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Editores y Editoriales Iberoamericanos (siglos XIX-XXI) - EDI-RED

La edición en El Salvador

Semblanzas sobre editores y editoriales en El Salvador

El campo de la edición salvadoreño, antes de la independencia de España (1821), comparte la misma situación que otros países centroamericanos: la producción local de libros es prácticamente inexistente y su consumo está ligado a la importación, sobre todo desde Europa, pero también desde México y Guatemala. No obstante, destacan algunas excepciones, por ejemplo, la publicación de El puntero apuntado con apuntes breves (1746), de Juan de Dios del Cid, el primer libro impreso en Centroamérica; el libro es un manual dedicado a la producción de añil y, curiosamente, mezcla la sabiduría popular con la poesía.

En las décadas post-independencia, e incluso tras la entrada de la imprenta en la ciudad de San Salvador en 1824, el número de los libros producidos en talleres locales era reducido; en su mayoría se trataba de ediciones de pocas páginas o de extensión media. Sin embargo, la continua importación de libros, junto a estas producciones a pequeña escala y la fundación de periódicos y revistas, informan de que la circulación y el consumo librescos tenían cierto vigor (como marca de prestigio social) y nutrían un incipiente mercado que, a la vez, bebía del flujo de ideas surgido en las academias y en los cenáculos literarios. A esta situación se suma en las primeras décadas del siglo XX la aparición de varias librerías: la Universal, la Camino Hermanos, la Mata y Centell y la Domínguez y Rivas.

El gran salto de la edición local tuvo lugar en 1953, cuando se fundó la primera editorial del Estado dedicada exclusivamente a la publicación de obras literarias: el Departamento Editorial del Ministerio de Cultura –la actual Dirección de Publicaciones e Impresos (DPI)–. Su primer director fue el abogado y poeta Ricardo Trigueros de León (1917-1965), quien durante doce años publicó a los escritores más sobresalientes del momento (Alberto Masferrer, Arturo Ambrogi, Miguel Ángel Espino, Salvador Salazar Arrué Salarrué o Hugo Lindo). Asimismo, creó colecciones y difundió la literatura salvadoreña más allá de las fronteras nacionales, lo que le convierte en su primer exportador oficial. En los años siguientes, la editorial continuó publicando el patrimonio literario nacional y tuvo logros notables, como la edición de la novela Cenizas de Izalco, de Claribel Alegría, que había aparecido en España bajo el sello de Seix Barral en 1966.

En 1958 arrancó la Editorial Universitaria Benjamín B. Cisneros, a cargo del escritor y periodista Ítalo López Vallecillos, su primer director y uno de los editores centroamericanos más relevantes; fue director de la Editorial Universitaria Centroamericana (EDUCA), con sede en Costa Rica, entre 1970 y 1975; y de UCA Editores entre 1975 1983, perteneciente a la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA), ubicada en El Salvador. Los catálogos de estas tres editoriales incluyen autores importantes de la región, patrimoniales y contemporáneos, además de publicaciones científicas y académicas.

La circulación de libros, nacionales e importados (ahora provenientes sobre todo de España, México y Argentina), estuvo liderada por la Librería Cultural Salvadoreña, fundada por Kurt Wahn en torno a 1951, hasta su cierre en 1991. Asimismo, la Librería Clásicos Roxsil, establecida en 1969, desempeñó un rol trascendental como distribuidora de clásicos literarios (universales y salvadoreños), especialmente cuando, a partir de 1975, algunas de las obras fueron publicadas por la Editorial Clásicos Roxsil. La librería y la editorial fueron fundadas por el matrimonio formado por José L. López y Rosa Serrano de López, a los que sucedió su hija, Roxana López de Portillo, directora del proyecto.

En los años setenta aparecen pequeñas librerías alternativas, como la Pablo Neruda, Altamar (fundada por el escritor Hugo Lindo), Importadora Latinoamericana de Libros, La Teja, que distribuyen literatura menos comercial dirigida a una clase media culta que veía en el libro, ya no un objeto exclusivamente de lujo, sino una oportunidad para saciar su curiosidad literaria e intelectual. Sin embargo, en los últimos años de esa década, el clima político entró en una compleja espiral de violencia que anunciaba la llegada de la Guerra Civil salvadoreña (1980-1992). La producción editorial y el campo literario se vieron profundamente afectados y alterados.

En ese marco, fueron asesinados intelectuales, profesores, escritores y libreros identificados con los movimientos sociales de izquierda y críticos con la dictadura militar. Asimismo, la infraestructura de algunas librerías fue destruida por la explosión de bombas durante la contienda. Escritores que, en la mayoría de los casos, también habían sido editores, como Miguel Huezo Mixco, o libreros, como Salvador Silis (quien había llevado a El Salvador los primeros títulos del sello español Anagrama y del mexicano Ediciones Era), deciden unirse al movimiento guerrillero. Otros, se ven forzados a exiliarse. Lo anterior se tradujo en una disminución drástica de la difusión literaria, que luego se traduciría en la casi ausencia del mercado del libro. Al ser la cultura relegada a un segundo plano ante la urgencia del conflicto armado, los libros y la lectura perdieron de alguna forma su valor en el tejido social. El costo de esta desnutrición cultural se hizo sentir más claramente en las décadas subsiguientes a la firma de la paz (1992).

Sin embargo, los espacios universitarios adquirieron un papel protagónico. La revista Taller de Letras, publicada en los años ochenta por el Departamento de Letras de la Universidad Centroamericana (UCA), se encargó de documentar la literatura de ese período: poesía, narrativa, dramaturgia y ensayo, una labor que antes de la guerra había realizado la revista estatal Cultura. UCA Editores publicó Pájaro y volcán (1989), una antología compilada por Huezo Mixco que refleja el momento vivido: literatura escrita y editada en campamentos guerrilleros; el manuscrito, de hecho, salió por canales clandestinos hasta llegar a las manos del entonces rector, el jesuita Ignacio Ellacuría. Asimismo, esta editorial universitaria lanzó el Premio Nacional UCA Editores y publicó las obras ganadoras, tales como La diáspora (1989), primera novela de Horacio Castellanos Moya. Fue importante también la labor de grupos literarios que difundían sus publicaciones artesanales en plazas públicas, fábricas, sindicatos, universidades, etc.

En 1991 se reactiva la mencionada Dirección de Publicaciones e Impresos (DPI), aunque se encuentra desfasada y carente de recursos. La guerra casi ha terminado y poco después se oficializa el fin del conflicto con la firma de los Acuerdos de Chapultepec (1992). En esos primeros años de la posguerra, un buen número de escritores, intelectuales y editores regresan del exilio y otros bajan de la montaña. Comparten el entusiasmo en torno a la refundación de una cultura plural e inclusiva mediante revistas, periódicos, librerías, editoriales. Así, se apuesta por la cultura como vehículo de cambio y símbolo de madurez democrática e intelectual; una propuesta que da un paso más allá del pacto político que había puesto fin a los doce años de guerra. Nacen la revista Tendencias y el periódico Primera Plana y se inaugura la librería Punto Literario (ninguno de los cuales sobrevivirá pasado un tiempo). La DPI, bajo la dirección de la poeta Carmen González Huguet, primero, y el escritor Miguel Huezo Mixco, después, se contagia de ese entusiasmo; se lanzan proyectos editoriales ambiciosos en sintonía con los aires de apertura, como la Biblioteca Básica de la literatura salvadoreña y la colección Ficciones. Además, se rediseña la colección Orígenes, dedicada a la publicación de obras completas de autores canónicos. Sin embargo, poco a poco ese entusiasmo tropieza con una sociedad polarizada que luego entrará en un nuevo ciclo de violencia social; además, se hacen evidentes las precariedades de las infraestructuras económicas, políticas y culturales.

Desde los años noventa hasta la actualidad ha habido una proliferación de editoriales independientes a la par de las universitarias –además de las ya mencionadas, han surgido otras como la Editorial Delgado o Editorial Universidad Don Bosco–. El campo de la edición salvadoreña sigue marcado por obstáculos relevantes: pocos canales de distribución y comercialización y, por tanto, presupuestos limitados; un mercado del libro bastante magro; la falta de incentivos fiscales; la Ley del Libro, emitida en 1994, sigue inoperativa; y, por último, el alto grado de piratería. Incluso la DPI no ha logrado solventar sus problemas de distribución y comercialización. Casi ninguna editorial ha optado por la edición digital y muy pocas por la traducción.

Los esfuerzos individuales de editores independientes, a pesar de estos obstáculos, demuestran que se trata de un oficio que se rige más por la vocación y menos por las leyes del mercado; se auto-sostiene a base de tesón y optimismo. Así lo han demostrado y lo siguen haciendo sellos como Istmo Editores, Editorial Arcoiris, Índole Editores, Canoa Editores, Editorial Rubén H. Dimas, Editorial Kalina, Zeugma Editores, Fundación Alkimia, Proyecto Editorial La Chifurnia, Laberinto Editorial, La Cabuda Cartonera, y más recientemente, Los Sin Pisto, entre otros.

Tania Pleitez Vela

(Universitat Autònoma de Barcelona)

Fachada de la Imprenta Nacional de El Salvador. Fuente: «Historia». Imprenta Nacional. Diario oficial.

Operario en la Imprenta Nacional de El Salvador. Fuente: «Historia». Imprenta Nacional. Diario oficial.

Sello de correos con la imagen de Ítalo López Vallecillos. Fuente: Colnect.

Cubierta de Taller de Letras (1984). Fuente: Colección de Taller de Letras. Universidad Centroamericana «José Simeón Cañas».

Cubierta de la antología Pájaro y volcán, editada por Miguel Huezo Mixco.

Bibliografía

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  • LÓPEZ VALLECILLOS, Ítalo (1964). El periodismo en El Salvador. Bosquejo histórico-documental, precedido de apuntes sobre la prensa colonial hispanoamericana. San Salvador: Editorial Universitaria. 
  • MOLINA JIMÉNEZ, Iván (2004). La estela de la pluma. Cultura impresa e intelectuales en Centroamérica durante los siglos XIX y XX. Heredia. Costa Rica: EUNA
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  • TENORIO, María (2006). «Leer libros importados en el San Salvador del siglo XIX: Un vistazo del consumo cultural a partir de los periódicos», Istmo. Revista Virtual de Estudios Literarios y Culturales Centroamericanos, n.º 13, en http://istmo.denison.edu/n13/proyectos/libros.html [25 de noviembre de 2018].
  • —— (2006). Periódicos y cultura impresa en El Salvador: «Cuán rápidos pasos da este pueblo hacia la civilización europea», Tesis Doctoral, The Ohio State University.
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