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Hervás y Panduro y sus amigos ante la mexicanidad1

Antonio Astorgano Abajo




ArribaAbajoIntroducción

Si la vida de una persona viene configurada por su carácter y por sus circunstancias, como, más o menos, afirmaba Ortega y Gasset, al estudiar la vida y la obra del jesuita expulso Lorenzo Hervás y Panduro hemos observado que hay dos campos de investigación hacia los que se sintió atraído a lo largo de su vida, o al menos más claramente que por otras facetas de sus múltiples aficiones literarias. Nos referimos a la cultura vasca y a la mexicana. Intentar explicar esta observación pudiera hacernos transitar por el resbaladizo sendero de la psicología, que siempre hemos procurado evitar.

Por otro lado, al editar la Biblioteca jesuítico-española2 también nos dimos cuenta de que quizá los dos mejores artículos eran los de dos amigos confesos de Hervás, el vasco Esteban de Terreros y Pando y el mexicano Francisco Javier Clavigero.

En varios trabajos anteriores hemos buceado en el evidente filovasquismo de Hervás3, ahora intentaremos confirmar el filomexicanismo y sus circunstancias, en particular su amistad con la figura de José de Cistué, fiscal del Consejo de Indias y conocido por sus cartas con el comerciante José Ignacio de Yraeta, al que ha trabajado durante muchos años la doctora doña Cristina Torales4. Cistué era una persona de la enorme confianza de Yraeta, a la que le encargó el apoyo a la educación de su sobrino Gabriel María de Mendizábal, quien en los años noventa del siglo XVIII se distinguió en la defensa de Guipúzcoa.

Hervás con gran cariño va reseñando en su Biblioteca jesuítico-española a muchos otros jesuitas escritores de la Nueva España, como Jaume Baegert (1717-1772), misionero, antropólogo, historiador y naturalista de California, cuya obra conoce a través de su amigo Clavigero, el operario de Guanajato Pedro Borrote, el humanista Manuel Brito, el orador y poeta Nicolás Calatayud, el moralista Josef Carrillo, el poeta Agustín Pablo de Castro, el humanista e historiador Andrés Cavo, el lingüista Manuel Cote Muñoz, el alemán Benno Ducrue, misionero en California y cronista de la expulsión, el historiador Josef Fábrega, el biógrafo Manuel Fabri, el humanista Andrés Diego Fuente, el poeta Pedro María Gallardo, el orador y poeta Francisco García, el humanista y poeta latino Manuel González Cantabrana, el biógrafo y apasionado de la Virgen de Guadalupe, Juan Ignacio González, el latinista y matemático Narciso González, el filósofo Andrés de Guevara y Basoazábal, el misionero en Sinaloa y cronista de viajes, fallecido en la prisión del Puerto de Santa María en 1782, Francisco Ita, el famoso teólogo y polemista Manuel Iturriaga, el poeta y traductor Josef Izquierdo, el destacado poeta Rafael Landívar, el poeta Francisco Javier Lazcano, el latinista y biógrafo del jesuitismo expulso mexicano Juan Luis Maneiro, el arquitecto Pedro Márquez, el misionero de origen vasco, historiador, naturalista y lingüista Blas Miner, el poeta Juan Ignacio Mota, el misionero y poeta Nicolás Noroña, amigo de Clavigero, el naturalista y poeta, oriundo de Navarra, Alejo Orrio, el misionero y lingüista Josef Ortega, el lingüista Ignacio de Paredes, el eminente pedagogo Josef Julián Parreño, el misionero y biógrafo Dionisio Pérez, el teólogo Tomás Pérez, el misionero y teólogo Javier Rivero, el cronista del jesuitismo mexicano expulso Félix de Sebastián (español, misionero en Chinipas, Sanlúcar de Barrameda, 1736-Carrara, 1785), el misionero y explorador de origen alemán Jaime Sedelmayer, el misionero e historiador de California Segismundo Taraval, el poeta Cristóbal Villafañe, el teólogo y provincial Francisco Cevallos y el latinista y biógrafo Vicente Zuazu. En total una cuarentena de jesuitas novohispanos que Hervás reseña con especial mimo, lo cual pone de relieve su aprecio por lo mexicano.

La Biblioteca jesuítico-española, escrita por Lorenzo Hervás y Panduro, en su mayor parte a lo largo de 1793, fue su particular manera de reivindicar y recordar al conjunto de los jesuitas expulsos españoles, de los cuales formaba parte. No se trataba de un ejercicio de nostalgia, sino de justicia, ya que en su mayoría eran autores vivos, o de fallecimiento reciente, cuya dispersión amenazaba con que se perdiera su memoria. Por ello, los jesuitas mexicanos son reseñados con especial cariño con una minuciosa tarea de recopilación de noticias sobre las obras, publicadas e inéditas, tarea que sólo podía realizar alguien que, como él, reuniera dos condiciones, la de ser un buen bibliófilo y conocer, desde dentro, los ambientes en los que se movían los antiguos miembros de la Compañía de la Nueva España. Curiosidad por lo mexicano que le duró toda su vida, como se refleja en la correspondencia con el fiscal del Consejo de Indias, José de Cistué, pues siempre consideró su relación con México como algo abierto, susceptible a nuevas incorporaciones de datos y, por ello, mantuvo perennemente vivas las fuentes literarias, contemporáneas o no, y la red de informadores que habían nutrido los tomos lingüísticos de su enciclopedia Idea dell'Universo. Esto explica el sostener la correspondencia con el fiscal Cistué.

Todos estos jesuitas son «ensanchadores de México»5, como, sin duda, los denominaría Alfonso Trueba, por su inmensa labor pedagógica o misionera realizada en México o en las misiones con los indios de Sinaloa, Chinipas, Tarahumara, Pimería, California, Nayarit y tantos otros lugares.

Al mismo tiempo que indagamos los rasgos del mexicanismo de Hervás, no estará de más resaltar el ambiente ilustrado español que da lugar a la obra de Hervás y sus amigos, puesto a veces en duda por su profundo catolicismo y por las contradictorias circunstancias en la que tuvieron que vivir.

El presente estudio tratará de poner de relieve cómo Hervás desde casi el mismo momento en que fue libre para escoger sus amistades, a partir de la supresión de la Compañía de Jesús en agosto de 1773, estuvo interesado por lo mexicano y en correspondencia con mexicanos (criollos o españoles misioneros) durante el resto de su vida.

No vamos a entrar en la definición del verdadero concepto de la genuina mexicanidad, pero en Hervás y sus amigos encontramos un claro entusiasmo hacia la historia heroica, maravillosa y mística de Nueva España, muy rica en lenguas, pero en un marco de unidad territorial en expansión.

Anticipemos que en Hervás y sus amigos mexicanos no se atisba ningún rechazo a lo español «invasor» ni la más mínima denigración del mundo indígena. Como otros muchos españoles de la segunda mitad del setecientos, estaban preocupados por lo que los «extranjeros» iban escribiendo sobre América y, por lo tanto, sobre la colonización española. Vamos a ver a españoles como Lorenzo Hervás y José Cistué coincidir en el pensamiento con los criollos (la inmensa mayoría de los jesuitas expulsos), leales a la Corona y preocupados por la felicidad, el progreso y el desarrollo de la Nueva España, conjugando la hispanofilia con su mexicanidad de sincera defensa de lo indígena, si bien eran conscientes, como dice Cistué, de que «desde que hubo criollos han intentado exaltar aquello [América] y deprimir todo lo de Europa»6.

Veían la Conquista como un complemento de la totalidad mexicana, de manera que no era incompatible con la mexicanidad asumida desde el punto de vista indígena7, es decir la mexicanidad no descendiente exclusivamente de la mexicanidad prehispánica, objeto primordial de las investigaciones históricas y lingüísticas de Lorenzo Hervás y Francisco Javier Clavigero. Como diría Octavio Paz, «España fue a la vez destructora y constructora» y, después de todo, no sólo fueron españoles quienes conquistaron, sino que fueron españoles y criollos rebeldes quienes iniciaron posteriormente la lucha de independencia y fueron mexicanos de origen español quienes defendieron a los indígenas durante la Colonia8.

Hervás y sus amigos filomexicanos escriben en un tiempo en el que la Nueva España gozaba de relativa prosperidad, paz y expansión, cuando ya balbuceaban claramente las ideas independentistas entre los jesuitas desterrados en Bolonia. Sólo hay que ojear el Diario del padre Luengo de los años 1778-1783, cuando cada vez que da noticias de la guerra entre Inglaterra y sus colonias americanas, a las que ayudaban España y Francia, claramente se opone a ese apoyo porque inevitablemente la independencia de lo que hoy son los Estados Unidos sería un fatal precedente y estímulo para la independencia de las colonias españolas. La identidad de lo mexicano ha dado lugar a innumerables discusiones y especulaciones de todo tipo, con no pocas visiones maniqueas de la historia de México, según se revalorice desmesuradamente el mestizaje, el indigenismo o el hispanismo.

Nos conformaremos con constatar cómo los ex jesuitas mexicanos tenían conciencia de grupo y estaban orgullosos de su origen americano, y cómo Lorenzo Hervás estuvo relacionado durante toda su vida literaria con lo más granado de la mexicanidad desterrada y prestó atención destacada a la cultura y las lenguas de la Nueva España.






ArribaAbajoLa imprenta de Biasini, como punto de encuentro de los jesuitas mexicanos expulsos

Pocos meses después de suprimida la Compañía de Jesús, a principios de 1774, Hervás, pretextando motivos de salud, abandona la ciudad de Forlì, donde había residido desde 1768 hasta 1773, se traslada a la vecina Cesena para trabajar como preceptor y abogado en la casa de los marqueses Ghini, donde en poco tiempo consigue su total confianza y la integración en el ambiente sociocultural de la misma, de manera que en 1775 el Ayuntamiento le encarga la redacción en italiano de un estudio geográfico sobre la comarca9. Como ha puesto de relieve Bellettini10, hasta que Hervás empezó la publicación de los 21 tomos de su enciclopedia Idea dell'Universo, la imprenta de Biasini prácticamente sólo estaba preparada para sacar obras de poco calado, como novenarios, estampas y otros folletos de diversa devoción. Recordemos que Cesena según el censo de 1769 sólo tenía 6.950 habitantes y ningún jesuita español expulso asentado en ella.

Sabemos que la confianza de Hervás con Gregorio Biasini (1732-1788), primero, y con sus herederos después, fue total, de manera que llegó a ser una especie de gestor literario de la misma, cargo en el que el conquense fue sustituido en 1784 por el también jesuita Juan de Osuna, cuando el abate manchego se trasladó a Roma.

No nos consta la relación de Hervás con los jesuitas mexicanos durante la etapa de Forlì (1768-1773), a diferencia de su profunda amistad con el vasco Esteban Terreros. Lo que sí parece evidente es que Hervás contactó pronto con jesuitas mexicanos en Cesena, pues en 1774 se publica La vida de San José del guadalaxareño Josef Ignacio Vallejo, en que se incluye un «breve discurso» del abate manchego11, ponderando la figura del marido de la Virgen María.

Bellettini12 ha estudiado los suscriptores a la enciclopedia Idea dell'Universo y a la Storia Antica del Messico13, ambas editadas por Biasini y en los mismos años (1778-1782) y podemos hacer algunas reflexiones. La obra de Hervás tuvo 304 subscriptores, la de Clavigero 99, observándose que 23 se abonaron simultáneamente a las dos publicaciones. ¿Quiénes leían con gusto al mismo tiempo a Hervás y a Clavigero? Eran los siguientes dobles subscriptores: Filippo Argentini (Cesena), Emmanuele d'Asarta (Génova), Antonio Burriel (jesuita toledano residente en Forlì, hermano del famoso Andrés Marcos Burriel, autor de una Historia de California), Pedro Caro (Bolonia, jesuita mexicano), Manuel Colón (Bolonia, jesuita mexicano), conde Pirro della Massa (Cesena), Domingo González (Bolonia, jesuita mexicano), José Guerrero (Bolonia, jesuita mexicano), Joaquín Larrea (Ravena y Faenza, jesuita americano), Enrique Malo Guerrero (Bolonia, jesuita mexicano), conde Camillo Manzi (Cesena), Juan Martínez (Bolonia, jesuita mexicano), Manuel Mendoza (Bolonia, jesuita mexicano), Pedro Navarrete (Pesaro, jesuita mexicano), marqués Melchiore Romagnoli (Cesena), Félix Sebastián (escritor, Bolonia, jesuita español, pero misionero en Chinipas, biógrafo de los expulsos mexicanos con sus Memorias de los padres y hermanos de la Compañía de Jesús de la provincia de Nueva España, difuntos después del arresto acaecido en la Capital de México el día 25 de junio del año 1767), Juan José Serrato (Bolonia, jesuita mexicano), José de Silva (escritor, bibliotecario de Rímini, jesuita andaluz), conde Sebastiano Tampieri (Faenza), marqués Francesco Tartagni (Forlì), y Miguel de Urizar (Bolonia, jesuita mexicano).

Observando esta lista vemos que muchos de los suscriptores comunes eran jesuitas mexicanos y sólo dos de la Península Ibérica, Antonio Burriel, comprovinciano de Toledo y amigo de Hervás, y el andaluz José de Silva. No vamos a fijarnos en la identificación de los 300 subscriptores de la obra de Hervás, ni en la de los 99 de la obra de Clavigero, sino sólo en la de los jesuitas y algún notable personaje que se abonaron a la Storia Antica del Messico, para constatar que había gran unión entre los jesuitas de la Nueva España, residentes en Bolonia y Ferrara, de manera que fueron el soporte principal de la publicación de Clavigero con su aportación económica en forma de suscripción. Sus nombres, provincia jesuítica a la que estaban adscritos y el domicilio que manifestaron cuando se suscribieron fueron los siguientes: Francisco de Regis (Ímola, jesuita chileno), Francisco Javier Alegre (escritor, Bolonia, jesuita mexicano), Juan Almón (Bolonia, jesuita mexicano), Francisco Andrade (Ímola, jesuita chileno), Juan Arrieta (Bolonia, jesuita mexicano), Miguel de Bachiller (Bolonia, Ímola, jesuita chileno), Francisco Bernárdez (Pesaro, jesuita mexicano), marqués Giuseppe Bianchi (Mantova, mecenas del jesuita y gran crítico literario Juan Andrés), conde Giambattista Biffi (Cremona), Matías Boza (Bolonia, Ímola, jesuita chileno), Rodrigo Brito (Roma, jesuita mexicano), Francisco de Cabrera (jesuita aragonés, residente en Roma, amigo de Hervás y del fiscal de Indias José Cistué, que veremos en la correspondencia entre estos dos últimos), marqués Ercole Calcagnini (Ferrara), marquesa María Calcagnini Zavaglia (Ferrara), Francisco Calderón (Bolonia, jesuita mexicano), Agustín Pablo de Castro (escritor, Bolonia, jesuita mexicano), Miguel Castro (Bolonia, jesuita mexicano), Francisco Escalante (Bolonia, jesuita mexicano), Lino Fábrega (escritor, Roma, jesuita mexicano), Manuel Fabri (escritor, Bolonia, jesuita mexicano), Manuel Flores (Roma, jesuita mexicano), Antonio Franyuti (Bolonia, jesuita mexicano), Ignacio Frejomil (Bolonia, jesuita mexicano), Esteban Fuente (Ímola, jesuita chileno), Pedro Gamuza (Bolonia, jesuita mexicano), Francesco Gherardi (Bolonia, jesuita mexicano), Filippo Salvatore Gilij (escritor, Roma, jesuita de Nueva Granada o provincia de Santa Fe, íntimo amigo e informador de Hervás sobre las lenguas del Orinoco), José Mariano Gondra (escritor, Ferrara, jesuita mexicano), Andrés González (Bolonia, jesuita mexicano), Juan José González (Bolonia, jesuita chileno), Isidro González (Bolonia, jesuita mexicano), Narciso González (Bolonia, jesuita mexicano), Antonio Jugo (Ferrara, jesuita mexicano), Rafael Landívar (escritor, Bolonia, jesuita mexicano), José de Lava (Bolonia, jesuita chileno), marqués Giuseppe Locatelli Martorelli Orsini (Cesena), Francisco Javier Lozano (escritor, Ímola, jesuita mexicano), Francisco Luque (Bolonia, jesuita peruano), condesa Elena Marsigli (Bolonia), Giuseppe Maria Masi (profesor de hebreo de la Universidad de Bolonia), Juan Ignacio Molina (Bolonia, jesuita chileno, autor de un importante Saggio sulla storia naturale del Chili, Bologna, 1782), Tomás Montón (Roma, jesuita filipino), Manuel Muñoz Cote (Bolonia, jesuita mexicano), conde Girolamo Murari dalla Corte (Mantova), Antonio Noriega (Bolonia, jesuita mexicano), Juan de Dios Noriega (Fano, jesuita mexicano), Benito Patiño (Bolonia, Roma, jesuita mexicano), José Peñalver (Roma, jesuita mexicano), Ignacio Pérez (Bolonia, jesuita mexicano), Antonio Poyanos (Bolonia, jesuita del Paraguay), José Pozo (Ferrara, jesuita mexicano), Juan Miguel Quintanilla (Bolonia, jesuita mexicano), José Rivadavia (Bolonia, jesuita mexicano), José Romero (Bolonia, jesuita mexicano), José Rotea (Bolonia, jesuita mexicano), Luis Santoyo (Bolonia, jesuita mexicano), Gaspar de Sola (Rímini, jesuita andaluz), José Soldevilla (Bolonia, jesuita mexicano), Manuel Terán (Bolonia, jesuita mexicano), José Toledo (Roma, jesuita mexicano), Jaime Torres (Roma, Gubbio, jesuita de la Provincia de Santa Fe, virreinato de Nueva Granada), Hilario Ugarte (Bolonia, jesuita mexicano), Andrés de Guevara y Vasoazábal (escritor, Bolonia, jesuita mexicano), Juan de Velasco (escritor, Faenza, jesuita de la Provincia de Quito), Gabriel Viedma (Ferrara, jesuita mexicano) y Francisco Villaurrutia (Bolonia, jesuita mexicano).

Observamos que bastantes de los abonados también eran, a su vez, escritores, por lo que se añadía una motivación «gremial», además de la mexicanidad. Ciertamente el número de suscriptores sólo representa una parte del conjunto de los compradores de una edición y el número de lectores afortunadamente es muchísimo mayor, pero esta exigua lista de 99 suscriptores (equivalentes a 104 ejemplares suscritos), denota el considerable riesgo económico con que el impresor Biasini y su gestor Hervás se decidieron a emprender la edición de la Storia Antica del Messico. Además de ser pocos, la lista no presenta suscriptores de calidad, es decir, reconocidos nobles, académicos o profesionales, que pudiesen incitar a futuros compradores, salvo excepciones como el marqués Giuseppe Bianchi (Mantova, mecenas del jesuita y gran crítico literario Juan Andrés) o Giuseppe Maria Masi (profesor de hebreo de la Universidad de Bolonia). El resto eran, en su mayor parte, jesuitas (73, equivalentes al 73-74%), abrumadoramente mexicanos, de dudoso poder adquisitivo. El P. Félix Sebastián dice que «la universidad de México, [a quien está dedicada la obra], agradecida a tan noble compatriota, lo regaló generosamente, ensalzando su mérito y haciendo grande estimación de su tratado»14. No sabemos si dicha Universidad contribuyó a los gastos de edición, pero de alguna parte debió llegar financiación, pues los administradores de las imprentas de la época tenían claro que con menos de 250 suscriptores una edición era ruinosa.

Para la composición de la Storia Antica, nos consta que Clavigero contó con cierto mecenazgo de Achille y Benedetto Crispi, los cuales pusieron a su disposición su rica biblioteca particular, durante su permanencia en Ferrara (octubre de 1768- junio de 1770)15.

En todo caso la ayuda de la Universidad de México fue tardía. Clavigero escribe una carta al Claustro de la Universidad fechada en Bolonia, el 29 de febrero de 1784, pero la Universidad no la recibe hasta el 13 de enero de 1786. La carta es distinta de la que publicó Clavigero en la Historia antigua de México. Anota Clavigero que él dedicó la Historia a la Universidad e indica que, por medio del cura de Amecameca, Lino Gómez, se entregarán 50 ejemplares de la Historia antigua al claustro, el cual delibera:

«En cuya vista, habiendo el señor rector hecho un breve razonamiento de la obra y circunstancia de su autor y que se hacía acreedor por su memoria y reconocimiento a esta Real Universidad, ya que este ilustre claustro no tenía arbitrio ni facultades para corresponderle y manifestar su gratitud de los fondos del arca, que se arbitrase por los señores algún otro medio con que se le gratifique. Se procedió a la votación. El doctor Manuel Cisneros sugirió se le enviaran mil y cien pesos, beneficiando dos borlas: una para la gratificación y la otra para distribuir entre los doctores que asistieran, y que se solicitara la licencia respectiva, como se hacía para efectuar remisiones a los jesuitas expulsos. Así se votó»16.



Tal vez Clavigero gastó los 1.100 pesos en pagar deudas a la imprenta en Italia.

En la edición de la enciclopedia de Hervás el riesgo era mucho menor por el número de suscriptores (300), de los cuales laicos nobles eran 57 (19%), 72 laicos no nobles (24%) y 106 ex jesuitas españoles (35,33%)17.




ArribaAbajoHervás y la «Vida de San Josef» del jesuita mexicano Josef Ignacio Vallejo

Vamos a detenernos en esta obra porque en ella se inserta la primera publicación de Hervás, curiosamente una de las más reeditadas del abate manchego, puesto que la Vida de San Josef contó con varias reediciones a lo largo de los dos últimos siglos18.

El mismo Hervás nos dice que «El señor D. Josef Vallejo en la Vida de San Josef, publicada en Cesena, 1774, insertó un breve discurso del abate Hervás sobre dicha Vida [de San José]»19.

Desde el punto de vista de la política editorial del reinado de Carlos III, el éxito de la Vida de San Josef20 supuso una referencia para las publicaciones posteriores en lengua castellana de los ex jesuitas impresas fuera de España. Existía una ley que prohibía la importación de obras en castellano estampadas en el extranjero, pero al conseguir José Ignacio Vallejo la licencia de importación de su Vida de San Josef, editada en los Estados Pontificios, sienta un precedente, al que se acogen otros ex jesuitas, como el padre Terreros.

Quizá por influjo de Hervás, Vallejo adopta en esta obra el sistema ortográfico implantado por el gran amigo vasco del conquense, Esteban Terreros, quien alaba (lo califica de «sabio») y agradece que Vallejo le reconociese el mérito de la primacía cronológica en dicho sistema21.

El P. José Ignacio Vallejo somete voluntariamente su obra, Vida del Señor San Josef, a la censura y parecer de Hervás, definido como «presbítero, natural del Reino de España», en el verano de 1774, cuando hacía menos de un año que se había suprimido la Compañía y sólo unos meses que se habían conocido en Cesena.

Era lógico que Vallejo estuviese preocupado por dar a leer su obra a otros estudiosos, puesto que la vida de San José históricamente está rodeada de bastantes incógnitas y el racionalismo de la época había puesto bajo sospecha muchas biografías, más o menos fabulosas. Consciente de ello, Vallejo había hecho un trabajo de documentación muy serio para probar sus asertos, con citas en griego incluidas de sentencias de los santos padres griegos y de prestigiosos historiadores modernos como Denis Petau (Petavio)22 y Bernard de Montfaucon23.

Hervás empieza relatando su reciente y casual encuentro con Vallejo en Cesena, a donde el manchego había ido por motivos de salud (Cesena está a unos 20 kilómetros de Forlì en dirección a Rímini y otros tantos de las costas del Mar Adriático) y el mexicano para imprimir su primeriza obra. Antes, mientras subsistió la Compañía, no se habían conocido porque residieron en Bolonia y en Forlì, separados por unos 60 kilómetros y por la disciplina de diferentes provincias jesuíticas:

«La necesidad de buscar alivio al quebranto de mi salud, que me ha obligado a interrumpir el estudio y abandonar mi retiro en Forlì, me ha ofrecido en esta ciudad [Cesena] la gustosa concurrencia con usted [Vallejo], que al mismo tiempo ha llegado a ella con el fin de dar a pública luz la Vida del glorioso San Josef, que se ha servido de enviarme, deseando oír mi parecer. Yo empecé luego a leer esta Vida con la cierta persuasión de encontrar en ella una producción propia de su talento, delicado gusto y grande estudio»24.



Sin embargo, y a pesar de la distancia y de no haberse todavía propuesto el estudio comparativo de las lenguas, el grupo de jesuitas mexicanos atrajo desde el primer momento la atención de Hervás y ya antes de la supresión había contactado con «muchos Nuevos Españoles», los cuales lo había sorprendido gratamente por la solidez de su formación, que lógicamente la habían adquirido antes de la expulsión de 1767:

«Me son muy notorias, aun antes de tener el gusto de conocer a usted, sus prendas; y para mí, sin haberle conocido, sería siempre de expectación la obra de un sujeto que con tanto aplauso siguió la carrera literaria en la Nueva España, en la que el empeño y solidez de los estudios, que he palpado en muchos Nuevos Españoles que he tenido la honra de conocer, no son inferiores a los de la mejor Academia de Europa»25.



Hervás da bastante importancia a la falta material de talleres de imprenta en México, como una de las causas principales que impiden el desarrollo intelectual en Nueva España. Para el abate manchego, los intelectuales mexicanos eran el mejor tesoro que España tenía en América, afirmación que no es un cumplido, sino un sentimiento «arrebatado»: «Dejo esta digresión a que insensiblemente me ha arrebatado el conocimiento de lo mucho que con la escasez de la impresión en la América pierden la literatura y la vida humana».

A continuación se centra en el análisis de la obra Vida de San Josef, sometida a examen. Emite un juicio manifiestamente laudatorio («en su escritura estoy viendo que ha hecho oficios superiores a los de un grande historiador [...] el grande estudio que usted ha hecho en esta obra»), porque ha sido ejecutada con método historiográfico, a pesar de la escasez de fuentes y de lo nebuloso de las mismas («Las circunstancias de un tal glorioso Patriarca ofrecen y obligan a decir mucho, mas la escasez con que los libros sagrados hablan del Santo presentan poco cierto que poder referir»).

La carta termina felicitando a Vallejo, quien ha sabido sortear la dificultad de historiar a San José, «separando lo falso de lo cierto y lo verosímil de lo improbable», con una buena crítica y manejo del Derecho y de las Ciencias Sagradas26.




ArribaAbajo Hervás y su amistad con Clavigero

La magnífica ponencia de esta mañana del profesor Jefrey Klaiber en la que se esbozó la figura de Clavigero, me exonera de la presentación del personaje y de la descripción de la gran semejanza de caracteres entre Hervás y Clavigero, y la mutua simpatía y profunda amistad, reflejadas en la cariñosa reseña que el manchego redactó en su BJE27 y en el elogio fúnebre del P. Félix Sebastián28.

Con profunda pena anota Hervás, agradecido al fallecido veracruceño por las importantes informaciones que le proporcionó sobre las lenguas de México, «el triste día de su muerte»: «Del señor Clavigero hacen varios autores honorífica mención, y yo varias veces la he hecho en mis obras en que registré el día triste de su muerte». Según su íntimo amigo Hervás, tenía una rica personalidad, pues dice de Clavigero: «Le traté personalmente diez y ocho meses continuos, y ocho años por carteo amigable, y siempre le encontré igual en la honradez, rectitud, agudeza y universidad de su pensar religioso y docto [...]. Vivió siempre en retiro aprendiendo a ser virtuoso y docto, lo que con excelencia consiguió. Su trato era civil, honrado, nobilísimo, docto y santo».

Por tanto, las relaciones de Hervás y Clavigero fueron ocho años (1779-1787), de los cuales convivieron año y medio, sin duda en Cesena en el período 1780-1781, mientras se preparaba la edición de la Storia antica del Messico. Experiencia que el abate manchego aprovechará para la segunda oportunidad en que debió empaparse de mexicanidad con motivo de la redacción de los capítulos VI y VII del Catalogo delle lingue, dedicado a las lenguas habladas en México y California. Hervás nunca dejó de estudiar lo mexicano, pues tenemos una muestra palpable de lo mismo en ese lapso de dieciocho meses, casi en la mitad de la década que va desde la carta insertada en la Vida de San Josef de Vallejo (1774) y las cartas lingüísticas de los jesuitas mexicanos (Clavigero y Miguel del Barco, principalmente), de una década después (1783-1784).

En efecto, Hervás ya era un experto en cultura mexicana en 1780, cuando conviven en Cesena y se permite la osadía de encajar una carta sobre el calendario mexicano en la extensa larga Lettera del sig. abate D. Lorenzo Hervás all'autore sul calendario messicano, insertada en la Storia Antica del Messico (vol. II, pp. 258-266), donde puntualizaba algunos aspectos a todo un especialista, como era su amigo Clavigero. Una de las obsesiones científicas de Hervás que le duró toda su vida fue la división del tiempo o calendarios de las distintas culturas, de manera que casi treinta años más tarde (1808) Lorenzo Hervás, se fijará en el calendario vasco, con el estudio titulado División primitiva del tiempo entre los bascongados.

Era una carta de amigo, sumamente elogiosa, a juzgar por la introducción de Clavigero:

«El abate Hervás, autor de la obra Idea del universo, habiendo leído mis manuscritos y hecho sobre el Calendario Mexicano algunas curiosas observaciones, me las comunicó en la siguiente apreciadísima carta, que publico omitiendo los cumplimientos y los elogios, porque creo que será estimada del público».



Hervás dedica poco espacio a enjuiciar las fuentes, siguiendo, esencialmente a Boturini29. Lo que más le interesaba al abate conquense era la posibilidad de determinar «el año de la confusión de las lenguas y los años de la creación del mundo».

Después de advertir que en muchas culturas (la china, la mexicana, la persa, etc.) tienen símbolos parecidos a los del calendario mexicano, y, en su afán de concordar la historia y las lenguas con los relatos bíblicos, llega el abate manchego a concluir: «Ved aquí el Calendario Mexicano con un hecho claramente relativo a la fábrica de la torre de Babel y a la confusión de las lenguas»30.

Esta conclusión que hacía depender la cultura mexicana de otras euroasiáticas no debió agradar demasiado a Clavigero, quien finamente rebate a Hervás, «disputa en la que no quiero enredarme», argumentando que hay algún método de computar el tiempo, completamente autóctono de México, sin antecedentes en ninguna parte.

Posteriormente, en diversos pasajes del Catalogo delle lingue Hervás sacará a relucir el parentesco del calendario mexicano con otras naciones euroasiáticas. Por ejemplo, al estudiar los idiomas de las Islas del Pacífico, Índico y Malasia. El abate manchego concluye su estudio de las lenguas mexicanas en 1785 afirmando que los progenitores de los mexicanos vinieron por el Estrecho de Bering.


ArribaAbajo La mexicanidad del «Catálogo de las lenguas» de Lorenzo Hervás y Panduro

Hasta ahora la simpatía de Hervás por lo mexicano era desinteresada y sus dos cartas insertadas en las obras de Vallejo y de Clavigero venían a ser unas reseñas elogiosas de temática histórico-cultural, fruto de su enciclopédica curiosidad científica, pero, a partir de 1783 irrumpen con fuerza en la actividad literaria de Hervás los intereses específicos de la lingüística, para los que se sirve necesaria y plenamente de los amigos mexicanos con la finalidad de esclarecer el complicado panorama de las lenguas del amplio virreinato de Nueva España.

Hervás estrecha sus relaciones con Clavigero gracias a un método de encuesta para la recogida de datos lingüísticos31. La correspondencia entre Hervás y Clavigero pone de manifiesto que el abate veracruzano fue colaborador indispensable y vital para que el manchego desentrañase la maraña de lenguas de la Nueva España, pues, a veces, era el único informador posible:

«Por ahora le prevengo que no se canse en solicitar por otros conductos el Pater Noster en otras lenguas de México; porque absolutamente no hay quien las sepa: aun de algunas de las que envié a V., como la Pima, la Eudeve, la Opata, y la Tubar no ha quedado alguno de los que las sabían, y si yo no las hubiera recogido cuando aun subsistía la Compañía no las tendría V. ahora. Vale»32.



Está justificada la amistad y gratitud eterna que en adelante Hervás le tributó al veracruzano, pues el panorama era verdaderamente desolador, según la carta de Clavigero, fechada en Bolonia el 30 de julio de 1783:

«Es imposible cumplir a V. sus deseos en la interpretación literal del Pater Noster en las 10 lenguas [...] Ninguno ha quedado de los que sabían las lenguas Pima, Eudeve, Opata, y Tubar. De la Cora no queda más de un viejo [ex jesuita], que hace 20 años que no la habla. Sin embargo está ya interpretada. De la Iliaqui no queda más de un viejo que apenas se acuerda, y por tanto no podemos fiarnos de la interpretación que ha hecho a tientas y por conjeturas. Uno sólo también es el que sabe la Otomita, y éste está ahora en campaña, y no sé cuándo volverá. De la Tarahumara queda uno [Miguel del Barco] que la medio sabe; pero no he podido concurrir con él. De la Cochimí no hay más que uno, el cual vive media legua distante de mi casa; pero procuraré veerlo. Yo por conjeturas, pero no muy fundadas, he interpretado una parte en las lenguas Pima, Eudeve, Opata, y Tubar»33.



Sabemos que el Catálogo de las lenguas tuvo dos versiones, la italiana (Cesena, 1785) y la castellana (1800-1805, 6 volúmenes). Lógicamente, Clavigero y Miguel del Barco (para las lenguas de California) sólo pudieron colaborar en la primera edición, pues fallecieron en 1787 y 1790 respectivamente.

En ambas versiones (1785 y 1800), Hervás comienza definiendo lo que entiende por Nueva España:

«Por continente de la Nueva España entiendo los países de la América septentrional española, que desde el estrecho de Panamá se extienden hacia el norte hasta las últimas tierras descubiertas por los españoles y que se comprenden en el gobierno del virreinato de Nueva España o del de México. De la California, que es país perteneciente a dicho gobierno, trataré después separadamente en discurso que dedicaré a la observación de sus lenguas y de las que se hablan en los demás países de la América septentrional»34.



A continuación inserta una carta de un amigo anónimo, pero que corresponde con Clavigero, su fuente primordial. Considera tan correcta la exposición del manchego que le hace desistir de la idea que tenía de redactar un tratado lingüístico sobre la misma materia (la recientemente publicada Reglas de la lengua mexicana con un vocabulario):

«Antes de exponer el número de lenguas que en Nueva España se hablan, en confirmación y para mayor explicación de cuanto diré, pondré antes la carta de un ex jesuita mexicano [Clavigero], a quien no reconozco alguno que se aventaje en el conocimiento de todos los asuntos en que se pueden interesar la atención y curiosidad sobre la América septentrional. Éste, pues, consultado por mí sobre diversos asuntos, en carta desde Bolonia, escrita a 20 de diciembre de 1783, me responde en estos términos».



El anonimato de la carta no es ingratitud por parte de Hervás, sino que había sido expresamente pedido por Clavigero en su carta del 14 de junio de 1783, para no perjudicar una obra que el mismo veracruzano estaba preparando, donde le dice al abate manchego:

«De la lengua Maya dará a V. razón D. Domingo Rodríguez, a quien afectuosamente saludo [...]. Yo pienso publicar un Saggio delle lingue americane35 luego que acabe de allegar los materiales que necesito. Tendré por mejor que V. no me cite en lo que mira a las lenguas de México»36.



Seguidamente Clavigero contesta a las dudas y preguntas que Hervás le había planteado. Hace observaciones a las lenguas de cada una de las provincias mexicanas, que el abate manchego le había enviado para que emitiese un juicio37.

Lógicamente durante los 15 años que van desde la edición italiana (1785) hasta la castellana (1800) del Catálogo de las lenguas, Hervás continuó profundizado en el estudio de la lengua mexicana, a través de todo tipo de fuentes. Así, con no poca alegría y gratitud deja constancia de la colaboración de un humilde esclavo indígena, como fuente para establecer la familiaridad de estas lenguas, con una admiración que sorprendería a los ilustrados europeos defensores de la inferioridad de los indígenas («El dicho Tot, que en la edad de dieciséis años mostraba el despejo y talento que no son comunes y se alabarían mucho en jóvenes europeos de la misma edad»):

«Debo el descubrimiento de la afinidad de estas lenguas a la noticia que he logrado de la lengua cakchi por medio de un indio cakchi, llamado Domingo Tot Barahona, criado del R. P. Miguel Zaragoza, que con el empleo de procurador de su provincia del Orden de Predicadores de Guatemala, vino los años pasados a esta ciudad de Roma. El dicho Tot, que en la edad de dieciséis años mostraba el despejo y talento que no son comunes y se alabarían mucho en jóvenes europeos de la misma edad, sabía perfectamente su lengua natural y la española, y no poco de la pocomana, por lo que pude cotejar estas lenguas con otras americanas, y hallé que en las palabras numerales de ellas, en otras muchas y en no poco del artificio gramatical, se asemejaban a la lengua maya que se habla en el Yucatán. Y de este cotejo inferí que la nación yucatana o yucateca se había extendido antiguamente por las principales provincias que hay desde Yucatán, Tabago y Chiapa, hasta el estrecho de Panamá»38.



Entre más estudia la lengua mexicana más se le va complicando el mapa lingüístico, pues en una misma provincia conviven varias lenguas, como muy bien había indicado Antonio de Herrera. Hervás y sus informantes vivían tan intensamente su mexicanidad como su jesuitismo, por lo que en medio de las elucubraciones lingüísticas encontramos pequeños comentarios que enaltecen la labor de los jesuitas, antes misioneros y ahora expulsos.

Hervás concluye el capítulo sexto del Catálogo, dedicado a las lenguas de Nueva España, diciendo: «también ignoro el número y calidad de las lenguas del Nuevo México que por oriente confina con el río Misisipi o con la Florida, de cuyos lugares se tratará el capítulo siguiente»39.




ArribaAbajoHervás y las lenguas de California: Miguel del Barco

Hervás dedica el capítulo VII del Catalogo delle Lingue al estudio de las Lenguas que se hablan en la California, en su costa septentrional hasta el Estrecho de Anián, y en la vasta extensión de países que hay entre el río Misisipi, Florida y Groenlandia40. Lógicamente una de las fuentes para el estudio de las lenguas de California debía ser el admirado paisano Andrés Marcos Burriel, a quien Hervás reseña ampliamente en la BJE41, donde lo califica de «sabio de primer orden, no ya solamente en España mas en Europa en su vida y por todo el siglo presente». Burriel estuvo a punto de ser misionero en México en 1749, momento en que Hervás lo conoció fugazmente.

El espacio destinado a las lenguas de California son cuatro páginas en la edición italiana de 1785 (pp. 81-84), mientras que en la edición española de 1800 son catorce (pp. 343-356). En este periodo Hervás continuó interesándose por las aventuras de los franciscanos en la zona. Así leyó la vida de fray Junípero Serra, escrita por su amigo P. Francisco Palou (Palma de Mallorca, 21 enero 1723-Querétaro, 6 abril 1790), franciscano observante, misionero, colonizador de California publicada en 1787, dos años después de la edición italiana del Catalogo delle lingue.

Dedica un párrafo a las «Nuevas reducciones de gentiles californios». La Vida de Fray Junípero Serra es una fuente importante que complementa a la de los jesuitas Kino y Sedelmayer. Hervás no trata muy bien al biógrafo de fray Junípero Serra, porque no aporta datos lingüísticos («El piadoso escritor de la Vida del venerable Junípero [...] prescinde u omite la noticia de las lenguas que se hablan por las naciones que han convertido los padres observantes, por lo que aquí solamente podré hablar de las lenguas de las naciones convertidas por los jesuitas»42). Sin embargo, fue una biografía «eficaz», en cuanto que pretendía ser un panegírico del amigo fray Junípero Serra.

Parece que Clavigero, al parecer muy amigo del misionero extremeño («le debo mucha estimación»), habla a Hervás por primera vez del «venerable» Miguel del Barco en la carta fechada en Bolonia el 3 de septiembre de 1783:

«El Misionero viejo de la California que ha dado las noticias que tenemos es D. Miguel del Barco, hombre venerable, que estuvo 30 años en aquel país infeliz; pero prevengo a V. que si le escribe sobre el asunto del Pater Noster, lo mortificará, y no conseguirá su intento: puesto que yo, que le debo mucha estimacion, no lo pude conseguir, aun habiendo ido a veerlo para pedírselo. Él está resuelto a no dar la traducción literal del Pater Noster y tiene razón, porque no quiere exponer a la censura de hombres ignorantes e inconsiderados el trabajo de tantos venerables misioneros. Es el caso que la lengua Cochimí tiene un giro muy particular y además de eso le faltan muchas voces, que no pueden suplirse sino por circunloquios. ¿Quién creyera que no tiene voz correspondiente a éstas: Juez, Juzgar, Juicio? Finalmente, él es hombre de conciencia muy delicada; ha formado escrúpulo de dar dicha traducción, y no bastarán ruegos, ni razones para hacérselo deponer...»43.



Hervás narra la colaboración del anciano y venerable extremeño Miguel del Barco:

«Sobre los lenguajes, pues, de las naciones californias, que hasta el año 1767 estaban convertidas, consulté en el de 1784 al ex jesuita don Miguel del Barco, misionero en ellas por veinte años, que desde Bolonia me dio la siguiente respuesta.

Sin embargo de que me hallo en la avanzada edad de 77 años cumplidos, y con la vista tan cansada y endeble, por el demasiado leer, que casi no puedo escribir sin abrir y cerrar la vista continuamente para recoger o conservar la luz que me viene de los objetos, no obstante, no he dejado de condescender con las solicitaciones de los señores D. Francisco Javier Clavigero y don Pedro Cantón44, para formar el pequeño ensayo del carácter de la lengua cochimí que se ha enviado a usted. Yo creía haber satisfecho plenamente a sus deseos, y de aquí que usted, escribiéndome en derechura para que le envíe otras noticias de la dicha lengua, me pone de nuevo en el empeño de violentar mi cansada memoria para acordarme de una lengua dieciséis años ha abandonada y olvidada como inútil, y que no aprendí por reglas gramaticales. A éste su deseo he procurado satisfacer, haciendo también, con gran trabajo de la mente y de la vista, la traducción literal de la devota oración [Padrenuestro] cochimí que le incluyo, y al mismo tiempo respondo también en esta carta a las preguntas que usted me hace sobre las lenguas de la miserable California.

He aquí las respuestas ordenadas según el orden de sus preguntas»45.



Como no podía ser de otra manera, entre las fuentes añadidas en la edición de 1800 del Catálogo de las lenguas está la Storia della California de su amigo difunto Clavigero, aparecida en 1789, en el intervalo que separa las dos ediciones del Catálogo.

Puesto que sus fuentes son esencialmente jesuíticas, Hervás reconoce que las noticias de su Catálogo de las lenguas son anteriores a la expulsión:

«Hasta aquí he dado noticia de las lenguas y naciones de los países de California, descubiertas y convertidas hasta el año 1767 por los jesuitas. Se insinuó antes que éstos tenían noticia de una nación de idioma diverso, la cual empezaba casi desde el grado 33 de latitud»46.



Con espíritu patriótico Hervás reivindica en el Catálogo de las lenguas la primacía española en el Pacífico con respecto a las recientes circunnavegaciones de ingleses y franceses, las cuales no habrían sino redescubierto y rebautizado tierras ya visitadas antes por navegantes españoles (Magallanes, Legazpi, Mendaña, Quirós,...)47. Las noticias adquiridas sobre México entre la edición italiana (1785) y la española (1800) le permiten poner en duda opiniones generalizadas, como el desconocimiento del hierro entre los indígenas, pues Hervás parece inclinarse a favor de que poseían este adelanto técnico.

En conclusión, la principal fuente de información de Hervás fueron principalmente sus compañeros de la emigración, los jesuitas expulsos, llegados de todos los rincones de los antiguos dominios de España, entre los que estaban eminentes conocedores de los países y lenguas, como Clavigero y Miguel del Barco, gracias a los cuales el abate manchego pudo adquirir una admiración por la cultura mexicana que perdurará toda su vida. Y en su afán de saber, de precisar noticias sobre México, el Catálogo de 1785 es revisado en la redacción en español de 1800. Claro que a veces se equivoca al proponer demasiado pronto familias, sobre datos no confirmados. Así considera el apalache (del grupo muskogee) lengua general de Florida, emparentada con el timuqua48, y cree que ahí hay que buscar el origen de los caribes de las Antillas y América del Sur.

Pero es injusto olvidar el esfuerzo colosal de Hervás, testimonio de toda una época, y testamento al que no se debe, con Humboldt, negar el espíritu científico. Nadie tuvo antes que Hervás una visión de conjunto tan completa de las lenguas de México. Vemos cómo Hervás, en su insaciable y estudiosa curiosidad, para reconocer la pertenencia de un dialecto a una «lengua matriz» contrastaba opiniones, y a menudo se dejaba descarriar por ellas49.






ArribaAbajoCartas de Josef de Cistué, fiscal del Consejo de Indias, a Hervás

Sin duda, el descubrimiento de la correspondencia del Fiscal de Indias José de Cistué, dirigida a Hervás, es lo más novedoso para el estudio de la pasión mexicana de Hervás, puesto que volvemos a encontrar escritos del abate manchego relacionados específicamente con México.

Hasta ahora hemos visto a Hervás interesado por lo mexicano, a través de sus amigos jesuitas. A principios de la década de 1790-1800 Hervás se centró en la traducción al español de su enciclopedia Idea dell'Universo, sus mejores amigos mexicanos, como Clavigero, van falleciendo y, publicado el Catalogo delle lingue (1785), no los precisaba como informadores. Sin embargo, el abate manchego, dentro de su poligrafía, siempre reservó un espacio para México, como vamos a comprobar a través de las treinta cartas que le escribió el antiguo oidor en la Audiencia de México y ahora fiscal del Consejo de Indias, el aragonés José de Cistué y Coll (Estadilla, Huesca, 1725-Zaragoza, 1808), bastante conocido en los ambientes artísticos por la serie de retratos que Francisco de Goya hizo de varios personajes de la familia, entre los que destaca el del mismo fiscal y el magnífico de su hijo Luis María de Cistué, conocido como «El niño azul».

Era un linaje de infanzones aragoneses, que por razones de espacio no vamos a caracterizar, sólo decir que José Cistué y Coll, nuestro fiscal de Indias, siguió la carrera de la jurisprudencia. Cursó tres años de filosofía en la Universidad de Zaragoza y durante otros diecisiete perteneció a la de Huesca, de ellos catorce en el colegio mayor de San Vicente. A partir de 1746 sirvió diversas cátedras. Fue también vicario general y provisor del obispado de Lérida. En 1754 comenzó a ser propuesto para ocupar plaza de magistrado en las Audiencias indianas. En 1758 fue nombrado fiscal de la Audiencia de Quito. Ocupó este cargo durante 14 años, en el transcurso de los cuales tuvo que enfrentarse al motín que se produjo en 1765 contra las reformas borbónicas. En 1772 pasó a la Audiencia de Guatemala, donde sirvió las plazas de oidor y de fiscal. Un nuevo traslado le llevó en 1775 a la Audiencia de México. Dos años más tarde, tras 19 de estancia en América, volvió a España para incorporarse al Consejo de Indias, que acababa de ser remodelado en 1773. Cistué ocupó en la institución la plaza de fiscal. Diez años más tarde ascendió al grado de miembro del Consejo y de la Cámara de Indias. En 1797, además, entró a formar parte de la Junta de Comercio y Moneda. Fue jubilado en 1802, a los 77 años de edad y se retiró a Zaragoza, donde murió a principios de 180850, según reseña Faustino Casamayor, notándose que hasta en su funeral tuvo que estar presente la referencia a México, a través del inquisidor Diego Izquierdo:

«Dicho día [1 de enero de 1808] murió en esta ciudad el Ilustrísimo Señor Don Josef Cistué, Barón de la Menglana, caballero pensionado de la Real Orden de Carlos III, fiscal que había sido del Consejo y Cámara de Indias y ministro de las Audiencias Reales de México y Lima (sic, Quito), natural de la villa de Fonz (sic, Estadilla), colegial del Mayor de San Vicente de Huesca y su rector, a los 84 años de edad; y al siguiente fue su entierro con asistencia de los señores Regente y Oidores de la Real Audiencia, en la Iglesia del Colegio de la Trinidad, en el que ofició el señor canónigo don Diego Izquierdo, inquisidor honorario del Tribunal de México, estando el cuerpo sobre un gran túmulo muy alto, adornado con el manto capitular de dicha Real Orden, sombrero, bastón y espada»51.



Tras su retorno a España, José Cistué y Coll acentuó su pertenencia a los grupos de élite. Fue uno de los accionistas primitivos del Banco de San Carlos52. En 1782 fue nombrado caballero de la orden de Carlos III y, en 1803, tras la muerte de su hermano le sucedió en el título de Barón de la Menglana.

Seguramente no fue ajeno a su fortuna su matrimonio en 1782, a los 57 años, con María Josefa Martínez y Manrique de Lara, «natural de Cervera, en Cataluña», una de las camaristas de la entonces princesa de Asturias, María Luisa de Parma, cuyo abuelo materno, según los documentos testamentarios, el mariscal de campo, don Diego Manrique, había pasado gran parte de su vida en Italia. Fueron los padres del «niño azul», que nació en Madrid el 23 de julio de 1788 y fue apadrinado por los entonces príncipes de Asturias53. Luis María (el «niño azul») tenía dos años y ocho meses cuando Goya pintó su retrato y catorce cuando se convirtió en caballero de la orden de Carlos III, en 1802.

Los Cistué no adoptaron una posición de rechazo ante los cambios de los tiempos, sino de adaptación. Esta conducta pragmática la vamos a observar en el fiscal de Indias José de Cistué, quizá el corresponsal más interesante de Hervás, desde el punto de vista de la información bibliográfica y literaria, durante su estancia en España. Recientemente hemos descubierto su testamento, donde demuestra que era un personaje de Antiguo Régimen, por ejemplo en el detallismo con que regula la sucesión a baronía de la Menglana, aunque, por otro lado, las misas encargadas por su alma son más bien escasas. Goya retrató de medio cuerpo a don José Cistué y Coll, barón de la Menglana, hacia 1788. Este retrato ha aparecido no hace mucho y ha sido restaurado. Hoy es propiedad de Ibercaja.

Vamos a estudiar las 30 cartas del gran mecenas y aragonés José Cistué, fiscal del Consejo de Indias54, a Lorenzo Hervás durante los años 1799 y 1800, lamentando la pérdida de las cartas de Hervás al fiscal y las escritas en las etapas anterior y posterior.

Llama la atención la mucha extensión de las cartas que Cistué le dirigía a Hervás, bastante más amplia que las de los otros corresponsales y mecenas, lo que las convierte en las más interesantes desde el punto de vista intelectual y presupone un diálogo del más alto nivel histórico-cultural.

Los intereses que unían a Hervás y Cistué eran esencialmente intelectuales y bibliográficos, que muestran la ideología católico-conservadora de los mismos. Así el primer libro que sale a relucir en la correspondencia salvaguardada es claramente antirrevolucionario. Se trata de las Disertaciones eclesiásticas del paladín de las huestes antiborbónicas, el polígrafo ex jesuita Francesco Antonio Zaccaria55.

Ahora sólo podemos aludir a algunas referencias significativas del interés del fiscal aragonés y su amigo Hervás por los asuntos mexicanos, por lo que nos fijaremos exclusivamente en lo relacionado con Nueva España.

Por la carta de José Cistué fechada en Madrid el 10 de diciembre de 1799, se nos confirma que Hervás continuaba interesado por las cosas de México e intentó recuperar el manuscrito de la traducción castellana de la Storia Antica del Messico, que no había obtenido el permiso de impresión y debía andar perdida por algún rincón del Ministerio de Indias. Los amigos de Hervás se movilizan para hallarla, sin conseguirlo. Al mismo tiempo se confirma la relación de Hervás y Clavigero con los hermanos Manuel y Miguel de Lardizábal, nacidos en México:

«Como inmediatamente que recibí la apreciable de vuestra merced, de 8 del pasado, me dijese [Elías] Ranz que quería vuestra merced la obra de Clavigero56, que sabía yo no se había permitido imprimir, no obstante los esfuerzos que hicimos [Manuel] Lardizábal57, fiscal de Castilla, y yo, quitándole algunas cosillas que favorecían poco a los españoles y europeos, y que sabíamos no eran más que vulgares especies de los americanos, me encargué de ver si podía hallarla manuscrita. Ocurrió a [Antonio] Sancha58, que debía imprimirla, y no la tiene. Luego vi a otros que habían sido agentes, y tampoco saben de ella. Rastreé que puede tenerla el secretario de mi Consejo [de Indias], [Francisco] Cerdá59. Éste se enfermó y no he podido verlo, y, como tardaré en hablarle, me he resuelto a prevenir a vuestra merced estos pasajes, y no dilatar su correspondencia, por saber de su salud»60.



Cistué había intervenido a favor de que se concediese la licencia para la publicación en Madrid de la traducción castellana de la Storia Antica del Messico, limando algunas expresiones propias de los criollos, a las que le quita importancia. Según Hervás, «Esta obra se tradujo y publicó inmediatamente en las lenguas alemana, francesa, inglesa, y dinamarquesa, como se lee en algunas gacetas italianas del 1787, que con elogio del señor Clavigero avisan su fallecimiento. Spagni61, que se citará después, da noticia de algunas traducciones. El señor Clavigero había escrito primeramente su Historia en lengua española y, a instancias de literatos españoles, la había enviado a Madrid para que se imprimiese. Se dio aviso público de la impresión española, que no sé se haya efectuado aún, porque la nación española carece de dicha obra (escrita originalmente en español), que las naciones europeas aprecian, y han traducido en sus lenguas»62.

En efecto, se le envió la versión castellana al impresor Sancha, pero no llegó a editarse, a pesar de los esfuerzos de los amigos de Hervás. Por eso, cuando el abate manchego retornó a Horcajo, una de las primeras cosas que hizo fue averiguar el paradero del manuscrito de la obra de su amigo Clavigero, según se desprende de la presente carta.

En la carta del 20 de mayo de 1800 Cistué volverá a vanagloriarse de esta defensa del ex jesuita veracruzano: «Varias otras historias de las que vuestra merced me cita hay de México: la de Francisco Javier Clavigero63 la he defendido yo, para que se imprimiese. Con todo, no se consiguió porque es como todos los criollos»64.

Los amigos de Lorenzo Hervás defendieron al criollo y jesuita mexicano Clavigero, y como él, simpatizaban con los indígenas, pues en esa misma carta Cistué escribe: «He estudiado mucho el carácter de aquellas gentes. El del indio es muy excelente, aunque no le faltan sus defectillos»65.

A lo largo del año de 1800 se clarifican bastante las cosas sociopolíticas en España y en Europa, pues es elegido papa Pío VII, amigo de Hervás. Gracias al entusiasmo despertado en el sacerdote Joan Albert i Martí sobre los sordomudos, se abrió en Barcelona (1800) una escuela para ellos en la ciudad. El Conde de Cervera, regidor decano de Cuenca, informa negativamente al secretario de Estado, Mariano Luis de Urquijo, de las actividades de Hervás ese verano, en carta del 21 de octubre. Editorialmente, nuestro abate publicó en dos tomos El hombre físico, o anatomía humana físico-filosófica. Entre 1800 y 1805 ven la luz los seis volúmenes del Catálogo de las lenguas de las naciones conocidas. En 1800, sólo el vol. I, Lenguas y Naciones Americanas, dedicado al Consejo de Indias, previa revisión de Cistué.

Lógicamente el fiscal Cistué estaba pendiente de todo lo relativo a Nueva España, incluido el tráfico comercial: «Lo que sí hay que temer es que los ingleses nos pillen el caudal que ahora viene de Nueva España, aunque tengo alguna noticia de que tres navíos, a más de los dos que lo traen, se le agreguen en La Habana, y que también se le unan 8 fragatas. Poco tardaremos en saberlo»66.

Cistué piensa que podrá favorecer en América las ventas de los libros de Hervás sobre los mudos, cuando se normalice el comercio, una vez finalizadas las guerras napoleónicas:

«[Elías] Ranz me trajo el Arte que vuestra merced escribió sobre enseñar los mudos67. Lo he estimado mucho. En América, que abundan singularmente en algunas provincias, era necesario propagarle. Puede ser que hable de esto con el ministro [de Indias]»68.



En la carta fechada en Madrid el 29 de abril de 1800, Cistué continúa haciendo planes para introducir los libros de Hervás sobre los mudos en América:

«He recibido la apreciable de vuestra merced de 27 de que sigue [abril de 1800]. Estoy leyendo la obra de los Sordomudos. Tengo noticia de lo que han adelantado algunos en Barcelona69, y no dudo que el intendente [Blas de Azanza] fomente este estudio en los que allí hay. ¡Ojalá que se haga la paz! Que yo he de ver modo, si vivo [ya tenía 75 años], para que en América se apliquen a esta enseñanza. Conocí a un coronel, don José Cifuentes70, corregidor de Atacunga, en el Reino de Quito, que tenía 300 y tantos en su casa, a quienes había enseñado a hilar, y su mujer, a las hembras, a coser y lavar, y le pagaban bien el cuidado, la comida y vestido. Por este número, de sólo un corregimiento, inferirá vuestra merced el número que habrá de ellos»71.



Por la carta fechada en Madrid el 20 de mayo de 1800, Cistué confiesa que durante los 21 meses que estuvo destinado en la Audiencia de México se preocupó del estudio de sus antigüedades, pero se encontró que las mejores ya habían caído en manos de los ingleses, como las pirateadas a Boturini:

«El precedente [correo] no pude contestar a la apreciable de vuestra merced de 14 [mayo de 1800], porque tuve un día ocupadísimo, y, en virtud de lo que vuestra merced me dice, debo expresarle que en Nueva España se han fingido muchas pinturas y otras cosas de la Antigüedad. Así pude comprenderlo en 21 meses que estuve en Mégico. Lo más precioso que había lo recogió Boturini72, y esto lo tienen los ingleses, pues lo aprisionaron al venir a España y cargaron con todo lo exquisito que traía. Y ese pudo ser el códice73 que tenía [el cardenal Esteban] Borgia»74.



Cistué se declara amigo del «sabio» magistrado ilustrado mexicano Francisco Javier Gamboa, notable jurisconsulto (Guadalajara, Jalisco, 1717-México, 4 de junio de 1794) quien desarrolló brillantes actividades de su ramo en la ciudad de México y fue autor de unos célebres Comentarios a las ordenanzas de minas:

«Cuando serví en México, que fue sólo 21 meses, traté mucho a don Francisco Javier Gamboa75, oidor que era de aquella Audiencia, hombre sabio, muy curioso, criollo y a quien veneraban todos los de aquellos países. Hablamos muchas veces de esto, y que él tenía por invención de españoles varias de las cosas que se producían como monumentos de los indios.

En mi concepto, fueron de más curiosidad y de más cultivo los del Perú. A lo menos sus leyes fueron las más grandes que pueden verse. De policía no habemos sabido tanto los europeos. Y, sin embargo, aunque sí se hallan unas u otras cosas, pero no lo que pintan los escritores.

[...]

Vuestra merced no fíe demasiado de los escritos de los nacidos en aquellas partes ni de inventos, aun en cosa muy particular. Si habláramos le diría a vuestra merced mis dudas y recelos y los fundamentos de ellos»76.



La carta de José Cistué, fechada en Madrid en 27 de mayo de 1800, nos evoca la carta a Clavigero sobre el calendario mexicano, insertada en la Storia Antica del Messico, pues el fiscal de Indias nos da su opinión sobre el valor de Boturini como fuente para la historia de México. Recordemos que en la carta a Clavigero sobre el calendario mexicano, Hervás lo consideraba como la fuente más importante. De todos modos, vemos que Hervás continúa preocupado por la historia de México:

«Por no dejar de contestar a su apreciable de 25 [mayo de 1800], pondré cuatro letras, diciendo a vuestra merced que Buturini [sic Boturini], a la página sexta de la obra que escribió, Idea de la nueva historia general77, dice su apresamiento por los ingleses y que se le llevaron algunas curiosidades. Yo creo que fueron las mejores, según oí en México, y que allí dejó lo peor. Trae, al fin, el Catálogo de las cosas que encontró78, lo cual estoy viendo al tiempo que escribo. Si vuestra merced quiere esta obra, avísemelo. Otro correo diré sobre ello bastante»79.



Como había prometido en la carta anterior, la fechada en Madrid el 3 de junio de 1800 es dedicada por Cistué, en gran parte, a temas mexicanos. Empieza enjuiciando el valor de los documentos de Boturini y el carácter de los criollos:

«Ya dije a vuestra merced que dudo mucho de lo que dejó Boturini en México. Lo primero porque han quitado infinito. Lo segundo porque muchos de los documentos que dice recogió están en papel, que no usaban los indios. Lo tercero, porque he oído a los hombres de más juicio que, a más de haberse fingido muchos, Boturini se trujo los que eran legítimos, y estos, sin duda, se los llevaron los ingleses. Él era astuto y siempre eligiría lo mejor. Desde que hubo criollos han intentado exaltar aquello y deprimir todo lo de Europa»80.



Cistué gustaba de tratarse en México con lo más ilustrado de la ciudad. Ya hemos aludido a su gran amistad con don Francisco Javier de Gamboa, magistrado y abogado insigne de la Real Audiencia de México a mediados del siglo XVIII. Ahora nos enteramos de sus buenas relaciones con los canónigos Cayetano Antonio y Luis Antonio de Torres Tuñón, en especial con don Cayetano Antonio (fallecido el 7 de febrero de 1787), que sería prebendado de la Catedral en 1755, descollando por su mecenazgo intelectual, su abundante producción filosófica y su liderazgo eclesiástico.

Quizá hacía tiempo que Hervás había oído hablar de los Torres a su amigo Clavigero, porque Cayetano Antonio protegió con su caudal a los ex jesuitas literatos mexicanos desterrados en Italia. No olvidemos que Clavigero dedicó su Storia Antica del Messico a la Universidad de dicha ciudad, de la cual Torres era el máximo dirigente, por ser dignidad de maestrescuela de la Catedral:

«He despachado siete años lo de Nueva España. Nunca se me ofreció traer tal colección. Trataba en México los hombres más hábiles que había allí, criollos, como eran los Torres, dignidades de la metrópoli81, y el oidor que era de aquella Audiencia, después regente, don Francisco Javier Gamboa, y advertí que hacían poco aprecio y que creían que lo único apreciable era lo que se trujo Boturini»82.



Cistué pone a disposición de Hervás muchos libros de tema americano:

«Todavía no me ha visto [Elías] Ranz. Cuando me vea le entregaré la obra de éste [Boturini] y no sólo esa, sino es también el Teatro americano, escrito por don Josef Antonio Villaseñor y Sánchez83, de orden del virrey Fuenclara84, impreso el año de 1748. También un cuadernillo sobre los ríos que se tratan de desviar de la laguna por el socavón que se ha hecho para que no inunden las lagunas a México, y un manuscrito que don Mariano Fernández Echevarría y Beytia [Veytia], del año de 1770, en donde verá vuestra merced citados los documentos que se hallan y de que quiere valerse aquel buen señor, cuya Historia me cita vuestra merced. Que es cierto es sujeto de buenos deseos y que quiere aparentar crítica, que no tiene85.

También enviaré el escudo de armas de México, escrito por Don Cayetano Cabrera86, y titulado Escudo de armas de México, trabajado por orden del virrey Bizarrón87, impreso el año de 174688. Vea vuestra merced, si quiere, lo que dicen. No lo aprecie demasiado»89.



También hay una breve alusión al independentista fray Servando Teresa de Mier, quien había puesto en duda la veracidad histórica de la tradición de la Virgen de Guadalupe. Por su parte el fiscal Cistué, sin entrar en disquisiciones teológicas, apoya el culto por motivos sociopolíticos, pues se daba cuenta de la trascendental importancia del valor del culto guadalupano, el cual propiciaba por primera vez la integración y la unidad de México como nación. Por eso el pragmático fiscal Cistué era partidario de archivar el expediente contra fray Servando Teresa de Mier, pues removiendo el asunto no se sacaría ninguna ventaja, sino algún que otro perjuicio:

«En el Consejo [de Indias] sigue un expediente de un dominico que duda de Guadalupe90. Está en la Academia de la Historia. Yo no lo he visto, porque no es mi departamento aquel, sino es en enfermedades, ausencias o vacantes. Si hubiera pasado por mi mano, estuviera archivado. El objeto del culto es cierto. El dudar de él ocasionaría perjuicios irreparables y escandalosos. Eso fuera bueno a una conversación»91.



Nuestro fiscal del Consejo de Indias era conocedor directo de los problemas americanos, porque deseaba llevarlos personalmente y no por medio de apoderados:

«Yo, amigo, con el oficio fiscal me he mantenido sin agentes en América, porque, si se hace algo bueno, lo atribuyen al agente y, si malo, todo al fiscal, y quise ser autor de todo, con lo cual no he dejado muy mal nombre, pero me ha privado de ver mucho, aunque he visto bastante, pero me he informado con la prolijidad que no acostumbran otros, y, singularmente, he estudiado mucho el carácter de aquellas gentes. El del indio es excelente, aunque no le faltan sus defectillos»92.



Cistué intervino en la corrección del prólogo del tomo I del Catálogo de las lenguas castellano. Las correcciones que propone Cistué están recogidas en la «Dedicatoria al Supremo Real Consejo de Indias», que encabeza el citado tomo I del Catálogo de las lenguas español. Por lo tanto, dicho tomo fue revisado, minuciosamente hasta el punto de precisar la localización de una cita, por Cistué y se publicó después del 3 de junio de 1800:

«Quité de la dedicatoria o mudé algunas voces que no se usan en nuestro castellano, como es lejanísimas, cuyo superlativo no usamos, y sí lejano, y así puse distancísimas. Donde decía la humillo al trono augusto de vuestra alteza vi que el augusto es sólo para el soberano, y en el día ya ve vuestra merced, y sustituí la ofrezco al integérrimo tribunal de vuestra alteza. Donde decía por un bastísimo escritor alemán, sustituí por un escritor alemán de bastísima erudición. La cita del Conceti (sic93), pues le tengo de esta edición, la puse en la página 483, pues en ella está la mayor parte y sólo hay una línea en la 484»94.



Cistué concluye su carta con una posdata autógrafa haciendo gala de su bibliografía sobre la Nueva España, lo que pone de relieve su profundo conocimiento de la misma, y esto le permite advertirnos en contra de los extremismos a la hora de emitir juicios sobre las cosas de América, pues hay mucho «apasionamiento y fanatismo», tanto en los criollos que miran con odio a Europa, como en los europeos que desprecian muchas cosas admirables de América. No hace falta recordar que, en el fondo, gran parte de las polémicas sobre el concepto de mexicanidad continúan actualmente, en pleno siglo XXI, pivotando sobre la mayor o menor valoración de lo autóctono amerindio o de lo europeo conquistador:

«Amigo mío: si vuestra merced quiere ver autores de Nueva España, sé que tengo varios, como son Gomara95, Torrequemada96 y otros, y singularmente a [Juan de] Laet97, que fue de los menos apasionados. Los del día es menester mirarlos con mucho pulso, porque los que son de aquellas partes [América] miran aquello con fanatismo y odio a Europa, y los europeos con el mismo [odio] a aquellos, y, por eso, muchas cosas admirables las desprecian. Y en los primeros escritores se halla mucha ignorancia y falta de exactitud. Los que han escrito por informes de allá [de América] en nuestros archivos tampoco están bien instruidos. He visto aquí [en España] impresionadas gentes de mucha razón por haber visto informes y cartas manuscritas de los disparates que trajeron. Mas, en fin, parece que aquello se redujo a 1500 años, según lo poco que hay que fiar de ellos»98.



Por la carta de José Cistué, fechada en Madrid el 27 de junio de 1800, nos consta que le había enviado a Hervás bastantes libros sobre México y vuelve a poner en duda el mérito de Boturini:

«Envié aquellos libros por si aprovechaban para algo, pues Villaseñor99 habla de los pueblos de México, y ni de él ni de Cabrera100 tengo concepto. Boturini ponderaba mucho su trabajo para que se le premiara. Él se trujo lo mejor. De lo que allá dejó, crea vuestra merced que hay mucho invento de los españoles. Hablé repetidas veces con criollos de corazón y de los más hábiles que tenía la Nueva España, y saqué en limpio que todos abultaban, y que ellos no creían ni lo que Boturini decía ni otras especies que se refieren de antes de la conquista, y de muchas de las de después»101.



Por la carta fechada en Madrid, 22 de julio de 1800 sabemos que Cistué continuaba ampliando las relaciones de Hervás para favorecerlo económicamente con nuevas pensiones. Ahora le entrega personalmente dos ejemplares del tomo I del Catálogo de las lenguas castellano, recién dedicado al Consejo de Indias, al Presidente de dicho Consejo, Antonio Porlier, antiguo ministro del ramo:

«Ranz me dio dos ejemplares del Catálogo de las lenguas. Los entregué al gobernador de mi Consejo [de Indias]102, a nombre de vuestra merced. El uno, para su uso; y el otro, para el Consejo. Me encargó diera a vuestra merced las más expresivas gracias y le expresara que siente no estar ahora en disposición de disponer de los bienes de Temporalidades»103.



En la carta fechada en Barajas el 29 de agosto de 1800, Cistué anima a Hervás a continuar escribiendo sobre temas americanos, terreno en el que podrá ayudarlo:

«Celebraremos que vuestra merced se mantenga tan bueno en esa [Cuenca] y que halle cuantos materiales necesite para escribir sobre las Américas104. Si vuestra merced lo practica, será preciso pedir la licencia para imprimir al Consejo de Indias, por lo que diré cuando esté con más reposo. Y no faltarán amigos para que no se detenga la obra».



A través de la última carta conservada de José Cistué, fechada en Madrid el 25 de noviembre de 1800, nos enteramos de que la bibliografía de temática americana que Hervás le solicitaba al fiscal del Consejo de Indias iba destinada a la preparación de un tratado sobre historia antigua americana, centrado en demostrar cómo los primeros pobladores pasaron desde Asia a América («el origen de las Indias»). Por el tema, Cistué cree que tendrá que pasar por su Consejo y, por supuesto, apoyará su publicación:

«La [carta] que yo escribí con la nota de los libros que tratan de materias de Indias fue directa a Cuenca. Puede ser que esté en aquel correo y no la hayan sacado. Le daba cuenta de ellos porque en los más se habla algo sobre el origen de las Indias. García escribió de propósito de esta materia y también [Juan de] Torrequemada habla bastante105, y alguna cosa se dice en la Historia de las Californias106. Y por eso remití a vuestra merced la lista.

Mucho celebraré ver concluida la obra que vuestra merced me dice, porque, realmente, si abre vuestra merced nuevo camino de los que hasta ahora han pensado para saber cómo pasaron los indios a aquellas partes, será obra de mucho aprecio. El Consejo [de Indias], no tocando en regalías, dará corriente la licencia y yo estaré muy a la mira para hacer otra defensa como la pasada107, y, dada la licencia, podrá vuestra merced dedicar la obra como le pareciere, de lo que hablaremos en su tiempo»108.






ArribaAbajoDedicatoria al Consejo de Indias del Tomo I del «Catálogo de las lenguas» castellano

Aunque es de suponer que Hervás continuó toda su vida interesado por los temas americanos, el proceso de su interés por estas cuestiones alcanza su cénit oficial en la «Dedicatoria» al Consejo de Indias del Tomo I del Catálogo de las lenguas castellano109. Dedicatoria corregida formalmente por Cistué.

Esta dedicatoria de Hervás es un canto a la labor integradora del Consejo de Indias que por espacio de tres siglos ha sido capaz de unificar en una nación a un conjunto muy dispar de naciones.

Si comparamos esta dedicatoria con la que veinte años antes su amigo Clavigero había redactado para la Universidad de México y puesta al frente de la Storia Antica del Messico, observamos una clara diferencia, pues el abate veracruzano distingue claramente los conceptos de «Patria» y «Nación»110, mientras que el abate manchego se limita a decir que el Consejo de Indias gobierna «una muchedumbre de naciones», siendo España, en consecuencia, una «nación de naciones».

Aduciendo las notas de reprobación hacia los españoles e interpretando en forma totalmente arbitraria el empleo de los términos «patria» y «nación», se ha pretendido atribuir a Clavigero la afirmación de la emancipación política de la colonia: más aún, se ha opinado detectar así su pensamiento más auténtico y callado. En beneficio de un «nacionalismo» bien diferente, se ha impedido así la reflexión sobre la auténtica propuesta política contenida en la Historia antigua de México.

Para Clavigero, la patria es sin duda alguna el «reino de México», es decir, la tierra donde uno ha nacido o el lugar de común procedencia. Junto al concepto de «patria», aparece el de «nación», como algo claramente distinto. En el curso de su obra, Clavigero emplea el término «nación» para indicar una unidad cultural y política: se inspira, en fin, en el sentido clásico de la palabra y, al mismo tiempo en el que ésta tiene en la Sagrada Escritura, donde está por «pueblo», conjunto étnico del cual la lengua constituye el principal factor unificante. Es importante subrayar el valor decisivo que para Clavigero desempeñan los caracteres culturales: para él, «nación» no se identifica necesariamente con «raza», a diferencia de Hervás, en quien parece predominar el concepto de raza, cuando afirma que las naciones de la monarquía española se unen en sociedad civil, formando con ella una grandísima tribu, divida en innumerables familias nacionales.

Para el veracruzano, los indios mexicanos son «compatriotas», esto es, nacidos en el mismo lugar que él; los «nacionales», cuyo honor debería de proteger a los indios, son los españoles: la «nación» es España.

Por su parte Hervás, en la segunda parte de la dedicatoria, resalta la utilidad del Catálogo de las lenguas para el Consejo de Indias, puesto que al describir las características de las naciones por medio de sus lenguas, se descubren los medios principales, «con que feliz y fácilmente se conquistaron en gran parte, y pacíficamente se conservan en unión y obediencia». Estos medios de integración nacional «tuvieron por principio y fin la santa religión, con que únicamente se hace y conserva feliz la sociedad civil».

Hervás presenta su Catálogo de las lenguas como un medio eficaz de integración nacional en la gran nación española de múltiples naciones esparcidas por todo el mundo, de manera similar a como Clavigero había presentado su estudio de la cultura indígena como medio de integración nacional mexicana111. Los dos amigos jesuitas tenían el mismo lema: «Hacer de todas una sola e individua nación». Clavigero propone llevar a cabo esa integración mediante la educación y la asistencia caritativa para conseguir una transformación radical de las condiciones de vida de los indígenas, al fin de que, liberados de la miseria y la sujeción, recobrado el respeto por sí mismos y la antigua dignidad, se vuelva posible la integración con el grupo étnico de origen europeo y, con esto, la confluencia de las «naciones» indígenas en la «nación» española112.

Para la unificación de la historia y cultura amerindias Clavigero se sirve de la adaptación y asimilación a la primitiva tradición cristiana. Dicha asimilación cultural, sin embargo, es, en un principio, el fruto de la espontánea reacción de Clavigero a la lóbrega pintura de América bosquejada por los europeos. La cultura indígena, purgada de toda superstición y crueldad, halla en la cristiana su escudo protector, su revalorización: el castigo de la conquista y el don misericordioso del Evangelio fundan la salvación del alma y de la humanidad de los indios.

Por su parte, Hervás sostiene que los medios que facilitaron la integración de muchas naciones americanas en la nación española «tuvieron por principio y fin la santa religión, con que únicamente se hace y conserva feliz la sociedad civil».

En la dedicatoria al Consejo de Indias le alaba la equidad, bondad y justicia de las leyes, y el acierto no menos suave que eficaz, con que las ejecuta, consiguiendo que «todas sus naciones súbditas, aunque de idiomas diversísimos, entiendan fácilmente las órdenes que en uno solo les intima V. A., y aunque dispersas, lejanas y de costumbres y climas muy diferentes, obedezcan a V. A. uniformemente y respeten, como si le estuvieran presentes, y con las demás naciones de la monarquía se unan en sociedad civil, la más estrecha, formando con ella una grandísima tribu, divida en innumerables familias nacionales, que dispersas por casi medio mundo, a todo este se presentan objeto de su admiración y alabanza»113.

Clavigero no sabe pretender una «patria» para sí, sin ofrecerles en cambio, a los que en esta patria ya viven desde hace mucho tiempo, una «nación», y con ésta una igual dignidad.

Igualdad que Hervás lleva al extremo de hablar sólo del concepto de «nación», de manera que la metrópolis España es una «nación de naciones». Cuando Hervás y Clavigero escriben, la independencia política de la colonia es un problema que aún ni se ha planteado: la integración que ellos proponen, persigue, más bien, el fin contrario, el de solucionar las contradicciones fomentadas por la expansión colonial114.

Lorenzo Hervás, estimulado por un ambiente nuevo en Italia, convertido en lingüista al escribir una obra enciclopédica sobre el hombre y el universo, se encuentra rodeado de sus compañeros mexicanos de destierro, que vieron su obra misional interrumpida y destruida, y, por lo que hace a las lenguas y cultura de América, son los testamentarios de una tradición que se acababa. Con ellos se extinguía el antiguo sistema colonial. En vano el abate manchego dedica en Roma, a 15 de febrero de 1798, el primer volumen del Catálogo en español al Supremo Real Consejo de Indias. Las misiones patrocinadas por la Corona española habían entrado en una crisis que la Independencia agravaría. El mundo indígena que etnólogos y lingüistas modernos encontrarán después es otro, muy distinto del que Cistué y Clavigero conocieron e intentaron mantener con sus afanes intelectuales y reformistas115.






ArribaConclusiones

El estudio de los vínculos que tuvieron a lo largo de su vida unos individuos concretos, Hervás y sus amigos mexicanos, nos ha permitido acercarnos a la comprensión de la complejidad de la sociedad en la que debieron desenvolverse y al análisis de su pensamiento y seguir la gestación de sus obras. Por el contenido ideológico de sus cartas podemos observar cómo Hervás y sus amigos mexicanos intentaban dar continuidad a su mundo, a pesar de la inminente ruptura política que se avecinaba en el ámbito americano en las primeras décadas del siglo XIX. Son vidas llenas de grandes contradicciones, plenas de transformaciones y fracturas que a la postre harían que su verdadera imagen de forjadores de la mexicanidad fuera desdibujándose a lo largo de la historia de manera que prevalezca el rasgo originario y tópico de su rancio jesuitismo y conservadurismo.

Hervás y sus amigos fueron ante todo fieles al espíritu de la Compañía de Jesús, con todas las connotaciones ideológicas que conlleva, como su didactismo, tradicionalismo, antijansenismo, etc., pero al mismo tiempo devotos españoles, a pesar del despotismo del gobierno de Madrid, que tantas trabas ponía a la difusión de sus producciones literarias.

La divergencia puede surgir a la hora de valorar los matices y la intensidad de su compromiso con lo mexicano. Los escritos y publicaciones de F. J. Alegre, Diego José de Abad, Andrés Cavo, José Ignacio Vallejo, Miguel del Barco, Juan L. Maneiro y Francisco Javier Clavigero, no suscitan odio contra España, sino que tratan de mostrar al mundo que México merecía gozar de vida propia. Con esta silenciosa revaloración ideológica, los autores jesuitas eran más eficaces, a largo plazo, en sus escritos que las declaraciones inflamadas de independencia de personajes como el dominico fray Servando de Mier.

Hervás permanentemente se mostró sumiso «ciudadano español», pero, como ha señalado Giovanni Marchetti, su amigo Clavigero no es más «antiespañol» de cuanto fueron todos aquellos (misioneros, obispos y también laicos) que, inmediatamente después de la Conquista, se preocuparon por salvar a los indios del albedrío de los colonos y obtener una legislación que respetase su humanidad y sus derechos116.

Clavigero toma posición, resuelta y rotundamente, contra la explotación de los indígenas, relacionándose en esto con toda la experiencia misionera y mostrando una simpatía patente hacia las ideas y la obra de Bartolomé de Las Casas. Hervás, por su parte, reconoce en un humilde informante indígena igual o superior inteligencia a los europeos:

«Debo el descubrimiento de la afinidad de estas lenguas a la noticia que he logrado de la lengua cakchi por medio de un indio cakchi, llamado Domingo Tot Barahona, criado del R. P. Miguel Zaragoza, que con el empleo de procurador de su provincia del Orden de Predicadores de Guatemala, vino los años pasados a esta ciudad de Roma. El dicho Tot, que en la edad de dieciséis años mostraba el despejo y talento que no son comunes y se alabarían mucho en jóvenes europeos de la misma edad, sabía perfectamente su lengua natural y la española»117.



Las condiciones de vida de los indígenas mexicanos de su tiempo le parecen a Clavigero míseras y humillantes, las cuales no son más que consecuencia de la conquista y colonización, pero eso no significa que en la Historia Antigua de México se encuentre la condena de la conquista y la colonización en cuanto tales que, a toda costa, se ha querido percibir.

El fiscal de Indias José de Cistué, por razones de su empleo de alto funcionario, y Hervás, por su prudencia característica, no se manifiestan tan claramente a favor del indigenismo, pero simpatizan con él y defienden la obra del jesuita veracruzano. Tanto Clavigero como Hervás y sus amigos se pronuncian abiertamente a favor de la integración, de la que son condiciones insustituibles la aculturación (posible, mediante la educación) y la emancipación social, que no política, naturalmente en el marco de una «sola e individua nación»118.

Hervás y sus amigos pensaban que, como educadores, serían tanto más creíbles en cuanto que eran rigurosos historiadores, que huían de las fábulas y procuraban someterse a la crítica. José Ignacio Vallejo y Clavigero quisieron que su amigo Hervás emitiese su juicio sobre sus dos obras más importantes (La vida del Señor San Josef y la Storia Antica del Messico) y el abate español lo dio muy favorable en dos cartas en las que resalta el rigor crítico incluso en un tema tan resbaladizo históricamente como la vida del esposo de la Virgen María. Hervás desde el inicio de su carrera literaria (1774) era consciente de que debía ser crítico en sus trabajos y así lo creían y demandaban sus amigos mexicanos:

«El historiador español necesita distinguirse singularmente en la crítica más que los historiadores de otras naciones, porque en España, por rara fatalidad, ha habido manuscritos de innumerables tradiciones confusas o mitológicas con que se han infestado las historias generales y particulares de los tiempos antiguos. Mariana con aplauso universal criticó y despreció tales tradiciones; y, no obstante, algunos historiadores que han escrito después, las han vuelto a adoptar y aún han añadido otras no menos improbables con que han oscurecido sus obras. A este defecto se llega otro de espíritu de parcialidad, que en gran parte de los historiadores se nota. El espíritu de parcialidad, que es peste común de las historias, proviene de la contrariedad de una nación a otras u del concepto demasiadamente excesivo que tiene de la bondad de sus países y nacionales. Defectos que, aunque cada día se hagan más comunes, harán más sospechosas, y aún ridículas, las historias en que se hallan»119.



Los misioneros fueron los principales creadores del México actual. Hervás estaba tan entusiasmado con lo americano en general, y con lo mexicano en particular, como hemos puesto de relieve, que más de un biógrafo lo cree misionero en estas tierras, aunque sabemos que sólo conoció las penínsulas ibérica e italiana.

Si para algo sirven los fastos y las efemérides es para recordar. Hoy vemos muchas ciudades mexicanas adornadas con estatuas y calles dedicadas a Juárez, Obregón o Carranza, pero apenas hallaremos ningún recuerdo de los jesuitas, a los que el laicismo podrá discutirle el ser santos o padres de la patria mexicana, pero nadie podrá negarles el haber exaltado lo mexicano y fomentado la identidad nacional mejor que nadie, con su esfuerzo personal y con sus escritos ilustrados y críticos, pues ellos fomentaron y estuvieron presentes en el verdadero origen de la mexicanidad.

La mexicanidad es una de las coordenadas intelectuales no sólo de la producción literaria del cualificado grupo de profesores, eruditos y publicistas jesuíticos de la Nueva España, sino también de la propia cultura española de la segunda mitad del siglo XVIII, como pone de manifiesto el interés de Hervás, del fiscal Cistué y de sus amigos ibéricos.

El estudio de la producción literaria de los jesuitas mexicanos no sólo tiene valor intrínseco, sino también su significación específica en relación con un tema más amplio, el de la diáspora jesuítica. Se trata de un grupo de exiliados de singular fortuna historiográfica y el conocimiento de sus peripecias, vitales e intelectuales, nos descubren un colectivo, cuyos miembros están fuertemente unidos por el amor a su patria o nación, como muestran patentemente las biografías de Juan Luis Maneiro y de Felix Sebastián, y las distintas colaboraciones de Hervás que hemos estudiado.

De todos modos, el tema de la mexicanidad de los jesuitas, españoles o no, como el jesuitismo expulso en general, es una cuestión abierta, que sigue interesando a los dieciochistas y que encierra, todavía, muchas incógnitas. Pocos discuten el interés de las obras de Hervás y de Clavigero. Otra cosa es el valor de estos escritos y el peso relativo de aquellos temas por los cuales se inclinaron.

Aunque es muy difícil generalizar, a medida que los estudios más específicos sobre sus obras van aumentando, la ideología de Hervás y de sus amigos mexicanos se hace más compleja, y algunos puntos peor conocidos empiezan a cobrar mayor relevancia. Mantuvieron siempre su fidelidad a la Compañía, no fueron, desde luego, unos revolucionarios, sino todo lo contrario, ya que los que llegaron a verlos, rechazaron con firmeza y pasión los acontecimientos franceses, como se ve claramente en la correspondencia del fiscal Cistué. Es cierto que en algunos de los escritos de Clavigero se le escapan comentarios que dejan ver su rechazo a ciertos aspectos socioeconómicos de la Nueva España, en especial lo relacionado con el subyugado indigenismo, pero sus acusaciones contra el regalismo y sus protestas por las dificultades, sobre todo materiales, que ello provoca a sus hermanos de religión, están dentro de una inequívoca fidelidad a la Corona.

Sin embargo, cuando las preocupaciones de Hervás y sus amigos mexicanos se dirigen hacia asuntos de carácter más erudito, ya sean lingüísticos, matemáticos, teológicos o históricos, su postura es más la de unos auténticos ilustrados, en un doble sentido, en el de la curiosidad y en el del rigor crítico, simbolizado en su lucha contra las historias fabulosas tradicionalmente admitidas. Tuvieron la rara habilidad de combinar cuestiones muy diferentes y de hacerlo desde distintos puntos de vista, trasladándose del plano filosófico al práctico de la realidad de la Nueva España, sin aparente esfuerzo. Sus conocimientos quizás fueron más extensos que profundos, estuvieron excesivamente lastrados por la necesidad de conciliar la ciencia y la revelación, y su escritura resulta en ocasiones farragosa, pero sus lecturas, que debieron ser muchas, su método, casi experimental, a la hora de buscar información, y la finalidad didáctica que guía la mayoría de sus obras, les hacen acreedores de figurar, algunos destacadamente, como Hervás y Clavigero, no sólo en la nómina de los autores jesuíticos, sino en la más amplia de los escritores de nuestra Ilustración.

Hervás y los jesuitas mexicanos, convencidos ignacianos y entusiastas pedagogos, fueron pensadores de su tiempo, aunque filosofaran a la defensiva contra la imparable marea del pensamiento deísta que desembocará en la Revolución Francesa. Abordaron los temas más polémicos, como el papel de España en la conquista de América, y buscaron soluciones desde su mentalidad cristiana, aunque apenas se les notaba la formación escolástica recibida en España, porque asimilaron pronto en Italia el estilo y los problemas filosóficos europeos. Fueron admiradores del buen gusto de la época y de sus avances científicos; pero, al mismo tiempo, criticaron con solvencia los planteamientos anticatólicos de los filósofos deístas, jansenistas y masones.

Hervás, como los exiliados mexicanos, siempre quisieron volver a su patria y soñaron con mejorarla por medio de la educación. Fueron activos fustigadores del jansenismo, al que achacaban todos los males, de la expulsión a la revolución, pero también críticos de la situación sociocultural de España. La fuerza y el sentido combativo de algunos de los textos de Clavigero y Hervás o de las cartas de Cistué resultan irrefutables, pero creo que sería mejor definirlos como unos contrarrevolucionarios, con independencia de la utilización que se hiciera posteriormente de sus escritos. En general, los expulsos mexicanos con los que se relacionaron Hervás y Clavigero son eruditos que fueron capaces de superar las limitaciones formativas de su condición eclesiástica y de alcanzar una mayor calidad en sus escritos histórico-literarios.

Tareas literarias realizadas con un gran esfuerzo personal, puesto que no gozaron del mecenazgo económico de Madrid. Sólo nos constan dos pensiones dobles otorgadas a los expulsos mexicanos (el polemista angelopolitano Manuel de Iturriaga y el poeta y misionero de origen manchego Francisco Javier Lozano) y hemos visto al presidente del Consejo de Indias, Antonio Porlier, disculparse ante el fiscal Cistué por no poder ayudar a Hervás por no tener ya competencias sobre las Temporalidades indianas, pero lo chocante está en que cuando fue ministro de Indias (1787-1792) atrajo muchos manuscritos de jesuitas americanos a su Ministerio con la promesa de publicarlos y recompensarlos económicamente, lo cual después no cumplió, causando la pérdida de no pocos de ellos. Cuesta creer que una de las aportaciones más importantes de la erudición española del momento, como es la Storia Antica del Messico de Clavigero fuese realizada por un hombre que se paseaba dignamente por las calles de Bolonia con un vestido profusamente remendado, como dice el P. Félix Sebastián.

La decisión con que se lanzaron a unas aventuras editoriales difíciles es bien representativo del tesón de su carácter, en medio de las condiciones materiales adversas, del contexto político y económico antijesuíticos y otros elementos que inciden directamente sobre la producción literaria, como la censura y el patronazgo.



 
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