Introducción a la vida y obra de Valle-Inclán
Por Margarita Santos Zas
(Directora de la Cátedra Valle-Inclán de la USC)
El Modernismo literario y las Sonatas
Modernistas: así llamados por quienes contemplaban con desconfianza e incomprensión su afán de renovación en todos los órdenes de la vida. Eran antidogmáticos y les atraía lo raro, lo singular, aquello que pudiese alejarles de su tiempo y de unas circunstancias, a su juicio, detestables. En consecuencia, reaccionaron contra ellas con los medios a su alcance. La protesta era el mecanismo que daba sentido a su vida y obra. Este inconformismo se percibe tanto en su aspecto e indumentaria y actitudes iconoclastas -bohemia y dandismo- como en la reacción crítica suscitada ante el «Desastre del 98». Pero fue la literatura, el arte, en general, la que acusó ese afán renovador. Buscaban fórmulas nuevas frente al realismo de Pereda, Galdós, Clarín, Pardo Bazán y, sobre todo, un lenguaje propio, cuya vía de acceso les brindaría Rubén Darío, de quien Valle fue amigo y profundo admirador desde 1899 hasta la muerte del poeta nicaragüense en 1916.
Desde 1901 Valle venía publicando en Los Lunes de El Imparcial y en Juventud una serie de relatos, que posteriormente reelaborados incorporó a la Sonata de Otoño, la primera novela de la tetralogía Memorias del Marqués de Bradomín. Este sistema de publicación, correlativo al ya referido para sus cuentos, forma parte de su estrategia de escritura como creador. Es decir, muchas de las obras extensas de Valle tienen una larga prehistoria literaria, consistente en fragmentos aparecidos generalmente en la prensa, que más tarde reelabora e integra en aquéllas. Estos pre-textos o ante-textos resultan especialmente reveladores de la génesis de cada obra, que ahora se enriquece y amplía a resultas de la existencia de los mencionados manuscritos del escritor, que iluminan el proceso de escritura de sus textos.
La primera de las cuatro novelitas, la Sonata de Otoño, la escribió Valle durante los tres meses de convalecencia de un involuntario tiro de pistola en un pie, y vio la luz en 1902. Las restantes aparecieron por este orden: Sonata de Estío (1903), Sonata de Primavera (1904) y Sonata de Invierno (1905).
En las Sonatas el Marqués de Bradomín relata una serie de episodios autobiográficos de carácter amoroso -son sus memorias amables- que, siendo independientes entre sí, presentan al protagonista masculino en sucesivas etapas vitales, que corresponden, siguiendo la lógica argumental de la tetralogía, a la juventud (Primavera), primera madurez (Estío), madurez plena (Otoño) y vejez (Invierno). El donjuanesco personaje, feo, católico y sentimental, rememora sus pasados amores, cubiertos por el velo de nostalgia que le confiere la vejez y el exilio (leal entre los leales a Don Carlos de Borbón, pretendiente carlista al Trono de España), alejado de su país tras la derrota bélica de 1876.
Valle-Inclán establece entre las cuatro Sonatas un juego de correspondencias: la edad del protagonista -los cuatro ciclos vitales mencionados-, las estaciones del año, consignadas en los títulos, las cuatro historias de amor con otras tantas mujeres, a las que hay que añadir en la Sonata de Invierno una novicia adolescente, que se sugiere es la ignorada hija de Bradomín; y, por último, cuatro ambientes, escenarios y paisajes diferentes: Italia, México, Galicia y Navarra. En suma, la personalidad del protagonista es ofrecida en cuatro tiempos y cuatro aventuras galantes, que siguen hilos novelescos autónomos.
Todo en las Sonatas, ambientes, personajes, situaciones... responden a un proceso de idealización premeditado: refinamiento, aristocratismo, artificiosidad, elegancia, vetustez son notas que definen una estética anti-realista: arte sobre arte, literatura sobre literatura, que ahora se apropia del léxico y conceptos de las artes plásticas y de la música. De hecho, las Sonatas son el fruto de un largo esfuerzo del escritor, orientado a conseguir esa prosa rítmica, que juega con paralelismos y simetrías, tríadas de adjetivos, comparaciones, brillantes metáforas, sugerentes sinestesias, ley de contrastes... La palabra se elige en función de su carga intelectual y afectiva, pero también por su valor evocativo, que no depende tan sólo de su sonido y significado sino de su colocación en la frase, de las asociaciones que suscita con las palabras vecinas e, incluso, con las ausentes. Una labor de orfebrería que hace que las Sonatas, al igual que Flor de Santidad (1904), sean consideradas unánimemente como la culminación de la prosa modernista del escritor y su inigualable modelo.