después, Altamira y Crevea asumió la secretaría general de la delegación española de la Sociedad de Naciones. Por fin, en septiembre de 1921, el Consejo y la Asamblea de la Sociedad de Naciones le nombró Juez Permanente del Tribunal de Justicia Internacional, con sede en el Palacio de la Paz de la Haya, donde Altamira y Crevea ejercerá sin interrupción hasta el comienzo de la Segunda Guerra Mundial. Al mismo tiempo, durante los años veinte del siglo pasado realizó un gran esfuerzo por estrechar la relación cultural y social de España con el resto de países europeos y contribuyó a la creación del Comité Hispano-Belga (por lo que recibió el título de Oficial de la Orden de Leopoldo II en octubre de 1920) y de diversas asociaciones hispanistas en Países Bajos, Bélgica o Dinamarca. Además, impartió conferencias en las más prestigiosas universidades europeas (Sorbona, Cambridge, Oxford, Universidad Libre de Bruselas…) y colaboró en la creación de la Agrupación de Amigos de Checoslovaquia y el Comité Hispano-Eslavo. Por su reconocimiento internacional y su activismo europeísta, Altamira y Crevea fue nombrado en 1929 vicepresidente del grupo español de la Unión Paneuropea, el proyecto que había iniciado en 1923 el conde austriaco Richard Coudenhove-Kalergi para la unión política y económica europea, con el objetivo de formar un ente supranacional que permitiera competir con grandes potencias de la época, como los Estados Unidos, Rusia, Gran Bretaña o Japón. En declaraciones al diario Heraldo de Madrid del 1 de marzo de 1929, Altamira y Crevea defendió pactos con las vecinas Francia y Portugal y la acción común para defender los intereses económicos europeos en América. Al año siguiente, manifestó en la revista La Gaceta Literaria (15 de febrero de 1930) su posición favorable a la creación de los «Estados Unidos de Europa», aunque sin considerarlo la «panacea», y abogó por la formación de agrupaciones regionales afines y por arreglar los problemas entre países antes de pasar a una unión más completa. Sin embargo, el proyecto de la Unión Paneuropea apenas tuvo recorrido por las complicaciones económicas y políticas de la época.

Rafael Altamira, juez del Tribunal Internacional de Justicia de La Haya (1921-1930). Al margen de su trabajo jurídico en el Tribunal de Justicia Internacional y su labor de difusión de la cultura española en Europa, desde finales de los años veinte Altamira y Crevea participó en conferencias internacionales encaminadas a que la enseñanza de la Historia se convirtiera en herramienta educativa para la unión y convivencia pacífica de los pueblos y sus numerosas publicaciones pacifistas motivaron que fuera propuesto al Premio Nobel de la Paz en 1933 por importantes intelectuales europeos y españoles, aunque no consiguió el galardón. Con la sublevación militar contra el Gobierno de la República de julio de 1936, Altamira y Crevea abandonó el país y se estableció en La Haya con su familia, y cuando la invasión nazi cerró el Tribunal de Justicia Internacional, se trasladó al sur de Francia, hasta que, finalmente se exilió a México en 1944. En 1951, recibió una nueva nominación al Premio Nobel de la Paz que se frustró por su fallecimiento el 1 de junio de ese año en la capital mexicana.

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