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Europeístas españoles

Contexto histórico de la integración de España en Europa (época contemporánea)

Por Salvador Forner Muñoz
(Universidad de Alicante)

Sello postal de una peseta con simbología de España y Europa. La vocación europea de España a lo largo del siglo XX comenzó lastrada por el impacto de la pérdida de sus últimas posesiones coloniales. La mirada a Europa como modelo de desarrollo económico, cultural y social ha presidido prácticamente desde entonces, y durante todo el pasado siglo, las percepciones y relatos sobre la relación entre España y Europa. Aunque en sentido estricto no pueda hablarse de europeísmo más que como un ideal de búsqueda de la unidad europea, hay ya en España desde principios de siglo un acercamiento a esa unidad, materializado en el deseo de europeización de España que muestran algunas individualidades, grupos generacionales y entidades políticas, como una necesaria homologación del país con los países más avanzados de la Europa Occidental. Ese mismo deseo presidirá también las aspiraciones de la joven democracia española que, a fines de los setenta del pasado siglo, aspiraba a ingresar en la entonces Comunidad Económica Europea. Más allá del proceso de unificación, la Europa comunitaria se convertía ahora, en los años finales del siglo, en el instrumento para una europeización mediante la inserción de España en un espacio europeo de progreso al que pertenecía de forma natural y del que se habría alejado debido a las circunstancias políticas de los decenios anteriores.

Carta de Fernando Castiella, ministro de Asuntos Exteriores de España, 9 de febrero de 1962. Es la primera petición oficial para el ingreso de España en la Comunidad Económica Europea. Durante los primeros años de dicho siglo, la preocupación por la regeneración de España estuvo íntimamente ligada a la europeización ocupando dicha cuestión un espacio destacado en el debate público. Muestra de ello son las reflexiones que sobre Europa desarrollaron intelectuales de la talla de Unamuno u Ortega y Gasset. El aspecto fundamental en el que centraron sus reflexiones, tanto la generación del 98 como los regeneracionistas, fue la preocupación por la situación interna de España. La mirada a Europa servía para ejemplificar la falta de desarrollo de España en comparación con el modelo de modernización europea. No existió un único discurso sobre Europa sino distintas sensibilidades que trataban de encajar el lugar de España en su inmediato entorno geográfico europeo lo que provocó un hondo debate entre los partidarios de proteger la idiosincrasia española frente a los defensores de europeizar España. En todo caso, la cuestión europea ocupó un lugar secundario ante la preferente preocupación por los problemas internos del país. Sólo en contadas ocasiones, caso de Joaquín Costa o Miguel de Unamuno, las referencias a Europa fueron sobresalientes entre su amplia bibliografía. El pensamiento europeo de Costa destacó por defender con vehemencia una política nacional activa pro-europea, llamando a los intelectuales a involucrarse en su consecución. La reflexión sobre Europa de Unamuno sufrió una evolución acusada a lo largo del tiempo, aunque en ella se mantuvo constante la idea de que la interconexión de España con Europa supondría un enriquecimiento mutuo para ambas partes.

El pensamiento europeísta pasó a un segundo plano durante la Primera Guerra Mundial prevaleciendo ahora el enfrentamiento entre germanófilos y aliadófilos. La Gran Guerra supuso una ruptura, un punto de inflexión, entre una etapa previa y una posterior, entre un antes y un después. La racionalidad ilustrada dejó de ser con la guerra el paradigma interpretativo dominante abriéndose paso nuevos enfoques que cuestionaban una larga tradición que ahora se diluía dejando un vacío que debía ser ocupado. Durante el conflicto los intelectuales alcanzaron gran protagonismo y lideraron las reflexiones sobre la naturaleza misma de la guerra y de sus efectos. La guerra les obligó a significarse fragmentando el debate público entre germanófilos, aliadófilos y neutrales. España no fue ajena a dicha corriente participando de pleno en el debate de ideas sobre el modelo de nación y sobre el nuevo modelo de Europa que surgiría tras el conflicto. El concurso de España en este intenso debate situó al país en las formas y modos inherentes a la incipiente democracia de masas, europeizándolo en tal sentido. Muestra de ello fueron el despegue de la prensa española como vórtice del espacio del debate político, el crecimiento del asociacionismo político, la definición de los partidos políticos sobre la posición de España ante la nueva Europa y el uso del mitin político y la propaganda como herramienta propia en la democracia de masas.

Firma del Protocolo adicional al Acuerdo comercial preferencial entre España y la Comunidad Económica Europea, 29 de enero de 1973. Una vez terminado el conflicto mundial, durante los años veinte, resurgiría el pensamiento reformista y europeísta. En él seguía vigente la visión del retraso de España y la preocupación por la modernización del país. Intelectuales y políticos españoles, como era el caso de Manuel Azaña aspiraban a que un cambio de régimen sirviera para desarrollar un programa reformista que modernizaría el país europeizándolo. La reflexión sobre Europa, que ocupó a personalidades como Salvador de Madariaga, María Zambrano, Fernando de los Ríos o Julián Besteiro, imbricó a los españoles en las inquietudes europeas del momento. Es durante ese período y en años posteriores, cuando se nos desvela el pensamiento de Ortega y Gasset en su reflexión sobre Europa. En los años previos a la Gran Guerra la influencia de la experiencia académica formativa alemana del filósofo, de la corriente regeneracionista española y del europeísmo de Joaquín Costa influyeron en la mirada de Ortega a Europa. En esta etapa se cimentó la comprensión orteguiana de Europa como un ideal de práctica transformadora de la realidad española que debía poner en valor la razón científica vigente en el Viejo Continente para impulsar el país hacia su modernización, europeizándolo. La Gran Guerra afectó al pensamiento de Ortega que buscó una salida a la manifiesta situación crítica europea aportando soluciones para superar la crisis de un escenario posbélico que derivaba hacia la radicalización ideológica. Durante el periodo de entreguerras, Ortega denunció el riesgo de los movimientos revolucionarios, advirtiendo del peligro de los totalitarismos por su ataque a los valores europeos. Ortega abogó por la colaboración entre los europeos como clave de la reconstrucción del Viejo Continente que debía buscar un nuevo encaje alcanzando su unidad. Los valores del liberalismo fueron para Ortega el remedio contra el comunismo y el nacionalsocialismo, y la unidad de Europa la receta para la paz duradera. Tras la Segunda Guerra Mundial mantuvo su compromiso con la idea de la unidad de Europa, entendida como una comunidad ciudadana en la que los europeos debían asumir la superación del estado-nación.

Firma del Tratado de adhesión de España a las Comunidades Europeas. Palacio Real de Madrid, 12 de junio de 1985. En esa segunda posguerra la mirada a Europa del español Salvador de Madariaga se tradujo en una intensa y significativa labor en el diseño y ejecución de numerosos proyectos que patrocinaban la unidad europea. Madariaga participó activamente en dichos proyectos ocupando lugares destacados en el seno de diferentes instituciones. El mérito de su contribución estribó en abogar por trascender el plano de las ideas pro-europeas para construir realidades concretas que materializaran dichas aspiraciones. A tal fin diseñó o formó parte de distintos proyectos que sufrirían distinta suerte en su resolución. Su primera iniciativa, el Banco para la Reconstrucción de Europa cuyo objetivo sería apoyar la reconstrucción económica del continente tras la guerra, no vio la luz. Tampoco prosperó su modelo mundialista para la Unión Cultural de los países de Europa Occidental pero, convencido de ello, insistirá en la necesidad de forjar una conciencia mundial. Su mayor logro será su contribución en el Congreso de Europa donde presidió la Comisión Cultural ostentando también, a raíz de ello, la presidencia de la Sección Cultural del Movimiento Europeo. Desde tan excepcional tribuna Madariaga insistirá en la necesidad de crear instituciones para garantizar la continuidad de los trabajos del Consejo de Europa. Entre todas sus iniciativas, el Colegio de Europa y la Academia de Europa fueron las predilectas de Madariaga. La primera será un éxito respondiendo al objetivo constante de Madariaga de formar en la excelencia a las personas que nutrirían el germen de las instituciones europeas. El segundo, en cambio, que aspiraba a convertirse en el centro de reunión de la cultura europea en favor de la creación de un nuevo patriotismo europeo, no conseguiría formalizarse.

Portadas de diversos periódicos de Madrid, Barcelona y Bilbao al día siguiente de la firma del Tratado de adhesión de España a las Comunidades Europeas, 13 de junio de 1985. La segunda posguerra abrió para la Europa Occidental un escenario fértil en proyectos y realizaciones unitarias, pero España quedó marginada por el momento de dichos proyectos y realizaciones. La ausencia de democracia del régimen franquista imposibilitó que España formara parte de los inicios del proceso integrador obligando al régimen a buscar un acercamiento al proceso integrador exclusivamente económico. Los valores europeos y occidentales estuvieron encarnados por la oposición democrática que encontró en la apuesta por la Europa unida un instrumento para la erosión de la dictadura.

Las circunstancias derivadas de la particular situación política española bajo el régimen franquista determinaron la especial configuración del Consejo Federal Español del Movimiento Europeo (CFEME) así como su actividad. Dicha singularidad radicó en que las posiciones del CFEME combinaban siempre la defensa de la construcción política de Europa con la denuncia de la dictadura en España y la búsqueda de apoyo en las instituciones europeas con el objeto de marginar al régimen franquista. La característica fundamental de la primera etapa del Movimiento Europeo en España fue precisamente constituirse en aglutinante de la lucha antifranquista reuniendo en su seno a la oposición tanto del exilio como del interior. Una vez restablecida la democracia, el Movimiento Europeo español jugó un papel capital en la búsqueda de apoyos, dentro de su ámbito de influencia, para conseguir el éxito de la adhesión española a las Comunidades. Normalizada la posición de España como miembro de pleno derecho en la Unión Europea, el Movimiento Europeo Español compartió con el Movimiento Europeo Internacional un mismo papel: ser un foro de debate sobre política europea para favorecer una mayor profundización en la construcción europea.

Cartel de la presidencia española de la Unión Europea en 2002, diseño de Pepe Gimeno. La cuestión europea se convirtió desde comienzos de la década de 1960 en un factor clave para entender la evolución del régimen franquista y la estrategia de oposición de la izquierda española. El protagonismo pro-europeo del socialismo español contrastaba en esos años con las posiciones del PCE, explícitamente opuestas al proceso de integración europea. La trayectoria de ambos partidos, que puede seguirse en el correspondiente capítulo, confluyó finalmente en la década de 1970 en posiciones similares respecto a la incorporación de España al proceso comunitario y a la estrecha asociación entre europeísmo y democracia que tanto el PSOE como el PCE defendieron en sus respectivos relatos políticos. Pero también en el seno del propio franquismo hubo sectores políticos que percibieron la creciente importancia de Europa para la necesaria adaptación del régimen a los retos planteados por el proceso integrador. En ese acercamiento a la Europa comunitaria el papel más activo lo desempeñaron los llamados tecnócratas cuyo horizonte europeo, como analiza Roberto López Torrijos, entronca con el pensamiento regeneracionista de principios de siglo y se enmarca en una corriente neo-reaccionaria. En la consecución de la europeización española, los tecnócratas rivalizaron y, no obstante, compartieron objetivo con la corriente falangista. Las tensiones libradas por ambas familias del régimen por prevalecer como pilar fundamental de futuro del Régimen se extendió al modelo de relación con la Comunidad Económica Europea (CEE) y al control de los órganos de negociación del régimen con ésta. Finalmente, la balanza se decantó a favor de los tecnócratas que protagonizan el primer acercamiento de la España franquista a la entonces Comunidad Económica Europea ocupando para ello los puestos más significativos dentro de la Administración. La tecnocracia afianzó la retórica «europeizadora» como argumento de la legitimación de la dictadura mediante el crecimiento económico y la convergencia con los niveles de Europa occidental.

La incorporación de España a la CEE, en 1985, supuso la culminación de un largo proceso en el que la apuesta decidida por homologar a España con Europa iniciaba el verdadero proceso de la anhelada europeización que supuso acusados cambios económicos y sociales para el país. Los dos líderes políticos que se sucedieron en el Gobierno durante esos años, Felipe González y José María Aznar, imprimieron en la relación entre España y la Unión Europea un fecundo protagonismo que, desde planteamientos ideológicos diferentes, sirvió para superar satisfactoriamente los grandes retos de la Adhesión, con sus repercusiones sociales y económicas, y los derivados del Tratado de Maastricht con la plena incorporación de España a la Unión Monetaria Europea.

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