Introducción a la vida y obra de Valle-Inclán
Por Margarita Santos Zas
(Directora de la Cátedra Valle-Inclán de la USC)
Valle-Inclán, entre leyenda y realidad
Éste que veis aquí, de rostro español y quevedesco, de negra guedeja y luenga barba, soy yo: Don Ramón del Valle-Inclán.
Estuvo el comienzo de mi vida lleno de riesgos y azares. Fui hermano converso en un monasterio de cartujos y soldado en tierras de Nueva España. Una vida como la de aquellos segundones hidalgos que se engancharon en los tercios de Italia por buscar lances de amor, de espada y de fortuna (...)
Hoy marchitas ya las juveniles flores y moribundos todos los entusiasmos, divierto penas y desengaños comentando las memorias amables, que empezó a escribir en la emigración mi noble tío el marqués de Bradomín (...) Todos los años, el día de difuntos, mando decir misas por el alma de aquel gran señor, que era feo, católico y sentimental. Cabalmente yo también lo soy y esta semejanza todavía le hace más caro a mi corazón (...)
Así se presentaba Valle-Inclán en 1903 en las páginas de la revista Alma Española. Así comenzaba también a crearse la leyenda que ha ido velando hasta desfigurar, casi borrar, la auténtica personalidad del escritor, que con lucidez afirmaba: Llevo sobre mi rostro cien máscaras de ficción (...) Acaso mi verdadero gesto no se ha revelado todavía. Acaso no pueda revelarse nunca bajo tantos velos acumulados día a día y tejidos por todas mis horas (La Lámpara Maravillosa, OC, I, 1963)[1].
Manuel Azaña, en un artículo dedicado a su amigo y titulado «El secreto de Valle-Inclán» (La Pluma, 1923), señalaba con agudeza esa dificultad de atisbar el rostro, oculto tras una máscara construida con el variopinto muestrario de anécdotas auténticas o atribuidas, si bien el escritor ha sido el primero en potenciar ese artificio, que al mismo tiempo denunciaba en un poema sobrecogedor en su dramático cinismo, titulado «Testamento». Sus versos -en una de las versiones que se conservan- rezan así:
Te dejo mi cadáver, reportero.
El día que me lleven a enterrar,
fumarás a mi costa un buen veguero,
te darás en «La Rumba» un buen yantar (...)
Para ti mi cadáver, reportero
mis anécdotas todas para ti.
Le sacas a mi entierro más dinero
que en mi vida mortal yo nunca vi
(Carta a Pérez de Ayala, 04-02-1933)
Frente al abrumador anecdotario, casi siempre distorsionante, contamos con otros testimonios más fiables: son numerosos los retratos -gráficos y literarios- del escritor, debidos a contemporáneos y amigos[2]. Una variada galería de retratos (Anselmo Miguel Nieto, Echevarría, Baroja, Prieto,...) y caricaturas (Moya del Pino, Picasso, Castelao, Maside, Sirio, Ángel de la Fuente, García Cabral, Toño Salazar, Vivanco, Bagaría,...) nos han facilitado sucesivas imágenes de Valle-Inclán, que Ramón Gómez de la Serna había calificado como La mejor máscara a pie que cruzaba la calle de Alcalá. Por su parte, abundantes semblanzas literarias nos han legado intelectuales y artistas de su tiempo (Maeztu, Azorín, Baroja, Rubén Darío, Margarita Xirgu, Unamuno, Machado, Ramón Pérez de Ayala, Juan Ramón Jiménez,...), que inciden tanto en su aspecto físico como en su carácter.
[1]. Todas las citas textuales en adelante proceden de Obra completa. I: Prosa y II: Teatro. Poesía. Varia (Madrid: Espasa-Calpe, 2002), cuyos títulos y páginas se citan en el propio texto. Véase la bibliografía primaria, que figura en este mismo Portal, en la que se consignan las obras del escritor publicadas con anterioridad a 1936.
[2]. Un buen muestrario se puede ver en los catálogos de las exposiciones dedicadas al escritor en 1986 (Valle-Inclán y su tiempo), 1998 (J. y J. del Valle-Inclán, Ramón María del Valle-Inclán 1866-1898) y 2008 (Serrano y De Juan, Valle-Inclán dibujado), así como otros datos relativos a la biografía del autor gallego.